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martes, 18 de julio de 2023

“El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo, pero vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo”

 


(Domingo XVI - TO - Ciclo A – 2023)

         “El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo, pero vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo” (Mt 13, 24-30). Con una breve y sencilla parábola, Jesús describe no solo el Reino de los cielos, sino también el curso de la historia humana hasta el fin de los días, es decir, hasta el Día del Juicio Final. Utiliza la imagen de un sembrador que siembra buena semilla y la de un enemigo, que siembra la cizaña, la cual es muy parecida al trigo -en algunas partes se la llama “falso trigo”- pero, a diferencia de este, que es nutritivo, la cizaña contiene un principio tóxico producido por un hongo, el cornezuelo, que es alucinógeno[1].

         Con respecto a su interpretación, como en toda parábola, los elementos naturales se sustituyen por los elementos sobrenaturales, para poder así comprender su sentido sobrenatural y la enseñanza que nos deja Jesús. En este caso, como en otros también, es el mismo Jesús quien explica la parábola del trigo y la cizaña. Dice así Jesús: “El que siembra la buena semilla -el trigo- es el Hijo del hombre -Jesús, el Hijo de Dios, Dios Hijo encarnado-; el campo es el mundo -el mundo entendido en sentido témporo-espacial, porque se lo entiende tanto en el sentido de lugar geográfico, como en el sentido del tiempo limitado, finito, que tiene la historia humana, la cual habrá de finalizar en el Último Día-; la buena semilla -el trigo- son los ciudadanos del Reino -son aquellos cuyos nombres están escritos en el Libro de la Vida-; la cizaña son los partidarios del Maligno -es decir, son hombres impíos e impenitentes, que obran el mal a sabiendas de que obran el mal y no se arrepienten de obrar el mal, convirtiéndose así en cómplices del Demonio pero sobre todo en sus esclavos, son los que están destinados a la perdición eterna en el Infierno-; el enemigo que siembra la cizaña en medio del trigo es el Demonio, el Ángel caído, Satanás, el Ángel rebelde, que odia a Dios y a su obra más preciada, el hombre y que por eso busca la perdición de la raza humana; la cosecha es el fin del tiempo -el Día del Juicio Final, el día en el que el espacio y el tiempo que caracterizan a la historia humana verá su fin, para dar paso a la eternidad, la cual será una eternidad de dolor y llanto para los condenados en el Infierno, como de alegría y gozo sin fin para los que con sus obras de misericordia alcancen el Reino de los cielos; por último, dice Jesús, los segadores son los Ángeles de Dios, los Ángeles que permanecieron fieles a la Trinidad Santísima y que se encuentran a la espera de la orden de separar a los buenos de los malos, para el Día del Juicio Final.

         Jesús continúa utilizando la imagen del trigo y de la cizaña para explicar cómo será el fin de la historia humana: así como el trigo verdadero se separa para ser almacenado, mientras que el falso trigo o cizaña se separa para ser quemada, así Él, Dios Hijo, el Hijo del hombre, cuando llegue el día señalado y conocido solamente por el Padre, enviará a los ángeles buenos para que separen a los justos, es decir, a los que en esta vida se esforzaron, a pesar de ser pecadores, por llevar una vida cristiana, procurando evitar las ocasiones de pecado y confesándose presurosamente si caían en el pecado, para conservar y acrecentar la gracia santificante, de los impíos e impenitentes, de los “corruptores y malvados”, según la descripción de Jesús -los hombres que eligieron el pecado como alimento envenenado de sus almas y obraron el mal sin arrepentirse de obrar el mal, sabiendo que así ofendían a Dios, pero además, no contentos con obrar el mal, no contentos con ser ellos corruptos por el pecado, se convirtieron en corruptores, es decir, contaminaron con el pecado a las almas de otros hombres-; estos serán “arrojados al horno encendido”, que no es otra cosa que el Infierno eterno, en donde “será el llanto y el rechinar de dientes”, llanto por la pena de haber perdido a Dios para siempre y rechinar de dientes por el dolor insoportable que los condenadas sufren en sus cuerpos y en sus almas por la acción del fuego del Infierno; en ese momento los hombres malvados, los traicioneros, los calumniadores, los hechiceros, los satanistas, los que se embriagan, entre muchos otros más, comprenderán que nunca más podrán salir de ese lugar de castigo que es el Infierno y maldecirán a Dios, a los santos y también al Demonio y a los otros condenados, por toda la eternidad; por último, Jesús revela que será muy distinto el destino para quienes no se quejaron en esta vida por la cruz que les tocó llevar, para quienes se alimentaron del Pan de los Ángeles, la Eucaristía, para quienes lavaron sus pecados con la Sangre del Cordero en el Sacramento de la Penitencia, para quienes obraron la misericordia corporal y espiritual para con sus prójimos: “Los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre”. Además de explicar la parábola, hay una última frase de Jesús que puede parecer enigmática, pero no lo es: “El que tenga oídos, que oiga”: esto se refiere a nuestro libre albedrío, porque sea que alcancemos el Reino de los cielos, o sea que el alma se condene, nadie podrá decir o argumentar que “no sabía” que obrar el mal estaba mal y que la impenitencia conducía al Infierno, porque nadie cae en el Lago de fuego y azufre inadvertidamente: quien lo hace, es porque escuchó la Palabra de Dios que le advertía de lo que le pasaría si no se alejaba del pecado y, voluntariamente, no lo hizo. Así como nadie entra en el Reino de los cielos forzadamente, así también nadie cae en el lago de Fuego eterno sin haber recibido antes innumerables advertencias de parte de Dios.

jueves, 22 de julio de 2021

“Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo”

