viernes, 29 de abril de 2022

"Tiren las redes y encontrarán"

 


(Domingo III - TP - Ciclo C – 2022)

         “Tiren las redes y encontrarán” (Jn 21, 1-14). En este Evangelio se relata lo que podemos llamar “la segunda pesca milagrosa”. En la escena evangélica, que transcurre luego de la muerte y resurrección de Jesús, Pedro, Juan y los demás discípulos están pescando durante toda la noche, pero sin obtener ningún resultado, al punto que regresan con las barcas y las redes vacías.

         Al regresar, ven a Jesús a la orilla del mar; Jesús les pregunta si tienen algo para comer, algo que hayan obtenido de la pesca y ellos le dicen que no. Entonces Jesús, al igual que en la primera pesca milagrosa, les ordena que regresen al mar y que echen las redes. Ellos obedecen y esta vez, a diferencia de toda la pesca de la noche, obtienen tantos peces que casi “podían arrastrarla”, dice el Evangelio.

         En esta escena, debemos trasladar los elementos naturales a los sobrenaturales, para entender su sentido último sobrenatural. Así, la Barca de Pedro, es la Iglesia Católica; el mar es el mundo y la historia de los hombres; los peces son los hombres sin Dios; la noche es la historia de la humanidad sin la luz y la Presencia de Cristo resucitado; la pesca infructuosa es la acción apostólica de la Iglesia que resulta infructuosa cuando la Iglesia deja de lado el misterio salvífico de Cristo, se olvida de su condición de Hombre-Dios, de sus milagros, el principal de todos, la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre en la Última Cena y en cada Santa Misa y en vez de eso, adopta ideologías humanas que desplazan a Cristo Dios del centro y lo reemplazan por un Cristo vacío de poder divino, un Cristo que no es Dios, un Cristo que es puramente humano, un Cristo que es hombre y no Hombre-Dios; la pesca es la acción apostólica de la Iglesia que sin la guía de Cristo y su Espíritu Santo, intenta adaptarse al mundo, es una Iglesia que se mundaniza con el mundo, que adopta criterios y pensamientos mundanos y deja de lado los Mandamientos de Cristo, los Sacramentos de la Iglesia, la oración, la Adoración Eucarística y se confía en el psicologismo y adopta como suyos los criterios mundanos y anticristianos de organismos anticristianos. Cuando la Iglesia hace esto, se mundaniza y se queda sin frutos, con las redes vacías, porque eso significan las redes vacías: la ausencia de fieles en el seno de la Iglesia.

         Por el contrario, la pesca milagrosa, realizada a la luz del día, a la luz del sol, simboliza la actividad apostólica de la Iglesia que es realizada bajo la guía del Sol de justicia, Cristo Jesús, el Hombre-Dios, quien guía a la Barca de Pedro con su Espíritu, el Espíritu Santo, el Espíritu del Padre y del Hijo. La pesca milagrosa simboliza la actividad apostólica de la Iglesia que da frutos de santidad porque se basa en la Palabra de Cristo, que es la Palabra eternamente pronunciada por el Padre, Palabra que está contenida en las Sagradas Escrituras, pero también en la Tradición y en el Magisterio. La pesca milagrosa significa la acción de la gracia santificante en las almas de los hombres que viven en la oscuridad de este mundo en tinieblas, que al ser iluminados por Cristo, ingresan en la Iglesia, atraídas por las “palabras de vida eterna” que tiene Cristo, palabras que iluminan al alma con la luz divina y le conceden la luz de la Trinidad, abriendo para el alma un horizonte nuevo, un horizonte que trasciende la simple humanidad, el tiempo y el espacio y la predestina a la eternidad en el Reino de los cielos.

