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miércoles, 9 de octubre de 2024

“Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de los cielos”

 


(Domingo XXVIII - TO - Ciclo B - 2024)

         “Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de los cielos” (Mc 10, 17-27). Un hombre rico, con muchos bienes materiales, pero que al mismo tiempo posee una intensa vida espiritual y que cree en la vida eterna, le pregunta a Jesús, de forma genuina y con genuino interés, sobre qué cosas hay que hacer para “ganar la vida eterna”. El hombre rico sabe que hay una vida después de esta vida terrena y que esa vida es eterna; sabe que esa vida hay que “ganarla” y como reconoce en Jesús a Dios encarnado, le pregunta qué es lo que debe hacer para poder llegar al Reino de la vida eterna. Jesús le responde diciendo que hay que cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios y puesto que el hombre le responde que él cumple con los Mandamientos de Dios, Jesús agrega algo inesperado para el hombre: le dice que, para poder entrar en la vida eterna, debe “vender todo lo que tiene y dárselo a los pobres”. Esto último toca la fibra última del ser del hombre porque se da cuenta de dos cosas: una, de que él está muy apegado a sus riquezas materiales; la otra, que, si él quiere entrar en la vida eterna, tiene que desprenderse de esas riquezas materiales, dándolas a los pobres y eso lo “entristece mucho” y “se retira”, dice el Evangelio. Esto demuestra que el hombre rico era una buena persona, puesto que conocía la Ley de Dios y la cumplía, pero al mismo tiempo tenía apego a los bienes materiales y de tal manera que, aun cuando efectivamente deseaba la vida eterna, se presentaba en él un dilema tal que le hacía casi imposible despegarse de esos bienes, desde el momento en el que Jesús le dice que debe “venderlos a todos y darlos a los pobres” para poder entrar en el Reino de los cielos.

Jesús, por otra parte, para completar su enseñanza, trae una imagen conocida por sus interlocutores, la de un camello que no puede entrar por el ojo de una aguja, siendo “el ojo de una aguja” la puerta estrecha y angosta ubicada en la muralla de Jerusalén por la que pasaban las ovejas y corderos destinados a ser sacrificados en el templo[1]. El ejemplo dado por Jesús es perfecto: el camello no puede pasar por el ojo de la aguja porque es un animal alto y además va cargado con muchas mercaderías; viéndolo de esta manera, es imposible que pueda pasar. Con relación al camello, hay una forma en la que puede pasar y es quitándole toda la mercadería y además haciendo que doble sus patas, de esa manera disminuye su tamaño y el camello puede atravesar la estrecha puerta de las ovejas.

Esta imagen utilizada por Jesús se entiende mejor cuando hacemos una transposición y la aplicamos a las realidades espirituales: la ciudad de Jerusalén terrena es imagen de la Jerusalén celestial; la Puerta de la ovejas, o el ojo de la aguja, estrecha, es Jesús, quien se llama a Sí mismo “Puerta” –“Yo Soy la Puerta” (Jn 10, 9)-, por lo tanto, Él es la Puerta por la que debemos ingresar el Reino de Dios; el camello, el animal alto, imagen de la soberbia y cargado de riquezas, imagen del apego a los bienes terrenales, somos nosotros, que estamos apegados ya sea a nosotros mismos, ya sea a los bienes materiales o también a los bienes espirituales, como a la inteligencia, a las virtudes, o a cualquier bien espiritual; el camello despojado de sus bienes y con las patas dobladas y que se encuentra ya en condiciones de atravesar el ojo de la aguja, la Puerta de las ovejas, es el alma que, arrodillada, se humilla ante Cristo crucificado, Puerta de las ovejas y, despojado de su soberbia y desapegado de los bienes materiales y espirituales, está en condiciones de ingresar en el Reino de los cielos, por medio de la acción de la gracia santificante, que ha purificado su corazón y lo ha vuelto humilde y le ha hecho ver cuál es el verdadero Bien, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, en donde está contenida la Vida eterna y no los espejismos de los bienes terrenos de esta vida temporal.

“Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de los cielos”. Puesto que en ese rico estamos representados nosotros -no es necesario que seamos ricos materialmente hablando, basta con estemos apegados a nuestro propio “yo” para que seamos “ricos” en un mal sentido de la mala palabra y eso basta para que no seamos capaces de entrar en el Reino de los cielos-, debemos pedir la gracia de que Dios obre lo que es imposible para nosotros, para poder entrar en el Reino de los cielos. Y ya vimos cómo es posible: así como el camello se despoja de sus riquezas y dobla sus patas para pasar por la puerta de las ovejas, así nosotros, con la ayuda de la gracia, debemos despojarnos del apego a las riquezas y doblar nuestras rodillas ante Cristo crucificado, ante Cristo Eucaristía, Puerta de las ovejas, para poder ingresar al Reino de Dios.

 


sábado, 18 de noviembre de 2023

“Has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu señor”

 


(Domingo XXXIII - TO - Ciclo A – 2023)

“Has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu señor” (Mt 25, 14, 25-30). Jesús relata una parábola que tiene todos los ingredientes para ser calificada como una parábola sobre ética o sobre moral. En esta parábola, hay cuatro actores, uno principal, el amo o señor, y sus tres siervos. El amo debe partir para un viaje; antes de hacerlo, reúne a sus siervos para encargarles una tarea: él les dará talentos o monedas de plata, según su capacidad, y estos deberán hacer negocios de manera que, cuando él regrese, deberán entregarle el fruto de sus negocios. De esta manera, al primero, le da cinco talentos de plata; al segundo, dos; al tercero, uno.

El primero hace negocios y gana otros cinco y recibe como premio un cargo importante, además de ser felicitado por su señor por su fidelidad y es invitado al banquete de su señor.

El segundo también hace negocios y gana otros dos talentos y también recibe un cargo importante, además de ser felicitado por su señor, por su fidelidad y es invitado al banquete de su señor.

Hasta ahora, vemos que los dos primeros tienen en común el ser trabajadores, el esforzarse, el ganar según su capacidad, el ser honestos, el ser recompensados por sus méritos -recibir cargos importantes y ser invitados al banquete de su señor-.

Luego entra en escena el tercer siervo, el que había recibido solo un talento: había recibido solo uno porque cada uno recibía “según su capacidad”, de manera que, si recibía más, no habría sabido qué hacer, por eso solo recibe un solo talento. En la parábola, el tercer siervo se muestra perezoso, holgazán, inútil, que pone además pretextos banales para no trabajar: “Sé que eres exigente y por eso enterré mi talento”, es decir, sabe que su amo es exigente, lo cual es un motivo para esforzarse en trabajar y ganar más y él lo convierte en un pretexto para no trabajar, para ser más perezoso, lo cual ya en sí mismo es un pecado mortal. Esto provoca la ira de su señor, quien lo trata de “negligente” y de “holgazán”, retándolo, diciéndole que al menos debía haber puesto el dinero en el banco, para que, a su regreso, él recogiera sus intereses. Les dice a sus otros sirvientes que le quiten su talento y se lo den a otro. Y hacia el final dice algo que llama la atención: “A este empleado inútil echadlo afuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”. ¿Por qué razón Jesús introduce este elemento tan extraño, en una parábola que parece ir en la dirección de enseñanzas de comportamientos éticos y morales? Porque no se trata de una parábola sobre ética y moral; se trata de una parábola sobre el Reino de los cielos y sobre el reino de las tinieblas: los dos primeros siervos se esforzaron, con sus méritos y ganaron el ingreso al Reino de los cielos, viviendo en gracia y obrando la misericordia, siendo invitados al Banquete del Reino, en donde se sirve un manjar exquisito: el Pan de Vida Eterna, la Carne del Cordero de Dios y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna; el tercer siervo, por su pereza, se volvió inútil para el Reino de Dios y así se volvió incapaz de entrar en el Reino de los cielos, siendo arrojado al reino de las tinieblas, en donde no hay ningún manjar, sino dolor, “llanto y rechinar de dientes”, para siempre.

viernes, 22 de septiembre de 2023

“¿Porqué tienes a mal que yo sea bueno?”

