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lunes, 17 de julio de 2023

“¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! El Día del Juicio Final será más llevadero a Tiro y Sidón y a Sodoma que a vosotras”

 


 “¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! El Día del Juicio Final será más llevadero a Tiro y Sidón y a Sodoma que a vosotras” (Mt 11, 20-24). El Evangelio es muy explícito en cuanto a lo que Jesús dice: es un “reproche” a ciudades hebreas, a ciudades en donde Él hizo abundantes milagros de todo tipo, pero a pesar de esto, “no se han convertido”, es decir, no han cambiado su comportamiento, no han demostrado con un cambio de vida que refleje que verdaderamente creen en Dios y en su Mesías, Jesucristo. Esta indiferencia, por parte de las ciudades hebreas, a los milagros obrados por Jesús, no será pasada por alto por Dios en el Día del Juicio Final: quienes fueron testigos o receptores de milagros y aun así no cambiaron de vida, no convirtieron sus corazones y continuaron viviendo como paganos, serán juzgados mucho más severamente que aquellas ciudades -Tiro y Sidón, Sodoma y Gomorra- en las cuales Jesús no hizo milagros. Jesús les reprocha a estas ciudades su dureza de corazón, su frialdad y su indiferencia y les advierte que las ciudades en las que predomina el pecado pero no se realizaron milagros, recibirán un mejor trato por la Justicia Divina en el Día del Juicio Final.

Ahora bien, las ciudades hebreas representan a los cristianos, a los bautizados en la Iglesia Católica, por lo que el reproche quedaría así: “Ay de ti alma cristiana, el Día del Juicio Final será más leve para los paganos que para ti”. La razón del reproche para los cristianos que no llevan una vida cristiana y que serán juzgados mucho más severamente en el Día del Juicio Final que los paganos, es que dichos cristianos recibieron los más grandes milagros que Dios puede hacer por un alma: entre otros muchísimos dones espirituales, Dios les concedió, por el Bautismo, la gracia de quitarles el pecado original y los convirtió en hijos adoptivos de Dios; por la Eucaristía, les dio como alimento de sus almas su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad; por la Confirmación, les dio su Amor, el Amor de Dios, el Espíritu Santo y aun así no se convirtieron, continuaron sus vidas como si Dios no hubiera hecho nada por ellos, continuando sus vidas como si no hubieran recibido nada de parte de Dios y por eso mismo, en el Día del Juicio Final, los paganos serán juzgados con más benevolencia que los cristianos que recibieron todo tipo de dones, gracias y milagros por parte de Dios y aun así no se convirtieron. Debemos vivir y obrar según la Ley de Dios y los consejos evangélicos de Jesús, si no queremos escuchar estas severas pero justas palabras de Jesús: “Ay de ti alma cristiana, el Día del Juicio Final será más leve para los paganos que para ti”.

martes, 2 de abril de 2019

Jesús cura a un enfermo en la piscina de Betsaida



Curación del paralítico en la piscina de Betesda, óleo sobre lienzo de Pieter Aertsen (1575), Museo Nacional de Amsterdam (Rijksmuseum), Holanda.

