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miércoles, 17 de abril de 2024

“Yo Soy el Pan de Vida”

 





“Yo Soy el Pan de Vida” (Jn 6, 30-35). Le piden a Jesús un signo para que crean en Él y como prueba, traen al recuerdo el maná bajado del cielo, al que ellos le llaman “el pan bajado del cielo”. Gracias a este maná, dicen, sus antepasados pudieron alimentarse y así atravesar el desierto hasta llegar a la Tierra Prometida. Los judíos están convencidos de que ese maná, recibido cuando Moisés los guiaba por el desierto, es el verdadero y único maná bajado del cielo.

Pero Jesús los saca del error en el que se encuentran: el verdadero maná no es el que les dio Moisés; el verdadero Pan de vida no es lo que comieron sus antepasados en el desierto; el Verdadero Pan bajado del cielo es Él mismo, que entregará su Cuerpo y su Sangre glorificados, una vez atravesado el misterio pascual, oculto en lo que parece pan pero no es pan, sino Él en Persona, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad y este Verdadero Maná, este Verdadero Pan bajado del cielo, que es un don del Padre y no de Moisés, es la Sagrada Eucaristía. Esto es lo que quiere decir Jesús cuando les dice: “No es Moisés el que les dio el pan del cielo; es mi Padre quien les da el Verdadero Pan del cielo”.

El Verdadero Pan del cielo es entonces la Eucaristía, porque el maná que recibió el Pueblo Elegido en el desierto era un pan material, milagroso, sí, porque venía del cielo, pero era solo pan; en cambio la Eucaristía viene del cielo, viene del seno del Padre y es el Verdadero Maná bajado del cielo, porque contiene el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Hijo del Padre Eterno, Nuestro Señor Jesucristo. Además, el maná que recibieron a través de Moisés les permitió atravesar el desierto terreno, para llegar a la Jerusalén terrenal, alimentando sus cuerpos y evitando así que fallezcan de hambre; en el caso de la Eucaristía, el Pan bajado del cielo, enviado por el Padre, alimenta principalmente el alma, para evitar que el alma desfallezca ante las tribulaciones de la vida y concede al alma una participación en la fortaleza divina, que le permite atravesar el desierto del tiempo y de la historia humana para llegar, no a la Jerusalén terrena, sino a la Jerusalén celestial.

Si queremos atravesar el desierto de la vida con la fortaleza, la serenidad, la alegría y la paz del mismo Jesucristo, para así llegar a la Jerusalén celestial, hagamos entonces el propósito de alimentarnos del Verdadero y Único Maná celestial, el Pan Vivo bajado del cielo, la Sagrada Eucaristía.


viernes, 24 de abril de 2020

“Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo”




“Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo” (Jn 6, 30-35). En el diálogo entablado con Jesús, los hebreos le preguntan acerca de las señas o signos que hace Él “para que crean” en Él. Argumentan que fue Moisés quien hizo un signo en el desierto, dándoles a comer el maná en el desierto. Para ellos, éste, el maná, es el signo dado por Dios para que crean en Moisés; de esta manera, poseen el argumento para permanecer en el Antiguo Testamento y no aceptar la Buena Nueva de Jesús. Pero lo que ellos no han entendido es que el maná del desierto era en realidad una prefiguración del verdadero Maná, el Pan Vivo bajado del Cielo. Para sacarlos de este error, es que Jesús les dice: “En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo”. En la última frase está la razón por la cual el “verdadero pan del cielo”, no es el maná que les dio Moisés -Dios a través de Moisés-, sino el Pan que Dios les dará a través de Jesús: “El Pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo”, dos acciones que estaban ausentes en el maná del desierto. En efecto, el verdadero Maná es el que da Dios Padre porque “baja del cielo”, no del cielo cosmológico, sino del Cielo sobrenatural, en donde se encuentra el Reino de Dios; por otra parte, el verdadero Maná “da vida al mundo”, cosa que no hacía el maná del desierto, porque este “dar la vida al mundo”, significa que da la vida de Dios Uno y Trino a las almas que habitan en este mundo. Por estas razones, el verdadero Maná no es el que les dio Moisés, un pan bajado del cielo pero que no alimentaba el alma sino el cuerpo y no concedía la vida de Dios; el verdadero Maná es la Eucaristía, que baja del Cielo -el seno de Dios Padre- y da “la vida al mundo”, esto es, la Eucaristía concede la vida trinitaria al alma humana.
“Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo”. Parafraseando a Jesús, podemos decir que “es la Iglesia la que da el verdadero Pan del cielo”, la Divina Eucaristía, y ninguna otra iglesia en el mundo es capaz de hacerlo. Por lo tanto, mientras peregrinamos en el desierto de esta vida hacia la Jerusalén celestial, procuremos siempre alimentar nuestras almas con el “verdadero Maná”, el Pan de Vida eterna, la Eucaristía.

