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jueves, 17 de diciembre de 2020

“La mano de Dios estaba con él”


 

“La mano de Dios estaba con él” (Lc 1, 57-66). El nacimiento del Bautista está acompañado de grandes signos que provocan la admiración de sus contemporáneos y en realidad es así, puesto que el Evangelio lo confirma: “La mano de Dios estaba con él”. La razón por la cual Dios acompaña al Bautista desde su nacimiento es que él ha de ser el último profeta del Antiguo Testamento, que anunciará la Llegada del Mesías: el Bautista es el Precursor del Salvador de los hombres; es el que anuncia a los hombres que la salvación ha llegado en la Persona de Jesús de Nazareth; es el que verá al Espíritu Santo descender sobre Jesús y es el que dará a Jesús un nombre nuevo, jamás dado antes: “el Cordero de Dios”. Por todo esto, el Bautista es alguien especial, no solo por su parentesco biológico con el Redentor, sino ante todo por su misión de anunciar la Llegada en carne del Mesías y de predicar la conversión del corazón para recibir la gracia santificante del Mesías. El Bautista habrá de sellar con su sangre, muriendo mártir por Cristo, por la Verdad que él proclama en el desierto: Jesús, el Hombre-Dios, ha venido en carne y es El que ha de salvar al mundo del pecado, del demonio y de la muerte y es el que ha de conducir a los hombres nacidos de la gracia, al Reino de Dios.

“La mano de Dios estaba con él”. La vida y la misión del Bautista no deben ser algo ausente o distante en la vida del cristiano: por el contrario, el cristiano debe conocer a fondo lo que el Bautista hizo y dijo y conocer también su muerte martirial, porque todo cristiano está llamado a ser un nuevo bautista, que predique en el desierto de la historia y del tiempo humanos la Llegada del Mesías, pero ya no de la Primera, como lo hacía el Bautista, sino de la Segunda Llegada en la gloria; además, el cristiano debe predicar al mundo la Venida Intermedia del Señor Jesús, su descenso desde los Cielos a la Eucaristía, en la Santa Misa, por el milagro de la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Cordero. Y, al igual que el Bautista, el cristiano católico debe estar dispuesto a derramar martirialmente su sangre, en testimonio de la Venida Eucarística del Señor y en testimonio de su Segunda Venida en la gloria.

 

viernes, 1 de diciembre de 2017

"Tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento"


(Domingo I - TA - Ciclo B - 2017 – 2018)