 


(Domingo XXV - TO - Ciclo A – 2023)

         “¿Porqué tienes a mal que yo sea bueno?” (Mt 20, 1-16). Jesús ejemplifica el Reino de los cielos con toda la situación en la que se ven envueltos tanto el dueño de la viña como los obreros de la viña[1]. El dueño de la viña va a la plaza, al amanecer, alrededor de las seis de la mañana, a buscar obreros que están esperando que alguien los contrate para trabajar. Conversa con ellos y conviene en que el jornal del día de trabajo será un denario. Luego el propietario regresa más tarde, a las nueve, al mediodía y a las tres de la tarde. En estas últimas contrataciones no se menciona ninguna suma concreta, sino solo “un jornal justo”. Esto, considerado en conformidad con los negocios humanos, supondría para cada obrero tres cuartos, la mitad y un cuarto de denario, respectivamente. Una hora antes de la puesta del sol, el propietario contrata a los últimos, que estaban sin hacer nada, para que también trabajen en su viña.

         Al finalizar la jornada de trabajo, el capataz, por orden del dueño de la viña, da la orden de que se pague a los obreros su jornal y que a todos se pague la misma cantidad: en este último hecho, reside lo esencial de la parábola. La segunda orden es la de comenzar por los “últimos”, es decir, los que acaban de llegar, ya al terminar el día. La finalidad de esto es que los primeros sean testigos -los cuales son murmuradores y hostiles y luego pondrán objeción al dueño de la viña- de la cantidad que se paga a cada uno, lo cual a su vez hará que el dueño de la viña responda a sus objeciones. En esta respuesta, la del dueño de la viña, se contiene la enseñanza de la parábola.

         Los que han llegado primero y reciben la misma paga que los que llegaron al último, se quejan de lo que ellos consideran una “injusticia”, esto es, que a todos se les pague con el mismo jornal, con la misma cantidad de dinero; además, se quejan de que sólo han trabajado una hora y con el fresco de la tarde, mientras que ellos, los primeros, han trabajado todo el día y con el peso del sol y de las altas temperaturas, por lo cual consideran que merecen una suma de dinero mayor.

         El amo se dirige al portavoz o jefe de los que están descontentos con la situación y lo hace con un tono suave, ya que lo trata de “amigo”; tampoco hay un tono de enojo o de irritación cuando dice: “toma lo que es tuyo y vete”. Le recuerda con mucha calma el acuerdo previo, observado de común acuerdo entre las dos partes. “Es mi deseo”, dice él, “dar al último lo que le he dado al primero”. Con esto quiere decir que, si hay un trato justo, nadie tiene derecho a quejarse de la bondad que él ejerce de su parte. El entendimiento no debe ver el mal dónde solo existe el bien y si lo hace, es decir, si ve el mal donde hay bien, entonces el entendimiento está “enfermo”.

         Jesús concluye diciendo: “Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”. En esta parábola se insinúa que, por encima de las obras buenas en sí mismas, se encuentra la generosidad divina, que da más allá de la justicia estricta. La frase final implica simplemente que los “primeros” y los “últimos” (jornada de trabajo larga o corta) son todos unos ante Dios. Esto no quiere decir que Dios no haga distinciones, sino que su misericordia no tiene límites, es infinita.

Un elemento que nos permite apreciar el sentido sobrenatural de la parábola es que hacer una extrapolación o sustitución de los elementos naturales por los sobrenaturales: así, el dueño de la viña es Nuestro Señor Jesucristo; la viña es la Santa Iglesia Católica; los primeros en llegar somos nosotros, los que hemos sido bautizados en los primeros días de nuestra vida, además de haber recibido los Sacramentos como la Comunión, la Confirmación y el Sacramento de la Penitencia; el pago final es el Reino de los cielos; los “últimos en llegar”, son los gentiles o los paganos, es decir, aquellos que no pertenecen al Nuevo Pueblo Elegido, la Iglesia Católica y que, sin embargo, reciben el mismo premio, esto es, la gloria del Reino de los cielos, simbolizada en el denario con el que paga su trabajo el dueño de la viña y que, por su fe en el Mesías, Cristo Jesús, ingresarán antes que muchos católicos en el Reino de Dios.

Por último, la parábola va dirigida ante todo al Nuevo Pueblo Elegido, los que integramos la Iglesia Católica por medio del Bautismo, recibido desde los primeros días de nuestro nacimiento. Que los primeros serán los últimos y los últimos los primeros, significa que si no obramos la misericordia, si no seguimos a Nuestro Señor por el Camino de la Cruz, el Via Crucis, si no nos alimentamos del Pan de Vida eterna, si no lavamos nuestros pecados con la Sangre del Cordero en la Confesión Sacramental, nos pasará lo que a los primeros trabajadores de la parábola: primero entrarán los paganos recién conversos y recién al final, por la Divina Misericordia, entraremos nosotros, siendo ellos los primeros y nosotros los últimos.



[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentarios al Nuevo Testamento, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1956, 432.



[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentarios al Nuevo Testamento, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1956, 432.

martes, 22 de agosto de 2023

“Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”

 

“Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos” (Mt 20, 1-16ª). En esta parábola Jesús retrata cómo será la recompensa dada por Él mismo a las almas en el Día del Juicio Final y veamos la razón: se trata del propietario de una viña que sale a contratar jornaleros en distintas horas del día y a todos les promete una misma paga: un denario por jornada. Así, contrata a unos por la mañana, a media mañana, al mediodía y a otros por la tarde. Llegado el fin del día, el dueño llama a sus jornaleros para que reciban el pago convenido con todos, un denario. Le dice a su capataz que llame a los jornaleros pero con una aclaración: que empiece por los últimos y el capataz así lo hace. Cuando llegan los últimos, se enfadan con el dueño de la viña, porque pensaban que, siendo los primeros y habiendo aguantado el peso de la jornada trabajando todo el día, habrían de recibir más. Sin embargo, el dueño de la viña le dice que no ha cometido ninguna injusticia, puesto que el trato convenido con ellos y con todos, independientemente de la hora en la que fueron contratados, era el mismo, un denario.

¿Cómo podríamos entender esta parábola? Reemplazando los elementos naturales por los sobrenaturales: el dueño de la viña es Nuestro Señor Jesucristo; la viña es la Iglesia; el denario prometido por trabajar en la viña, es la vida eterna en el Reino de los cielos; los capataces son los ángeles, encabezados por San Miguel Arcángel; los jornaleros contratados al comenzar el día son los bautizados que recibieron la gracia de la conversión muy temprano en sus vidas y así con el resto de los jornaleros, finalizando con los últimos, los hombres que recibieron la conversión al final de sus vidas, al final de sus días: para todos, la paga es la misma, el Reino de los cielos.

