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martes, 29 de agosto de 2023

“¡Ay de vosotros, fariseos hipócritas!”

 


“¡Ay de vosotros, fariseos hipócritas!” (Mt 23, 27-32). Jesús trata muy duramente a los fariseos, quienes eran un movimiento político-religioso judío, creían en la Ley de Moisés y ejercían las funciones sacerdotales judías, haciendo hincapié en la pureza sacerdotal, tanto para ellos, los fariseos, como para el resto del Pueblo Elegido[1]. Luego formarían la base para el judaísmo rabínico, surgido en el siglo II d. C. A pesar de esto, es decir, a pesar de formar una parte importante para el Pueblo Elegido, puesto que eran los sacerdotes en el tiempo de Jesús, Él, Jesús, los trata muy duramente, calificándolos de “hipócritas”.

Ahora bien, siendo Jesús el Hombre-Dios y el Sumo y Eterno Sacerdote, no hace esta acusación en vano y acto seguido, da las razones del porqué les dice esto: los fariseos, según el dictamen de Jesús, habían invertido la Ley de Moisés y habían reemplazado el amor a Dios y al prójimo, por el amor egoísta a sí mismos, porque buscaban ser reconocidos por los hombres, buscaban el halago de sí mismos y además se apropiaban indebidamente de los tesoros del templo; además, exigían a los demás el cumplimiento de normas absurdas, que eran normas inventadas por ellos, colocando el cumplimiento de estas normas humanas, por encima del primer y más importante mandamiento de la Ley, el amor a Dios y al prójimo.

Esta inversión de la Ley, dejar de lado el mandamiento de amar a Dios y al prójimo, por normas humanas inventadas por los fariseos mismos y el deseo de vanagloria y de bienes materiales, es lo que lleva a Jesús a calificarlos de “hipócritas”, porque hacia afuera, hacia los demás, aparentaban piedad, devoción y amor a Dios, mientras que por dentro, estaban “llenos de rapiña”, como les dice Jesús, comparándolos con las tumbas de los cementerios: por fuera parecen hermosos, pero por dentro están llenos de cadáveres en proceso de putrefacción, porque se aman a sí mismos y no a Dios en primer lugar, cometiendo el mismo pecado de soberbia del Ángel caído, Satanás.

 “¡Ay de vosotros, fariseos hipócritas!”. No debemos creer que la dura acusación de Jesús a los fariseos se limita a ellos: también nosotros, que formamos el Nuevo Pueblo Elegido, podemos cometer los mismos pecados de los fariseos, la soberbia, la avaricia, la auto-idolatría y, por lo tanto, podemos ser objetos de la misma acusación de Jesús. Para que esto no suceda, debemos esforzarnos por hacer lo que Jesús nos dice en el Evangelio: “Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón”.

jueves, 7 de octubre de 2021

“¡Ay de ustedes, fariseos y doctores de la ley!”


 

“¡Ay de ustedes, fariseos y doctores de la ley!” (cfr. Lc 11, 47-54). Jesús dirige nuevamente “ayes” y lamentos, a los fariseos, a los escribas y a los doctores de la ley. La gravedad de estos ayes y lamentos aumenta por el hecho de que aquellos a quienes van dirigidos, son hombres, al menos en apariencia, de religión. Entonces, surge la pregunta: si son hombres de religión, si son hombres que están en el Templo, cuidan el Templo y la Palabra de Dios, ¿por qué Jesús les dirige ayes y lamentos? Porque si bien fueron los destinatarios de la Revelación de Dios Uno, por un lado, pervirtieron esa religión y la reemplazaron por mandatos humanos, de manera tal que ese reemplazo los llevó a olvidarse del Amor de Dios, como el mismo Jesús se los dice; por otro lado, se aferraron con tantas fuerzas a sus tradiciones humanas, que impidieron el devenir sucesivo de la Revelación, al perseguir y matar a los profetas que anunciaban que el Mesías habría de llegar pronto, en el seno del mismo Pueblo Elegido. Es esto lo que les dice Jesús: “¡Ay de ustedes, que les construyen sepulcros a los profetas que los padres de ustedes asesinaron! Con eso dan a entender que están de acuerdo con lo que sus padres hicieron, pues ellos los mataron y ustedes les construyen el sepulcro. Por eso dijo la sabiduría de Dios: Yo les mandaré profetas y apóstoles, y los matarán y los perseguirán”.

“¡Ay de ustedes, fariseos y doctores de la ley!”. Los ayes y lamentos también van dirigidos a nosotros porque si tal vez no hemos matado a ningún profeta, sí puede suceder que “ni entremos en el Reino, ni dejemos entrar” a los demás, toda vez que nos mostramos como cristianos, pero ocultamos el Amor de Dios al prójimo. Cuando hacemos esto, nos convertimos en blanco de los ayes de Jesús, igual que los fariseos, escribas y doctores de la ley. Para que Jesús no tenga que lamentarse de nosotros, no cerremos el paso al Reino de Dios a nuestro prójimo; por el contrario, tenemos el deber de caridad de mostrar a nuestro prójimo cuál es el Camino que conduce al Reino, el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis y esto lo haremos no por medio de sermones, sino con obras de misericordia, corporales y espirituales.

