Mostrando entradas con la etiqueta Amar a Dios. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Amar a Dios. Mostrar todas las entradas

viernes, 16 de mayo de 2025

“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado”

 


(Domingo V - TP - Ciclo C - 2025)

“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado” (Jn 13, 31-33a.34-35). Jesús nos deja un mandamiento al que Él llama “nuevo”; “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado”, pero en este mandamiento debemos preguntarnos cuál es la novedad, en qué consiste lo “nuevo”, porque en el Antiguo Testamento ya existía este mandamiento, el del amar al prójimo; de hecho, el Primer Mandamiento de la Ley de Dios, practicada por el Pueblo Elegido, consistía en “amar a Dios y al prójimo como a uno mismo”. Si nos quedamos en este primer análisis superficial, podemos decir que el mandamiento de Jesús no es tan nuevo como Él lo dice. Sin embargo, el mandamiento de Jesús es nuevo y lo es de tal manera, que es completa y absolutamente nuevo, aun cuando en el Antiguo Testamento ya existiera un mandamiento que mandara amar al prójimo y es tan nuevo el mandamiento de Jesús, que podemos decir que es substancialmente nuevo, a pesar de que su formulación con el mandamiento de la Ley de Moisés es casi idéntica.

Si esto es así, si el mandamiento de Jesús es substancialmente nuevo y tan nuevo que es distinto al mandamiento de la Ley Antigua, debemos preguntarnos en qué consiste la novedad del “mandamiento nuevo” de Jesús. La novedad del mandamiento nuevo de Jesús radica, principalmente, en dos aspectos: el primero se refiere a la consideración del prójimo y el segundo, en la cualidad del amor con que Nuestro Señor Jesucristo manda amar al prójimo. Con relación al prójimo, hay que tener en cuenta que para los judíos se consideraba como “prójimo”, solo a quien pertenecía al pueblo judío -por eso los samaritanos no eran considerados prójimos y no estaban, por lo tanto, incluidos en el Primer Mandamiento-: así, el Primer Mandamiento quedaba limitado solo a los de raza hebrea o solo a quienes profesaran la religión judía; en el mandato de Jesús, queda suprimida toda barrera de raza, de nación, de edad, e incluso de amistad, porque el concepto católico de “prójimo” incluye a todo ser humano, por el solo hecho de ser un ser humano; la segunda diferencia, que hace verdaderamente nuevo al mandamiento de Jesús, se refiere a la cualidad del amor con el que se debe amar al prójimo: en el Antiguo Testamento, el mandamiento mandaba amar al prójimo -con las limitaciones que mencionamos- con las solas fuerzas del amor humano, ya que así lo dice explícitamente la formulación del mandato: “Amarás a Dios -y al prójimo- con todas tus fuerzas” y el amor humano, además de estar contaminado por el pecado original, está también condicionado por nuestra naturaleza humana, de ahí que el amor humano, aun cuando sea genuino, es limitado, se deja llevar por las apariencias, es superficial en muchos casos; en cambio, el tipo de amor con el que Jesucristo nos manda amar al prójimo es substancialmente distinta, porque Jesús nos manda a amar con el Amor con el que Él nos ha amado y ese Amor es el Amor de Dios, el Espíritu Santo, el Amor que el Padre dona al Hijo desde la eternidad y el Amor con el que el Hijo ama al Padre desde la eternidad y así lo dice Jesús: “Ámense los unos a los otros como Yo os he amado”, es decir, con el Amor con el que Jesús nos ha amado y ese Amor es el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, el Divino Amor, el Espíritu Santo. Por último, hay otro elemento que estaba totalmente ausente en el mandamiento del Antiguo Testamento y ese elemento es la cruz: Jesús nos dice que nos amemos los unos a los otros “como Él nos ha amado” y Él nos ha amado con el Divino Amor, el Espíritu Santo, y hasta la muerte de Cruz, porque nos dona ese Divino Amor a través de la efusión de Sangre de su Corazón traspasado en la Cruz. Estas son entonces las diferencias que hacen que el mandamiento de Jesús sea verdadera y substancialmente nuevo, porque implica amar a todo prójimo, sin distinción de razas, es decir, implica amar a todo ser humano, incluido nuestro enemigo –“Ama a tu enemigo”-; el mandamiento nuevo de Jesucristo implica también amar no ya con el simple y limitado amor humano, sino con el amor de Dios, el Espíritu Santo; por último, implica amar a Dios y al prójimo, no hasta cuando nos parezca, sino hasta la muerte Cruz. Todos estos son elementos que hacen que el mandamiento de Jesús sea un mandamiento verdaderamente nuevo y de origen celestial, sobrenatural, divino.

