Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.

jueves, 2 de julio de 2020
“Jamás se vio nada igual en Israel”
lunes, 4 de mayo de 2020
“Las obras que hago en nombre de mi Padre, dan testimonio de Mí”
miércoles, 10 de mayo de 2017
“Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí"
lunes, 14 de julio de 2014
“Anuncien la Buena Noticia a toda la creación”
domingo, 30 de marzo de 2014
“Tu hijo vive”
martes, 19 de abril de 2011
Miércoles Santo

El Cenáculo de la Última Cena será testigo de la muestra máxima de amor que un Dios puede hacer por su criatura; en el Cenáculo de la Última Cena, Dios Uno y Trino obrará el prodigio más asombroso de todos sus prodigios asombrosos, el prodigio que brota de las entrañas de su Ser divino, la conversión del pan en el Cuerpo y el vino en
El Cenáculo de la Última Cena es un lugar especial, porque en él es Dios Padre en Persona quien prepara el banquete con el cual habrá de agasajar a sus hijos pródigos, los hombres: al igual que en la cena pascual de los judíos, en la que se servía carne de cordero asada, hierbas amargas, pan ázimo y vino, en esta cena Dios Padre también servirá unos manjares parecidos, pero mucho, mucho más exquisitos: Dios Padre servirá carne de Cordero, pero no la de un animal, sino la carne del Cordero de Dios, el Cuerpo resucitado de su Hijo Jesús; servirá hierbas amargas, pero no las que se cultivan en la huerta, sino las hierbas amargas de la tribulación de la cruz; servirá pan sin levadura, pero no el que se amasa con harina y agua, sino el Pan que es el Cuerpo de Cristo, el Pan que da
¿Dónde prepararemos
Pero si ayer eran los discípulos quienes preguntaban a Jesús dónde preparar la Última Cena, hoy es
Dispongamos entonces el corazón, en Semana Santa, con oración, penitencia, ayunos, sacrificios, obras de misericordia, para que Cristo convierta, con su gracia, nuestro corazón en un Cenáculo en donde permanezca Él para siempre, en el tiempo y en la eternidad.
domingo, 3 de abril de 2011
Si no ven signos y prodigios, no creen

“Si no ven signos y prodigios, no creen” (cfr. Jn 4, 43-54). Ante la petición de un padre de familia, que implora por la salud de su hijo que está a punto de morir, Jesús hace este reproche: “Si no ven signos y prodigios, no creen”.
Sin embargo, a pesar del reproche, Jesús le concede el milagro, y el niño se cura: cuando el padre se encuentra con los criados que le salen al encuentro, “cae en la cuenta” que su hijo había mejorado en el mismo momento en el que Jesús le decía que su hijo estaba curado.
El padre de familia, al ver el signo de la curación de su hijo, cree, y con él, toda su familia. Necesitaba del signo para creer, aunque no le hacía falta, y Jesús, a pesar de que no le hacía falta, le concede el signo, y cree. Es decir, el padre atribulado pone como condición un signo para ver, y cuando lo recibe, cree.
Hoy, la situación es peor, porque si antes, si no veían signos y prodigios, no creían -pero al final terminaban creyendo luego de verlos-, hoy, aún cuando ven signos y prodigios, no creen.
Hoy en la Iglesia de Cristo, la Iglesia Católica, se dan signos y prodigios infinitamente más grandes y asombrosos que la curación de un niño agonizante, pero aún así, los mismos bautizados, los mismos católicos, no creen.
Ven los signos y prodigios más grandes y asombrosos que jamás puedan se concebidos, y aún así no creen: ven a un alma ser convertida en hija adoptiva de Dios, naciendo del seno mismo de Dios, al recibir al Espíritu Santo en el Bautismo sacramental de
Ven al Espíritu Santo sobrevolar en el altar, por las palabras de la consagración, convirtiendo al pan en el Cuerpo de Cristo y al vino en su sangre, y no creen.
Ven a un Dios prolongar su Encarnación en el seno virgen de
Ven al Espíritu Santo derramarse a sí mismo y a sus dones en el alma que recibe
Ven signos y prodigios, en