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miércoles, 2 de marzo de 2022

Viernes después de Cenizas

 


         “Que la austeridad penitencial nos ayude en el combate cristiano contra el mal”. Esto reza la Iglesia en la Liturgia de las Horas en las Laudes del Jueves de Cenizas y de esta manera nos da las razones por las cuales, como cristianos, debemos vivir el tiempo litúrgico de la Cuaresma haciendo penitencia. ¿Qué significa este “combate cristiano contra el mal? Para saber la respuesta, debemos reflexionar acerca de qué es lo que entendemos por “mal”, porque la penitencia cuaresmal se orienta a combatir el mal. Podemos decir que hay dos tipos de males: el pecado como mal de la persona y el mal personificado, el mal que define a una persona y este es el Ángel caído, Satanás. Entonces, cuando decimos que la penitencia y la austeridad cuaresmal nos ayudan en el “combate cristiano contra el mal”, estamos haciendo referencia a estos dos tipos de males, el pecado como mal personal y el Demonio como mal personificado en una persona angélica, el Ángel Apóstata.

         Con relación al pecado personal podemos encontrar en las Escrituras qué es lo que el mismo Dios quiere que combatamos en nosotros. Por ejemplo, en Isaías 58, 1-12, Dios dice así por boca del profeta: “El día del ayuno buscáis vuestro interés y apremiáis a vuestros servidores; mirad: ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad”. Dios nos hace ver que lo que debemos combatir a través del ayuno y la penitencia es el pecado personal, que es el mal que surge en el corazón y que luego se traduce en obras malas: egoísmo, riñas, disputas, las cuales no necesariamente son físicas, sino ante todo de orden moral, como la calumnia y la difamación, males inmensamente peores que los golpes físicos.

         Éste es entonces el primer mal a combatir, el pecado como mal personal.

         El segundo mal a combatir es el mal personificado, podríamos decir, el mal convertido en persona y es el Ángel caído, Satanás, quien ronda a nuestro alrededor buscando la ocasión de hacernos caer para arrastrarnos con él a la eterna perdición. La Escritura lo describe como “león rugiente que anda buscando a quién devorar”. Por supuesto que no debemos creer que todo el mal personal que cometemos se debe a la acción del demonio, porque en la mayoría de las veces el demonio no tiene necesidad de tomarse el trabajo de tentarnos, ya que solos nos precipitamos en el pecado.

         “Que la austeridad penitencial nos ayude en el combate cristiano contra el mal”. Nuestro combate –“combate es la vida del hombre en la tierra”, dice el libro de Job- entonces no es contra el prójimo, sino contra nosotros mismos, en la tendencia al mal que llevamos, como consecuencia del pecado original y es contra el demonio, contra el Príncipe de las tinieblas. Y como es un combate cristiano, no usamos armas materiales, sino espirituales: la oración, los sacramentos, la adoración eucarística, el santo crucifijo, los sacramentales. Sólo así no sólo combatiremos el mal, sino que obraremos el bien, la misericordia corporal y espiritual, que nos abre las puertas del cielo.

jueves, 2 de julio de 2020

“Sean astutos como serpientes y sencillos como palomas”




“Sean astutos como serpientes y sencillos como palomas” (Mt 10, 16-23). Jesús da un consejo a su Iglesia misionera y para ello utiliza las imágenes de dos animales: una serpiente y una paloma: “Sean astutos como serpientes y sencillos como palomas”. La razón es que la misión se ha de desarrollar en el mundo y el mundo está regido, desde el pecado original, por el “Príncipe de este mundo”, el Ángel caído, como Jesús mismo lo dice y el Príncipe de este mundo, el Demonio, no se guía por la Verdad y el Bien, sino por la Mentira y el Mal, los cuales deben ser combatidos. Porque se guía por la mentira y el mal, la Iglesia que misiona en el mundo es comparada por Jesús a “ovejas en medio de lobos”: “Os envío como a ovejas en medio de lobos”. Esto es así porque la Iglesia de Jesús no puede, de ninguna manera, utilizar los mismos instrumentos que utiliza el Demonio y los hombres malvados a él asociados, esto es, la mentira y el mal: la Iglesia se guía por Jesús y su Espíritu, que es un espíritu de Verdad y no de mentira; es un espíritu de santidad y bondad y no de maldad y engaño. Entonces, para que la Iglesia no sea derrotada en su tarea misionera, es que Jesús advierte a sus discípulos y les aconseja que posean las virtudes de dos animales, la serpiente y la paloma: “Sean astutos como serpientes y sencillos como palomas”. La Iglesia misionera debe estar prevenida contra la astucia de la Iglesia de Satán y por eso debe ser ella misma astuta –“sean astutos como serpientes”-, pero también debe estar prevenida contra el orgullo del mal, para no caer en él, y por eso debe tener la virtud de la humildad y la sencillez –“sean sencillos como palomas”-. Es muy difícil y muy arduo luchar contra la mentira, la calumnia, la difamación, el orgullo, pero la Iglesia no está desamparada, aun cuando se encuentre en el mundo en aparente estado de indefensión, “como ovejas entre lobos”: su defensa serán la astucia, guiada por la Verdad de Cristo, la humildad, también participada de Cristo, y la asistencia del Espíritu Santo, asistencia prometida por el mismo Cristo: “el Espíritu de su Padre hablará en ustedes”.
“Sean astutos como serpientes y sencillos como palomas”. En nuestra tarea de anunciar el Reino de Dios, debemos enfrentarnos a la astucia y a la mentira del Príncipe de este mundo y de los hombres malvados a él asociados; estamos prevenidos por Jesús y estamos seguros de la asistencia de su Espíritu, el Espíritu del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo, y por eso estamos seguros de que en la lucha contra las fuerzas del mal, saldremos victoriosos en el Nombre de Jesús.

