sábado, 28 de julio de 2018

“Jesús multiplicó panes y peces”



(Domingo XVII - TO - Ciclo B – 2018)

         “Jesús multiplicó panes y peces” (cfr. Jn 6,1-15). Ante la multitud que había acudido a escucharlo, Jesús realiza un milagro portentoso, demostración clamorosa de que Él es Dios: multiplica panes y peces para satisfacer el hambre de la gente. Jesús ya había sentido compasión de la multitud porque “estaban como ovejas sin pastor”, es decir, sin rumbo fijo en cuanto a la fe y por eso se puso a enseñarles el camino de la salvación. Ahora, frente a otra multitud, también siente compasión, porque la multitud está hambrienta y por eso realiza el milagro de la multiplicación de panes y peces.
Es un pre-anticipo de la multiplicación de otro pan y de carne, no de peces, sino de cordero; es la señal que anticipa otro milagro infinitamente más grande que multiplicar pan inerte y carne de pescado para alimentar el cuerpo, y es la multiplicación sacramental del Pan de Vida y la Carne del Cordero de Dios, que alimenta las almas.
La multiplicación de pan de harina común y de carne de peces, por la cual Jesús dona de su poder divino para saciar el hambre corporal, es solo el anticipo y la pre-figuración de otro signo, otro milagro, otro portento, que asombra a ángeles y santos en el cielo, y es lo que sucede en cada Santa Misa, en donde la Iglesia, por medio del sacerdocio ministerial renueva sacramental e incruentamente el Santo sacrificio de la Cruz, Santo Sacrificio por el cual Él se dona a Sí mismo a las almas y no en forma limitada, con una parte de su poder o de Sí mismo, sino que se dona todo Él, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, a las almas que lo reciben y se unen a Él por la fe y por el amor y por el sacramento de la Eucaristía.
En el Evangelio, Jesús utiliza una ínfima parte de su poder divino, porque Él es el Creador del universo material y espiritual, visible e invisible y es por esta razón que multiplicar panes y peces, es decir, crear de la nada los átomos y moléculas que componen los panes y los peces, aun cuando sea un signo portentoso, es para Jesús nada en comparación con su poder divino, con el cual creó el mundo visible e invisible y es también nada en comparación con el milagro que sucede en cada Santa Misa, en donde Jesús se dona a Sí mismo a las almas, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía.
Si en el Evangelio Jesús se compadece de la multitud porque tiene hambre corporal y para ello realiza un milagro asombroso destinado a saciar esa hambre corporal, en la Santa Misa Jesús demuestra para con nosotros un Amor y una Misericordia infinitamente más grandes que los que les demostró a la multitud del Evangelio, porque a ellos les dio pan inerte, sin vida, compuesto de trigo y agua y carne de peces, para que sacien el hambre del cuerpo, mientras que a nosotros, por las palabras de la consagración, nos da el Pan de Vida, el Pan Vivo bajado del cielo, la Sagrada Eucaristía, Pan que es Carne de Cordero, asada en el fuego del Espíritu Santo, para alimentar no nuestros cuerpos, sino nuestras almas y el alimento con el que nos alimenta por medio de este Pan Vivo bajado del cielo es el Amor Misericordioso de su Sagrado Corazón.
“Jesús multiplicó panes y peces (…) la multitud quedó saciada (…) y decían: “Éste es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo” y querían hacerlo rey, pero Jesús, dándose cuenta de que lo querían hacer rey, se retiró otra vez solo a la montaña”. La multitud se da cuenta que Jesús ha hecho un milagro; la multitud no es ciega frente al milagro; la multitud sabe y se da cuenta que Jesús no es un hombre cualquiera y si bien no tenga en claro que es el Hombre-Dios, al menos lo toma por “el Profeta que debía venir al mundo”, es decir, lo considera superior a todos los demás profetas y hombres santos y por eso “quiere hacerlo rey”. Pero la multitud se equivoca en algo: quiere hacerlo rey porque Jesús ha satisfecho su apetito corporal y Jesús no ha venido para terminar con el hambre en el mundo; Jesús no ha hecho el milagro de multiplicar panes y peces para satisfacer el hambre del cuerpo y ser nombrado rey, un rey más entre tantos de la tierra y por esa razón se retira. La multitud se da cuenta que Jesús es alguien especial, pero se equivoca al pretender hacerlo rey a Jesús porque les ha saciado el hambre del cuerpo.
¿Qué sucede con nosotros? Criticamos a la multitud del Evangelio, pero al menos la multitud del Evangelio reconoció en Jesús a alguien superior, que hizo un milagro portentoso para alimentar sus cuerpos. En cada Santa Misa Jesús, el mismo Jesús del Evangelio, en forma invisible pero real, a través del sacerdote ministerial de la Santa Iglesia Católica, hace un milagro infinitamente más grande que multiplicar pan sin vida y carne de pescado, porque multiplica su Presencia sacramental en la Eucaristía, multiplica el Pan de Vida y la Carne del Cordero. ¿Reconocemos nosotros a la Santa Iglesia Católica como la Única Esposa del Cordero, la única en grado de realizar semejante portento por medio del sacerdocio ministerial? ¿Proclamamos a Jesús como el Rey de nuestros corazones, porque Jesús se nos dona a Sí mismo en la Eucaristía? ¿O, por el contrario, nos retiramos de la Santa Misa tan escépticos, incrédulos y desagradecidos como al inicio? No seamos indiferentes, escépticos, incrédulos, desagradecidos y en acción de gracias por el milagro de la multiplicación del Pan de Vida y de la Carne del Cordero, no dejemos a Jesús solo en el sagrario y acudamos a postrarnos ante su Presencia para darle gracias, por el milagro de conversión del pan en su Cuerpo y del vino en su Sangre y lo proclamemos Rey de nuestros corazones.