Es por esto que el dueño de la viña, es decir, Jesús, no comete ninguna falta, puesto que el premio prometido para todos en la Iglesia, independientemente de la hora o del momento de la vida en que el alma se convierta a Él, el premio es siempre el mismo, la vida eterna en el Reino de los cielos.

lunes, 31 de julio de 2023

“El Reino de los cielos es como unos pescadores que recogen los peces”

 


“El Reino de los cielos es como unos pescadores que recogen los peces” (Mt 13, 47-53). Jesús compara al Reino de los cielos con la actividad de los pescadores: luego de echar las redes, las depositan en el suelo y separan a los peces buenos -los que están sanos y en buena condición y sirven por lo tanto para la alimentación como para ser vendidos-, de los peces que están en mal estado -sea porque están en proceso de putrefacción o porque están enfermos, en ambos casos no sirven ni para alimentación ni para la venta, por lo que solo sirven para ser arrojados-. El mismo Jesús explica la parábola: los pescadores son los ángeles buenos, los ángeles que están al servicio de Dios y a una orden suya, en el momento solo conocido por Dios Padre, cuando finalice el último segundo del último día de la historia humana, dará comienzo el Juicio Final, en el que toda la humanidad será juzgada por la Trinidad y cada uno recibirá su paga, el Cielo o el Infierno, según sus obras libremente realizadas. Los ángeles buenos, encabezados por San Miguel Arcángel, separarán a las almas buenas de las malas; a las buenas, para que ingresen en el Reino de Dios; a las malas, para que ingresen en el Reino de las tinieblas. Los peces representan a los hombres y así como hay peces buenos, que están en buen estado, así hay hombres de buena voluntad que, a pesar de sus defectos y pecados, desean servir a Dios e ingresar en su Reino y para eso se esfuerzan en vivir en gracia y en adquirir virtudes, combatiendo el pecado y los vicios; los peces que están en mal estado, en putrefacción o enfermos, representan a las almas que, por propia voluntad, decidieron permanecer impenitentes, sin arrepentirse de sus pecados, sin combatir contra sus vicios, por lo cual serán arrojados al lago de fuego, el lugar donde no hay redención.

“El Reino de los cielos es como unos pescadores que recogen los peces”. En nuestro libre albedrío está el servir a Dios, amándolo y adorándolo en su Presencia Eucarística y socorriendo y asistiendo a nuestros prójimos, imágenes de Él en la tierra. Si esto hacemos, salvaremos nuestras almas y al final de la historia humana, en el Día del Juicio Final, seremos contados entre los bienaventurados que se alegrarán en el Reino de los cielos por toda la eternidad.

“El Reino de los cielos es como un hombre que encontró un tesoro”

 


“El Reino de los cielos es como un hombre que encontró un tesoro” (Mt 13, 44-46). Jesús utiliza la imagen de un hombre que encuentra un tesoro escondido en un campo; regresa lleno de alegría, vende todo lo que tiene y compra el campo. Para entender esta parábola de Jesús, o mejor dicho, para obtener el significado espiritual y sobrenatural de la parábola, es necesario reemplazar los elementos naturales -hombre, terreno, tesoro, etc.-, por elementos sobrenaturales.

Al hacer esto, la parábola tendría este significado: el hombre que encuentra un tesoro escondido es el alma de todo bautizado en la Iglesia Católica que, por el hecho de haber sido bautizado, recibe en germen la vida de la gracia, es decir, la participación a la vida trinitaria de las Tres Divinas Personas. Ahora bien, esta fe está en germen y esto significa que debe crecer para desplegar todo su potencial y este crecer se da a través de la misma gracia, cuando el alma recibe la gracia santificante que es concedida por los sacramentos, sobre todo la Confesión y la Eucaristía. El hecho de “encontrar el tesoro”, puede significar un evento decisivo para la vida del espíritu y es precisamente el tomar conciencia, el darse cuenta -siempre bajo la luz de la gracia-, del valor invaluable, valga la expresión, de la gracia santificante, porque hace que el hombre deje de vivir con su sola vida natural, para comenzar a vivir con la vida de la Trinidad.

En el relato de la parábola, Jesús destaca un aspecto en el estado no tanto de ánimo, sino espiritual y es que después de encontrar el tesoro -después de darse cuenta del valor de la gracia y del valor de la Eucaristía, en donde está la Gracia Increada, Cristo Jesús-, regresa, con la decisión ya tomada de vender todo lo que tiene para comprar el campo y así quedarse con el tesoro, “lleno de alegría” y esto es muy importante para tenerlo en cuenta, porque la alegría que experimenta no proviene de sí mismo, de su naturaleza humana, sino de la naturaleza divina; en otras palabras, es una alegría sobrenatural, que le es participada al alma por la gracia, de modo que el alma se alegra con la Alegría Increada que es Dios en Sí mismo.

Otro elemento a tener en cuenta es la decisión que el hombre toma de “vender todo lo que tiene” con el objetivo de “comprar el campo” y así obtener el tesoro: la expresión “vender todo lo que tiene” significa que el alma, descubriendo la belleza y la alegría de la vida de la gracia, decide “vender todo lo que tiene”, es decir, decide abandonar la vida sombría de pecado, para comenzar a vivir la alegre vida de los hijos adoptivos de Dios. La causa de la alegría es la conversión eucarística: ha encontrado a Jesús en la Eucaristía y eso llena su alma de una alegría incontenible, inconmensurable, infinita, eterna, celestial.

En esta parábola, entonces, Jesús nos relata lo que podemos llamar el proceso de conversión del alma: desde las cosas bajas de la tierra, a lo más alto en el Cielo, que es la Sagrada Eucaristía.

“El Reino de los cielos es como un hombre que encontró un tesoro”. Nuestro tesoro más preciado, nuestro tesoro más precioso, es el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús; por esto mismo, pidamos la gracia de la conversión eucarística, tanto para nosotros, como para nuestros seres queridos y para todo prójimo.

domingo, 30 de julio de 2023

“El Reino de los cielos es como los pescadores que separan a los peces buenos en cestos y a los malos los tiran”

 


(Domingo XVII - TO - Ciclo A – 2023)

         “El Reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo; es como un comerciante que encuentra una perla de gran valor; es como los pescadores que separan a los peces buenos en cestos y a los malos los tiran” (Mt 13, 44-52). Jesús da tres ejemplos, tomados de la vida diaria, cotidiana, para describir al Reino de los cielos, aunque en el último ejemplo, además del Reino de los cielos, describe cómo será el Día del Juicio Final.

         En el primer caso, un hombre descubre en un campo un tesoro escondido, pero en vez de hacer lo que haría un hombre sin moral, un hombre al que no le importa la Ley de Dios, lo que hace este buen hombre es dejar el tesoro donde está, regresa a su hogar, vende todo lo que tiene y compra el campo, con lo cual se convierte en dueño del tesoro.

         El segundo caso es muy parecido al primero: un comerciante de perlas finas encuentra una de gran valor, regresa para vender todo lo que tiene y así puede comprar la perla de gran valor.

         En los dos primeros casos, entonces, se da una misma situación: se trata de hombres que encuentran algo de mucho valor -un tesoro en un campo, una perla de mucho valor- y para adquirir eso que es de gran valor, lo que hacen es vender todo lo que tienen, de manera tal de poder quedarse con eso que vale tanto.