 


“Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo” (Mt 13, 36-43). A pedido de sus discípulos, Jesús explica la parábola de la cizaña y para hacerlo, reemplaza sus elementos naturales por los sobrenaturales. Así, por ejemplo, es el mismo Jesús quien dice que: “El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del demonio; el enemigo que la siembra es el demonio; el tiempo de la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles”. De esta manera, con una simple y sencilla imagen, Jesús explica y anticipa el desarrollo y el fin de la historia humana: en la historia humana se lleva a cabo un enfrentamiento entre los “ciudadanos del Reino”, es decir, los católicos que practican su religión –acuden a los Sacramentos, rezan, hacen penitencia, luchan contra sus pecados, luchan para adquirir virtudes- y los “partidarios del demonio”, es decir, todos aquellos que, implícita o explícitamente, no solo no practican la Ley de Dios, sino que cumplen al pie de la letra la ley de Satanás, cuyo primer mandamiento es: “Haz lo que quieras”; los partidarios del Demonio son, entre otros, los que practican explícitamente el ocultismo, el satanismo, la brujería, la wicca, pero también los que pertenecen a la Masonería, al Comunismo, al Socialismo y a cualquier otra entidad sectaria anticristiana.

El enfrentamiento entre estos dos bandos se lleva a cabo y continuará hasta el Día del Juicio Final, Día en el que Jesús, apareciendo ante la humanidad como Justo Juez, finalizará la contienda y enviará a sus ángeles para que separen, para toda la eternidad, a sus verdaderos discípulos, de los seguidores de Satanás, destinando a los primeros al Reino de los cielos y a los segundos al Reino de las tinieblas, el Infierno, para siempre.

“Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo”. Procuremos vivir en gracia, cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios, recibir los Sacramentos, obrar la misericordia según nuestras posibilidades y estados y así no nos encontraremos a la izquierda del Señor Jesús, con los condenados, en el Día del Juicio Final, sino a su derecha, con los bienaventurados.

 

martes, 14 de julio de 2020

“El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo”


Parábola de la cizaña - Colección - Museo Nacional del Prado

(Domingo XVI - TO - Ciclo A – 2020)

          “El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo” (Mt 13, 24-43). Jesús compara al Reino de los cielos con la figura de un labrador que siembra buena semilla en su campo, pero viene su enemigo y, aprovechando la noche, siembra cizaña, es decir, semilla mala e inútil. Para comprender la parábola, es necesario reemplazar los elementos naturales que en ella aparecen, por elementos celestiales y sobrenaturales, algo de lo cual hace el mismo Jesús cuando explica la parábola. En efecto, según la explicación de Jesús, “el que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles”. Según esta breve y sencilla parábola, en la figura del hombre que siembra la buena semilla y luego viene el enemigo para sembrar la cizaña, está explicada no sólo la historia personal de cada ser humano, sino también la historia de toda la humanidad. El hombre que siembra buena semilla es Jesucristo, el Hombre-Dios, que siembra la semilla buena de la gracia en el corazón del hombre, desde el momento en que éste es bautizado y luego cada vez que recibe una gracia habitual o una gracia sacramental; de esta manera, con la gracia en el alma y en el corazón, el hombre se convierte en cristiano, en seguidor de Cristo, en hijo adoptivo de Dios, en ciudadano del Reino de los cielos y en heredero del Reino de Dios y su labor consistirá, en su historia personal y en el marco de la historia humana, en contribuir a difundir, entre los hombres, el Reino de Dios. El enemigo del Buen Sembrador Jesucristo, es el Enemigo de las almas, el Demonio, el Ángel caído, que siembra la cizaña del pecado en el mismo lugar en el que Jesucristo sembró la gracia, es decir, en el corazón del hombre y cuando el hombre permite que la cizaña, que es el pecado, crezca en su corazón, se convierte en aliado de la Serpiente Antigua, en ciudadano del Infierno y en enemigo de Dios y su tarea es aliarse al Demonio para tratar de destruir el Reino de Dios. Ahora bien, la situación no se prolonga indefinidamente: como el mismo Jesús lo dice, esta situación de siembra de la gracia y de la cizaña, finaliza con el tiempo de la cosecha, es decir, con el fin del mundo y del tiempo, con la Llegada del Hombre-Dios como Juez Supremo y Eterno, el cual separará a los hombres buenos, en los que germinó la gracia y dio frutos de santidad, de los hombres malos y perversos, aliados del Demonio, en los que germinó el fruto envenenado de la cizaña y el pecado. Así lo dice el mismo Jesús: “Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del tiempo: el Hijo del Hombre enviará sus ángeles y arrancarán de su reino a todos los corruptos y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su padre. El que tenga oídos, que oiga”. Por último, podemos decir que está afirmado y revelado explícitamente la existencia tanto de un Reino de Dios, en el que los justos “brillarán como el sol” debido a la luz de la gloria, como así también está revelada la existencia del Infierno eterno, el “horno encendido”, en donde los hombres malvados, atormentados por los demonios y el dolor del fuego infernal, “llorarán y rechinarán los dientes” a causa del dolor.
          “El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo”. En una breve y sencilla parábola, Nuestro Señor Jesucristo describe la historia humana y su desenlace más allá del tiempo, en la eternidad, como así también describe el destino personal de cada uno, el Cielo o el Infierno, según sea lo que cada uno dejó crece en su corazón, o la gracia o el pecado. Y esta es una última enseñanza de la parábola: nadie irá al Cielo o al Infierno sin una razón determinada: cada uno es libre de elegir qué crecerá en su corazón: si la cizaña del Demonio, o la gracia de Nuestro Señor Jesucristo. En cierto modo, Jesús nos enseña en la parábola que nuestro destino eterno, Cielo o Infierno, está en nuestras manos, en nuestro libre albedrío. Elijamos, por supuesto, que crezca la semilla buena de la gracia para que, al fin del tiempo, los ángeles nos conduzcan ante la Presencia del Buen Sembrador y Dueño del universo, Cristo Dios.

