martes, 29 de octubre de 2019

Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos



         La Conmemoración de Todos los Fieles no debe ser sólo una ocasión para recordar piadosamente a nuestros seres queridos, además de elevar oraciones por ellos: debe ser una ocasión para adorar a la Divina Misericordia, porque por esta Divina Misericordia es que esperamos, por un lado, que nuestros seres queridos difuntos estén el Cielo, junto a Dios –en el Purgatorio o en el Cielo- y es por esta Divina Misericordia que esperamos reencontrarnos con ellos, algún día, en el Reino de los Cielos.
         Sin la Misericordia Divina, no tendría sentido el recordar a los fieles difuntos, porque esta vida sería sólo la antesala de la eterna condenación, ya que no habría esperanza alguna de salvación y por lo tanto, no tendríamos la esperanza tampoco de reencontrarnos con ellos. Su recuerdo sólo nos traería dolor sobre dolor, además de tristeza y desesperanza. Sin embargo, esta Conmemoración está cargada de esperanza y de alegría para el cristiano, por el motivo que hemos dicho: porque por la Divina Misericordia, esperamos en la vida eterna, creemos en la vida eterna, pero no solo en la vida eterna, sino en el Reino de los Cielos; creemos que Dios, en su infinita Misericordia, se ha apiadado de nuestros seres queridos difuntos y les ha concedido, por intercesión de María Santísima, Mediadora de todas las gracias, el don del arrepentimiento perfecto o contrición del corazón y por esta razón es que esperamos que ellos, independientemente de la vida que puedan haber llevado aquí en la tierra, siendo más o menos pecadores, estén ya gozando de la visión beatífica de Dios Uno y Trino. Esto es lo que fundamenta nuestra esperanza y nuestra alegría en un día en el que la tristeza por el recuerdo de los seres queridos difuntos puede hacerse presente con mayor o menor intensidad, aunque aun habiendo tristeza y lágrimas por su recuerdo, la fe en la Divina Misericordia cambia la perspectiva sombría y nos da la certeza de que nuestros seres queridos están con Dios.
         Por otra parte, si pensamos que la Divina Misericordia obró con nuestros seres queridos difuntos, al punto tal de concederles la gracia de la conversión y del arrepentimiento final y por eso creemos que están salvados, también esperamos lo mismo para nosotros y por el mismo motivo, por la Divina Misericordia, ya que esperamos que Dios se apiade de nosotros, que somos pecadores y que nos conceda también a nosotros la gracia del arrepentimiento final. Esto enciende la esperanza de reencontrarnos con ellos un día, en Cristo Jesús, en el Reino de los Cielos.
         Porque creemos que Cristo es Dios y ha vencido al demonio, a la muerte y al pecado y porque creemos que, en su infinita Misericordia por nosotros, ha hecho prevalecer la Misericordia sobre la Justicia Divina en la hora de la muerte de nuestros seres queridos, y porque por esa misma Misericordia esperamos un día reencontrarnos con nuestros seres queridos en el Reino de Dios, es que este día es un día no sólo para conmemorar a nuestros fieles difuntos, sino para alabar, ensalzar, glorificar y adorar a la Divina Misericordia.

lunes, 28 de octubre de 2019

“Hoy ha entrado la salvación a esta casa”



(Domingo XXXI - TO - Ciclo C – 2019)

“Hoy ha entrado la salvación a esta casa” (Lc 19, 1-10). Jesús va caminando, acompañado por una multitud; mientras pasa a la altura de la casa de Zaqueo, se dirige a este, que se encontraba subido a un sicomoro para poder verlo, a causa de su baja estatura, diciéndole: “Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”. Zaqueo obedece y, muy contento, recibe a Jesús en su casa. Al ver la escena, hay algunos que murmuran, criticando a Jesús porque ha entrado en la casa de Zaqueo, que es un pecador, jefe de publicanos y hombre muy rico. Es decir, a muchos les molesta el hecho de que Jesús haya elegido la casa de un pecador para entrar. Sin embargo, el ingreso de Jesús en la casa de Zaqueo cambia las cosas, puesto que, gracias a Jesús, Zaqueo se convierte y decide compartir “la mitad de sus bienes” con los más necesitados, además de devolver “cuatro veces más” a aquel a quien haya podido perjudicar. Visto con ojos humanos, el ingreso de Jesús en la casa de Zaqueo no parece ser lo mejor, puesto que Él es Santo –es Dios Tres veces Santo-, mientras que Zaqueo es un pecador. Sin embargo, visto desde la perspectiva de Dios, es lo que Jesús debía hacer y es lo que Él ha venido a hacer: a convertir a los pecadores. Como consecuencia del ingreso de Jesús en su casa, Zaqueo se convierte, deja de ser pecador, porque ha recibido a Jesús en su casa material y en su casa espiritual, su corazón; ésa es la razón por la que decide dar “la mitad de sus bienes” a los pobres, además de resarcir “cuatro veces más” a quien haya podido perjudicar.
“Hoy ha entrado la salvación a esta casa”. En cada comunión eucarística, se repite la escena del ingreso de Jesús en casa de Zaqueo, un pecador, porque Jesús Eucaristía ingresa, por la comunión, en nuestra casa interior, que es nuestra alma y nuestro corazón. Al igual que Jesús quiso entrar en casa de Zaqueo para comunicarle de su santidad y así convertirlo, así Jesús Eucaristía quiere ingresar en nosotros para comunicarnos la santidad de su Sagrado Corazón Eucarístico, para lograr nuestra conversión. Esta conversión, para que sea real y no fingida, necesita demostrarse por obras de caridad y misericordia. Esto quiere decir que tal vez no compartamos la mitad de nuestros bienes con los pobres, ni tengamos necesidad de devolver cuatro veces más, porque no  hemos estafado a nadie, pero sí es necesario que hagamos obras de misericordia, única manera de saber si el ingreso de Jesús en nuestras casas o almas por la Eucaristía, da el fruto de santidad –como lo dio en Zaqueo- que Él espera.

