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miércoles, 5 de octubre de 2022

“¿Sólo este extranjero ha regresado para dar gracias?”

 


(Domingo XXVIII - TO - Ciclo C – 2022)

         “¿Sólo este extranjero ha regresado para dar gracias?” (Lc 17, 11-19). Jesús realiza con su poder divino un milagro de curación corporal: cura la lepra de diez leprosos. Sin embargo, después de la curación, sucede algo que indigna a Jesús y es el hecho de que de los diez curados, sólo uno, que no era hebreo, regresa para agradecerle el milagro de la curación. Los otros nueve, habiendo recibido también el mismo milagro de curación, no se molestan en regresar para dar gracias a Jesús. Esta muestra de ingratitud, de indiferencia y de desprecio hacia el milagro realizado por Él y a su Amor por ellos, porque Jesús no los cura por obligación, sino solo por Amor, es lo que motiva la amarga pregunta de Jesús: “¿Sólo este extranjero ha regresado para dar gracias? ¿Dónde están los otros nueve?”-

         Ahora bien, no debemos pensar que los nueve leprosos curados son los únicos ingratos e indiferentes para con Jesús. La ingratitud de los leprosos curados, para con Jesús, continúa en nuestros días y acentuada casi al infinito, puesto que la inmensa mayoría de los católicos, luego de recibir los Sacramentos de iniciación cristiana -Bautismo, Comunión, Confirmación-, no regresan más a la Iglesia, y si alguno regresa, es o para reprocharle a Jesús porque no le va bien en la vida -algo de lo cual Jesús no es responsable, por lo que el reproche es injusto-, o bien regresan para pedir algo que necesitan, que generalmente es algo relacionado con la salud, con el trabajo, con el dinero, con el bienestar material. Incluso muchos de los que acuden con cierta frecuencia a la Santa Misa y también a la Confesión sacramental, acuden solo para pedir, pero nunca o casi nunca para adorar, para dar gracias a Nuestro Señor Jesucristo y a la Santísima Trinidad por todos los bienes recibidos. Algunos podrán decir que no han recibido bienes materiales, ni siquiera espirituales, porque están transitando por un período de tribulación, más o menos prolongado, pero a estos tales hay que decirles que Jesús ha realizado en ellos milagros infinitamente más grandiosos que simplemente curarlos de una enfermedad crónica como la lepra: con el Bautismo, les ha quitado el pecado original, los ha sustraído del poder del Demonio y los ha convertido en hijos adoptivos de Dios; con la Eucaristía, les ha concedido su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, es decir, en la Eucaristía se les ha entregado en Persona, con todo su Ser Divino y a cambio solo ha recibido desprecios, indiferencias, ingratitudes y ofensas; con el Sacramento de la Confirmación, han recibido a la Tercera Persona del Espíritu Santo, al Amor de Dios, que los ha convertido en templos suyos vivientes y a cambio, muchos cristianos han convertido sus cuerpos en moradas de demonios; con el Sacramento de la Confesión, ha derramado su Sangre Preciosísima sobre sus almas, perdonándoles sus pecados y colmándolos de la gracia santificante y a cambio, Jesús ha recibido como respuesta la maldición sobre su Sangre y el pisoteo y desprecio de la misma.

         “¿Sólo este extranjero ha regresado para dar gracias?”. Según los datos estadísticos, en Argentina los católicos registrados en libros de bautismos mantienen un promedio de ochenta por ciento del total de la población; sin embargo, la asistencia dominical a Misa, la recepción del Sacramento de la Confesión, la recepción del Sacramento de la Eucaristía, oscila entre el uno y el dos por ciento de ese total. Con toda razón, la Santa Madre Iglesia, con lágrimas en los ojos, repite hoy con amargura la misma pregunta de Jesús: “¿Dónde están mis hijos, los bautizados, que han abandonado el Templo de Dios y no se alimentan de la Sagrada Eucaristía ni piden que la Sangre de mi Hijo les perdone los pecados en el Sacramento de la Confesión?

domingo, 4 de octubre de 2020

“El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo”

 


(Domingo XXVIII - TO - Ciclo A – 2020 9

“El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo” (Mt 22, 1-10). Jesús compara al Reino de los cielos con un banquete de bodas que un rey prepara para su hijo. Para saber el significado de la parábola y su inserción en el misterio salvífico de Cristo, debemos saber cuál es el significado sobrenatural de sus elementos. Así, el rey que organiza el banquete de bodas, es Dios Padre; el hijo del rey es Jesucristo, Dios Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad; las bodas, representan la unión mística y nupcial entre la Segunda Persona de la Trinidad, el Verbo de Dios y la naturaleza humana de Jesús de Nazareth, en el seno virgen de María; el salón de fiestas es el lugar de la Encarnación del Verbo, es decir, el seno purísimo de María Santísima; los mensajeros del rey que invitan a las bodas, son los ángeles buenos y también los justos y profetas del Antiguo Testamento, que anunciaron la Primera Venida del Mesías; los primeros invitados, que rechazan la invitación a las bodas, son los integrantes del Pueblo Elegido, que desconocen al Mesías y lo crucifican; el segundo grupo de invitados, entre los que hay buenos y malos, son los integrantes del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, entre quienes hay, efectivamente, quienes siendo pecadores buscan vivir en gracia y quienes viven abandonados al pecado.