martes, 30 de julio de 2019

“El fin de los tiempos será como la cizaña que se arroja al fuego”



         Jesús explica cómo será el fin de los tiempos con la parábola del sembrador que siembra trigo, pero viene su enemigo y siembra cizaña -parecida al trigo, pero inútil-, haciendo que ambos crezcan al mismo tiempo (cfr. Mt 13, 36-43). Cuando se cumpla el tiempo en el que tenga que regresar el Hijo del hombre por Segunda vez, a juzgar el mundo –cuando termine el tiempo y comience la eternidad-, dará una orden a los ángeles, para que recojan la cizaña y la arrojen al fuego, mientras que al trigo lo almacenarán en los silos. La cizaña son los hombres malos, perversos, impenitentes, aliados con el demonio en la tarea de destruir su iglesia y consagrar a la humanidad a Lucifer: éstos serán derrotados de una vez y para siempre y serán arrojados al lago de fuego, el Infierno, para que nunca más salgan de allí. El trigo, a su vez, serán los hombres buenos, los que siendo pecadores sin embargo se esforzaron por adquirir la gracia, conservarla y acrecentarla, de modo que Jesús los encuentre en gracia en el momento de su Segunda Venida. Éstos serán “recogidos en los graneros”, es decir, llevados al Reino de los cielos, mientras que los malos serán “arrojados al fuego”, al estanque de fuego que es el infierno, en donde serán atormentados en cuerpo y alma por la eternidad.
“El fin de los tiempos será como la cizaña que se arroja al fuego”. Al final de nuestras vidas terrenas, nos esperan dos fuegos: el fuego que arde sin consumir, que provoca dolor y no cesa nunca, el fuego del infierno, y el fuego que arde sin consumir, pero no provoca dolor, sino gozo y alegría en el Espíritu Santo, el fuego del Cielo, el Amor de Dios. De nosotros y de nuestra fidelidad a la gracia depende de en cuál de los fuegos seremos envueltos para siempre. 


viernes, 21 de julio de 2017

“Un hombre sembró trigo (...) y su enemigo la cizaña”