Finalmente, cuando nos decidimos a cumplir este mandamiento nuevo de Jesús, nos enfrentamos con la realidad, la realidad de no tener un amor suficiente y capaz de cumplir el mandamiento como Jesús nos pide. Entonces, nos preguntamos: ¿dónde conseguir el Amor Divino, el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad, el Amor de Dios, con el cual sí podemos amar a todo prójimo, incluido el enemigo; con el cual podemos amar con el Divino Amor, el Santo Espíritu de Dios; con el cual podemos amar a nuestros hermanos hasta la muerte de Cruz? ¿Dónde encontrar este Amor verdaderamente celestial? Encontraremos este Amor Divino allí donde reside como en su sede natural, el Sagrado Corazón de Jesús. ¿Y dónde está el Sagrado Corazón de Jesús, vivo, glorioso, resucitado, palpitante con el Divino Amor? En la Sagrada Eucaristía. Entonces, si queremos vivir el mandamiento nuevo de Jesucristo, recibamos con el corazón en gracia al Divino Amor que el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús derrama sobre nuestras almas, por medio de la Comunión Eucarística.

 


domingo, 4 de junio de 2023

“No hay mandamiento mayor que éstos”

 


“No hay mandamiento mayor que éstos” (Mc 12, 28b-34). La pregunta acerca de cuál es el mandamiento más importante no lleva en sí una carga de hostilidad, sino de sincera preocupación, debido a la cantidad de preceptos que imponían los rabinos. Los rabinos enumeraban seiscientos trece preceptos de la ley, de los cuales doscientos cuarenta y ocho eran mandamientos positivos y trescientos sesenta y cinco eran prohibiciones. Estos preceptos estaban clasificados además en “leves” y “graves” y abarcaban tanto leyes religiosas y rituales, como aspectos de la ley natural.

El mandamiento de amar a Dios era muy conocido entre los judíos, porque formaba parte de la profesión de fe monoteísta que todo fiel israelita debía recitar dos veces al día. Sin embargo, este mandamiento de amar a Dios quedaba oscurecido u oculto por el hecho de que era seguido inmediatamente por pasajes de la Escritura que trataban de la prosperidad y del lavado de los hábitos litúrgicos.

El segundo mandamiento, el de amar al prójimo como a uno mismo, es inseparable del primero, que manda amar a Dios; entonces, este doble precepto de caridad es el más grande de los mandamientos: “Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”, porque resume todos los deberes del hombre para con Dios y para con los demás hombres. Los profetas habían enseñado que el espíritu interior de la religión y el cumplimiento de la ley moral eran superiores a los ritos externos del sacrificio; sin embargo, a esta doctrina no se le daba la importancia debida en las escuelas rabínicas, con lo cual se ponía el acento en actos exteriores y no en lo interior. El escriba que pregunta a Jesús muestra inteligencia al deducir de las palabras de Cristo la superioridad de la ley de la caridad sobre el ceremonial de culto.