         En los dos casos, en el hombre que encuentra el tesoro en el campo y en el caso del comerciante de perlas finas, está representada el alma del cristiano; aquello de gran valor que encuentran -el tesoro escondido, la perla de gran valor- representan la gracia santificante que se nos comunica por los sacramentos y nos hace participar de la vida divina trinitaria; en ambos casos, los dos regresan para “vender todo lo que tienen” y así poder adquirir los tesoros: esto significa que las almas renuncian a la vida de pecado, que es lo que tienen, para comenzar a vivir la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios, que es el verdadero tesoro espiritual que ambos encuentran. Es decir, se trata de cristianos que toman conciencia de que son pecadores y que ya no quieren vivir más en esta vida de pecado, para comenzar a vivir la vida de los hijos adoptivos de Dios, quieren comenzar a vivir con el tesoro de la gracia santificante en el corazón.

         En el tercer caso, Jesús describe cómo es el Reino de Dios, pero le agrega algo que no tienen los dos primeros ejemplos y es cómo será el Día del Juicio Final; para hacerlo, utiliza la figura de los pescadores que, después de una jornada de pesca, depositan las redes con peces en el suelo y se dedican a separar los peces buenos de los peces que están en mala condición -porque han muerto hace tiempo y están en estado de putrefacción, o porque están enfermos, por ejemplo, estos no sirven para nada, solo para ser tirados-; en este ejemplo, los pescadores representan a los ángeles que están al servicio divino; a una orden suya, separarán a las almas buenas para que ingresen en el Reino de Dios, de las almas malas, impenitentes, de los calumniadores, de los difamadores, de los que asesinan a su prójimo con la lengua, de los hipócritas, de los cínicos, de todos aquellos que nombra la Sagrada Escritura: “(no entrarán en el Reino de los cielos) ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los ladrones, ni los que se embriagan, ni los estafadores” (el estafador es un mentiroso, por lo que habría que incluir a aquellos que hacen de la mentira un vil instrumento para alcanzar sus mezquinos objetivos, sea en la política o incluso en la misma iglesia); es decir, no entrarán en el Reino de los cielos aquellos que por voluntad propia no poseen la gracia santificante, que murieron en pecado mortal y que por lo tanto, no sirven para el Reino de Dios, sino solo para ser arrojadas al Reino de las tinieblas.

“El Reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo; es como un comerciante que encuentra una perla de gran valor; es como los pescadores que separan a los buenos en cestos y a los malos los tiran”. Solo si vivimos en gracia, si frecuentamos los Sacramentos, si obramos la misericordia para con el prójimo, seremos considerados dignos de ingresar en el Reino de Dios. De lo contrario, seremos arrojados al Reino de las tinieblas, para siempre.

martes, 25 de julio de 2023

“Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen”

 


“Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen” (Mt 13, 10-17). Los discípulos le preguntan a Jesús porqué Él les habla en parábolas y Él les contesta que, a ellos, a sus discípulos, “se les ha concedido conocer los secretos del Reino de los cielos”, pero a los otros, a los que no son sus discípulos, “no”. La razón de esta preferencia la da el mismo Jesús: porque quienes no son sus discípulos, de forma libre y voluntaria, han cerrado sus oídos para no entender; han mirado sin ver; han endurecido sus corazones, para que Él no los convierta. Es decir, se trata de hombres, seres humanos, que han visto a la Palabra de Dios encarnada, Cristo Jesús, quien los llama a la conversión, y no han querido convertirse; han visto sus milagros, con sus propios ojos y aun así no han creído en Jesús como Dios Hijo encarnado; han escuchado sus consejos evangélicos -amar al enemigo, perdonar setenta veces siete, cargar la cruz de cada día-, pero han preferido cerrar sus oídos, para seguir escuchando mundanidades, banalidades que no conducen al Reino de Dios; han escuchado que deben bendecir a los que los maldicen y que deben poner la otra mejilla, pero han endurecido sus corazones, permaneciendo en la ley maldita del Talión, abrogada por Jesús, que lejos de perdonar, insta a la venganza: “Ojo por ojo y diente por diente”. Estos hombres han visto y oído lo que muchos justos y profetas del Antiguo Testamento hubieran querido ver y oír, pero aun así, habiendo tenido el privilegio de ver y oír al Hijo de Dios encarnado, el Emmanuel, han preferido continuar con sus vidas paganas y mundanas, cegadas por sus pasiones y, en definitiva, han continuando adorando al Ángel caído en lo más profundo de sus corazones.

“Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen”. La frase no es solo para los discípulos contemporáneos de Jesús, sino que va dirigida a toda la Iglesia de todos los tiempos, por eso está también dirigida a nosotros, católicos del siglo XXI, que vemos y oímos lo que muchos hombres de buena voluntad querrían ver y oír y no lo hacen. ¿Qué es lo que nos hace “dichosos”, porque vemos y oímos lo que otros no? Lo que nos hace dichosos, es ver, con los ojos del cuerpo, la Hostia consagrada; es ver, con los ojos del alma iluminados por la luz de la fe, a Jesús, el Hijo de Dios encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía; por la fe, vemos, no sensiblemente, sino insensiblemente, espiritualmente, por la fe, a Cristo Dios, el Hijo de Dios encarnado en el seno de la Virgen, que prolonga su Encarnación en el seno de la Madre Iglesia, el Altar Eucarístico y esto nos llena de gozo, no de un gozo natural, terreno, efímero, sino de un gozo sobrenatural, que brota del mismo Ser divino trinitario que se hace presente en el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa. ¿Qué es lo que oímos y nos hace dichosos? Oímos las palabras de la consagración, palabras pronunciadas por el sacerdote ministerial, pero que poseen la fuerza de Dios Hijo, quien es el que, a través de estas palabras, pronuncia Él mismo las palabras de la consagración, para convertir el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre; somos dichosos porque oímos la Voz de Cristo, imperceptible, porque habla a través y en medio, podríamos decir, de la voz del sacerdote ministerial que las pronuncia, y eso nos llega de gozo, un gozo imposible de describir y de alcanzar por causas naturales, sean naturales humanas o preternaturales, es decir, angélicas, es un gozo que solo Dios puede conceder. Por eso es que la frase de Jesús está dirigida también para nosotros: “Dichosos vuestros ojos porque véis la Eucaristía y vuestros oídos porque oyen las palabras de la consagración”.

martes, 18 de julio de 2023

“El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo, pero vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo”

 


(Domingo XVI - TO - Ciclo A – 2023)

         “El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo, pero vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo” (Mt 13, 24-30). Con una breve y sencilla parábola, Jesús describe no solo el Reino de los cielos, sino también el curso de la historia humana hasta el fin de los días, es decir, hasta el Día del Juicio Final. Utiliza la imagen de un sembrador que siembra buena semilla y la de un enemigo, que siembra la cizaña, la cual es muy parecida al trigo -en algunas partes se la llama “falso trigo”- pero, a diferencia de este, que es nutritivo, la cizaña contiene un principio tóxico producido por un hongo, el cornezuelo, que es alucinógeno[1].