sábado, 21 de julio de 2018

“Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato”



(Domingo XVI - TO - Ciclo B – 2018)

“Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato” (Mc 6,30-34). Jesús ve a la muchedumbre y se compadece de la multitud porque “estaban como ovejas sin pastor”. La imagen de un redil de ovejas sin pastor es la que mejor grafica la terrible realidad de la humanidad caída en el pecado original desde Adán y Eva. Como ovejas sin pastor, desamparadas frente al lobo, hambrientas, sedientas, a punto de morir por falta de quién las conduzca a los pastos y aguas frescas, así es la terrible condición de la raza humana desde la caída de Adán y Eva a causa de haber desoído la voz de Dios y haber oído y obedecido a la Serpiente Antigua, Satanás y esta situación es la de toda la raza humana, hasta la llegada del Buen Pastor, Jesucristo. Desde el pecado original y convertida en enemiga de Dios a causa del mismo, la raza humana se encuentra sola, abandonada a su suerte, acechada por el enemigo de las almas y sometida a toda clase de males. El pecado original ha provocado la enemistad con Dios, la pérdida del Paraíso, la pérdida de la  inmortalidad y de los dones preternaturales, además de la entrada de la enfermedad, el dolor, la muerte, la discordia, la dificultad para conocer la Verdad y para hacer el Bien, además de dejar a la humanidad inerme frente al Lobo infernal que, arrojado del Cielo[1] porque nada tenía hacer allí como “Padre de la mentira” (Jn 8, 44) y “homicida desde el principio” (Jn 8, 39-59), fue precipitado a la tierra, en donde “anda rugiente como león buscando a quién devorar” (cfr. 1 Pe 2, 58).
         Ésa es la situación que ve Jesús: ve a la multitud inerme, como ovejas sin pastor; la ve enferma, débil, acechada por el enemigo de las almas y por eso se compadece de ella y comienza a enseñarles cuál es el camino de la salvación.
         Jesús es el Buen Pastor y es Él el que, con el cayado de la cruz, baja no desde un barranco, sino desde el cielo, para cuidar del rebaño que el Padre le ha encargado, para ahuyentar al Lobo infernal, que es cobarde, porque es valiente con las ovejas inermes, pero cuando el Pastor le hace frente, huye. Él ha venido con el báculo de su cruz para derrotar para siempre al Lobo infernal, para curar a las ovejas heridas, para llevarlas al redil, a buen seguro, para conducirlas a los pastos abundantes de la gracia y al agua fresca de la Buena Noticia de la salvación.
“Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor”. Pero, ¿qué es lo que le sucede a las almas cuando están sin pastor? El P. San Juan María Vianney, Patrono de los sacerdotes, tiene una expresión muy gráfica que describe qué es lo que les sucede a las almas cuando se quedan sin pastor: “Dejad a las almas sin sacerdotes y en diez años se volverán como bestias”. ¿Por qué? Porque el sacerdote, obrando en nombre de Cristo y con el poder de Cristo, les concede los sacramentos y con ellos la gracia sacramental, que es la participación a la vida divina. Por lo tanto, con el sacerdote, el alma vive una vida superior a la vida natural, vive una vida que no es simplemente buena, sino que es una vida de santidad, porque por la gracia participa de la vida misma de la Trinidad. A través del sacerdocio sacramental, las almas son capaces de vivir la vida misma de Dios Uno y Trino, una vida que es superior no solo a la del hombre, sino a la de los ángeles. Con la gracia que imparte el sacerdote, el alma se vuelve más grande y majestuosa que el más grande y majestuoso de los ángeles de Dios.
Ahora bien, sin la gracia, los hombres dejan de vivir la vida divina porque esta no les llega por los sacramentos, pero no se quedan solo en eso: comienzan a vivir una vida natural, pero como la naturaleza humana está caída a causa del pecado original, no puede perseverar en el bien sin la ayuda de la gracia y, por más buena voluntad que una alma tenga, no puede perseverar más de un año sin cometer pecado mortal, como dice Santo Tomás de Aquino, porque el alma se ve dominada por la poderosa fuerza del pecado. Y una vez cometido el pecado mortal, todo es cuesta abajo y barranco abajo, porque todo es pecado y más pecado. Por más esfuerzos que un alma buena pueda hacer, la fuerza del pecado es tan grande, que irremediablemente la arrastra al mal. Esta situación es el equivalente a una oveja que, caminando desprevenida por el borde del barranco, se despeña y cae barranco abajo, sufriendo en la caída numerosos golpes y fracturas que la