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martes, 6 de abril de 2021

Domingo de la Divina Misericordia


 


(Ciclo B – 2021)

         El origen de la Fiesta de la Divina Misericordia se encuentra en un decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicado el 23 de mayo del 2000 en el que se establece, por indicación de Juan Pablo II, la fiesta de la Divina Misericordia, la cual habría de tener lugar el segundo domingo de Pascua[1]. Puesto que no se trata de una devoción más, sino de “la última devoción para el hombre de los últimos tiempos”–como lo dice el mismo Jesús-, pues ya no habrán más devociones nuevas hasta el Día del Juicio Final, para la celebración óptima de esta festividad, se recomienda no solo rezar la Coronilla y la Novena a la Divina Misericordia, sino además de hacer el propósito de realizar una verdadera conversión, para vivir y morir en estado de gracia –indicativos del deseo sincero de adorar a la Divina Misericordia en el tiempo y luego en la eternidad-, para lo cual es indispensable un buen examen de conciencia y acudir al Sacramento de la Penitencia. 

         Tratándose de la última devoción para los últimos tiempos de la humanidad, debemos preguntarnos: ¿cuál es la esencia de la devoción a la Divina Misericordia? Es importante tener en cuenta la esencia de esta devoción para no caer en falsos sentimentalismos y confundir la Misericordia de Dios con un buenismo divino –un Dios que es sólo Misericordia pero no Justicia-, porque si esto hacemos, corremos el serio peligro de dejar pasar la Misericordia, con lo cual deberemos enfrentar a la Justicia Divina y a la Ira Divina. Podemos entonces decir que la esencia de la devoción se resume en algunos puntos fundamentales:

El primer elemento es la confianza en la Divina Misericordia, según nos dice el mismo Jesús, por medio de Sor Faustina: “Deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en mi misericordia. Que se acerquen a ese mar de misericordia con gran confianza. Los pecadores obtendrán la justificación y los justos serán fortalecidos en el bien. Al que haya depositado su confianza en mi misericordia, en la hora de la muerte le colmaré el alma con mi paz divina”. El alma debe confiar en la Divina Misericordia, en el sentido de que no debe nunca creer que su pecado es tan grande que Dios no lo pueda perdonar: es imposible que Dios no perdone un pecado, porque su Misericordia es infinitamente más grande que cualquier pecado que pueda cometer el ser humano.

La confianza a su vez es la puerta que abre al alma para recibir otras gracias de parte de Dios: “Las gracias de mi misericordia se toman con un solo recipiente y este es la confianza. Cuanto más confíe un alma, tanto más recibirá. Las almas que confían sin límites son mi gran consuelo y sobre ellas derramo todos los tesoros de mis gracias. Me alegro de que pidan mucho porque mi deseo es dar mucho, muchísimo. El alma que confía en mi misericordia es la más feliz, porque yo mismo tengo cuidado de ella. Ningún alma que ha invocado mi misericordia ha quedado decepcionada ni ha sentido confusión. Me complazco particularmente en el alma que confía en mi bondad”. Quien confía en la Misericordia y confiesa todos sus pecados, sin dejar ninguno sin confesar, será inundado por el Divino Amor del Sagrado Corazón de Jesús, Fuente inagotable de Misericordia Divina.

Otro elemento que caracteriza a esta devoción es la reciprocidad: quien recibe misericordia de parte de Dios, debe a su vez dar misericordia a su prójimo. Dice así Jesús: “Exijo de ti obras de misericordia que deben surgir del amor hacia mí. Debes mostrar misericordia siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo ni excusarte ni justificarte. Te doy tres formar de ejercer misericordia: la primera es la acción; la segunda, la palabra; y la tercera, la oración. En estas tres formas se encierra la plenitud de la misericordia y es un testimonio indefectible del amor hacia mí. De este modo el alma alaba y adora mi misericordia”. Quien recibe misericordia de parte de Dios, no puede no ser misericordioso –con palabras, con obras, con oración- para con su prójimo.