“El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo”. Falta un elemento, y es la ira del rey hacia los primeros invitados, puesto que manda a sus ejércitos a que arrasen la ciudad y den muerte a los invitados. La imagen puede parecer fuerte y la reacción del rey, un tanto desproporcionada; sin embargo, es lo que sucedió en la realidad, ya que Jerusalén fue arrasada por los romanos en el año 70 después de Cristo y es un signo de cómo no puede el hombre burlar a la Justicia Divina: si rechazaron la Misericordia de Dios encarnada, Jesucristo, crucificándolo, entonces les queda pasar por la Justicia de Dios. La ciudad arrasada y sus moradores muertos son figura también de las almas condenadas, es decir, de aquellos invitados a las bodas, los bautizados, que en vez de aceptar vivir en estado de gracia, eligieron vivir y morir en el pecado y por eso son figuras de los hombres que se condenan en el Infierno por propia elección.

“El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo”. Nosotros formamos parte del segundo grupo de invitados al Banquete celestial: no despreciemos el llamado a la conversión eucarística y recibamos, en nuestras almas y con el corazón en gracia, el manjar del Banquete celestial, con el que Dios Padre celebra la unión nupcial de Dios con la humanidad, el Pan de Vida Eterna, la Sagrada Eucaristía.

domingo, 20 de septiembre de 2020

“A los que vosotros acusáis de obrar el mal, entrarán antes que vosotros en el Reino de los cielos”

 


(Domingo XXVI - TO - Ciclo A - 2020)

          “A los que vosotros acusáis de obrar el mal, entrarán antes que vosotros en el Reino de los cielos” (Mt 21, 28. 32). Jesús da una dura advertencia a los fariseos: los que son por ellos acusados de obrar el mal, entrarán antes que ellos, que se llaman a sí mismos y son religiosos, en el Reino de los cielos. La razón es que no hicieron caso del llamado a la conversión, primero del Bautista y luego del Mesías: una conversión moral, en el primer caso, una conversión espiritual, en el segundo caso. Como sea, no se convirtieron ni moral ni espiritualmente y por eso, a pesar de ser religiosos, no entrarán en el Reino de los cielos, o al menos, habrá quienes entrarán antes que ellos.

          Esto supone un gran llamado de atención para nosotros, porque las palabras dirigidas a los fariseos y escribas las debemos tomar como dirigidas a nosotros mismos, porque nosotros somos, desde el momento en que hemos sido bautizados, hombres religiosos, independientemente de nuestro estado de vida, es decir, si somos laicos o consagrados. Las palabras de Jesús, dirigidas a nosotros, no sólo son un reproche, sino que son una advertencia para que revisemos nuestra propia vida espiritual, para que revisemos nuestra conversión, para que revisemos si estamos en proceso de conversión, para que revisemos si queremos convertirnos o no. Es también una ocasión para recordar que la conversión es moral, como la predicada por el Bautista -consiste básicamente en ser buenos, cumpliendo para ello los Diez Mandamientos- y que la conversión es también espiritual, porque se trata de una conversión eucarística, en la que el alma, iluminada por la gracia, deja de ser atraída por las cosas bajas y vanas de este mundo, para ser atraída por el Sol de justicia, Cristo Jesús.

          “A los que vosotros acusáis de obrar el mal, entrarán antes que vosotros en el Reino de los cielos”. ¿Cómo es nuestra conversión? ¿Sabemos siquiera que debemos convertirnos, es decir, ser buenos y santos? ¿Trabajamos por convertir nuestra alma? ¿Vivimos en estado de gracia? ¿Buscamos la conversión eucarística? ¿Somos como el hijo de la parábola, que ante la orden de su padre dice “voy”, pero en realidad no va ni cumple su voluntad? ¿O más bien, creemos que ya estamos convertidos y lo que hacemos es señalar con el dedo y criticar con la lengua a nuestro prójimo que supuestamente obra el mal? Que las palabras de Jesús resuenen en nuestras mentes y corazones y sirvan como un verdadero llamado de atención para que nos decidamos, de una vez por todas, por la conversión eucarística de nuestras almas.