         “Tiren las redes y encontrarán”. Nunca debemos reemplazar la Palabra de Dios, Cristo en las Escrituras y en la Eucaristía, por ideologías humanas, extrañas al Evangelio –ideología de género, materialismo, neo-paganismo, etc.-, porque estas ideologías son propias de la oscuridad y no pertenecen en absoluto a la Trinidad. Por el contrario, debemos ser siempre fieles a la Palabra de Dios, que se nos ofrece en las Escrituras y, encarnada, en la Eucaristía; debemos aferrarnos a los Mandamientos de Dios, a los preceptos de la Iglesia, a las enseñanzas del Magisterio y de la Tradición, que son inmutables porque son eternos, ya que proceden de Dios Uno y Trino que es la eternidad en Sí misma y que por eso mismo son válidos para todos los tiempos de la humanidad. Sólo así, siendo fieles a la Palabra Eternamente pronunciada por el Padre, Cristo Dios, la Barca de Pedro, la Iglesia Católica, obtendrá el mejor de los frutos de su acción apostólica, que es la salvación eterna de los hombres.

miércoles, 20 de abril de 2022

Domingo in Albis o Domingo de la Divina Misericordia

 


"Anunciarás al mundo mi Segunda Venida (...) Esta imagen es la última tabla de salvación para el hombre de los Últimos Tiempos"
(Nuestro Señor Jesucristo a Santa Faustina Kowalska)

(Domingo II - TP - Ciclo C – 2022)

         El segundo Domingo de Pascuas se llama también “Domingo in albis” o “Domingo de la Divina Misericordia”. En este Domingo, por expreso pedido de Nuestro Señor Jesucristo a Santa Faustina Kowalska, se celebra a la Divina Misericordia: “Quiero que mi Misericordia sea honrada en toda la Iglesia el segundo domingo de Pascuas”.

         La razón por la cual se debe honrar, alabar y adorar a la misericordia de Dios es que Dios es infinita misericordia, una misericordia sin límites, infinitamente más grande que el más grande de los pecados del hombre. Ahora bien, lo que debemos tener en cuenta es que, aunque esta misericordia es infinita en Sí misma, tiene un límite y es el tiempo que dura nuestra vida aquí en la tierra. En otras palabras, cuando nuestra vida terrenal termina, se termina el tiempo de la misericordia, para dar comienzo a la Divina Justicia. Esta vida terrena es el tiempo en el que actúa la Divina Misericordia, sin importar la gravedad y cantidad de nuestros pecados, basta con que nos arrepintamos de nuestro mal obrar y acudamos al Sacramento de la Confesión: “Di a los pecadores que mi Misericordia es infinita”. Pero la Misericordia Divina termina cuando termina esta vida terrena, para dar paso a la Justicia Divina; el día de nuestra muerte es el anticipo del Día del Juicio Final, el Día de la Ira de Dios, Día en el que los impíos, los impenitentes, los que no se arrepienten de sus pecados, probarán el amargo y doloroso saber de la Justicia Divina. En ese día, dice la Virgen a Sor Faustina, hasta los ángeles del Cielo temblarán ante la Ira de Dios: “En el Día del Juicio Final temblarán hasta los ángeles del Cielo”. Mientras vivimos en esta vida terrena, la Misericordia Divina es infinita, pero cuando esta vida termina, comienza la Justicia Divina, por eso es necesario que acudamos al Sacramento de la Confesión, para recibir el perdón de nuestros pecados y así ser protegidos por la Divina Misericordia en el Día del Juicio Final.

         Este otro aspecto de Dios debemos tenerlo bien presente, para que no nos confundamos eternamente: Dios es infinita misericordia, pero también es infinita justicia. Si Dios no fuera Justo, es decir, si fuera injusto, no sería Dios, porque la injusticia es una imperfección y Dios es Perfecto por definición. Dios es Justicia Infinita y quien no quiera pasar por la Misericordia Divina, deberá pasar por la Justicia Divina y así lo dice Jesús: “Quien no quiera pasar por mi Misericordia, deberá pasar por mi Justicia Divina”. Y los rayos de Sangre y Agua que brotan del Corazón traspasado de Jesús son el refugio santo contra la Ira de Dios: “El que se ampare en mi Misericordia, no sufrirá el rigor de mi Justicia”.

         Es un gravísimo error en los cristianos pensar que Dios es Pura Misericordia y que no castiga a nadie; es un gravísimo error pensar que Dios nos lleva a todos al Cielo, aun si no nos arrepentimos de nuestros pecados: nadie entrará al Cielo obligado; nadie ingresará en el Reino de Dios a la fuerza y la impenitencia, el no arrepentirse del pecado, del mal cometido, es un signo de que la persona no quiere entrar en el Reino de Dios; es un signo de que la persona prefiere el pecado antes que la gracia santificante que Jesús nos ofrece desde su Corazón traspasado.