El obrar la misericordia es tan importante, que si alguien recibe misericordia de parte de Dios, pero a su vez no es misericordioso para con su prójimo, no encontrará misericordia en el Día del Juicio Final, según las mismas palabras de Jesús: “Si el alma no practica la misericordia de alguna manera no conseguirá mi misericordia en el Día del Juicio. Oh, si las almas supieran acumular los tesoros eternos, no serían juzgadas, porque la misericordia anticiparía mi juicio”.

Las obras de misericordia son catorce, corporales y espirituales y esto quiere decir que nadie puede excusarse de obrar la misericordia. Por ejemplo, aun si alguien estuviera postrado en cama, cuadripléjico, este tal puede obrar la misericordia, orando por los demás y ofreciendo sus sufrimientos por la conversión y salvación de los pecadores. Dice así Jesús: “Debes saber, hija mía que mi Corazón es la misericordia misma. De este mar de misericordia las gracias se derraman sobre todo el mundo. Deseo que tu corazón sea la sede de mi misericordia. Deseo que esta misericordia se derrame sobre todo el mundo a través de tu corazón. Cualquiera que se acerque a ti, no puede marcharse sin confiar en esta misericordia mía que tanto deseo para las almas”[2]. En otras palabras, quien se acerque a un cristiano, a un devoto de la Divina Misericordia, ese tal no puede alejarse sin haber recibido una obra de misericordia, corporal o espiritual, de la misma manera a como nadie que se acerca a Jesús, se aleja de Él sin haber recibido infinitas gracias de misericordia. En esta devoción, que Nuestro Señor nos hizo conocer por medio de Santa Faustina, se nos pide entonces que tengamos plena confianza en la Misericordia de Dios y que al mismo tiempo seamos siempre misericordiosos con el prójimo a través de nuestras palabras, acciones y oraciones: “Porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil”[3].

Ahora bien, otro elemento importante es que la Fiesta de la Divina Misericordia está destinada a ser celebrada por toda la humanidad, no solo por la Iglesia Católica. En lo que constituye una muestra de lo que es el verdadero ecumenismo –el verdadero ecumenismo es aquel en el que todos los hombres de distintas razas y religiones conozcan al Hombre-Dios Jesucristo y se bauticen en la Iglesia Católica-, Jesús le dice a Sor Faustina: “La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia”[4]. Esto quiere decir que la paz para los hombres –la paz verdadera, la paz espiritual, la paz que sobreviene al alma cuando el alma recibe la gracia del perdón de sus pecados y de la filiación divina- no vendrá de acuerdos meramente humanos, sean políticos o religiosos; la paz no la dará una vacuna; la paz no la darán los tratados económicos globales de líderes religiosos y políticos: la paz de Dios Uno y Trino para los hombres la dará la Divina Misericordia, que es Jesús en la Eucaristía y en el Sacramento de la Penitencia. Es por esta razón que la Fiesta de la Divina Misericordia está destinada a todos los hombres de todos los tiempos, razas, religiones y lugares y tiene como fin principal hacer llegar a los corazones de cada persona el siguiente mensaje: Dios –el Dios católico, el Dios que es Uno y Trino-, es Misericordioso y nos ama a todos, sin importar cuán grandes sean nuestros pecados y quiere derramar la gracia de su Sagrado Corazón sobre los hombres de todos los tiempos y de todo lugar, sin importar cuán grande sea el pecador: “Y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a Mi misericordia”[5]. Pero para recibir la Misericordia de Dios es necesario reconocer que esa Misericordia está encarnada y Es Jesús Misericordioso, Presente en la Eucaristía, que derrama su gracia misericordiosa a través del Sacramento de la Confesión. Por eso, el mensaje de la Divina Misericordia es profundamente eucarístico, pero para recibir la Eucaristía se debe recibir el Sacramento de la Penitencia y para recibir el Sacramento de la Penitencia, se debe estar bautizado.