dejan inmóvil y sangrante en el fondo del barranco y, de no mediar asistencia, le provocan la muerte en poco tiempo. Pero no solo eso, porque una oveja así despeñada, con las heridas abiertas y sangrantes –eso significa el pecado mortal- es fácil presa del Lobo infernal, que así como el lobo creatura es atraído por el olor de la sangre, así el Lobo infernal es atraído de inmediato por el estado pecaminoso del alma, para hacerla cometer más y más pecados y así como el lobo creatura, frente a la oveja malherida e inerme, no tiene dificultad en dar cuenta de ella clavándole sus dientes afilados en su tierna carne, destrozándola en cada dentellada, así el Enemigo de las almas, en un alma que ha perdido el horizonte de la Verdad, de los Mandamientos y de los Preceptos de la Iglesia, la hace sucumbir ante la más pequeña tentación, porque es el Padre de la mentira.
Cuando no hay pastor –sacerdote católico- en una comunidad, toda clase de males se abaten sobre ella: no solo aflora lo peor de la condición humana, porque el freno a las pasiones es la gracia, sino que las almas se desorientan y en vez de acudir a los frescos pastos y al agua fresca del manantial de vida que son los sacramentos y la Palabra de Dios, se dejan seducir por toda clase de teorías ateas, agnósticas, gnósticas, materialistas, anti-cristianas, que es lo que sucede en nuestros días con la Nueva Era y así es como comienzan a crecer las sectas, unas más peligrosas que otras, como la brujería moderna o wicca, el gnosticismo, las sectas umbandas, el interés por los ovnis, la brujería, la magia, la hechicería, y toda clase de errores, mentiras, medias verdades, herejías, cismas, que hacen que las almas pierdan el horizonte de la vida eterna y del Reino de los cielos, internándose en un mar espiritual de confusión, de error, de mentira, de falsedad, que las conduce directamente al Infierno. Ésa es la razón por la cual Cristo se compadece de la multitud, porque está “sin pastor”, y al estar sin pastor, sin sacerdote católico, toda clase de males espirituales se abate sobre las almas, que se encuentran débiles e incapaces de reaccionar por sí mismas.
“Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor”. Lamentablemente, en nuestros días, o los pastores huyen o son escasos o muchas ovejas, irresponsablemente, se alejan del redil, y no se dan cuenta de que así quedan inermes y sin defensas frente al Lobo infernal.
Comentando este pasaje en el que Jesús se compadece de la multitud y luego llama a sus discípulos “a descansar” después de predicar, un monje benedictino[2], doctor de la Iglesia, dice así: “¡Si solamente la providencia de Dios hiciera lo mismo en nuestra época, y que una gran multitud de fieles se precipitara alrededor de los ministros de su Palabra para escucharlos, incluso sin dejarles el tiempo de retomar sus fuerzas! ...Si se les reclamara a tiempo y a destiempo la palabra de fe, se quemarían del deseo de meditar los preceptos de Dios y de ponerlos en práctica sin cesar, de manera que sus actos no desmentirían sus enseñanzas”. Es decir, San Beda afirma que el solo hecho de querer conocer la verdad acerca de la salvación ya es obra de Dios y que si los fieles respondieran a esta gracia, no darían literalmente tiempo a los sacerdotes para descansar, porque el solo deseo de conocer los preceptos de Dios los llevaría a querer conocer cada vez más y más todo lo relativo a la salvación, apartándose del mal camino.
Pero es un hecho que hoy, los consejeros de los gobernantes ya no son los sacerdotes, como sucedía hace siglos, sino que los consejeros de los gobernantes son los brujos y como la multitud hace lo que hacen los gobernantes, también la multitud acude en masa, en un movimiento de apostasía jamás visto, a los brujos y hechiceros, quienes son sus consejeros y ya no más los sacerdotes.
“Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor”. Jesús nos está viendo, nos ve, desde la Eucaristía, pero no solo externamente, sino que nos ve desde lo más profundo de nuestro ser y ve cosas de nosotros mismos que ni siquiera sabemos que existen. ¿Qué pensaría Jesús de nosotros, de cada uno en particular? ¿Estaría satisfecho con nosotros, al comprobar que acudimos a los sacerdotes para recibir la gracia sacramental que  nos hace participar de la vida divina? O, por el contrario, ¿experimentaría la misma compasión, al ver que no acudimos a los sacerdotes, para alimentarnos de la Eucaristía dominical y que en vez de la Eucaristía, preferimos los pastos envenenados de la Nueva Era?