“Vuestra casa se quedará vacía”




“Vuestra casa se quedará vacía” (Lc 13, 31-35). La tremenda profecía de Jesús es para los fariseos, los escribas y los doctores de la Ley, que lo rechazan a Él y a su mensaje de salvación y no sólo eso, sino que maquinan su asesinato por medio de la crucifixión. También está dirigida al Pueblo Elegido en general, porque será este pueblo el que, azuzado por sus dirigentes, se alegrará con su condena a muerte y contemplará con gozo su crucifixión. La pena para el deicidio que habrá de cometer el Pueblo Elegido –Jerusalén- es quedar con la “casa vacía”: Jesús está profetizando el fin del Templo y sus ritos cultuales, profecía que se mantiene hasta la actualidad. Sin embargo, esta tremenda profecía está dirigida también para todos los cristianos de todos los tiempos, porque también habrá cristianos que, aun bautizados y habiendo recibido la Comunión y Confirmación, harán apostasía, es decir, abandonarán a Cristo en pos de falsos dioses e ídolos paganos. Para estos tales, también está reservada la profecía: “Vuestra casa se quedará vacía”, siendo la casa vacía el alma sin la gracia de Dios.
“Vuestra casa se quedará vacía”. No hay peor desgracia para el alma que quedarse con la “casa vacía”, es decir, sin la gracia y sin la Presencia de Dios Uno y Trino. De nosotros depende el permanecer en gracia o elegir quedarnos, a causa del pecado, con la “casa vacía”, es decir, sin la Presencia de Dios Trinidad.

“Entonces será el llanto y el rechinar de dientes”




“Entonces será el llanto y el rechinar de dientes” (Lc 13, 22-30). Jesús describa su Segunda Venida con la figura de un amo de casa que ha estado esperando que ingresen sus súbditos a su casa, por una puerta estrecha; el amo, en determinado momento, se levantará y dejará fuera a quienes hasta ese momento no hayan entrado. Lo llamativo es lo que les sucede a los que quedan afuera: “Entonces será el llanto y el rechinar de dientes”. Es una frase muy llamativa, porque “llanto” sumado al “rechinar de dientes”, está expresando un dolor intensísimo, fuera de lo común; de tal intensidad, que hace “rechinar los dientes”. Esto significa que, quien no ingrese al Reino de Dios por la puerta estrecha que es Cristo crucificado, quedará fuera de él, comenzando inmediatamente a sufrir en cuerpo y alma los insoportables dolores que se sufren en el Infierno y por toda la eternidad. Esto es lo que quiere decir Jesús cuando dice que los que queden fuera del Reino de los cielos “llorarán y rechinarán los dientes” a causa del dolor, del intenso dolor que les provoca el fuego del Infierno.
“Entonces será el llanto y el rechinar de dientes”. Estamos en esta vida no para otra cosa que para entrar en la casa del amo por la puerta estrecha y así evitar quedar fuera, con llanto y rechinar de dientes; es decir, estamos en esta vida para ingresar en el Reino de los cielos por medio de la Santa Cruz y así evitar la eterna condenación en el Infierno.

“El Reino de Dios se parece a un grano de mostaza”




“El Reino de Dios se parece a un grano de mostaza” (Lc 13, 18-21). Jesús compara al Reino de Dios con un grano de mostaza: primero es pequeño, muy pequeño y luego de sembrado, empieza a crecer hasta convertirse en un frondoso y alto arbusto, al que van a hacer su nido los pájaros del cielo. Para entender la parábola, es necesario hacer una transposición analógica entre los elementos naturales y los sobrenaturales, ya que a cada elemento de la naturaleza le corresponde uno sobrenatural. Así, el grano de mostaza, en su estado natural, pequeño, es el alma humana, sin la gracia de Dios: así como el grano es pequeño, así lo es el alma en comparación con Dios; el grano de mostaza ya crecido y convertido en enorme arbusto, es el alma que, por la gracia de Dios, adquiere, por participación, una nueva vida que antes no tenía, la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios. Por último, en el arbusto frondoso van a hacer su nido las “aves del cielo”. ¿Qué representan estas aves? Representan a las Tres Divinas Personas que, por la gracia de Dios, van a inhabitar en el alma del justo.

martes, 22 de octubre de 2019

“Dos hombres subieron al templo a orar (…) uno salió justificado, el otro no”



(Domingo XXX - TO - Ciclo C – 2019)