¿Qué es el Adviento? ¿Qué celebra la Iglesia Católica en Adviento? La palabra “Adviento” significa “venida” o “llegada”. Era utilizada entre los antiguos paganos para significar la venida o llegada de la divinidad. En el caso de la Iglesia Católica, el Adviento –el verdadero y único Adviento, que supera las sombras del paganismo- es esperar la “llegada” o “venida” de Jesús y aunque se coloca en el tiempo previo a la Navidad, implica no solo la preparación del alma y de la Iglesia para la conmemoración de la Primera Llegada del Redentor en Belén, sino que implica también la preparación del alma y de la Iglesia para la Segunda Venida en la gloria del Redentor.
         Es decir, el tiempo de Adviento es un doble tiempo de espera: de la Primera llegada o venida de Jesús, en el recuerdo y en la memoria litúrgica de la Iglesia, y de espera de la Segunda Venida en la gloria.
         Esto explica el tenor de las lecturas que se utilizan en este tiempo y explica también el sentido penitencial del tiempo de Adviento. En cuanto a las lecturas, la Iglesia se coloca en la posición de los justos del Antiguo Testamento, es decir, el ambiente espiritual es “como si” Jesús no hubiera venido todavía, porque se habla de las profecías mesiánicas, que anunciaban que el Redentor habría de nacer de una Virgen, como por ejemplo, en Isaías. Pero las lecturas también hablan de las profecías de Jesús acerca del final de los tiempos y por lo tanto de su Segunda Venida en la gloria (cfr. Mc 13, 33-37), porque el otro objetivo del Adviento es, precisamente, este, el de prepararnos para la Parusía, para la Segunda Venida de Jesús. A diferencia de la Primera Venida, que fue en lo oculto y sin que casi nadie se enterase –con excepción de su Madre, la Virgen, su Padre adoptivo y los pastores a los que los ángeles se lo comunicaron-, en la Segunda Venida, Jesús vendrá en el esplendor de su gloria y será visto por toda la humanidad de todos los tiempos.
Ahora bien, podemos decir que hay un tercer significado de Adviento y es el “Adviento” particular que se produce en cada Santa Misa, puesto que en ella, el Señor viene –en la realidad de su Ser divino trinitario y en la Segunda Persona de la Trinidad- oculto en cada Eucaristía, para habitar en nuestros corazones.
         Por este motivo, podemos decir que el Adviento tiene un triple significado[1]: recordar, litúrgicamente, el pasado, es decir, la Primera Venida, y esto implica celebrar y contemplar el nacimiento de Jesús en Belén. El Señor ya vino y nació en Belén. Esta fue su venida en la carne, lleno de humildad y pobreza. Vino como uno de nosotros, hombre entre los hombres. Esta fue su Primera Venida. Aunque debemos decir que, por la liturgia eucarística, el “recuerdo” no es un mero recuerdo psicológico, sino que es un recuerdo que actualiza el misterio que se recuerda.
Un ejemplo nos ayudará a entender: cuando recordamos con la memoria a un ser querido ausente, este recuerdo no lo trae “en persona” a este ser querido, por grande que sea el amor que le tengamos. En cambio la Iglesia, por el memorial de la Santa Misa, hace recuerdo de la Primera Venida –eso es “memorial”- y, de un modo misterioso pero no menos real, “trae” a nuestro hoy –o también, nos lleva a nosotros al “hoy” de hace veinte siglos- al misterio de la Primera Venida del Señor en el Pesebre de Belén. Por eso podemos decir que, por la Santa Misa, en Navidad, nos encontramos misteriosa pero realmente, de frente al Señor nacido milagrosamente de la Virgen hace veintiún siglos.
El segundo significado del Adviento es el de prepararnos, como Iglesia y como miembros del Cuerpo Místico de Cristo, para el futuro, es decir, prepararnos para la Parusía o Segunda Venida de Jesucristo en la “majestad de su gloria”. Como nos enseña el Catecismo, en ese entonces no vendrá como Dios misericordioso, sino como Rey de reyes y Señor de señores y como Juez de todas las naciones; toda la humanidad comparecerá ante su Presencia majestuosa, para recibir, los buenos –los que lucharon contra el pecado, procuraron vivir en gracia, obraron la misericordia, creyeron en su Nombre y trataron de vivir en la caridad de Cristo y todo a pesar de sus miserias personales-, el premio del Cielo, mientras que a los malos –los que no vivieron según los Mandamientos de la Ley de Dios, los que no fueron misericordiosos para con sus hermanos, los que no quisieron vivir con Dios en el cielo, los que no creyeron en la existencia del Infierno y dedicaron sus vidas a obrar el mal-, a esos, puesto que murieron impenitentes, les dará lo que quisieron, libre y voluntariamente, con su impenitencia, que es el Infierno. En este sentido, Adviento es la oportunidad para la preparación espiritual de quienes vivimos en este mundo, pero deseamos vivir en la eternidad, ante la Presencia del Cordero, y es en esa fe gozosa en la que esperamos su Segunda Venida gloriosa, Segunda Venida que nos traerá la salvación y la vida eterna sin sufrimientos.