         Por último, la imagen de Jesús Misericordioso es una señal de que el tiempo de la Divina Misericordia se está acabando para la humanidad, sumergida en la tiniebla del pecado, de la muerte y del ocultismo y de que está a las puertas el Día de la Ira de Dios. Así le dice Jesús a Santa Faustina: “Esta imagen es la última tabla de salvación para el hombre de los últimos tiempos (…) Anunciarás al mundo mi Segunda Venida (…) Ya no habrán más devociones hasta el fin”. La imagen de Jesús Misericordioso anuncia que las puertas de la Divina Misericordia todavía están abiertas, pero también anuncian que están a punto de cerrarse y quien no quiera refugiarse en la Divina Misericordia, deberá sufrir para siempre el peso y la furia de la Ira Divina. Mientras hay tiempo, hay Misericordia; no desperdiciemos el tiempo y acudamos cuanto antes al refugio que nos protege de la Ira de Dios, el Corazón Misericordioso de Jesús.

domingo, 10 de abril de 2022

Domingo de Resurrección

 



(Ciclo C – 2022)

         Luego de morir en la Cruz el Viernes Santo, luego de pasar tres días en el sepulcro, Cristo, cumpliendo sus palabras, resucita. Debido a que se trata de uno de los dogmas centrales de la fe católica, es necesario detenernos para reflexionar acerca de qué es lo que la Iglesia Católica entiende por “resurrección”.

         Ante todo, hay que considerar qué es lo que sucedió en la mueret de Cristo. Según la fe católica, Cristo es el Hombre-Dios y en cuanto tal, posee un cuerpo y un alma humanas reales, unidas a la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, el Verbo de Dios. En cuanto Dios Hijo, vive desde la eternidad, en unión con el Padre y el Espíritu Santo, poseyendo con el Padre y el Espíritu Santo el mismo y único Ser divino trinitario; en cuanto Hombre perfecto, comienza a existir en el tiempo en el momento de la Encarnación, con su Cuerpo y su Alma creados por la Trinidad. En el momento de morir, su Alma unida a la Persona del Verbo desciende al Limbo de los justos, para rescatar a los justos del Antiguo Testamento y conducirlos al Cielo; su Cuerpo es descendido de la Cruz, es llevado en procesión y es dejado respetuosamente tendido en la fría loza del Santo Sepulcro. Aunque su Cuerpo permanecía unido a la Persona divina del Hijo de Dios, su Cuerpo estaba verdaderamente muerto debido a la separación del Alma luego de tres horas de agonía en la Cruz. Esto es necesario tener en cuenta, para considerar en qué consiste la Resurrección: por la Resurrección, Jesús vuelve a la vida, pero no a la vida esta mortal que todos los que vivimos en la tierra tenemos, sino que vuelve a la vida gloriosa, eterna, divina, celestial y absolutamente sobrenatural, que Él tenía con el Padre y el Espíritu Santo desde la eternidad. La vida con la que resucita Jesús es la Vida Divina y Eterna que brota eternamente del Ser divino trinitario; es una Vida que es Luz y Gloria divina y es por eso que el Cuerpo de Jesús resplandece, glorificado, con la luz y la gloria de la Trinidad, con la luz y la gloria que Él posee como Dios Hijo desde toda la eternidad. Es en esto en lo que consiste la Resurrección: en la posesión perfecta por parte de Jesús, de la Vida Divina trinitaria, la misma Vida que Él poseía con el Padre desde toda la eternidad. Es con esta Vida Divina con la cual su Cuerpo comienza a vivir y por eso su Cuerpo está glorificado y su Alma está glorificada.

Los católicos debemos comunicar al mundo no solo esta verdad de la Resurrección de Jesús, sino que debemos comunicar otra verdad, estrechamente unida a la Resurrección: Jesús ha resucitado del sepulcro con su Cuerpo y Alma glorificados y ha dejado vacío el Santo Sepulcro, para ocupar, también con su Cuerpo y su Alma glorificados, el Santo Sagrario. Si Jesús estaba tendido en la loza del sepulcro, muerto, ahora está, glorioso y resucitado, de pie, en el Sagrario, en la Eucaristía, para concedernos su Vida divina, su Gloria, su Alegría, su Paz, su Fortaleza divina.