“Dos hombres subieron al templo a orar (…) uno salió justificado, el otro no” (Lc 18, 9-14). Jesús describe la parábola del fariseo y del publicano: ambos suben al templo a orar –el subir indica ascenso del espíritu en la oración, es decir, ambos hacen oración al ingresar al templo-; sin embargo, luego de la oración propia de cada uno, dice Jesús, “uno salió justificado y el otro no”. Es decir, los dos ingresan al templo, los dos están en presencia de Dios, los dos hacen oración, pero uno es justificado, perdonado en sus pecados y el otro, no. ¿Cuál es la razón por la que, haciendo los dos la misma acción, sea su destino completamente diferente? La razón es que el fariseo comete el pecado de soberbia, mientras que el publicano realiza una acción virtuosa de humildad al auto-humillarse delante de Dios. Es decir, el fariseo comete un pecado, el pecado de soberbia, al estar ante Dios y ponerse a sí mismo como ejemplo de virtud, comprarándose con los demás y creyéndose superior a todos: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El pecado de soberbia es el pecado angélico por excelencia; es más grave que el pecado carnal, porque el pecado carnal lo comete el hombre por debilidad, en cambio, el pecado de soberbia es más bien de orden espiritual y hace participar, al alma, del pecado de soberbia cometido por el Ángel caído delante de Dios y que le mereció perder el Reino de los cielos para siempre. Entonces, el fariseo, a pesar de subir al templo, a pesar de hacer oración, a pesar de estar ante la presencia de Dios, no es justificado, porque participa del pecado de rebelión y soberbia que cometió el Ángel caído en  los cielos. La posición de "erguido" hace referencia no solo a la postura corporal, sino a la actitud de soberbia delante de Dios, ya que no se arrodilla ni siquiera ante la presencia de Dios.
Por otra parte, el publicano sí sale justificado, es decir, perdonado en sus pecados, porque estando en oración y ante la presencia de Dios, se humilla delante de Dios y se reconoce como lo que somos todos los seres humanos: pecadores. Dice el Evangelio acerca del publicano: “El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Es decir, realiza un acto virtuoso de humildad y la humildad, junto con la caridad, es la virtud que más asemeja al alma con Cristo Dios. Es tan importante la humildad, que es la única virtud, junto con la mansedumbre, específicamente pedida para nosotros por Nuestro Señor Jesucristo: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”. Así como la soberbia asemeja al alma a la Serpiente antigua, así la humildad asemeja al alma al Cordero de Dios, “manso y humilde de corazón”, como así también la asemeja al Inmaculado Corazón de María, que es, como el de su Hijo Jesús, “manso y humilde”. Porque hizo oración y se humilló ante Dios reconociéndose pecador, es que el publicano salió justificado, perdonado en sus pecados, a diferencia del fariseo, que no salió justificado, sino con un pecado más, el de la soberbia, junto a todos los otros que ya tenía. La posición de rodillas del publicano es un gesto exterior de humildad y auto-humillación, que acompaña al gesto interior de auto-humillación delante de Dios.
“Dos hombres subieron al templo a orar (…) uno salió justificado, el otro no”. Debemos reconocernos, como el publicano, pecadores, porque somos “nada más pecado”, pero también debemos estar atentos, porque incluso hasta en este gesto de humillación, puede estar escondida la soberbia, al pensar que soy humilde porque me humillo y por lo tanto soy mejor que los demás, que no se reconocen pecadores ni se humillan. Incluso pretendiendo hacer un acto de humildad, podemos arruinarlo todo y caer en el pecado de soberbia, corriendo el riesgo de ser humillados por Dios: “Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Para no caer en este pecado de soberbia, el mejor antídoto es pedir a la Virgen, Mediadora de todas las gracias, que interceda por nosotros para que recibamos la mansedumbre y la humildad del Corazón de Jesús, tal como Él nos aconseja en el Evangelio: “Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón”.

“Hipócritas, no sabéis interpretar el tiempo presente”



“Hipócritas, no sabéis interpretar el tiempo presente” (Lc 12, 54-59). Jesús nos da un duro correctivo, tratándonos de hipócritas y en realidad lo somos. ¿Por qué? El mismo Jesús nos da la respuesta: “Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: “Chaparrón tenemos”, y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: “Va a hacer bochorno”, y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente?”. Es decir, Jesús nos recrimina el hecho de que sabemos interpretar muy bien el tiempo climatológico, ya que sabemos, por el aspecto del cielo o por el tipo de viento, si va a haber lluvia o si va a hacer calor sofocante; sin embargo, no sabemos interpretar –o no queremos, en realidad- interpretar “el tiempo presente”, espiritualmente hablando. Es decir, Jesús nos recrimina el hecho de que somos infalibles con el tiempo climatológico, pero miramos para otro lado cuando se trata del tiempo presente, espiritualmente hablando.
¿Y cómo es el tiempo presente, espiritualmente hablando? Cuando observamos el mundo desde el punto de vista espiritual, podemos decir que es de una verdadera calamidad, una verdadera catástrofe espiritual. Esto lo podemos constatar con un simple dato de la realidad: entre otras cosas, más del noventa por ciento de niños y jóvenes que hacen la Primera Comunión y reciben la Confirmación, abandonan la Iglesia; más del noventa por ciento de los adultos, que han recibido el Bautismo y la Catequesis, no asisten a Misa ni se confiesan, es decir, son católicos nominales en la teoría y ateos reales en la práctica. Otros datos: la gran mayoría de los católicos muere sin recibir los últimos auxilios, pero no por falta de disposición de la Iglesia, sino porque no los quieren recibir, porque han perdido la fe; la gran mayoría de los jóvenes no se casan por la Iglesia, ya que prefieren el pecado mortal del concubinato, antes que la gracia y la virtud del Sacramento del matrimonio; una gran cantidad de jóvenes se encamina detrás de las canciones y modas que promueven el ateísmo, el ocultismo, la wicca, el paganismo, o se adhieren a sectas que no poseen la Verdad Absoluta como la posee la Iglesia Católica.
“Hipócritas, no sabéis interpretar el tiempo presente”. Si sabemos interpretar el tiempo climatológico, entonces sí sabemos interpretar los tiempos espirituales, que son de una verdadera calamidad. Empecemos, entonces, a poner remedio a la situación, haciendo oración, ayuno y penitencia por quienes no lo hacen.