[1] Cfr. Ap 12, 7-8.
[2] Cfr. San Beda el Venerable, Comentario del Evangelio de Marcos.


jueves, 19 de julio de 2018

“Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”



“Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (cfr. Mt 11, 28-30). Para todos aquellos que están afligidos y agobiados por las tribulaciones, penas y trabajos de esta vida terrena, Jesús les dice que acudan a Él, para que Él los alivie: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”. Sin embargo, luego dice algo que parece contradictorio: que acudan a Él los afligidos y agobiados pero que, una vez que acudieron a Él, hagan algo que parece entrar en contradicción con lo que promete: les dice que “carguen su yugo”: “Carguen sobre ustedes mi yugo”.
Es decir, Jesús llama a los “afligidos y agobiados”, prometiéndoles el alivio, pero resulta que este alivio consiste en que, aquel que está afligido y agobiado, tiene que cargar un nuevo yugo, el yugo de Jesús: “Carguen sobre ustedes mi yugo”. Es una aparente contradicción porque si alguien está afligido y agobiado, no se ve de qué manera se pueda aliviar su aflicción y agobio cargando, además de lo que ya tiene, un nuevo yugo, el yugo de Jesús. Tampoco parece claro cómo pueda Jesús dar alivio si Él mismo padece agobio y aflicción, al ser el portador de la cruz por antonomasia.
Sin embargo, las palabras de Jesús no solo no constituyen una contradicción, sino que el cargar el yugo de Jesús es un verdadero alivio para el alma afligida y agobiada y la razón es triple: por un lado, porque el yugo de Jesús es “suave y liviano”: “Porque mi yugo es suave y mi carga liviana”; la segunda razón, es que se produce un intercambio entre lo que el alma trae, que es su agobio, y el yugo de Jesús: el alma le da a Jesús lo que la agobia y aflige y Jesús le da a cambio su yugo, que es la cruz, y es un yugo “suave y liviano” porque en realidad es Él quien carga con todo el peso de la cruz; por última, la tercera razón por la cual no son una contradicción las palabras de Jesús, es que una vez realizado el intercambio –el alma le da sus agobios y aflicciones y Jesús le da su cruz, que es Él quien la carga-, la fuerza para llevar el yugo de Jesús no viene de la naturaleza humana, sino de la participación en la vida divina de Jesús, participación que se traduce, además de la fortaleza para llevar la cruz, en la mansedumbre y humildad de corazón: “Aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio”.
Entonces, para aquel que se encuentra afligido y agobiado, lo único que debe hacer es recurrir a Jesús -ante su Presencia en el sagrario o arrodillado ante su cruz- y hacer un intercambio: darle a Jesús su aflicción y agobio, recibir de Él su yugo -“suave y liviano”- que es su cruz y esforzarse en imitarlo, por medio de la gracia, en su paciencia, mansedumbre y humildad de corazón. Eso es lo único que tiene que hacer el alma; el resto, lo hace Jesús.

miércoles, 18 de julio de 2018

“Has revelado estas cosas a los pequeños”