jueves, 26 de abril de 2018

“Sus padres en el desierto comieron el maná y murieron”



“Sus padres en el desierto comieron el maná y murieron” (Jn 6, 44-51). Jesús deja bien en claro el error de suposición en el que estaba el Pueblo Elegido: ellos pensaban que, en el exilio por el desierto, habían comido el pan celestial, al recibir el maná enviado por Yahvéh. Pero Jesús les aclara que no es así: ése no era el verdadero maná, porque ellos “comieron el maná y murieron”. El verdadero maná bajado del cielo, dado por el Padre, da la vida eterna, esto es, la vida divina absolutamente sobrenatural de Dios, que brota del Acto de Ser divino trinitario como de su fuente inagotable. Quien come de este Pan, dice Jesús, aunque muera, vivirá, porque el que coma de este pan incorporará a sí a Dios Hijo en Persona, y Dios “es su misma eternidad”, como dice Santo Tomás de Aquino.  
“Sus padres en el desierto comieron el maná y murieron”. Los hebreos comieron el maná, un pan bajado del cielo, pero murieron, porque no era el verdadero maná, sino una figura del que habría de venir, Jesús en la Eucaristía. La Eucaristía es el Verdadero Maná bajado del Cielo, dado por Dios Padre al Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica. La Eucaristía contiene al Acto de Ser divino trinitario, del cual brota la Vida divina trinitaria la cual es incoada en esta vida a quien comulga la Eucaristía con fe y con amor. Ésa es la razón por la cual quien se alimenta de la Eucaristía, muere a esta vida terrena, pero en el mismo momento, la vida divina contenida en él por haberse alimentado del Pan bajado del cielo, se despliega en su plenitud y así su vida mortal se convierte en vida divina, en participación a la vida divina trinitaria. El que se alimenta de la Eucaristía en el desierto de la vida, al morir terrenalmente, comienza a vivir con la Vida divina de la Trinidad y por eso no muerte una segunda muerte, sino que comienza a vivir para siempre, en el Amor de Dios. Para siempre.

martes, 21 de abril de 2015

“Es mi Padre quien os da el verdadero Pan del cielo”


The Jews gathering the Manna in the desert
(Nicolás Poussin)

“Es mi Padre quien os da el verdadero Pan del cielo” (Jn 6, 30-35). Los judíos le preguntan a Jesús “qué signos hace” para que “crean en Él”. Ponen a Moisés como ejemplo, quien les dio el signo del maná, el pan bajado del cielo en el desierto: era un signo milagroso y por eso los judíos creyeron en Él. Pero Jesús les hace ver que no es Moisés quien les da el “verdadero pan bajado del cielo”, sino “su Padre”, que es Dios, porque será Él quien les dará un Pan super-substancial que hará que todo aquel que coma de ese Pan, no tenga más hambre, y no tenga más sed. A diferencia del pan dado por Moisés, que era un pan terreno, para saciar el hambre corporal y que no concedía la Vida eterna, porque quienes lo comieron luego murieron, este Pan, dado por el Padre de Jesús, será un Pan celestial, un Pan vivo, que bajará del cielo y que saciará no tanto el hambre corporal, sino el hambre espiritual de Amor de Dios que toda alma humana posee desde que es concebida, y dará además la Vida eterna a quien lo consuma, de manera tal que quien coma de este Pan, no volverá a sentir ni “hambre ni sed”, no corporales, sino espirituales, porque será extra-colmado su apetito de Amor de Dios.
Cuando los judíos comprenden el mensaje y entienden que no era el maná de Moisés el verdadero pan bajado del cielo, le piden a Jesús que les dé de este pan: “Señor, danos de este pan”. Y es entonces cuando Jesús se auto-revela como el Pan Vivo bajado del cielo, que concede a quien lo consume, la Vida eterna y el Amor de Dios, que sacia para siempre la sed y el amor de Dios del alma humana: “Yo Soy el Pan de Vida. El que viene a Mí jamás tendrá hambre; el que cree en Mí jamás tendrá sed”.

