jueves, 30 de enero de 2020

“No se enciende una lámpara para ponerla debajo de una cama”


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“No se enciende una lámpara para ponerla debajo de una cama” (cfr. Mc 4, 21-25). ¿Qué nos quiere decir Jesús con esta imagen? Para saberlo, hay que reemplazar los elementos naturales por los sobrenaturales. Así, la lámpara, sin encender, es el alma tal como es creada por Dios, es decir, sin la gracia santificante, que la hace hija de Dios adoptiva y heredera del Reino de los cielos, además de quitarle el pecado, concederle la vida eterna y sustraerla del poder del Demonio; la lámpara encendida, es el alma que recibió la luz de la gracia, es el alma que fue iluminada, primero en el Bautismo y después en la Primera Comunión y cada vez que recibió un sacramento, la luz de la gracia santificante. Cuando el sacerdote bautiza, es Dios quien enciende una lámpara para ser puesta en el candelero y el candelero es este mundo que vive en tinieblas y en sombras de muerte. La luz de la gracia ilumina este mundo en tinieblas y cuando el alma es encendida en la luz de Dios, es decir, cuando recibe la gracia, es para que ilumine este mundo tenebroso. Ahora bien, la lámpara la enciende Dios, pero que esté en el candelero y alumbre o esté debajo de una cama y no alumbre depende, por así decirlo, de la libertad humana. En otras palabras, hay muchísimas almas que han sido encendidas con la luz del Bautismo sacramental, pero en vez de alumbrar al mundo con la luz de la fe, prefieren permanecer en tinieblas, es decir, vivir de un modo pagano y no cristiano. Esto ya no depende de Dios, lo volvemos a repetir, si el alma ilumina o no ilumina al mundo con la luz de la fe, sino que depende del libre arbitrio humano. Éste es el sentido de la frase de Jesús: “No se enciende una lámpara para ponerla debajo de una cama”.
De nosotros depende, entonces -de nuestra frecuencia a los sacramentos, de nuestra vida de oración, de nuestra preocupación por formarnos permanentemente y, en última instancia, de dar ejemplo de vida de santidad con obras más que con palabras-, si una vez encendidos, es decir, una vez bautizados, permanecemos debajo de una cama, sin alumbrar, o si permanecemos en el candelero, iluminando este mundo que vive “en tinieblas y sombras de muerte”.

miércoles, 29 de enero de 2020

La semilla da frutos de santidad cuando el alma está en gracia



          “El sembrador salió a sembrar” (Mc 4, 1-20). Jesús narra la parábola del sembrador que siembra y las semillas tienen diversos destinos, siendo así que sólo unas cuantas dan fruto, mientras que las demás no. Él mismo explica la parábola y para entenderla, es necesario comprender que los distintos tipos de terrenos en donde caen las semillas, son los corazones humanos, siendo el corazón humano en gracia el único en el que las semillas dan fruto. Los distintos tipos de suelos son distintos tipos de corazones; así, por ejemplo: el terreno al borde del camino es quien escucha la palabra, pero conoce el culto a Satanás y decide darle culto a él, sea directamente o a través de ídolos demoníacos como el Gauchito Gil, la Santa Muerte o la Difunta Correa; el terreno pedregoso son los que escuchan la Palabra, la comprenden, se alegran por ella y su mensaje, pero ante una dificultad o incluso ante la persecución que sobreviene por la Palabra, la dejan de lado, porque no permiten, con su actitud, que la Palabra eche raíces en ellos. Las zarzas, con sus espinas, son los corazones que escuchan la Palabra pero se dejan seducir por las riquezas del mundo y sus vanidades y es por esto que la Palabra no da frutos en ellas. Por último, el terreno fértil, es el alma en gracia que recibe la Palabra, que no se deja tentar por Satanás, que no abandonan la Palabra ni por las preocupaciones ni por las tribulaciones y tampoco la abandonan por las seducciones y riquezas del mundo, y es así como dan frutos de santidad, el ciento por uno.
          “El sembrador salió a sembrar”. Dios Padre es el sembrador, que siembra la semilla de la Palabra, su Hijo Jesús, en nuestros corazones, todos los días. A diferencia del terreno, que en sí mismo no puede cambiar, nuestro corazón puede, si lo quiere, alojar en sí la gracia y así hacer que la Palabra dé el ciento por uno en frutos. ¿Qué clase de terreno es nuestro corazón?

lunes, 27 de enero de 2020

“Al que blasfeme contra el Espíritu Santo no le será perdonado”