Puede sucedernos a nosotros, y de hecho nos sucede con frecuencia, que en la práctica de la religión pongamos el acento en actos exteriores y olvidemos que lo más importante es el interior, en el alma, en donde debe reinar el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, que nos concede el Amor necesario para cumplir con el mandamiento más importante y que concentra toda la Ley Divina: “Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”.

domingo, 24 de octubre de 2021

“¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”

 


(Domingo XXXI - TO - Ciclo B – 2021)

         “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” (Mc 12, 28-34). Le preguntan a Jesús cuál es el “primero de todos los mandamientos” y Jesús responde que es “amar a Dios con todas las fuerzas”. También le dice Jesús que el segundo mandamiento es “amar al prójimo  como a uno mismo”. A partir de Jesús, el cristianismo adoptará, igual que el judaísmo, a estos dos mandamientos como a uno solo, quedando formulados en la práctica de la misma manera: “Amarás a Dios y al prójimo como a uno mismo”. Podría entonces alguien decir que el cristianismo y el judaísmo, al tener el mismo mandamiento, son casi la misma religión; sin embargo, el mandamiento cristiano difiere radicalmente del mandamiento judío, al punto de constituir casi dos mandamientos distintos y veremos las razones.

         Ante todo, el mandamiento judío manda “amar a Dios y al prójimo” con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas y es evidente que hace referencia al corazón, al alma, a la mente y a las fuerzas del hombre: “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. Se hace hincapié en que el cumplimiento de este mandamiento se basa sí en el amor, pero en el amor del hombre hacia Dios.

         Por el contrario, en el caso del cristianismo, la diferencia radica en que el amor con el que se manda amar a Dios y al prójimo –y también a uno mismo- es un amor distinto; no se trata del simple amor humano, sino de otro amor, el Amor del Sagrado Corazón de Jesús, un amor que es divino, celestial, sobrenatural, porque es el Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo, y porque se expresa en la donación de sí mismo, no de un modo cualquiera, sino expresamente y exclusivamente a través de la unión con Cristo en el Santo Sacrificio del altar. Es esto lo que Jesús dice: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado” y Cristo nos ha amado con el Amor del Espíritu Santo y hasta la muerte de cruz. Entonces, si bien el cristianismo y el judaísmo tienen como primer y principal mandamiento al primer mandamiento, que manda amar a Dios y al prójimo como a uno mismo, difieren substancialmente en la cualidad del amor con el que se deben cumplir estos mandamientos: para el judaísmo, basta con el simple amor humano –un amor que, además de ser limitado, está contaminado con la mancha del pecado original-, mientras que en el cristianismo, este amor ya no es suficiente, sino que para cumplir el primer mandamiento, es necesario amar a Dios y al prójimo y a uno mismo con el Amor de Dios, el Espíritu Santo.

         Por último, ¿dónde conseguimos este Divino Amor, para así cumplir a la perfección el primer mandamiento? Lo conseguimos allí donde se encuentra como en su Fuente, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Es en el Corazón Eucarístico de Jesús en donde arde este Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo y es por eso que debemos ir a buscar este Divino Amor en la Eucaristía.

viernes, 14 de agosto de 2020

“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”

 

“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22, 34-40). Un doctor de la ley le pregunta a Jesús, no para satisfacer su sed de saber, sino para ponerlo a prueba, “cuál es el mandamiento más grande de la ley”. Jesús le responde que amar a Dios con todas las fuerzas y además amar al prójimo como a uno mismo. Ante esta respuesta de Jesús, nos podemos preguntar en qué consiste la novedad del cristianismo, puesto que el mandamiento más importante también es el primero y está formulado de manera prácticamente idéntica al mandamiento de la ley judía: “Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo”. Visto de esta manera, pareciera no haber diferencias entre el mandamiento de la ley judía y el mandamiento proclamado por Cristo, por lo cual, podría decirse, que el cristianismo está subordinado al judaísmo, ya que no aporta nada nuevo en substancia.