“Jesús cura a un enfermo en la piscina de Betsaida” (cfr. Jn 5, 1-3. 5-16). Con ocasión de una fiesta judía, Jesús sube a Jerusalén y mientras camina por la piscina de Betsaida, en la Puerta de las ovejas, ve a un hombre enfermo que llevaba treinta y ocho años postrado. En la Puerta de las ovejas se producía un hecho milagroso: cuando las aguas se agitaban, quien se introdujera en la pileta en ese momento, quedaba curado al instante. Sin embargo el hombre, como le dice a Jesús, “no tiene a nadie que lo introduzca en la pileta” para curarse y por eso continúa con su enfermedad. Jesús, que es el Médico Divino de las almas y de los cuerpos, cura inmediatamente al enfermo, diciéndole: “Toma tu camilla y echa a andar”.
El episodio muestra cómo Jesús, que es Dios Hijo encarnado, ha venido a esta tierra para, entre otras cosas, sanar nuestras dolencias corporales. Es decir, basta un solo deseo de Jesús, para que una enfermedad incurable y crónica desaparezca en un instante. Es algo muy similar a los casos de curación milagrosa que se producen, por ejemplo, en el Santuario de Lourdes, en Francia.
Sin embargo, la curación de las dolencias corporales no es el objetivo por el cual Jesús ha venido a este mundo: en la lectura del profeta Ezequiel está prefigurada, en la visión del templo que se inunda con agua viva, la misión de Jesús. Jesús es la Fuente de la Vida, Él es la Vida Increada y ha venido para darnos vida con su gracia y vida no terrena, sino eterna. La vida de la gracia, que se nos comunica por los sacramentos, prefigurada en el agua viva de la visión de Ezequiel y en el agua milagrosa de la piscina de Betsaida, es el Agua que brota de su Corazón traspasado en la cruz y que se derrama sobreabundantemente sobre nuestras almas en cada sacramento, sobre todo en la Eucaristía y la Confesión sacramental.
“¿Quieres quedar sano?”. Cada vez que nos acercamos a un sacramento, se derrama sobre nosotros el Agua viva del Costado traspasado de Jesús que, mucho más que curar nuestros cuerpos, sana nuestras almas quitándoles la lepra del pecado y concediéndoles la gracia santificante, el Agua del Templo de Dios que vivifica las almas y los corazones con la vida misma de Dios.

martes, 14 de julio de 2015

“¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace rato se habrían convertido”


“¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace rato se habrían convertido” (Mt 11, 20-24). Jesús se lamenta de las ciudades de Corozaín y Betsaida, y también de Cafarnaúm y el motivo del lamento es la ausencia de conversión, a pesar de que en estas ciudades -como el mismo Jesús lo dice-, se han hecho milagros. Cuando el Hombre-Dios hace milagros –resucitar muertos, curar enfermos, multiplicar panes y peces, etc.-, lo hace con un fin específico, y es el de confirmar, con sus obras, la veracidad de sus palabras: Él afirma ser Dios Hijo en Persona, hace milagros que sólo Dios puede hacer, por lo tanto, Jesús es quien dice ser: Dios encarnado. Y a su vez, la auto-revelación de Dios en Jesús de Nazareth, confirmada por medio de los milagros, tiene un único objetivo: derramar sobre las almas, por medio de la Sangre del Corazón de Jesús, la Misericordia y el Amor divinos, sin límites y sin medidas. Esta es la razón por la cual, el hecho de no solo rechazar un milagro, sino de persistir en la dureza de corazón –que es en lo que consiste la no-conversión, la contracara de la conversión-, significa en el fondo el rechazo del Amor de Dios, que no se manifiesta de otra manera que no sea en Cristo Jesús. En otras palabras, quien rechaza los milagros, rechaza el Amor de Dios, que obra los milagros por Amor a su creatura, el hombre, y no por ningún otro motivo, y quien rechaza el Amor de Dios, tiene la condena asegurada, porque “no hay otro nombre en el que se encuentre la salvación de los hombres” (cfr. Hch 4, 12).

“¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace rato se habrían convertido”. Las palabras dichas por Jesús contra estas ciudades, que han endurecido sus corazones, serán repetidas en el Día del Juicio Final, a todos aquellos cristianos que, habiendo tenido la posibilidad de asistir al Milagro de los milagros, la Transubstanciación, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, en el altar eucarístico, hayan preferido sus asuntos mundanos, despreciando así al Amor de Dios que se les donaba, gratuitamente, como Pan Vivo bajado del cielo, como Maná único y verdadero, que les concedía la vida eterna, ya en anticipo, en esta tierra y en esta vida temporal. No seamos de esos cristianos; que Jesús no tenga que reprocharnos la dureza de nuestros corazones, y no perdamos oportunidad de asistir a la Santa Misa, el Milagro del Divino Amor, milagro por el cual todo un Dios se nos entrega en la apariencia de pan y vino.

jueves, 2 de octubre de 2014

“¡Ay de ti Corozaín, Ay de ti Betzaida, porque si otros hubieran recibido tus milagros ya se hubieran convertido! (…) ¡Y tú, Cafarnaún (…) serás precipitada hasta el infierno!”


