martes, 28 de febrero de 2023

El Padrenuestro se vive en la Santa Misa

 



         Jesús nos enseña a rezar el Padrenuestro (Mt 6, 7-15); por lo tanto, es una oración propia del cristianismo. Pero además hay otra característica de esta oración, que la hace muy particular y es que el Padrenuestro se vive en la Santa Misa y veamos por qué.

         “Padrenuestro que estás en el cielo”: en el Padrenuestro nos dirigimos a Dios Padre que está en el cielo, pero en la Santa Misa el altar es una porción del cielo, por lo que podemos decir que misteriosa y místicamente somos trasladados al cielo, durante la Santa Misa, para estar ante la Presencia de Dios.

         “Santificado sea tu Nombre”: pedimos que el nombre de Dios sea santificado, pero en la Santa Misa se produce efectivamente la santificación del Nombre Tres veces Santo de Dios, por medio del sacrificio de adoración y de acción de gracias del Cordero de Dios, Jesús Eucaristía.

         “Venga a nosotros tu Reino”: pedimos que venga a nosotros, aquí en la tierra, el Reino de Dios y esta petición se cumple sobreabundantemente, porque mucho más que venir el Reino de Dios, por la Santa Misa viene a nosotros el Rey del reino de Dios, Jesús Eucaristía.

         “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”: la voluntad de Dios es que todos nos salvemos y en la Santa Misa Nuestro Señor Jesucristo renueva su sacrificio de expiación del Calvario, incruenta y sacramentalmente, sacrificio por el cual Cristo derrama su Sangre para nuestra salvación.

         “Danos hoy nuestro pan de cada día”: por la Santa Misa Dios nos provee del pan material necesario para la subsistencia del cuerpo, pero además nos da el Pan de Vida eterna, necesario para la subsistencia del alma, la Sagrada Eucaristía.

         “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: en la Santa Misa, Jesús en persona pide perdón por nuestros pecados –“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”- y además, recibimos, por la Sagrada Eucaristía, el Amor y la Fortaleza divinas necesarios para perdonar a quienes nos han ofendido.

         “No nos dejes caer en la tentación”: por la Santa Misa, recibimos el don de la Fortaleza misma de Dios, que nos hace capaces de vencer todo tipo de tentación, aun las más fuertes, porque la fuerza de Dios es infinitamente más poderosa que la más grande de las tentaciones.

“Y líbranos del mal”: en la Santa Misa Jesús renueva el incruenta y sacramentalmente el Santo Sacrificio de la Cruz, por el cual derrota a tpdp aquello que es la fuente de nuestros males, el pecado, el mundo y el demonio, además de concedernos la gracia de vivir en la santidad, al hacernos partícipes, por la Sagrada Comunión, de la Santidad Increada en Sí misma, santidad propia del Ser divino trinitario.

         Como vemos, en la Santa Misa no solo se reza el Padrenuestro, la oración enseñada por Jesús, sino que se vive el Padrenuestro.

        

jueves, 23 de febrero de 2023

“Jesús fue llevado por el Espíritu Santo al desierto, para ser tentado por el Diablo”

 


(Domingo I - TC - Ciclo A - 2023)

         “Jesús fue llevado por el Espíritu Santo al desierto, para ser tentado por el Diablo” (Mt 4, 1-11). El Espíritu Santo lleva a Jesús al desierto para que Jesús se prepare, por medio de la oración, el ayuno y la penitencia, para los cruentos días de su Pasión y Muerte en cruz, pero también lo lleva para que sea tentado por el espíritu maligno por excelencia, el Ángel caído, Satanás, según lo dice explícitamente el Evangelio: “Fue llevado al desierto para ser tentado por el Diablo”. Y el Diablo, uno de cuyos nombres es el de “Tentador”, al ver a Jesús, prontamente se acerca a Él, para tratar de hacerlo caer por medio de las tentaciones que él, con su inteligencia angélica maligna, ha ideado. Hay que decir que era absolutamente imposible, de toda imposibilidad, que Jesús cayera en ninguna de las tentaciones, pero si Jesús se deja tentar, es para que nosotros tomemos ejemplo de cómo actuar frente a las tentaciones. A partir de Jesús, nadie puede decir: “la tentación es más fuerte que mis fuerzas”, porque Jesús nos demuestra que la fuerza para no caer en la tentación no viene de nuestras fuerzas, sino de Dios.

         La primera tentación es la de la gula y la satisfacción del apetito sensible en general, pero es también la tentación del materialismo y de la visión relativista de la vida, que hace ver a esta vida como si fuera la única y que hace olvidar que tenemos un alma que alimentar, además del cuerpo: “Que estas piedras se conviertan en panes”. Jesús le responde citando las Escrituras, en donde implícitamente se recuerda que el hombre tiene un alma para alimentar y que ese alimento es la Palabra de Dios, que en nuestro caso, como católicos, no es solo la Sagrada Escritura, porque esa es la Palabra de Dios escrita, sino también la Eucaristía, porque la Eucaristía es la Palabra de Dios encarnada, que nos alimenta con un alimento super-substancial, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.

         La segunda tentación es la de la presunción, tentación que nos hace creer que porque somos bautizados, porque nos confesamos cada tanto y comulgamos, ya estamos salvados y no hace falta nada más, llevándonos así a descuidar las obras de misericordia y en definitiva haciéndonos perder el horizonte de una posible condenación eterna si no perseveramos en la fe y en las buenas obras, pensando que con lo poco que hacemos ya es suficiente para ganar el Reino de los cielos: “Tírate abajo, porque los ángeles cuidarán de ti”. Tambipen es la presunción de quien posterga la conversión, abusando de la Divina Misericordia: "No importa si peco, al fin de cuentas, Dios me va a perdonar igual porque es misericordioso", olvidando que Dios es también Justicia Divina e infinita. Entonces, la segunda tentación consiste en no obrar la misericordia, necesaria para entrar en el Reino de los cielos y en posponer la conversión, abusando temerariamente de la Misericordia Divina. Jesús le responde también citando las Escrituras: “No tentarás al Señor, tu Dios” y así nos recuerda que tentamos a Dios cuando nos volvemos indolentes para con nuestra salvación eterna y la de nuestros hermanos, pensando que Dios hará por nosotros lo que nosotros por arrogancia y excesiva confianza no hacemos. Es en la Eucaristía en donde encontramos la Sabiduría Divina para obrar según la voluntad de Dios y el Amor necesario para ser misericordiosos y así salvar nuestras almas, sin ningún tipo de presunción.