viernes, 2 de marzo de 2018

La parábola de los viñadores homicidas



"Los viñadores homicidas"
(Abel Grimmer)

         “Los arrendatarios mataron al heredero…” (cfr. Mt 21, 33-43.45-46). En la parábola de los viñadores homicidas, cada elemento natural representa una realidad sobrenatural. Así, por ejemplo: el Dueño de la Viña es Dios Padre; el Heredero es Dios Hijo; la Viña es la verdadera y única Iglesia de Dios, que antes de Cristo estaba formada por el Pueblo Elegido, los judíos, y después de Cristo, está formada por la Iglesia Católica; los viñadores arrendatarios y homicidas son los judíos; los enviados por el dueño para reclamar el pago del alquiler, son los santos y profetas del Antiguo Testamento; los nuevos arrendatarios, a los cuales el dueño entregará la viña luego de quitárselas a los antiguos, convertidos en homicidas, son los hijos adoptivos de Dios, los bautizados en la Iglesia Católica.



"Los viñadores homicidas"
(Abel Grimmer)

         La parábola de los viñadores homicidas nos revela entonces cómo los judíos mataron a Jesús, la Palabra de Dios, crucificándolo, al elegir sus propias tradiciones antes que la gracia del Hijo de Dios.
         Ahora bien, los católicos también matamos la Palabra de Dios en nuestros corazones, toda vez que rechazamos la gracia santificante y elegimos el pecado.
         La Cuaresma es el tiempo propicio para la conversión, que consiste precisamente en preferir la gracia antes que el pecado y desear la muerte terrena antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado.


viernes, 26 de febrero de 2016

“El Dueño de la Viña la entregará a quienes le den el fruto a su debido tiempo”


Parábola de los viñadores homicidas
(Diego de Quispe)

“El Dueño de la Viña la entregará a quienes le den el fruto a su debido tiempo” (Mt 21,33-43.45-46). En esta parábola, cada elemento tiene un significado sobrenatural: el dueño de la viña es Dios; la viña es el Pueblo Elegido y la Iglesia; los enviados por el dueño para reclamar la renta, son los profetas -muchos de los cuales son asesinados; los primeros arrendatarios de la viña -que quieren usurparla y apropiarse ilegalmente de ella- son los fariseos y los escribas, que pretenden apropiarse del Pueblo de Dios, gobernándolo no con la Ley de Dios, sino con sus propios mandamientos humanos; estos arrendatarios son también los homicidas de la viña que dan muerte primero a los profetas y luego al hijo de Dueño, que es Jesucristo; los nuevos arrendatarios de la viña son los bautizados en la Iglesia Católica, de quienes espera Dios que den frutos de santidad.

Por lo tanto, en esta parábola debemos vernos reflejados nosotros mismos, los bautizados en la Iglesia Católica, que somos al mismo tiempo la Viña del Señor, el Nuevo Pueblo de la Alianza, como también los nuevos arrendatarios, por lo que debemos ser conscientes de que Dios, el Dueño de la Viña, buscará en nosotros, en el Juicio Particular y en el Juicio Final, frutos de santidad: caridad, misericordia, compasión, justicia, sabiduría, humildad, y cualquier otra perfección hallada en Cristo, pues como cristianos tenemos el deber de imitarlo en sus virtudes, en sus perfecciones, en su vida de santidad. También debemos saber que si el Dueño de la Viña no encuentra en algún bautizado -que son los sarmientos injertados en la Vid Verdadera que es Jesucristo-, esos frutos de santidad, entonces “arrancará los sarmientos y los arrojará al fuego” (cfr. Jn 15, 1-8). 
“El Dueño de la Viña la entregará a quienes le den el fruto a su debido tiempo”. Con esta parábola Dios se asemeja a un viñador que, llegado el tiempo de la vendimia, prueba las uvas de su vid para quedarse con las uvas que rebosan de dulzura, mientras que a las uvas que no sirven, sea por agrias o por aguadas, las desecha: esas uvas son los corazones de los cristianos y la Vendimia es el Juicio Final; por eso debemos preguntarnos: ¿qué sabor encontrará el Viñador cuando llegue la Vendimia y pruebe nuestros corazones? ¿El dulce sabor de la santidad y de la gracia divina? ¿O encontrará el sabor amargo y agrio del pecado? 
De nuestra libertad depende si encuentra uno u otro sabor.

martes, 3 de noviembre de 2015

“¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!”


“¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!” (Lc 14,15-24). Con ocasión de la expresión de un invitado, Jesús relata una parábola, en la cual el dueño de casa prepara “un gran banquete” y manda a su sirviente a invitar “a mucha gente”. Sin embargo, a pesar de saber que se trataba de un banquete, es decir, de una comida suntuosa, “todos, sin excepción”, de los que son invitados, se excusan, con pretextos banales y poco creíbles: “Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego me disculpes”; “He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego me disculpes”; “Acabo de casarme y por esa razón no puedo ir”. Al conocer la respuesta de estos primeros invitados, el dueño de casa le dice, “irritado” a su sirviente, que “recorra las plazas y las calles de la ciudad y que le lleve a los pobres, lisiados, ciegos y paralíticos”. Una vez cumplida la orden, y debido a que todavía quedaban lugares, el dueño de casa ordena a su sirviente que “insista a la gente para entre”, para que “su casa quede llena”. Y hace una advertencia: “Les aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena”. Es decir, el dueño de casa invita a “toda la gente” para que no queden lugares libres, de manera tal que los primeros invitados no tengan lugar.
Para apreciar la enseñanza de la parábola, es necesario tener en cuenta que cada elemento de la misma representa a una realidad sobrenatural: el dueño que prepara la fiesta o banquete suculento, es Dios Padre; el manjar que se sirve, es la Carne del Cordero, asada en el Fuego del Espíritu Santo; el Pan de Vida eterna, el Cuerpo de Jesús resucitado y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre de Jesús derramada en la cruz y vertida en el cáliz eucarístico; los invitados, son los cristianos, los bautizados en la Iglesia Católica; los pretextos que ponen para no asistir al banquete, son los pretextos banales que los cristianos ponen para no asistir a la Santa Misa, los cuales, actualizados a nuestros días, serían: la televisión, el deporte, los paseos, el fútbol dominical, el descanso, etc., cuando no son los negocios y la avidez de ganar dinero. Es decir, son todas las actividades que hacen los cristianos el Día Domingo, en reemplazo de la Santa Misa: cualquier actividad es preferida por la inmensa mayoría de los cristianos, antes que la Santa Misa, propiciando así un ultraje a Dios Padre, que es quien ha preparado el Banquete Celestial. A su vez, los “pobres, lisiados, ciegos y paralíticos”, son los paganos que aún no conocen a Cristo, pero que serán llamados a ocupar los puestos dejados vacantes por los católicos que no supieron o no quisieron disfrutar y aprovechar el Banquete del cielo, la Santa Misa.
Es por esto que, para estos cristianos, es que se dirige la advertencia de la parábola: “Les aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena”.

          Para los que asisten a Misa y comulgan con un corazón lleno de amor, de piedad y de devoción, es la expresión: “¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!”.

viernes, 24 de enero de 2014

“Jesús instituyó a los Doce”


“Jesús instituyó a los Doce” (Mc 3, 13-19). El Evangelio de la institución de los Apóstoles destaca que Jesús “llamó a los que quiso”, los llamó “para que estuvieran con Él”, y luego “los envió a predicar”, además de “darles el poder de expulsar demonios”. Por último, el Evangelio destaca el hecho de que de entre los Doce surge el traidor, Judas Iscariote.
Es importante la consideración y reflexión de este Evangelio porque, salvando las distancias, el llamado de los Doce es el llamado de Jesús a todo bautizado y también a todo grupo parroquial, a toda institución de la Iglesia, a todo movimiento, a toda orden religiosa, a toda congregación, y por lo tanto, a todos en la Iglesia nos caben las características del llamado de Jesús a los Doce. Es obvio que no todos somos Apóstoles y Columnas de la Iglesia como los Doce, pero sí somos Apóstoles y Columnas de la Iglesia en sentido traslaticio y en sentido lato, desde el momento en que todos, según nuestro deber de estado, estamos llamados a hacer apostolado para dar a conocer a nuestros prójimos a Jesucristo y para apuntalar las columnas de la Iglesia con nuestra labor apostólica frente a la tarea de demolición que los enemigos externos e internos de la Iglesia llevan a cabo sin detenimiento.