“Al que blasfeme contra el Espíritu Santo no le será perdonado” (Mc 3, 22-30). Para comprender la sorprendente afirmación de Jesús, hay que tener en cuenta el contexto precedente y es la afirmación temeraria que hacen los escribas acerca de Jesús: refiriéndose a la potestad de Jesús de expulsar demonios, los escribas le dicen a Jesús que está endemoniado, porque “expulsa los demonios con el poder del jefe de los demonios”. Se trata de una afirmación temeraria, falsa y blasfema, porque atribuyen maldad a una acción buena de Jesús, realizada con el poder del Espíritu Santo. En la posesión diabólica, es la santidad de Dios la que expulsa a los demonios, puesto que la santidad vence a la maldad. Sin embargo, para los escribas, la acción de Jesús no está impulsada por el Espíritu Santo, sino por Belcebú. Esto no es indiferente, porque es atribuir malicia –el poder de Belcebú- a lo que es santo –el poder del Espíritu Santo con el cual Jesús expulsa a los demonios- y eso es una blasfemia, una afirmación temeraria y un pecado contra el Espíritu Santo y por eso no puede ser perdonado. Quien atribuye a Dios maldad, no tiene perdón, porque es algo que va en contra de la razón: si Dios hiciera algo malo, aunque sea ínfimo, dejaría de ser Dios, porque iría contra su esencia, que es la Bondad Increada en sí misma. Además, afirmar que Dios hace algo malo, como lo hacen los escribas al atribuirle a Jesús el poder de los demonios, es contrario a la Verdad y quien esto hace, es porque está rechazando la gracia que ilumina el intelecto para hacerle ver que el que está haciendo el exorcismo es Dios y no el Demonio.
“Al que blasfeme contra el Espíritu Santo no le será perdonado”. Nunca caigamos en el error de cometer la blasfemia de atribuir al Demonio cosas que son de Dios, tal como hacen los escribas al atribuir una obra del Demonio –el exorcismo- lo que es obra de Dios, el Espíritu Santo. En este sentido, cometen un pecado contra el Espíritu Santo los que atribuyen un verdadero milagro de curación, realizado por la bondad de Dios, al Demonio o a sus ídolos, como el Gauchito Gil, la Santa Muerte, la Difunta Correa o cualquier ídolo demoníaco como estos. Quien hace esto, el atribuir al Demonio o a los ídolos demoníacos la curación de una enfermedad que ha sido curada por Dios, está cometiendo un pecado contra el Espíritu Santo y, de no mediar un verdadero arrepentimiento y conversión, este pecado no le será perdonado ni en esta ni en la otra vida.

sábado, 25 de enero de 2020

“Tú eres el Hijo de Dios”




“Tú eres el Hijo de Dios” (cfr. Mt 8, 29). Jesús hace varios exorcismos y en los momentos en los que los demonios salen de los cuerpos de los posesos, hacen una llamativa declaración, en relación a Jesús, además de postrarse delante de Él: “Tú eres el Hijo de Dios”. Esto demuestra, por un lado, la existencia de los demonios y que es falso considerar que un endemoniado es un epiléptico, como hacen muchos que niegan la realidad del Infierno y del demonio: un epiléptico es un epiléptico y un endemoniado es un endemoniado, porque los demonios existen y poseen los cuerpos de las personas; por otro lado, demuestra que los demonios saben quién es Jesús: saben que es el Hombre-Dios, saben que es Dios Hijo encarnado y no simplemente un “hombre de Dios” o un “hombre santo”, sino Dios Hijo encarnado y esto lo saben no porque puedan contemplar a la Persona Segunda de la Trinidad en Jesús de Nazareth –la contemplación la beatífica la perdieron junto con la gloria por su rebelión en los cielos-, sino porque experimentan, a través de la voz humana de Jesús, la omnipotencia divina de Dios, que se expresa y manifiesta a través de la voz humana de Jesús de Nazareth y es por esa razón que a la sola orden de Jesús, los demonios son exorcizados, es decir, abandonan inmediatamente el cuerpo del poseso en el que se encuentran.
“Tú eres el Hijo de Dios”. Los demonios no son ejemplo de nada, pero en este caso, paradójicamente, sí, porque los humanos deberíamos imitarlos en esto: en reconocer en Jesús al Hijo de Dios, omnipotente, y deberíamos también, como lo hacen los demonios del episodio del Evangelio, proclamar que Jesús es Hijo de Dios postrándonos ante su Presencia Eucarística. Así la Iglesia y el mundo tendrían una abundancia de paz y de amor de Dios jamás conocidas.

lunes, 20 de enero de 2020

"A los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”



(Domingo IV - TO - Ciclo A – 2020)

“Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló” (Mt 4, 12-23). El Evangelio describe la ausencia y presencia de Jesús en términos de oscuridad y de luz, respectivamente: para el evangelista, la presencia de Jesús cumple una profecía en la que la tierra es descripta espiritualmente como cubierta de tinieblas y sombras de muerte, para luego ser visitada por una luz que viene desde la eternidad para iluminarla. Esto lo dice el mismo Evangelio, al relatar el traslado de Jesús desde Nazareth a Cafarnaúm: “Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”. Es decir, la Galilea de los gentiles, hacia donde se traslada Jesús, es la tierra que “habitaba en tinieblas”, cuyos habitantes vivían “en sombras de muerte”: la Galilea de los gentiles es la tierra y la humanidad sin Cristo, que por esto mismo viven envueltos en “tinieblas y sombras de muerte”; a estos tales, es decir, a la humanidad y a los hombres, los visita una luz que disipa las tinieblas: “una luz les brilló”. Entonces, cuando Jesús está ausente, la Galilea de los gentiles está en oscuridad, pero cuando Jesús la visita, es iluminada por una luz. Ahora bien, es necesario establecer la naturaleza de la luz que ilumina a la Galilea de los gentiles: no se trata de una luz creada; no se trata ni de la luz del sol, ni de la luz artificial: se trata de la luz eterna, Cristo Dios encarnado, que por ser Dios es al mismo tiempo Luz Eterna e Inaccesible y que con esta luz disipa las tinieblas en las que vive la humanidad.
“Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”. Lo que se dice de la humanidad, se puede decir de cada alma en particular: mientras no está Cristo Dios en esa alma, aunque el alma esté iluminada por la luz del sol, es un alma que está en “tinieblas y sombras de muerte”, es decir, está envuelta en las tinieblas del pecado, además de estar rodeada por las sombras de muerte que son los ángeles caídos o demonios. También la muerte la acecha, porque sin Cristo el alma no tiene la vida de la gracia. Por el contrario, cuando el alma está en gracia, inhabita en ella Cristo Dios, que es Luz Eterna y ya no vive por lo tanto “en sombras de muerte”, sino que vive iluminada y con la luz de Dios, porque Dios es luz y es además luz viva, que vivifica con la vida divina a quien ilumina. Entonces, cuando el alma está en pecado, es la Galilea de los gentiles, la tierra que habita en tinieblas y sombras de muerte; cuando el alma está en gracia, tiene en ella a Cristo que es Dios y es Luz eterna, que la ilumina y vivifica con la luz de su Ser divino trinitario.


“Echando en torno una mirada de ira”



“Echando en torno una mirada de ira” (Mc 3, 1-6). Resulta realmente sorprendente esta descripción que hace el Evangelio acerca de la actitud de Jesús en relación a los fariseos: “Echando en torno una mirada de ira”. La actitud de Jesús contrasta con la imagen general que se tiene de Él, el de un Jesús bondadoso y misericordioso, puesto que es la Misericordia Encarnada. Pero es también la Justicia encarnada y esta vez, para los fariseos, que se niegan a la misericordia, porque se niegan a que Jesús cure al hombre con una parálisis en el brazo, por el solo hecho de ser sábado, no cabe otra actitud que la descarga sobre ellos de la Justicia divina. Y es esto lo que justifica la expresión del Evangelio: “Echando en torno una mirada de ira”. La ira de Dios se desencadena sobre el alma que se obstina en el pecado, sobre el alma que se obstina en negarse a obrar la misericordia, en negarse a ser misericordioso, como en este caso los fariseos, que preferían cumplir la ley positiva de no hacer trabajo un día sábado, antes que permitir que Jesús obrara la misericordia, curando su brazo paralítico.
“Echando en torno una mirada de ira”. Debemos tener precaución y no formarnos una idea equivocada de Jesús, la de un Jesús bonachón, que, por caer simpático a todos, deja de obrar el bien para obrar la injusticia: Jesús es Dios y en cuanto tal, es Misericordia Divina encarnada, pero es también Justicia divina encarnada y por lo tanto, no puede dejar pasar por alto las faltas contra la caridad y la misericordia. Seamos precavidos y obremos siempre la misericordia, para no atraer sobre nosotros la mirada iracunda del Hombre-Dios Jesucristo.


“El Hijo del hombre es señor del sábado”