         La tercera tentación es la de la vanagloria, el poder, la fama, el dinero y el éxito, a cambio de la adoración a él, el Ángel caído: “Te daré todas estas ciudades si, postrándote, me adoras”. Jesús le responde también citando las Escrituras: “Al Señor, tu Dios, adorarás y solo a Él rendirás culto”. De esta manera, Jesús nos recuerda que al Único al que debemos adorar, al Único frente al cual se deben doblar nuestras rodillas, es a Él, Nuestro Señor Jesucristo, Dios Hijo encarnado por obra del Espíritu Santo, en cumplimiento del misterio salvífico ordenado por Dios Padre. Sólo ante Jesús Eucaristía debemos doblar las rodillas y solo en Jesús Eucaristía está toda nuestra riqueza, todo nuestro deseo, todo nuestro amor, toda nuestra adoración. Frente a Jesús Eucaristía, el Dios del sagrario, toda la riqueza del mundo es solo un poco de tierra que se desvanece con un soplo de viento; sin la Eucaristía, de nada nos vale poseer todo el mundo, ya que el mundo es igual a nada sin Jesús Eucaristía y por el contrario, si tenemos a Jesús Eucaristía, aunque no poseamos nada materialmente, aunque estén incluso por quitarnos la vida, si poseemos a Jesús Eucaristía, lo poseemos todo, porque la Eucaristía es Dios encarnado y Dios es todo lo que necesitamos, en esta vida y en la vida eterna.

“Jesús fue llevado al desierto para ser tentado por el Diablo”. La Iglesia coloca el Evangelio de las tentaciones de Jesús al inicio de la Cuaresma no por casualidad, sino porque la Iglesia, como Cuerpo Místico de Jesús, participa de la oración y del ayuno de Jesús y también participa de las tentaciones del Demonio; por esto mismo, debemos tener presente que la fuente de todas las virtudes necesarias para superar los Cuarenta días de ayuno se encuentran en el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía, Pan que debe ser recibido con el alma en gracia, luego de acudir al Sacramento de la Penitencia.

Viernes después de Cenizas

 


 

         “Cuando se lleven al novio, entonces ayunarán” (Mt 9, 14-15). Preguntan a Jesús cuál es la razón por la que los discípulos de Juan el Bautista sí ayunan, pero en cambio los discípulos de Él, de Jesús, no ayunan. Jesús responde de manera enigmática y en tercera persona: “Cuando se lleven al novio, entonces ayunarán”. “El novio”, al cual hace referencia Jesús, es Él mismo en Persona puesto que uno de los nombres de Jesús es el de “Novio” o “Esposo” de la Iglesia Esposa, es decir, Cristo es el Novio o el Esposo de la Iglesia Esposa. Sus discípulos, los discípulos de Jesús, no ayunan, porque el Novio o Esposo, que es Él, está con ellos, en el sentido de que todavía no se ha cumplido en plenitud su misterio de salvación, su Pasión, Muerte y Resurrección. Por ese motivo es que no ayunan, porque Él está con ellos.

         Sin embargo, “ayunarán cuando les sea quitado el Novio”, es decir, cuando Él, que es el Esposo de la Iglesia Esposa, les sea quitado mediante el misterio salvífico de su Pasión, Muerte y Resurrección. Entonces, cuando Él muera en la cruz y cuando, después de resucitar, ascienda al cielo, cuando Él sea quitado de en medio en esta vida terrena, entonces sí los discípulos de Cristo ayunarán, porque el Esposo ya no estará con ellos. Es aquí en donde se origina la tradición del ayuno de la Iglesia, en el hecho de que Cristo nos ha sido quitado por medio de su Pasión y Muerte en cruz. Por este motivo, nuestro ayuno continuará hasta el fin de los tiempos y terminará recién cuando llegue el Novio, en el Último Día, en el Día del Juicio Final. En ese Día, en el que llegue el Supremo y Justo Juez, el Esposo de la Iglesia Esposa, para juzgar a vivos y muertos, entonces sí terminará el ayuno para los discípulos de Jesús, para los que lo hayan seguido en esta vida terrena a través del Via Crucis, el Camino Real de la Santa Cruz.

miércoles, 22 de febrero de 2023

Jueves después de Cenizas

 



         “El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue su cruz de cada día y me siga” (Lc 9, 22-25). Jesús nos revela las condiciones para ser un buen cristiano, para ser un seguidor suyo: primero, el seguir a Cristo no es una obligación, sino una libre elección, tal como Él mismo lo dice: “El que quiera seguirme”; el ser de Cristo, el pertenecer a Cristo, no es una imposición, sino una libre elección basada en el amor a Cristo: “el que quiera”; si esto es así, entonces, la negativa también es cierta: “el que no quiera, no me siga”. Cristo Dios respeta a tal grado nuestra libertad, que no nos obliga a seguirlo, nos revela en cambio que lo seguirá quien quiera seguirlo, quien lo ame de verdad, no el que esté obligado a seguirlo. De hecho, hay muchos en la actualidad que, lamentablemente para sus almas, no lo quieren a Cristo y no lo siguen, no cumplen sus mandamientos, no lo aman, lo dejan abandonado en el sagrario y muchos no solo no lo quieren a Cristo, sino que lo odian y movidos por el odio a Cristo llegan al extremo de formar asociaciones para exigir que sus nombres sean borrados de las actas de los bautismos.

         La otra condición para seguir a Cristo, además del amor, que es lo primero, es poner por obra lo que implica el seguimiento de Cristo y es el “tomar la cruz de cada día” y esto porque si Nuestro Salvador, Jesucristo, tomó la cruz y fue con ella por el Camino del Calvario, mostrándonos así el camino al cielo, no podemos nosotros, que nos consideramos sus seguidores, pretender ingresar al cielo por ninguna otra forma que no sea la Santa Cruz de Jesús. La cruz de cada uno es personal y puede tener distintas ocasiones de manifestarse, pero algo es seguro: Cristo no nos da ninguna cruz que no seamos capaces de llevar y si nos da una cruz, nos da la fortaleza suficiente para llevar una cruz mil veces más pesada que la que llevamos.