Como a los Apóstoles, también a nosotros Jesús nos llamó “porque quiso”, es decir, por una libre elección de su Amor misericordioso, y no por ningún mérito ni merecimiento nuestro, que no lo teníamos ni lo tenemos de ninguna manera; como a los Apóstoles, también a nosotros Jesús nos llama “para que estemos con Él”, y junto a Él estemos también con su Madre, que está al pie de la Cruz, en el Calvario y en la Santa Misa; Jesús nos llama, como a los Apóstoles, para que estemos con Él por medio de la Adoración Eucarística, para que apoyemos nuestra cabeza en su pecho, para escuchar los latidos de su Sagrado Corazón, como Juan en la Última Cena; también a nosotros nos llama para que nos unamos a Él por la oración, a través del rezo del Santo Rosario, porque en el Rosario es la Virgen la que nos estrecha a su Inmaculado Corazón y allí nos hace escuchar los latidos del Corazón de su Hijo; como a los Apóstoles, Jesús nos llama “a predicar y a expulsar demonios”, pero no por medio de sermones y de exorcismos, sino por medio del ejemplo de vida, porque una vida de santidad, de pureza y de castidad, de obras de misericordia y de compasión, como la que llevaron los santos, buscando imitar con sus vidas y con sus obras a Cristo, es la mejor prédica y el mejor exorcismo, sin palabras y sin fórmulas exorcísticas. Por último, el Evangelio nos advierte acerca del peligro que significa recibir las más grandes gracias por parte de Jesucristo con un corazón miserable y mal dispuesto: Judas Iscariote recibió gracias no concedidas a otros mortales: fue elegido Apóstol, fue consagrado Sacerdote de Cristo, fue llamado “Amigo” por Cristo, recibió de Cristo muestras inauditas de amor, como el haberle sido lavados los pies por el mismo Hombre-Dios en Persona, y ni aún así, cedió en su intención de traicionar y vender la amistad de Jesús por treinta monedas de plata. También a nosotros nos puede pasar que amemos más al dinero –o a las pasiones, que se alimentan con el dinero- que a Jesús. No en vano Jesús nos advierte: “No se puede amar a Dios y al dinero”. Ser elegidos por Cristo, esto es, ser sacerdotes, ser laicos, tener puestos de responsabilidad en la Iglesia, no es garantía de nada, no es garantía de salvación; por el contrario, implica un serio riesgo, el riesgo de traicionar a Cristo por el brillo del poder, por el atractivo del dinero, por el placer de la posición y el prestigio. Es por esto que Jesús nos advierte: “Estad atentos y vigilantes”.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

“Cuando sucedan estas cosas, levantad la cabeza, porque está por llegarles la liberación”



“La ira de Dios pesará sobre este pueblo” (Lc 21, 20-28). Jesús profetiza la ruina y destrucción de Jerusalén, como consecuencia de su ceguera, que la conducirá a rechazarlo a Él, el Mesías, Dios Hijo encarnado para la salvación del mundo. Jerusalén será sitiada, sus muros abatidos, sus casas incendiadas, el templo arrasado hasta el suelo. Pero Jesús no está hablando sólo de una consecuencia física y material, sino que se refiere a un castigo ante todo espiritual, cuando dice: “La ira de Dios pesará sobre este pueblo”, y el castigo será permanecer en el rechazo del Mesías.
Ahora bien, como en Jerusalén y en el Pueblo Elegido están representados los integrantes del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, la profecía acerca de la ira de Dios se refiere también a estos, ante todo y de modo exclusivo, para aquellos que lo rechacen a Él en su condición de Salvador, rechazo demostrado principalmente en el desprecio a su Presencia eucarística y a la celebración de su Día, el Día del Señor, el Domingo.
Así como para la Jerusalén terrestre el haber condenado a muerte al Redentor le valió ser arrasada hasta el suelo por parte de su enemigo, el Imperio Romano, así también, para el bautizado, llamado a ser por la gracia morada del Dios Altísimo, templo del Espíritu Santo y a consagrar su corazón como altar de Jesús Eucaristía, el abandono de la misa dominical, por las diversiones mundanas, la televisión e internet; la conversión del templo que es el cuerpo en una sórdida cueva impregnada en alcohol y en drogas, en cuyas paredes cuelgan las más aberrantes imágenes de depravaciones sexuales, producto del consumo de la pornografía; en donde se escuchan no cantos de alabanza a Dios Trino, sino toda suerte de blasfemias, de bromas de doble sentido, de impudicias, de aberraciones contra-natura; en donde anidan los más abominables demonios, porque de templo del Espíritu Santo ha sido convertido en madriguera de Asmodeo, el demonio de la lujuria; todo esto le significará al bautizado que pervierta su cuerpo y su corazón, una ruina más grande que la de Jerusalén, porque le significará el ser abandonado a su suerte por el mismo Jesucristo, quien a nadie obliga –de hecho, Jesús dice: “El que quiera seguirme, que cargue su Cruz y me siga”-, de modo tal que el alma, sin el auxilio de la gracia divina, a la cual despreció en esta vida, será conducida al abismo infernal, para que continúe haciendo por la eternidad lo que libremente deseó hacer en esta vida: su propia voluntad en vez de la voluntad de Dios.
Para estos bautizados, “la ira de Dios”, tal como la anuncia Jesús, comenzará a hacerse penosa realidad, y continuará por la eternidad, cuando de labios de Jesús oiga: “Haz lo que quieras”.
Pero existe también una luz de esperanza, porque cuando el mundo se haya descristianizado a tal punto de conducir a los elegidos, los bautizados, a semejantes profanaciones, será también la señal de que el mal, el demonio, el error, la ignorancia, el pecado, estarán a punto de ser borrados de la tierra por la Segunda Venida en gloria del Hombre-Dios Jesucristo, lo cual constituirá la liberación definitiva de los poderes del infierno y el inicio de la vida nueva en la paz y en el Amor de Cristo: “Cuando sucedan estas cosas, levantad la cabeza, porque está por llegarles la liberación”.