Nosotros no peregrinamos por un desierto terreno, como el pueblo judío guiado por Moisés, hacia la Jerusalén terrena; peregrinamos por el desierto de la vida y del tiempo, hacia la Jerusalén celestial, que se encuentra en la eternidad; pero al igual que el pueblo judío, desfallecemos de hambre en el camino y de la misma manera a como el pueblo judío no fue abandonado por el amor de Dios, porque les concedió el maná, el pan bajado del cielo, para que pudieran llegar sanos y salvos a la Tierra Prometida, a nosotros nos concede el Verdadero Maná, el Verdadero Pan bajado del cielo, Jesús en la Eucaristía, que nos dona su Vida Eterna y todo el Amor infinito de su Sagrado Corazón Eucarístico, para que alimentándonos de este manjar celestial, seamos capaces de atravesar el desierto de la vida y llegar a la Patria celestial, la Jerusalén del cielo.

lunes, 5 de mayo de 2014

“Yo Soy el Pan de Vida, el que viene a Mí jamás tendrá hambre; el que cree en Mí, jamás tendrá sed”


“Yo Soy el Pan de Vida, el que viene a Mí jamás tendrá hambre; el que cree en Mí, jamás tendrá sed” (Jn 6, 30-35). Los judíos pensaban que eran ellos los que habían comido el pan bajado del cielo, en la travesía por el desierto, desde Egipto hacia la Tierra Prometida, cuando guiados por Moisés, habían recibido el maná, el pan milagroso venido del cielo. Pero Jesús les hace ver que no es así, porque ese maná no es el verdadero maná; ese maná era solo una figura, un anticipo del verdadero maná, del verdadero pan bajado del cielo, que es Él. Los ancestros de los judíos comieron del maná del desierto y murieron; en cambio, los que coman de este Pan, que es Él, “jamás tendrán hambre”, y los que “crean en Él, jamás tendrán sed”. Jesús les está revelando el don que Él hará de su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad y su Amor, que será lo que calmará la sed y el hambre de Dios, que es sed de amor y de felicidad que anida en lo más profundo del ser de todo ser humano.
El drama del hombre, desde la caída original, es la pérdida de contacto con su fuente de amor y de felicidad, que es Dios Uno y Trino, y la consecuente búsqueda en sucedáneos –dinero, placer, éxito mundano, avaricia, sensualidad- de esa felicidad perdida, no solo no satisfacen esta sed sino, paradójicamente, provocan en él una sensación de infelicidad y de angustia tanto más grandes, cuanto mayor éxito obtiene el hombre en alcanzar y obtener estos objetivos terrenos.

“Yo Soy el Pan de Vida, el que viene a Mí jamás tendrá hambre; el que cree en Mí, jamás tendrá sed”. Solo Jesús en la Eucaristía logra extra-saciar por completo, de modo sobre-abundante y sin límites, la sed de felicidad, de amor y de paz que anidan en el corazón de todo hombre, porque Él es Dios en Persona, que se dona en su totalidad, sin reservas, en cada comunión eucarística. Mucho más que saciar la sed y el hambre corporales, la Eucaristía sacia la sed y el hambre de Dios, es decir, la sed y el hambre de Amor, de Paz, de Alegría y de Felicidad que todo ser humano anhela, desde que nace, hasta que muere.

miércoles, 17 de abril de 2013

“Yo Soy el Pan Vivo bajado del cielo”