“He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!”



“He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!” (Lc 12, 49-53). Si se la considera superficialmente, se diría que los seguidores de Jesús deberían salir a prender fuego a las cosas, como signo de que son discípulos suyos, porque Jesús lo dice literalmente: “He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!”. Sin embargo, el fuego que ha venido a traer Jesús y con el cual quiere incendiar el mundo, no es el fuego material y terreno que todos conocemos, sino un Fuego Desconocido, el Fuego del Amor de Dios, el Espíritu Santo. Éste es el fuego que ha venido a traer Jesús, el Amor de Dios, espirado por el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo, que desciende sobre Pentecostés sobre la Iglesia y en cada alma luego de la comunión eucarística como lenguas de fuego. Jesús ha venido a traer un fuego celestial, sobrenatural, que incendia los espíritus y no la materia y que no consume, a diferencia del fuego terrenal y que no sólo no provoca dolor, como este fuego terreno, sino que provoca gozo y alegría en el Espíritu Santo. Jesús ha venido a traer este fuego y este fuego, que Él sopló junto al Padre desde el cielo en Pentecostés, es soplado también por Jesús y el Padre luego de cada comunión eucarística. Por esta razón, debemos pedir que nuestras almas y nuestros corazones sean como la madera seca o como el pasto seco, que al menor contacto con el fuego, se encienden y se convierten en antorchas ardientes, para que, al contacto con el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que arde en el Fuego del Divino Amor, nuestras almas y nuestros corazones se enciendan en el fuego de este Divino Amor y ardan y resplandezcan ante el mundo con el Fuego Divino que Cristo ha venido a traer.

jueves, 17 de octubre de 2019

“Tened ceñidas las cinturas y encendidas las lámparas”




“Tened ceñidas las cinturas y encendidas las lámparas” (Lc 12, 35-38). Jesús está hablando de su Segunda Venida y para hacerlo, la compara con un servidor que está atento a la llegada de su amo, que ha partido para una boda y que regresará en cualquier momento, en horas de la madrugada. La Segunda Venida de Jesús puede acaecer de dos formas: para el que muere, el momento de su muerte es el momento equivalente a la Segunda Venida, pues se encontrará cara a cara con Cristo Dios en el Juicio Particular, en donde se decidirá su destino eterno; la segunda forma en la que acaecerá la Segunda Venida es para el que participe, en la historia, en el fin de la historia, de la Segunda Venida propiamente hablando. De una forma u otra, la Segunda Venida será repentina, inmediata, sin aviso previo, por lo cual el cristiano debe estar preparado siempre y en todo momento, y aquí es donde encaja la figura del servidor con la túnica ceñida y la lámpara encendida. La figura del servidor se comprende mejor cuando se hace una analogía entre los elementos naturales y los sobrenaturales: la túnica ceñida corresponde a quien está trabajando, ya que no es ropa de descanso: en este sentido, indica el alma que se preocupa por hacer obras de misericordia, sean corporales o espirituales; a su vez, la lámpara encendida significa que la luz de la fe está encendida en esta alma y es la que la mueve a realizar la misericordia, en la espera de su Señor, Cristo Jesús: la lámpara es el alma, el aceite que sirve de combustible para la llama es la gracia y la luz que da la mecha encendida, es una fe activa en el Hombre-Dios Jesucristo. Otro elemento a considerar es la hora de regreso del amo, a quien el servidor espera: el amo vendrá en horas de la madrugada, cuando todos estén durmiendo, de ahí que resalta la actitud activa de espera de la llegada del amo en el servidor: es el alma que, en medio del transcurrir de los segundos, los minutos, los días y los años, se encuentra en espera activa de la Segunda Venida del Señor Jesús.
“Tened ceñidas las cinturas y encendidas las lámparas”. Un último elemento, que provoca asombro, es la actitud del amo que, al regresar y ver a su servidor que lo está esperando, “se pondrá él a servirlo”, lo cual va más allá de toda lógica humana, pues lo lógico es que el amo simplemente, a lo sumo, felicite al servidor por haber cumplido su deber, pero de ninguna manera forma parte de la lógica humana que el amo se ponga a servir al servidor. Esta actitud de generosidad del amo está representando el don que Dios hará a quien espere con fe activa la Segunda Venida de Jesús, el Hombre-Dios: el Reino de los cielos, una recompensa que supera también a toda lógica humana y que demuestra el infinito Amor que Dios Trino nos tiene a todos y cada uno de sus hijos.

miércoles, 16 de octubre de 2019

“Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?”


