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sábado, 24 de abril de 2021

“Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos”

 

(Domingo V - TP - Ciclo B – 2021)

         “Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos” (Jn 15, 1-8). Jesús utiliza la imagen de una viña con sus sarmientos, para describir la relación que existe entre Él y sus discípulos, es decir, los miembros de su Iglesia. La imagen es elocuente en cuanto a la relación de dependencia absoluta entre la vid y los sarmientos: si los sarmientos permanecen unidos a la vid, reciben de esta su savia vivificante y así no solo sobreviven, sino que dan fruto abundante, convirtiéndose en racimos; si el sarmiento se separa de la vid, deja de recibir su savia, que era lo que le daba vida y no solo no da fruto, sino que se separa de la vid, cae al suelo y sólo sirve para ser quemado.

         La imagen de la vid y los sarmientos es una metáfora de la vida espiritual sobrenatural del cristiano: Cristo es la Vid Verdadera, porque de Él brota la Savia vivificante, que es la gracia santificante, que da la vida divina a los bautizados y no solo les da vida divina, sino que los hace fructificar con frutos de santidad, porque los que permanecen unidos a Cristo, reciben su gracia y la gracia es la que hace obrar obras meritorias para el Cielo, obras de misericordia que obtienen para el alma los méritos de Cristo y así esas obras se convierten en el pasaje que las conduce al Reino de Dios, el seno de Dios Padre. Por el contrario, el sarmiento que se separa de la vid, esto es, el bautizado que rechaza la gracia porque se aleja de los sacramentos y prefiere vivir en el pecado, deja de recibir el flujo de vida divina que le viene por esa savia celestial que es la gracia santificante y así no obra ninguna obra meritoria para el Cielo; este sarmiento, así separado de la vid, es decir, este bautizado, separado voluntariamente de la Vid que es Cristo, a causa del pecado elegido libremente, si muere en estado de pecado mortal, es arrojado al fuego del Infierno, a la eterna condenación, prefigurado este fuego infernal en el fuego con el que es quemado el sarmiento que se desprende de la vid, no da fruto y cae al suelo, seco y sin vida.

         Entonces, la vid es Cristo, la savia es la gracia, los sarmientos que dan fruto son los justos que permanecen unidos a Cristo por la gracia y obran obras meritorias para el Cielo, y los sarmientos secos, que se separan de la vid y no dan fruto y son arrojados al fuego, son las almas de los bautizados que voluntariamente rechazaron a Cristo y su gracia, no dieron frutos de obras de misericordia que le valieran el Cielo y en el momento de su muerte fueron juzgados faltos de gracia y merecedores del lago de fuego eterno, el Infierno.

“Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos”. Lejos de ser una mera figura poética, o una metáfora que evoca una unión meramente afectiva o emocional con Jesucristo, la figura de la vid y los sarmientos evoca, firmemente, el destino de eterna condenación en el Infierno, o de eterna felicidad en el Cielo, que cada alma elige por sí misma en su paso por la vida terrena. Vivamos unidos a Cristo, Vid Verdadera, por la gracia santificante que nos dan los sacramentos y así daremos frutos de vida eterna, que nos harán merecedores de la felicidad eterna en el Reino de los cielos.

martes, 12 de mayo de 2020

“Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador (…) vosotros sois los sarmientos”


Archivo:Christ the True Vine icon (Athens, 16th century).jpg ...

“Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador (…) vosotros sois los sarmientos” (Jn 15, 1-8). Jesús describe tres cosas: quién es Él, quién es su Padre y quiénes somos nosotros. Para ello, utiliza la imagen de la vid, del labrador y de los sarmientos y aplica estas imágenes a Él, al Padre y a nosotros. Él es la Vid verdadera, porque así como de la vid terrena se extrae el vino luego de la vendimia, así de Él, Vid verdadera, se extrae el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, luego de la vendimia sobrenatural que es la Pasión. Ahora bien, como toda vid, posee un labrador que la trabaja y ése labrador, en el caso de Jesús Vid Verdadera, es Dios Padre. ¿Y qué hace Dios Padre? Así como el labrador terreno poda los sarmientos vivos para que éstos crezcan más sanos y fuertes, recibiendo más savia de la vid por medio de su unión con esta, así el Padre poda, con las tribulaciones, las pruebas y la Cruz de cada día, las almas que por la gracia están unidas a Cristo, para que la savia vivificante de la gracia santificante circule en ellas todavía con más vigor y fuerza y así los haga crecer cada vez más en grados de santidad. Pero también hace otra cosa el Labrado Eterno que es el Padre: así como el labrador terreno corta, deshecha y arroja al fuego a aquellos sarmientos que están secos, es decir, aquellos sarmientos por los que ya no circula la savia de la vid, así Dios Padre poda, o más bien, quita del alma, al ver que sus esfuerzos son infructuosos, las gracias, sobre todo la gracia de la conversión final y así el alma, al morir, privada de la gracia santificante, no ve otro destino que el que ella eligió por sí misma en esta vida y es el fuego eterno, el Infierno. Es decir, Dios concede la gracia de la conversión continua y constantemente, pero llega un momento en que, ante la obstinación del alma, deja de hacerlo, abandonando al alma a su propia libertad, a su libre arbitrio y el alma así separada de la Vid Verdadera por propia voluntad, nada puede hacer para evitar la eterna condena, según las palabras del propio Jesús: “Sin Mí, nada podéis hacer”.
“Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador (…) vosotros sois los sarmientos”. No debemos pensar que porque hemos sido bautizados y de vez en cuando acudimos a los sacramentos o hacemos alguna oración distraída y desganada, tenemos ya el Cielo asegurado: si no obramos libremente, en el sentido de querer afianzar, conservar y acrecentar el flujo de savia vivificante que nos viene de la Vid Verdadera, Cristo, por medio de la oración, la recepción frecuente de los sacramentos y las prácticas de las buenas obras, se debilitará cada vez más en nosotros el flujo vital de la gracia hasta desaparecer y así el Labrador Eterno, Dios Padre, no hará otra cosa que lo que nosotros hicimos por cuenta propia y es el separarnos de la Vid Verdadera, Cristo Jesús. Por lo tanto, si queremos habitar en el Reino de los cielos al fin de nuestra vida terrena, obremos de manera tal que el flujo de gracia santificante que proviene de la Vid Verdadera, Cristo Jesús, sea cada vez y cada día más y más abundante. Así Cristo, Vid Verdadera, será para nosotros la Vida Eterna del alma.

miércoles, 27 de abril de 2016

“Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos”


“Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos” (Jn 15, 1-8). Jesús es la Vid verdadera y el cristiano, el bautizado, es el sarmiento, que recibe de la vid la savia, esto es, el flujo vital que le da una nueva vida, la vida de la gracia. Como consecuencia de recibir esta savia que es la gracia, el alma, al participar de la naturaleza divina, recibe de esta todo lo que la naturaleza divina posee y es: amor sobrenatural, paz sobrenatural, alegría sobrenatural, fortaleza sobrenatural. El alma que vive en gracia –es decir, el sarmiento que permanece unido a la vid-, recibe de Dios su vida divina y, con esta, todo lo que es y posee Dios mismo, y así comienza a ser una nueva creatura, una creatura que vive con la vida misma de Dios Trino y ya no más con su vida natural. El alma en gracia adquiere la paciencia de Cristo, la mansedumbre de Cristo, el Amor de Cristo por Dios y los hombres, la Fortaleza de Cristo, la Sabiduría de Cristo, y así con todas las virtudes del Hombre-Dios, que empiezan a brillar en el alma que a Él se mantiene unido, es decir, el bautizado que no solo no comete pecado mortal, sino que conserva y acrecienta, cada vez más, la gracia santificante.
Es esto lo que sucede en la vida de los santos: ellos son el ejemplo perfecto de almas que viven en gracia y la acrecientan cada vez más; es decir, los santos son esos sarmientos que, unidos a la vid, reciben de esta el flujo vital, la savia divina, que es la gracia santificante, convirtiéndose así en imágenes vivas del mismo Jesucristo, obrando, en Él, por Él y con Él, obras –prodigios, milagros, mortificaciones, ayunos, penitencias- “más grandes todavía” (cfr. Jn 14, 12) que las que Él mismo realizó en el Evangelio.
El sarmiento unido a la vid es el cristiano que no solo no pierde la gracia por un pecado –ni venial, ni mucho menos, mortal-, sino que, recibiendo de Jesús su vida divina, vive con una vida nueva, que antes no poseía, la vida misma de Dios: esto es lo que explica las obras de los santos, obras sobrenaturales, que sobrepasan la capacidad natural de la naturaleza humana (multiplicación milagrosa de panes, como Don Bosco, o una vida sin milagros visibles y sensibles, pero de una absoluta santidad, como los esposos Quatrocchi, o la Santa Josefina Bakhita, por ejemplo). Quien permanece unido a Jesús, además, permanece unido en el Amor de Dios y es en este Amor que el santo obtiene de Dios “lo que pide”, que antes que bienes materiales, son ante todo, los bienes sobrenaturales necesarios para una vida de santidad: “Si permanecéis en mí y si mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis, y se os dará”.

“Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos (…) mi Padre es el Viñador”. Así como un viñador, al llegar el tiempo de la cosecha, toma los granos de uva y los prueba, así Dios Padre, como un viñador celestial, toma de la Vid, que es Cristo, los granos de uva de los sarmientos unidos a la Vid, es decir, los corazones de los cristianos, y como así también un viñador terreno desecha los granos de uvas que están aguados o agrios, porque no sirven para hacer un buen vino, así también Dios Padre, celestial Viñador, toma los corazones de los hombres y los prueba, y si los encuentra agrios –faltos del Divino Amor- o aguados –es decir, tibios o perezosos en la vida de santidad-, no los lleva consigo, porque no sirven para la Vendimia de la Pasión. Pero a los granos de uva que sí sirven, es decir, los corazones que son dulces al paladar de Dios -porque en ellos inhabita el Divino Amor, al igual que en el Sagrado Corazón de Jesús-, Dios Padre, el celestial Viñador, los selecciona para su vendimia y los aparta, como frutos elegidos, para hacerlos partícipes, en la tierra, de la Cruz de su Hijo Jesús, para luego concederles la eterna bienaventuranza en la otra vida, en el Reino de los cielos.  

viernes, 1 de mayo de 2015

“Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos”


(Domingo V - TP - Ciclo B – 2015)

“Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos” (Jn 15, 1-8). Con la imagen de una vid, de la cual brotan los sarmientos, Jesús grafica la relación ontológica y el flujo vital que se establece entre Él, el Hombre-Dios, y nosotros, los cristianos, es decir, los que hemos sido incorporados a Él, por medio del bautismo sacramental. Jesús utiliza la figura de la vid, de la cual brotan los sarmientos, para darnos una idea acerca de la naturaleza de la vida nueva que adquirimos como cristianos a partir del bautismo sacramental: así como el sarmiento recibe de la vid el flujo vital de la savia, que lo vivifica y le permite dar el fruto que es la uva, así el cristiano, incorporado a Cristo por el bautismo sacramental, recibe, a partir del bautismo, la vida nueva que le proporcionan la fe y la gracia santificante, que le permite dar frutos de santidad. El cristiano queda así comparado a un sarmiento que es injertado a una vid –el cristiano es un sarmiento silvestre o heterólogo, mientras que el hebreo es el sarmiento natural u homólogo, propio de la Vid, que es Cristo, hebreo de raza-: de la misma manera a como el sarmiento, al ser injertado, comienza a recibir el nutriente que es la savia y esta savia es la que le permite dar el fruto de la uva, así el cristiano, incorporado a Cristo por el sacramento del bautismo, comienza a recibir, por la fe y por la gracia, el flujo de vida divina, que le permite –al menos lo capacita para- obrar de manera tal que se convierte en una prolongación del mismo Jesucristo. En otras palabras, el sarmiento silvestre injertado en la vid, o el cristiano incorporado a Cristo, se vuelve capaz de obrar con la bondad, la caridad, la paciencia, el amor misericordioso, del mismo Cristo en Persona, y eso es lo que llamamos “frutos de santidad”.
Esto es posible debido a la unión hipostática, es decir, a la unión en la Persona Segunda de la Trinidad, de la naturaleza humana de Jesús de Nazareth; por esta unión, todos los que se unen a su Cuerpo Místico por medio del bautismo, reciben de Él la gracia santificante, por medio de la cual participan de la vida misma del Ser trinitario divino. Es esta vida nueva, recibida del Ser mismo de Dios Uno y Trino -vida absolutamente nueva y divina, que recibe el cristiano como principio vital de su alma, a partir del momento en que es bautizado-, lo que Jesús grafica con la imagen de la vid y los sarmientos: así como los sarmientos, unidos a la vid, reciben de esta el nutriente que los mantiene con vida y los hace dar fruto, así los cristianos, unidos a Cristo Jesús -el Hombre-Dios y Dios Hijo en Persona encarnado en una naturaleza humana-, por el bautismo, por la fe y por la gracia, reciben de Él la savia vital de la vida divina, que los hace vivir con la vida misma de Dios Uno y Trino y los hace dar –o al menos, los debería hacer dar- frutos de santidad, frutos de vida eterna.
Pero si en un sentido positivo, la unión con Cristo, obtenida en el bautismo sacramental y fortalecida por la fe y por la gracia santificante, redunda en la concesión, de parte del mismo Jesucristo, de su misma vida divina, vida que es la vida misma de Dios Uno y Trino, de manera tal que el cristiano “ya no vive él, sino que es Cristo quien vive en él” (cfr. Gál 2, 20), en sentido opuesto también es verdadero, porque quien se aparta voluntaria y libremente de la Vid verdadera deja de recibir el flujo de vida divina y perece en la vida espiritual. En otras palabras, así como el sarmiento que se separa de la vid, al dejar de recibir la savia, se seca y muere y ya no puede dar fruto, así el cristiano que debido al pecado mortal libremente cometido deja de recibir la gracia divina que le venía de la Vid verdadera, al verse privado de la vida divina se marchita en su vida espiritual, al quedar separado de la comunión de vida y amor con Jesús, con el Padre y con el Espíritu Santo. Este estado espiritual de pecado y de consecuente separación de Jesús Vid verdadera, es graficado por Jesús con la imagen de un sarmiento seco que debe ser cortado y separado de la vid para ser arrojado al fuego y quemado porque no sirve para otra cosa: “El que no permanece en Mí es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde”.