“Yo Soy el Pan Vivo bajado del cielo” (Jn 6, 44-51). En su discurso del Pan de Vida, Jesús se atribuye el nombre de “Pan”, pero se diferencia claramente del “pan” o “maná del desierto: “Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron”. En cambio, el que coma de este Pan, que es su carne, la carne del Cordero de Dios, no solo no morirá sino que vivirá eternamente: “El que coma de este pan vivirá eternamente”, y la razón es que este Pan, que es su Cuerpo, su Carne gloriosa y resucitada, contiene la vida misma del Ser trinitario, la vida misma de Dios Trino, que es la vida también de Jesús en cuanto Hombre-Dios: “el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.
Los israelitas en el desierto comían el maná y morían porque este, si bien tenía un origen celestial, por cuanto era Yahvéh quien lo creaba de la nada para proporcionárselos, y si bien era un alimento espiritual en el sentido de que provenía del amor de Yahvéh, era ante todo un alimento para el cuerpo y su acción se limitaba a servir de sustento a la vida terrena y corpórea. Al impedir que el Pueblo Elegido muriera de hambre, el maná del desierto fortalecía a los israelitas, permitiéndoles hacer frente a las alimañas del desierto, las serpientes venenosas, los escorpiones y las arañas, y les permitía, de esta manera, que alcanzaran la Tierra Prometida, la Jerusalén celestial. Sin embargo, debido a que era un alimento que sustentaba sólo la vida corpórea, los israelitas comieron de este pan pero murieron.
Este es el motivo por el cual Jesús les dice que ese maná no era el verdadero maná, porque solo era figura del Verdadero Maná del cielo, la Eucaristía, el Pan Vivo bajado del cielo, que es Él mismo. Él sí concede Vida eterna, porque no alimenta el cuerpo con substancias perecederas, como el maná del desierto, sino al alma y con la Vida eterna, con su vida misma, que es la vida de Dios Trino.
El que come de este Maná que es la Eucaristía, tiene Vida eterna, porque la substancia con la que alimenta es la substancia de Dios, que es Vida Increada y es su misma Eternidad. El que come de este Pan, que es la Carne del Cordero de Dios, asada en el fuego del Espíritu Santo, recibe por participación la Vida divina de Dios Hijo, y Dios Hijo le comunica de tal manera de su vida, que el que consume este pan “ya no es él, sino Cristo Jesús quien vive en Él”. Si el pan del desierto se asimilaba al organismo que lo consumía, el que consume el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía, es asimilado por el Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo, pasando a ser “un solo cuerpo y un solo espíritu” con Cristo Jesús.
Si el pan del desierto permitió al Pueblo Elegido no desfallecer de hambre en su peregrinar por el desierto, y le dio fuerzas para combatir a las alimañas, las serpientes, los escorpiones y las arañas, para que pudieran llegar sanos y salvos a la Jerusalén terrena, el Pan Vivo bajado del cielo, que alimenta con la substancia misma de Dios, permite no desfallecer a causa del hambre de Dios que toda alma humana posee, porque la sobre-alimenta con abundancia con esta substancia divina; al mismo tiempo, la Eucaristía le concede fuerzas para combatir a los seres espirituales de la oscuridad, las entidades demoníacas, las alimañas espirituales que asaltan al hombre en su peregrinar por el desierto de la vida. De esta manera, la Eucaristía permite al alma que se alimenta de ella, alcanzar la Patria celestial, la Jerusalén del cielo, en donde “no habrá más hambre ni sed”, porque el Cordero la alimentará con su Amor por toda la eternidad.
“Yo Soy el Pan Vivo bajado del cielo (…) el que coma de este Pan vivirá eternamente”. El cristiano que se alimenta del manjar substancial de la Eucaristía posee ya, desde esta vida, en germen, la Vida eterna, Vida que se desplegará en toda su infinita plenitud al traspasar los umbrales de la muerte terrena.

lunes, 15 de abril de 2013

“No Moisés, sino mi Padre, les da el verdadero Pan del cielo, la Eucaristía”


       “No Moisés, sino mi Padre, les da el verdadero Pan del cielo” (Jn 6, 30-35). Los israelitas creían que el maná que ellos comieron en el desierto era el verdadero maná: “Nuestros padres comieron el maná en el desierto”. Pensaban esto porque gracias a este alimento celestial, habían sido capaces de atravesar el desierto sin desfallecer de hambre para así alcanzar la Tierra Prometida, la ciudad de Jerusalén.