(Domingo XXIX - TO - Ciclo C – 2019)

          “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 18, 1-8). Jesús hace esta pregunta al final de la parábola en la que nos enseña la necesidad de la constancia y la perseverancia en la oración, para ser escuchados por Dios. En la parábola, una mujer acude a un juez inicuo que “ni temía a Dios ni le importaban los hombres”. Sucede que acude a este juez una mujer viuda para pedirle que le haga justicia “frente a su adversario”. Después de negarse a hacer justicia por un tiempo, el juez reflexiona y dice: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”. La enseñanza de la parábola es que, si el juez injusto hace justicia solo por causa de la insistencia y de la perseverancia en el pedido, tanto más hará justicia Dios, Justo Juez, a aquellos de sus hijos que acudan a Él con insistencia y perseverancia. Se insiste con la idea de orar hasta ser inoportunos, hasta que la oración del que ora sea escuchada[1]Acto seguido, Jesús hace una pregunta que no parece tener relación con el tema, pero sí la tiene: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?”. 
“Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?”. La pregunta es: ¿por qué Jesús hace esta pregunta acerca de si habrá fe en la tierra cuando venga el Hijo del hombre? La respuesta es que la parábola está relacionada con la oración y para la oración se necesitan, además de la perseverancia, la fe; la enseñanza entonces es que es necesario tener fe, para hacer oración, pero en los tiempos en que esté cercana la Segunda Venida del Hijo del hombre, la fe se habrá perdido de tal manera, que no habrá casi nadie que haga oración, porque, precisamente, no habrá fe y eso es lo que explica la pregunta de Nuestro Señor. Es decir, la humanidad, cuando esté cercana la Segunda Venida del Hijo del hombre, se caracterizará por no solo no hacer oración perseverante, sino por no hacer oración en modo alguno, ya que la oración depende de la fe y si Jesús se pregunta si habrá fe cuando Él venga por Segunda Vez, es porque no habrá oración, y la razón de la falta de oración es que no habrá fe. Sin embargo, por el sentido general de la parábola, la enseñanza y la respuesta a la pregunta retórica que hace Jesús es que los justos, los que tengan fe, hagan oración, con la certeza de que serán escuchados y de que al final, el mal no prevalecerá[2]. Es decir, la victoria final de la Justicia de Dios sobre el mal y el Infierno está asegurada, por la promesa de Jesús: “Las puertas del Infierno no prevalecerán sobre mi Iglesia”, pero la pregunta de Jesús es como una advertencia hacia sus seguidores, porque muchos de ellos desfallecerán en la fe y no harán oración, en los tiempos previos a su Segunda Venida. En los tiempos cercanos a la Segunda Venida de Jesús, cuando todo parezca humanamente perdido, los fieles seguidores de Cristo se caracterizarán porque harán oración, ya que, confiados en las palabras de Jesús, esperarán contra toda esperanza.
Entonces, la enseñanza general de la parábola es que hay que tener fe en Cristo Dios, vencedor del mal; basados en esta fe, hay que hacer oración y esa oración debe ser constante y perseverante, con la certeza de que seremos escuchados en nuestras peticiones por Dios, Justo Juez



[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 628.
[2] Cfr. Orchard, ibidem, 682.

domingo, 13 de octubre de 2019

“¡Ay de vosotros, fariseos, hipócritas (…) Ay de vosotros, escribas!”




“¡Ay de vosotros, fariseos, hipócritas (…) Ay de vosotros, escribas!” (Lc11, 42-46). Los “ayes” de Jesús van dirigidos a los hombres religiosos de su tiempo, los fariseos, los escribas y los doctores de la Ley. Jesús les recrimina el hecho de haber deformado la religión, convirtiéndola en una caricatura de lo que esta es en realidad. La crítica de Jesús es que los hombres religiosos han deformado la religión, convirtiéndola en una mera práctica externa de ritos y cultos, pero vaciándola de contenido interior. Es decir, para los fariseos, los escribas y los doctores de la Ley, la religión consiste en realizar determinadas acciones externas y cumplirlas al pie de la letra, fingiendo así estar sirviendo a Dios, pero descuidando lo esencial de la religión, que es la caridad, la misericordia y la justicia. De esta manera, mientras practican escrupulosamente todos los preceptos de la Ley –la gran mayoría, inventados por ellos mismos-, al mismo tiempo pasan por alto el ser misericordiosos, compasivos, pacientes, justos, comprensivos con el prójimo. La religión es para ellos un pretexto para realizar ciertos ritos religiosos, pero sin cambiar el corazón ni un ápice, conservándolo duro, impiadoso e incluso impío. Invocan a Dios en sus ritos, pero cuando se dirigen al prójimo son severos, cínicos, duros de corazón.
“¡Ay de vosotros, fariseos, hipócritas (…) Ay de vosotros, escribas!”. No debemos pensar que los “ayes” de Jesús se dirigen sólo a los hombres religiosos de su tiempo. Esos “ayes” se extienden en el tiempo y en el espacio, hasta alcanzarnos a nosotros, de manera tal que si cometemos los mismos errores que los fariseos, los escribas y los doctores de la Ley, también esos “ayes” son para nosotros. Para que no seamos objeto del reproche de Jesús, tengamos bien en cuenta que la religión tiene dos versantes, el exterior, compuesto de palabras y acciones y el interior, compuesto por misericordia, compasión, justicia y piedad. No descuidemos ni lo uno ni lo otro, y así seremos agradables a los ojos de Jesús.

sábado, 12 de octubre de 2019

“¿No quedaron curados los diez? ¿Dónde están los otros nueve?”