El tercer significado es vivir el “Adviento presente” que significa la Venida o Llegada de Jesús en cada Eucaristía. En cada Eucaristía y traído por el Espíritu Santo, Jesús viene desde el cielo para llegar a nuestros corazones por la Comunión Sacramental, por eso podemos decir que cada Santa Misa o cada comunión, es un “adviento” personal, en el que el Señor Jesús viene al alma en gracia y que lo recibe con amor, para vivir en ella. Por la Eucaristía, el alma recibe a Jesús, el Niño Dios, que vino por Primera Vez, que es el mismo Jesús que vendrá por Segunda Vez. En este Adviento –el tercero, la Venida intermedia-, la Iglesia celebra el triunfo de la Cruz de Cristo, por la liturgia eucarística, en el tiempo de la humanidad, lo cual hace que el alma mire con amor y agradecimiento hacia el Primer Adviento, por el cual vino por primera vez para morir y triunfar en la Cruz, y que mire con esperanza y confianza al Segundo y definitivo Adviento, la Parusía, porque quien se abraza a la Cruz, nada ha de temer en el Día del Juicio Final.
Por último, el Adviento explica el color morado, que significa penitencia: así como los justos del Antiguo Testamento hacían penitencia para preparar sus almas para la Venida del Redentor, de la misma manera la Iglesia, que en cuanto preparación para la Navidad, vive “como si” el Señor no hubiera venido –aunque, obviamente, ya vino- y para ello, se purifica de las cosas mundanas y procura estar en gracia, de modo de recibir al Salvador con un espíritu humilde y contrito. La penitencia también es para la Segunda Venida, porque el cristiano que espera a Jesús, lo hace no como el siervo indolente, perezoso, que no espera la llegada de su señor y que por eso se emborracha y comienza a golpear a los demás, como en la parábola, sino que, como ama a su Señor que viene en la gloria, está “vigilante y atento, con la faja ceñida, con la lámpara encendida”, porque “no sabe ni el día ni la hora” en la que llegará su Señor, aunque sabe con toda seguridad que sí llegará, y es para recibirlo de la mejor manera, que lo espera así, haciendo penitencia, es decir, alejado del mundo y sus falsos espejismos y viviendo en la caridad cristiana. La penitencia, que es lo que simboliza el color morado del Adviento, es también para esa “Venida intermedia” que es la llegada de Jesús, desde el cielo, hasta la Eucaristía, para luego entrar en el alma: un alma impenitente, que no se arrepiente del mal hecho, que no pide perdón de sus faltas, que no manifiesta su deseo de vivir en gracia, cumpliendo los Mandamientos de Dios y frecuentando sus sacramentos, es un alma indigna de recibirlo en la Eucaristía.
El Adviento, entonces, es tiempo de preparación para la triple llegada del Señor; es tiempo además de esperanza, porque quien llega es el Salvador y el Redentor de la humanidad –viene para salvarnos del pecado, de la muerte y del demonio-; es tiempo de arrepentimiento de nuestros pecados –estamos bajo la ley de las consecuencias del pecado, la concupiscencia, la inclinación al mal, y lo único que nos libera de eso es la gracia santificante- y de deseo de vivir verdaderamente como hijos adoptivos de Dios. Como hemos dicho, el Adviento es tiempo de espera para la llegada del Señor, que es en realidad una triple llegada: el memorial que hace Presente su Primera llegada; el sacrificio de la Misa, que hace Presente, en Persona, al Dios que “ha de venir, que viene y que vendrá”; y la Segunda Venida en la gloria, para juzgar al mundo. En el Adviento, como Iglesia, nos preparamos para la Navidad y la Segunda Venida de Cristo al mundo, cuando volverá como Rey de todo el Universo, al tiempo que revisamos cómo es la preparación espiritual, interior, porque el cual recibimos a Cristo en su “Venida intermedia” en la Eucaristía. Es un tiempo de penitencia, oración y caridad, en el cual debemos revisar cómo es nuestra vida espiritual en relación a este triple Adviento del Señor en nuestras vidas, de manera de hacer el propósito de convertir el corazón al Dios que vino en Belén, que viene en cada Eucaristía, y que ha de venir al fin de los tiempos. Si no vivimos el Adviento de esta manera, con toda seguridad, viviremos una Navidad pagana y mundana, la misma Navidad de los sin Dios, que no esperan la Llegada de Cristo en su Gloria, no recuerdan con gozo su Primera Venida y no preparan sus almas por la gracia y el amor para la Venida intermedia, su Llegada Eucarística al corazón que lo ama. Adviento es tiempo de despertar del sueño de la concupiscencia y de estar vigiles y preparados, con las lámparas encendidas, para recibir al Señor que “vino, que viene y que vendrá”, como lo dice la iglesia ambrosiana: “Nuestros años y nuestros días van declinando hacia su fin.: Porque todavía es tiempo, corrijámonos para alabanza de Cristo. Estén encendidas nuestras lámparas, porque el Juez excelso viene a juzgar a las naciones. Aleluya, aleluya”[2].