 “Has revelado estas cosas a los pequeños” (cfr. Mt 11, 25-27). ¿Cuál es el sentido de las palabras de Jesús? Nos lo dice San Vicente de Paúl[1], al comentar este Evangelio. Dice el santo que a Dios le agrada la simplicidad –que es lo opuesto a la soberbia- y que por eso mismo, prefiere conversar con los humildes de corazón, haciendo en cierta manera a los hombres familiares suyos: “¡Es tan agradable a Dios la simplicidad! Sabéis que la Escritura dice que su delicia es conversar con los humildes, los sencillos de corazón, que van de buena y simple manera: “Ha hecho a los hombres rectos sus familiares” (Pr 3, 32)”. Dice San Paúl que quien quiera encontrar a Dios, debe ser “sencillo”, porque así es como Dios quiere que sean los hombres: “¿Queréis encontrar a Dios? Él habla con los sencillos. ¡Oh, Salvador mío! ¡Oh hermanos míos que sentís el deseo de ser sencillos, que dicha! ¡qué dicha! Ánimo, puesto que tenéis en vosotros esta promesa: que el deseo de Dios es estar con los hombres sencillos”. La razón reside en lo que dicen los filósofos como Aristóteles: “Lo semejante ama lo semejante”. Si Dios ama a los sencillos, es porque Él, en su Acto de Ser divino trinitario, es sencillo, simple –simplicidad como sinónimo de perfección-, humilde y es por eso que se complace con los hombres en los que encuentra esta semejanza.
Jesús, siendo Dios Hijo, es también sencillo, humilde, simple, y por eso alaba al Padre, porque le revela los secretos de su corazón de Dios a los que son como Él y se alegra por eso. Dice San Vicente de Paúl: “Otra cosa que nos recomienda maravillosamente la sencillez, son estas palabras del Señor: “Te bendigo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios e inteligentes y las has revelado a los sencillos”.
Dios, dice San Vicente de Paúl, revela el sentido espiritual del contenido del Evangelio, a aquellos que no presumen de la ciencia mundana –necesaria en cierto grado, pero limitado- y esconde el sentido espiritual a quienes hacen alarde de esta sabiduría mundana. San Vicente hace decir a Jesús, parafraseando el Evangelio: “Reconozco, Padre, y os lo agradezco, que la doctrina que he aprendido de vuestra divina Majestad y que doy a conocer a los hombres, sólo la conocen los sencillos, y permitís que no la oigan los prudentes según el mundo; les habéis escondido, si no las palabras, sí al menos el espíritu”. Quienes poseen ciencia mundana y hacen alarde de la misma, se privan de un conocimiento mayor e infinitamente más perfecto, el conocimiento que el Padre da por medio de su Espíritu a los sencillos y humildes de corazón.
Por eso, dice San Vicente, si bien la ciencia mundana es necesaria, debemos cuidarnos mucho de no perder el horizonte, es decir, de dejar de lado la ciencia evangélica por la ciencia mundana, despreciando la sabiduría revelada por Jesucristo y ensoberbeciéndonos por los conocimientos de los hombres, puesto que esta última jamás puede darnos la dicha verdadera: “¡Oh Salvador y Dios mío! Esto nos debe asustar. Nosotros corremos tras la ciencia como si toda nuestra dicha dependiera de ella. ¡Desdichados de nosotros si no la tenemos! Es preciso tenerla, pero con mesura; es preciso estudiar, pero sobriamente”. Es necesaria la ciencia mundana, pero solo hasta cierto punto y siempre teniendo como infinitamente más alta a la ciencia del Evangelio.
Hay otros, dice San Vicente, que ni siquiera la poseen, pero hacen alarde como si la poseyeran a esta ciencia mundana; a estos es a quienes Dios mismo les vuelve impenetrables los conocimientos del cielo: “Otros simulan entender en negocios, pasar por gente que conoce los negocios de fuera. Es a estos tales que Dios quita la penetración de las verdades cristianas: a los sabios y entendidos del mundo”.
¿A quién da Dios los conocimientos del Evangelio, los conocimientos de la sabiduría divina, necesarios para la eterna salvación? A los que lo imitan y participan en la humildad, simplicidad y sencillez de su Acto de Ser divino trinitario, a aquellos que siendo ricos en sabiduría divina, aparecen como pobres a los ojos del mundo y estos son quienes viven en la verdadera paz, aun en medio de tribulaciones: “Pues ¿a quién la da? Al pueblo sencillo, a la buena gente... Señores, la verdadera religión se encuentra entre los pobres. Dios los enriquece con una fe viva; creen, tocan, saborean las palabras de vida... Por lo ordinario conservan la paz en medio de las penas y tribulaciones”.
La causa última de que Dios dé su sabiduría a los pequeños según el mundo, es la fe en la revelación de Nuestro Señor Jesucristo: “¿Cuál es la causa de esto? La fe. ¿Por qué? Porque son sencillos Dios hace que en ellos abunden las gracias que rechaza dar a los ricos y sabios según el mundo”. La fe en Nuestro Señor Jesucristo –en su condición divina, en su Presencia real, verdadera y substancial en la Eucaristía, en su condición de ser Hijo de la Madre de Dios- es la que da al alma la paz de Dios, la Sabiduría de Dios y la Alegría de Dios, en medio de las tribulaciones de este mundo presente.


[1] Conversaciones espirituales, conferencia del 21/03/1659.


viernes, 13 de julio de 2018

“Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean astutos como serpientes y mansos como palomas”



“Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean astutos como serpientes y mansos como palomas” (cfr. Mt 10, 16-23). Al enviar a sus discípulos a la misión, Jesús utiliza dos animales como referencia de cómo debe ser su comportamiento en el mundo: las serpientes y las palomas. En otro pasaje, utiliza la figura de la oveja: “Yo los envío como ovejas en medio de lobos”. El cristiano, entonces, debe combinar la sencillez y humildad de las ovejas, con la astucia de las serpientes, para sobrevivir en un medio caracterizado por un fuerte depredador: el lobo, es decir, el hombre sin Dios. Lo que confiere al cristiano las cualidades de los animales descriptos por Jesús, es el acatamiento voluntario a su Ley de la caridad. En efecto, un alma que viva los Mandamientos de la Ley de Dios y se rija por los preceptos de Jesús dados por Él en el Evangelio, será, a los ojos del mundo, como una imitación viviente de Jesús: será humilde y sencillo, como una paloma o una oveja, al tiempo que astuto, como una serpiente, pero no la astucia entendida en el mal sentido, en el sentido de la astucia demoníaca, sino una buena astucia, la astucia que lleva al alma a evitar las trampas que el enemigo tiende para hacerla sucumbir en el pecado. Por otro lado, siempre aparecen en desventaja estos animales –oveja, paloma, serpiente- con respecto al lobo, es decir, al hombre sin Dios, porque el lobo es, en conjunto e individualmente, más fuerte que cualquiera de los tres animales. Pero el lobo –el hombre sin Dios- posee algo que los hombres con Dios sí poseen y es la gracia santificante, la cual suple con creces las deficiencias naturales que pudieran tener. Es la gracia santificante la que hace que el cristiano, débil en apariencia frente al hombre sin Dios –el lobo- salga airoso y triunfante en sus diarios encuentros. De otro modo, Jesús no induciría a sus discípulos a ser como ovejas, palomas  y serpientes, frente a los lobos. En el fondo, los cristianos enviados por Jesús lo que hacen, en definitiva, es imitar la mansedumbre, la sencillez y la bondad de corazón del mismo Jesús. Y es esto lo que da el triunfo al cristiano sobre el lobo, el hombre sin Dios.