Por último, la Divina Misericordia es una señal de la pronta Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo, día en el que no vendrá como Dios misericordioso, sino como Justo Juez; día en el que hasta los ángeles de Dios temblarán ante la ira divina: “Tú debes hablar al mundo de su gran misericordia y preparar al mundo para su Segunda Venida. Él vendrá, no como un Salvador misericordioso, sino como un Juez justo. Establecido está ya el día de la justicia, el Día de la Ira Divina. Los ángeles tiemblan ante ese día. Habla a las almas  de esa gran misericordia, mientras sea aún el tiempo para conceder la misericordia”[6]. Ahora, mientras vivimos en la tierra, es el tiempo de la Misericordia; luego, cuando pasemos de este mundo al otro, se terminará el tiempo de la Misericordia, para dar lugar a la Justicia Divina. Por esta razón, acudamos a la Fuente de la Misericordia, el Sagrado Corazón de Jesús que late en la Eucaristía, antes de que se acabe el tiempo de la Misericordia Divina y llegue el Día de la Ira Divina.



[1] La denominación oficial de este día litúrgico será “Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia”. Ya el Papa lo había anunciado durante la canonización de Sor Faustina Kowalska, el 30 de abril: “En todo el mundo, el segundo domingo de Pascua recibirá el nombre de domingo de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros”. Cfr. https://www.aciprensa.com/recursos/fiesta-de-la-divina-misericordia-segundo-domingo-de-pascua-2120

[3] Diario, 742

[4] Diario, 300

[5] Diario, 723

[6] La Santísima Virgen, Diario Nº 635.

miércoles, 20 de mayo de 2020

“Cuando venga el Paráclito, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena”


Características bíblicas del Espíritu Santo que como cristiano ...

“Cuando venga el Paráclito, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena” (Jn 16, 5-11). Es necesario que Jesús cumpla su misterio pascual de muerte y resurrección para que Él y el Padre envíen a la Iglesia al Espíritu Santo: “Les conviene que Yo me vaya para que les envíe el Espíritu Santo”. Ahora bien, una vez que el Espíritu Santo venga a la Iglesia, hará tres cosas: “Dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena”. Jesús explica de qué se trata: “De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el príncipe de este mundo está condenado”. En otras palabras, el Espíritu Santo, con su santidad, dejará en evidencia tres elementos propios del misterio pascual del Hombre-Dios: que existe el pecado de no creer en Cristo como Dios y como Salvador de la humanidad; que Dios ha obrado un acto de justicia y caridad al enviar a su Hijo Único para salvar al mundo; por último, que con la muerte en Cruz de Jesucristo, el Hombre-Dios ha vencido, de una vez y para siempre, al Príncipe de este mundo, la Serpiente Antigua, Satanás.
“Cuando venga, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena”. Quien niegue las verdades que revela el Espíritu Santo a la Iglesia, niega la Verdad de Dios y de su misterio de salvación para los hombres y se hace reo de la Ira Divina.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

“Vendrán días desastrosos para ti, porque no supiste reconocer el tiempo en el que fuiste visitada por Dios”