         La otra condición que pone Cristo para ser sus discípulos, es el seguirlo, pero seguirlo por donde va Él, no por donde se nos ocurra a nosotros y Cristo va por un camino muy específico, va por el Via Crucis, por el Camino de la Cruz, camino que finaliza en el Calvario, el único camino que nos conduce a la felicidad eterna en el Reino de los cielos. No nos va a llevar al cielo nada que no sea la Santa Cruz de Jesús: ni los mandalas, ni el ojo turco, ni la mano de Fátima, ni los atrapasueños, ni mucho menos las devociones malignas como la Difunta Correa, el Gauchito Gil, San La Muerte, Buda, ni el ocultismo, ni las prácticas paganas o neo-paganas: solo la Santa Cruz de Jesús, en donde morimos al hombre viejo, el hombre atrapado por el pecado y por las pasiones, para nacer al hombre nuevo, al hombre que nace a la vida divina trinitaria por la gracia, solo esta Santa Cruz, nos llevará al cielo. En este tiempo de Cuaresma, hagamos el propósito de morir al hombre viejo, tomando la cruz de cada día, siguiendo a Jesús por el Via Crucis, por el Camino de la Cruz, el único camino que nos conduce al cielo.

martes, 21 de febrero de 2023

“El Hijo del hombre debe morir para resucitar (…) pero ellos no entendían lo que les decía”

 


“El Hijo del hombre debe morir para resucitar (…) pero ellos no entendían lo que les decía” (Mc 9, 30-37). Jesús les revela proféticamente a sus discípulos su misterio pascual de muerte y resurrección; les anuncia que Él debe padecer mucho y morir para luego resucitar, pero ellos, sus discípulos, “no entendían” lo que Jesús les decía.

Los discípulos de Jesús no entienden lo que Jesús les dice, porque están aferrados a esta vida terrena; no entienden porque no piensan en la vida eterna; no entienden porque ni siquiera se les pasa por la cabeza, aun cuando Jesús en persona se los revela, que su Maestro, Jesús, habrá de ser traicionado y habrá de morir en la cruz, con una muerte dolorosísima y humillante, para luego resucitar y así abrir para los hombres las puertas del Cielo, cerradas hasta ese momento por el pecado original de Adán y Eva. Los discípulos de Jesús están cómodos y contentos con la vida terrena que llevan, no quieren mayores complicaciones que las que proporciona la vida cotidiana y es por eso que ni siquiera se atreven a preguntar en qué consiste aquello que Jesús les revela. No saben que ellos mismos, excepto el traidor, Judas Iscariote, cuando reciban la gracia que viene de lo alto, comprenderán el misterio pascual de Jesús y ofrecerán sus vidas por Jesús.

“No entendían lo que les decía”. Lo mismo que el Evangelio dice de los discípulos de Jesús, eso mismo se puede decir de los hombres de hoy: no entienden -o no quieren entender- lo que la Iglesia les anuncia: la Iglesia les anuncia que es necesario unir la vida propia a la Cruz de Jesús para alcanzar el Reino de los cielos; la Iglesia anuncia que sin los sacramentos de la Iglesia, no es posible alcanzar la vida eterna; la Iglesia anuncia que el hombre tiene un alma que salvar, un Cielo que ganar y un Dios al cual adorar, pero el hombre de hoy hace oídos sordos al anuncio de la Iglesia y prefiere hacer de cuenta que todo sigue igual, que esta vida terrena está para ser vivida de acuerdo a los dictados del mundo y no según los mandamientos de Cristo; el hombre de hoy prefiere no entender o más bien desentenderse de lo que Jesús dice en el Evangelio, para así vivir según sus gustos, sus pasiones, buscando el bienestar terreno, sin pensar en la eternidad. Es muy fatigoso, para el hombre de hoy, pensar en la eternidad, una eternidad que puede ser de gozo, pero también de dolor y así prefieren hacer de cuenta que Jesús no existe y que sus mandamientos son meras indicaciones de un rabbí judío que ya pasaron de moda. Los hombres de hoy eligen vivir en la ignorancia del más allá, de los novísimos -muerte, juicio, infierno, purgatorio, cielo- y por eso repiten voluntariamente la actitud de incredulidad de los discípulos de Jesús, al punto que dicen: “No queremos entender lo que nos dice Jesús”.

domingo, 19 de febrero de 2023

Miércoles de Cenizas

 



(Ciclo A – 2023)

         Con la celebración del ritual de imposición de cenizas el día llamado por eso “Miércoles de cenizas”, la Iglesia Católica inicia el tiempo litúrgico denominado “Cuaresma”, tiempo dedicado a la preparación interior, espiritual, por medio de la penitencia, el ayuno, la oración y las obras de misericordia, para no solo conmemorar, sino ante todo participar, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

         La imposición de cenizas simboliza penitencia y arrepentimiento: arrepentimiento de nuestros pecados, porque nuestros pecados se traducen en la crucifixión del Señor y son manifestación de la malicia que anida en nuestros corazones, como consecuencia del pecado original, según las palabras de Jesús: “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de pecados” y penitencia, como signo de que estamos arrepentidos de los pecados cometidos y que deseamos vivir una vida nueva, la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios, caracterizada por el horror al pecado, cualquiera que sea este.

         En el momento de la imposición de la ceniza, el sacerdote traza una cruz sobre la frente de los fieles, mientras repite las palabras “Conviértete y cree en el Evangelio” o “Recuerda que polvo eres y en polvo te has de convertir”; en ambas oraciones, la Iglesia nos recuerda, a través del sacerdote, que estamos en esta tierra solo de paso y que nuestra morada definitiva y eterna es el Reino de los cielos[1].

         Cuando el sacerdote dice: “Conviértete y cree en el Evangelio”, nos está repitiendo las mismas palabras de Jesús en el Evangelio: “Conviértanse y crean en el Evangelio”. Si Jesús nos pide que nos convirtamos, es porque no estamos convertidos. ¿En qué consiste la conversión? En dejar de mirar a las cosas bajas de la tierra, para elevar la mirada del alma al Sol de justicia, Jesús Eucaristía, por eso Jesús y la Iglesia nos piden la verdadera conversión, que es la “conversión eucarística”, el giro del alma por el cual deja de interesarse y de mirar las cosas de la tierra, para comenzar a contemplar a Jesús Eucaristía, el Camino, la Verdad y la Vida. También Jesús y la Iglesia nos piden: “Creer en el Evangelio”, que en nuestro caso implica también creer en la Tradición de los Padres de la Iglesia y en el Magisterio, y si necesitamos creer en el Evangelio, es porque creemos en otra cosa que no es el Evangelio: creemos en ideologías políticas, creemos en nuestras propias ideas, creemos en cualquier cosa, pero no creemos en el Evangelio, en la Palabra de Dios, que es la que debe guiar y orientar nuestro obrar cotidiano como cristianos.