 

“¡Ay de ustedes, fariseos, porque pagan diezmos pero se olvidan del Amor de Dios!”

 


“¡Ay de ustedes, fariseos, porque pagan diezmos pero se olvidan del Amor de Dios!” (cfr. Lc 11, 42-46). Los “ayes” o lamentos de Jesús, dirigidos a los fariseos, no se deben a que estos paguen el diezmo, puesto que el sostenimiento del templo es algo que todo fiel tiene la obligación de hacer, sino que se debe a que los fariseos han desvirtuado tanto la religión del Dios Uno, que han llegado a pensar que el pago del diezmo constituye la esencia de la religión, olvidando lo que es verdaderamente la esencia de la religión, que es el Amor de Dios y el amor al prójimo por amor a Dios. Algo similar sucede con los doctores de la ley, a quien también van dirigidos los “ayes” o lamentos: en este caso, la perversión de la religión consiste en hacer cumplir a los demás reglas humanas, innecesarias, inútiles para la salvación, surgidas de sus mentes entenebrecidas y de sus corazones corruptos, con el agravante de que hacen cumplir a los demás estas reglas inútiles y puramente humanas, mientras que ellos, los doctores de la ley, no las cumplen.

En los dos casos los ayes o lamentos están plenamente justificados porque en ambos, en los fariseos y en los doctores de la ley, el amor dinero en los primeros y el apego al formalismo de reglas puramente humanas en los segundos, tiene una consecuencia devastadora para la vida del alma, porque apaga en el alma el Amor de Dios; hace que la inteligencia pierda de vista la Verdad Divina y que el corazón, olvidado de la ternura y de la dulzura del Amor Divino, se apegue con dureza a las pasiones humanas y a las riquezas terrenas. En ambos casos, se desvirtúa y pervierte la religión verdadera porque se deja de lado la esencia de la religión, el Amor a Dios por sobre todas las cosas y el amor al prójimo por amor a Dios.

“¡Ay de ustedes, fariseos (…) ay de ustedes, doctores de la ley, porque se olvidan del Amor de Dios!”. No debemos creer que los ayes y lamentos de Jesús se dirigen solo hacia ellos. Cada vez que nos apegamos a las pasiones y a esta vida terrena, indefectiblemente nos olvidamos del Amor de Dios, porque deseamos esas cosas y no a Dios Uno y Trino, Quien merece ser amado en todo tiempo y lugar por el sólo hecho de Ser Quien Es, Dios de infinita bondad, justicia y misericordia. Por eso, Jesús nos dice desde la Eucaristía: “¡Ay de ustedes, cristianos, porque se apegan a los placeres del mundo y se olvidan del Amor Eterno que arde en mi Corazón Eucarístico y así me dejan solo y abandonado en el Sagrario! ¡Ay de ustedes, porque si no vuelven a Mí en la Eucaristía, permaneceréis sin Mi Presencia por toda la eternidad”.

 

jueves, 8 de septiembre de 2016

“¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros!”



“¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros!” (Lc 6, 20-26). Con sus “ayes”, del mismo tenor que los “ayes” dirigidos contra los escribas y fariseos, Jesús advierte a sus discípulos acerca de un grave peligro: el ser admirados por el mundo, entendido este como el espíritu mundano que, por su malicia intrínseca, se opone frontalmente al Espíritu de Dios. En este caso particular, el “ay” de Jesús, acerca de las alabanzas de los hombres mundanos recibidas por los cristianos, es un criterio para discernir cuán lejos o cerca estamos de Jesucristo y sus bienaventuranzas: cuanto más cerca del mundo estemos –y por eso recibimos sus alabanzas-, más lejos del Hombre-Dios nos encontramos, siendo merecedores de sus “ayes”.
¿Cuál es la razón del “ay” para un discípulo de Jesucristo, al que todo el mundo alaba? La razón es que, para ser alabado por el mundo, se necesita ser apartados de Jesucristo, de sus bienaventuranzas, de sus mandatos y de su cruz. La razón del “ay” de Jesús es que el mundo alaba y ensalza a quienes se oponen radicalmente a las enseñanzas de Jesús, es decir, a quienes predican el error, la falsedad, la herejía y el cisma. Si un cristiano recibe las alabanzas del mundo anti-cristiano, entonces esto significa que ese tal cristiano ha cometido el peor de los crímenes, y es la apostasía; significa que dicho cristiano ha abandonado la Verdad y ha abrazado el error; significa que ese cristiano ha dejado de lado los Mandamientos de Jesucristo, para abrazar los mandamientos de Satanás; significa que ese cristiano no está ya más guiado por el Espíritu Santo y está esclavizado por el espíritu del mal, el Ángel caído, Satanás, el “Príncipe de este mundo”; significa que ese cristiano ha cometido el peor de los pecados: la apostasía de la Verdad y el abrazo del error. La contrapartida del elogio del mundo a los apóstatas es el odio del mundo a los que permanecen fiel a la Sabiduría encarnada, Jesucristo, y estos son los santos y los mártires, que renuncian a la propia vida, antes que ceder frente a las herejías y cismas.