(Domingo XVI - TO - Ciclo A – 2017)
         “Un hombre sembró trigo (...) y su enemigo la cizaña” (Mt 13, 24-43). Jesús utiliza la figura de un hombre que posee un campo y que siembra una buena semilla de trigo. Al caer la noche, su enemigo, que lo odiaba, entra sigilosamente en su campo y siembra cizaña en medio del trigo. Para comprender la parábola, es necesario detenernos un instante en la consideración de qué es la cizaña: la cizaña es muy similar exteriormente al trigo, pero la diferencia es que es esta es inútil para la alimentación, por lo que para lo único que sirve es para ser arrojada al fuego. El enemigo del hombre de la parábola, lo odiaba tanto, que en su odio había ideado un plan perverso para arruinar económicamente a aquel que tanto odiaba, y era volver inútil el sembrado de trigo, sembrando la cizaña: pensaba que al crecer juntos le trigo y la cizaña, el hombre no se tomaría el trabajo de separarlos, mandaría a quemar toda la cosecha, y se vería arruinado económicamente y esa es la razón por la cual siembra la cizaña en medio del trigo. Hecha esta consideración, continuamos con la parábola, que nos dice que, con el tiempo, parecen cumplirse los deseos perversos del enemigo del hombre, ya que empezaron a crecer las semillas de trigo, pero también las de la cizaña, lo que llevó a los criados a preguntarle al amo si quería que la arrancaran, a lo que el amo –que sabía que era su enemigo el que le había provocado este daño- les contesta que no, porque al arrancar la cizaña, se podría arrancar también el trigo. Les dice entonces que los dejen crecer juntos hasta la siega; allí se les dirá a los segadores que arranquen primero la cizaña, que la aten en gavillas y que la arrojen al fuego, mientras que el trigo será almacenado en el granero. De esa manera, el hombre destruye y frustra el plan maligno que su enemigo había trazado para él.
         La parábola, que es explicada por el mismo Jesús, se comprende cuando se atribuyen personas y roles a los elementos presentes en la parábola: “el que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores son los ángeles”.
         Con esta parábola, entonces, Jesús describe qué es lo que sucederá en el Día del Juicio Final: los buenos, aquellos que se saben pecadores pero que a pesar de esto luchan para combatir el pecado y perseverar hasta el final en la gracia, en la negación de sí mismos y en el seguir a Jesús por el camino de la Cruz, serán llevados al Cielo; los malos, los que negando la gracia de la conversión persistan en el mal querido y deseado voluntariamente, como forma de rebelión contra Dios, Bondad infinita, participando voluntariamente de la rebelión del Demonio contra Dios en los cielos, serán condenados en el Infierno, aunque nadie caerá en el Infierno sin saberlo, y nadie irá al Cielo sin desearlo; todos irán al destino eterno que libremente eligieron por sus obras hechas en plena conciencia, buenas o malas. Dice el libro de la Sabiduría: “Los justos vivirán eternamente: recibirán de la mano del Señor un reino espléndido y una maravillosa diadema”[1]. Pero a los que antepusieron la maldad a la bondad, los bienes perecederos a los bienes eternos, el pecado a la gracia, se preguntarán, una vez que ya hayan sido condenados, una vez que estén ya en el lago de fuego infernal: “¿De qué nos sirve el orgullo? ¿Qué utilidad no ha reportado la vanidad de las riquezas? Todo esto se ha desvanecido como una sombra, ha desaparecido como ligera posta, como la huella de un navío en el agua… hubimos nacido apenas y dejamos de existir… y en nuestra malicia nos consumiremos”[2].
Mientras los buenos, los que perseveren en la gracia, serán llevados al cielo, los malos, los que voluntariamente quisieron hacer el mal para apartarse de Dios, serán conducidos al Infierno; en ese momento los malvados se darán cuenta, aunque ya muy tarde, que la gracia era el bien más valioso de esta vida, y que todos los bienes malhabidos, por inmensos que hubieran sido, ya no existen más, y que sólo tienen con ellos el odio a Dios, al Demonio, a los ángeles caídos, a los otros condenados, además del dolor insoportable causado por el fuego, dolor del que se darán cuenta, en el instante en que comienzan a percibirlo, que nunca jamás habrá de finalizar. Que el Infierno sea un lugar real y para siempre, nos lo enseña el Magisterio de la Iglesia y también los santos de la Iglesia Católica, como Santa Verónica Giuliani[3], quien así lo describe: “En un momento, me encontré en un lugar oscuro, profundo y pestilente; escuché voces de toros, rebuznos de burros, rugidos de leones, silbidos de serpientes, confusiones de voces espantosas y truenos grandes que me dieron terror y me asustaron. También vi relámpagos de fuego y humo denso. ¡Despacio! que todavía esto no es nada. Me pareció ver una gran montaña como formada toda por una enrome cantidad de víboras, serpientes y basiliscos entrelazados en cantidades infinitas; no se distinguía uno de las otras. La montaña viva era un clamor de maldiciones horribles. Se escuchaba por debajo de ellos maldiciones y voces espantosas. Me volví a mis Ángeles y les pregunté qué eran aquellas voces; y me dijeron que eran voces de las almas que serían atormentadas por mucho tiempo, y que dicho lugar era el más frío. En efecto, se abrió enseguida aquel gran monte, ¡y me pareció verlo todo lleno de almas y demonios! ¡En gran número! Estaban aquellas almas pegadas como si fueran una sola cosa y los demonios las tenían bien atadas a ellos con cadenas de fuego, que almas y demonios son una cosa misma, y cada alma tiene encima tantos demonios que apenas se distinguía. El modo en que las vi no puedo describirlo; sólo lo he descrito así para hacerme entender, pero no es nada comparado con lo que es. Fui transportada a otro monte, donde estaban toros y caballos desenfrenados los cuales parecía que se estuvieran mordiendo como perros enojados. A estos animales les salía fuego de los ojos, de la boca y de la nariz; sus dientes parecían agudísimas espadas afiladas que después reducían a pedazos todo aquello que les entraba por la boca; incluso aquellos que mordían y devoraban las almas. ¡Qué alaridos y qué terror se sentía! No se detenían nunca, fue cuando entendí que permanecían siempre así. Vi después otros montes más despiadados; pero es imposible describirlos, la mente humana no podría nunca comprender. En medio de este lugar, vi un trono altísimo, larguísimo, horrible ¡y compuesto por demonios! Más espantoso que el infierno, ¡y en medio de ellos había una silla formada por demonios, los jefes y el principal! Ahí es donde se sienta Lucifer, espantoso, horroroso. ¡Oh Dios! ¡Qué figura tan horrenda! Sobrepasa la fealdad de todos los otros demonios; parecía que tuviera una capa formada de cien capas, y que ésta se encontrara llena de picos bien largos, en la cima de cada una tenía un ojo, grande como el lomo de un buey, y mandaba saetas ardientes que quemaban todo el infierno. Y con todo que es un lugar tan grande y con tantos millones y millones de almas y de demonios, todos ven esta mirada, todos padecen tormentos sobre tormentos del mismo Lucifer. Él los ve a todos y todos lo ven a él. Aquí, mis Ángeles me hicieron entender que, como en el Paraíso, la vista de Dios, cara a cara, vuelve bienaventurados y contentos a todos alrededor, así en el infierno, la fea cara de Lucifer, de este monstruo infernal, es