[1] Cfr. http://es.catholic.net/op/articulos/18239/el-adviento-preparacin-para-la-navidad.html
[2] Miss. Ambros, Último Domingo antes del Adviento, Transitorium. Cit. O. Casel, Misterio de la Cruz, 189.

viernes, 25 de noviembre de 2016

El Adviento, tiempo de espera del Mesías que vino, que viene y que vendrá



(Domingo I - TA - Ciclo A - 2016-2017)

         ¿Qué es el Adviento? Ante todo, digamos qué es lo que NO ES el Adviento: no es un tiempo de preparación psicológica y secularizada para las fiestas de Navidad, que están totalmente secularizadas; no es una simple “memoria litúrgica” vacía de contenido; no es mera “repetición cíclica y automática de los ciclos litúrgicos de la Iglesia”, es decir, como un solo comenzar y repetir lo mismo cada año, en la misma fecha.
         Para poder aprehender el significado del Adviento, tenemos que recordar qué significa etimológicamente: “Adviento” es la traducción latina del griego “epifanía” y significa “llegada”. Dicho esto, podemos decir que el Adviento es el período litúrgico con el que la Iglesia, a la vez que inicia un nuevo ciclo litúrgico, se prepara espiritualmente para la Navidad, que es a su vez memoria litúrgica de la Primera Venida del Señor Jesús.
         Entonces, sí es verdad que Adviento comprende las cuatro semanas que preceden a la Navidad y que por lo tanto, constituye este período previo para la Navidad, pero significa algo mucho más que esto: es, ante todo, un estado habitual del cristiano, un modo de vivir del cristiano, que impregna todo el día, todos los días de su vida, hasta su muerte. Y es por esto que decimos que Adviento es mucho más que un “tiempo de preparación religiosa-psicológica para celebrar Navidad”. Veamos porqué decimos que el Adviento es un “estado habitual” para el cristiano o, también, que toda la vida del cristiano es un “Adviento” continuo.
Como dijimos, Adviento significa “venida”, o “llegada”, que en el vocabulario de la Iglesia se entiende por la venida del Mesías, el Salvador, el Redentor del mundo, el Hombre-Dios Jesucristo, por lo que “Adviento” está relacionado con la Venida de Jesucristo.
Ahora bien, Jesús, el Hijo de Dios, vino por primera vez, en la humildad de nuestra carne, asumiendo una naturaleza humana sin dejar de ser Dios, y vendrá al fin de los tiempos, glorioso y resucitado, para juzgar al mundo. Si Adviento está relacionado con la Venida de Jesús, ¿con cuál de las Dos Venidas de Jesucristo se relaciona? Hay que decir que el Adviento, como tiempo litúrgico, hace referencia a ambas Venidas, e incluso todavía a una venida intermedia, entre la Primera y la Segunda, como veremos. Hace referencia a la Primera Venida porque es el tiempo de preparación especial inmediata para la Navidad, es decir, es un tiempo en el que, como Iglesia, nos preparamos para celebrar litúrgicamente –litúrgicamente quiere decir en el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios- su Primera Venida, y la disposición espiritual en este sentido, es como si no hubiera venido, aunque sabemos, obviamente, que ya vino por primera vez, y es así que en este Adviento, nos disponemos como Iglesia con la misma disposición espiritual que tenían los justos del Antiguo Testamento, que esperaban la Venida del Mesías; por otro lado, Adviento hace referencia también a la Segunda Venida en la gloria, por lo que es un tiempo para que, también como Iglesia, recordemos en el misterio de la liturgia, que habrá de venir a juzgar al mundo, al fin de los tiempos, como Justo Juez, y que por lo tanto, debemos estar “atentos y vigilantes”, como el siervo de la parábola, esperando su Segunda Venida como Supremo Juez y Rey del universo, que habrá de juzgar a toda la humanidad. Hay una tercera Venida, intermedia, y es la Venida del Señor Jesús, por el misterio de la liturgia eucarística, al alma, por la Comunión Eucarística, y esta Venida acaece o sucede en el tiempo presente.