         La otra frase que puede decir el sacerdote al imponer las cenizas es: “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás” y si la Iglesia nos lo recuerda, es porque lo olvidamos con frecuencia: olvidamos que estamos de paso en esta vida terrena; olvidamos que cada día que pasa, es un día menos que nos falta para nuestra muerte, día en el que será para nosotros el día más importante de nuestras vidas, paradójicamente, porque ese día nos encontraremos cara a cara con el Justo Juez, Cristo Jesús, Quien pronunciará la sentencia definitiva, después de examinar nuestras obras, que determinará nuestra eternidad, o el cielo o el infierno. Debemos recordar que somos polvo, en el sentido de que nuestro cuerpo material es frágil y cuando el alma se desprende de él, provocando el fenómeno que llamamos “muerte”, este cuerpo físico, terreno -que tanto nos preocupa mantenerlo sano, al que tanto cuidamos con dietas y ejercicios, descuidando la salud del alma y la fortaleza y nutrición del alma que nos concede la Sagrada Eucaristía-, comienza inmediatamente un proceso de descomposición orgánica que lo lleva a convertirse en literalmente polvo, es decir, en nada. La Iglesia nos recuerda que somos polvo y al polvo regresaremos, para que no nos preocupe tanto la salud y el bienestar del cuerpo, como la salud y el bienestar del alma; si nutrimos el cuerpo, mucho más debemos nutrir al alma con alimentos espirituales, la oración, la penitencia, el ayuno y sobre todo la gracia santificante que nos conceden el Sacramento de la Penitencia y la Sagrada Eucaristía.

         Por último, en el tiempo de Cuaresma, la Iglesia como Cuerpo Místico del Señor, ingresa junto con Él en el desierto por cuarenta días, para prepararnos, junto con Cristo, a los sagrados misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. En estos cuarenta días de duración de la Cuaresma, la Iglesia participa de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, haciendo ayuno, oración y penitencia y es eso lo que debemos hacer como integrantes del Cuerpo Místico: ayuno, oración y penitencia, en unión con Nuestro Señor Jesucristo. De esa manera, unidos a Cristo en el desierto y fortalecidos por su gracia, podremos vencer nuestras pasiones depravadas, seremos protegidos de las acechanzas y perversidades del demonio y estaremos en grado de participar del misterio salvífico de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

viernes, 17 de febrero de 2023

“Quien se avergüence de Mí también el Hijo del hombre se avergonzará en el Juicio Final”

 


“Quien se avergüence de Mí también el Hijo del hombre se avergonzará en el Juicio Final” (Mc 8, 34-9, 1). Jesús nos advierte acerca de lo que la Iglesia llama “respetos humanos”: quien se deje llevar por los respetos humanos y en consecuencia se avergüence de Cristo y de sus palabras frente a los hombres, Él hará lo mismo cuando regrese en la gloria en el Día del Juicio Final, a juzgar a vivos y muertos.

Antes de proseguir, debemos considerar qué significan los “respetos humanos” en la espiritualidad católica. Los “respetos humanos” son definidos como “Forma de proceder (por acción u omisión) en la que, en vez de buscar la Verdad según el dictamen de la conciencia, la persona se deja llevar por la preocupación de cómo reaccionarán otros. Es una actitud reprensible”[1]. Entonces, según esta definición, el respeto humano es la actitud de alguien que, sabiendo que la verdad de algo se encuentra en tal o cual acción o palabra, hace lo opuesto, porque en vez de preocuparse por seguir la verdad que le dicta su conciencia -toda verdad es participación a la Verdad Increada y Absoluta, la Sabiduría de Dios Encarnada, Cristo Jesús-, se deja en cambio llevar por lo que podrían llegar a opinar o decir los otros seres humanos en relación a ese asunto. Debido a que toda verdad es participación a la Verdad Increada, el rechazo o negación de esa verdad, por temor a la opinión de los demás, es rechazo o negación del mismo Cristo Jesús, en favor de la opinión de los hombres.

Es verdad que, antes de actuar en determinado sentido, en algún asunto, “es justo tomar en cuenta la opinión de otros”, pero esta opinión de los demás debe ser tenida en cuenta “solo para ayudarnos a formar un juicio de conciencia en el que se busca la verdad y la justicia”, pero de ninguna manera para satisfacer “los injustos intereses de los hombres”[2]. Es decir, podemos tener en cuenta la opinión de los demás, pero siempre y cuando nos ayuden a formar un juicio y un recto obrar que estén acordes con la Verdad Increada que es Cristo y, en consecuencia, que nuestro actuar sea justo y verdadero, pero de ninguna manera nuestro obrar debe ser condicionado por la opinión de los hombres, que por lo general está siempre viciada por el error y condicionada por sus propios intereses y no está guiada por la Verdad Increada, Cristo Jesús. 

En definitiva, por “respetos humanos se llega a la negación de Cristo o al abandono de los compromisos cristianos, lo cual es contrario al amor y obediencia que le debemos a Dios por encima de todos”. Ejemplos de respetos humanos sobran, pero podríamos dar uno, como para orientarnos acerca de qué significan: supongamos que en un Parlamento cualquiera se debate sobre aprobar o no la ley del aborto; supongamos que hay un buen número de legisladores católicos; supongamos que la presión mediática a favor del aborto es muy fuerte y que quien se oponga al aborto, corre el riesgo de perder popularidad entre los votantes y en consecuencia puede llegar a perder gran parte de sus privilegios como legislador: el legislador católico que, sabiendo lo que significa el aborto -que es la muerte de un niño inocente en el seno de la madre-, se deja sin embargo llevar por el temor a perder poder e influencia y vota a favor del aborto, ese legislador está cediendo a los respetos humanos y al mismo tiempo está negando a Cristo, que es el Creador de ese embrión humano que será destruido a causa del aborto.

