Mostrando entradas con la etiqueta Virgen María. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Virgen María. Mostrar todas las entradas

martes, 6 de septiembre de 2022

“Hay más alegría en el Cielo por el pecador que se convierte que por los justos que no necesitan conversión”


 

(Domingo XXIV - TO - Ciclo C – 2022)

“Hay más alegría en el Cielo por el pecador que se convierte que por los justos que no necesitan conversión” (Lc 1. 10). Jesús afirma que en el cielo, Dios Uno y Trino, la Virgen, los santos y los ángeles, se alegran más por un pecador que en la tierra se convierte de su pecado y comienza el camino de la conversión, que por los justos que, ya convertidos, han iniciado hace tiempo ese camino.

Esto nos lleva a preguntarnos por la conversión y si es que la necesitamos, para saber en qué lado de la parábola de Jesús nos encontramos. Ante todo, hay que decir que la conversión es una conversión eucarística; esto quiere decir que el alma necesita la conversión y para graficar la conversión, podemos tomar la imagen del girasol: el girasol, de noche, tiene su corola inclinada hacia la tierra y sus pétalos plegados sobre la corola; cuando comienza a amanecer, cuando la Estrella de la mañana hace su aparición en el cielo, anunciando la salida del sol y el comienzo de un nuevo día, el girasol comienza un movimiento en el que, girando sobre sí mismo, se levanta con su corola y, orientándola hacia el cielo, al mismo tiempo que abre sus pétalos, comienza a orientarse en dirección al sol, siguiendo el recorrido del sol por el cielo. En este proceso del girasol podemos vernos reflejados nosotros, los pecadores: el girasol somos nosotros, en cuanto pecadores; la corola orientada hacia la tierra, durante la noche, significan nuestros corazones que, en las tinieblas de un mundo sin Dios, se orientan hacia la tierra, hacia las pasiones, hacia las cosas bajas de este mundo; los pétalos cerrados sobre la corola indican el cierre voluntario del alma a la gracia santificante que proviene de Jesucristo; la Estrella de la mañana, que indica el momento en el que el girasol comienza a rotar para orientarse hacia el sol, desplegando al mismo tiempo sus pétalos, indica a la Virgen María, Mediadora de todas las gracias que, apareciendo en nuestras vidas, nos concede la gracia de la conversión, la cual nos permite abrir las puertas del alma y del corazón a Cristo, Sol de justicia; la Estrella de la mañana, la Santísima Virgen, indica el fin de las tinieblas de una vida sin Cristo, al mismo tiempo que la llegada de un nuevo día para nuestras vidas, el día del conocimiento, del amor y del seguimiento de Cristo Jesús; finalmente, el sol que aparece en el firmamento y al cual el girasol sigue durante su desplazamiento por el cielo, representa a Jesucristo Eucaristía, Sol de justicia, que con sus rayos de gracia santificante, ilumina nuestras almas y nos da una nueva vida, la vida del día nuevo, la vida de los hijos de Dios, que viven con la vida misma de la Trinidad, al recibir la gracia santificante por los sacramentos, que hacen que el alma viva una vida nueva, la vida misma de Dios Uno y Trino.

Con esta imagen entonces graficamos el proceso de conversión y a la pregunta de si necesitamos convertirnos, la respuesta es “sí”, porque la conversión es un proceso de todos los días, de todo el día, hasta que finalice nuestra vida terrena, porque no podemos decir que “ya estamos convertidos”, puesto que al ser pecadores, necesitamos constantemente de la gracia santificante de Jesucristo para vivir en gracia y no en pecado, así como el girasol necesita de los rayos del sol y del agua para poder vivir y no morir por la sequía.

“Hay más alegría en el Cielo por el pecador que se convierte que por los justos que no necesitan conversión”. Es necesario pedir en la oración, todos los días, la gracia de la conversión eucarística a Jesucristo Eucaristía, para recibir de Él la gracia santificante que nos hace vivir la vida nueva de los hijos de Dios. En esta vida terrena nuestra lucha es por la conversión eucarística, conversión que será plena, total y definitiva, en el Reino de los cielos, en la otra vida, en la vida eterna. Mientras tanto, debemos hacer el esfuerzo de convertirnos, todos los días, a Jesús Eucaristía. Y así habrá alegría en el cielo.

jueves, 16 de diciembre de 2021

“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”

 


“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” (Lc 1, 39-45). La Virgen María, encinta de su Hijo Jesús, por obra del Espíritu Santo, acude a ayudar a su prima, Santa Isabel, quien a su vez también está embarazada. En el diálogo que se establece entre Isabel y la Virgen cuando la Virgen llega a casa de Isabel, se determina el origen divino del fruto del vientre de María Santísima. Por un lado, cuando la Virgen saluda a Isabel, ésta queda, dice el Evangelio, “llena del Espíritu Santo”, al tiempo que el niño que Isabel lleva en su seno, “salta de alegría”. Estos dos hechos confirman la divinidad del Niño que María lleva en su seno, porque sólo el Espíritu Santo, que es donado por el Padre y el Hijo, puede colmar con alegría sobrenatural a un alma y además, iluminarla para que conozca, con luz sobrenatural, que la concepción del seno de María es “el Señor”, uno de los nombres con los que los hebreos se referían a Dios. Por otra parte, el salto de alegría de Juan el Bautista se debe a la misma causa: no es una alegría natural, sino sobrenatural, porque es el Espíritu Santo quien infunde la Alegría del Verbo Encarnado, tanto a Isabel, como al Bautista. Además de la alegría, el Espíritu Santo, soplado por el Niño Dios que lleva María en su seno, ilumina las inteligencias de Santa Isabel y de Juan Bautista y les hace conocer que el Niño que lleva María es Dios Hijo encarnado y es eso lo que provoca la alegría de Isabel y del Bautista. Todo esto no sucedería si el saludo entre la Virgen y Santa Isabel fuera un saludo solamente entre seres humanos, sin la presencia de Dios en el medio.

“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”. Cada vez que tengamos la oportunidad, elevemos, como jaculatoria, el saludo de Santa Isabel a María Santísima, ya que así la bendecimos y la proclamamos dichosa a Ella, por llevar a Aquel que es el Dador de la paz y de la alegría de Dios. Y, a cambio, la Virgen María nos dará a Jesús y Jesús nos dará el Espíritu Santo, porque adonde va la Virgen, allí va Jesús y Jesús es el Dador del Espíritu Santo.

