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viernes, 17 de febrero de 2023

“Quien se avergüence de Mí también el Hijo del hombre se avergonzará en el Juicio Final”

 


“Quien se avergüence de Mí también el Hijo del hombre se avergonzará en el Juicio Final” (Mc 8, 34-9, 1). Jesús nos advierte acerca de lo que la Iglesia llama “respetos humanos”: quien se deje llevar por los respetos humanos y en consecuencia se avergüence de Cristo y de sus palabras frente a los hombres, Él hará lo mismo cuando regrese en la gloria en el Día del Juicio Final, a juzgar a vivos y muertos.

Antes de proseguir, debemos considerar qué significan los “respetos humanos” en la espiritualidad católica. Los “respetos humanos” son definidos como “Forma de proceder (por acción u omisión) en la que, en vez de buscar la Verdad según el dictamen de la conciencia, la persona se deja llevar por la preocupación de cómo reaccionarán otros. Es una actitud reprensible”[1]. Entonces, según esta definición, el respeto humano es la actitud de alguien que, sabiendo que la verdad de algo se encuentra en tal o cual acción o palabra, hace lo opuesto, porque en vez de preocuparse por seguir la verdad que le dicta su conciencia -toda verdad es participación a la Verdad Increada y Absoluta, la Sabiduría de Dios Encarnada, Cristo Jesús-, se deja en cambio llevar por lo que podrían llegar a opinar o decir los otros seres humanos en relación a ese asunto. Debido a que toda verdad es participación a la Verdad Increada, el rechazo o negación de esa verdad, por temor a la opinión de los demás, es rechazo o negación del mismo Cristo Jesús, en favor de la opinión de los hombres.

Es verdad que, antes de actuar en determinado sentido, en algún asunto, “es justo tomar en cuenta la opinión de otros”, pero esta opinión de los demás debe ser tenida en cuenta “solo para ayudarnos a formar un juicio de conciencia en el que se busca la verdad y la justicia”, pero de ninguna manera para satisfacer “los injustos intereses de los hombres”[2]. Es decir, podemos tener en cuenta la opinión de los demás, pero siempre y cuando nos ayuden a formar un juicio y un recto obrar que estén acordes con la Verdad Increada que es Cristo y, en consecuencia, que nuestro actuar sea justo y verdadero, pero de ninguna manera nuestro obrar debe ser condicionado por la opinión de los hombres, que por lo general está siempre viciada por el error y condicionada por sus propios intereses y no está guiada por la Verdad Increada, Cristo Jesús. 

En definitiva, por “respetos humanos se llega a la negación de Cristo o al abandono de los compromisos cristianos, lo cual es contrario al amor y obediencia que le debemos a Dios por encima de todos”. Ejemplos de respetos humanos sobran, pero podríamos dar uno, como para orientarnos acerca de qué significan: supongamos que en un Parlamento cualquiera se debate sobre aprobar o no la ley del aborto; supongamos que hay un buen número de legisladores católicos; supongamos que la presión mediática a favor del aborto es muy fuerte y que quien se oponga al aborto, corre el riesgo de perder popularidad entre los votantes y en consecuencia puede llegar a perder gran parte de sus privilegios como legislador: el legislador católico que, sabiendo lo que significa el aborto -que es la muerte de un niño inocente en el seno de la madre-, se deja sin embargo llevar por el temor a perder poder e influencia y vota a favor del aborto, ese legislador está cediendo a los respetos humanos y al mismo tiempo está negando a Cristo, que es el Creador de ese embrión humano que será destruido a causa del aborto.

Como estos, son infinitos los ejemplos de respetos humanos en el quehacer cotidiano de todo cristiano, en los que el cristiano debe elegir entre ser fiel a Cristo o negarlo y acomodarse a la opinión siempre cambiante y a menudo errónea de los hombres. Pidamos la gracia de no dejarnos llevar por los respetos humanos, para obrar siempre de acuerdo a la Verdad Increada y Eterna, Cristo Jesús, de manera que Él no se avergüence de nosotros en el Día del Juicio Final.

martes, 17 de junio de 2014

“Cuando oren, ayunen, den limosna, que no los vean los hombres, sino vuestro Padre del cielo”


“Cuando oren, ayunen, den limosna, que no los vean los hombres, sino vuestro Padre del cielo” (cfr. Mt 6, 1-6. 16-18). Jesús advierte contra la tentación farisaica de exteriorizar las obras buenas de la religión –oración, ayuno, limosna-, para ser alabados por los hombres y no por Dios. Al revés del fariseo, que centra su gloria en la alabanza del mundo y de los hombres, el verdadero hombre espiritual obra la misericordia para con su prójimo y eleva sus oraciones a Dios sin exteriorizaciones y sin hacerse notar, porque sabe que Dios, con su omnisciencia, todo lo ve y todo lo sabe, y entiende que lo que cuenta es el juicio de Dios y no el vano juicio de los hombres, porque Dios juzga la recta intención, mientras que los hombres solo juzgan las apariencias.

“Cuando oren, ayunen, den limosna, que no los vean los hombres, sino vuestro Padre del cielo”. Los santos y los mártires son ejemplo de cómo vencer los respetos humanos y de cómo dar testimonio de Dios en un mundo cada vez más ateo y materialista, y la fortaleza interior, sobrenatural y celestial necesaria para vencer los respetos humanos, que les permitía permanecer siempre en la Presencia de Dios, en lo más profundo de sus corazones, abrazados a la cruz, a los pies de Jesús crucificado y de la Virgen Dolorosa, la obtenían de la Eucaristía.