Como estos, son infinitos los ejemplos de respetos humanos en el quehacer cotidiano de todo cristiano, en los que el cristiano debe elegir entre ser fiel a Cristo o negarlo y acomodarse a la opinión siempre cambiante y a menudo errónea de los hombres. Pidamos la gracia de no dejarnos llevar por los respetos humanos, para obrar siempre de acuerdo a la Verdad Increada y Eterna, Cristo Jesús, de manera que Él no se avergüence de nosotros en el Día del Juicio Final.

jueves, 16 de febrero de 2023

“Amad a vuestros enemigos”

 


(Domingo VII - TO - Ciclo A – 2023)

         “Amad a vuestros enemigos” (Mt 5, 38-48). Jesús introduce un Mandamiento nuevo, que revela la naturaleza sobrenatural de la religión católica: amar al enemigo. Es nuevo porque antes de Cristo, la ley mandaba amar a los amigos y “odiar al enemigo”; en cambio ahora, a partir de Cristo, se manda “amar al enemigo”. Para poder entender el nuevo mandamiento de Jesús, debemos detenernos brevemente en la consideración de qué entendemos por “enemigo” y la definición nos dice que enemigo es la “Persona que tiene mala voluntad a otra y le desea o hace mal: al enemigo ni agua”[1], o como decía un famoso tirano, inspirado a su vez en el genocida comunista Mao Tsé Tung: “Al amigo todo, al enemigo ni justicia”[2],[3], lo cual es una concepción absolutamente anticristiana, porque se ubica en las antípodas de lo que nos enseña Jesús. Una distinción esencial que debemos hacer es entre enemigo personal o nacional; así, por ejemplo, se considera enemigo de una nación a otra nación que invada territorio soberano y así nuestros enemigos naturales son Inglaterra, por haber usurpado las Malvinas y los chinos por ocupar ilegítimamente una porción, aunque minúscula, de nuestra Patagonia. Otra distinción que podemos hacer es entre enemigos personales y enemigos de Dios, de la Patria y de la Familia porque el mandamiento de Jesús de “Amar el enemigo”, no se aplica para los enemigos de Dios, de la Patria y de la Familia: a estos se los combate, según sea el enemigo -por ejemplo, a los enemigos de la Familia, la única válida, formada por el varón-esposo, la mujer-esposa y los hijos, biológicos o naturales, se los combata con el intelecto, promulgando leyes a favor del único modelo válido de familia, para no caer en el error del Partido Socialista Español, que se adelantó a los católicos y logró que se promulgara una ley contraria a la Familia creada por Dios, ya que legaliza dieciséis tipos distintos de familia-; el arma principal que tiene el cristiano para combatir a sus enemigos, en el orden espiritual, son armas espirituales, como por ejemplo, el Santo Rosario, la Santa Misa, los Sacramentos y los sacramentales; en otro orden, existen para ello otro tipo defensa y por eso es que existen los capellanes militares y policiales, para cuando se produce una injusta agresión contra la Patria, como por ejemplo la usurpación de Malvinas.

         En cambio, para los enemigos personales -aquel prójimo que está enfrentado a nosotros por algún motivo-, aquellos que por algún motivo circunstancial no nos quieren, o peor aún, nos odian e incluso nos hacen el mal, para ellos sí se aplica el mandamiento de Jesús de “Amar al enemigo” y aquí debemos precisar de qué manera debemos cumplir este mandamiento, que es eminentemente de orden espiritual. Para saber cómo obrar ante nuestros enemigos personales, debemos ante todo tener en cuenta que nosotros, por el pecado original y por cualquier otro pecado que cometamos, nos convertimos en enemigos de Cristo y con nuestros pecados le hacemos el mal, porque lo crucificamos cada vez que pecamos y Cristo, en vez de condenarnos, pide perdón al Padre por nosotros: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” y Dios Padre, en vez de castigarnos como lo merecemos por crucificar a su Hijo con nuestros pecados, nos perdona por medio de la Sangre derramada por su Hijo en la cruz, Sangre que se vierte a su vez en nuestras almas a través del Sacramento de la Penitencia. Entonces, así como Cristo nos perdona desde la Cruz, así debemos nosotros, con ese mismo perdón, perdonar a nuestros enemigos personales, diciendo interiormente a nuestros enemigos: “Fulano de tal, te perdona en nombre de la Sangre de Cristo derramada en la Cruz”. Además, debemos pedir la gracia de no guardar rencor, enojo y mucho menos deseos de venganza, contra nuestros enemigos. Solo así, imitando a Cristo que nos perdona desde la cruz siendo nosotros sus enemigos, perdonaremos a nuestros enemigos en nombre de Cristo y tenderemos a la perfección cristiana, como nos pide Cristo en el Evangelio: “Sed perfectos, como vuestro Padre en el cielo es perfecto”.

 



[3] “Corría el invierno de 1973 cuando tuvo lugar una interesante disertación por parte del teniente general Juan Domingo Perón, en la cual el fundador del Movimiento Peronista –exhibiendo una amplia sonrisa y gran satisfacción– explicaba públicamente, con gran admiración, las enseñanzas del líder chino Mao Tse Tung respecto de que lo primero que debía discernir un hombre cuando conduce –y se refería a la conducción política– era establecer, claramente, cuáles eran sus amigos y cuáles sus enemigos; agregando –como un pensamiento ya propio– que, consecuentemente, el conductor debía dedicarse a darles “…a los amigos todo, y a los enemigos… ni justicia. Porque en esto no se puede tener dualidad”.”; cfr. ibidem.

“Apártate de Mí, Satanás. Tus pensamientos son los de los hombres, no los de Dios”

 


         “Apártate de Mí, Satanás. Tus pensamientos son los de los hombres, no los de Dios” (Mc 8, 27-33). Jesús pregunta a sus discípulos qué es “lo que la gente dice de Él” y luego qué es lo que ellos dicen de Él. El primero en responder y responder acertadamente, es Pedro, cuando dice que Jesús es “el Mesías de Dios”.

         Luego de la confesión de Pedro, Jesús les revela su misterio salvífico de su Pasión, Muerte y Resurrección: “El Hijo del hombre debe padecer mucho, debe morir en la cruz y al tercer día resucitará”. Cuando dice esto, Pedro lo lleva aparte y lo reprende, porque no entiende el misterio de la Cruz. La respuesta de Jesús a la increpación de Pedro sorprende por lo que dice: “Apártate de Mí, Satanás, tus pensamientos son los de los hombres, no los de Dios”. Llama profundamente la atención que se dirigiera a Satanás y no a Pedro, porque lo más lógico sería que dijera: “Apártate de Mí, Pedro, tus pensamientos son los de los hombres y no los de Dios”. Sin embargo, le dice, a Pedro, “Satanás”: “Apártate de Mí, Satanás”. ¿Por qué razón Jesús dice “Satanás”, en vez de Pedro? Porque Jesús ve, con su poder divino, que quien le ordena a Pedro que se oponga al misterio salvífico de Jesús, es decir, quien le ordena que se oponga a la Cruz, es el Ángel caído, Satanás, quien se encuentra al lado de Pedro, susurrándole al oído lo que tiene que decir. Entonces, cuando Pedro habla, oponiéndose al misterio de la Cruz, lo hace motivado e inspirado por el Príncipe de las tinieblas, Satanás, y es por eso que Jesús dice: “Apártate de Mí, Satanás”. La razón del enojo de Jesús es que sin el misterio de la Cruz, no es posible la salvación de los hombres.