“El Hijo del hombre es señor del sábado” (Mc 2, 23-28). Jesús y sus discípulos atraviesan unos sembradíos el día sábado, día en que estaba prohibido por la ley hacer cualquier tipo de trabajo manual. Como los discípulos sentían hambre, comienzan a arrancar las espigas de trigo para comer. Al ver esto, los fariseos se escandalizan y protestan a Jesús por el quebrantamiento de la ley, porque frotar las espigas estaba considerado como un trabajo. Lejos de darles la razón, Jesús les responde con otro ejemplo en el que se quebrantó la ley, cuando David y sus hombres, también azuzados por el hambre, entraron en el templo y comieron de los panes consagrados, que sólo los sacerdotes podían comer. Con esto, Jesús les quiere hacer ver que la ley positiva inventada por los humanos se puede dejar de lado en aras de un bien mayor, en este caso, la caridad, que consiste en saciar el hambre de quien la padece. Pero además la respuesta de Jesús -"El Hijo del hombre es señor del sábado"- tiene otra connotación y es la autoritativa, puesto que Él se auto-establece como quien puede, por propio poder, determinar si se ha quebrantado o no la ley y dar la dispensa para su quebrantamiento, como en este caso.
Nosotros deberíamos aprender de los discípulos de Jesús y también de David y sus hombres y experimentar el hambre, no del cuerpo, sino del trigo convertido en Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía, y deberíamos acudir todos los días al templo para saciar el hambre espiritual de Dios que sólo la Eucaristía puede hacerlo.


martes, 14 de enero de 2020

“Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”


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(Domingo II - TO - Ciclo A – 2020)

         “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29-34). Juan el Bautista ve acercarse a Jesús y lo nombra con un nombre nuevo, no dado a nadie hasta ese entonces: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Y luego revela que él sabe quién es Jesús porque el Padre se lo ha dicho: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”. Con esto, Juan traza una clara distinción entre el bautismo que él predicaba y el bautismo de Jesús: él, Juan, predicaba un bautismo de conversión meramente moral y bautizaba con agua; era un bautismo para que el hombre cambiara el corazón y se volviera un poco más bueno, con el objeto de prepararse para la venida del Mesías. Ahora que viene Jesús, viene el Mesías, que es Él y a diferencia de Juan, no bautiza con agua, sino con “Espíritu Santo”.
         ¿Qué quiere decir que bautiza con Espíritu Santo? Por un lado, quiere decir que Cristo es Dios, porque sólo el Hijo, en comunión con el Padre, soplan el Espíritu Santo, es decir, sólo Jesús, junto al Padre, puede insuflar el Espíritu Santo sobre un alma y es en eso en lo que consiste el bautismo del Espíritu Santo. Por otro lado, significa el bautismo en el Espíritu Santo que no es un bautismo meramente moral, porque el bautismo moral, como el de Juan, sólo incide en la voluntad, dejando al hombre en su pecado, tal como estaba antes, solo que ahora con buenas intenciones; el bautismo en el Espíritu Santo significa algo infinitamente más grandioso: por un lado, el Espíritu Santo incide no en la voluntad, sino en el acto de ser de la persona, es decir, en su raíz más profunda y desde allí se extiende a toda la persona; por otro lado, el Espíritu Santo destruye el pecado, expulsa al demonio del alma y vence a la muerte, todo lo cual se consumará con el misterio pascual de muerte y resurrección de Cristo en la Cruz. El Espíritu Santo incorporará y hará partícipes, místicamente, del misterio pascual de Cristo a todo aquel que sea bautizado y ése no sólo recibirá el don de serle borrado el pecado original, de ser sustraído de la acción del demonio, de vencer a la muerte, sino que recibirá la gracia de la adopción filial, por la cual será convertido en hijo adoptivos de dios, hermano de Cristo y heredero del Reino de los cielos. Por esta razón, todo bautizado en Cristo está llamado a dejar las obras de las tinieblas, las obras del hombre terreno y carnal, para vivir la vida de los hijos de Dios, la vida de la gracia, como anticipo de la vida futura en la gloria.
         “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Cada vez que el sacerdote eleva la Hostia consagrada y repite esta frase: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, nos hace recordar a nuestro bautismo, por lo que debe renovar en nosotros el deseo de no solo rechazar el pecado, sino de vivir la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios, la vida de los bautizados en la Sangre del Cordero.

“Tus pecados te son perdonados”


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“Tus pecados te son perdonados” (Mc 2,1-12). Llevan a Jesús a un paralítico y a causa de la multitud, deben sacar las tejas del techo para poder colocarlo delante de Jesús. Una vez que se encuentra delante de Jesús, Él le dice: “Tus pecados te son perdonados”. Una primera cosa que podemos notar es que el paralítico no es llevado para pedir la curación de su parálisis, de su enfermedad corporal. El paralítico sabe que Jesús es Dios –sólo Dios puede perdonar los pecados, como dirán luego los fariseos, murmurando- y que puede curarle su parálisis, pero lo que el paralítico quiere de Jesús es que, en cuanto Dios, le perdone sus pecados. Es decir, el paralítico acude a Jesús no para que le devuelva la facultad de caminar, sino para que le perdone sus pecados y eso es lo que Jesús hace. Pero además, en premio a su fe y para responder a los difamadores que decían que sólo Dios podía perdonar los pecados –para ellos Jesús no era Dios y no podía perdonar los pecados-, le dice al paralítico que tome su camilla y salga caminando, cosa que el paralítico hace, al quedar completamente curado de su parálisis. Es decir, el paralítico recibió dos milagros de parte de Jesús: recibió el perdón de los pecados y además, en forma secundaria, recibió la curación de su parálisis. Para quien lleva una vida espiritual santa y formada, sabe que el perdón de los pecados es un milagro de la misericordia de Dios infinitamente más grande que la curación de una enfermedad corporal, porque de nada sirve una curación corporal, si el alma está manchada con pecados.
“Tus pecados te son perdonados”. Cada vez que nos acerquemos al sacramento de la Confesión, nos recordemos de la fe del paralítico en Cristo Dios y cómo quería de Él el perdón de los pecados y no la curación de su enfermedad física.