jueves, 8 de noviembre de 2012

La mayoría de los templos vivientes del Dios Altísimo, han sido arrasados por el libertinaje de la sociedad moderna




A pesar de la magnificencia de la Basílica de San Juan de Letrán –el primer templo consagrado a Dios en la cristiandad-, la Iglesia es consciente de que el verdadero templo de Dios está formado no por elementos materiales, sino por “piedras vivas”, es decir, por los bautizados, y esta creencia se expresa en la oración colecta: “Señor, que construyes un templo eterno para ti con piedras vivas, que son tus elegidos, aumenta en la Iglesia los dones del Espíritu”. Esta doctrina, a su vez, se funda en la Revelación, según lo expresado en la Primera Carta a los Corintios: “El cuerpo es templo del Espíritu Santo” (6, 19). Para San Pablo, la Iglesia está compuesta ante todo por templos vivientes, debido a la gracia santificante recibida en el bautismo sacramental.
Ahora bien, esta gracia no es apreciada por la inmensa mayoría de los cristianos, quienes lejos de considerar a sus cuerpos como templos vivientes del Santo Espíritu de Dios, lo profanan a diario por medio de modas, bailes, vestimentas, diversiones, exhibiciones escandalosas, tan impúdicos, que hacen sonrojar a los ángeles del cielo, y hacen quedar, a las profanaciones y sacrilegios cometidas en los regímenes marxistas ateos, como fracasados intentos de principiantes.
         Es conocido por todos que, en los regímenes comunistas, los templos católicos fueron profanados, y convertidos en almacenes, en depósitos, en cines, en museos; sus imágenes sagradas fueron incendiadas, profanadas, destruidas; sus altares fueron derribados. El régimen comunista, ateo y materialista por esencia, tiene por fin único combatir y destruir a la Iglesia Católica, la única Iglesia en donde se da el culto verdadero, al adorar “en espíritu y en verdad” a Dios Trino. Esto es lo que explica la saña con la que los regímenes de este tipo tengan por fin destruir todo vestigio de presencia de la Iglesia Católica, destruyendo en primer lugar sus templos, lugar físico de congregación del pueblo de Dios.
         Pero hay un régimen que supera en malicia y astucia al comunista, y es el régimen liberal y capitalista, porque no se destruyen los templos materiales, los cuales quedan incólumes, sino que, con la permisión libertina de todo tipo de excesos, y con la elevación a rango de derecho humano de todas las perversiones humanas, se logra corromper el corazón del hombre, aquello que ha sido convertido, por el bautismo, en templo y sagrario del Dios viviente.
         El actual occidente capitalista en nada tiene que envidiar a las profanaciones y sacrilegios llevadas a cabo en los países de extracción comunista, porque la degradación moral y el vacío espiritual conseguido por la rienda suelta al materialismo y a la lujuria, a la embriaguez y a la drogadicción, y a toda clase de desenfrenos, supera con creces a las profanaciones de los templos materiales del marxismo.
Sucede en estos regímenes liberales como cuando se arroja la bomba de neutrones, que aniquila toda vida, pero deja intactos a los edificios materiales: el libertinaje actual, expresado en casi infinitos programas de televisión, en las leyes inmorales, en la difusión masiva de la pornografía, deja intacto el cuerpo material, pero arrasa hasta el suelo con el alma espiritual, enlodándola con la inmundicia del pecado, y logrando su objetivo: des-consagrar los templos vivientes del Espíritu Santo, los bautizados, para consagrarlos a Asmodeo, el demonio de la lujuria.
Es necesario entonces suplicar a María, la Medianera de todas las gracias, que interceda para que la presencia del Espíritu Santo en sus templos vivos, los bautizados en la Iglesia Católica, sea cada vez más fuerte, tan fuerte, que llegue a ser percibida por los cristianos, para que estos no solo dejen de profanar el cuerpo, sino que lo hermoseen con la gracia, y así la Santísima Trinidad sea adorada en los altares de sus corazones, en el tiempo y en la eternidad.

sábado, 1 de octubre de 2011

"...los viñadores mataron al hijo del dueño para quedarse con la viña..."