tormento para todas las almas. Ven todas, cara a cara el Enemigo de Dios; y habiendo para siempre perdido Dios, y no tenerlo nunca, nunca más podrán gozarlo en forma plena. Lucifer lo tiene en sí, y de él se desprende de modo que todos los condenados participan de ello. Él blasfema y todos blasfeman; él maldice y todos maldicen; él atormenta y todos atormentan. - ¿Y por cuánto será esto?, pregunté a mis Ángeles. Ellos me respondieron: - Para siempre, por toda la eternidad. ¡Oh Dios! No puedo decir nada de aquello que he visto y entendido; con palabras no se dice nada. Aquí, enseguida, me hicieron ver el cojín donde estaba sentado Lucifer, donde eso está apoyado en el trono. Era el alma de Judas. Y bajo sus pies había otro cojín bien grande, todo desgarrado y marcado. Me hicieron entender que estas almas eran almas de religiosos; abriéndose el trono, me pareció ver entre aquellos demonios que estaban debajo de la silla una gran cantidad de almas. Y entonces pregunte a mis Ángeles: - ¿Y estos quiénes son? Y ellos me dijeron que eran Prelados, Jefes de Iglesia y de Superiores de Religión. ¡Oh Dios!!!! Cada alma sufre en un momento todo aquello que sufren las almas de los otros condenados; me pareció comprender que ¡mi visita fue un tormento para todos los demonios y todas las almas del infierno! Venían conmigo mis Ángeles, pero de incógnito estaba conmigo mi querida Mamá, María Santísima, porque sin Ella me hubiera muerto del susto. No digo más, no puedo decir nada. Todo aquello que he dicho es nada, todo aquello que he escuchado decir a los predicadores es nada. El infierno no se entiende, ni tampoco se podrá aprender la acerbidad de sus penas y sus tormentos. Esta visión me ha ayudado mucho, me hizo decidir de verdad a despegarme de todo y a hacer mis obras con más perfección, sin ser descuidada. En el infierno hay lugar para todos, y estará el mío si no cambio vida. ¡Sea todo a gloria de Dios, según la voluntad de Dios, por Dios y con Dios!”.
Otro elemento que debemos considerar es que en la cizaña están representados los que voluntariamente viven alejados de Dios, mientras que en el trigo, están simbolizados quienes viven en gracia, pues Jesús mismo, se compara a sí mismo con un grano de trigo, cuando dice que “el grano de trigo debe caer en tierra para dar fruto”, ya  que ése es Él que muere en la cruz y da el fruto de  la Resurrección. Y así como Jesús, cuyo Cuerpo es trigo que es molido en la Pasión y cocido en el Fuego del Espíritu Santo en la Resurrección, para ser donado como Pan de Vida eterna en el altar eucarístico, así también, sus seguidores, quienes sean cristianos no solo de nombre sino de obra también, son comparados con el trigo de la parábola, porque por la gracia, los cristianos son unidos a Él y participan de su Pasión redentora, convirtiéndose en corredentores de sus hermanos.
Jesús es el Dueño del mundo, el Creador del universo, tanto visible como invisible, y Él siembra la semilla buena de la gracia en los corazones de los hombres para que, participando de su divinidad, se unan a Él en su sacrificio redentor y se ofrezcan como trigo limpio y puro para ser convertidos en otros tantos cristos, ofrecidos al Padre en el Santo Sacrificio del altar, para la salvación de los hombres. Así como Jesús, que es trigo molido en la Pasión y cocido en el Fuego del Espíritu Santo, se convierte en Pan de Vida eterna, ofrecido al Padre como sacrificio purísimo y perfectísimo en expiación por los pecados del mundo, así también los cristianos que, por la gracia, se convierten en otros cristos, al unirse a su Cuerpo Místico por el Espíritu Santo, y son ofrecidos por María Virgen al Padre, en su Hijo y por su Hijo, como víctimas en la Víctima que es Cristo, para expiar los pecados del mundo.
Por este motivo es que, si deseamos ser la buena semilla de trigo y no la cizaña, debemos unirnos espiritualmente al pan y al vino que se ofrecen en el altar eucarístico, pero que todavía no son Jesús, para que cuando venga el Espíritu Santo, Fuego de Amor Divino, en el momento de la consagración, en la transubstanciación, se incendien con este Divino Fuego nuestros corazones en el Amor de Dios. Ofrezcamos, interior y espiritualmente, todo lo que somos y tenemos, toda nuestra vida, todo nuestro ser, simbolizado en los granos de trigo unidos en el pan del altar, el pan de la ofrenda, para ser quemados por el Fuego que viene de lo alto al pronunciar el sacerdote las palabras de la consagración, que convierten el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor. De esa manera, así como el pan corriente, hecho de trigo sin levadura, por la acción del Fuego Divino que es el Espíritu Santo, se convierte en el Pan de Vida eterna, el Cuerpo resucitado y glorioso de Jesús, así también nuestro ser y nuestra vida, ofrecidos en la patena antes de la consagración, interior y espiritualmente, se convertirán en ofrenda agradable a Dios, al subir como aroma de suave incienso, al estar unidos al Cuerpo de Jesús como su Cuerpo Místico, animado por su Espíritu, el Espíritu Santo.
         Pero de la misma manera a como Cristo tiene su Cuerpo Místico, que es ofrecido en oblación por la salvación del mundo, así también el Diablo o Demonio, la Serpiente Antigua, también tiene su contra-cuerpo místico, la masonería eclesiástica y política, los hombres que participando y uniéndose al Demonio en su odio deicida, buscan de todas formas la destrucción de la Iglesia, de la familia, del orden natural y que se ofrecen para la obra destructora satánica. Es la cizaña, que solo sirve para ser arrojada al fuego del Infierno, porque quien se une al Demonio en su lucha contra Dios, tiene un único destino, la eterna condenación, de no mediar la conversión. Sin embargo, no hace falta pertenecer a la Masonería para formar parte de las filas del Demonio: basta con ser indiferentes a la gracia, a los Mandamientos de la Ley de Dios, a los sacramentos de la Iglesia Católica; basta con cruzarse de brazos ante el embate infernal que, día a día, por los medios de comunicación, destruyen a pasos agigantados, desde dentro y fuera de la Iglesia, a la Iglesia, a la familia y a todo lo que sea el orden natural, creado y querido por Dios. Basta con apoyar la anti-natura y las expresiones de la cultura de la muerte –aborto, eutanasia, FIV, alquiler de vientres, clonación humana, etc.- para ser la cizaña, condenada al fuego eterno. Basta con integrar, de modo voluntario y sin intención alguna de salir de ellos, los grupos explícitamente nombrados en la Escritura como aquellos que nunca entrarán en el Reino de los cielos: los apóstatas, los criminales, los hechiceros –y aquí están las prácticas de la Nueva Era, como yoga, reiki, metafísica gnóstica, vudú, esoterismo, ocultismo, satanismo-, los que se embriagan, los fornicarios, los adúlteros, los homosexuales –no quiere decir que el homosexual, por serlo, se condenará, sino aquel que no desee ni busque vivir la castidad, que es lo que se le pide a todo heterosexual. En definitiva, forman la cizaña sembrada por el Maligno los obradores de iniquidad en todas sus variantes, aunque se condenarán aquellos que, voluntaria y deliberadamente, persistan en el mal, y no quienes, cayendo por la debilidad humana, hagan propósito de enmienda y busquen, con todas sus fuerzas, vencerse a sí mismos con la ayuda de la gracia y seguir al Cordero por el Camino Real de la Cruz.