“Si quieres, puedes limpiarme”


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“Si quieres, puedes limpiarme” (Mc 1, 40-45). Se le acerca a Jesús un leproso, se arrodilla ante Él y le suplica que, si Él quiere, que lo cure. Jesús, compadecido, extiende su mano, lo toca y le dice: “Quiero: queda limpio” y de inmediato la lepra se quitó de su cuerpo. En el episodio del Evangelio podemos ver algunos elementos: uno de ellos es que, en el leproso, estamos representados todos los hombres, porque la lepra es figura y símbolo del pecado: lo que es la lepra al cuerpo, es el pecado al alma; entonces, si Jesús cura al leproso, quiere decir que puede curar esa lepra del alma que es el pecado y por esa razón es que todos debemos acudir a Jesús para que, en el Sacramento de la Confesión, nos quite la lepra del alma es el pecado. Otro elemento que podemos considerar es cómo el leproso se dirige a Jesús con el título de “Señor” y se postra ante Él, todo lo cual indica que lo reconoce como a Dios; como para nosotros Jesús es Dios y está en la Eucaristía, entonces debemos postrarnos ante la Eucaristía y adorar a Jesús, que es Dios y que está en la Hostia consagrada.
Cuando comulguemos, también digamos, junto con el leproso: “Si quieres, puedes limpiarme” para que los pecados veniales se perdonen y así comulguemos en plenitud de gracia, aunque recordemos que los pecados mortales sólo se perdonan con la confesión sacramental.



Le trajeron muchos enfermos y endemoniados


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          La gente sabe que Jesús se encuentra en determinado lugar y como ha oído hablar de sus poderes sobrenaturales, acude a Él, llevándole sus enfermos y también muchos “endemoniados” (Mc 1, 29-39). Esta frase es importante porque nos revela que tanto la gente como los evangelistas sabían distinguir bien de una enfermedad epiléptica, por ejemplo, de un caso de un endemoniado. Esto es necesario aclararlo porque muchos progresistas y modernistas acusan a la Biblia –y por ende, a Jesús- de pretender que todos eran enfermos epilépticos y de que no había endemoniados. El Evangelio es muy claro: la gente llevaba ante Jesús a “enfermos y endemoniados” y como estos últimos conocían que Jesús era el Hombre-Dios, Jesús “no les permitía hablar”.
          Esta curación y estos exorcismo que hace Jesús está en consonancia con otra parte de la Escritura que dice que Jesús “vino a destruir las obras del Demonio” y las obras del Demonio son, la enfermedad, producto del pecado y la posesión diabólica.
          Jesús cura enfermos y exorciza a los posesos, devolviéndoles la salud y la tranquilidad, destruyendo la enfermedad y expulsando a los demonios. Visto superficialmente podría parecer que Jesús ha venido para que el mundo sea mejor, para que los hombres se vean libres de las enfermedades y de las molestias del demonio, pero no es así: la curación de enfermedades y la expulsión de demonios es sólo el prolegómeno del anuncio del Reino que ha venido a hacer Jesús: Jesús ha venido a destruir las obras del demonio, sí, pero el objetivo último de su Venida es, luego de quitar el pecado y sustraernos del poder del Demonio, el concedernos la gracia santificante, que nos hace hijos adoptivos de Dios y herederos del Reino de los cielos. Es para esto que ha venido Jesús y es éste el motivo último de nuestra alegría, no tanto porque cure enfermedades y expulse demonios.

