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lunes, 10 de agosto de 2020

"Mujer, qué grande es tu fe"

 LA MUJER CANANEA - FE QUE MUEVE MONTAÑAS - Crossroads Initiative

(Domingo XX - TO - Ciclo A – 2020)

          “Mujer, qué grande es tu fe” (Mt 15, 21-28). Una mujer cananea, es decir, pagana, no perteneciente al Pueblo Elegido, se postra ante Jesús para clamarle por su hija, que está poseída por un demonio. A pesar del tiempo transcurrido -veintiún siglos- la mujer cananea es ejemplo para los cristianos de todos los tiempos, incluidos nosotros, cristianos del siglo XXI. Hay muchas razones por las cuales la mujer cananea es ejemplo en la fe.

          Por un lado, sabe discernir entre enfermedad corporal o psiquiátrica -epilepsia, convulsiones, esquizofrenia- de una posesión demoníaca, puesto que es el motivo específico por el cual la mujer acude a Jesús, para que la exorcice, no para que la cure de un mal: “Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Muchos exégetas, interpretando erróneamente la Biblia, confunden a las posesiones demoníacas con episodios epilépticos, cosa que no hace la mujer cananea, ya que distingue perfectamente entre una enfermedad corporal y una posesión demoníaca.

          Por otro lado, reconoce en Jesús no a un profeta, ni a un hombre sabio, ni a un hombre justo o santo, a quien Dios acompaña con sus signos: reconoce en Jesús al Hombre-Dios, es decir, para ella, Jesús es Dios Hijo encarnado y por eso el trato de “Señor”, reservado sólo a Dios y por eso la postración, reservada, como signo externo de la adoración interior, sólo a Dios.

Su fe en Jesús es enorme y su mérito es también enorme, porque no pertenece al Pueblo Elegido y porque lo reconoce como Dios, algo que ni los propios judíos, en su mayoría, fueron capaces de hacer.

Es ejemplo de perseverancia en la oración, porque ante las repetidas negativas de Jesús a su pedido, no ceja en su empeño y continúa pidiendo a Jesús por su hija.

Es ejemplo también de humildad, porque Jesús la compara nada menos que con un perro, con un cachorro, al decirle que “no es lícito tomar la comida de los hijos para dárselas a los cachorros”. Así, la está tratando de cachorro de perro, pero la mujer cananea, lejos de ensoberbecerse o de enojarse, se humilla todavía más y continúa implorando un milagro para su hija, utilizando el mismo ejemplo de Jesús y aplicándoselo a ella: “Pero aun así, los cachorros comen de las migajas que caen de las mesas de los hijos”. El alimento substancial, son los milagros que Jesús ha venido a hacer entre los hijos, los miembros del Pueblo Elegido, pero ella, aun no perteneciendo al Pueblo Elegido, se puede ver favorecida por un pequeño milagro, como es el exorcismo de su hija, así como los perros se ven favorecidos por las migajas que caen de las mesas de sus dueños.

Por todas estas razones, la mujer cananea es ejemplo de fe en Jesús como Dios; es ejemplo de perseverancia en la oración; es ejemplo de discernimiento entre enfermedad corporal y posesión diabólica; es ejemplo de humildad y de auto-humillación, porque no duda en auto-humillarse ante Jesús, con tal de conseguir el exorcismo para su hija.

“Mujer, qué grande es tu fe”. Cuán grande ha de ser la fe de la mujer cananea, para que el mismo Jesús se asombre de la misma. Si Jesús viera nuestra fe, en este instante, y la comparara con la fe de la mujer cananea, ¿podría decir lo mismo de nosotros? Pidamos a la mujer cananea, que con seguridad está en el cielo, que interceda para que nuestra fe en Cristo Jesús y su omnipotencia divina sea al menos pequeña como la migaja que cae de la mesa de los hijos.