Así vemos entonces cómo el Adviento se relaciona con las tres dimensiones temporales en las que vivimos, conectándolas a todas con el misterio pascual de Jesucristo: con el pasado, porque el tiempo de Adviento es un período litúrgico que nos invita a arrepentirnos de nuestros pecados y convertirnos, tal como instaba Juan el Bautista en el desierto a quienes esperaban al Mesías; nos anima a vivir el presente con la gracia que ya nos trajo Jesús con su Primera Venida y la renueva en cada comunión eucarística y, por último, con el futuro, porque al recordar que habrá de venir, nos hace prepararnos espiritualmente para su encuentro en la Segunda Venida y esto significa esta en estado de gracia permanente.
Podemos decir por lo tanto que la finalidad espiritual del Adviento es triple, teniendo siempre presente que no se trata de meras disposiciones de orden psicológico o moral, ni siquiera espiritual, sino de una verdadera participación, por el misterio de la liturgia, al misterio salvífico del Hombre-Dios Jesucristo, Dios Hijo Encarnado que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Esta triple finalidad es la siguiente:
La primera finalidad, es recordar y celebrar litúrgicamente el pasado, es decir, su Primera Venida y es la razón por la cual contemplamos y participamos, por la liturgia eucarística de la Santa Misa, del Nacimiento de Jesús en Belén. Como Iglesia, el tiempo previo a la Navidad no es hacer una simple memoria psicológica de lo que sucedió en Belén hace veinte siglos, sino que consiste en una verdadera participación, a través del misterio litúrgico, de la Primera Venida del Mesías, en la sencillez y humildad del Niño Dios. Un primer fin del Adviento es la conmemoración participativa de su Primera Venida y esa es la razón por la cual, en Adviento, nos ubicamos como Iglesia en los tiempos previos a su Primera Venida y nos colocamos en la disposición espiritual de quienes, en el Antiguo Testamento, esperaban la Llegada del Mesías.
La segunda finalidad es vivir el tiempo presente –nuestro aquí y ahora- en el misterio de su Presencia real, verdadera y substancial entre nosotros, que es la Eucaristía: es decir, Jesús ya vino en su Primera Venida, pero al mismo tiempo, se quedó presente entre nosotros en la Eucaristía, para cumplir su promesa de estar con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo” y por la Eucaristía “viene”, “llega”, “adviene” a nuestra alma, toda vez que comulgamos en gracia, con fe y con amor. Se trata de vivir esta realidad de la Presencia misteriosa del Señor Jesús que viene a nosotros en el misterio de la Eucaristía y que nos comunica de su vida divina trinitaria en la comunión. En el presente, vivimos entonces en la vida de Jesús y de la vida de Jesús, que es la vida de la gracia del Hombre-Dios, que ya vino por Primera Vez, que ha de venir por Segunda Vez en la gloria y que adviene, llega, viene, a nuestras almas, en cada Comunión Eucarística, y esta es la “Venida intermedia” a la que hacíamos referencia, es decir, su Venida al alma, cada vez, por la comunión eucarística.
Por último, la tercera finalidad del Adviento consiste en preparamos para el futuro encuentro –personal y con toda la humanidad- que se llevará a cabo con su Segunda Venida en la gloria, sea al fin de los tiempos –o también, al finalizar nuestra vida en la tierra, porque el día de nuestra propia muerte será, para nosotros, el Día de nuestro Juicio Particular, que será un pequeño “Juicio Final en miniatura”-: en otras palabras, significa que en el Adviento nos preparamos espiritualmente para la Parusía o Segunda Venida de Jesucristo en la “majestad de su gloria”, cuando Nuestro Señor Jesucristo venga como Señor y como Juez de todas las naciones para premiar con el Cielo a los buenos o para castigar con el Infierno a los malos, según hayan sido nuestras obras libremente realizadas.
Por esta triple finalidad, la Iglesia nos invita en el Adviento a vivir espiritualmente este tiempo litúrgico por medio del examen de conciencia, la penitencia y las buenas obras.