jueves, 12 de julio de 2018

“Y Él se asombraba de su falta de fe”



(Domingo XIV - TO - Ciclo A – 2018)

“Y Él se asombraba de su falta de fe” (Mc 6,1-6. Lo que caracteriza a este Evangelio es la incredulidad de los contemporáneos de Jesús: a pesar de las palabras de sabiduría sobrenatural, a pesar de sus milagros que solo Dios puede hacer, siguen sin creer en Jesús como Dios, confundiéndolo con “el hijo del carpintero”, “el hijo de María”; “el hermano de Santiago de José, de Judas y de Simón”: “Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón?”. Se asombran de que hable la sabiduría de Dios, pero siguen sin creer que es Dios, solo porque lo han visto crecer  en el pueblo, junto con sus parientes: “¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?”. Jesús es para sus contemporáneos algo incomprensible, “un motivo de tropiezo”, porque ven a Jesús solo con los ojos humanos y no con los ojos de la fe: “Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo”.
         La incapacidad de ver con los ojos de la fe impide a Jesús hacer milagros en medio de su pueblo, entre sus contemporáneos: “Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos”. La falta de fe, que es voluntaria, porque a pesar de las evidencias no quieren creer que sea Dios Hijo encarnado, lleva a Jesús a exclamar, resignado, que un profeta es despreciado solo entre su propia gente: “Por eso les dijo: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa”. Tal es la incredulidad culpable, tal es la falta de fe, que Jesús se asombra de esta falta de fe: “Y él se asombraba de su falta de fe”.
         No debemos creer que este episodio se limita a los albores del Nuevo Testamento. También con nosotros sucede lo mismo. ¿O acaso la crisis de la Iglesia, en la actualidad, en la que se produce la apostasía de niños, jóvenes y adultos, no es falta de fe en la Presencia real de Jesús en la Eucaristía? Si los contemporáneos de Jesús veían en Jesús a un hombre más entre tantos, sin ver en Él al Hijo de Dios encarnado, por rechazo voluntario de la gracia iluminativa, eso no difiere de nuestros días, en los que la gran mayoría de los católicos ven en la Eucaristía a poco más que un pan bendecido, sin ningún otro valor y esto por el rechazo voluntario de la gracia iluminativa recibida en la Catequesis. Si la gran mayoría de los católicos abandona en masa la Iglesia y prefiere un partido de fútbol o cualquier pasatiempo antes que la Misa y la Eucaristía, es porque ven en la Misa un acto religioso sin sentido, aburrido, y en la Eucaristía, un poco de pan bendecido y nada más. No ven, en la Misa, la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz; no ven, en la Misa, a la Presencia real, verdadera y substancial del Cuerpo y la Sangre de Jesús; no ven en la Eucaristía al Hijo de Dios, porque si lo hicieran, vendrían todos a postrarse de rodillas ante el altar, dejando todo lo que están haciendo.
“Y él se asombraba de su falta de fe y a causa de su poca fe, no podía hacer muchos milagros entre ellos”. Parafraseando al Evangelio, podemos decir: “Y Jesús Eucaristía se asombraba de la falta de fe en su Presencia real eucarística, y por eso no puede hacer milagros entre nosotros, porque, en el fondo, nos comportamos como los contemporáneos de Jesús: no creemos ni que Jesús sea Dios Hijo encarnado ni que la Eucaristía sea ese mismo Dios Hijo que prolonga su Encarnación en la Eucaristía.

domingo, 8 de julio de 2018

Jesús se asombraba de su falta de fe


(Domingo XIV - TO - Ciclo B – 2018)