         Los católicos no solo debemos dar testimonio, con nuestras vidas y si fuera preciso, con nuestra muerte- de que Jesús ha resucitado, sino de que está, glorioso y resucitado, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la Sagrada Eucaristía.

Sábado Santo

 



(Ciclo C – 2022)

         Durante todo el Sábado Santo, la Santa Iglesia Católica, la Esposa Mística del Cordero, observa una vigilante espera junto al sepulcro de su Señor, a imitación de la Madre de Dios, María Santísima, quien espera, confiada en la Palabra de su Hijo, la Resurrección del Hijo de su Corazón. Durante todo el Sábado, no se celebra el Santo Sacrificio del altar, la Santa Misa, hasta el anochecer. Recién cuando se hace de noche –y por lo tanto se considera que ya comienza un nuevo día- la Iglesia celebra la Vigilia Pascual. Esta vigilia se celebra al anochecer para significar que la Resurrección de Jesús, ocurrida entre la noche del sábado y la madrugada del Domingo, es la Luz que disipa todas las tinieblas que oscurecen nuestro ser y nuestra existencia.

         Teniendo esto en cuenta, se hace necesario reflexionar en tres elementos de la Vigilia Pascual para poder profundizar en el sentido sobrenatural de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor: la noche, la bendición del fuego y el cirio pascual.

         La noche cosmológica, la noche que sobreviene a la tierra cuando el sol se oculta, simboliza la oscuridad espiritual; ahora bien, hay que considerar que el ser humano está envuelto en una triple tiniebla espiritual: la tiniebla del pecado, la tiniebla de la razón humana y la Tiniebla viviente por antonomasia, el Ángel caído, Satanás. Esta triple tiniebla espiritual envuelve a todo ser humano que nace en esta tierra, a causa del pecado original, nace inmerso en esta triple tiniebla la cual, al ser de orden espiritual, no puede ser disipada por ninguna luz creada. Aun cuando el ser humano esté iluminado por la luz artificial o la luz del sol, continúa inmerso en estas tinieblas espirituales, aunque no se dé cuenta.

         La bendición del fuego o mejor, el fuego bendecido, simboliza al Amor de Dios, el Espíritu Santo, Fuego de Amor Divino, que envuelve al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y que Jesús nos concede en cada Comunión Eucarística.

         El cirio pascual es símbolo de Jesús de Nazareth, el Hijo de Dios encarnado, Dios Hijo hecho hombre sin dejar de ser Dios que, en cuanto Dios, es Luz Eterna, porque el Ser divino trinitario, que Él posee junto al Padre y al Espíritu Santo, es luz en Sí mismo. El cirio pascual simboliza a Jesús en su Humanidad y en su Divinidad: en su Humanidad Santísima, porque el cirio está realizado con cera de abeja pura, indicando así la Pureza Inmaculada de la Humanidad –el Cuerpo y el Alma- de Jesús de Nazareth; la Divinidad de Jesús está simbolizada en el fuego: así como el fuego está en el cirio e ilumina a través de él, así la Divinidad de la Segunda Persona de la Trinidad, unida a la Humanidad Santísima en la Encarnación, ilumina las triples tinieblas que envuelven a la humanidad, a cada ser humano.

         Finalmente, la totalidad de la Santa Misa de la Vigilia Pascual se resume en esta idea: la noche cosmológica simboliza la triple oscuridad espiritual en la que está envuelta la humanidad: el pecado, la razón humana oscurecida y el Demonio y esta triple oscuridad es vencida por Cristo Dios, resucitado y glorioso, que ilumina con la Luz Eterna del Ser divino trinitario a los ángeles y santos en el Cielo y a las almas de los bautizados en la Iglesia Católica en la tierra. La luz del cirio pascual, que disipa las tinieblas de la noche, simbolizan a Cristo Dios que con su Luz Eterna disipa las tinieblas del pecado, de la razón humana sin Dios y la tiniebla viviente por antonomasia, el Demonio. Por eso, como única Iglesia verdadera del Único Dios verdadero, decimos: “Cristo, Luz Eterna, ilumina nuestras tinieblas, sálvanos de la eterna oscuridad, condúcenos al Reino de la luz, a la Jerusalén celestial”.