domingo, 15 de junio de 2014

“No hagan frente al que les hace mal”


“No hagan frente al que les hace mal” (Mt 5, 38-42). El consejo de Jesús de cómo actuar frente a los enemigos, podría mal interpretarse en el sentido de un pacifismo a ultranza, como una especie de “irenismo”, un pretender hacer las paces a toda costa, aun al precio de dejar en el camino la verdad y la justicia. No es ese el sentido en el que lo dice Jesús y jamás lo puede ser, porque la renuncia a la Verdad y a la Justicia, en vez de traer paz, solo trae injusticia y con la injusticia, discordia.
Jesús pide que sus discípulos no hagan frente a quien les hace el mal, porque el mal ha sido ya vencido por Él desde la cruz; aun más, el mal ha sido vencido desde siempre, desde la eternidad, porque el mal jamás puede prevalecer sobre el bien. El mal es suma imperfección, es carencia absoluta de bien; es sinónimo de oscuridad, de tinieblas, de fealdad, de error, de ignorancia y, en última instancia, y lo más grave de todo, es sinónimo de ausencia de Dios. Es en esto último en lo que radica la peligrosidad de responder al mal con mal: en que si un cristiano responde con mal a quien le hace mal, está indicando que en él está ausente Dios, que es Sumo Bien, con lo cual contradice su condición de cristiano.

“No hagan frente al que les hace mal”. Como cristianos, Jesús nos pide que no hagamos frente a quienes nos hace mal, con el mal, pero sí nos pide que les hagamos frente con la cruz, con el crucifijo, es decir, con el Bien Absoluto, con el Bien Perfecto, con el Bien Infinito, que es Él, materializado y crucificado, que desde la cruz, ha derrotado y vencido para siempre al mal y a todo lo que el mal representa: las tinieblas, la oscuridad, el error, el Mal absoluto y personificado en el Ángel caído.

sábado, 8 de febrero de 2014

“Ustedes son la luz del mundo..."