(Domingo XXVIII - TO - Ciclo C – 2019)

         “¿No quedaron curados los diez? ¿Dónde están los otros nueve?”. El reclamo de Jesús se debe a que Él hizo el milagro de curar a diez leprosos, pero solo uno regresa a dar gracias, postrándose ante su Presencia. Y el que se muestra agradecido es un samaritano, es decir, no es ni siquiera hebreo. Jesús se muestra sorprendido por la actitud de desagradecimiento de los nueve leprosos, que acuden a Él cuando están enfermos, cuando tienen una necesidad, pero cuando ya se ven curados, no son capaces de reconocer la curación hecha por Él y se marchan sin dar gracias. 
En este Evangelio de la curación de los leprosos podemos ver diversas cuestiones que tienen que ver con nuestra fe y con nuestra relación personal con Jesús: por un lado, la curación en sí; por otro, la acción de gracias y por último la adoración como reconocimiento de la divinidad de Jesús. Es importante considerar estos tres elementos, porque nos competen a nosotros, porque aunque no hayamos sido curados de lepra, sí hemos recibido –al igual que los leprosos del Evangelio- innumerables beneficios de parte de Jesús. Ante todo, debemos considerar que la lepra es símbolo del pecado: la lepra es al cuerpo lo que el pecado al alma y en este sentido, todos, a partir del bautismo que nos quitó el pecado original y luego en cada confesión sacramental, hemos recibido de Jesús el beneficio de su perdón, originado en su amor misericordioso por nosotros. Por eso debemos considerarnos beneficiados por Jesús, pero con un beneficio mayor que el recibido por los leprosos, porque ser perdonados por Jesús es un milagro infinitamente más grande que el ser curados de una enfermedad corporal, como es la lepra. Recibir el perdón de los pecados es un don infinitamente más grandioso que ser curados de lepra, porque el pecado es una afección del espíritu imposible de ser quitada por la creatura, ya que sólo Dios tiene el poder de perdonar los pecados y quitarlos del alma. El otro aspecto a considerar es la acción de gracias, la cual es obligatoria para el hombre dar a Dios, independientemente de si recibe o no beneficios de parte suya, porque Dios es nuestro Creador y nosotros somos sus creaturas y tenemos la obligación de darle gracias y mucho más, cuando hemos recibido beneficios tan grandes como el perdón de los pecados. Si el leproso del Evangelio da gracias a Jesús por haber sido curado de la lepra, mucho más tenemos que dar gracias nosotros, a quienes se nos han quitado los pecados. Otro elemento a considerar es la adoración como acción de gracias, explicitada por el leproso curado en la postración y adoración a Jesús, porque la adoración, el postrarse ante Jesús -en nuestro caso, Jesús Eucaristía-, implica el reconocimiento de que Jesús es Dios y en cuanto tal, Él puede curar con su omnipotencia tanto las enfermedades corporales, como la lepra en el Evangelio, así como perdonar el pecado, como en nuestro caso.
“¿No quedaron curados los diez? ¿Dónde están los otros nueve?”. Cada vez que Jesús nos perdona en el Sacramento de la Confesión, nos hace un don y un milagro infinitamente más grandes que el curarnos una enfermedad corporal; cada vez que se nos dona su Sagrado Corazón Eucarístico, nos hace un don del Amor de su Corazón infinitamente más grande que curar la lepra. No seamos desagradecidos como los nueve leprosos, que solo se acordaron de Jesús y acudieron a Él por necesidad, pero se olvidan de Él, ingratamente, cuando recibieron de Jesús lo que de Jesús querían obtener. El agradecimiento nace del amor, por eso, cuanto más amor tiene un alma a Jesús, tanto más agradecimiento muestra, siendo la postración ante Él un signo visible de la acción de gracias, de la adoración y del amor profesados a Jesús.

jueves, 10 de octubre de 2019

“Si Yo expulso demonios con el poder de Dios, es porque el Reino de Dios ha llegado a vosotros”