         

viernes, 14 de octubre de 2016

“Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse”


(Domingo XXIX - TO - Ciclo C – 2016)

“Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse” (Lc 18, 1-8). Jesús narra la parábola de una mujer viuda que acude a un juez inicuo –“no temía a Dios ni le importaban los hombres”- para que le haga justicia frente a su adversario; finalmente, el juez termina por impartir justicia, pero no tanto porque tuviera deseos de hacerlo, sino para librarse de la mujer que “continuamente” le reclamaba justicia. Como el mismo Evangelio lo dice, la enseñanza de la parábola es la necesidad de ser perseverantes en la oración: “Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse”.
La perseverancia en la oración significa que el cristiano debe orar de modo continuo y aunque no vea de modo más o menos inmediato los resultados de lo que pidió en la oración, no debe sin embargo por eso desanimarse, pues Dios escucha las oraciones –principalmente, las que se dirigen a través del Inmaculado Corazón de María-, y no deja de atender los pedidos de sus elegidos. Si un juez injusto – como el de la parábola- es capaz de hacer justicia, aunque sea “después de mucho tiempo” y sólo por la insistencia de la viuda, ¿cómo no habrá de hacer justicia Dios -que es Juez Justo y Eterno- con sus hijos, que claman a Él “día y noche, aunque “los haga esperar?”. Aún más, Dios “compensará” esta espera, arreglando los asuntos de quienes perseveren en la oración “en un abrir y cerrar de ojos”: “Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia”. La perseverancia es figurada en la insistencia de la viuda de la parábola, y así es como podemos ver que Dios escucha y atiende nuestras oraciones, tanto más, cuanto que Dios, lejos de ser “injusto”, es infinitamente Justo, porque es infinitamente perfecto.
“Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse”. Jesús advierte contra el desánimo en la oración, puesto que es una tentación frecuente, debido a que los tiempos de Dios y los del hombre no son los mismos, pero el hecho de que Dios “demore” o no responda en el tiempo y en la forma que el hombre quiere, no significa que Dios no escuche la oración ni deje de atender lo que en ella se le pide –obviamente, lo que debe pedirse debe ser siempre algo bueno y útil para la eterna salvación-.  
Un ejemplo de oración perseverante y sin desánimo es la de la madre de San Agustín, que rezó por treinta años por la conversión de su hijo, cuya situación existencial es similar o más idéntica a la de muchos jóvenes del siglo XXI, desde el momento en que estaba atrapado por el hedonismo, las sectas y la ausencia del Dios verdadero, aunque sí es cierto que lo buscaba con todo su corazón. Santa Mónica es ejemplo de perseverancia en la oración porque no rezó un día ni dos, ni se conformó con rezar una novena, y mucho menos un año, sino que se pasó treinta años de su vida rezando. Y a pesar de que sus resultados no fueron inmediatos, sin embargo Dios no dejó de escuchar sus ruegos, súplicas y llantos y le concedió con creces lo que le pedía: Santa Mónica sólo pedía la conversión de su hijo, y Dios le concedió la gracia de que su hijo sea uno de los más grandes santos de la Iglesia Católica. No sólo “arregló los asuntos” de Santa Mónica, sino que le dio mucho más de lo que ella pedía, y esto en mérito y recompensa a su perseverancia en la oración. De esta manera, Santa Mónica nos enseña que los problemas más graves, tanto de la sociedad en general, como de las personas en particular, encarnados en su hijo Agustín antes de la conversión –hedonismo, sectas, rechazo de Dios, de la Iglesia y sus sacramentos-, no se solucionan con meros instrumentos humanos, sino que dependen de Dios y su gracia: una persona convertida, no arruina y destruye su cuerpo con substancias prohibidas; una persona que se encuentra en el infierno del hedonismo y el ateísmo, no encuentra la salida sino es por la gracia santificante.
Llegados a este punto, nos podemos preguntar: ¿por qué es necesaria la perseverancia en la oración? La razón de la perseverancia en la oración es que esta demuestra confianza y amor en Dios y en el poder intercesor de María Virgen; esto quiere decir que cuanto mayor sea el tiempo que se pase en oración, esperando lo que se pide, mayor es la demostración de confianza y amor, porque mayor tiempo pasa esperando, confiando y amando. El hecho de que Dios demore en darnos lo que le pedimos, es una oportunidad para que nosotros crezcamos en la confianza y en el amor a Él, oportunidad que no se da si Dios nos concediera inmediatamente lo que le pedimos. En otras palabras, confiamos en que Dios nos escucha y confiamos en su Amor Misericordioso que nos dará lo que le pedimos –“De Dios obtenemos lo que de Dios esperamos”-, aunque para ello deba pasar tiempo.
Para darnos cuenta acerca de la importancia de la perseverancia en la oración, podemos tomar el siguiente ejemplo: imaginemos a un niño no nacido, unido por el cordón umbilical a la placenta de la madre: por medio de este recibe nutrientes esenciales para la vida y de tal manera, que si por algún motivo llegara a interrumpirse ese flujo vital, el niño no nacido moriría en el vientre materno. Además, la conexión entre el niño y la madre por el cordón umbilical debe ser continua, para que el nutriente que recibe de parte de la madre, pueda obrar su efecto en el crecimiento del organismo. Bien, en esta imagen, el niño no nacido es el alma del cristiano; el cordón umbilical es la oración; los nutrientes que llegan por él, es la gracia santificante; la madre en la que el embrión está, es la Santa Madre Iglesia, lo cual significa que no deben hacerse otras oraciones que no sean las católicas.  Y la perseverancia está en el hecho de que así como el niño necesita nueve meses de conexión continua con su madre por medio del cordón umbilical, así también el alma necesita la conexión continua –los nueve meses son la representación de la duración de la vida terrena del hombre-, así también el alma necesita, mientras viva en la tierra, en todo momento, recibir el nutriente celestial que le viene por la oración, so pena de morir espiritualmente.
“Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse”. Si los santos –como Santa Mónica- son ejemplos de perseverancia, lo son porque el ejemplo de perseverancia en la oración por antonomasia es el mismo Señor Jesucristo, Quien intercedió, intercede e intercederá ante el Padre, por la salvación de los hombres, todos los días, hasta el fin del mundo. Hasta el fin del mundo, Jesús estará suspendido en la cruz y hasta el fin de los días, estará Presente en la Eucaristía, intercediendo por nosotros. Pidamos la gracia de perseverar en la oración, en las buenas obras y en la gracia santificante hasta el fin de nuestra vida terrena, para así luego ser llevados al Reino de los cielos, para vivir eternamente en la gloria del Cordero.