Viernes Santo

 



(Ciclo C – 2022)

         ¿Qué hace Jesús en el Calvario, en el Viernes Santo? Sobre todo, derrama Sangre y muere. En estas dos acciones de Jesús en la Santa Cruz del Calvario, encontramos el sentido de nuestra vida terrena: evitar el Infierno, salvar el alma, ingresar al Reino de los cielos. Cuando contemplamos los pies de Jesús, atravesados por un grueso clavo de hierro, meditamos sobre el inmenso dolor que soportó Jesús no solo en el momento en el que el clavo atravesaba sus pies, sino durante toda la crucifixión, durante su agonía y hasta el momento de su muerte, porque sus pies eran el único apoyo que tenía para poder seguir respirando y por eso sus pies sufrieron dolores inimaginables. Al contemplar y besar sus pies ensangrentados, le pedimos a Jesús que nuestros pasos nunca se encaminen en dirección al pecado, sino que sigan siempre el Camino de la Cruz, el Via Crucis. Cuando contemplamos el Costado traspasado de Jesús, meditamos en la Sangre y el Agua que brotaron de su Corazón por el lanzazo recibido; la Sangre representa el Amor de Dios que se derrama sobre el hombre pecador que se arrepiente y el Agua representa la gracia santificante, que lava al alma de la mancha del pecado y le concede la vida del Ser divino trinitario. Al contemplar el Costado traspasado de Jesús, le pedimos que por su infinita misericordia perdone nuestros pecados en el Sacramento de la Penitencia, para que así, con el alma en gracia, seamos conducidos al cielo. Cuando contemplamos la Mano izquierda de Jesús, meditamos acerca del dolor inmenso que sufrió por nuestra salvación, para que no caigamos en la eterna condenación y le pedimos, por los méritos de su Sangre derramada en la Mano izquierda, que en el Día del Juicio Final, el Día de la Ira de Dios, no nos encontremos a su izquierda, con los condenados, con los réprobos, con los que sufrirán por propia culpa, eternamente, los dolores, los terrores y los horrores del Infierno. Cuando contemplamos la Mano derecha de Jesús, meditamos sobre su Sangre derramada y el dolor agudísimo que soportó al ser traspasada por el clavo, a la altura del nervio mediano, lo que le hizo contraer sus dedos de forma espasmódica y le pedimos que por el dolor que sufrió en su Mano derecha y por la Sangre que derramó en su Mano derecha, seamos conducidos, al final de nuestra vida terrena, al Reino de los cielos, al Reino del Padre, al Reino de la Eterna Luz. Cuando contemplamos la Cabeza coronada de espinas, meditamos en el inmenso dolor que sufrió Jesús cuando fue coronado de espinas, unas espinas gruesas, fuertes, duras, filosas, que atravesaron su cuero cabelludo, llegando las espinas hasta los huesos del cráneo, aumentando enormemente su dolor y al meditar en su Corona de espinas, le pedimos al Rey del universo que por su Sangre derramada en la coronación de espinas, no solo no tengamos ningún mal pensamiento, de ningún tipo, sino que tengamos siempre los pensamientos santos y puros que tiene Él coronado de espinas, para que así nos conservemos alejados del pecado y vivamos siempre en gracia, para poder luego de este paso terrenal, ser coronados de gloria en el Reino de Dios. Entonces, nadie puede decir que no encuentra sentido a la vida: en la Crucifixión de Jesús está escrito todo el sentido de nuestra vida terrena y la predestinación a la vida eterna.