“Vendrán días desastrosos para ti, porque no supiste reconocer el tiempo en el que fuiste visitada por Dios” (Lc 19, 41-44). Jesús llora por el amor que le tiene a la Ciudad Santa, porque ve en espíritu la terrible desgracia que habría de acontecerle a causa de sus jefes religiosos y políticos, que en vez de recibir al Mesías, que traía la paz de parte de Dios, lo crucificaron y lo mataron, con lo cual atrajeron sobre ellos y sobre Jerusalén, la Ira de Dios. Jesús llora porque ve, en cuanto Dios, lo que habrá de sucederle a Jerusalén: al rechazarlo a Él, que es Dios en Persona, y que en cuanto Dios, trae la paz, la verdadera paz, la paz que surge de la derrota de los grandes enemigos del hombre, el demonio, el pecado y la muerte, Jerusalén atrae sobre sí, indefectiblemente, la Ira Divina, porque de esa manera, quedan intactos sus enemigos, precisamente aquellos a quienes el Mesías venía a derrotar para darle la paz a Jerusalén: el demonio, el pecado y la muerte. Al juzgarlo y condenarlo a muerte al Mesías; al expulsarlo de sus muros y al crucificarlo, Jerusalén queda desprotegida frente a sus más encarnizados enemigos, los cuales se abatirán sobre ella sin piedad, y esto se cumplirá efectivamente años más tarde, cuando las tropas romanas asedien a la Ciudad Santa y la terminen por conquistar. Crucificando al Mesías, la luz de Dios encarnada, Jerusalén se ve sumida en la más profunda de las tinieblas, además de ser dominada por sus más acérrimos enemigos, convirtiéndose en sede de las tinieblas. De esta manera, se cumplen las palabras de Jesús: “Vendrán días desastrosos para ti, porque no supiste reconocer el tiempo en el que fuiste visitada por Dios”. Jerusalén no supo reconocer “el tiempo en el que fue visitada por Dios”, es decir, el tiempo en el que Jesús caminó por sus calles, haciendo milagros, curando enfermos, expulsando demonios, celebrando la Primera Misa, en la Última Cena, y por eso, se abatieron sobre ella, “días desastrosos”.
Ahora bien, puesto que Jerusalén, la Ciudad Santa, es símbolo del alma, como elegida por el Amor de Dios, también estas palabras están dirigidas al cristiano, por lo que el cristiano debe estar muy atento a reconocer la “visita de Dios”, porque Dios, cuando nos visita, trae con Él su paz, su alegría, su amor, su luz, su sabiduría, y si nosotros no reconocemos su visita en nuestras vidas, nos terminará sucediendo lo que le sucedió a Jerusalén, que fue arrasada por las tropas romanas.

También el alma debe reconocer “la visita de Dios” en su vida, y esta “visita de Dios” puede ser de diversas maneras: una primera forma de visita, es por la comunión eucarística, puesto que por la comunión, Jesús nos visita cada día, ingresando en nuestros corazones, pero si no reconocemos las otras visitas que Él mismo nos hace, de otras maneras, terminamos expulsándolo de nuestras vidas. ¿De qué otras maneras nos visita Jesús, además de la comunión eucarística? Jesús, que es Dios,  puede visitarnos a través de un prójimo atribulado, que nos pide auxilio de diversas maneras; Dios puede visitarnos a través de un prójimo enfermo; Dios puede visitarnos a través de un prójimo necesitado, carenciado; Dios puede visitarnos a través de un acontecimiento trágico, para que acudamos al pie de la cruz, a pedir su auxilio; Dios puede visitarnos a través de un acontecimiento alegre, para que acudamos al  pie de la cruz, para agradecerle; Dios puede visitarnos de muchas maneras, lo importante es estar atentos a su visita y no expulsarlo de nuestras vidas, no sea que nos suceda lo de Jerusalén, y así tengamos que escuchar de boca de Jesús: “Vendrán días desastrosos para ti, porque no supiste reconocer el tiempo en el que fuiste visitada por Dios”.

viernes, 5 de abril de 2013

El sentido sobrenatural de la Fiesta de la Divina Misericordia se aprende contemplando, de rodillas, a Cristo crucificado



(Ciclo C – 2013)