miércoles, 9 de octubre de 2013

“Les aseguro que le dará lo que le pide, por su insistencia”


“Les aseguro que le dará lo que le pide, por su insistencia” (Lc 11, 5-13). Con la parábola de un hombre que concede a su amigo el pan que le pide no por su amistad sino por su insistencia, Jesús nos enseña cuáles deben ser las condiciones de la oración: perseverante –el amigo insiste e insiste, hasta que consigue lo que pide-, confiada –sabe que su amigo le dará lo que solicita-, a tiempo y a destiempo –acude cuando su amigo está descansando, y no cesa en su pedido hasta que obtiene lo que quiere-.
Debemos vernos en ese amigo insistente, en nuestra relación con Dios, y así como es ese amigo, así debemos ser nosotros con Dios, por medio de la oración, sabiendo que Dios siempre nos escucha, pero que quiere sentir nuestra voz y quiere sentirla muchas veces y por eso nuestra oración debe ser continua, perseverante, constante, y confiada, porque es un Dios de infinita bondad que no dejará jamás de darnos lo que le pidamos y sea conveniente para nuestra salvación.
Pero en la imagen del hombre que acude a golpear la puerta de su amigo para pedirle pan, si bien debemos vernos a nosotros mismos en nuestra relación con Dios por medio de la oración, como acabamos de decir, podemos ver también, paradójicamente, a Dios, que quiere entrar en comunión con nosotros, y lo quiere hacer a través de la comunión eucarística. En efecto, en el Apocalipsis, Jesús dice: “He aquí que estoy a la puerta y llamo, si alguien me abre, entraré y cenaré con él y él conmigo” (3, 20). En el Apocalipsis, esta relación se invierte, y ya no somos nosotros los que, como mendigos, golpeamos a las puertas del Corazón de Dios, pidiendo por el Pan de su Palabra, sino que es Dios mismo quien, como mendigo, golpea las puertas de nuestros corazones, pidiendo entrar para alimentarnos con el Pan de Vida eterna, que es su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.
“Les aseguro que le dará lo que le pide, por su insistencia”. Si en la oración Dios nos dará lo que le pedimos a causa de nuestra insistencia, Dios también está seguro de que, si Él insiste, golpeando a las puertas de nuestros corazones, día a día, queriendo entrar en ellos por la Eucaristía, para darnos el Pan de su Amor eterno, llegará algún día en que verdaderamente le abriremos la puerta de nuestras almas y le daremos lo que pide con insistencia: nuestro amor.