       Era un alimento celestial por su origen, porque la substancia de la cual estaba compuesto este pan, no provenía de manos humanas; provenía directamente de Yahvéh, quien de esa manera alimentaba a su Pueblo impidiendo no sólo la muerte por inanición, sino ante todo conservándoles la vida y fortaleciendo sus cuerpos para que pudieran llegar al destinado tan ansiado.

      Pero el maná del desierto, siendo con todo un alimento puramente material, que fortalecía principalmente el cuerpo, era en un cierto sentido también un alimento espiritual, porque los israelitas sabían que el maná provenía del Amor de Yahvéh, quien movido precisamente por este amor, los alimentaba de un modo tan maravilloso.

       Ahora bien, comparado con la abundante cantidad y el sabor de los refinados manjares con los que se deleitaban en Egipto –ollas y ollas de cebollas y carnes asadas-, el maná era más bien insípido, pero los israelitas sabían que los alimentos de Egipto, sabrosos y abundantes, eran alimentos de esclavitud, mientras que el maná era el alimento de la libertad.

        Sin embargo, a pesar de todas estas maravillas acerca del maná, Jesús les dice que ese no era el “verdadero maná”, porque era solo una figura del Verdadero Maná, el Pan de Vida eterna, la Eucaristía.

        La Eucaristía es el Verdadero Maná bajado del cielo, porque por ella el Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, son capaces de atravesar, no un desierto terreno, sino el desierto de la vida, y sin desfallecer del hambre de Dios, porque sus almas son alimentadas con la substancia misma de la divinidad. Alimentados y fortalecidos con un manjar tan substancial, se vuelven capaces de alcanzar la Jerusalén celestial, la Patria del cielo.

         El Verdadero Maná, la Eucaristía, es un alimento celestial por su origen, porque proviene de Dios Trino, pero es celestial también porque la substancia con la cual alimenta a las almas no está hecha por creatura alguna, porque se trata de la substancia humana glorificada del Hombre-Dios y de la Substancia Increada y el Acto de Ser de Dios Trino.

          Este alimento celestial alimenta a las almas, impidiéndoles morir porque las protege del pecado pero, ante todo, le concede una nueva vida, la Vida eterna del Hombre-Dios Jesucristo, y junto con esta vida eterna, les es concedida a las almas su misma fortaleza, la fortaleza con la cual el Hombre-Dios subió a la Cruz, con lo cual los que se alimentan con este Pan celestial se vuelven capaces de atravesar el desierto de la vida, en donde acechan las alimañas del desierto, los ángeles caídos, para llegar incólumes e invictos a la Patria celestial.

          Este es un maná que viene directamente del Amor de Dios, quien no puede soportar el ver a sus hijos desfallecer de hambre –el verdadero conocimiento y amor de Dios revelados en Cristo Jesús- y les envía este alimento, haciéndolo llover en el altar eucarístico para concederles este Pan Vivo, de un modo tan maravilloso y prodigioso, que dejan sin palabras a los mismos ángeles.

           Al igual que el maná del desierto, que comparado con los manjares de la tierra resultaba insípido, así también este Verdadero Maná que es la Eucaristía resulta insípido o poco sabroso a los sentidos, porque se trata de apariencias de pan sin levadura que saben a pan sin levadura, y dice San Ignacio que el pan no es un manjar, pero las carnes asadas y los manjares terrenos con los que se lo compara a este Pan del cielo representan a las pasiones sin control y por lo tanto al pecado, mientras que la Eucaristía es el alimento de los hijos de Dios, que son libres como es libre su Padre Dios.