         “¿No es éste el hijo de José el carpintero”; “¿no es el hijo de María y sus hermanos no viven aquí entre nosotros” (Jesús) no pudo hacer muchos milagros (…) se asombraba de su falta de fe” (cfr. Mc 6, 1-6). Jesús se dirige a su propio pueblo, rodeado por sus discípulos y comienza a enseñar, con su sabiduría divina, en la sinagoga. La multitud, formada por sus mismos compatriotas, es decir, por aquellos que eran de su pueblo y que por lo tanto habían compartido con Él el tiempo de la infancia y la juventud, en vez de agradecer por la sabiduría divina de sus palabras, empiezan a cuestionarlo y a desconfiar de Él. No ven en Jesús, ni siquiera escuchando sus palabras divinas, al Hijo de Dios encarnado; no ven en Jesús al Verbo Eterno del Padre que se ha encarnado en el seno virgen de María y que les habla a través de una naturaleza humana. Llevados por la sola razón y rechazando la iluminación que les proporciona la gracia, reconocen que sus palabras contienen sabiduría divina y que también sus milagros provienen de Dios, pero no lo reconocen como a Dios Hijo encarnado. Como lo han visto crecer desde niño, se confían en ese conocimiento de Jesús y lo tratan como a un ser humano y por eso dicen: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?”. Además, para afirmarse en su incredulidad voluntaria, cuestionan sus orígenes, los que ellos, con su razón, creen que son los verdaderos, porque desconocen que Jesús ha sido engendrado por el Espíritu Santo y que por lo tanto su Padre natural es Dios Padre; desconocen que la Virgen es la Madre de Dios y que es Virgen; desconocen que Jesús es el Unigénito del Pade y que María, por ser la Madre de Dios y Virgen, solo tuvo hijos adoptivos aparte de Jesús y que los que ellos llaman “hermanos” son en realidad “primos”. Es por esto que dicen: “¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?”. Ahora bien, esta desconfianza e incredulidad voluntarias -que provienen del rechazo libre y voluntario de la gracia santificante que los sacaría de su error- tienen sus consecuencias: por su incredulidad y falta de fe -que asombra a Jesús- no puede hacer, entre sus compatriotas, unos pocos milagros: “No pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos (…) Y él se asombraba de su falta de fe”.
         La incredulidad y la falta de fe es pecaminosa porque es voluntaria; es un libre rechazo de la voluntad, que lleva al alma a desconfiar de Jesús a pesar de su sabiduría divina y a pesar de sus milagros que demuestran que Él es Dios.
         “Y él se asombraba de su falta de fe”. No debemos creer que estamos exentos de la misma incredulidad voluntaria, porque el mismo Jesús que predicó e hizo milagros en Palestina, es el mismo Jesús que nos habla en el silencio a nuestras almas y obra allí milagros portentosos desde la Eucaristía. Pero si nosotros, de modo análogo a los contemporáneos de Jesús, cuestionamos la Eucaristía y decimos: “¿Pero no es acaso un trozo de pan bendecido? ¿Cómo vamos a adorar un poco de pan bendecido? ¿cómo puede un poco de pan hace milagros? ¿No debemos recibirlo como si fuera un poco de pan y nada más? ¿Qué necesidad hay de adorar un poco de pan? Cuando un alma comete el fatal error de rechazar la gracia que le quitaría estas dudas de fe y decide profundizar sus dudas de fe en la Eucaristía, entonces toda su vida espiritual cristiana cae en unas profundísimas tinieblas que le impiden al mismo Jesús obrar en esa alma. Y para esa alma se repiten las palabras del Evangelio para con los contemporáneos de Jesús: “No pudo hacer allí ningún milagro (…) él se asombraba de su falta de fe”.
         No seamos nosotros esas almas incrédulas y pidamos la gracia a Nuestra Señora de la Eucaristía de aumentar cada vez más nuestra en la Presencia real, verdadera y substancial de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, a fin de que Él pueda hacer muchos y grandes milagros en nuestras vidas y en las de nuestros seres queridos.

         

miércoles, 4 de julio de 2018

Jesús exorciza a los endemoniados gadarenos



Jesús exorciza a los endemoniados gadarenos
(De Predis códex,
Biblioteca real, Turín, Italia, 1476)