         Con respecto a su interpretación, como en toda parábola, los elementos naturales se sustituyen por los elementos sobrenaturales, para poder así comprender su sentido sobrenatural y la enseñanza que nos deja Jesús. En este caso, como en otros también, es el mismo Jesús quien explica la parábola del trigo y la cizaña. Dice así Jesús: “El que siembra la buena semilla -el trigo- es el Hijo del hombre -Jesús, el Hijo de Dios, Dios Hijo encarnado-; el campo es el mundo -el mundo entendido en sentido témporo-espacial, porque se lo entiende tanto en el sentido de lugar geográfico, como en el sentido del tiempo limitado, finito, que tiene la historia humana, la cual habrá de finalizar en el Último Día-; la buena semilla -el trigo- son los ciudadanos del Reino -son aquellos cuyos nombres están escritos en el Libro de la Vida-; la cizaña son los partidarios del Maligno -es decir, son hombres impíos e impenitentes, que obran el mal a sabiendas de que obran el mal y no se arrepienten de obrar el mal, convirtiéndose así en cómplices del Demonio pero sobre todo en sus esclavos, son los que están destinados a la perdición eterna en el Infierno-; el enemigo que siembra la cizaña en medio del trigo es el Demonio, el Ángel caído, Satanás, el Ángel rebelde, que odia a Dios y a su obra más preciada, el hombre y que por eso busca la perdición de la raza humana; la cosecha es el fin del tiempo -el Día del Juicio Final, el día en el que el espacio y el tiempo que caracterizan a la historia humana verá su fin, para dar paso a la eternidad, la cual será una eternidad de dolor y llanto para los condenados en el Infierno, como de alegría y gozo sin fin para los que con sus obras de misericordia alcancen el Reino de los cielos; por último, dice Jesús, los segadores son los Ángeles de Dios, los Ángeles que permanecieron fieles a la Trinidad Santísima y que se encuentran a la espera de la orden de separar a los buenos de los malos, para el Día del Juicio Final.

         Jesús continúa utilizando la imagen del trigo y de la cizaña para explicar cómo será el fin de la historia humana: así como el trigo verdadero se separa para ser almacenado, mientras que el falso trigo o cizaña se separa para ser quemada, así Él, Dios Hijo, el Hijo del hombre, cuando llegue el día señalado y conocido solamente por el Padre, enviará a los ángeles buenos para que separen a los justos, es decir, a los que en esta vida se esforzaron, a pesar de ser pecadores, por llevar una vida cristiana, procurando evitar las ocasiones de pecado y confesándose presurosamente si caían en el pecado, para conservar y acrecentar la gracia santificante, de los impíos e impenitentes, de los “corruptores y malvados”, según la descripción de Jesús -los hombres que eligieron el pecado como alimento envenenado de sus almas y obraron el mal sin arrepentirse de obrar el mal, sabiendo que así ofendían a Dios, pero además, no contentos con obrar el mal, no contentos con ser ellos corruptos por el pecado, se convirtieron en corruptores, es decir, contaminaron con el pecado a las almas de otros hombres-; estos serán “arrojados al horno encendido”, que no es otra cosa que el Infierno eterno, en donde “será el llanto y el rechinar de dientes”, llanto por la pena de haber perdido a Dios para siempre y rechinar de dientes por el dolor insoportable que los condenadas sufren en sus cuerpos y en sus almas por la acción del fuego del Infierno; en ese momento los hombres malvados, los traicioneros, los calumniadores, los hechiceros, los satanistas, los que se embriagan, entre muchos otros más, comprenderán que nunca más podrán salir de ese lugar de castigo que es el Infierno y maldecirán a Dios, a los santos y también al Demonio y a los otros condenados, por toda la eternidad; por último, Jesús revela que será muy distinto el destino para quienes no se quejaron en esta vida por la cruz que les tocó llevar, para quienes se alimentaron del Pan de los Ángeles, la Eucaristía, para quienes lavaron sus pecados con la Sangre del Cordero en el Sacramento de la Penitencia, para quienes obraron la misericordia corporal y espiritual para con sus prójimos: “Los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre”. Además de explicar la parábola, hay una última frase de Jesús que puede parecer enigmática, pero no lo es: “El que tenga oídos, que oiga”: esto se refiere a nuestro libre albedrío, porque sea que alcancemos el Reino de los cielos, o sea que el alma se condene, nadie podrá decir o argumentar que “no sabía” que obrar el mal estaba mal y que la impenitencia conducía al Infierno, porque nadie cae en el Lago de fuego y azufre inadvertidamente: quien lo hace, es porque escuchó la Palabra de Dios que le advertía de lo que le pasaría si no se alejaba del pecado y, voluntariamente, no lo hizo. Así como nadie entra en el Reino de los cielos forzadamente, así también nadie cae en el lago de Fuego eterno sin haber recibido antes innumerables advertencias de parte de Dios.

lunes, 10 de julio de 2023

“Proclamad que el Reino de los cielos está cerca”

 


“Proclamad que el Reino de los cielos está cerca” (Mt 10, 7-15). En el mandato de Jesús a su Iglesia, se deben tener en cuenta diversos elementos, para no caer en una errónea interpretación de sus palabras.

Primero, es un reino celestial, no intramundano, como el proclamado por los sacerdotes tercermundistas, que, tergiversando el Evangelio con la infausta Teología de la Liberación, convirtieron el Evangelio y su anuncio del Reino de los cielos en una mera propaganda política para sus fines terrenos y anticristianos.

Otro elemento a tener en cuenta es que el Reino de los cielos está cerca y está “dentro de nosotros”, como dice Jesús en el Evangelio, pero está “dentro de nosotros”, como en germen, cuando recibimos la gracia santificante que nos comunican los sacramentos, sobre todo el Sacramento d de la Penitencia y el Sacramento del Altar, la Sagrada Eucaristía: por el Sacramento de la Penitencia, recibimos el Reino en germen, porque comenzamos a vivir, ya desde el tiempo, la vida de la eternidad, la vida eterna que brota del Acto de Ser del Ser divino trinitario. Pero además de esto, por el Sacramento de la Eucaristía recibimos, mucho más que el Reino de los cielos, al Rey del Reino de los cielos, Cristo Jesús, resucitado, glorioso, vivo, resplandeciente con la gloria divina, en la Sagrada Eucaristía y esto es algo que debemos anunciar: no solo el Reino de los cielos está cerca, tan cerca como estamos de recibir los Sacramentos y vivir en gracia, sino que además el Rey del Reino de los cielos está cerca, tan cerca de nuestros corazones como el recibirlo por la Sagrada Comunión con el alma en gracia, libre de pecados, sobre todo de pecados mortales.

Es este el Reino de los cielos que, como católicos, debemos proclamar, el Reino que se nos da en germen por la gracia santificante de los Sacramentos, con el anuncio adicional que estando en esta vida terrena, por la Sagrada Eucaristía, recibimos algo que es infinitamente más valioso que el Reino de los cielos y es al Rey de los cielos, Jesús Eucaristía.

Ahora bien, no podemos hacer este anuncio si, siendo cristianos, vivimos, pensamos, deseamos y obramos como mundanos, como paganos, como anti-cristianos: no podemos anunciar al Reino de los cielos, si deseamos los reinos de la tierra y las riquezas terrenas de los reinos de la tierra; si deseamos puestos de honor mundanos y no terrenos; si obramos no por amor a Dios y al prójimo, sino por propios intereses; si vivimos esta vida quejándonos de la cruz, rechazándola o, peor aún, como si Cristo no hubiese dado su vida en la cruz para quitarme mis pecados al precio de su Sangre; no podemos anunciar el Reino de los cielos si vivimos en contrariedad con los Mandamientos de la Ley de Dios, si vivimos tomando como palabra divina lo que dice la Inteligencia Artificial y no Cristo, la Verdadera y Única Palabra de Dios. No podemos anunciar el Reino de los cielos si hacemos obras para que los hombres nos aplaudan, con lo cual ya tenemos nuestra mísera paga, cuando en realidad el anuncio del Reino de los cielos lo debemos hacer obrando la misericordia, corporal y espiritual, sin que los hombres nos halaguen ni aplaudan, sino que solo sea Dios Padre quien sea testigo de las obras de misericordia que seamos capaces de hacer. Solo así anunciaremos al Reino de los cielos y al Rey del Reino de los cielos, Jesús Eucaristía.