Fiesta de la Divina Misericordia
(Ciclo C – 2013)
En sus apariciones como Jesús Misericordioso, el Señor le dijo a Sor Faustina: “Deseo que haya una Fiesta de la Misericordia. Quiero que esta imagen que pintarás con el pincel, sea bendecida con solemnidad el primer domingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia” (Diario, 49). En otra ocasión, expresó su deseo así: “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de Mi misericordia” (Diario, 699).
Jesús le dice a Santa Faustina que desea que el primer domingo después de Pascua se celebre solemnemente la fiesta de la Divina Misericordia en la Iglesia, y este pedido lo llevó a cabo el Santo Padre Juan Pablo II durante la canonización de Sor Faustina Kowalska, utilizando una enigmática frase: “En todo el mundo, el segundo domingo de Pascua recibirá el nombre de domingo de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros”.
Ahora bien, este pedido de Jesús, de celebrar la Fiesta de la  Divina Misericordia, no solo no es comprendido por el mundo -lo cual es lógico y comprensible, desde el momento en que el mundo está apartado de Dios-, sino ante todo no es comprendido, al menos en su real dimensión, por los mismos cristianos, porque tenemos tendencia a reducir siempre las cosas de Dios al nivel de nuestra pobre y limitada razón humana. Es así que muchos piensan que la Fiesta de la Divina Misericordia es una fiesta litúrgica más, como tantas otras, tal vez un poco especial, pero nada más que una “fiesta litúrgica”, lo cual en la práctica, para cientos de miles de personas, no significa nada. En otras palabras, ni en el mundo, alejado de Dios, ni en la Iglesia, se alcanza a vislumbrar el inmenso misterio de Amor divino que esta festividad litúrgica encierra. ¿Cómo hacer para apreciar esta Fiesta en su dimensión sobrenatural? ¿Cómo hacer para aprovechar el tesoro de gracia infinito que esta Fiesta encierra?
Para poder comprender en su sentido sobrenatural último a esta festividad es necesario contemplar primero el crucifijo y pedir la gracia de poder apreciar, en primer lugar, la inmensidad del pecado de deicidio cometidos por todos y cada uno de los hombres, con nuestros pecados, para luego poder apreciar la inmensidad del perdón divino manifestado en Cristo crucificado. Esto quiere decir que la Fiesta de la Divina Misericordia no se comprende ni se aprecia en su verdadero y último significado, sino es a la luz de la Cruz de Jesús, porque Jesús recibe el castigo que merecen nuestros pecados -todos, desde el más leve hasta el más grave- pero, en vez de pedir el justo castigo por nuestros pecados -incluido el primero y el más horrible de todos, el deicidio-, Jesús ora al Padre pidiendo clemencia y misericordia al decir: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34), y el fruto de esa oración es el derramarse de la Divina Misericordia sobre las almas, a través de la Sangre de su Corazón traspasado.
         La contemplación de Cristo crucificado nos debe conducir entonces a la toma de conciencia, gracia de Dios mediante, del poder destructor del pecado que anida en el corazón humano. Cada golpe recibido por Jesucristo, cada insulto, cada flagelo, cada espina de su corona, cada herida abierta y sangrante, cada una de sus heridas, todas y cada una de ellas, está causada por nuestros pecados personales y por los pecados de todos los hombres de todos los tiempos. El pecado, que es insensible para el hombre –el hombre peca leve o mortalmente, y continúa su vida como si nada hubiera pasado-, tiene consecuencias a todo nivel –en la persona que lo comete, en la sociedad, en la Creación-, pero también tiene consecuencias en el Hombre-Dios Jesucristo, y para saber cuáles son esas consecuencias, no tiene otra cosa que hacer que contemplar a Cristo crucificado.
Si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de las obras malas hechas con las manos –asesinatos, homicidios, violencias de todo tipo, robo, sacrilegios, profanaciones- no tiene más que hacer que mirar las manos de Jesús perforadas por los clavos de hierro, y el que así se hace, se dará cuenta que son las obras malas de sus propias manos las que clavaron las de Jesús; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los pasos dados con malicia, de los pasos dados para obrar el mal, de los pasos dirigidos para cometer asesinatos, robos, violencias, hurtos, profanaciones, traiciones, adulterios, fornicaciones, sólo tiene que mirar los pies de Jesús atravesados por un grueso clavo de hierro, y el que así contempla se dará cuenta que al menos uno de todos los martillazos dados a los pies de Jesús, es debido a los pasos realizados para cometer un pecado; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los malos pensamientos, de los pensamientos de odio, de venganza, de traición, de calumnias, de ofensas, de prejuicios malintencionados; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los pensamientos