            Estas son las razones por las cuales Jesús les dice, a los israelitas y a nosotros: “No Moisés, sino mi Padre, les da el verdadero Pan del cielo, la Eucaristía”.

viernes, 27 de abril de 2012

Yo Soy el Pan de Vida, no como el que os dio Moisés


“Yo Soy el Pan de Vida, no como el que os dio Moisés en el desierto” (Jn 6, 44-51). El pan prodigioso que los judíos recibieron de Moisés se podía decir “pan de vida” sólo en sentido relativo, porque lo único que hacía era prolongar temporalmente la vida corporal, al dar sustento material al cuerpo.
El maná de los judíos era “pan de vida” sólo en un sentido figurado, material y exteriormente, necesario para el cumplimiento de un retorno material y exterior del Pueblo Elegido a la Jerusalén terrena, figura del Paraíso celestial.
La Eucaristía, que es el único y verdadero Pan del cielo, lo es en un sentido real y no figurado, porque actúa desde la raíz más profunda del ser del hombre, concediéndole a este la vida eterna, alimentándolo con la substancia misma de Dios Trino, dándole el sustento del alma que le permite atravesar el desierto de la existencia humana en su peregrinar a la Jerusalén celestial, la vida eterna en comunión con las Tres Divinas Personas.
Quien comía el maná del desierto, terminaba finalmente por morir, puesto que no concedía más que una vida corporal y efímera.
Quien se alimenta de la Eucaristía, por el contrario, aunque muera corporalmente, vivirá para siempre, porque la Eucaristía es Pan Vivo que da la vida eterna del Hombre-Dios Jesucristo al que la consume con fe y con amor.

sábado, 16 de abril de 2011

Jueves Santo

Sólo Cristo en la Eucaristía es nuestra Pascua


No se puede entender la Pascua cristiana sino se tiene en cuenta aquello que era su sombra y figura, la Pascua Judía. Los judíos celebraban la Pascua Judía, en la cual conmemoraban las maravillas de Yahveh realizadas a favor del Pueblo Elegido. En esa Pascua, se comía un cordero asado, acompañado de hierbas amargas y de pan sin levadura, y se brindaba, con la copa de bendición, con vino.

“Pascua” significa “paso”, y era lo que los judíos conmemoraban: el “paso” de Egipto a la Tierra prometida, y el “paso” a través del Mar Rojo, en donde Yahvéh había abierto el mar en dos, para que los judíos pudieran pasar a través del lecho seco del mar; en el desierto, les había dado el maná, el pan bajado del cielo; les había dado codornices; les había hecho brotar agua de la roca; les había curado de la mordedura mortal de las serpientes con la serpiente de bronce hecha por Moisés. Ya incluso antes de salir de Egipto, Yahvéh había comenzado a obrar maravillas, al enviar al ángel exterminador, que preservó las casas de los hebreos, cuyos dinteles habían sido señalados con la sangre del cordero.

Al comer la carne de cordero, las hierbas amargas y el pan sin levadura, y al bendecir la cena pascual con el cáliz de bendición, los judíos recordaban todos estos maravillosos prodigios hechos por Yahvéh a favor suyo.

Yahvéh los había liberado, los había sacado de la esclavitud de Egipto, y los había liberado de sus enemigos, y los había introducido en la Tierra prometida. La cena pascual tenía este sentido de recuerdo, de memorial, en el sentido de traer a la memoria estos admirables hechos, para dar gracias a Yahvéh, el único Dios verdadero.

Con todo lo admirable que eran -y que continúan siendo- las maravillas de Yahvéh, la Pascua Judía, y los mismos hechos que la originan, eran solo una figura, una sombra, una prefiguración, de la verdadera Pascua, la Pascua de Cristo Jesús: todo lo ocurrido con el Pueblo Elegido, habría de verificarse con el Pueblo Elegido, no ya en sombras y figuras, sino en la realidad.

Si antes de salir de Egipto, las casas de los judíos habían sido señaladas en sus dinteles con la sangre del cordero pascual, ahora, para los cristianos, el Nuevo Pueblo Elegido, serían señaladas no sus casas materiales, sino las espirituales, es decir, sus almas, con la Sangre del Verdadero Cordero Pascual, Cristo Jesús, al mojar el cristiano sus labios con el Vino de la Alianza Nueva y Eterna.