“…los viñadores mataron al hijo del dueño para quedarse con la viña…” (cfr. Mt 21, 33-43). La parábola puede parecer un simple caso de malos administradores que se convierten en usurpadores, y que no dudan en convertirse en asesinos para apoderarse de un viñedo que no les pertenece.

Sin embargo, la parábola posee una simbología que hace referencia a realidades sobrenaturales: el dueño de la viña es Dios Padre; la viña es, en primer lugar, como dice el Salmo, el Pueblo Elegido formado por los hebreos, destinatarios de la Antigua Alianza –“la viña del Señor es la casa de Israel”-; los arrendatarios convertidos en ladrones y usurpadores, que no solo no quieren dar los frutos de la viña a su legítimo dueño, sino que pretenden quedarse con ella matando al heredero, representan a los fariseos, que con su cumplimiento legalista de la ley y su olvido de la caridad, de la compasión y del amor a Dios y al prójimo, terminaron por pervertir la religión, cuya esencia es el amor misericordioso; el hijo del dueño de la viña es Jesús, que es Hijo de Dios Padre; los enviados por el dueño para hablar con los usurpadores, y que finalmente terminan siendo asesinados, son los profetas, incluido el Bautista, que son perseguidos por las fuerzas del infierno y martirizados; el asesinato del hijo del dueño es la muerte en cruz de Jesús.

La parábola, por lo tanto, se aplica en primer lugar al Pueblo Elegido, pero también se aplica a la Iglesia Católica y a sus bautizados, que forman el Nuevo Pueblo Elegido.

Toda la simbología de la parábola se aplica, punto por punto, a los bautizados en la Iglesia Católica: así, el Dueño de la Viña es Dios Padre; la viña es la Iglesia; los arrendatarios, es decir, los que no son propietarios, sino meros administradores que deben dar frutos de caridad, de misericordia, de bondad, somos todos los bautizados en la Iglesia; esos mismos arrendatarios que pretenden apoderarse de la viña y quedarse con sus frutos, somos los cristianos cuando nos olvidamos del primer y único mandamiento necesario para entrar al cielo, y es el amor a Dios y al prójimo como a uno mismo, con lo cual repetimos el mismo error de los fariseos y del Pueblo Elegido; los mensajeros asesinados son todos los avisos que nos vienen del cielo, como un pensamiento bueno, un propósito de perdonar, un deseo de confesión, un impulso para ir a visitar a un enfermo, que son desechados y no son puestos por obra.

Y en cuanto a los viñadores usurpadores que asesinan al hijo del dueño, representan a los pecados mortales, que matan el alma, dejándola sin la gracia y sin la vida divina.

Es decir, la “muerte” del hijo del dueño es cada vez que un bautizado comete un pecado mortal, puesto que se trata de un hijo adoptivo de Dios, el bautizado, que cae en pecado mortal, muriendo a la vida de la gracia. Y quien está en pecado mortal, no puede obtener los frutos de la Vid, que son amor, paz, alegría, serenidad, porque no puede beber de su fruto más preciado, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna.

Para que, a diferencia de los malos arrendatarios, que mataron al hijo del dueño con sus pecados, no solo no cometamos ningún pecado mortal, y para que seamos capaces de beber del fruto de la Vid, el Vino de la Pascua definitiva y eterna, la Sangre del Cordero de Dios, debemos pedir la gracia que pide San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales: morir antes que ni siquiera deliberar en cometer un pecado mortal, o un pecado venial deliberado[1].


[1] Cfr. Ejercicios, 164-168.

sábado, 14 de mayo de 2011

Yo Soy la Puerta de las ovejas

"Cristo, Buen Pastor, Pastor Sumo y Eterno,
apacienta nuestras almas,
condúcenos a las praderas eternas,
en donde nunca más tendremos sed ni hambre;
llámanos por nuestro nombre,
y responderemos presurosos
al dulce sonido de tu silbo amable;
llámanos, condúcenos, guíanos hacia Ti, oh Pastor Eterno,
Dios de toda bondad,
y entraremos
en tu calma y en tu amor para siempre,
y Te adoraremos,
exultantes y rebosantes de alegría,
por la eternidad sin fin".