Jesús expulsa a un demonio y libera a un poseso


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“Jesús increpó al espíritu inmundo y le dijo: “Cállate y sal de él” (cfr. Mc 1, 21-28). Estando Jesús en la sinagoga, en Cafarnaúm, se presenta un poseso, un hombre que estaba poseído por un espíritu inmundo y comienza a gritar: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”. Jesús lo increpa y le ordena inmediatamente salir del poseso: “Cállate y sal de él”. Obedeciendo a las palabras de Dios encarnado, el ángel caído sale inmediatamente del poseso, dejándolo libre.
El episodio del Evangelio nos revela varios elementos: por un lado, la existencia, presencia y actuación sobre los hombres, de los ángeles caídos, de aquellos que ángeles que siguiendo a Lucifer en su rebelión contra Dios, lucharon contra los ángeles de Dios y fueron expulsados del cielo; otro elemento que nos revelan es que los ángeles caídos circulan por nuestro mundo y que su objetivo no es otro que tomar posesión, para atormentar, a los hombres, porque el Demonio odia al hombre en cuanto éste es imagen y semejanza de Dios: puesto que a Dios nada puede hacerle, descarga toda su furia tomando posesión de los hombres. Otro aspecto que nos revela el Evangelio es el poder absoluto que tiene Jesucristo sobre estos espíritus inmundos, porque ante la sola orden suya, el espíritu inmundo deja inmediatamente al hombre, quedando éste liberado por la orden de Jesús. Es decir, Jesús exorciza a los demonios con el solo poder de su voz, porque estos espíritus angélicos caídos reconocen, en la voz de Jesús, a la potente voz del Creador y huyen inmediatamente. De aquí se deriva otro aspecto que nos revela el Evangelio y es cómo los demonios demuestran tener más fe en Jesús en cuanto Hombre-Dios y no en cuanto simple profeta u hombre santo, porque le obedecen inmediatamente, a diferencia de muchas cristianos que no creen en Jesús ni tienen fe en su Palabra y en sus milagros.
“Cállate y sal de él”. El espíritu impuro reconoce, en la voz humana de Jesús,  a la potente voz de Dios; de manera análoga, los cristianos deberían reconocer, en la débil voz del sacerdote, la potente voz de Dios que, en la Santa Misa, convierte el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre y deberían, colmados de gozo y alegría, postrarse ante la Presencia de Jesús Eucaristía.


domingo, 12 de enero de 2020

Solemnidad del Bautismo del Señor


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(Ciclo A – 2020)
         Jesús se introduce en el río Jordán, posiblemente hasta la altura en la que el agua le llega hasta la cintura, y lo hace para recibir el bautismo de parte de su primo, el Profeta Juan el Bautismo. El Bautista lo toma delicadamente con una mano en la espalda y con otra el pecho, y así lo sumerge en el río, para hacerlo emerger luego de unos breves segundos, con lo cual Jesús queda bautizado por Juan. El bautismo que daba Juan era un bautismo de conversión moral, necesario para todos aquellos que desearan recibir al Mesías con un corazón purificado, viviendo en sus vidas los Mandamientos de la Ley de Dios.
       Ante la escena del Bautismo de Jesús, no podemos dejar de preguntarnos: ¿cuál es la razón por la cual Jesús se bautizó, si Él, siendo Dios Hijo, no tenía pecado y por lo tanto no tenía necesidad de bautismo? ¿Por qué Jesús se bautizó, si Él, siendo la Palabra del Padre no tenía necesidad de convertirse, al no solo no tener pecado, sino ser Él la Santidad Increada y la Fuente de toda santidad participada?
       Es decir, bajo ningún punto de vista, se justificaba el bautismo de Jesús por Juan: Juan bautizaba para que el corazón se convierta del pecado y así pueda recibir al Redentor, pero por un lado, Jesús no solo no tenía pecado, sino que era la Santidad Increada y por otro lado, Él era el Redentor al cual Juan anunciaba. Volvemos entonces a preguntarnos: ¿por qué se bautizó Jesús, si no tenía necesidad?
       La respuesta es que Jesús se deja bautizar por Juan por dos razones: la primera, para darnos a nosotros ejemplo de cómo debemos ser obedientes a la Ley de Dios y por eso debemos dejarnos bautizar si somos adultos, o hacer bautizar a nuestros hijos cuando son pequeños; la otra razón es que, al bautizarse Jesús, cumple místicamente su misterio pascual de muerte y resurrección y con él, nos une a nosotros y nos hace partícipes de su Muerte y Resurrección, porque al sumergirse en el agua, con eso se está significando su Muerte y al emerger del agua, con eso se está significando su Resurrección y así es como lleva a cabo místicamente su misterio pascual de muerte y resurrección. Y como Él nos asocia, por el bautismo, a su Pasión y Resurrección, en su bautismo, nos incorpora a su Muerte y Resurrección. En el momento en que Jesús se sumerge, participamos de su Muerte; en el momento en que Jesús emerge del agua, participamos de su Resurrección. Jesús se deja bautizar, siendo Él el Mesías; nosotros sí necesitamos el bautismo, porque somos pecadores y necesitamos de los dones que nos da el bautismo: nos quita el pecado original, nos libra del poder del Demonio, nos concede la gracia santificante y nos convierte en hijos adoptivos de Dios, además de hacernos partícipes, místicamente, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.
En otra palabras, al ser bautizado Jesús por Juan en el Jordán, quienes somos bautizados, somos unidos a Jesús en su muerte en Cruz y somos unidos y hechos partícipes de su Resurrección gloriosa el Domingo de Resurrección. Por estas razones, es que Jesús se deja bautizar por Juan en el Jordán.