“Id a las ovejas descarriadas de Israel y proclamad que el Reino de los cielos está cerca”

 


“Id a las ovejas descarriadas de Israel y proclamad que el Reino de los cielos está cerca” (cfr. Mt 10, 1-7). Es muy importante reflexionar en la doble misión que Jesús encarga a sus discípulos: una, que anuncien que “el Reino de los cielos está cerca”; la segunda, que ese anuncio no se haga por el momento a los paganos, sino “a las ovejas descarriadas de Israel”. Esto llama un poco la atención: ¿porqué les dice “ovejas descarriadas” a los integrantes del Pueblo Elegido? ¿No eran acaso ellos los únicos que, en la Antigüedad, eran los depositarios de la revelación de Dios como Uno y por eso eran el único pueblo monoteísta de ese tiempo? Es verdad que luego Jesús revela que ese Dios Uno que conocen y adoran los judíos, es además Trino, es decir, Uno en naturaleza y Trino en Personas, pero hasta el momento, eran los únicos que habían recibido el don, la gracia, de saber que no había muchos dioses, sino un solo Dios verdadero. Entonces, si eran depositarios de la Verdad Revelada hasta ese momento, ¿Por qué Jesús los llama “ovejas descarriadas”?

Los llama así porque sus jefes religiosos, los fariseos, los doctores de la ley, los escribas, habían tergiversado de tal manera la ley de Dios, que habían pervertido la esencia de la religión y en vez de hacerla consistir en la adoración a Dios Uno y en el amor al prójimo como a sí mismo, como lo afirmaba la ley, sostenían erróneamente que la justificación estaba en el mero cumplimiento externo de mandamientos puramente humanos, como por ejemplo, daban más importancia a la ablución de manos y objetos, antes que la piedad para con Dios y el amor al prójimo. Los jefes religiosos habían distorsionado a tal grado la religión, que literalmente no les importaba dejar sin comer a viudas y huérfanos, siempre y cuando se cumplieran los preceptos externos de la ley, preceptos por otra parte, en su inmensa mayoría, inventados por ellos mismos. Habían cambiado el corazón de carne por un corazón de piedra, un corazón frío, insensible ante el dolor humano, incapaz de obrar la caridad e incapaz por lo tanto de amar sinceramente al Dios verdadero, porque quien no ama al prójimo, no ama a Dios, ya que el prójimo es la imagen viviente y visible del Dios Viviente e invisible: el prójimo está puesto por Dios para que sepamos la medida real de nuestro amor para con Dios: así como tratamos al prójimo, así tratamos a Dios en la realidad.

“Id a las ovejas descarriadas de Israel y proclamad que el Reino de los cielos está cerca”. El Nuevo Pueblo Elegido somos los integrantes de la Iglesia Católica; por esto mismo, si no prestamos atención, también nosotros podemos caer en la misma tentación de escribas y fariseos: endurecer el corazón para con el prójimo, con lo cual, ni tenemos caridad cristiana para con el prójimo, ni amamos a Dios Uno y Trino como Él merece ser amado, servido y adorado.

martes, 13 de junio de 2023

“Si no sois mejores que los fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”

 


“Si no sois mejores que los fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt 5, 20-26). Jesús les advierte a sus discípulos -y por lo tanto, también a nosotros- que, si no son mejores que los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los cielos. Para profundizar su advertencia, pone un ejemplo tomando al Quinto Mandamiento que dice: “No matarás”. Jesús les recuerda que, según ese mandamiento, si alguien cometía un homicidio, debía ser procesado, enjuiciado y, obviamente, debía ser encarcelado. Sin embargo, les dice también Jesús que, a partir de Él, ahora las han cambiado: ya no basta con “no matar”, para ser enjuiciado y recibir una condena; ahora, a partir de Jesús, ya no es suficiente con solo “no matar” para recibir una condena; ahora, a partir de Jesús, quien albergue pensamientos o sentimientos de enojo, ira, rencor, venganza, contra el prójimo, comete un pecado que lo hace culpable ante el Justo Juez, Dios Trinidad.

Esto se debe a que, por la gracia santificante, el alma se hace partícipe de la vida divina trinitaria, lo cual implica, por una parte, que el alma esté ante la Presencia de Dios Trino, de manera análoga a como lo están los ángeles y santos en el cielo; por otra parte, implica que Dios Uno y Trino, las Tres Divinas Personas de la Trinidad, inhabiten en el alma en gracia y si esto es así, ya no las acciones externas del hombre son notorias a Dios, sino ante todo cualquier mínimo pensamiento, del orden que sea, bueno o malo, es pronunciado ante Dios y esa es la razón por la cual el cristiano debe “ser mejor” que los escribas y fariseos. Si antes bastaba con no decir nada exteriormente a un prójimo con el que se estaba enemistado, ahora, a partir de Jesús, cualquier pensamiento negativo hacia el prójimo -rencor, enojo, venganza, ira- ya es un pecado cometido ante la presencia de Dios y por lo tanto, debe ser confesado; en caso contrario, es decir, si no se confiesa ese pecado, el pecador impenitente debe afrontar el castigo divino.

“Si no sois mejores que los fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”. Lo que nos pide Jesús, el “ser mejores que los escribas y fariseos”, no se limita a un buen comportamiento externo ni a simplemente tener buenos pensamientos acerca de nuestro prójimo: quiere decir que debemos ser “perfectos” –“Sean perfectos, como mi Padre es perfecto, dice Jesús- y esa perfección nos la concede solamente la gracia santificante, recibida en la Confesión y en la Eucaristía. De esto se deduce la importancia de la confesión sacramental frecuente -cada veinte días- y la Comunión Eucarística en estado de gracia. Sólo así seremos lo que Jesús quiere que seamos, “hijos adoptivos del Eterno Padre”.

lunes, 12 de junio de 2023

“El que cumpla y enseñe los Mandamientos será grande en el Reino de los cielos”

 


“El que cumpla y enseñe los Mandamientos será grande en el Reino de los cielos”. (Mt 5, 17-19). En estos tiempos de anomia, es decir, de ausencia casi total y absoluta de valores morales y espirituales, en donde el obrar bien es visto como sinónimo de atraso propio de épocas pasadas y como signo de debilidad, Jesús nos recuerda no solo los Mandamientos de la Ley de Dios, sino cómo el vivir y cumplir los Mandamientos divinos con un corazón puro y desinteresado, que ama a Dios por sobre todas las cosas, tiene su recompensa en el Reino de los cielos: “El que cumpla y enseñe los Mandamientos será grande en el Reino de los cielos”.

Nuestros días se caracterizan precisamente no solo por no vivir según los Mandamientos de la Ley de Dios, sino por el vivir y cumplir los mandamiento de Satanás, expuestos en Biblia sacrílega satánica. Esto es así porque no hay una posición intermedia: o se cumplen y se viven los mandamientos de la Ley de Dios, o se cumplen y se viven -aunque la persona no se dé cuenta de ello- los anti-mandamientos de la ley satánica, cuyo estandarte principal y primer y más importante mandamietno es: “Haz lo que quieras”. Es decir, deja de lado los mandamientos de ese Dios opresor y libérate y una de las formas de hacerlo es hacer lo que te plazca. Y puesto que el hombre está contaminado con el pecado original, todo lo que amará será concupiscencia de la carne y de los sentidos, lo cual va en una dirección completamente opuesta a la vida eterna que Dios nos tiene preparada en el Reino de los cielos.