“Ay si todo el mundo habla bien de vosotros”. El “ay” de Jesús, dirigido a sus discípulos, es un criterio para que sepamos si nos encontramos en el camino que lleva al cielo, o en la autopista pavimentada que conduce al infierno. El mundo habla bien y ensalza a aquellos que pertenecen al mundo, y si esto es reprobable en cualquier hombre, lo es mucho más para un discípulo de Cristo, porque las alabanzas mundanas son proporcionales al abandono de la Verdad divina revelada en el Hombre-Dios Jesucristo. Y quien voluntariamente se aleja de la Verdad Absoluta de Dios, encarnada y revelada por Jesucristo, se acerca también voluntariamente al error y al pecado; quien recibe los elogios del mundo, se coloca bajo las alas y las garras del Príncipe de este mundo y Padre de la mentira, Satanás y se aparta libremente de la Verdad y Sabiduría de Dios encarnada, Jesucristo.  

lunes, 27 de agosto de 2012

¡Ay de ustedes, fariseos hipócritas, que descuidan lo esencial de la Ley, la justicia, la misericordia y la fidelidad!



“¡Ay de ustedes, fariseos hipócritas, que descuidan lo esencial de la Ley, la justicia, la misericordia y la fidelidad!” (Mt 23, 23-26). Dentro de todos los “ayes” de Jesús, este es el que se dirige directamente a la falta más grave cometida por los fariseos: el olvido de “lo esencial de la Ley”, la “justicia”, la “misericordia” y la “fidelidad”.
Mientras los fariseos se creían justos y puros –fariseo significa precisamente “puros” o “apartados”, es decir, que no están contaminados con el contacto con los impuros- porque cumplían escrupulosamente los preceptos de la Ley, Jesús los desenmascara y les reprocha duramente su falta principal, la ausencia de misericordia, de caridad y de compasión, lo cual conlleva la injusticia cometida hacia el prójimo y la infidelidad a la Ley mosaica.
Los escribas y fariseos son merecedores de los “ayes” de Jesús –anticipo del “ay” eterno con el que el alma se lamentará el haber perdido a Dios para siempre- no por ser religiosos, ya que Jesús les dice explícitamente que eso se debe hacer –cumplir extrínsecamente la religión, sino porque han vaciado a la religión de contenido: por concentrarse en el cumplimiento externo, han descuidado y dejado de lado “lo esencial” de la Ley, su núcleo, su esencia, su corazón, que es la misericordia y la compasión.
Lo que Jesús nos quiere hacer ver es que lo que da valor a la práctica religiosa no es la mera observancia externa, sino ante todo y principalmente la adoración interior al Dios Verdadero, Uno y Trino, que se debe traducir exteriormente en el cumplimiento de los deberes extrínsecos religiosos, sumados a la misericordia y a la compasión para con el prójimo más necesitado.
Se puede decir entonces que la práctica perfecta de la religión está formada por estos tres elementos: adoración en el corazón al Dios Trino, práctica de los deberes externos de la religión –asistencia a Misa, cumplimiento de los preceptos, oraciones vocales y mentales-, y obras de misericordia, corporales y espirituales.
De estos tres elementos, el que determina la existencia o no de una religiosidad verdadera, es el primero, la adoración a Dios con el corazón contrito y humillado, ya que eso es lo que lleva al amor del prójimo por la caridad. Sólo así la oración y el cumplimiento extrínseco de las normativas religiosas no solo tiene sentido, sino que alcanza su máxima perfección y su fin último, que es la unión en el Amor del alma con Dios.
Y lo contrario también es verdadero: si falta la caridad, falta la esencia de la religión católica; si falta el amor al prójimo, toda la estructura religiosa queda vacía y hueca, como un árbol sin fruto, con raíces secas, que se mantiene en pie por inercia, pero del que solo permanecen la corteza y unas pocas ramas.
“¡Ay de ustedes, fariseos hipócritas, que descuidan lo esencial de la Ley, la justicia, la misericordia y la fidelidad!”. Los “ayes” de Jesús dichos contra los escribas y fariseos hace veinte siglos, se repiten en el tiempo cada vez que un bautizado se olvida que la esencia de la religión católica es la misericordia y la compasión, y maltrata a su prójimo, y lo escucharán quienes se condenen, por la eternidad, ya que es el lamento del Hombre-Dios al comprobar que la dureza de corazón hizo vano su sacrificio por muchos que no quisieron convertirse.