         Esto nos lleva a hacer varias consideraciones. Una consideración es recordar lo que dice San Ignacio de Loyola, acerca del origen de nuestros pensamientos, que tienen una triple fuente: nosotros mismos, el Demonio y Dios. Cuando algo se opone a los planes salvíficos de Dios, como en este caso, el misterio de la Cruz, eso viene de nosotros mismos, que al no comprender que la salvación pasa indefectiblemente por la Cruz, rechazamos la Cruz y también del Demonio, que no quiere que nos salvemos y nos induce a rechazar la Cruz. Pero no hay otro camino de salvación que el Via Crucis, el Camino Real de la Cruz, el seguir a Jesús por el Camino Real del Calvario, porque solo así podemos morir al hombre viejo, dominado por las pasiones y nacer el hombre nuevo, el hombre regenerado por la gracia, que vive de la gracia que brota del Costado traspasado de Jesús, con su Sangre.

         “Apártate de Mí, Satanás. Tus pensamientos son los de los hombres, no los de Dios”. Desconfiemos profundamente de nuestros pensamientos, cuando estos nos lleven a rechazar la Cruz; cuando pensemos que no es necesaria la Cruz ni tampoco el unirnos a la Cruz, para llegar al Cielo, porque estos pensamientos no vienen de Dios, sino de nosotros mismos y del Maligno. Si no queremos escuchar la terrible sentencia del Justo Juez en el Día del Juicio Final, en el que dirá a los malvados que no rechazaron su Cruz: “Apártate de Mí, maldito, al fuego eterno”, aceptemos con amor y con mansedumbre cristiana la Cruz que por designio divino debemos llevar todos los días de nuestra vida, para no solo no encontrarnos en el Juicio Final a su izquierda, con los condenados, sino para que nos encontremos a su derecha y, bañados y purificados con su Sangre, seamos llevados al Reino de los cielos por toda la eternidad.

miércoles, 15 de febrero de 2023

“El ciego estaba curado y veía todo con claridad”

 


“El ciego estaba curado y veía todo con claridad” (Mc 8, 22-26). El Evangelio nos relata un milagro de curación corporal realizado por Jesús: le presentan a un ciego y éste, luego de que Jesús de que Jesús le impusiera las manos, en un primer momento ve de un modo borroso –“veo los hombres como árboles que andan”-, hasta que finalmente “comienza a ver con toda claridad”.

Jesús, con su omnipotencia divina, por cuanto Él es Dios Hijo encarnado, no tiene ninguna dificultad en curar la ceguera del hombre, ya que Él es el Creador del hombre y por ello conoce a la perfección la anatomía humana y tiene el poder más que suficiente para sanarla de cualquier enfermedad.

Ahora bien, en el milagro de la curación de la ceguera -como en todo milagro de curación corporal-, debemos ver otro aspecto, el espiritual y sobrenatural. La ceguera corporal, es decir, la incapacidad de poder ver con los ojos del cuerpo la luz que nos permite ver el mundo, es símbolo de otra ceguera, más profunda y más grave, la ceguera espiritual, la que nos impide ver la Luz Eterna que es Cristo y todo su misterio salvífico, el misterio de su Pasión, Muerte y Resurrección: así como el ciego no puede ver el mundo porque no ve la luz, así el ciego espiritual no puede ver los misterios de salvación, porque no puede ver a la Luz Eterna que es Cristo Jesús.

Por otro lado, la curación de la ceguera con la consecuente capacidad de ver la luz, también es símbolo de otra curación, a nivel espiritual, que hace al alma capaz de ver la Luz Eterna, Cristo y a su misterio salvífico. Todo ser humano nace ciego espiritualmente, en relación a Cristo Luz Eterna; al recibir el Bautismo sacramental, recibimos en germen la curación de esa ceguera, la fe y la gracia santificante y por eso es que podemos ver la realidad de la salvación en Cristo, pero de una forma aún borrosa, como en la primera etapa de la curación del ciego del Evangelio, que veía a los hombres “como árboles que caminan”. Por esta razón, debemos pedir a Cristo que cure completa y definitivamente nuestra espiritual, para que lo podamos contemplar a Él, Luz Eterna, en los misterios de la salvación, sobre todo en la Santa Misa y en la Eucaristía. Para ello, debemos decirle a Jesús, junto con sus discípulos: “Señor, auméntanos la fe; aumenta nuestra fe en Ti, en tu Presencia salvífica en el misterio de la Santa Misa, en tu Presencia en Persona en la Sagrada Eucaristía”.

jueves, 9 de febrero de 2023

“Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”

 


(Domingo VI - TO - Ciclo A – 2023)

          “Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos” (cfr. Mt 5, 20-22ª.27-28.33-34ª.37). Jesús nos advierte, a los cristianos, que, si no somos mejores que los escribas y fariseos, no entraremos en el Reino de los cielos y para que sepamos de qué se trata, nos da dos ejemplos concretos: el trato con el prójimo y el trato con Dios, precisamente las dos grandes fallas de la espiritualidad de los escribas y fariseos.

          Jesús trae a colación uno de los mandamientos, el de “no matar”: si antes de Jesús bastaba con no matar, con no cometer un homicidio, para ser justos delante de Dios, ahora, a partir de Jesús, eso ya no basta, ya no basta con no quitar la vida al prójimo, ahora, quien piense mal del prójimo, o quien se enoje interiormente con su prójimo, es decir, quien esté enfrentado a su prójimo, en su interior guarda rencor contra él, o lo insulta interiormente, aun sin quitarle la vida, ya solo con eso, con pensar mal o con mantener rencor contra su hermano en Cristo, comete una falta contra Dios.

          El otro mandamiento citado por Jesús es el que prohíbe el adulterio: “no cometerás adulterio”. Si antes de Jesús bastaba con no cometer adulterio materialmente para ser justos ante Dios, ahora, a partir de Jesús, esto ya no es suficiente, porque comete pecado no solo quien no comete adulterio explícitamente, sino que lo comete aquel que en su pensamiento y en su deseo es adúltero, aun sin hacerlo materialmente.