Jueves Santo

 



(Ciclo C – 2022)

         En la Última Cena, antes de comenzar su Pasión redentora, Jesús deja a la Iglesia Católica un don inimaginablemente grandioso, imposible siquiera de imaginar si no fuera revelado por el mismo Dios: el don de su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad, en la Sagrada Eucaristía. Es tanto el Amor que reside en el Corazón de Jesús por todos los hombres, que sabiendo Él que iba a morir en cruz y que regresaría al seno del Padre, desde donde provenía desde la eternidad, Jesús establece un modo de quedarse en medio de los hombres, en medio de su Iglesia, la Iglesia Católica y es por medio del Sacramento de la Eucaristía, confeccionado en el Santo Altar, en cada Santa Misa. Por el don de la Eucaristía, Jesús está Presente, en Persona, en la Hostia consagrada, con su Humanidad Santísima glorificada, unida a su Persona Divina, la Segunda de la Trinidad. Esto significa que Jesús está en la Eucaristía tal como está en el cielo: así como está en el cielo, con su Cuerpo y su Sangre glorificados y unidos a la Persona Divina del Hijo de Dios, así está en la Eucaristía. Por esta razón, la Eucaristía es el Don de dones, el Don más grandioso que la Trinidad pueda hacer a los hombres, porque es el Don de la Segunda Persona de la Trinidad unida por la Encarnación a la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth. Esto es lo que justifica la adoración que la Iglesia tributa a la Eucaristía, porque la Eucaristía no es lo que parece, un poco de pan, sino el Cuerpo y la Sangre del Hombre-Dios Jesucristo. Porque es la Segunda Persona de la Trinidad encarnada, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, es que la Eucaristía merece ser adorada y amada por los bautizados, quienes deben reunirse en torno al Altar para postrarse en adoracióna al Cordero Místico, así como los ángeles y santos adoran al Cordero en los cielos. La Eucaristía es el Don más preciado que nos deja Jesús, porque no nos deja ni oro ni plata, sino algo infinitamente más valioso que todo el oro y la plata del universo, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.

         También deja Jesús, en la Última Cena, otro don, segundo don, sin el cual, el Primer Don, la Eucaristía, no podría prolongarse en el tiempo: el sacerdocio ministerial. Sin el sacerdocio ministerial, es imposible que Jesús baje del Cielo en la Santa Misa, para convertir el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre. Entonces, estos son los dos grandes dones que deja Jesús para nosotros, que formamos su Cuerpo Místico: el don de su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, la Sagrada Eucaristía, por la cual Dios baja del cielo a la tierra para quedarse en la Hostia consagrada; el segundo don, el sacerdocio ministerial, sin el cual Dios no baja a la tierra, no convierte el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre. Sin Eucaristía, no hay Presencia de Dios en la Iglesia; sin el sacerdocio ministerial, no hay Eucaristía, no hay Presencia real de Cristo en la Hostia consagrada.

sábado, 2 de abril de 2022

"Lo buscaban para matarlo"

 


“Jamás nadie ha hablado como este hombre” (Jn 7, 40-53). A medida que nos acercamos a la Pasión, se van poniendo de manifiesto el contenido íntimo de los corazones de todos los que participarán de ella: en unos, quedarán al descubierto en su malicia y perversidad, como es el caso de los doctores de la ley, los escribas y los fariseos; en otros, se reflejará el deseo sincero de conversión a Dios luego de descubrir en Jesús palabras de una sabiduría que no vienen de este mundo sino del cielo, como es el caso de los guardias del templo, que no apresan a Jesús por quedar sorprendidos por su sabiduría: “Jamás nadie ha hablado como este hombre”.

La perversión de los fariseos, de los escribas y de los doctores de la ley se manifiesta en sus intenciones: quieren apresar a Jesús para llevarlo a juicio, pero con una sentencia ya dictada, por lo que el juicio es solo una pantalla para cumplir su objetivo principal, que es el de matar a Jesús, tal como lo dice en una parte del Evangelio: “Buscaban la forma de matarlo”.

Finalmente lo conseguirán, sobre la base de calumnias y falsas acusaciones, ayudados por el traidor Judas Iscariote.

Entonces, así como en tiempos de Jesús los corazones se pusieron de manifiesto, a favor o en contra de Jesús –a favor quienes con un corazón sincero amaban la Verdad y la reconocían en la sabiduría de Jesús y en contra aquellos que obstinadamente persistían en el pecado y deseaban matar a Jesús-, así también, al final de los tiempos, cuando sea la Iglesia, el Cuerpo Místico de Jesús, la que sufra la Pasión de su Cabeza, Cristo Jesús, así también se pondrán de manifiesto quienes están destinados a la eterna salvación y quienes están destinados a la eterna perdición, todos los que obran el mal y la iniquidad sin deseos de arrepentimiento.