 

martes, 20 de diciembre de 2016

Respuesta a un hereje: el Ángel anuncia que el Niño que nacerá de la Virgen será Dios


“El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 26-38). En el Anuncio del Ángel a María se revela, con toda claridad, que el Hijo será Dios, que la Virgen será Virgen y Madre al mismo, y que la concepción será virginal, no por obra humana, sino por obra de Dios. Sin embargo, estas verdades de fe, que constituyen el centro de nuestra fe católica y que se relaciona directamente con la Eucaristía –el Niño concebido por el Espíritu Santo es Dios y está en la Eucaristía-, es negado por herejes, como el sacerdote jesuita Juan Masiá, quien descaradamente y contrariando la fe de dos mil años de la Iglesia Católica, ha publicado un artículo en el que niega expresamente la doctrina católica sobre la virginidad de María, Madre de Dios[1], negando públicamente esta verdad de fe y dogma de la Iglesia Católica. El descarado hereje asegura que “los antiguos catecismos decían inapropiadamente “virgen antes del parto, en el parto y después del parto” y además afirma que “una posible unión sexual de José y María no es incompatible con la virginidad de la Virgen”. En un artículo publicado en Religión Digital, niega la historicidad de “la anunciación a María y la anunciación a José”, asegurando que “no son ni una clase de biología, ni una sesión de sexología, ni una crónica histórica de un matrimonio excepcional, ni siquiera de un nacimiento sobrenatural. Estas narraciones son poesía y teología, mejor dicho, simbólicas y de fe”. Igualmente opina que “los antiguos catecismos decían inapropiadamente ‘virgen antes del parto, en el parto y después del parto’. Pensaban que, antes del parto, la penetración sexual rompe la virginidad; pensaban también que la criatura que nace, al romper y herir esa puerta, mancha a la madre, que tendría que purificarse; pensaban también que si María y José engendraban otros hijos e hijas, hermanos y hermanas de Jesús, María dejaba de ser virgen. Pero hay que decir que ni la unión por amor mancha, ni la sangre contamina, ni el dar a luz produce impureza’. Y por último, tras despreciar burlonamente la doctrina católica asegura que “hoy no podemos pensar así. Quien insista en seguir usando imágenes medievales, podrá decir que hay que cuidar esa puerta del castillo. Bien, pero... según quien vaya a entrar y salir, se abrirá o se cerrará”, niega expresamente el dogma sobre la virginidad de María”[2]. Las afirmaciones de este hereje contradicen con el Evangelio y la fe de dos mil años de la Iglesia.
Para contestarle, y para afianzar la fe bimilenaria de la Iglesia, analicemos solamente el Evangelio de la Anunciación. En él se dice así: “El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María”. Claramente, se afirma que “María era Virgen”, antes de la Anunciación y por supuesto, antes del parto.
Continúa el Evangelio: “El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: “¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo”. La expresión “llena de gracia” no es metafórica, ni simbólica, ni poética: es la descripción de la realidad del alma de la Virgen, que es la “Llena de gracia” porque es concebida “sin pecado original”; es decir, aquí se afirma otra realidad de la Virgen, aunque implícitamente, y es que es su Inmaculada Concepción. Ya con esta verdad, la Virgen está exenta de la concupiscencia carnal, lo cual es un dato más a favor de su virginidad. Además, se dice que “estaba comprometida con José”, y el estar comprometida implica que estaban casados, pero que no convivían juntos, con lo cual no hay contacto marital entre ambos, quedando descartado por completo la intervención del hombre en la concepción del fruto de María Virgen. Entonces, hasta ahora, del solo análisis del Evangelio, tenemos estas verdades reveladas: María es Virgen antes de la Anunciación; es la “Llena de gracia”; no está conviviendo con José, con lo que la intervención paternal humana queda descartada de plano.
Continúa así el Evangelio: “Pero el Ángel le dijo: “No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”.  
Continúa el Evangelio con la pregunta de María: “María dijo al Ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?”. La Virgen pregunta “cómo será posible”, pero no porque dudara -como sí lo hizo Zacarías y por eso perdió el habla por un tiempo-, sino solamente porque, confiando absolutamente en la Palabra de Dios que le anunciaba el Ángel, quería simplemente saber cómo habría el Señor de llevar a cabo tan maravillosa obra en Ella, la de permanecer Ella Virgen y al mismo tiempo, ser Madre de Dios: “Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo”.
El Ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios”. El Arcángel Gabriel le revela de qué manera cumplirá Dios su proyecto en Ella, de dar a luz a su Hijo Unigénito, convirtiéndose así en Madre de Dios, pero al mismo tiempo, permaneciendo Virgen, con lo cual se afirman tres verdades: el fruto de la concepción de María es virginal y de origen celestial, porque es obra de la Persona Tercera de la Trinidad, el Espíritu Santo: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”; con lo cual San José es sólo Padre adoptivo de Jesús, pero no biológico-; se afirma la condición de la Virgen de ser Virgen antes, durante y después del parto; por último, se afirma que el Hijo de María es “Hijo de Dios”.
Luego el Ángel le anuncia la concepción milagrosa de su prima Santa Isabel: “También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios”.
Finalmente, la Virgen, enamorada de la Palabra de Dios, da su glorioso “Sí” a la Divina Voluntad: “María dijo entonces: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”. Y el Ángel se alejó”.
Aunque uno, cien, o mil herejes nieguen esta verdad, el Niño que nace en Belén es Dios y su Madre es la siempre Virgen María, Perfecta y Purísima Madre de Dios.



[1] http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=28082
[2] http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=28082

miércoles, 1 de abril de 2015

Via Crucis


         -Te adoramos, oh Cristo,  y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
         1ª Estación: Jesús es condenado a muerte. Jesús, el Dios de la Vida y la Vida Increada en sí misma, el Dios que es el Autor y Creador de toda vida creada, el Dios por quien todo lo que tiene vida, vive y respira, es sentenciado a muerte, luego de un proceso injusto, por los hombres que respiran muerte. ¡Qué paradoja, jamás vista! ¡Los hombres, creaturas que viven gracias a que fueron creados por el Dios de la vida, dan muerte a quien les dio vida! Al igual que Jesús, Víctima Inocente, cientos de miles de niños inocentes, día a día, son sentenciados a muerte en el vientre de sus madres, por medio del terrible genocidio del aborto. ¡Jesús, Dios de la Vida, ten piedad de nuestra ceguera, y por tu Sangre derramada en la cruz, que da la Vida eterna, recibe a esos niños inocentes en el cielo y perdona a sus madres y a todos los que colaboran con este horrible crimen, porque no saben lo que hacen!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.