Con esto ya podemos responder a la pregunta inicial acerca de qué es el Adviento: no se limita a las cuatro semanas previas a Navidad, sino que es un estilo de vida o un hábito del cristiano que, como el siervo que espera a su amo con la lámpara encendida, espera al Señor Jesús, que vino por Primera Vez, que viene en cada Eucaristía y que habrá de venir por Segunda Vez, al fin de los tiempos, y el modo de vivir el Adviento –que, volvemos a repetir-, comprende toda la vida del cristiano- es por medio de la penitencia, la oración y las obras de misericordia. El Adviento es tiempo de espera del Mesías que vino, que viene y que vendrá.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Adviento: celebración de la Primera Venida y preparación para la Segunda Venida del Señor



(Domingo I - TA - Ciclo C – 2015 – 2016)

         El término “Adviento” viene del latín adventus, que significa venida, llegada; por lo tanto, en el Adviento, todo hace referencia a la venida o llegada del Mesías, una venida que es doble: la Primera, oculta, y la Segunda, en la gloria. Es decir, el Adviento es el tiempo litúrgico en el que la Iglesia, por un lado, celebra la Primera Venida de Nuestro Señor, en Belén, mientras que, por otro lado, se prepara espiritualmente para esperar la Segunda Venida del Señor, en la gloria. El sentido del Adviento es entonces doble: celebrar en la fe la Primera Venida del Mesías "en carne", es decir, en una naturaleza humana, y avivar en los bautizados la espera de la Segunda Venida del Señor, que es “el Alfa y la Omega, el que era, que es y que vendrá” (cfr. Ap 1, 8).
Es por esto que el Adviento se divide en una Primera Parte –comprende desde el primer domingo al día 16 de diciembre-, que mira ante a la Venida de Jesús al final de los tiempos y por eso mismo posee un marcado carácter escatológico, apocalíptico; la Segunda Parte –que comprende desde el 17 de diciembre al 24 de diciembre-, se orienta más explícitamente a celebrar la Primera Venida de Jesucristo en la historia, y es la Navidad.
En Adviento, la Iglesia contempla y celebra la Primera Venida de Jesús “en la humildad de nuestra carne”, es decir, en el Nacimiento en Belén y para ello se coloca en un clima espiritual similar al de los justos del Antiguo Testamento, que esperaban con ansias el cumplimiento de las profecías mesiánicas y el arribo del Mesías. Debido a este carácter de espera, de expectación, que implica el Adviento, se toman las lecturas bíblicas del profeta Isaías y los pasajes del Antiguo Testamento que señalan la llegada del Mesías. Isaías, Juan Bautista y María de Nazaret son los modelos de creyentes que la Iglesias ofrece a los fieles para preparar la venida del Señor Jesús. El mejor modo de participar del Adviento es “introducirnos” espiritualmente en las escenas evangélicas, junto a Isaías, Juan Bautista y la Virgen para unirnos a ellos en la fe en la espera del Señor.
Al mismo tiempo, Adviento es el tiempo en el que la Iglesia se prepara para la Segunda Venida de Jesús, al final de los tiempos, “en la majestad de su gloria”, como Señor y como Juez de las naciones. Es decir, Adviento es el tiempo espiritual para prepararnos, como Iglesia, para la Segunda Venida del Señor, lo que significa prepararnos para ser juzgados “en el Amor” por Jesucristo, Sumo y Eterno Juez: “En el atardecer de nuestras vidas, seremos juzgados en el Amor”, como dice San Juan de la Cruz. Que el Adviento tenga este significado de preparación para la Segunda Venida de Jesús, es lo que explica el hecho de que la Iglesia nos presente para la meditación y reflexión el Evangelio de Mateo en el que Jesús habla acerca no de su Primera sino de su Segunda Venida: “Habrá señales en el cielo (...) verán al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria…”. En la Segunda Venida, la situación será como en tiempos de Noé, quien era el único justo en medio de la perversión generalizada de la humanidad, perversión que fue la que llevó a Dios a enviar