(Domingo IV – TP – Ciclo A – 2011)

“Yo Soy la Puerta de las ovejas” (Jn 10, 1-10). Jesús se da a sí mismo el nombre de “puerta” y el motivo es que a través de Él, el Padre se comunica con los hombres, y los hombres tienen acceso al Padre. Así como en una puerta se pasa de un lado a otro, en ambas direcciones, así por Cristo Puerta el alma, en un movimiento ascendente, uniéndose a su Cuerpo resucitado en la Eucaristía, pasa de este mundo al otro, para entrar en comunión, por el Espíritu Santo, con Dios Padre; en el movimiento descendente, es Dios Padre quien, por medio del Cuerpo resucitado de Cristo, comunica su Espíritu Santo, que santifica y diviniza a los hombres.

Es a través de su Cuerpo resucitado, que Cristo oficia de “puerta”, porque el hombre se une a su Cuerpo, en la Eucaristía, y de Él recibe el Espíritu Santo que, uniéndolo a Él, lo conduce ante la Presencia del Padre, y es por su Cuerpo resucitado, que Dios Padre envía a su Espíritu Santo, como sucedió en el Viernes Santo, en el día de la crucifixión, cuando el soldado romano atravesó el Corazón de Jesús, derramando a través de la herida abierta, Sangre y Agua, y con la sangre y el agua, símbolos de los sacramentos, el Espíritu Santo; es lo que sucede en Pentecostés, cuando Cristo, utilizando su Cuerpo resucitado, espira con su boca el Espíritu Santo sobre la Iglesia reunida en oración; es lo que sucede en la Santa Misa, cuando Cristo, actuando in Persona Christi a través del sacerdote ministerial, utiliza la voz del sacerdote para espirar el Espíritu Santo sobre las ofrendas, para convertirlas en su Cuerpo y en su Sangre.

Así como una puerta comunica en ambos sentidos, así el Cuerpo de Cristo, inhabitado por el Espíritu Santo, comunica el Espíritu a los hombres, y conduce a los hombres, unidos en Cristo, al encuentro con el Padre: “nadie va al Padre sino es por Mí” (cfr. Jn 14, 6).

“Yo Soy la Puerta de las ovejas (…) el pastor entra por la puerta, y ellas conocen su voz (…) las ovejas entran y salen por la puerta y encuentran reposo y alimento”. La Puerta es Jesús, y el Pastor que entra y sale por esa Puerta Santa es Dios Padre, y las ovejas, que son los bautizados en la Iglesia Católica, conocen su voz, porque han recibido su gracia en el bautismo, y han sido convertidos en hijos adoptivos de Dios, y como hijos, conocen la voz del Padre; al entrar en la Puerta que es Jesús, las ovejas encuentran reposo, y son protegidas de las oscuridades de la noche y de las bestias salvajes que acechan, es decir, los bautizados entran y se refugian en el Sagrado Corazón de Jesús, y allí, en ese Cenáculo de amor, se encuentran al abrigo y al reparo de la oscuridad de los infiernos, y de las bestias suprahumanas, los demonios; pero también las ovejas encuentran su alimento, gracias a la Puerta, porque salen por ella para ser conducidas por el pastor a las verdes praderas y a las aguas cristalinas: los bautizados encuentran en Cristo, Sumo Pastor y Pastor Eterno, el alimento de la gracia celestial, la Eucaristía, que los nutre con la substancia misma de Dios. Así como las ovejas, al ser acompañadas por el buen pastor, son conducidas a los prados verdes, en donde pueden satisfacer su hambre, y a las aguas cristalinas, donde sacian su sed, así los bautizados que comulgan la Eucaristía, sacian su sed y su hambre de Dios, porque la Eucaristía los extra-colma con la sobreabundancia del Ser divino que se dona en su totalidad, sin reservas, en cada comunión eucarística.

“Yo Soy la Puerta de las ovejas”. Cristo en la Eucaristía es Puerta que nos conduce al seno de Dios Padre; es Pastor, que pastorea nuestras almas conduciéndonos a los pastos tiernos y al agua cristalina que es la gracia divina; su Sagrado Corazón es la Puerta por donde ingresamos para reposar y descansar de toda fatiga, de todo dolor, de toda tribulación, para hallar la paz del alma y la alegría del corazón que solo Dios puede dar.

Cristo, Buen Pastor, Pastor Sumo y Eterno, apacienta nuestras almas, condúcenos a las praderas eternas, en donde nunca más tendremos sed ni hambre; llámanos por nuestro nombre, y responderemos presurosos al dulce sonido de tu silbo amable; llámanos, condúcenos, guíanos hacia Ti, oh Pastor Eterno, Dios de toda bondad, y entraremos en tu calma y en tu amor para siempre, y te adoraremos, exultantes y rebosantes de alegría, por la eternidad sin fin.