Si al salir de Egipto, los judíos pudieron atravesar el Mar Rojo porque Yahvéh abrió sus aguas, de modo que pusieron atravesar el lecho seco del mar sin temor a ahogarse, para dirigirse a la ciudad de Jerusalén, con Cristo Jesús, Pascua y Paso verdadero, los cristianos pueden atravesar el mundo, para dirigirse hacia la Jerusalén celestial, la patria del cielo.

Si en la Antigüedad Yahvéh había abierto las aguas del Mar Rojo, para que los judíos fueran librados de sus enemigos, al ser estos inundados con las aguas del mar, ahora, Dios Padre, permite que una lanza abra el Corazón de su Hijo, para que el mundo sea inundado por las aguas celestiales, la gracia Divina, la Misericordia de Dios.

Si en la Pascua los judíos celebraban que, al atravesar el desierto, a ellos, fatigados por la travesía y sedientos por el sol del desierto, y hambrientos por el esfuerzo, habían recibido de Yahvéh la nube que los había protegido con su sombra, les había dado codornices, y les había hecho llover maná del cielo, y para su sed les había hecho salir agua de la roca con la vara de Moisés, ahora, en la Nueva Pascua, que es Cristo, Dios Padre da, al Nuevo Pueblo Elegido, la Iglesia Católica, algo más sabroso que carne de codornices, les da la carne del Cordero de Dios, asada en el fuego del Espíritu Santo, y les da un maná verdadero, el verdadero Pan del cielo, la Eucaristía, y les da algo que sacia la sed, no del cuerpo, sino del alma, la gracia divina, que sale no de una roca, sino del Corazón abierto del Salvador en la cruz.

Si la Pascua para los judíos consistía en atravesar el lecho seco del mar, para llegar a la Tierra Prometida, para el cristiano, la Pascua consiste en unirse, íntima y espiritualmente, por la fe y por la gracia, a Cristo, muerto y resucitado.

Si la Pascua, el “paso” para los judíos era pasar de la esclavitud de Egipto a la Tierra Prometida, la Jerusalén del Templo, la tierra que “mana leche y miel”, por la abundancia de sus bienes materiales, derivados de la Presencia del Señor en el Templo de Salomón, la Pascua para los cristianos, el “paso”, es pasar de la esclavitud del pecado, a la libertad de los hijos de Dios, libertad dada por la gracia, que destruye el pecado en el corazón del hombre, lo fortalece para luchar contra sus enemigos, el demonio, el mundo y la carne, y le concede una vida nueva, la vida de la gracia, que lo hace vivir con la vida misma de Dios Trino, y entrar en comunión de vida y de amor con las Tres Divinas Personas.

Si la celebración de la Pascua para los judíos consistía en comer carne de cordero, asada en el fuego, acompañada de hierbas amargas, de pan sin levadura, y el cáliz de bendición, para el cristiano, la Pascua consiste en comer sí carne de cordero, pero no la de cualquier cordero, sino la carne del Verdadero Cordero Pascual, asada en el fuego del Espíritu Santo, la Eucaristía, acompañada con las hierbas amargas de la tribulación, que acompaña a todo el que sigue a Cristo camino de la cruz; consiste en comer pan sin levadura, pero en realidad un pan que sólo parece ser pan, pues luego de las palabras de la consagración y de la transubstanciación obrada por el Espíritu de Dios, es el Cuerpo de Cristo resucitado, y por lo mismo es un Pan que da Vida eterna, la vida misma de Dios Uno y Trino; la Pascua cristiana consiste en acompañar la carne, las hierbas y el Pan de Vida eterna, con vino, pero no el que se elabora de la vid terrena, sino el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, que se obtiene en la vendimia de la Pasión, después de haber triturado a la Vid Verdadera, el Cuerpo de Cristo en el sacrificio de la cruz, y es por lo tanto un vino que parece vino, pero es en realidad la Sangre del Cordero de Dios.

Cristo Eucaristía es nuestra Pascua; en Él, en la unión con su cuerpo, tenemos el “paso” de esta vida a la vida eterna; unidos a Él, por el sacramento del altar, somos llevados al seno del Padre; unidos a Él, en la comunión, por el Espíritu Santo, pasamos de esta vida a la eternidad feliz en Dios Padre.

Sólo Cristo Dios en la Eucaristía es nuestra Pascua.