         2ª Estación: Jesús carga la Cruz y marcha camino del Calvario. Jesús carga sobre sí una pesada cruz de madera, pero lo que hace pesada a la cruz, no es la madera en sí misma, sino los pecados que van sobre ella. Son los pecados los que vuelven a la cruz pesada, muy pesada; tan pesada, que hacen tambalear al Hombre-Dios. Son los pecados de todos los hombres, de todos los tiempos, incluidos los míos, en primer lugar. No es el leño lo que le pesa a Jesús, sino mis pecados, la malicia que anida en mi corazón y que brota a cada paso que doy: mis enojos, mis rencores, mis perezas, mis vanidades, mis sensualidades, mis traiciones, mis malicias de todo tipo. Es la malicia que anida en mi corazón, la que abruma a Jesús, y que es la que me abruma a mí al mismo tiempo, la que hace pesada la cruz a Jesús. Cuando la madera de la cruz quede empapada por la Preciosísima Sangre del Cordero, mis pecados, los pecados de todos los hombres, y mis pecados, quedarán borrados para siempre. ¡Bendito seas por siempre, Jesús, porque por tu Santa Cruz y por tu Preciosísima Sangre, quitaste mis pecados y los pecados del mundo entero!
-Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


         3ª Estación: Jesús cae por primera vez. Abrumado por el peso de la cruz, Jesús cae por primera vez y en la caída pone instintivamente las manos hacia adelante, mientras golpea el suelo con sus rodillas. La violencia del golpe abre profundos surcos en la piel de las manos y de las rodillas de Jesús, haciendo manar abundante Sangre. El Camino de la Cruz, el Via Crucis, queda así señalado, desde el principio, con la Sangre Preciosísima de Jesús, de manera tal que si alguien quisiera saber por dónde va Jesús, lo único que tendría que hacer es seguir sus huellas ensangrentadas. Jesús había dicho en el Evangelio: "Quien quiera venir detrás de Mí, que cargue su cruz de todos los días, se niegue a sí mismo, y me siga”. Seguir a Jesús quiere decir seguirlo por el sendero estrecho y empinado que conduce al Calvario y que está señalado con la roja señal de su Sangre derramada. Seguir a Jesús no es fácil, pero es el único y seguro camino que conduce al cielo y no hay otro camino que no sea el Camino de la Cruz de Jesús. ¡María, Madre mía, ayúdame, con tu amor maternal, a llevar mi cruz, para que siga a Jesús por el Camino del Calvario, el único camino de la salvación!
-Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


         4ª Estación: Jesús encuentra a su Madre, la Virgen. En medio del tumulto, la Virgen se acerca a Jesús y aunque los soldados romanos no le permiten que lo ayude a cargar la cruz, el contacto con la mirada que entablan Jesús y su Madre, le basta a Jesús para, aunque sea por un momento, olvidar el griterío insoportable de insultos, blasfemias, sacrilegios, que la multitud, enardecida, desencadena a cada paso en el Via Crucis. ¡Cómo será tan grande y profundo, hasta llegar al infinito, como un océano sin playas y sin fondo, el amor materno de la Virgen, que todo un Dios busca refugio en el Inmaculado Corazón de María! Si Jesús, siendo Dios, se refugió en el amor materno de la Virgen, ¿qué esperamos nosotros para sumergirnos en el Corazón de María Santísima? ¿Qué esperamos, para consagrarnos a María? ¡María, Madre de Ternura, danos tu amor maternal, para que sostenidos con el amor de tu Inmaculado Corazón, seamos capaces de llegar hasta la cima del Monte Calvario, para ser crucificados junto a tu Hijo Jesús!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


         5ª Estación: El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la Cruz. El peso de la cruz agota las fuerzas de Jesús, pero más que el peso, lo que lo agobia y le hace la cruz casi insoportable, es el desamor, la frialdad, la indiferencia, que los hombres experimentan entre sí. La dureza del corazón humano hace que el hombre sea indolente de la suerte de su hermano y que no le interese ni le importe si su hermano, que está a su puerta, pasa hambre, frío, soledad, o si sufre injusticias de cualquier tipo. Hoy, en nuestros días, el materialismo, el hedonismo, el relativismo, el ateísmo, han multiplicado, casi al infinito, a los modernos Epulones, que se desentienden de los Lázaros que, con sus llagas abiertas y supurantes, y con sus estómagos crujiendo por el hambre, sufren indeciblemente, mientras ellos banquetean felices y despreocupados por la suerte de sus hermanos. Hoy también se multiplican también las persecuciones a los cristianos y es así como miles de cristianos en todo el mundo, pero sobre todo en Medio Oriente, en Palestina, en Irak, en Siria, y en muchos otros países, son perseguidos, torturados, quemados vivos, decapitados, fusilados, asesinados de mil maneras distintas, sin que a los cristianos, hermanos suyos que viven en otras latitudes, les importe en lo más mínimo, porque no son capaces ni de orar, ni de ofrecer ayunos ni sacrificios por ellos, comportándose así como Epulón con Lázaro, pero mereciendo también el mismo destino que Epulón, el Abismo, la Gehena, por la dureza de sus corazones. ¡Jesús, convierte nuestros corazones de piedra en corazones de carne, en donde pueda actuar tu gracia santificante, para que sobre ellos actúe el Espíritu Santo, incendiándolos en el fuego del Divino Amor, para que seamos capaces de dar la vida por nuestros hermanos, a imitación de Jesús, que dio su vida por nosotros en la cruz! ¡Convierte nuestros corazones, para que ayudemos a llevar la cruz a nuestro hermano que sufre y no seamos indolentes a su calvario!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.



         6ª Estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús. A causa de los golpes, las bofetadas, las trompadas, el Divino Rostro de Jesús está todo tumefacto, hinchado, edematizado, y por lo tanto, irreconocible. El Rostro Santo de Jesús, que extasiaba de amor a su Madre y a los ángeles, ahora está deformado, a causa del enorme edema que inflama su frente, sus párpados, sus pómulos. Su ojo derecho está totalmente ocluido, porque ha crecido un enorme hematoma en su párpado derecho, que ha ocluido el párpado en su totalidad, a causa de una de las tantas feroces trompadas recibidas. El pómulo izquierdo, además de presentar un gran edema, ha recibido un corte lacerante, producido por el anillo del siervo del sumo sacerdote, que rasgó su piel con violencia al darle una bofetada cuando Jesús contestó, con toda verdad, que Él era el Mesías. Por lo demás, toda su Santa Faz está cubierta con su Preciosísima Sangre, ante todo, porque es la Sangre que, brotando de su cuero cabelludo, a causa de la coronación de espinas, baja como un torrente incontenible por su Divino Rostro, bañando su frente, sus ojos, su nariz, sus pómulos, sus labios, su barbilla. Apenas se distingue su ojo izquierdo, pues el derecho está prácticamente cerrado, a causa del enorme hematoma del párpado superior. A la Sangre y al edema, se le suman las lágrimas de Jesús, puesto que llora en silencio por la malicia del hombre, y a esto se le suman el intenso sudor, producto del calor y del supremo esfuerzo que realiza Jesús al llevar la pesadísima cruz por un camino empinado, el Camino del Calvario, y también la tierra, que se le adhiere al Rostro, todo lo cual forma una máscara de sangre, sudor, lágrimas, tierra, barro, que contribuye a que la hermosura original de su Santa Faz quede irreconocible, lo cual es una imagen de lo que hace el pecado en el hombre. El Divino Rostro de Jesús, así desfigurado, despierta la compasión de la Verónica, que deshecha en lágrimas, intenta acercarse a su Señor, quitándose su velo para utilizarlo a modo de paño, para secar la Sangre, el sudor, las lágrimas, la tierra. ¡Jesús, que María Santísima perfume nuestros corazones con la fragancia exquisita de tu gracia santificante, y con nuestros corazones así perfumados por la gracia, tómalos y utilízalos como otros tantos paños blancos, como los de la Verónica, que suavicen el ardor y el dolor de tu Santa Faz, ultrajada por los pecados del mundo entero y así como imprimiste tu Rostro en el lienzo de la Verónica, imprímelo también en nuestros corazones, para que nunca jamás dejemos de contemplarte!
-Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.