          Como podemos ver, a partir de Jesús, la santidad es mucho más difícil de alcanzar, porque Dios exige más para que el hombre sea santo. La razón de esta profundización de la exigencia de santidad es que, a partir de Jesús, el alma recibe la gracia santificante, que se comunica por los sacramentos y lo que hace la gracia es hacer partícipe al alma de la vida divina del Ser divino trinitario. Esto quiere decir que, por la gracia santificante, el alma se encuentra ante la Presencia de Dios, estando en esta tierra y en esta vida terrena, de un modo análogo a como los santos y ángeles se encuentran ante la Presencia de Dios en el Reino de los cielos. Por esta razón, las faltas cometidas no solo ya exteriormente sino interiormente, en lo más profundo del alma, son faltas cometidas ante la Presencia de Dios y es por eso que ser cristianos es mucho más exigente, porque el alma, por la gracia, está ante la Presencia de Dios y así el alma es “vista”, por Dios, por así decirlo, con mucha más intensidad y es también amada con más intensidad por Dios. que el alma esté ante la Presencia de Dios por la gracia santificante significa, ante todo, que nuestros pensamientos más íntimos y recónditos, aquellos que solo nosotros conocemos, son proclamados ante Dios con toda claridad, así como cuando alguien se sube a la azotea de su casa y comienza a pregonar a toda voz.

          “Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”. Puesto que por nosotros mismos no somos sino oscuridad y pecado, es la gracia santificante, recibida por los sacramentos, lo que nos hace ser santos, porque nos hace partícipes de la vida divina trinitaria, que es la Santidad Increada en Sí misma. Es la gracia la que nos permite obrar con la sabiduría y el amor divinos; sin la gracia de los sacramentos, somos peores aun que los escribas y fariseos; sin la gracia santificante que nos conceden los sacramentos, no tendremos la sabiduría y el amor divinos necesarios para el Reino de Dios y así no podremos entrar en el Reino de los cielos.

 

         

viernes, 3 de febrero de 2023

“Vosotros sois la luz del mundo y la sal de la tierra”

 


(Domingo V - TO - Ciclo A – 2023)

         “Vosotros sois la luz del mundo y la sal de la tierra” (Mc 5, 13-16). Jesús nos dice a nosotros, los cristianos, que somos “luz del mundo” y “sal de la tierra”, dos características que se deben interpretar en un sentido espiritual y sobrenatural obviamente.

         Para comprender un poco mejor la enseñanza de Jesús, debemos considerar que este mundo en el que vivimos, está sumergido en tinieblas, pero no en las tinieblas cósmicas, las tinieblas que sobrevienen cuando se oculta el sol, sino unas tinieblas preternaturales, angélicas, las tinieblas que son los ángeles caídos, que son sombras vivientes que viven para difundir el odio y el mal en el corazón del hombre. Sin la luz de Dios, el mundo está sumergido por estas tinieblas vivientes, los demonios: imaginemos una noche oscura, sin luz artificial de ninguna clase, con nubes oscuras y densas que no permiten la luz de la luna, así y mucho más todavía, es este mundo sin Dios. El cristiano está llamado a iluminar a este mundo envuelto en las siniestras sombras vivientes, pero la forma de hacerlo es por medio de la gracia santificante, que en sí es participación a la luz divina, es recibida por el alma por los sacramentos -sobre todo la Confesión Sacramental y la Eucaristía- y es comunicada por el bautizado por medio de las obras de misericordia, obras que hay que saber qué es lo que son, ya que no se trata de meras obras buenas humanas, realizadas por movimientos sociales, gobiernos u Organizaciones No Gubernamentales, ya que todas estas obras no iluminan al mundo con la luz de Cristo.

         Las obras de misericordia son luz espiritual, sobrenatural, divina, siempre que se hagan en Nombre de Jesús, porque así lo dice Él: “Un vaso de agua que déis en Mi Nombre, no quedará sin recompensa”. Aquí hay que diferenciar la obra de misericordia, que ilumina espiritualmente al mundo y nos abre las puertas del Reino de los cielos, con la filantropía, las obras realizadas por motivos puramente humanos, con fines humanos y que no tienen valor para alcanzar el Reino de los cielos, como por ejemplo, las obras buenas realizadas por movimientos sociales, o por ONGs, o por gobiernos incluso nacionales: ninguna de estas obras tiene valor para alcanzar el Reino de Dios. La obra de misericordia, sea corporal o espiritual, debe ser realizada “en el Nombre de Jesús, por Jesús, para Jesús” y no por otro motivo; además, no debe ser pregonada, de modo que sea solo Dios quien la vea y sea Él quien nos recompense, ya que no debemos nunca buscar la recompensa de los hombres. Una obra de misericordia, por ejemplo, es “dar consejo al que lo necesita”: así le sucedió a un estudiante universitario que luego ingresó en el seminario: se le acercó una tarde un hombre, que le dijo que tuvo el impulso de entrar en la iglesia y de hablar específicamente con él; le hizo preguntas de orden espiritual, el joven le contestó hablándole de Jesús, de la Virgen, de la necesidad de la oración y de los sacramentos y hubo algo en la respuesta del joven que le hizo decir al hombre: “Yo tenía la intención de ir ahora a suicidarme, pero lo que me acaba de decir me ha hecho desistir y voy a emprender el camino de la conversión”. Eso es obra de misericordia espiritual, la obra buena que se realiza en el Nombre de Jesús, por Él y para Él. Los santos son ejemplos vivientes de obras de misericordia y esas obras son las que iluminan al mundo en tinieblas. Una obra de misericordia es luz espiritual, celestial, que ilumina al mundo en tinieblas con la luz de la gloria de Dios, como dice Jesús: “Alumbre vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”. La obra de misericordia es luz espiritual, que alumbra a las tinieblas del mundo con la gloria de Dios. A esto se refiere Jesús cuando dice: “Ustedes son la luz del mundo”. El cristiano es luz del mundo cuando obra la misericordia para con el prójimo en el Nombre de Jesús. Lo mismo se dice de la sal: si una comida no tiene sal, es insípida, no tiene sabor: así esta vida terrena, sin la fe en Cristo y sin su misericordia comunicada por obras, es una vida sin sentido, oscura, sin sabor, aun cuando abunden las riquezas materiales.