Ahora bien, lo que hay que advertir en la imagen de la vid y los sarmientos, es que el hecho de que el sarmiento dé frutos de santidad o bien se seque y sea arrojado y quemado al fuego porque no sirve para otra cosa, no depende sino, pura y exclusivamente, de la libertad de cada uno en particular. Es decir, si bien el hecho de ser incorporados a la Vid verdadera que es Cristo no depende de nosotros -desde el momento en que el bautismo sacramental no fue una elección libre, ya que fue una decisión tomada por nuestros padres y, en última instancia, fue un deseo de Dios, que quiso que fuésemos injertados en la Vid que es Cristo-, el hecho de dar frutos de santidad –paciencia, caridad, misericordia, bondad-, o el no dar frutos y quedar “secos, para ser arrojados al fuego”, depende de nuestra entera libertad, porque lo que hace circular la savia vital, la vida nueva en nosotros, es la fe y la fe se demuestra por obras (cfr. St 2, 18). Si un cristiano no obra de acuerdo a su fe, es un cristiano muerto a la vida de la gracia y es como un sarmiento seco; esto quiere decir que el ser apartado de la vida de la gracia, no se puede atribuir a Dios, sino a la libre determinación de cada uno, que eligió no obrar según la fe. Ser un sarmiento seco, ser un cristiano sin obras, no depende de Dios, sino de nuestra propia libertad, de nuestra propia libre determinación. Cuando Jesús dice: “El que no permanece en Mí es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde”, no quiere decir que es Él quien lo está separando de la Vid, sino que es ese mismo cristiano quien se separa a sí mismo, con sus malas obras, o con su falta de obras buenas, de la Vid verdadera, que es Cristo.
“Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos, mi Padre es el Viñador”. Solo quien permanece unido a Cristo, Vid verdadera, puede dar frutos de obras; sin embargo, tampoco basta con simplemente “dar frutos”, es decir, tampoco basta con ser un cristiano mediocre, porque Jesús dice que el “viñador” que prueba las uvas de la vid, es “su Padre”: “mi Padre es el viñador”. Esto quiere decir que Dios Padre es quien prueba los frutos de los sarmientos que están unidos a la Vid verdadera, Jesucristo; es Dios Padre el Viñador que recorre la Vid, probando los granos de uva, nuestras obras, nuestros actos, nuestros pensamientos, los frutos de nuestra mente, de nuestro corazón, de nuestras manos, y es Dios Padre quien prueba el sabor de esas uvas, y su paladar es un paladar exquisito, que no puede ser engañado de ninguna manera. Dios Padre, el Viñador, saborea las uvas, es decir, los frutos que damos nosotros, los sarmientos unidos a la Vid que es Cristo, y Él sabe si esas uvas son agrias o si son dulces; Dios Padre, el Viñador, sabe si nosotros, sarmientos de Cristo, damos frutos agrios, uvas agrias, y esto sucede cuando somos cristianos impacientes, rencorosos, vengativos, perezosos, incapaces de sufrir por nuestros hermanos y mucho menos, incapaces de sufrir y de amar a nuestros enemigos. No debemos creer que nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestros actos, pasan desapercibidos al Padre; Él es el Viñador, que prueba y saborea los frutos que damos nosotros, los sarmientos, injertados en la Vid, que es Cristo, y si no queremos ser cortados y separados de la Vid, como sarmientos que no dan fruto o que dan frutos agrios, esforcémonos por dar frutos de amor misericordioso, sabiendo que es Él quien prueba el dulzor o la amargura de nuestros corazones. Dios Padre, el Viñador, tiene un paladar excelente, y sabe también si los frutos que damos nosotros, los sarmientos unidos a Cristo, Vid verdadera, son frutos de verdadera santidad, es decir, si somos cristianos misericordiosos, pacientes, caritativos, capaces de amar a todos, incluidos y en primer lugar, a nuestros enemigos.
“Yo Soy la Vid y ustedes los sarmientos, sin Mí nada podéis hacer”. Jesús en la cruz es la Vid verdadera que es triturada en la vendimia de la Pasión y que da el fruto exquisito del Vino de la Alianza Nueva y Eterna, su Sangre Preciosísima, derramada en el Cáliz de la Santa Misa, ofrecida por la Santa Madre Iglesia para la salvación del mundo. Jesús es la Vid en la Eucaristía, y la savia que da vida a los sarmientos a Él adheridos es su Sangre Preciosísima, que brota de sus heridas abiertas y esos sarmientos así adheridos a la Vid verdadera que es Cristo crucificado, y que reciben de Él la savia vital que es su Sangre Preciosísima, al alimentarse de su Sangre y de su Carne en la Eucaristía, son los que luego deberíamos dar frutos de santidad y de vida eterna, son los que deberíamos dar frutos de bondad, de caridad, de paciencia, de misericordia, de amor sobrenatural al prójimo y a Dios.