“Vayan a la piara de cerdos” (cfr. Mt 8, 28-34). El Evangelio describe un exorcismo realizado por Jesús, aunque también describe el estado de posesión demoníaca y qué es lo que esta hace sobre el hombre: “Cuando Jesús llegó a la otra orilla, a la región de los gadarenos, fueron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros. Eran tan feroces, que nadie podía pasar por ese camino”. Por un lado, se trata de una verdadera posesión demoníaca porque así lo relata el Evangelio: “fueron a su encuentro dos endemoniados”. Esto es importante destacar porque la crítica racionalista de la Escritura reduce la posesión demoníaca a una patología psiquiátrica como, por ejemplo, la esquizofrenia. Sin embargo, el Evangelio es muy claro en las expresiones, las cuales permiten diferenciar cuándo se trata de una enfermedad y cuándo se trata de una posesión demoníaca. La posesión demoníaca es la antítesis de la inhabitación de la Trinidad por la gracia: puesto que el Demonio es “la mona de Dios”, trata de imitar lo que Dios hace, pero todo lo hace mal: Dios inhabita en un alma en gracia, cuando el alma libremente lo acepta y desea la gracia y por lo tanto, la comunión de vida y amor con Dios que esta implica; en la posesión, si bien es cierto que se da en quienes hacen un pacto con el diablo y permiten que el Ángel caído tome se apodere de ellos, no siempre es así, porque hay casos de posesión en los que la persona no quiere tener nada que ver con el demonio. Por otra parte, la inhabitación trinitaria se da en el alma, mientras que la posesión es solo en el cuerpo, sin que el demonio tenga injerencia en el alma. Solo en el último estadio de la posesión, dicen los demonólogos expertos[1], se da lo que se denomina la “posesión perfecta”, en la que el Demonio toma control de la voluntad del poseso. Creemos que esta posesión es la que se llevó a cabo en Judas Iscariote y en este grado de posesión, ya es imposible volver atrás, pues el poseso se ha entregado libremente a Satanás, rechazando explícitamente a Dios Trino.
Otro detalle a tener en cuenta es que los endemoniados, en este caso, habitan en “los sepulcros”, es decir, en los cementerios. Es una realidad, pero al mismo tiempo, también una metáfora, porque los demonios toman posesión de quienes están muertos a la gracia de Dios –aunque esto tampoco se da en todos los casos porque, con el permiso de Dios, pueden darse casos de posesión en personas en estado de gracia[2]-. Si Jesús pide que lo imitemos a Él, que es “manso y humilde de corazón” y esto se da en grado máximo en los santos, los posesos del Evangelio se muestran “feroces”, y a tal grado, que “nadie podía pasar por allí”, debido a que agredían a quienes se atrevieran a hacerlo. Esto es así porque el que toma posesión de los cuerpos, el Demonio, es un ser que ha fijado para siempre su voluntad en el odio: habiendo sido creado para amar, pervirtió él mismo su propia naturaleza angélica, dirigiendo los actos de su voluntad angélica en el sentido opuesto al del amor y es por eso que el Demonio odia y no puede ni quiere hacer otra cosa que odiar, a Dios y al hombre, que es la creatura que es imagen de Dios. El Demonio es un ser que, además de odiar, vive en un estado de ira permanente, porque se da cuenta de que jamás podrá vencer a Dios y que su locura de pretender igualarse a Dios ha sido castigada para siempre desde la cruz de Jesús y esa es la razón por la cual los endemoniados son feroces, porque el Diablo es feroz en sí mismo, lo opuesto radicalmente a la mansedumbre y dulzura del Corazón de Jesús.
Los demonios que poseen a los hombres reconocen la Presencia de Dios en Jesucristo; de alguna manera, perciben en Jesucristo al Dios que los creó y que los expulsó del cielo para siempre y que habrá de encadenarlos en el infierno eterno al fin de los días, también para siempre. Los demonios reconocen que Jesús no es un hombre más entre tantos, sino que es el “Hijo de Dios”: “Y comenzaron a gritar: “¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?”.
Los demonios saben que Jesús va a expulsarlos y le suplican que los envíe a una piara de cerdos, los cuales terminan ahogándose[3]: esto también tiene un significado metafórico, puesto que los cerdos son animales irracionales y en eso se parecen a los demonios, que en su locura e irracionalidad pretendieron ser iguales a Dios y el hecho de que se ahoguen, indica que las obras del Demonio terminan siempre en lo mismo, en la muerte, ya que él es el autor de la muerte: “Por la envidia del Diablo entró la muerte en el mundo”.
Por último, ¿por qué razón estaban endemoniados? Aunque, como dijimos, pueden ser víctimas inocentes que, con la permisión divina, pueden quedar posesos –para así dar testimonio del mundo preternatural, angélico-, lo más probable es que los endemoniados hayan estado practicando algún culto diabólico. Es lo que sucede en la actualidad con supersticiones que se originan en el mundo de los ángeles caídos, como el Gauchito Gil, la Difunta Correa y San La Muerte: quienes practican estos cultos supersticiosos, están posesos y, en algún momento, antes o después, esa posesión saldrá a la luz. En estos casos, en los que los brujos o hechiceros saben que están pactando con el Diablo al practicar cultos como San La Muerte, pueden darse casos de posesión perfecta, en las que el Demonio toma posesión no solo del cuerpo, sino también del alma. De ahí, al Infierno, hay un solo paso, que es el umbral de la muerte. En estos casos, de no mediar un profundo arrepentimiento, la condena de quienes practican cultos demoníacos como San La Muerte es prácticamente segura, según lo advierte la Escritura: “No entrarán en el Reino de los cielos (…) los hechiceros” (cfr. 1 Cor 6, 9-10; Ef 5, 5; Ap 22, 15).
Por último, la posesión demoníaca es una apología acerca de la condición de la Iglesia Católica como la Verdadera y Única Iglesia de Dios: está constatado, como en el caso de la joven Nicola Aubrey, de dieciséis años, que Satanás se burla de los protestantes[4], porque mientras él –el demonio- cree en la Presencia real del Señor en la Eucaristía, los protestantes la niegan.


[1] Cfr. Malacchi Martin, El rehén del Diablo, Ediciones Diana, México 1977.
[2] Es el caso de la joven alemana posesa, que dio origen a la película El exorcismo de Emily Rose.
[3] “Los demonios suplicaron a Jesús: “Si vas a expulsarnos, envíanos a esa piara”. Él les dijo: “Vayan”. Ellos salieron y entraron en los cerdos: estos se precipitaron al mar desde lo alto del acantilado, y se ahogaron”.

[4] Se trata de un caso famosísimo de posesión, cuyo exorcismo se realizó ante la presencia de católicos y protestantes y se prolongó entre el ocho de noviembre de 155 hasta el ocho de noviembre de 1566. Cfr. http://catolicosalvatualma.blogspot.com/2018/04/satanas-se-burla-de-los-protestantes-en.html