“Si Yo expulso demonios con el poder de Dios, es porque el Reino de Dios ha llegado a vosotros” (Lc 11, 15-26). Esta afirmación de Jesús concuerda con otra del Evangelio de Juan: “Jesús ha venido para poner destruir las obras del Demonio” (cfr 1 Jn 3, 8). Es verdad que Jesús, ha venido para “darnos vida en abundancia”, que es la vida divina, por medio de la participación en la vida de la Trinidad por la gracia, pero es también verdad que además de vencer al Pecado y a la Muerte en la Cruz, ha vencido y derrotado para siempre al Demonio. Entonces, el poder de Jesús de expulsar demonios en los posesos, no sólo es signo de que Cristo es Dios, sino de que su Reino, el Reino de Dios, viene con Él a la tierra, para ser instaurado entre los hombres. Pero entre los hombres, desde el pecado original de Adán y Eva, se ha instaurado el reino de las tinieblas, el reino del príncipe de las tinieblas, el Demonio y como ambos reinos son incompatibles entre sí y no hay lugar para ambos en la tierra, Jesús expulsa a los demonios de los posesos como signo de que su Reino, el Reino de Dios, habrá de triunfar definitivamente sobre el reino de Satanás y ese triunfo comenzó ya con la Encarnación, continuó con la Pasión y Muerte en Cruz y se consumará definitivamente con los “cielos nuevos y la tierra nueva”.
“Si Yo expulso demonios con el poder de Dios, es porque el Reino de Dios ha llegado a vosotros”. Con su muerte en Cruz, Cristo Dios ha vencido definitivamente al Demonio y ha dado inicio a la Presencia del Reino de Dios entre los hombres. Sin embargo, esa Presencia del Reino de Dios será definitiva en la consumación del tiempo, cuando desaparezca la figura de este mundo y aparezcan “los cielos nuevos y la nueva tierra”. Hasta entonces, el reino de las tinieblas entabla y entablará una encarnizada lucha contra la Iglesia de Dios y su embate será tan formidable, que todo parecerá humanamente perdido para la Iglesia. Sin embargo, no hay que olvidar las palabras de Jesús: “Las puertas del Infierno no prevalecerán sobre mi Iglesia” (Mt 16, 18). No olvidemos esas palabras, puesto que serán nuestro consuelo en los días por venir, en los que el reino de las tinieblas parecerá haber cantado triunfo sobre el Reino de Dios.

miércoles, 9 de octubre de 2019

“El Padre dará el Espíritu Santo a quien se lo pida”



“El Padre dará el Espíritu Santo a quien se lo pida” (Lc 11, 5-13). En este Evangelio, Jesús nos hace varias revelaciones asombrosas. Por un lado, nos enseña la necesidad de la perseverancia en la oración, por medio de la parábola del padre de familia que a pesar de ser importunado en horas de la noche, le da a su amigo el pan que éste le pide, sólo por su insistencia. Nos enseña también que en la oración debemos tener una gran confianza en la misericordia y en la bondad de Dios, quien nos dará lo que le pedimos en la oración –si eso conviene a la salvación de nuestras almas- en virtud de su bondad y misericordia, porque si nosotros, que “somos malos” damos cosas buenas –para ejemplificar esto, Jesús dice que “nadie será tan malvado de dar una piedra a quien le pide pan, o una serpiente si le pide un pez, o un escorpión si le pide un huevo”-, cuánto más dará el Padre cosas buenas a quienes se lo pidan con fe y con amor y también con perseverancia. Pero hacia el final, Jesús hace una revelación todavía más asombrosa, que sería imposible siquiera de imaginar si Él no nos la revelara: el Padre no sólo dará cosas buenas a quienes se lo pidan por medio de una oración perseverante, sino que dará al mismo Espíritu Santo en Persona, al Amor de Dios: “El Padre dará el Espíritu Santo a quien se lo pida”.
Muchas veces pedimos a Dios por lo que necesitamos, tanto desde el punto de vista material como espiritual y luego de este Evangelio, estaremos seguros de que Dios nos las concederá, si rezamos con perseverancia y con confianza en su bondad. Pero también debemos preguntarnos: ¿pedimos el Espíritu Santo a Dios Padre? Solemos pedir y pedir muchas cosas y cosas buenas, pero, ¿pedimos el Espíritu Santo al Padre? Ésta es una de las revelaciones más asombrosas que hace Jesús: Dios Padre nos ama tanto, que no dudará en dar su Amor, el Amor de Dios, el Espíritu Santo, a quien se lo pida. Para la próxima vez que pidamos algo a Dios, pidamos en primer lugar que nos dé el Espíritu Santo, porque teniendo al Espíritu Santo con nosotros, lo tenemos todo.

"María ha elegido la mejor parte"



         Jesús va a casa de sus amigos María, Marta y Lázaro (cfr. Lc 10, 38-42). Mientras Marta se dedica con afán a alistar todo para recibir a los huéspedes, María sin embargo se queda a los pies de Jesús, contemplándolo, lo cual provoca la queja de Marta. Sin embargo Jesús, lejos de darle la razón a Marta, como debería ser según la lógica humana, le da la razón a María. ¿Qué podemos ver representado o simbolizado, en esta escena del Evangelio, sucedida realmente? En las hermanas que tienen distintas actitudes en relación a Jesús, se pueden ver representadas distintas vocaciones o también distintos estados del alma. Por ejemplo, pueden estar representadas las distintas vocaciones entre los hombres, unos, como laicos, santificándose en medio de las cosas del mundo y estarían representados en Marta y los otros, los religiosos, que estarían representados en María; también estarían representadas las dos grandes vocaciones dentro de los consagrados, en la Iglesia: Marta representaría a los religiosos de vida apostólica y María representaría a los religiosos de vida contemplativa. Por último, ambas hermanas estarían representando a una misma alma en distintos momentos en relación a Jesús: mientras está en las cosas del mundo, sería Marta, en tanto que cuando reza o hace adoración eucarística, sería como María.
         “María se ha quedado con la mejor parte”. La contemplación y la adoración son objetivamente mejores que la vida apostólica en medio del mundo. Sin embargo, lo importante es, por un lado, descubrir a cuál vocación o estado de vida nos llama Dios en particular; por otro lado, lo que importa es también tener en cuenta que si bien la contemplación es objetivamente mejor que la vida apostólica, lo que la hace cualitativamente mejor, a los ojos de Dios, a ambas, es el amor con el que se realiza.
         “María se ha quedado con la mejor parte”. Sea cual sea la vocación a la que Dios nos llame, hagámosla con amor a Jesús, ya que eso es lo único que cuenta a los ojos de Dios.