martes, 7 de enero de 2020

Feria de Navidad 7 070120


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         La escena de Navidad nos muestra el Niño del Pesebre de Belén que, extendido en su cuna, extiende sus pequeños bracitos, como lo hace todo recién nacido. En esta escena hay un misterio insondable, majestuoso, oculto por los siglos y ahora develado; un misterio que encierra en sí mismo el destino de felicidad y de felicidad eterna que todo hombre anhela.
         El misterio del Niño de Belén, la escena del Pesebre, no se explica ni se entiende sino es a la luz de otra escena misteriosa e inefable, la escena del Viernes Santo, con el Hombre-Dios crucificado en la cima del Monte Calvario. Es decir, el Pesebre no se explica sin la Cruz, así como la Cruz no se entiende sino es a la luz de la escena del Pesebre y el Niño que en él yace.
         Estas dos escenas, el Pesebre y la Cruz, encierra un único misterio y por eso mismo forman una sola y única unidad: el misterio de la Encarnación y el Nacimiento del Redentor, Cristo Jesús, Segunda Persona de la Trinidad, que viene a nuestro mundo como un Niño recién nacido, para ofrecer su Cuerpo y su Sangre, junto con su Alma y su Divinidad, en el altar de la Santa Cruz, para expiar nuestros pecados y concedernos la gracia santificante que salva nuestras almas.
         Los ángeles que cantan gozosos la gloria de Dios y adoran al Niño Dios en la Nochebuena, son los mismos ángeles que el Viernes de la Pasión recogerán, llenos de tristeza y pesar, la Sangre del Cordero de Dios, que brotará a raudales de sus heridas abiertas, de su Cuerpo lacerado y de su Corazón traspasado. Serán también los mismos ángeles que se postrarán en adoración ante el Cordero de Dios que, prolongando su Encarnación en la Eucaristía, ofrecerá su Cuerpo como Pan Vivo bajado del cielo y su Sangre como Sangre de la Alianza Nueva y Eterna en el Santo Sacrificio del altar, la Santa Misa. Por esta razón, el Pesebre, el Calvario y la Santa Misa, son misterios inefables que están unidos entre sí y que tienen su razón de ser en Dios que sin dejar de ser Dios se hace Niño en Navidad, para inmolarse en la Santa Cruz y ofrecerse a nuestras almas como Pan que da la Vida eterna en la Eucaristía.


Feria de Navidad 6 070120


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         Cuando se lee en los Evangelios cómo eran los momentos previos al Nacimiento del Niño Dios, se puede comprobar, con cierta tristeza, que la Virgen, encinta y a punto de dar a luz, acompañada por su esposo legal San José, comienza a recorrer las posadas de Belén en busca de reposo, calor y un lugar para el Nacimiento, pero se dan con la amarga sorpresa de que en ninguna de estas posadas había lugar para ellos: “no había sitio para ellos en el mesón” (cfr. Lc 2, 7). Es decir, las posadas de Belén, que están bien iluminadas, bien calefaccionadas, llenas de gente despreocupada, en donde abundan la riqueza y las risotadas, en donde lo que se hace es bailar y festejar mundanamente, no tienen lugar para un Dios que está por nacer de una Madre Virgen. Estas posadas representan a los corazones de los hombres que viven sin Dios, que no lo conocen y no lo aman y tampoco quieren recibirlo en sus vidas; estas posadas ricas de Belén son la representación de los hombres mundanos y terrenos, que se dejan llevar por los placeres concupiscibles, que tienen sus corazones repletos de amores mundanos y en los que no hay cabida para que nazca Dios en ellos. El lugar que debería ocupar Dios, está ocupado por ídolos: dinero, poder, placer, goce de las pasiones. Hay lugar para todas estas alegrías perversas, pero no para que nazca Dios y por eso en estos corazones sólo hay amor egoísta humano y no Amor de Dios.
         Quien sí se presta para que nazca el Niño Dios en él es el pobre Portal de Belén, en realidad un tosco refugio de animales –un buey y un asno- que, como tal, es oscuro, frío, indigno de ser habitado por el hombre: el Portal de Belén es una representación del corazón del hombre pecador, que al igual que el hombre de las posadas de Belén está sin Dios, pero que no duda en darle un lugar en su corazón para nazca en él el Niño Dios. Es el hombre que desea con todo su corazón que el Niño Dios nazca en él, porque quiere recibir a su Dios que viene a él como Niño recién nacido. A pesar de ser miserable y pobre, el hombre que desea a Dios, representado en el Portal de Belén, no duda en abrir las puertas de su corazón de par en par, para que el Niño Dios convierta al Portal de Belén, su pobre corazón, en el Cielo en la tierra, con su gracia.
         Esto debe llevar a preguntarnos cómo es nuestro corazón en relación al Niño Dios, si es un corazón egoísta y soberbia, como las ricas posadas de Belén, o si es, por el contrario, el corazón pobre de un hombre pecador que a pesar de sus miserias y pecados, desea recibir a Dios que viene a él.
         La respuesta es que para que el Niño Dios nazca en nuestros pobres corazones, debemos dejar entrar primero a la Virgen María, que es la que porta consigo al Niño Dios y es de la cual nace Jesús, quien alumbrará nuestras almas con su luz eterna.