         7ª Estación: Jesús cae por segunda vez. El enorme peso de la cruz, el cansancio, y sobre todo, el hecho de ser el Camino de la Cruz un camino estrecho y empinado, hacen perder el equilibrio a Jesús, quien cae pesadamente al suelo, por segunda vez. El Camino de la Cruz, el Via Crucis, no es un camino fácil; todo lo contrario, es un camino arduo, difícil, áspero, muy difícil de recorrer, pero es el único camino que conduce al cielo, porque es el único camino que conduce al Calvario, el lugar en donde el hombre, unido a Jesús, puede morir al hombre viejo, para así nacer a la vida nueva de los hijos de Dios, la vida de la gracia. El mundo propone otros caminos, mucho más fáciles y, en apariencia, satisfactorios de recorrer, porque los caminos del mundo consisten en la satisfacción de las pasiones y en la exaltación de la propia soberbia, del propio egoísmo y del propio orgullo. El mundo propone caminos en apariencia fáciles, cómodos y divertidos, porque satisfacen las pasiones del hombre viejo, el hombre caído en pecado, pero los caminos del mundo se alejan en una dirección diametralmente opuesta al cielo y conducen al Abismo eterno, el Abismo en donde el dolor por la separación de Dios es la compañía para siempre. Por el contrario, el Camino de la Cruz es un camino áspero y difícil de recorrer, porque consiste en la negación de sí mismo, pero finaliza en el cielo, porque por la cruz de Jesús, se da muerte a las pasiones y al hombre viejo; en la cruz, quedan crucificadas las pasiones que alejan al hombre de Dios: la ira, la envidia, la lujuria, la pereza, la soberbia, y todas las demás pasiones, y así Jesús puede infundir en la raíz del ser, en lo más profundo del alma, el principio de la vida nueva, la gracia santificante, que concede la participación en la vida trinitaria, la vida santa del Ser de Dios Uno y Trino. ¡Jesús, dame fuerzas para que yo te siga por el Camino de la Cruz, para que así dé muerte al hombre viejo y a mis pasiones, para que pueda nacer a la vida nueva de los hijos de Dios, la vida de la gracia, viviendo ya en anticipo, en la tierra, lo que espero vivir en la eternidad, en el Reino de los cielos, por tu misericordia!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


         8ª Estación: Jesús habla a las piadosas mujeres. Las mujeres de Jerusalén lloran por Jesús, pero Jesús les dice que deben más bien llorar por ellas. De esa manera, Jesús nos enseña que el fruto de la contemplación de su Pasión, es la contrición del corazón, es decir, el arrepentimiento perfecto de los pecados. La contemplación de la Pasión de Jesús, la realización del Via Crucis, no puede nunca quedarse en meros ejercicios de piedad, ni limitarse a simples actos de memoria religiosa. La contemplación de la Pasión, sobre todo en el Via Crucis, debe llevar al alma a la contrición del corazón, y la contrición del corazón nace cuando la gracia ilumina la inteligencia y el corazón: la inteligencia, haciendo conocer, por un lado, la inmensidad de la bondad de la Trinidad, a la cual ofende el pecado y, por otro, haciendo conocer la inmensidad de la malicia del pecado con el que se ha ofendido a Dios Trino; la voluntad, haciéndola detestar la malicia del pecado, pero sobre, haciéndola desear y amar ardientemente a la bondad de la Trinidad y a la Trinidad en sí misma, por ser Ella la santidad en sí misma. La contrición del corazón lleva de tal manera a detestar el pecado, que conduce a desear, con todas las fuerzas del alma, la muerte física, antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado, porque esto último implica la muerte espiritual, es decir, el apartamiento del alma de la Fuente del Amor y del Amor mismo, Dios Uno y Trino, y el alma, conociendo lo que es el Amor , prefiere morir una y mil veces en la tierra, antes que separarse espiritualmente del Amor, que es Dios, a causa del pecado. ¡Jesús, haz que te ame cada vez más, a cada instante, para que me duela verdaderamente la malicia de mi corazón y así pueda llorar por mis pecados y preferir mil veces la muerte antes que ofenderte!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
 -Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


         9ª Estación: Jesús cae por tercera vez. A medida que el camino se hace más empinado, las fuerzas de Jesús van disminuyendo, pero sobre todo, es el enorme peso de la cruz, lo que provoca la tercera caída de Jesús. La cruz pesa muchísimo para Jesús, porque está cargada con todos los pecados de todos los hombres, incluidos, en primer lugar, los míos. El pecado es malicia del hombre, creada libre y voluntariamente en su corazón, que se levanta como ofensa y ultraje ante la majestad, bondad y santidad infinitas del Ser divino trinitario. El pecado nace por un acto concreto, deliberado, deseado, querido, libremente aceptado, por parte del corazón humano, que de esa manera rompe con violencia el vínculo de amor con el cual el Creador había unido a Él su alma, en el momento de crearla. El pecado es malicia del corazón humano, creada por el hombre, a imitación de la malicia del ángel caído, creada por el corazón del ángel rebelde: entre ambos, se rebelan contra el Amor de Dios, contra Dios, que “es Amor” (cfr. 1 Jn 4, 8) y es por ese motivo, que el pecado constituye la más completa tragedia para la creatura, ya sea humana o angélica, porque la priva de la comunión en el amor con el Dios que es Amor y que lo creó por Amor. Son mis pecados, y los pecados de todos los hombres, los actos malos creados y deseados libremente, los que lleva Jesús sobre la cruz, para lavarlos con su Sangre y así limpiar mi alma, para luego de purificarla de mis pecados al precio de su Sangre derramada en la cruz, darme su Vida divina, por medio de esa misma Sangre. ¡Oh mi buen Jesús, cuánto pesan mis pecados, que han hecho caer a Dios en la tierra! ¡Dame, te lo suplico, la gracia de morir antes que pecar!
-Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


         10ª Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras. Cuando Jesús llega a la cima del Monte Calvario, lo despojan de sus vestiduras, provocándole un dolor tan agudo, que casi le provoca la muerte, puesto que todas sus heridas se abren y sangran, al ser arrancada con violencia el lienzo que se había adherido a las piel ulcerada por los golpes. Al ser arrancada su túnica con violencia, al haberse adherido por la sangre coagulada, se vuelven a abrir las heridas y a provocarle abundante pérdida de sangre, además de un dolor insoportable; así Jesús repara por los que pierden la gracia santificante, vistiendo con inmodestia y faltando al pudor y a la vergüenza, profanando sus cuerpos, llamados a ser “templos del Espíritu Santo” (cfr. 1 Cor 6, 2); Jesús expía por quienes profanan sus cuerpos con toda clase de impurezas, dañándolos con substancias tóxicas, o utilizando sus cuerpos para la satisfacción de las más bajas pasiones, llevándolos a colocarse más abajo que las bestias irracionales; Jesús expía también por quienes, dando rienda suelta al orgullo y a la vanidad, visten sus cuerpos con ropas costosísimas y los adornan con joyas preciosas, obtenidas al precio de la vida de sus hermanos. ¡Jesús, por el dolor que sufriste al ser despojado de tus vestiduras, haz que tome conciencia de que mi cuerpo es templo del Espíritu Santo, y que siempre esté revestido de la blanca vestidura de la gracia!
-Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