“¡Ay de ti Corozaín, Ay de ti Betzaida, porque si otros hubieran recibido tus milagros ya se hubieran convertido! (…) ¡Y tú, Cafarnaún (…) serás precipitada hasta el infierno!” (Lc 10, 13-16). Jesús advierte severamente a tres ciudades, en las que ha predicado y en las que ha realizado abundantes milagros, y a pesar de lo cual, no se han convertido, que en el Día del Juicio Final, no recibirán misericordia y que serán, literalmente, “precipitadas en el infierno”. Jesús les advierte a estas ciudades –a sus habitantes- que la ira de la Justicia Divina se descargará con todo su peso sobre ellas, porque recibieron abundantes muestras del Amor Divino, manifestado en la Palabra de Dios y en milagros y a pesar de eso, no se convirtieron, continuando en su contumacia, en su prevaricación, persistiendo con sus malas obras, con sus pecados, con su falta de misericordia para con el prójimo, insistiendo en endurecer todavía más sus corazones de piedra, perseverando en sus rencores, despreciando la Ley de Dios y su Amor y eligiendo hacer su propia voluntad, haciéndose así merecedores del infierno: “serán precipitados en el infierno”, tal como se los advierte Jesús.
“¡Ay de ti Corozaín, Ay de ti Betzaida, porque si otros hubieran recibido tus milagros ya se hubieran convertido! (…) ¡Tú, Cafarnaúm, serás precipitada hasta el infierno!”. La advertencia que Jesús dirige a las ciudades de su tiempo, nos la dirige a nosotros, los bautizados en la Iglesia Católica, porque nosotros somos los Corozaín, los Betzaida, los Cafarnaúm, del siglo XXI, toda vez que no damos frutos de santidad, porque Jesús obra en nosotros milagros y prodigios de un grado infinitamente mayores que los obrados en las ciudades y habitantes del Nuevo Testamento, porque si bien en estas ciudades obró signos y prodigios admirables -expulsó demonios, multiplicó panes y peces, convirtió agua en vino, resucitó muertos, caminó sobre las aguas-, a ninguno, en el Nuevo Testamento, sin embargo, obró los milagros increíbles, inigualables, inenarrables, e imposibles siquiera de imaginar y expresar, tal como lo hizo con nosotros: en efecto, a ninguno, en el Nuevo Testamento, se le dio en alimento con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, como hace con nosotros, en el Sacramento de la Eucaristía; a ninguno, en el Nuevo Testamento, le concedió su filiación divina, la misma que Él tiene desde la eternidad, como hace con nosotros, en el Sacramento del Bautismo; a ninguno, en el Nuevo Testamento, le sopló el Espíritu Santo, convirtiendo el alma en un huracán de Fuego Sagrado, como si fuera un mini-Pentecostés en miniatura, asombrando a los ángeles, como hace con nosotros por el Sacramento de la Confirmación, convirtiendo además a nuestro cuerpo en un increíble y admirable templo del Espíritu Santo, que no deja de maravillar a las miríadas de ángeles en los cielos; a ninguno, en el Nuevo Testamento, lo bañó y lo purificó con su Sangre Preciosísima, dejando su alma más hermosa que los cielos, haciéndola semejante al mismo Dios, tal como hace con nosotros, por el Sacramento de  la Confesión Sacramental, cada vez que nos perdona los pecados; a ninguno, en el Nuevo Testamento, invitó al Banquete de bodas, para darle de comer el manjar celestial, un manjar que no se consigue en ningún palacio de la tierra, que consiste en platos exquisitos, suculentos, preparados por Dios Padre en Persona, para sus hijos pródigos, y que consiste en Carne de Cordero, asada en el Fuego del Espíritu Santo, su Cuerpo resucitado en la Eucaristía; en Pan de Vida eterna, su Humanidad Santísima, inhabitada por la Divinidad; y en el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, su Sangre, derramada en el Santo Sacrificio de la Cruz, y recogida en cáliz, en el Santo Sacrificio del Altar.
Con ninguno, en el Nuevo Testamento -y mucho menos, en el Antiguo Testamento-, obró estas maravillas inenarrables, como las obradas con nosotros.