[1] 5, 16-17.
[2] 5, 8-13.
[3] La visión del infierno de Santa Verónica Giuliani, clarisa, 1660-1727; cfr. https://www.taringa.net/posts/paranormal/19857943/Santa-Veronica-Giuliana-y-el-infierno.html

martes, 28 de julio de 2015

“Explícanos la parábola de la cizaña en el campo”


El Demonio siembra la cizaña, el deseo del mal, en el mundo.

“Explícanos la parábola de la cizaña en el campo” (Mt 13, 36-43). Para interpretar a la parábola, no debemos recurrir a ningún autor humano: en la parábola de la cizaña, es el mismo Señor quien da la interpretación: el que siembra la cizaña, es el Demonio; la cizaña son los que pertenecen al Demonio; el campo es el mundo; el que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; los cosechadores son los ángeles; la separación entre buenos y malos, de forma definitiva, es el fin del mundo, cuando Él mismo, en persona, venga a juzgar a buenos y malos.
Una cosa nos queda bien clara en esta parábola, y es el hecho de que el Demonio, como bien lo explica Nuestro Señor, es una entidad maligna, personal, espiritual; es un ser que es persona, puesto que actúa con inteligencia y voluntad -y eso es lo que caracteriza a una persona, sea Divina, angélica o humana-, que actúa deliberadamente para destruir y arruinar -si le fuera posible, para siempre- la Obra de Dios, que es el hombre. Tal como Jesús lo desenmascara en la parábola, el Demonio actúa con inteligencia y voluntad, aunque con ambas potencias angélicas, dominadas y pervertidas por el mal, puesto que su accionar es perverso, desde el momento mismo en que persigue destruir la Obra de Dios en el mundo, sembrando el mal entre los hombres y haciendo lo opuesto a lo que hace Dios: mientras Dios siembra la “buena semilla”, que es su gracia santificante en las almas de los hombres, lo que da como fruto la santidad y el hombre santo, así el Diablo siembra en el corazón humano su semilla, la cizaña, el deseo del mal, lo que se traduce en obras malas, volviendo al hombre malo y convirtiéndolo en su obra, la cizaña.
La siembra de Dios en el alma, su gracia santificante, da como fruto la santidad del alma y es esto lo que sucede con los santos: los santos son santos porque han dejado germinar y fructificar la semilla de Dios, la gracia, por la cual el alma se vuelve santa al inhabitar en ella la Trinidad, y esta santidad se demuestra con las obras: “El hombre bueno –santo-, del buen tesoro de su corazón saca lo que es bueno” (Lc 6, 45ª). Las obras de los santos son buenas y santas porque en ellos inhabita el Hijo del Padre, siendo Él el que obra a través de su Espíritu las obras santas.
El demonio, llamado “la Mona de Dios” -puesto que en todo lo imita a Dios, pero lo hace todo mal- siembra también su “mala semilla” que es la cizaña, la apetencia y la atracción por el mal, y el fruto de esta mala semilla son las obras malas, el pecado, convirtiendo así al hombre en un pecador obstinado, empedernido: “El hombre malo –pecador-, del mal tesoro saca lo que es malo; porque de la abundancia del corazón habla su boca” (Lc 5, 45b). Con el deseo del mal sembrado en el corazón, el Demonio potencia y fija en el mal todo lo malo que “brota del corazón del hombre”[1], haciéndolo partícipe de su rebelión y maldad demoníacas.
Esto nos hace ver, por lo tanto, que erran por completo los teólogos que quieren ver en el Demonio sólo “un mal difuso”, puesto que el Demonio es un ser personal, un ángel caído, que posee su naturaleza angélica, pero que ha perdido la gracia santificante con la que fue creado, por libre determinación y así se ha convertido voluntariamente en un ser espiritual maligno, “pervertido y pervertidor”[2]. Erran también por completo quienes atribuyen a Dios Trino la causa de sus males: Dios, como enseña Santo Tomás, sólo “permite el mal” y nunca lo causa, y si lo permite, es porque con su omnipotencia y sabiduría infinitas, sacará un bien infinito, de ese mal permitido.
Ahora bien, como lo explica Nuestro Señor, esta acción del Demonio, de “sembrar cizaña”, es debido a la permisión divina y la misma durará sólo hasta que el mismo Jesús, en unión con el Padre y el Espíritu, diga: “El tiempo se terminó” y dé inicio al Juicio Final.
Por el momento, es el Demonio quien siembra la cizaña, mientras “los cosechadores duermen”: se refiere al tiempo actual, en el que la actividad del Demonio y sus ángeles caídos es intensa, mientras que los ángeles buenos “duermen”, en el sentido de que no actúan porque todavía no llegó el tiempo. Solo al fin del mundo, cuando el Dueño del campo llegue –Él mismo, el Hombre-Dios, quien llegará como Justo Juez-, “despertará a los cosechadores” –es decir, permitirá que los ángeles buenos detengan el obrar de los ángeles malos- y estos, separando a la cizaña del trigo, quemarán la cizaña y separarán la buena semilla, para conducirla al Reino de los cielos: en el Día del Juicio Final, los ángeles buenos separarán a los hombres malos de los buenos, para que cada uno reciba lo que mereció con sus obras: a los buenos, les dará el cielo, mientras que a los malos, la “eterna condenación”[3], la que buscaron y merecieron con sus obras malas, despreciando y rechazando la salvación, la única salvación, dada “en el Nombre de Jesús” (Hch 4, 12).