(Domingo V - TO - Ciclo A – 2014)
         “Ustedes son la luz del mundo (…) una lámpara no se enciende para ocultarla, sino para que alumbre (…) los hombres deben ver brillar la luz que hay en ustedes, con sus buenas obras, para que glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mt 5, 13-16). Nuestro Señor plantea la lucha entre el Bien y el Mal en términos de luz y oscuridad: los cristianos forman parte de la luz, participan de la luz, porque Dios Padre les ha hecho partícipes de su luz al comunicarles la gracia divina de la filiación en el bautismo sacramental; es a esta luz a la que Jesús se refiere cuando dice que “no se enciende una lámpara para esconderla bajo un cajón”, porque es Dios Padre quien ha encendido al alma con la luz divina de la gracia en el momento del bautismo. Para graficar esta lucha, Jesús utiliza la figura de un hombre que enciende una luz en una lámpara: si la enciende, es obvio que no se la enciende para esconderla debajo de una mesa o para ponerla dentro de un cajón; si alguien enciende una lámpara, es porque la casa se encuentra en tinieblas y es necesaria la luz y esa luz debe colocarse en lo alto para que disipe las tinieblas, de otro modo, es inútil. Ese hombre que en la figura del Evangelio enciende la luz de la lámpara es en la realidad sobrenatural de la eternidad de los cielos, Dios Uno y Trino, porque Dios Trino es luz y luz eterna, indefectible, celestial, sobrenatural; Dios es luz que vence a las tinieblas, a los ángeles caídos, que son tinieblas vivientes, y Dios, que es luz eterna y viviente, comunica de esa luz por medio del bautismo sacramental, a las almas, convirtiéndolas de meras creaturas en hijos adoptivos suyos, reviviendo así en cada bautismo sacramental la escena del Jordán, dirigiendo a cada niño que se bautiza las mismas palabras que le dirigió a su Hijo Jesús: “Este es mi hijo muy amado”. Pero esta luz de gracia, la gracia de la filiación, que Dios Padre enciende en el bautismo sacramental, debe ser desplegada voluntaria y libremente porque el hombre es un ser libre ya que en esto consiste la “imagen y semejanza” con la que fue creado (cfr. Gn 1, 26), y este despliegue libre y voluntario de la gracia, se verifica por medio de las obras buenas, que son las que iluminan y disipan las tinieblas.
         La gracia del bautismo es luz, porque es participación de la Gracia Increada, es decir, es participación de Dios, que es Luz en sí mismo, pero si esa luz, esa gracia, no se pone por obra, no ilumina, y así las tinieblas no se disipan, permanecen como tinieblas. Cuando un católico no da testimonio de su catolicismo, el mundo, que “yace en tinieblas y en sombras de muerte” (cfr. Lc 2, 6-7) sigue yaciendo en tinieblas y en sombras de muerte”. Si un niño que asiste a un colegio católico miente y roba y maltrata a sus padres, sin propósito de enmienda, es una lámpara que se oculta bajo la mesa, no alumbra y no ilumina; si los novios católicos no conservan la castidad, no alumbran, no dan testimonio, no alumbran; si los padres católicos no rezan ni asisten a Misa, no alumbran a sus hijos y si no evitan la discordia entre sí, no alumbran; si un sacerdote católico está a favor de la anti-natura, no alumbra; si una universidad católica no predica el Magisterio eclesiástico, no alumbra; si un colegio católico se relaja en la moral católica, no alumbra; si un medio de información católico no transmite información católica, no alumbra, y así sucede con todo lo demás.

“Ustedes son la luz del mundo (…) una lámpara no se enciende para ocultarla, sino para que alumbre (…) los hombres deben ver brillar la luz que hay en ustedes, con sus buenas obras, para que glorifiquen al Padre que está en el cielo”. Si el mundo de hoy está inmerso en la más profunda de las tinieblas, es porque los cristianos no alumbramos como deberíamos. Es hora de que obremos las obras de misericordia, corporales y espirituales, las que nos prescribe la Iglesia, para que los hombres vean la luz que Dios ha puesto en nuestras almas el día de nuestro bautismo, y así glorifiquen al Padre que está en los cielos.

martes, 30 de octubre de 2012

“Apártense de Mí los que obran el mal”



“Apártense de Mí los que obran el mal” (Lc 13, 22-30)). Llamativamente, las terribles palabras que dirigirá Jesús, Juez Eterno, a los que se condenen, en el Juicio Final, tendrán por destinatarios –al menos, según se desprende del relato evangélico- a quienes en esta vida terrena fueron religiosos, entiéndase por “religiosos” tanto a los consagrados como a los laicos, es decir, los bautizados en la Iglesia Católica.
Esto se desprende de los argumentos que esgrimirán los que, finalmente, no podrán pasar el examen del Justo Juez, quien terminará por rechazarlos definitivamente: “Apártense de Mí los que obran el mal”.
Los que reciban esta inapelable sentencia, le dirán: “Hemos comido y bebido contigo, y tú predicaste en nuestras plazas”, y este “comer y beber” con Jesús, no es otra cosa que la Santa Misa, y el hecho de “predicar” el Señor en sus “plazas”, significa que los condenados tenían a su disposición todos los medios necesarios para conocer y practicar los mandatos evangélicos.
Otro dato que indica que los condenados serán personas que en vida tuvieron fe, pero no caridad, porque sino se habrían salvado, es el hecho de llamarlo “Señor”, lo cual indica conocimiento de Jesucristo: “Señor, ábrenos”, a lo que el Señor responderá: “No sé de dónde son ustedes. ¡Apártense de Mí los que obran el mal!”.
La parábola nos hace ver que no basta el mero conocimiento de las verdades de fe, y tampoco basta el llamarse “católicos”, “bautizados”, “cristianos”, para alcanzar la salvación; no basta llamar “Señor” a Jesús; ni siquiera basta el ser consagrado, el haber recibido el orden sagrado: si no hay amor sobrenatural –caridad- a Dios y al prójimo, de nada vale el bautismo, ni la consagración religiosa, ni el orden sacerdotal. Si “Dios es Amor” (1 Jn 4, 16), como dice San Juan, como lo semejante conoce a lo semejante, el hecho de decir Jesús que “no conoce” a alguien, es porque no encuentra, en ese tal, el amor que lo haga semejante a Él. Si Dios no conoce a alguien, es porque ese alguien no se acercó nunca a un prójimo necesitado, en donde estaba Él oculto, misteriosamente, y como nunca se acercó a ayudar, no lo conoce.
“Apártense de Mí los que obran el mal; apártense de Mí, los que no aman ni a Dios ni al prójimo; vayan para siempre, malditos, al lugar donde podrán hacer lo que sus perversos corazones desean, y es odiar para siempre, el infierno”, les dirá Jesús a los que se condenen.
Por el contrario, a los que se salven, les dirá: “Venid a Mí, benditos de Mi Padre, ustedes que aman a Dios y al prójimo; vengan conmigo para siempre, benditos, al Reino de los cielos, donde podrán continuar amando, con el Amor Santo, el Espíritu de Dios, por toda la eternidad”.