Y sin embargo, a pesar de todas estas maravillas que obró en nosotros, no le respondemos con la santidad de vida con la que le tenemos que responder, por eso es que debemos esforzarnos para crecer en la santidad, para que no tengamos que escuchar la amarga queja de Jesús, en el Día del Juicio Final: “¡Ay de ti Corozaín, Ay de ti Betzaida, porque si otros hubieran recibido tus milagros ya se hubieran convertido! (…) ¡Y tú, Cafarnaúm, serás precipitada hasta el infierno!”. La salvedad será que, si no nos esforzamos por responder a los dones dados por Jesús, en vez de los nombres de las ciudades, los nombres pronunciados por Jesús, no serán los de las ciudades de Palestina, sino nuestros nombres propios.

martes, 15 de julio de 2014

“¡Ay de ti Corozaín! ¡Ay de ti Betsaida!”


“¡Ay de ti Corozaín! ¡Ay de ti Betsaida!” (Mt 11, 20-24). Jesús se queja amargamente de estas ciudades en donde Él “había realizado más milagros”, y a pesar de eso, “no se habían convertido”. Les dice que si “en Tiro y Sidón”, ciudades paganas, “se hubieran hecho esos milagros”, se habrían convertido “hace rato”. Es por eso que, “en el Día del Juicio”, esas ciudades, que son paganas, recibirán un juicio “menos severo” que ellas. Igual consideración le cabe para Cafarnaúm.
Ahora bien, lo que Jesús le dice a estas ciudades, se aplica a los cristianos, cualesquiera que sean, que no den frutos, y abundantes, de santidad, como caridad, bondad, misericordia, paciencia, sacrificio en favor de los demás, justicia, magnanimidad, etc., porque los cristianos, cada uno de ellos, ha recibido milagros, signos, prodigios, maravillosos, uno mejor que el otro, que no han recibido los paganos: el Bautismo, que los convirtió en hijos adoptivos de Dios, al hacerlos partícipes de la filiación divina, la misma filiación divina con la cual el Hijo de Dios es Hijo del Padre desde la eternidad; el Verdadero Maná del cielo, el Pan de los ángeles, que no es un pan inerte, sino que es un Pan Vivo, que comunica la Vida eterna que brota del Ser trinitario del Hombre-Dios, porque contiene el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo; la Eucaristía, que contiene la Carne del Cordero de Dios; el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, que es la Sangre que brota del Costado abierto del Redentor; la Santa Misa, que es la renovación incruenta, sobre el Altar Eucarístico, del Santo Sacrificio de la Cruz, el mismo y único sacrificio realizado hace dos mil años en el Gólgota; el Sacramento de la Confirmación, que les dio el Espíritu de Dios y sus siete sagrados dones, y así, muchísimos otros dones, unos más maravillosos que otros, pero a pesar de esto, innumerables cristianos, en vez de apreciar estos dones y de dar frutos de conversión, en una muestra de iniquidad que supera incluso a la iniquidad del mismo Príncipe de las tinieblas, desprecian de manera inaudita e incomprensible la enormidad de semejantes dones, intercambiándolos por las bajezas más insignificantes, cuando no abominables, que el mundo les ofrece, haciéndose merecedores del mismo reproche dirigido por Jesús a las ciudades de Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm: “¡Ay de ti, cristiano tibio, porque por causa de tu tibieza, no supiste aprovechar los dones que te di, y por eso, en el Día del Juicio Final, te vomitaré de mi boca!”.


lunes, 11 de marzo de 2013

“Levántate, toma tu camilla y camina”