Sin embargo, el mandamiento de Jesús es substancialmente distinto al de la ley judía, pese a estar formulado de la misma manera y la razón está en dos cosas: en el tipo de amor con el que se debe amar a Dios y al prójimo y en la intensidad con la que este amor debe ser aplicado para cumplir con la ley. En cuanto al tipo o clase de amor con el que el cristiano debe amar a Dios y al prójimo, no es el amor meramente humano, como es en el caso de la ley judía, sino el Amor de Dios, el Espíritu Santo, porque Jesús dice: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado” y Jesús nos ha amado, no con el amor humano -que en cuanto tal está contaminado por el pecado original-, sino con el Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo. En cuanto a la intensidad con la que debe ser aplicado este Amor, está también en la frase de Jesús: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado” y Jesús no solo nos ha amado con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, sino que lo ha hecho “hasta la muerte de cruz”. Por esta razón, la intensidad con la que se debe vivir el mandamiento del amor a Dios y al prójimo, es “hasta la muerte de cruz”, como lo hizo Jesús con cada uno de nosotros.

“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Dos son entonces las grandes diferencias que separan al mandamiento de la Antigua y de la Nueva Ley: que en la Nueva Ley el Amor con el que se debe amar a Dios y al prójimo es el Amor de Dios, el Espíritu Santo, y que este Amor debe ser vivido hasta la muerte de cruz. Ésta es la novedad radical, que hace que el mandamiento de la caridad de Cristo sea substancialmente diferente al mandamiento de la ley judía, aun cuando en su formulación sean iguales.

viernes, 8 de mayo de 2015

“Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como Yo los he amado”


(Domingo VI - TP - Ciclo B – 2015)