         11ª Estación: Jesús es crucificado. La crucifixión de Jesús es obra de nuestras manos y es obra de Dios. De nuestras manos, porque son nuestros pecados los que clavan las manos y los pies de Jesús al leño de la cruz, fijándolos dolorosamente con gruesos clavos de hierro. Es obra de nuestras manos, porque los pecados, que en nosotros se traducen en placer de concupiscencia, en Jesús, que se interpone entre la Justicia Divina y nosotros, se materializan en su corona de espinas, en los clavos de hierro, en los latigazos, en la cruz ensangrentada. Pero la crucifixión es obra de Dios también, porque Dios Padre, a pedido de su Hijo Jesús, que clama el perdón para nosotros, diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, en vez de castigarnos, por haber crucificado y dado muerte su Hijo Unigénito, tiene compasión de nuestra debilidad y, obedeciendo a su Hijo, nos perdona, derramando su Divina Misericordia a través de la Sangre y el Agua que brotan del Corazón traspasado de Jesús. A nuestra malicia y pecado, que provoca la muerte de su Hijo en la cruz, Dios Padre nos responde, desde la misma cruz, con la Sangre de su Hijo, donándonos su perdón y su misericordia, y el sello del perdón y del Amor divinos, es la Sangre que brota de las heridas abiertas de Jesús. A pesar de ser sus más grandes enemigos, por habernos convertido en deicidas, al matar a su Hijo, Dios no solo nos perdona, sino que nos adopta como hijos muy amados suyos, concediéndonos la gracia de la filiación divina. ¡Jesús, por tu Sangre derramada para nuestra salvación, dame la gracia de amar y perdonar a mis enemigos y a los que me ofenden, así como Tú me amaste y perdonaste desde la cruz!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


         12ª Estación: Jesús muere en la Cruz. A las tres de la tarde del Viernes Santo, Jesús muere en la cruz. Muere en la cruz el Hombre-Dios, el Dios que es la Vida en sí misma; muere el Dios que es la Vida Increada, y por eso su muerte, significa la muerte de la muerte. Con su muerte en cruz, Jesús destruye mi muerte y la muerte de todo hombre, para donarnos su Vida, la Vida del Hombre-Dios, que es la vida de la Trinidad. Al morir en la cruz, Jesús vence para siempre a los tres grandes enemigos del hombre, los enemigos mortales que le provocaban la muerte física, temporal, y también la muerte eterna: al morir en la cruz, Jesús destruye, con su omnipotencia divina, a la muerte, y a cambio nos da su vida eterna; con su muerte, lava nuestros pecados y nos concede su gracia; con su muerte en cruz, vence al Infierno para siempre, dando cumplimiento a sus palabras: “Las puertas del Infierno no prevalecerán sobre mi Iglesia”, y por eso la Cristo en la Cruz es la señal de victoria y de victoria eterna, para la Iglesia y para los bautizados, y es el estandarte victorioso con el cual los cristianos vencen a la Bestia y al Dragón y entran triunfantes y victoriosos en el cielo, cantando aleluyas y hosannas al Cordero de Dios. ¡Jesús, tu Cruz santa sea mi luz y mi sangriento estandarte victorioso que me conduzca al Reino de los cielos!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


         13ª Estación: Jesús es bajado de la Cruz. La Virgen, que ha estado al pie de la cruz durante toda la agonía de Jesús, recibe su Cuerpo muerto, sin vida. Es en este momento en el que se cumple plenamente la profecía de Simeón: “Una espada de dolor te atravesará el corazón” (…). La muerte de Jesús le provoca a la Virgen un dolor agudo y permanente en su Inmaculado Corazón; es la espada espiritual de dolor profetizada por Simeón y es tan grande el dolor, que la Virgen moriría de pena y de tristeza, sino fuera sostenida por el mismo Dios. A causa de su inmenso dolor, la Virgen derrama tantas lágrimas, que con ellas queda lavado el Rostro tumefacto y lívido de Jesús. Yo soy la causa de la muerte de Jesús, yo soy la causa de la espada que atraviesa el Inmaculado Corazón de María, yo soy la causa del dolor de la Virgen, yo soy la causa de las lágrimas que bañan su rostro. ¡Nuestra Señora de los Dolores, dame tus ojos para ver a Jesús, dame tus lágrimas para llorar mis pecados, dame tu Corazón para amar a Jesús con tu mismo Amor!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


         14ª Estación: Jesús es sepultado. Colocan el Cuerpo sin vida de Jesús en el sepulcro, y luego de cerrar la puerta del sepulcro con una piedra, la Virgen se queda afuera, velando el Cuerpo de su Hijo. Jesús ha muerto, pero debido a que Jesús es el Hombre-Dios, la divinidad nunca se separó de su Alma y tampoco de su Cuerpo. Con su Alma gloriosa unida a su Persona divina, la Persona divina del Hijo, descendió  a los infiernos, al seno de Abraham, a rescatar a los justos del Antiguo Testamento. Su Cuerpo, que quedó muerto y tendido sobre la fría loza del sepulcro, al estar unido a la divinidad, a la Segunda Persona de la Trinidad, resucita glorioso, lleno de la gloria y de la luz divina, el Domingo de Resurrección. Así, dejará vacío el sepulcro, porque resucitará con su Cuerpo glorioso, lleno de la vida, de la luz y del Amor de Dios, para ir a ocupar, con ese mismo Cuerpo glorioso, lleno de la vida de la luz y del Amor de Dios, todos los altares y sagrarios del mundo, con su Presencia Eucarística. Jesús deja el sepulcro vacío, el Domingo de Resurrección, para ocupar, el Domingo, Día del Señor, el altar eucarístico, con su Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía. Jesús deja vacío el sepulcro, para ir a ocupar el altar y el sagrario. ¡Madre de Dios y Madre mía, Nuestra Señora de la Eucaristía, que mi corazón, frío y oscuro como el sepulcro, reciba en gracia y con amor el Cuerpo glorioso de Jesús en la Eucaristía!
-Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


martes, 6 de enero de 2015

“Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca”


“Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 4,12-17.23-25). ¿Qué es la conversión, pedida por Jesús? Para tener una idea de la conversión, la podemos graficar con la siguiente imagen, la del girasol. El girasol, cuando es de noche, se encuentra girado hacia la tierra, con su corola cerrada; sin embargo, al amanecer, a medida que comienzan a aparecer las primeras claridades de la madrugada, y cuando aparece la Aurora, la Estrella brillante de la mañana, que anuncia la llegada del astro sol, el girasol parece despertar de su letargo, y a medida que se incorpora desde la tierra hacia el firmamento, va abriendo su corola y desplegando sus pétalos; finalmente, cuando el sol hace su aparición en el cielo, el girasol ya se ha orientado hacia el sol, y cuando este se desplaza por el cielo, el girasol lo sigue, durante todo su recorrido. Con esta imagen del girasol, podemos entonces tratar de entender qué es la conversión pedida por Jesús en el Evangelio: para ello, hagamos la siguiente analogía: el corazón es el girasol; la noche, es decir, cuando el girasol está volcado hacia la tierra y con su corola y pétalos cerrados, es la ausencia de conversión, es decir, es el estado del alma en el que el hombre se encuentra atraído por las cosas bajas y terrenas, es cuando el hombre está dominado por la concupiscencia de la carne y por las atracciones del mundo, es cuando el hombre está inmerso en las “oscuras regiones de la muerte” espiritual, que es el pecado, y rodeado por las “tinieblas” vivientes, que son los ángeles caídos; el girasol, que en la noche está cerrado a la luz, representa al corazón del hombre no convertido; el amanecer, con sus primeras luces, y sobre todo la Estrella brillante de la mañana, la Aurora, que anuncia la llegada del astro sol, representa a la Virgen María, Mediadora de todas las gracias, cuya presencia en el alma anticipa y prepara la Llegada de su Hijo Jesucristo, Sol de justicia; el astro sol, ante cuya presencia en el firmamento, el girasol despierta del letargo nocturno, levantándose desde la tierra, abriendo sus pétalos y dirigiéndose hacia el sol, para seguirlo en su recorrido por el cielo, representa a Jesucristo, el Hombre-Dios, Sol de justicia, que luego de ser preparada el alma por la acción de la Estrella Luciente de la mañana, la Virgen, resplandece en el centro del alma, convirtiendo al alma misma con su Presencia en algo más hermoso que el cielo, y así el alma, como el girasol, eleva su mirada hacia el radiante Sol, Jesús Eucaristía, que se entroniza en su corazón, como en un sagrado altar, para adorarlo, bendecirlo, amarlo, alabarlo y darle gracias, por su infinito y eterno Amor.

Así, con Jesús Eucaristía, Sol de justicia, entronizado en el corazón, se completa el proceso de conversión, y puesto que desde allí, este Divino Sol ilumina al alma, así como el sol ilumina al girasol desde el firmamento azul, se cumple la Escritura que dice: “El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz”. 

martes, 18 de marzo de 2014

“José, no temas recibir a María, porque lo que ha sido engendrado en Ella, proviene del Espíritu Santo”


“José, no temas recibir a María, porque lo que ha sido engendrado en Ella, proviene del Espíritu Santo” (Mt 1, 16. 18-2. 24). El ángel de Dios anuncia en sueños a José que María ha concebido por obra y gracia del Espíritu y que por lo tanto el Hijo de sus entrañas es Dios Hijo. Solo de esa manera, José vence el resquemor y la desconfianza hacia María, llevando a María a su casa para vivir con Ella y así dar inicio al plan divino de salvación del que él mismo formaba parte.
La actitud inicial de José, de rechazo injustificado a María, representa a una multitud de católicos y no católicos que rechazan a la Virgen como Madre de Dios, como Medianera de todas las gracias, como Inmaculada Concepción, como Llena de Gracia, como Tabernáculo del Altísimo, como Corredentora, como Madre de toda la humanidad, como Celestial Capitana, como Vencedora de las huestes infernales, Reina de los Ángeles, como Madre de la Iglesia, en fin, en todos sus innumerables títulos y prerrogativas que le pertenecen a la Virgen por ser Ella simplemente la Madre de Jesús, el Hombre-Dios. Sin embargo, San José, luego de conocer la Voluntad de Dios, manifestada a través de la comunicación del ángel en el sueño, no duda en recibir a la Virgen en su casa y nunca jamás vuelve a osar manifestar la más ligerísima duda o sospecha sobre María. 
Es por esto que San José, en este Evangelio, es ejemplo de sumisión a la Voluntad de Dios y es así que ya no tenemos necesidad de que se nos aparezca un ángel para que recibamos a María en nuestra casa, es decir, en nuestro corazón, porque ya lo hizo San José por nosotros para darnos ejemplo. Entonces, a ejemplo de San José, recibamos a la Virgen María, abramos las puertas de nuestras casas, de nuestros corazones, de par en par, para que entre María Virgen, que junto con Ella viene lo que ha sido engendrado en Ella por obra y gracia del Espíritu Santo, Cristo Jesús, el Hijo de Dios.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

La fe de Zacarías y la fe de la Virgen


         El episodio del anuncio del ángel a Zacarías (Lc 1, 5-25) contrasta con el anuncio del ángel a la Virgen, porque mientras en el primer caso, en Zacarías, se da una desconfianza frente a la Palabra de Dios, en el segundo caso, en el de la Virgen, la confianza ante la Palabra de Dios es total y absoluta.
         Zacarías, a pesar de recibir la confirmación de que su oración ha sido escuchada por Dios y de que su petición ha sido concedida –el ángel le dice explícitamente: “Tu oración ha sido escuchada. Tu esposa, Isabel, te dará un hijo al que llamarás Juan”-, sin embargo, al revelársele el contenido de la Voluntad Divina, desconfía, sea del poder –“¿Cómo será posible, si soy un hombre de edad?”-, sea de la bondad de Dios, que le había asegurado, por medio de su ángel, que recibiría el don de un hijo. El resultado de desconfiar en la Palabra de Dios, es el de no poder articular ninguna palabra, hasta que se cumplan los designios de Dios, en este caso, la concepción del Bautista. Zacarías es ejemplo entonces de desconfianza ante la Palabra de Dios, y es ejemplo de fe dudosa, aun cuando tiene la confirmación de un ángel de que su súplica ha sido no solo escuchada, sino concedida.
         La Virgen María, por el contrario, es ejemplo de fe firme y sin vacilaciones frente a la Palabra de Dios, porque si bien ante el anuncio del ángel formula una pregunta similar a la de Zacarías: “¿Cómo puede ser esto, si no conozco varón?”, el sentido no es el de la duda ante la Palabra de Dios, sino en el sentido de saber cómo se habrá de realizar lo que sin dudar cree que sucederá. La Virgen María jamás podía no solo cometer el pecado de incredulidad, tal como lo cometió Zacarías -a pesar de ser Zacarías un hombre piadoso y de oración-, sino la más ligera imperfección en el acto de fe, a causa de su condición de Inmaculada Concepción y de Llena de gracia, que implica el que Ella sea modelo de Pureza no solo de cuerpo, sino también de mente, de alma y de corazón, para recibir a la Palabra de Dios. Así, la Virgen, con su Pureza Inmaculada de mente, de alma, de corazón y de cuerpo, es modelo para la fe del católico en la Palabra de Dios que se encuentra en la Sagrada Escritura –el católico no debe recibirla con dudas ni contaminarla con sus propias deducciones erróneas, sino atenerse a la interpretación del Magisterio de la Iglesia-, pero es también modelo para la recepción de la Palabra de Dios encarnada, glorificada y resucitada, en la Eucaristía, porque ante el anuncio del Ángel Gabriel, la Virgen recibió la Palabra de Dios con toda sumisión y amor, primero en su mente, en su corazón y en su alma, y luego en su cuerpo, en su seno y útero virginal, y es así como el cristiano debe comulgar: con la pureza de mente, de alma, de corazón y de cuerpo, otorgadas por la gracia y la castidad.