[1] Cfr. Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23: “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de males: las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino”.
[2] Tal como lo han enseñado los Papas en su magisterio, incluido el actual Papa Francisco.
[3] Cfr. Misal Romano, Plegaria Eucarística I, en donde la Iglesia pide a Nuestro Señor, que está por consumar su sacrificio en la cruz, que por el mismo, renovado de modo incruento en el altar eucarístico, nos libre de la “eterna condenación”.

viernes, 18 de julio de 2014

“Un sembrador sembró trigo (…) su enemigo sembró cizaña…”


(Domingo XVI - TO - Ciclo A – 2014)
         “Un sembrador sembró trigo (…) su enemigo sembró cizaña…” (Mt 13, 24-43). Cada elemento de la parábola tiene un significado sobrenatural: el sembrador bueno que siembra la buena semilla del trigo, es Dios Padre; el trigo, es la Palabra de Dios, es decir, Dios Hijo, Jesucristo, quien luego de completado su misterio pascual de muerte y resurrección, se donará a sí mismo como Pan de Vida eterna; es decir, Jesucristo es el trigo que, hundiéndose en la tierra, muriendo en la cruz, germina, esto es, resucita, y da como fruto el Pan de Vida eterna, su Cuerpo resucitado, al ser su Cuerpo glorificado en la resurrección, por el Fuego del Espíritu Santo, el Amor de Dios; el sembrador envidioso y enemigo del sembrador bueno, que siembra la mala semilla de la cizaña –una hierba inútil que solo sirve para ser quemada-, es el diablo; el campo sobre el cual se siembran tanto el trigo -la Palabra, enviada por el Amor de Dios-, como la cizaña -llevada por el odio del diablo-, es el corazón del hombre; el tiempo que media entre la siembra y la cosecha, significan tanto la vida individual de cada persona -el tiempo que transcurre entre el nacimiento de cada uno, hasta su muerte individual-, como el tiempo total de la historia humana, es decir, el tiempo transcurrido desde el inicio de los tiempos, desde la creación del mundo con Adán y Eva, hasta el Día del Juicio Final, en el que dará comienzo la eternidad, luego del Juicio y la separación de los que se salvarán, de aquellos que se condenarán; la cosecha significa el Día del Juicio Final, en el que aparecerá Jesucristo, no como Dios misericordioso, sino como Justo Juez, para dar a cada uno lo que cada uno mereció con sus obras: a los buenos, los recompensará con el cielo y a los malos, los castigará con el infierno, según sus palabras: “Venid a Mí, benditos de mi Padre, porque tuve hambre, y me disteis de comer…” (…) Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno, porque tuve hambre, y no me disteis de comer…” (cfr. Mt 25, 31-46); los cosechadores, que separarán, en el tiempo de la cosecha, al trigo de la cizaña, poniendo al trigo que sirve en los graneros y echando a la cizaña inservible al fuego, son los ángeles de Dios, encabezados por San Miguel Arcángel, quienes separarán, siguiendo las órdenes de Jesucristo, a los buenos de los malos (esta es la razón por la cual, en diversas obras pictóricas, aparece San Miguel Arcángel con una balanza, pesando almas y separándolas, en el Día del Juicio Final).
         Este Evangelio nos advierte, por lo tanto, que nuestro corazón no es un órgano neutro o indiferente a las cosas del cielo o del infierno: o pertenece al cielo y es así como permite que germine en él el trigo, que es la Palabra de Dios y el Amor de Dios, o pertenece a las tinieblas, y es así como permite que germine en él la cizaña, llevada por el odio satánico, que es la palabra vana, hueca, vacía y malvada del demonio.
         Ahora bien, si hay trigo o cizaña en un corazón, eso se sabe por los frutos: “de la abundancia del corazón, habla la boca”: si en una persona abunda la mentira, el doblez, la maledicencia, el engaño, la calumnia, el perjurio, la astucia perversa para el mal, el gozo y el deleite en el mal del prójimo, la ausencia de compasión, de caridad, de misericordia, de piedad, es señal certísima y clarísima de que en ese corazón no ha germinado ni siquiera mínimamente la Palabra de Dios, o que si lo ha hecho, ha quedado ofuscada por la abundancia de cizaña, del veneno pestífero del Demonio.
         Por el contrario, si en una persona abundan la caridad, la compasión, la misericordia, la transparencia en el obrar y en el hablar; si no se encuentran en esa persona ni la más mínima sombra de mentira ni de malicia; si en esa persona hay bondad, sacrificio, alegría, justicia, serenidad, paz, comprensión con las debilidades y faltas de su prójimo; si en esa persona no hay acepción de personas y busca, en la adversidad, el amor a su enemigo, es señal clarísima de que ha germinado en ella y ha arraigado la Palabra de Dios, y está dando maravillosos y hermosos frutos de santidad.