         “Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como Yo los he amado” (Jn 15, 9-17). Antes de su Pascua, antes de su “paso” de este mundo al Padre, Jesús deja un mandamiento verdaderamente nuevo por el cual los cristianos serán reconocidos como seguidores suyos y es el mandamiento del amor: “Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como Yo los he amado”. Se trata de un mandamiento verdaderamente nuevo, porque si bien es verdad que los Mandamientos de la Ley de Dios mandaban también amar, puesto que se concentraban en el Primer Mandamiento: “Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”, sin embargo, ahora se trata de una novedad que no solo es absolutamente radical, sino que es doblemente radical, porque Jesús manda a sus discípulos a amarse mutuamente, sí, pero con un nuevo modo de amor –“como el Padre me amó”-, como el Padre lo amó a Él, y con una nueva forma de amar –“como Yo los he amado”-, es decir, como Él nos ha amado.
Para entender en qué consiste la doble novedad en el mandamiento del amor que Jesús para nosotros en cuanto discípulos, es necesario retrotraernos al inicio del pasaje evangélico: “Como el Padre me amó, también Yo los he amado a ustedes (…) Éste es mi mandamiento: que se amen unos a otros, como Yo os he amado”. El mandamiento nuevo de Jesús consiste entonces en que sus discípulos han de amarse con el amor con el que Él los amó y el amor con el que Él los amó, es el Amor con el que el Padre lo amó desde la eternidad, y ese Amor es el Espíritu Santo. En otras palabras, los cristianos, los discípulos de Cristo de Cristo, han de amarse no con un amor meramente humano, afectivo, sensiblero, superficial, sentimental, limitado a los límites de la naturaleza humana, sino con un Amor celestial, sobrenatural, divino, que se origina en el Padre y en el Hijo, y ese Amor es la Persona del Amor, el Espíritu Santo, la Persona Tercera de la Trinidad, que es espirada del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, que une en la eternidad, en el Amor, a las Personas divinas del Padre y del Hijo: “como el Padre me amó, también Yo los he amado a ustedes”. Los cristianos deben amarse entre sí como el Padre ama al Hijo desde la eternidad, con el Amor Divino, con la Persona Tercera de la Trinidad, el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo, el Amor celestial y divino de Dios, el Amor Puro y Perfectísimo del Ser trinitario divino, el Espíritu Santo. No se trata entonces de un amor sensiblero, sentimentalista, meramente humano, y mucho menos, pasional, que se reduce a los estrechos límites de la naturaleza humana, porque es el Amor con el que el Padre amó a Jesús desde la eternidad: “como el Padre me amó”, y este Amor es el Espíritu Santo y puesto que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, el Hijo nos ha amado con el Espíritu Santo, entonces debemos amarnos con el Amor del Espíritu Santo, que es el mismo Amor con el que nos ama Dios Padre. Es por esto que no tenemos excusas, los cristianos, para no amarnos entre nosotros mismos, en cuanto cristianos, con el Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo, que es un Amor Purísimo, celestial, casto, sobrenatural. Es importante entender esto y tenerlo bien en claro, para no reducir el cristianismo a una mera moral o a una simple colección de frases sentimentales; el cristianismo, o más bien el catolicismo, es la religión de los misterios del Hombre-Dios Jesucristo, la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en una naturaleza humana, y el Amor con el que Jesús nos ama, se deriva de esta Encarnación y de este misterio divino, es decir, se deriva del Ser mismo trinitario, Puro, celestial y Perfecto, y no del corazón humano, manchado por el pecado y por lo tanto, egoísta, dominado por las pasiones y limitado por naturaleza.  
“Éste es mandamiento: que se amen los unos a los otros, como Yo los he amado”. La otra vertiente de la doble novedad del mandamiento nuevo del amor de Cristo, es que los cristianos no solo deben amarse como el Padre amó a Jesús, sino que deben amarse “como el Hijo los amó”: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”, y Jesús nos ha amado hasta la muerte de cruz, lo cual quiere decir que debemos amarnos los unos a los otros como Cristo nos ha amado a cada uno de nosotros en particular y de modo personal, hasta la muerte de cruz.
Es decir, en el mandato de Jesús: “Ámense los unos a los otros como Yo os he amado”, debemos considerar cómo nos ha amado Jesús, porque ese es el amor con el que debemos amar a nuestro prójimo: Jesús nos ha amado hasta la muerte de cruz, una muerte extremadamente dolorosa y humillante; una muerte que le ha costado su vida, y no de un modo metafórico o simbólico, sino real; una muerte sobrevenida luego de tres horas de dolorosísima agonía; una muerte ofrecida para expiar los pecados de la humanidad; una muerte ofrecida para satisfacer la Justicia Divina, irritada por la malicia del hombre; una muerte injusta y cruel, sufrida por una Víctima Pura y Santa, que se ofrecía a sí misma por la salvación de toda la humanidad. Si no somos capaces de amar a nuestro prójimo “como Cristo nos ha amado” –es decir, hasta la muerte de cruz- y si no incluimos, como “prójimo”, en primer lugar, a nuestros enemigos, puesto que Cristo nos manda “amar al enemigo” –“amad a vuestros enemigos” (Mt 5, 43-48)-, no podemos llamarnos “cristianos” y mucho menos podemos cumplir el mandamiento nuevo de la caridad que nos distingue como cristianos.

Como el Padre me amó, también Yo los he amado a ustedes (…) Éste es mi mandamiento: que se amen unos a otros, como Yo os he amado”. La doble novedad del mandamiento nuevo del Amor de Jesús es que debemos amarnos los unos a los otros con el Amor del Espíritu Santo, y hasta la muerte de cruz; si no sabemos amar a nuestros hermanos como Jesús nos amó y si mucho menos podemos amarlos con el Amor con el que Jesús nos amó, debemos acudir a Nuestra Madre del cielo, la Virgen, que es la Madre del Amor Hermoso, y pedirle que sacie nuestros corazones con el Pan Vivo bajado del cielo, que contiene en sí todo el Amor infinito y eterno de su Hijo, el Sagrado Corazón de Jesús. Sólo así estaremos en grado de comenzar a cumplir, al menos mínimamente, el mandato de la caridad de Jesús.