“Levántate, toma tu camilla y camina” (Jn 5, 1-3. 5-16). Un hombre afectado por una parálisis no encuentra a nadie que lo ayude para aprovechar el momento en el que un ángel desciende a la pileta de Betsaida, agita las aguas y les concede poder curativo. Cuando Jesús se le acerca, el paralítico se queja de la falta de compasión de quienes se encuentran allí, falta de compasión que es la causa por la que continúa enfermo.
Jesús suple con creces esta ausencia de compasión, obrando en él el milagro de la curación de su mal. Luego de decirle: “Levántate, toma tu camilla y camina”, el hombre queda efectivamente curado y se retira.
Los otros personajes intervinientes, los fariseos, demuestran todavía mayor indolencia que la de aquellos que no auxiliaron al hombre paralítico porque se concentran en la investigación de las faltas legales[1] cometidas por él –en sábado estaba prohibido hacer tareas manuales, y el paralítico, ya curado, la transportaba caminando- y sobre todo por Jesús, ya que la curación la hizo en sábado, lo cual era considerado también como falta legal.
El pasaje evangélico nos enseña cuán duro es el corazón del hombre sin Dios, ya que puede ver a su prójimo tendido en el suelo, como le sucedía al paralítico, y hacer caso omiso de su necesidad; pero también nos muestra cómo los hombres que al menos en apariencia están con Dios, como los fariseos, también endurecen sus corazones, desde el momento en que lo único que les interesa es acusar a su prójimo por presuntas faltas legales.
Con la curación milagrosa, Jesús no nos enseña a ser solidarios: nos enseña cuál es la esencia de la religión: la caridad, la bondad, la compasión, la misericordia para con el que más sufre. Debemos estar muy atentos a sus enseñanzas sobre la misericordia, porque de lo contrario caeremos en la indolencia y en la dureza de corazón y, lo peor de todo, en el cínico fariseísmo, cáncer de la religión.


[1] Cfr. B. Orchard, Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 705.

lunes, 16 de julio de 2012

¡Ay de ti, cristiano tibio, porque no supiste aprovechar el don de mi Amor!



“¡Ay de ti Corozaim! ¡Ay de ti, Betsaida! ¡Si en Tiro y Sidón se hubieran hecho los milagros que en se hicieron en ustedes, hace rato se habrían convertido!” (Mt 11, 20-24). Jesús se lamenta por la frialdad, indiferencia y dureza de corazón de las ciudades hebreas de Corozaím y de Betsaida, ciudades pertenecientes al Pueblo Elegido, y las compara con las ciudades paganas de Tiro y Sidón: si se hubieran hecho los milagros que se hicieron en ellas, las ciudades paganas se habrían convertido ya hace tiempo, al contrario de las ciudades en donde Jesús obró milagros. En el Día del Juicio, esas ciudades, paganas, serán juzgadas con menos rigurosidad que aquellas en las que se obraron milagros.
Sin embargo, no son solo las ciudades hebreas las que, a pesar de ser testigos y beneficiarios de los milagros de Cristo –resurrección de muertos, curación de enfermos, expulsión de demonios-, no se convierten: lo mismo se puede decir de un gran número de cristianos, en quienes Dios Trino ha obrado milagros de una grandeza infinitamente mayor, y aún así no se convierten, prefiriendo la vida pagana antes que la vida de la gracia.
Millones de cristianos han recibido milagros asombrosos, inimaginables para el hombre y para el ángel, como por ejemplo el bautismo, en donde al alma no solo se le borra el pecado original y se lo sustrae del poder del demonio, sino que se le concede la filiación divina, algo que no han recibido ni los más poderosos ángeles del cielo, y aún así prefieren ser llamados hijos de las tinieblas, por sus malas obras.
Muchísimos cristianos han recibido el perdón divino en cada confesión, al precio de la Sangre del Hombre-Dios, algo que no han recibido ni recibirán nunca los ángeles apóstatas, y sin embargo, en vez de perdonar a su vez a su prójimo, planean noche y día planes de venganza, o bien continúan impenitentes, sin propósito firme de enmienda.
Muchísimos cristianos reciben día a día la mayor muestra de amor que puede dar Dios a la criatura, y es el don de sí mismo en la Eucaristía, y sin embargo la gran mayoría continúa con su corazón apegado a los placeres del mundo.
Con toda seguridad, si en los paganos se hicieran estos milagros, sus corazones se encenderían inmediatamente en el fuego del Amor divino, que es lo contrario a lo que sucede con los católicos tibios.
Por eso Jesús puede decir a estos cristianos: "¡Ay de ti, cristiano tibio, porque no supiste aprovechar el don de mi Amor! ¡Si a los paganos hubiera adoptado como hijos de Dios, les hubiera perdonado sus pecados al precio de mi Sangre, y les hubiera alimentado con mi Cuerpo resucitado, hace rato arderían de amor por Mí! ¡Tú, en cambio, en vez de convertir tu corazón, pisoteas mis dones y te vuelcas a las creaturas! ¡Arrepiéntete antes de que sea demasiado tarde!".