El Padrenuestro se vive en la Santa Misa



         El Padrenuestro es una oración muy especial, no solo porque Él nos la enseñó, sino porque se vive en un lugar y en un momento muy especiales, la Santa Misa.
         En efecto, cada petición del Padrenuestro se cumple en la Santa Misa. Veamos.
         “Padrenuestro que estás en el cielo”: rezamos a Dios como nuestro Padre que está en el cielo, pero en la Misa ese cielo viene a nosotros, porque en el tiempo en que dura la Misa, el altar no es lo que parece, sino una porción del cielo, en donde está nuestro Padre Dios.
         “Santificado sea tu Nombre”: pedimos la santificación del nombre de Dios Uno y Trino, pero en la Misa quien santifica y glorifica el nombre Tres veces Santo de Dios es Jesucristo, al renovar de forma incruenta su sacrificio en la cruz, sobre el altar.
         “Venga a nosotros tu Reino”: pedimos que venga el Reino de Dios, pero en la Misa, por el poder del Espíritu Santo, viene a nosotros no sólo el Reino de Dios, al convertirse el altar en una porción del cielo, sino que viene el mismo Rey del Cielo, Cristo Jesús, quien se queda oculto en la Eucaristía.
         “Hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo”: la voluntad tres veces santa de Dios es que todos los hombres nos salvemos y esta voluntad se cumple en la Misa, porque Jesús renueva su sacrificio incruenta y sacramentalmente para que nos salvemos.
         “Danos hoy nuestro pan de cada día”: por la Misa, no solo se nos da el pan material, el pan de la mesa, el alimento terreno, sino que recibimos algo que ni siquiera nos imaginamos, y es el Pan del cielo, el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía.
         “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: pedimos perdón por nuestras ofensas, al tiempo que ofrecemos perdón a quienes nos ofenden: en la Misa, Cristo Dios se ofrece al Padre en sacrificio, para perdonarnos en la Cruz y al mismo tiempo nos da las fuerzas y el Amor necesario para perdonar a nuestros enemigos, a quienes nos ofenden.
         “No nos dejes caer en la tentación”: esta petición se cumple en la Misa, porque por la Cruz y por la Eucaristía, Cristo Dios derrota al Mal personificado, el Demonio, concediéndonos al mismo tiempo la fuerza necesaria para no solo no caer en la tentación, sino para mantenernos en gracia.
         “Amén”: en la Misa se reza el triple “Amén” con el cual reconocemos el poderío, la sabiduría, el Amor y la majestad de Dios Uno y Trino, ofrecidos por nosotros por Cristo Jesús desde la Eucaristía.
         Por todas estas razones es que decimos que el Padrenuestro se vive en la Santa Misa.

martes, 1 de octubre de 2019

“Está cerca del Reino de Dios”




“Está cerca del Reino de Dios” (Lc 10, 1-2). Jesús envía a los Apóstoles a la misión, para que anuncien el anuncio más hermoso que pueda alguien escuchar en esta vida: el Reino de Dios está cerca. El Reino de Dios, el reino que es paz, alegría, justicia, amor, libertad, fortaleza, concordia, felicidad sin fin, está cerca de los hombres. Es un reino atemporal, porque es celestial, pero ya se hace presente en la historia de los hombres, para conducir a los hombres a la eternidad de Dios; es un reino inmaterial, porque viene del cielo, pero está ya presente en el medio mismo del tiempo y de la historia humanas, para que los hombres, abandonando todo en esta vida, entren en el Reino de Dios y así olviden para siempre el pesar y la amargura que los reinos de la tierra comportan, para comenzar a vivir un reino de paz, de alegría y de amor sin fin.
“Está cerca del Reino de Dios”. ¿Qué tan cerca está el Reino de Dios? Está tan cerca cuanto cerca está un alma que vive en gracia de Dios, porque el Reino de Dios en la tierra consiste en el reinado de la gracia en el alma de un hombre. También está tan cerca cuanto más cerca está el fin de nuestras vidas terrenas, porque cuando se termine el tiempo en la tierra, allí comenzará la eternidad y el Reino de Dios, que es eterno.
“Está cerca del Reino de Dios”. Quienes viven en gracia, como los santos, anuncian, aun sin saberlo, que el Reino de Dios está cerca y eso debe ser para nosotros un estímulo y un aliciente que nos lleve a desear vivir ya, desde la tierra, en el Reino de Dios, por medio de la presencia de la gracia en nuestras almas.