         Para leer la Palabra de Dios y para comulgar, es decir, para recibir a la Palabra de Dios encarnada y glorificada, no basta entonces el ser piadosos como Zacarías, sino que se debe tener la fe pura, firme, inconmovible, de la Virgen María.    

martes, 17 de diciembre de 2013

“José, lo que ha sido engendrado en María proviene del Espíritu Santo; se llamará Jesús y salvará a su Pueblo de todos sus pecados”


"El Ángel anuncia a San José en sueños
que lo engendrado en María proviene del Espíritu Santo"

“José, lo que ha sido engendrado en María proviene del Espíritu Santo; se llamará Jesús y salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mt, 1, 18-24). El Ángel anuncia a San José el inicio del plan de salvación de la humanidad elaborado por la Santísima Trinidad y puesto en acto en el momento de la historia humana llamada “la plenitud de los tiempos”. Con las palabras del Ángel, la desconfianza de José hacia María se desvanece, porque por las palabras del Ángel, le queda bien claro que no hay intervención alguna de hombre en la concepción de Jesús: “Lo engendrado en María viene del Espíritu Santo”.
Como todas las cosas de Dios, aquello que parece insignificante y sin importancia a los ojos del mundo, contiene en sí mismo su gloria, su sabiduría, su poder y su amor.


El Ángel anuncia a José en sueños la Encarnación del Verbo, el hecho más grandioso para la humanidad de todos los tiempos, porque supondrá no solo lo que el Ángel anticipa a José –“salvará a su Pueblo de todos sus pecados”-, sino que la acción salvífica y redentora de Jesús comprenderá la derrota definitiva de los otros dos grandes enemigos del hombre, el demonio y la muerte, además del don inimaginable de la filiación divina, es decir, de la adopción como hijo a todo hombre, por el don del bautismo sacramental. Todo esto lo llevará a cabo el Niño que ha sido engendrado en el seno virginal de María, porque ese Niño es Dios Hijo, que se encarna y asume una naturaleza humana sin dejar de ser Dios, para que los hombres se hagan Dios, como dicen los Padres de la Iglesia.
Es esto último, lo que el Ángel no dice, pero está contenido implícitamente en su anuncio: es el hecho de que el Niño Dios vendrá, para Navidad, no solo para quitar los pecados del mundo y no solo para derrotar a los otros enemigos mortales del hombre, el demonio y la muerte, sino para donarnos su filiación divina, su ser Hijo de Dios, para que seamos hechos hijos de Dios con la misma filiación divina con la cual Él es Hijo de Dios desde la eternidad, y esto, además de ser un hecho insólito para la humanidad, supera todo lo que la humanidad pueda desear, esperar e imaginar de la Bondad divina. Y el asombro aumenta aún más, cuando a estos inmensos dones de la Misericordia Divina, se agrega el hecho de que Dios no hace esta “locura” por necesidad ni por obligación alguna, sino por un motivo que es la causa de toda su “locura”, y es el deseo de donarnos a todos y cada uno, la totalidad de su Amor, y la prueba de que es una locura, es que ese Niño, que abre sus bracitos de recién nacido para abrazarnos desde el Pesebre de Belén, abrirá luego sus brazos en la Cruz, en el Calvario, para abrazarnos y permitirá que su Sagrado Corazón sea traspasado por la lanza, para que su Sangre Preciosísima, que contiene y es vehículo del Espíritu Santo, caiga sobre nuestras almas como un Nuevo Diluvio, un Diluvio que está formado por su Sangre, un Diluvio que inunda nuestras almas y corazones con el Amor Divino.



Es por esto que las palabras del Ángel Gabriel calman el corazón de San José, porque si San José hubiera engendrado a Jesús, el Niño Dios no sería Dios, las tristezas de este mundo, nuestros enemigos y las tinieblas que nos circundan, no desaparecerían jamás y, lo que es peor, nunca habríamos sido hechos hijos de Dios por el bautismo. Pero, como dice el Ángel lo engendrado en la Virgen María proviene del Espíritu Santo”, y por eso nuestra alegría aumenta segundo a segundo, en el tiempo, anticipando la alegría eterna del Reino de los cielos en la otra vida.

jueves, 28 de febrero de 2013

“Si no os convertís, todos vosotros pereceréis”