el Castigo por medio del Diluvio Universal. De la misma manera, antes de la Segunda Venida de Nuestro Señor, también la humanidad habrá caído en aberrantes perversiones –con la difusión universal de leyes contrarias a la naturaleza, no hay lugar en la tierra, en la actualidad, en donde no se practiquen tanto el ateísmo como el libertinaje moral y el neo-paganismo, lo cual nos hace ver que nos encontramos en tiempos peores a los inmediatamente anteriores tanto al Diluvio Universal como a la lluvia de fuego que arrasó con las ciudades de Sodoma y Gomorra-, y sólo un pequeño número se mantendrá fiel a su Amor, expresado en los Mandamientos y en las Bienaventuranzas; y de la misma manera a como en tiempos de Noé se salvó un pequeño número de hombres gracias al Arca, así también, al final de los tiempos, sólo se salvará un pequeño número de creyentes, que se hayan refugiado en el Arca de los Últimos Tiempos, el Inmaculado Corazón de María (es por esto que la Consagración a la Virgen, según el método de San Luis María Grignon de Montfort, es un modo óptimo de participar litúrgicamente del Adviento). Es para esta Segunda Venida para la cual nos prepara la Iglesia en la primera parte del Adviento.
En las oraciones de la Liturgia de las Horas, se puede ver también cómo el Adviento sea un tiempo litúrgico en el que el alma debe prepararse para el encuentro cara a cara con Jesús, en la eternidad: “Señor, despierta en tus fieles el deseo de prepararse a la venida de Cristo por la práctica de las buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcan poseer el reino celestial”[1]. Es decir, dentro de la gracia propia del Adviento está el desear prepararnos para la Venida de Cristo, para su Segunda Venida, así como también la gracia propia del Adviento es la de celebrar, en la fe, la Primera Venida del Señor, como un Niño humano.
Sin embargo, podemos decir que en Adviento hay una tercera venida o llegada, una venida o llegada intermedia, podríamos decir así, entre la Primera y la Segunda, y es la Venida o Llegada Eucarística del Mesías, acaecida en la Santa Misa. Es decir, al mismo tiempo que la Iglesia celebra la Primera Venida y se prepara para la Segunda Venida, mientras tanto, la Iglesia adora a su Señor en su Venida Eucarística, en la que se combinan aspectos de ambas Venidas, la Primera y la Segunda: en la Eucaristía está contenida la alegría de la Primera Venida, porque Jesús Eucaristía es el mismo Jesús que vino en la Historia, en Belén, y que ya atravesó su misterio pascual de muerte y resurrección y prolonga su Encarnación en la Eucaristía; en la Eucaristía está también contenida la espera de la Segunda Venida, porque Jesús Eucaristía es el mismo Jesús que ha de venir, revestido de poder y de gloria, en una nube al fin de los tiempos” (cfr. Lc 21, 27), para juzgar a vivos y muertos. Cada Eucaristía es, por lo tanto, un Adviento maravilloso, en el que se entrelazan el Primer Adviento, porque se prolonga la Encarnación, la Venida en la humildad de la naturaleza humana y el Segundo, porque se contiene su Presencia glorificada y resucitada, propio de su Venida en la gloria divina.
         Por último, la Iglesia se caracteriza en Adviento por sus obras de misericordia –corporales y espirituales- y esto como muestra de la fe que la Iglesia profesa en su Señor, que ya vino en Belén y al que espera glorioso al fin de los tiempos, mientras lo recibe, en la humildad de la apariencia de pan, oculto a los ojos del cuerpo pero Presente a los ojos de la fe, con su Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía. Es decir, las obras de misericordia, las obras de amor, propias del Adviento y realizadas por la Iglesia, expresan de modo visible y tangible aquello que la Iglesia recibió en la Primera Venida, y que es lo que recibe en la Venida Eucarística, y que es también lo que recibirá en la Segunda Venida: el Amor de Dios.




[1] Cfr. Liturgia de las Horas, I Vísperas del Domingo I del Tiempo de Adviento.