 “El que cumpla y enseñe los Mandamientos será grande en el Reino de los cielos”. En nuestros días, en los que prevalece el espíritu anti-cristiano por todas las sociedades de todo el mundo, llevar la Ley de Dios impresas en en la mente y en el corazón, y aplicarlas de forma concreta en el vivir de todos los días, aun cuando parezcan pequeñas cosas, al estar dirigidas por el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, nos asegura algo que ni siquiera podemos imaginar, debido al esplendor y majestad al que estamos destinados, el Reino de Dios.

lunes, 13 de marzo de 2023

“Quien cumpla los Mandamientos y los enseñe a cumplirlos, será grande en el Reino de los cielos”

 


“Quien cumpla los Mandamientos y los enseñe a cumplirlos, será grande en el Reino de los cielos” (Mt 5, 17-19). Para quien desee ser santo, para quien desee ganar el Reino de los cielos, para quien desee la mayor grandeza y honor que se pueda concebir, Jesús da la fórmula para conseguirlo, que consiste en dos pasos: primero, cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios; segundo, enseñar los Mandamientos de Dios a quien no los conoce.

Desde hace un tiempo a esta parte, se ha difundido un pensamiento contrario al Querer Divino, un pensamiento que va en contra de las palabras de Jesús y es el de considerar a los Mandamientos como “pasados de moda”, o también como “aburridos”, o como “fatigosos para ser aprendidos de memoria”, como si aprender los Mandamientos fuera algo “disgustoso”. Nada de esto corresponde al consejo evangélico de Jesús, quien nos dice claramente que si queremos ser considerados “grandes” en el Reino de los cielos, debemos primero aprender los Mandamientos -para aprenderlos hay que memorizarlos- y luego, debemos enseñarlos a quien no los sabe -y para enseñarlos, debemos haberlos antes aprendido y memorizado-. Como vemos, entonces, aprender de memoria los Mandamientos, no es para nada algo que provoque disgusto; por el contrario, es algo que provoca paz, alegría y serenidad en el alma, porque se está aprendiendo y memorizando algo -los Mandamientos- que nos otorgarán la recompensa en el Reino de los cielos, de parte de Dios en Persona.

Por supuesto que el aprender y memorizar los Mandamientos es solo una parte, una parte importante, pero solo una parte de lo que debemos hacer si queremos cumplir la voluntad de Dios, porque esos Mandamientos aprendidos y memorizados, deben ser también vividos, es decir, los Mandamientos deben ser vividos, aplicados, en la vida de todos los días. De nada sirve aprender el Mandamiento que dice: “No mentirás”, si luego digo mentiras, y así con todos y cada uno de los Mandamientos.

“Quien cumpla los Mandamientos y los enseñe a cumplirlos, será grande en el Reino de los cielos”. No hagamos caso a quienes afirman que los Mandamientos de Dios están “pasados de moda”, o que es un “disgusto” aprenderlos de memoria: si queremos recibir la recompensa del Amor de Dios en el cielo, aprendamos los Mandamientos, los memoricemos, los enseñemos a quien no los conoce y vivámoslos en nuestra vida cotidiana. Así, seremos “grandes” en el Reino de los cielos, aunque aquí en la tierra pasemos inadvertidos.

jueves, 9 de febrero de 2023

“Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”

 


(Domingo VI - TO - Ciclo A – 2023)

          “Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos” (cfr. Mt 5, 20-22ª.27-28.33-34ª.37). Jesús nos advierte, a los cristianos, que, si no somos mejores que los escribas y fariseos, no entraremos en el Reino de los cielos y para que sepamos de qué se trata, nos da dos ejemplos concretos: el trato con el prójimo y el trato con Dios, precisamente las dos grandes fallas de la espiritualidad de los escribas y fariseos.

          Jesús trae a colación uno de los mandamientos, el de “no matar”: si antes de Jesús bastaba con no matar, con no cometer un homicidio, para ser justos delante de Dios, ahora, a partir de Jesús, eso ya no basta, ya no basta con no quitar la vida al prójimo, ahora, quien piense mal del prójimo, o quien se enoje interiormente con su prójimo, es decir, quien esté enfrentado a su prójimo, en su interior guarda rencor contra él, o lo insulta interiormente, aun sin quitarle la vida, ya solo con eso, con pensar mal o con mantener rencor contra su hermano en Cristo, comete una falta contra Dios.

          El otro mandamiento citado por Jesús es el que prohíbe el adulterio: “no cometerás adulterio”. Si antes de Jesús bastaba con no cometer adulterio materialmente para ser justos ante Dios, ahora, a partir de Jesús, esto ya no es suficiente, porque comete pecado no solo quien no comete adulterio explícitamente, sino que lo comete aquel que en su pensamiento y en su deseo es adúltero, aun sin hacerlo materialmente.

          Como podemos ver, a partir de Jesús, la santidad es mucho más difícil de alcanzar, porque Dios exige más para que el hombre sea santo. La razón de esta profundización de la exigencia de santidad es que, a partir de Jesús, el alma recibe la gracia santificante, que se comunica por los sacramentos y lo que hace la gracia es hacer partícipe al alma de la vida divina del Ser divino trinitario. Esto quiere decir que, por la gracia santificante, el alma se encuentra ante la Presencia de Dios, estando en esta tierra y en esta vida terrena, de un modo análogo a como los santos y ángeles se encuentran ante la Presencia de Dios en el Reino de los cielos. Por esta razón, las faltas cometidas no solo ya exteriormente sino interiormente, en lo más profundo del alma, son faltas cometidas ante la Presencia de Dios y es por eso que ser cristianos es mucho más exigente, porque el alma, por la gracia, está ante la Presencia de Dios y así el alma es “vista”, por Dios, por así decirlo, con mucha más intensidad y es también amada con más intensidad por Dios. que el alma esté ante la Presencia de Dios por la gracia santificante significa, ante todo, que nuestros pensamientos más íntimos y recónditos, aquellos que solo nosotros conocemos, son proclamados ante Dios con toda claridad, así como cuando alguien se sube a la azotea de su casa y comienza a pregonar a toda voz.

          “Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”. Puesto que por nosotros mismos no somos sino oscuridad y pecado, es la gracia santificante, recibida por los sacramentos, lo que nos hace ser santos, porque nos hace partícipes de la vida divina trinitaria, que es la Santidad Increada en Sí misma. Es la gracia la que nos permite obrar con la sabiduría y el amor divinos; sin la gracia de los sacramentos, somos peores aun que los escribas y fariseos; sin la gracia santificante que nos conceden los sacramentos, no tendremos la sabiduría y el amor divinos necesarios para el Reino de Dios y así no podremos entrar en el Reino de los cielos.