de la literatura anti-cristiana, de la ciencia mal encaminada y dirigida contra Dios y la creación de sus manos, la vida humana, como los avances científicos mal aplicados, dirigidos a destruir la vida humana, como el aborto, la eutanasia, la eugenesia, y todas las aberraciones de la bioética; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias del pecado de la discordia entre los esposos, entre los hermanos, entre los amigos, entre los enemigos; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los planes criminales que conducen a la guerra por odio cainita contra el hermano, sólo tiene que contemplar las espinas de la corona de espinas de Jesús, una por una, y entre tantas, el que contempla encontrará una o más de una que ha sido clavada por él mismo, con sus propios malos pensamientos; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los pecados contra la carne, los pecados de los programas televisivos y de la música anti-cristiana que incitan, sobre todo a los jóvenes, a la sensualidad, al erotismo, a la satisfacción de las más bajas pasiones; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de las leyes inmorales, las leyes que incitan a la contra-natura y a la destrucción de la persona humana al incitarla a la rebelión al plan original de Dios, que la pensó o varón o mujer, sólo tiene que contemplar la espalda de Jesús, destrozada por la tempestad de latigazos que los verdugos descargaron sobre Él, y el que contemple la flagelación de Jesús, comprenderá que sus propios pecados de la carne son los causantes de la tempestad de golpes que se abaten sobre Jesús; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los pecados contra Dios Trino y su majestad y bondad, contra su Iglesia, la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, contra los representantes de la Iglesia, el Papa, los sacerdotes, los religiosos y los laicos, pecados que consisten en la calumnia, la difamación, la injuria, la blasfemia, y la propagación de toda clase de mentiras y falsedades por los medios de comunicación social; pecados que buscan destruir la Iglesia, el papado, el sacerdocio ministerial y toda forma de culto público a Dios; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los ataques contra la Eucaristía y los dogmas de la Iglesia -entre los cuales, los más atacados son los dogmas de la Virgen María como Madre de Dios, como Inmaculada Concepción y como la Llena de gracia-; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de siquiera aceptar mínimamente estos sacrilegios, al callar cobardemente y no saber defender el honor de Dios y de su Iglesia, lo único que tiene que hacer es contemplar el rostro desfigurado, golpeado, lívido, amoratado, cubierto de sangre y de barro de Jesús crucificado, y el que así contemple el rostro de Jesús, descubrirá cuántas veces ha callado por cobardía, convirtiéndose, con su silencio cómplice, cuando no con su cooperación al mal, en cómplice de quienes buscan destruir la Iglesia y borrar el nombre de Dios y su Cristo de la faz de la tierra y de la mente y de los corazones de los hombres. Si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los pecados del espíritu y del corazón, del rechazo a la Cruz de Jesús y a los planes de Dios, y cuáles son las consecuencias del pecado que es traicionar al Amor de Dios –infidelidades matrimoniales, infidelidades sacerdotales, noviazgos impuros-, sólo tiene que contemplar el Costado traspasado de Jesús, de donde fluye la Sangre que brota de su Sagrado Corazón.
Es esto lo que Isaías quiere decir cuando dice: “Fue herido por nuestras iniquidades, molido por nuestras culpas (...) sus heridas nos han curado” (53, 5): Jesús recibió en su Cuerpo humano, físico, real, el durísimo castigo que la Justicia Divina tenía preparado para todos y cada uno de los pecados nuestros, de los pecados de todos los hombres; con su sacrificio en Cruz satisfizo a la Justicia Divina, de modo que a Dios no le quedaba otra opción, por así decirlo, que descargar sobre los hombres, en vez de la ira divina, la Divina Misericordia, y esto lo hizo al ser traspasado el Sagrado Corazón de Jesús.
“Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de Mi misericordia” (Diario, 699). Quien no se reconoce pecador, quien no se reconoce como autor de las heridas que recibió Jesús en la Cruz y que lo llevaron a su muerte, no puede ni siquiera vislumbrar mínimamente la magnitud y el alcance del perdón y del Amor divino que implica la Fiesta de la Divina Misericordia. Sólo quien se reconoce pecador, puede disfrutar plenamente de esta Fiesta celestial, Fiesta que tiene en la Confesión sacramental y en la Eucaristía su más grandiosa manifestación. Sólo quien se reconoce pecador, tiene derecho a la Misericordia Divina: “los más grandes pecadores son los que más derecho tienen a mi Misericordia”.
El sentido sobrenatural de la Fiesta de la Divina Misericordia se aprende arrodillado al pie de la Cruz.