martes, 20 de mayo de 2014

“Yo Soy la Vid y ustedes los sarmientos”


“Yo Soy la Vid y ustedes los sarmientos” (Jn 15, 1-8). Jesús utiliza la imagen de la vid para graficar la vida de la gracia en el cristiano. El Padre es el viñador, es decir, es Él quien corta de la Vid, que es Cristo, a todo aquel sarmiento, a todo aquel cristiano, que no da fruto, a todo aquel cristiano que no persevera en la gracia, que no desea arrepentirse, que no quiere vivir el mandato de la caridad, que prefiere vivir los mandamientos de Satanás. Así como el sarmiento seco está privado de la savia y no da fruto, es apartado de la vid por el viñador en el momento de la vendimia, es cortado para ser tirado y quemado porque no ha dado fruto, así Dios Padre, en el Día del Juicio Final, al cristiano que no dio frutos de arrepentimiento, de conversión, de bondad, de misericordia para con su prójimo, lo apartará para siempre de la Vid verdadera que es Cristo, y su alma quedará seca, es decir, quedará privada para siempre de la vida de la gracia, quedará privada para siempre de la gloria divina y será arrojada al fuego del Infierno. Por el contrario, el cristiano que permanece unido a Cristo, Vid verdadera, y que se alimenta de su gracia, da fruto y fruto abundante, fruto de conversión, de misericordia, de bondad, de paz, de alegría y en el Día del Juicio es introducido en el Reino de los cielos para gozar del Banquete celestial por toda la eternidad.
“Yo Soy la Vid y ustedes los sarmientos, sin Mí nada podéis hacer”. Jesús es la Vid también en la cruz, y la savia es su Sangre y los sarmientos que dan fruto son los cristianos que beben de su Costado traspasado por la lanza. Los que beben la Sangre del Cordero traspasado, son los que dan fruto de bondad, de paciencia, de misericordia, para con sus hermanos; son los sarmientos que fructifican en frutos de verdadera caridad cristiana, son los sarmientos que permanecen unidos a la Vid verdadera, que es Cristo, porque reciben de Él la savia vital que es su Sangre, porque Cristo es la Vid que es molida en la Vendimia de la Pasión. En cambio, los sarmientos que no permanecen unidos a Cristo, son los que no se acercan a beber de su Costado traspasado, son los que desprecian la Santa Misa por compromisos mundanos, son los que consideran a la Misa como un evento religioso prescindible, son los que piensan que la Eucaristía es cosa de gente atrasada y aburrida, que bien puede ser reemplazada por la tecnología y por eventos deportivos; estos cristianos son los sarmientos secos que no dan fruto, porque voluntariamente se han apartado de la Vid verdadera y voluntariamente han dejado de recibir la savia vital que la Vid les aportaba, la Sangre fresca del Cordero, que manaba de sus heridas abiertas como un torrente impetuoso de ardiente Fuego vital, que concedía la vida divina a todo aquel que entraba en contacto con Él. Pero los sarmientos secos, por propia voluntad, se apartaron de la Vid y sin la savia vital, sin la Sangre del Cordero que mana de sus heridas, de su Corazón traspasado, Sangre que sirve generosa Dios Padre en el Banquete Eucarístico en la Santa Misa, nada pueden hacer por sí mismos y se agotan, se secan, y se apartan, mustios y sin frutos, y así, secos y sin frutos de bondad y misericordia, son arrojados al fuego que nunca se apaga, en donde arden en el lugar en donde no hay misericordia ni descanso, para siempre.

“Yo Soy la Vid y ustedes los sarmientos, sin Mí nada podéis hacer”. Jesús en la Eucaristía es la Vid verdadera, quien quiera puede acercarse y beber de balde la gracia santificante que brota sin medida de su Sagrado Corazón Eucarístico, para después dar frutos de vida eterna; Jesús en la Cruz en la Vid verdadera; quien quiera puede acercarse y beber de su Costado traspasado su Sangre, que concede Vida eterna a las almas, y quien beba de la Sangre que se sirve en el cáliz, puede y debe luego dar frutos de vida eterna. Quien se rehúse a hacerlo, por propia voluntad, será luego arrojado como sarmiento seco y sin fruto.

jueves, 20 de marzo de 2014

“Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña…”


“Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña…” (Mt 21, 23-43). Con la parábola de los viñadores homicidas, que asesinan al hijo del dueño de la vid, Jesús narra la historia de la Pasión, la historia de la salvación: el dueño de la vid es Dios Padre; la vid es Cristo, Dios Hijo; la tierra donde es plantada, es la Iglesia y el mundo; los viñadores homicidas, el Pueblo Elegido y los pecadores con sus pecados. Con una sencilla parábola, en pocos renglones, Jesús, Divino Maestro, retrata la historia de la salvación de la humanidad. Él es la Viña, la Vid verdadera, que es triturada en la Vendimia de la Pasión, para dar el Vino exquisito, el Vino Nuevo de la Alianza Nueva, la Alianza definitiva y eterna, la Alianza sellada por Dios, su Sangre, la Sangre del Cordero. Jesús es la Vid Verdadera, triturada en la Vendimia de la Pasión; Él es la Vid Santa, la Vid triturada, de cuyas heridas abiertas se recoge el Vino Sagrado, la Sangre del Cordero, que beben los hijos pródigos de Dios en el cáliz de la Santa Misa, invitados por Dios Padre al Banquete del Reino. Jesús es la Vid Verdadera triturada en la Pasión, cuyo fruto exquisito es el Vino de la Misa, que es la Sangre de su Costado; el Vino de esta Vid, que es el Vino que bebemos en la Santa Misa, en el tiempo, como anticipo del banquete del Reino que, por su misericordia, habremos de participar, en la otra vida, y que dura para siempre, alegra el corazón del hombre con la Alegría misma de Dios y llena el alma con la gloria y el Amor divinos, porque el Vino de la Vid Verdadera, que es Cristo, es la Sangre del Cordero.

lunes, 4 de junio de 2012

Jesús es la Vid verdadera



“Un hombre plantó una viña…” (Mc 12, 1-12). La viña de la parábola es la Iglesia, pero también es Él, Jesús, el Hijo de Dios, y esta viña que es Él, habrá de dar un Vino Nuevo, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, cuando Él mismo, Vid verdadera, sea triturado en el lagar de la Pasión.
Jesús es la Viña que da el Vino más excelente, su Sangre, la Sangre del Cordero de Dios, que será ofrecida por el Padre en el banquete del Reino, la Santa Misa, como prenda del perdón divino a los hombres y como bebida celestial que concede la vida eterna.
El Vino que produce esta Viña que es Jesús, es la Sangre que, brotando de sus heridas y de su Sagrado Corazón traspasado por la lanza, se derrama hasta la última gota, para embriagar a los hombres con el Vino del cáliz del altar, el Amor de Dios.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos

"Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos. Si permanecen unidos a Mí, daréis frutos". Jesús es la Vid verdadera, de donde fluye la linfa vital del Espíritu Santo, que comunica la vida divina a quien se une a Él por la fe, los sacramentos y la caridad. Quien está unido a Cristo, es como un sarmiento que fructifica en racimos de dulce uva, es decir, en la vida cotidiana, en toda ocasión, y con todo prójimo, da signos de la Presencia del Espíritu Santo en el alma: bondad, caridad, paciencia, humildad, afabilidad, espíritu de sacrificio, mortificación, servicio a los demás.
Por el contrario, quien se aleja de Cristo y deja de recibir su linfa vital, la gracia divina, da amargos frutos de malicia: orgullo, soberbia, terquedad, obstinación en el mal, necedad, pereza corporal y espiritual, violencia, calumnias, etc.
"Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos (...) sin Mí nada podéis hacer". Quien se aleja de Cristo, no puede culparlo por convertirse en un sarmiento seco y estéril. No es Cristo quien rechaza al sarmiento seco, sino el cristiano mismo quien, por propia decisión, decide separarse del Único que puede hacerle dar frutos de santidad.

sábado, 5 de mayo de 2012

Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos. Si permanecen en Mí, pidan lo que quieran, y lo obtendrán


(Domingo V – TP – Ciclo B – 2012)

“Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos” (cfr. Jn 15, 1-8). Para graficar cómo es nuestra relación con Él, Jesús utiliza la imagen de la vid y de los sarmientos: así como el sarmiento recibe de la vid, mientras está unido a esta, toda su linfa vital, y así puede dar fruto, así el cristiano, cuando está unido a Cristo por la fe, por la gracia y por la caridad, da también frutos de santidad.
Pero del mismo modo a como el sarmiento, cuando es separado de la vid, deja de recibir la linfa y termina por secarse, con lo cual tiene que ser quemado porque ya no sirve, así también el cristiano, cuando se aparta de la Vid verdadera, Jesucristo, al dejar de frecuentar los sacramentos, o al no practicar su fe, y no vivir en consecuencia la caridad, termina por apagarse en él la vida divina, y así no solo deja de dar frutos de santidad, sino que comienza a dar frutos amargos, de malicia.
Es el mismo Jesucristo quien lo advierte: el que permanece unido a Él, da frutos de santidad, es decir, de bondad, de misericordia, de compasión, de alegría. Quien permanece unido a Cristo por la fe y por la gracia, recibe de Él la vida divina, la vida del Espíritu Santo, vida que se manifiesta en hechos y actos concretos del alma que está en gracia: paciencia, bondad, afabilidad, comprensión, caridad, compasión, sacrificio, esfuerzo, donación de sí mismo a los demás, espíritu de mortificación, silencio, oración, piedad, perdón, humildad, veracidad.
Quien se aparta de Jesucristo, por el contrario, no puede nunca dar frutos de santidad, porque al no estar unido a Cristo, deja de recibir el flujo vital del Espíritu Santo, y así el alma queda sometida a sus propias pasiones y, lo que es más peligroso, al influjo y al poder tiránico del demonio. El cristiano sin Cristo, da amargos frutos: pelea, discordia, calumnias, envidia, pereza, orgullo, soberbia, bajas pasiones, avaricia, etc.
Quien no está unido a Cristo, no solo deja de recibir la linfa vital de la gracia, que hace participar de la vida misma de Dios Trino por medio del Espíritu Santo, sino que empieza a dar los amargos frutos de las bajas pasiones humanas, que nacen del corazón sin Dios, y del influjo directo del demonio, que hace presa fácil del alma alejada de Dios.
Pero hay algo más en la permanencia del alma a Cristo por la fe y la gracia de los sacramentos: el alma obtiene de Dios lo que le pide: “Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos (…) Si permanecen en Mí, pidan lo que quieran, y lo obtendrán”. “Pidan lo que quieran, y lo obtendrán”, y esto quiere decir que lo que el alma pida a Dios, eso lo obtendrá –por supuesto, ante todo, beneficios espirituales, el primero de todos, que se cumpla la santísima voluntad de Dios en la vida propia y de los seres queridos-, y esto es debido a que, como dice una santa, el que pide, unido a Cristo, “es como si Dios mismo pidiera a Dios”. Sabiendo esto, al menos por interés, sino es tanto por amor, ¿por qué no permanecer unidos a Cristo? ¿Por qué ceder a las tentaciones y caer en pecado? ¿Por qué negarse a perdonar al enemigo? ¿Por qué negarse a pedir perdón, cuando es uno el que ha ofendido al prójimo? ¿Por qué negarse a vivir la paciencia, la caridad, el amor, la comprensión? ¿Por qué negarse a la oración, y ceder la tentación de la televisión, de Internet, de los atractivos del mundo sin sentido y vacíos de todo bien espiritual?
“Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos. Si permanecen unidos a Mí, darán mucho fruto”. Jesús quiere que los sarmientos, al recibir la savia vital, se conviertan en fecundos ramos de uva de dulce gusto; quiere que las almas, al recibir la savia que es el Espíritu Santo que se derrama desde su Corazón traspasado, se conviertan en hijos de Dios, que sean imágenes vivientes del Hijo de Dios y que esa imagen no sea sólo de palabra, sino en hechos de bondad y de misericordia. De nosotros depende que ese flujo de vida divina recibido en los sacramentos, y principalmente en la comunión eucarística, no se agoste en un sarmiento seco, sino que fructifique para la Vida eterna.