         “Un sembrador sembró trigo (…) su enemigo sembró cizaña…”. Nuestro corazón no es una entidad neutra, indiferente e insensible, a las cosas del cielo, y tampoco a las del infierno. Es por eso que, si no dejamos crecer, germinar y arraigar a la Palabra de Dios, para que dé frutos de santidad, inevitablemente, el Enemigo de las almas sembrará su mala semilla, y esta terminará dando sus malos frutos, sin que lo advirtamos. Es por eso que debemos estar atentos, para que la Palabra de Dios, sembrada por el Buen Sembrador, que es Dios Padre, ya el día feliz de nuestro bautismo, dé buenos y hermosos frutos de santidad, y para ello le debemos encargar a la Virgen, la Celestial Jardinera, para que cuide y riegue, con el agua de la gracia, el jardín de nuestros corazones, para que extirpe de él toda hierba mala, toda cizaña, y para que crezca, fuerte y sano, el trigo bueno, la Palabra de Dios, su Hijo Jesús, para que este trigo, que es Jesús, crezca tanto y sea tan grande, que nos haga desaparecer, y ya no seamos nosotros los que vivamos, sino que sea Jesús, el Hijo de Dios, quien viva en nosotros.

lunes, 30 de julio de 2012

El fin del mundo es como una cosecha



“El fin del mundo es como una cosecha” (Mt 13, 36-43). Con su admirable pedagogía divina, Jesús describe, con una sencilla imagen tomada de la actividad cotidiana del hombre, el fin del mundo y las sorprendentes realidades ultra-terrenas: el fin del mundo es como una cosecha, en donde los cosechadores –los ángeles- separan la cizaña –una planta dañina símil al trigo, pero sin valor nutritivo-, que representa a los hombres que obran el mal y no se arrepienten, volviéndose aliados de Satanás, del trigo, es decir, de aquellos hombres que, reconociéndose pecadores, hacen penitencia y oración, viven en gracia, y se vuelven así dignos de entrar en los cielos.
El fuego que quema a la cizaña, es decir, al pasto dañino e inútil, es figura a su vez del fuego del infierno, destinado a los ángeles apóstatas y a los hombres que, voluntariamente, se decidieron por el mal. El trigo que es almacenado para ser convertido luego en pan, al mezclarlo con el agua y la levadura, es figura de los hombres que, por la gracia, se asemejaron a Cristo, Pan de Vida eterna, y se ofrecieron a sí mismos en Él como víctimas por la salvación del mundo.
El único punto en el que la parábola divina no encuentra parangón con la realidad, es en la libertad del hombre: mientras la cizaña y el trigo no eligen ser lo que son, y por lo tanto su destino a ser consumidos por el fuego, en el caso de la cizaña, o a ser convertidos en pan, en el caso del trigo, no dependen de ellos, en el caso de los hombres, quien en el juicio particular sea encontrado falto de obras buenas y abundante en obras malas, será todo por libre y soberana decisión. Y también, el que se salve a causa de la bondad de sus obras, será porque libremente eligió obrar el bien.

lunes, 25 de julio de 2011

El trigo y la cizaña serán separados al fin de la cosecha, en el Último Día



En la parábola del sembrador (cfr. Mt 13, 34-46), se da un hecho que no es frecuente en agricultura: la siega de la cizaña: será “arrancada y arrojada al fuego”.

¿Qué significa esta acción en el plano sobrenatural?

La cizaña es llamada también “falso trigo”, puesto que imita en todo al trigo, pero no tiene las propiedades alimenticias de este, y es muy difícil percibir la diferencia entre uno y otro. Una diferencia que sí se puede percibir entre el trigo y la cizaña es que el primero lleva fruto y cuando está maduro, termina por inclinarse, debido al peso de éste; por el contrario, la cizaña, al estar hueca y ser estéril, sigue erguida, porque el vacío de su interior no doblega su espiga.

En la parábola, la cizaña es “la semilla que pertenece al maligno”, en oposición al trigo, que es “la semilla que pertenece al reino”, es decir, los cristianos. Si la cizaña es el falso trigo, y el trigo representa a los cristianos, entonces la cizaña representa a los falsos cristianos, o cristianos apóstatas, es decir, aquellos que han renegado de Jesucristo, han dejado de adorar al Cordero, para adorar al falso cordero, al cordero con cuernos de bestia, el Anticristo. El trigo son los cristianos que dan frutos de bondad, misericordia, compasión y perdón; la cizaña son los cristianos que no se esfuerzan por vivir su condición de cristianos, sembrando a su alrededor la semilla de la desunión, del enfrentamiento, de la discordia, de la ausencia de perdón.

Si al Cordero de Dios se lo adora en la Santa Misa, el día Domingo, el Día del Señor, el día-símbolo de la resurrección y de la eternidad, entonces queda claro quiénes son los que adoran a la bestia que parece un cordero: todos aquellos que convierten al Domingo en un día de descanso, de diversión, de placer, de deportes, de compras.

No quiere decir que todos estos cristianos que adoran masivamente a los ídolos del mundo el día Domingo, sean necesariamente falsos cristianos, en el sentido de ser apóstatas, porque la confusión y la ignorancia espiritual entre el Pueblo de Dios es tan grande, que muchos, la inmensa mayoría, adora a la bestia similar al Cordero, sin saber lo que hace, y si supieran que en la Eucaristía está el Cordero de Dios, a lo Él adorarían.

Pero sí es un hecho que, al menos materialmente, la inmensa mayoría de los cristianos ha dejado de ser trigo, para ser cizaña, es decir, un cristiano insulso, sin capacidad de reacción frente a los embates del enemigo de las almas, e incluso complaciente con los espejitos de colores y los fuegos de artificio con los cuales éste lo engaña, en su intento de conducirlos a la perdición eterna.

Al final de los tiempos, la cizaña será arrancada para ser arrojada en el fuego eterno. El cristiano que sienta arder en su corazón el amor a Dios y al prójimo, debe obrar con urgencia la misericordia, para que la cizaña, cuanto antes, se vuelva trigo.