 

         

viernes, 29 de octubre de 2021

La parábola del administrador infiel

 


“Los hijos de este mundo son más astutos con su gente” (Lc 16, 1-8). La parábola del administrador infiel debe ser analizada minuciosamente, para no caer en interpretaciones erróneas. ¿De qué se trata la parábola? Se trata de un administrador que gobierna la hacienda de un hombre rico y que, acusado de mala administración –con justa razón, como lo insinúa la parábola-, es despedido[1]. Es entonces cuando se pregunta de qué va a vivir, porque siente horror al trabajo y le da vergüenza mendigar, aunque no le da vergüenza robar. Por eso, llama a los arrendadores que pagan su renta en especies y, de acuerdo con ellos, falsifica sus contratos y así engaña de nuevo a su amo. Mediante esta trampa, el administrador piensa hacerse amigos y protectores que puedan recibirlo cuando sea despedido. La alabanza que hace el amo del “administrador infiel”, constituye una dificultad, a la hora de analizar la enseñanza espiritual de la parábola, porque se puede pensar que Nuestro Señor, indirectamente, alaba la conducta del administrador infiel. Sin embargo, de ninguna manera alaba Jesús la actitud deshonesta del administrador infiel. Para encontrar el sentido de la parábola y su enseñanza espiritual por parte de Jesús, hay que tener en cuenta que, por un lado, tanto el administrador como su amo, son “hijos de este mundo”: el primero se entera de que ha sido estafado, en un modo en el que le será difícil probar la estafa y como el amo está acostumbrado a utilizar las mismas artimañas de su administrador, es que hace un comentario en modo de broma, como si dijera: “¡Es un estafador, pero un estafador inteligente!”. Entonces, este es un primer aspecto a tener en cuenta: tanto el amo como el administrador, son “hijos de este mundo”, es decir, viven al margen de la Ley de Dios y por eso están acostumbrados a hacer trampas, a engañar, a mentir, a aplicar la inteligencia en un sentido perverso, con la intención de engañar y de estafar al prójimo; es obvio que Nuestro Señor Jesucristo no aprueba ni puede hacerlo jamás, a esta actitud. El otro aspecto a tener en cuenta es que Nuestro Señor Jesucristo no alaba ni al amo ni al mayordomo y no puede hacerlo por el motivo que hemos dicho: ambos son “hijos de este mundo” y no “hijos de Dios”, “hijos de la luz”; además, la parábola no dice que el administrador haya obrado “sabiamente”, sino “astutamente”, es decir, con una prudencia que pertenece a los ideales de este mundo, ideales que no son los de Dios, porque son terrenos, materiales, inmanentes y sólo buscan la ganancia temporal de bienes materiales, sin importarles los verdaderos bienes, los bienes del Cielo. Es esto lo que Nuestro Señor –no el amo de la parábola- quiere significar cuando compara a los “hijos de este siglo” con los “hijos de la luz”, hebraísmos con los que se designa a aquellos que vienen siguiendo los ideales de este mundo –“hijos de este siglo” o del mundo venidero –“hijos de la luz”-. La enseñanza última es que, si quienes poseen la luz de la gracia –los hijos de Dios-, que ilumina el intelecto y la voluntad para descubrir y desear los verdaderos bienes, los bienes del Reino de los cielos, mostraran al menos la agudeza y sagacidad de los que viven pensando sólo en las ventajas temporales, los hijos de Dios ganarían prontamente el bien más preciado de todos, la vida eterna en el Reino de los cielos.



[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentarios al Nuevo Testamento, Tomo III, Barcelona 1956, Editorial Herder, 623.

“El que no lleva su cruz detrás de Mí, no puede ser discípulo mío”

 


“El que no lleva su cruz detrás de Mí, no puede ser discípulo mío” (Lc 14, 25-33). En este Evangelio, Jesús plantea el seguimiento de Él, para lo cual hay que llevar la cruz de cada día. Ahora bien, es una realidad que, en la vida de todos los días, la inmensa mayoría de los seres humanos -principalmente los católicos-, no lo siguen a Jesús, aún cuando Jesús es Dios y en vez de seguir a Jesús, prefieren seguir, no a Dios, sino a otros seres humanos, como por ejemplo, a deportistas, cantantes, artistas, y sobre todo a los políticos, quienes les prometen todo tipo de prebendas a cambio de votos. Para seguir al político de turno, la persona debe renunciar a muchas cosas a las que está aferrado -como por ejemplo, su tiempo, su familia y muchas otras cosas más-, de lo contrario, no podrá seguirlo. Ahora bien, el seguimiento de un ser humano por parte de otro, no tiene mayor sentido, pues el ser humano sólo puede dar, en el mejor de los casos, dádivas y prebendas que no tienen ningún valor trascendental. Si para seguir a un político, se debe renunciar a muchas cosas de la vida cotidiana y sólo para obtener una prebenda de escaso o nulo valor, el hombre debe plantearse seriamente si vale la pena este seguimiento.

Un caso muy distinto es el seguimiento de Jesús: Jesús no nos promete prebendas mundanas si alguien lo sigue: nos promete nada menos que la vida eterna en el Reino de los cielos, lo cual quiere decir un estado de alegría, de felicidad, de bienaventuranza, de gozo, inimaginables y además interminables, pues durarán para siempre, por toda la eternidad. En el caso de Jesús, para su seguimiento, lo que hace falta es “cargar la cruz” y “seguir detrás de Él”, porque es Él quien, con la cruz a cuestas, encabeza la marcha. ¿Hacia dónde va Jesús con la cruz? Va hacia el Calvario, para allí subir a la cruz y morir a la vida terrena, para luego resucitar glorificado y así ascender a los cielos. Es esto lo que nos promete Jesús, si lo seguimos por el Via Crucis, por el Camino Real de la Cruz: el ingreso en el Reino de los cielos. No vale la pena seguir a un simple ser humano, que solo podrá dar, en el mejor de los casos, una prebenda de mayor o menor valor pero que, siempre, será inútil para el Reino de los cielos. Sí conviene, por el contrario, seguir a Nuestro Señor Jesucristo, cargando la cruz de cada día, para así, subiendo con Él al Calvario, muriendo al hombre viejo, seamos recibidos, por la Misericordia Divina, en el Reino de los cielos.

viernes, 1 de octubre de 2021

“Si expulso demonios es porque ha llegado el Reino de Dios”

 


“Si expulso demonios es porque ha llegado el Reino de Dios” (Lc 11, 15-26). Desde su caída de los cielos, luego de combatir y ser vencido por San Miguel Arcángel y los ángeles de Dios, Satanás y sus ángeles apóstatas fueron arrojados a la tierra, según las Escrituras. Es en la tierra en donde el Demonio ha instalado su reino, además de reinar en el Infierno y las expresiones de la presencia del Demonio y su reino infernal no son sólo las posesiones, sino ante todo una ideología atea y demoníaca, el Comunismo marxista, por el cual el Demonio reina en los países comunistas, como así también la Masonería, por medio de la cual el Demonio reina en países democráticos pero laicistas. Por esta razón es que Jesús lo llama “Príncipe de este mundo”. Ahora bien, la llegada de Cristo marca el inicio del fin para el reinado tenebroso de Satanás y así lo dicen las Escrituras: “Cristo vino para destruir las obras del Demonio”. Un signo claro del inicio del fin del reino del Infierno sobre la tierra son las expulsiones de demonios o también exorcismos, que realiza Jesús primero y continúa la Iglesia después, por medio del sacerdocio ministerial. Jesús tiene poder para expulsar demonios porque Él es Dios en Persona, el mismo Dios que expulsó al Demonio de los cielos, es ahora el que viene para expulsar al Demonio de la tierra.

Esto es, a la vez, un indicio del inicio del Reino de Dios en la tierra: ya no sólo está el Reino de Dios en los cielos, sino que ahora viene a la tierra y para hacerlo, comienza con la expulsión del Demonio, el Príncipe de las tinieblas. La derrota total y absoluta del reino del Infierno ya se produjo en el Calvario, por medio del Santo Sacrificio de la Cruz, pero se consumará al fin de los tiempos, en el Día del Juicio Final. Hasta ese entonces, la Iglesia, Esposa del Cordero, continúa y continuará su combate contra las fuerzas infernales, las cuales serán sepultadas, en el Último Día, en los abismos del Infierno; entonces se dará la manifestación plena del Reino de Dios entre los hombres.