Feria de Navidad 5 070120


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         Los primeros seres humanos en tener noticia del Nacimiento del Niño Dios, después de su Madre, la Virgen y San José, fueron un grupo de pastores y ellos se anoticiaron a causa de los ángeles que se les aparecieron en donde estaban pastoreando y les avisaron que había nacido el Salvador. El relato del Evangelio dice así: “Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz: y se llenaron de temor. El ángel les dijo: ‘No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor, en la ciudad de David. Esto tendréis por señal: encontraréis al Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre’. Al instante se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, alabando a Dios, diciendo: ‘Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad’. Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: “Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado”. Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho” (Lc 2, 8-20).
         Es necesario reflexionar tanto en la aparición de los ángeles, como en la actitud y respuesta de los pastores, para así tomar ejemplo de ellos y poder vivir un auténtico espíritu navideño. Al momento de recibir la Buena Noticia, los pastores estaban haciendo lo que debían hacer, es decir, estaban cumpliendo su deber de estado, estaban trabajando como pastores y esto es algo indispensable y necesario para recibir al Salvador, según la parábola del siervo prudente: el siervo prudente, el que trabaja, es el que espera al Mesías, en cambio el siervo perezoso, el que no trabaja por pereza, no lo espera. Otro elemento en cuestión, al considerar la escena evangélica, es la pobreza de los pastores, pero no meramente la pobreza material, que sí eran pobres materialmente hablando, sino que además eran pobres espirituales, porque se sabían necesitados de un Salvador y por esta razón, en cuanto oyen que ha nacido el Salvador, acuden a su encuentro. Esta pobreza espiritual, que está estrechamente emparentada con la humildad, es también un requisito indispensable para el encuentro personal con el Hombre-Dios Jesucristo, ya que la riqueza terrena y la soberbia son impedimentos severos. La pobreza espiritual y la humildad son virtudes necesarias que deben estar presentes en el alma, pues Dios tiene predilección por los pobres de espíritu y por los humildes, según la Escritura: “enaltece  los humildes y humilla a los soberbios”.
Otro elemento a considerar es que cuando se aparecen los ángeles, de forma contemporánea los pastores son envueltos en la “gloria del Señor” y esto es un indicativo de que el mensaje angélico es de origen celestial y sobrenatural, que sobrepasa la capacidad de comprensión de la razón humana, precisamente porque no se trata de un mensaje de origen humano y terreno: por esto mismo, no debemos rebajar el anuncio de los ángeles y la consiguiente respuesta de los pastores, al solo nivel de la razón humana, es decir, no podemos racionalizar, naturalizar y humanizar el Evangelio, porque eso le hace perder su esencia sobrenatural. El anuncio angélico es de origen celestial y no una ideología humana.
Inmediatamente después de recibir la Noticia Nueva, los pastores acuden al Pesebre no por curiosidad, sino para adorar a Dios Hijo encarnado, que se les manifiesta como Niño recién nacido, “envuelto en pañales”, en los brazos de la Virgen y Madre de Dios; luego de adorar al Niño, regresan a sus lugares de pertenencia para “dar a conocer” lo que han visto, al tiempo que “glorifican y alaban a Dios por todo lo que habían visto y oído”.
Por todas estas razones, los modelos para vivir una auténtica Navidad son los pastores –junto con los Reyes Magos-, porque ellos dieron asentimiento al anuncio angélico y acudieron a adorar al Salvador. Ahora bien, también son modelos para vivir la Santa Misa, porque para la Misa también se necesitan las virtudes de la humildad y la apertura del espíritu, que debe ser pobre y humilde, porque allí, en la Santa Misa, continúa y prolonga su Encarnación y Nacimiento el Niño Dios, solo que en la Misa se nos manifiesta, no como Niño visiblemente, sino como Pan de Vida eterna.