viernes, 11 de mayo de 2012

Amaos los unos a los otros como Yo os he amado (I)


“Amaos los unos a los otros como Yo los he amado” (I). Jesús deja para sus discípulos un solo mandamiento, que más que agregarse a los que ya existían, los condensa en sí mismo a todos, al tiempo que los eleva a un estado infinitamente más alto.
         Jesús deja un solo mandamiento nuevo, nada más que uno, de modo tal que los cristianos no pueden decir que no cumplen sus palabras porque los mandamientos son muchos. Nadie puede decir: “Son tantos los mandamientos, que no sé cuál cumplir primero, y por eso no los cumplo”. Es uno solo, y nada más que uno, en el que está resumida y concentrada toda la Ley divina.
         Es uno solo, solamente uno, y sin embargo, si el mundo sucumbe, envuelto en las tinieblas del odio del hombre contra el hombre, es porque los cristianos, a pesar de que Jesús deja un solo mandamiento, no son capaces de vivirlo y cumplirlo, dejando de esta manera de ser “luz del mundo y sal de la tierra”.
         Y sin la luz de Cristo, el mundo es cubierto cada vez más por las espesas y oscuras tinieblas del mal; sin la sal del Amor de Cristo, la vida humana no solo se vuelve insípida, sino amarga como al hiel.
         La causa del impresionante avance de las fuerzas del mal sobre toda la humanidad, no es que los cristianos no sean capaces de amar, puesto que sí aman: la causa del avance del mal es que los cristianos aman, pero solo de un modo humano, que siempre es un amor limitado y mezquino, que se deja llevar por las apariencias. Los cristianos aman, pero humanamente; no aman hasta la muerte de Cruz, que es como Jesús lo pide: “Amaos los unos a los otros, como Yo os he amado”, y Jesús nos ha amado hasta la Cruz.
         El cristiano, a pesar de que es un solo mandamiento, no ha aprendido a amar como Cristo lo pide, hasta la muerte de Cruz, lo cual quiere decir un amor infinitamente más grande y potente que el amor humano, porque se trata de un Amor celestial, sobrenatural, divino.
         El Amor de la Cruz es un amor tan poderoso, que su fuerza alcanza, por ejemplo, no solo para superar las desavenencias entre los esposos, o los desencuentros entre padres e hijos, o las enemistades entre unos y otros, sino que su fuerza es tan grande, que quema en la hoguera del Amor divino toda clase de discordia y enemistad, al tiempo que enciende los corazones en el Fuego del Amor divino.
         Esto quiere decir que si los esposos se amaran entre sí, como Cristo los amó, no habrían separaciones; si los hijos amaran a sus padres, como Cristo los amó, no habrían hijos rebeldes, malos y desagradecidos; si los cristianos amaran a sus enemigos, como Cristo los amó, no habrían más discordias, violencias, guerras.
         Si los cristianos amaran a sus prójimos como Cristo los amó, la tierra sería un anticipo del Paraíso celestial.
        Si el mundo cae en el abismo del odio, es porque los cristianos no aman como Cristo los amó.