         “Vosotros sois la luz del mundo y la sal de la tierra”. Pidamos la gracia de iluminar al mundo sumergido en las tinieblas demoníacas, por medio de las obras de misericordia corporales y espirituales, pero para eso, nuestras obras deben cumplir los siguientes requisitos: ser hechas en Nombre de Jesús, por amor a Él, viendo a Él misteriosamente presente en los más necesitados y recibir a su vez nosotros, previamente, la luz del Ser divino trinitario de Cristo, que se nos comunica por medio de los Sacramentos, sobre todo la Confesión Sacramental y la Eucaristía. Sólo así podremos iluminar al mundo con la Luz Eterna de Nuestro Dios, Jesús Eucaristía.

miércoles, 1 de febrero de 2023

Fiesta de la Presentación del Señor

 



(Ciclo A – 2023)

         La Iglesia Católica celebra, el día 2 de febrero, la fiesta litúrgica de la “Presentación del Señor”, fiesta que también es llamada de la “Candelaria”, ya que se acostumbraba a asistir con velas encendidas[1].

         En esta fiesta se celebran dos acontecimientos relatados en el Evangelio, la Presentación de Jesús en el templo y la Purificación de María. La ley mosaica prescribía que, a los cuarenta días de dar a luz al primogénito, éste debía ser presentado en el templo, porque quedaba consagrado al Señor, al tiempo que la madre debía también presentarse para quedar purificada. La Virgen y San José, como eran observantes de la ley, llevan a Jesús, el Primogénito, para presentarlo al Señor. La ley prescribía también que debía presentarse como ofrenda a Dios un cordero, pero si el matrimonio era de escasos recursos, como el caso de María y José, se podían presentar dos tórtolas o pichones de palomas.

         Ahora bien, lo que debemos considerar, a la luz de la fe, es que ni Jesús tenía necesidad de ser presentado para ser consagrado, ni la Virgen tenía necesidad de ninguna purificación. Jesús no necesitaba ser consagrado, porque Él, siendo Hijo de Dios encarnado, estaba consagrado al Padre desde el primer instante de la Encarnación; a su vez, la Virgen no necesitaba ninguna purificación, porque Ella es la Pura e Inmaculada Concepción; sin embargo, como eran observantes de la ley, llevan a Jesús al templo.

         Otro aspecto a considerar es que, a esta fiesta litúrgica, se la llama también “Candelaria”, porque se asistía con velas encendidas y eso es para representar a Jesús, que es Luz Eterna y Luz del mundo, como dice el Credo: “Dios de Dios, Luz de Luz”; es decir, Jesús es la Luz Eterna que procede eternamente del seno del Padre, que es Luz Eterna e Increada. Y así como la luz disipa a las tinieblas, así Jesús, Luz Eterna, disipa las tinieblas del alma que lo contempla, concediéndole la gracia de contemplarlo como Dios Hijo encarnado y es esto lo que le sucede a San Simeón: al tomar al Niño Dios entre sus brazos, Jesús lo ilumina con la luz de su Ser divino trinitario y eso explica la frase de Simeón: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo partir en paz, porque mis ojos han contemplado a tu Salvador, luz de las naciones y gloria de Israel”[2]. Como resultado de la iluminación interior por el Espíritu Santo dado por el Niño Dios, Simeón profetiza reconociendo en Jesús al Salvador de los hombres, el “Mesías esperado”, pero también profetiza la dolorosa muerte de Jesús en la cruz, muerte que atravesará el Corazón Inmaculado de su Madre “como una espada de dolor”. Por último, María y José presentan, en realidad, un Cordero, como lo prescribía la ley, pero no un cordero cualquiera, sino al Cordero de Dios, a Jesús, el Dios que habría de ser sacrificado como Cordero Santo en el ara de la cruz para salvar a los hombres con su Sangre derramada en el Calvario.

         La fiesta litúrgica de la Presentación del Señor trasciende el tiempo y llega hasta nosotros: así como Simeón contempló a Jesús, el Cordero de Dios y lo reconoció como al Salvador, así nosotros, al contemplar al Cordero de Dios, Jesús Eucaristía, también debemos reconocerlo como al Salvador, diciendo con Simeón: “Hemos contemplado al Salvador de los hombres y gloria del Nuevo Israel, Jesús Eucaristía, el Cordero de Dios”.



[2] Entre los ortodoxos se le conoce a esta fiesta como el Hypapante (“Encuentro” del Señor con Simeón).

"¿Acaso no es el hijo del carpintero?”

 


“¿Qué son esos milagros y esa sabiduría? ¿Acaso no es uno de los nuestros, el hijo del carpintero?” (cfr. Mc 6, 1-6). Los contemporáneos de Jesús, al comprobar que Jesús posee una sabiduría sobrenatural, es decir, una sabiduría que es superior no solo a la humana sino a la angélica y que por lo tanto solo puede provenir de Dios, y al comprobar que Jesús realiza milagros de todo tipo -curaciones de enfermedades, exorcizar demonios, dar la vista a los ciegos-, se sorprenden, ya que se dan cuenta de que ni la sabiduría de Jesús ni sus milagros, se explican por su condición humana. Sin embargo, tampoco alcanzan todavía a comprender que Jesús posee esta sabiduría divina y realiza milagros que sólo Dios puede hacer, porque Él es Dios Hijo encarnado.

Esto sucede porque los contemporáneos de Jesús ven solo la humanidad de Jesús, y así piensan que es un vecino más entre tantos y por eso exclaman: “¿Acaso no es uno de los nuestros, el hijo del carpintero?”. A pesar de ver milagros y escuchar la Palabra de Dios, los contemporáneos de Jesús solo ven en Jesús al “hijo del carpintero”, al “hijo de María”. Y Jesús sí es el “hijo del carpintero”, pero es el hijo adoptivo, porque San José no es el padre biológico de Jesús y sí es “el hijo de María”, pero de María Virgen y Madre de Dios, porque Jesús fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Solo la luz de la gracia santificante da la capacidad al alma de poder ver, en Jesús, al Hijo de Dios, a la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth.

En nuestros días, parecen repetirse las palabras de asombro e incredulidad, entre muchos cristianos, al ver la Eucaristía, porque dicen: “¿Acaso la Eucaristía no es solo un poco de pan bendecido? ¿Cómo podría la Eucaristía concederme la sabiduría divina y obrar el milagro de la conversión de mi corazón?”. Y esto lo dicen muchos cristianos porque no ven, con los ojos del alma iluminados por la luz de la fe, que la Eucaristía no es un poco de pan bendecido, sino el Sagrado Corazón de Jesús en Persona, que al ingresar por la Comunión, nos comunica la Sabiduría y el Amor de Dios.