(Domingo III - TC - Ciclo C - 2013)
         “Si no os convertís, todos vosotros pereceréis” (cfr. Lc 13, 1-9). Jesús invita a la conversión con la parábola de la higuera que, a pesar de los cuidados del jardinero, no da frutos. Así como el dueño de la higuera se cansa de su infertilidad y decide cortarla, así también le sucederá al pueblo judío: Israel ha estado recibiendo la atención más esmerada por parte del Divino Jardinero, Jesús, que ha elegido a Israel para estar en medio de ellos, y los ha hecho destinatarios de los más grandes dones, y sin embargo, el pueblo judío no ha dado frutos de conversión. Jesús advierte, con la imagen de la higuera que está por ser derribada, la inminencia de un castigo, cuya probabilidad de realización se acentúa con el paso del tiempo y el endurecimiento de los corazones. Con la amenaza a la higuera de que será cortada porque no da fruto, Jesús advierte a los judíos que ya no van a tener más el privilegio de contar con el Mesías a su favor y serán humillados cuando vean a aquellos que han despreciado, los gentiles, recibir el Reino de Dios, mientras ellos serán excluidos. La advertencia es que deben dar frutos de conversión y de penitencia, antes de que sea demasiado tarde, porque cuando comience a ejecutarse la orden del Divino Jardinero, el hacha caerá sin piedad sobre la higuera, destrozándola sin compasión para luego ser arrojada al fuego.
         La totalidad de la parábola y de la enseñanza se aplican al Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica: la higuera representa a todos los bautizados, que han recibido, en comparación con los paganos, con los que no están bautizados, dones inmensos, impensables, inimaginables, dones que no han sido dados a ningún otro pueblo. Los bautizados están representados en la higuera que recibe el esmerado cuidado del Divino Jardinero, pero que no encuentra frutos adecuados al tiempo y cuidado empeñados.
         ¿Cuáles son los cuidados del Divino Jardinero para con los bautizados? ¿Cuáles son los dones que han recibido los católicos? Los dones que han recibido los católicos son los sacramentos, a través de los cuales se derrama la gracia divina, y estos dones que han recibido los católicos son múltiples, y uno más grande que otro: han recibido el bautismo sacramental, por medio del cual han sido convertidos en hijos adoptivos de Dios; sus cuerpos han sido convertidos en templos del Espíritu Santo y sus almas han sido convertidas en morada de la Santísima Trinidad; sin embargo, la inmensa mayoría ha despreciado este don maravilloso al vivir de modo mundano, profanando este templo con  imágenes, actos, pensamientos, deseos, impuros, o con deseos de venganza contra su prójimo, o con sentimientos malignos de enojo, resentimiento, odio, ira, llenando este templo, en vez de cantos de alabanza a Dios y de amor al prójimo, de horribles blasfemias y sacrilegios, convirtiendo así el templo del Espíritu Santo, que es el cuerpo, en babeante y maloliente cueva de Asmodeo, el demonio de la ira y de la lujuria; han recibido la Buena Noticia revelada por el Hijo de Dios, el Catecismo de Primera Comunión y el Catecismo de Confirmación, por medio de los cuales han aprendido que si obran la misericordia para con el prójimo recibirán el Reino de los cielos, y sin embargo, en vez de encarnar y vivir la Sabiduría divina enseñada en el Catecismo, idolatran a la razón humana, la ciencia sin fe, la razón sin fe, con lo cual han reemplazado el destino eterno en los cielos por un destino humano, horizontal, que no va más allá de la materia y que finaliza en la corrupción de la muerte; los católicos han recibido el Don de los dones, la Sagrada Comunión, el manjar de los ángeles, la Carne del Cordero asada en el fuego del Espíritu, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, el Pan Vivo bajado del cielo, el Don que el Padre, movido por un Amor inefable e incomprensible, renueva en cada Santa Misa, depositando en el altar todo lo que tiene y todo lo que es, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo Jesucristo, pero los católicos, en su inmensa mayoría, desprecian el Milagro de los milagros, la Eucaristía, para acudir en masa, sobre todo los domingos, a ver espectáculos deportivos –fútbol, rugby, carreras-, a pasear y a divertirse, cometiendo pecado mortal por no acudir a recibir a la Vida Increada que late de Amor en la Eucaristía; los católicos han recibido el don de la Confesión Sacramental, por medio del cual el alma que está en pecado mortal regresa a la vida; el alma que tiene pecados veniales se perfecciona porque se le quitan todos; el alma que sólo comete imperfecciones crece en la perfección; el alma que vive en la santidad se vuelve cada vez más santa, porque en la Confesión Sacramental el mismo Jesús en Persona, a través del sacerdote ministerial, derrama su Sangre sobre las almas, quitando toda mancha de pecado, convirtiendo el alma en morada de la Santísima Trinidad, y sin embargo, los católicos profanan este don, cada vez que no se confiesan, o si lo hacen, lo hacen con escasas o nulas disposiciones de conversión, con lo cual anulan los efectos de la gracia; muchos católicos son incapaces de confesar sus pecados a Dios, que por su Amor misericordioso se los perdonará, mientras son capaces de ventilarlos públicamente a los hombres, para que se conviertan en fuente de escándalo; los católicos han recibido el sacramento de la Confirmación, por medio del cual han recibido la fuerza misma del Hombre-Dios Jesucristo, fuerza que los hace capaces de dar testimonio público de Dios Trino y de su Iglesia, y sin embargo, un gran número de católicos se deja doblegar por los respetos humanos, no solo huyendo cobardemente de toda confrontación con los enemigos de la Iglesia "para no tener problemas" y así continuar con su vida cómoda, sino que muchos son como Judas Iscariote, porque permaneciendo en la Iglesia, se unen a los enemigos de la Iglesia y colaboran con ellos en su destrucción, cooperando en el mal de mil maneras distintas; los católicos han recibido el don del Sacramento del matrimonio, por medio del cual los esposos se convierten en imágenes vivientes de Cristo Esposo y de la Iglesia Esposa, contrayendo el deber de vivir el amor, la mutua fidelidad, la castidad conyugal, como medios para mostrar al mundo el misterio de la unión esponsal entre Cristo y la Iglesia, y sin embargo, la inmensa mayoría de los católicos, aprueban -no sólo de modo teórico, sino práctico, porque lo viven en carne propia- el divorcio civil, la infidelidad, el adulterio, el concubinato y todo tipo de familias alternativas, con lo cual se destruye de raíz el “gran misterio” que implica el sacramento del matrimonio, misterio por el cual el mundo debería ver en cada matrimonio católico una imagen viviente de las bodas celestiales entre Cristo y la Iglesia; los católicos han recibido el sacramento que es consuelo para los enfermos y los agonizantes, la Extremaunción o Unción de los enfermos, mediante el cual el alma se prepara mejor para el ingreso a la eternidad, al ser hecha partícipe de la gracia santificante, dando así sentido a la enfermedad, al dolor, a la muerte misma, porque el dolor ofrecido a Cristo crucificado hace participar de su Pasión y de su Redención, convirtiéndose así el enfermo que une sus dolores a Cristo en la Cruz y que recibe la gracia de la Extremaunción, en co-rredentor de sus hermanos, en un co-salvador de la humanidad, junto a Cristo Jesús y a la Virgen María, y sin embargo, los católicos no le encuentran sentido a este sacramento, porque no le encuentran sentido ni a la vida ni a la muerte, y mucho menos al dolor y al sufrimiento, y es así que una gran mayoría es favorable a la eutanasia y al aborto; los católicos han recibido el don del  Sacramento del Orden, por medio del cual un hombre, elegido por Dios no por sus méritos, sino precisamente a causa de su nulidad humana –habrían muchos más santos entre los sacerdotes, si Dios eligiera a los más capaces-, sacramento por el cual Dios Hijo viene en Persona a la tierra por la consagración eucarística y perdona los pecados por la confesión, además de otorgar su gracia santificante por medio de los otros sacramentos, y sin embargo los católicos, en su inmensa mayoría, tienen por poca cosa al sacerdocio, prefiriendo que sus hijos se dediquen a profesiones mundanas que, según su mundano modo de ver, da más prestigio y "status" social, y los jóvenes mismos ven al sacerdocio y a la vida consagrada como algo “triste”, “aburrido”, una vía para fracasados en el mundo que entran en la vida consagrada y en el seminario porque no les queda otro camino.
“Si no os convertís, todos vosotros pereceréis”. La advertencia de Jesús a los judíos es para nosotros: si no nos convertimos, si no dejamos de volcarnos al mundo, si no dejamos de despreciar a la Iglesia y a sus sacramentos, si no iniciamos el camino de la conversión, moriremos, pero no la muerte física, sino la muerte eterna. Para convertirnos, es decir, para iniciar el proceso de santificación que nos conducirá a la vida eterna –proceso consistente en el ayuno, la penitencia, la oración, las obras de misericordia, el amor y el perdón a los enemigos-, para eso está el tiempo de gracia que la Iglesia llama “Cuaresma”.