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miércoles, 13 de septiembre de 2023

Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

 



Como fieles católicos, podemos preguntarnos cuál es la razón por la que “adoramos” la Santa Cruz, porque esta adoración podría parecer que está en contradicción con nuestro deber de cristianos, de adorar al Único Dios Verdadero, Dios Uno y Trino. Este conflicto aparece ya en los primeros siglos del cristianismo, al punto de ser negada la adoración de la cruz, incluso por escritores y apologistas cristianos, como Minucio Félix, quien dice así a los paganos: “Nosotros no adoramos la cruz y tampoco la deseamos. Ustedes, los paganos, adoran dioses de madera, en los cuales imitan la figura de un hombre crucificado”[1].

         A esta objeción, los cristianos respondemos que sí adoramos la Cruz, pero de un modo diverso a como adoran los paganos a sus ídolos: no adoramos un trozo de madera; adoramos al Hombre-Dios Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores, quien está representado, simbólicamente, por la Santa Cruz. Adoramos la Santa Cruz como símbolo y signo del misterio de la salvación, porque es en la Cruz en donde fuimos redimidos, al precio de la Sangre Preciosísima del Cordero[2]. Cuando adoramos la Cruz, adoramos al Cordero de Dios que ha sido inmolado en el altar de la Cruz; cuando adoramos la Cruz, no adoramos al madero en sí mismo, sino a la Sangre del Cordero que empapa e impregna el leño de la Cruz; cuando adoramos la Cruz, adoramos la Sangre de Dios Hijo encarnado, que, brotando como un torrente de sus heridas abiertas, impregnó la Cruz para luego caer sobre nuestras almas. Entonces, los cristianos, no adoramos el leño, sino a Cristo, el Cordero, que se hizo Cruz para nuestra salvación, impregnando el madero con su Sangre Preciosísima. Los cristianos adoramos la Santa Cruz, bañada y empapada por la Sangre del Cordero de Dios. Adoramos, amamos, besamos la Santa Cruz de Jesús, porque está cubierta por la Divina Sangre del Cordero de Dios, inmolado en el Monte Calvario para nuestra eterna salvación.

         Adoramos la Cruz en el Santo Calvario, adoramos la Cruz en la Santa Misa, la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, adoramos la Santa Cruz de Jesús, implantada en lo más profundo de nuestros corazones.



[1] Cfr. Minucio Félix, Octavius 29, 6s; cit. Odo Casel, Presenza del mistero di Cristo, 1995, Editorial Queriniana, 94-95.

[2] Cfr. Odo Casel, Presenza del mistero di Cristo, 1995, Editorial Queriniana, 94-95.

lunes, 17 de julio de 2023

“¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! El Día del Juicio Final será más llevadero a Tiro y Sidón y a Sodoma que a vosotras”

 


 “¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! El Día del Juicio Final será más llevadero a Tiro y Sidón y a Sodoma que a vosotras” (Mt 11, 20-24). El Evangelio es muy explícito en cuanto a lo que Jesús dice: es un “reproche” a ciudades hebreas, a ciudades en donde Él hizo abundantes milagros de todo tipo, pero a pesar de esto, “no se han convertido”, es decir, no han cambiado su comportamiento, no han demostrado con un cambio de vida que refleje que verdaderamente creen en Dios y en su Mesías, Jesucristo. Esta indiferencia, por parte de las ciudades hebreas, a los milagros obrados por Jesús, no será pasada por alto por Dios en el Día del Juicio Final: quienes fueron testigos o receptores de milagros y aun así no cambiaron de vida, no convirtieron sus corazones y continuaron viviendo como paganos, serán juzgados mucho más severamente que aquellas ciudades -Tiro y Sidón, Sodoma y Gomorra- en las cuales Jesús no hizo milagros. Jesús les reprocha a estas ciudades su dureza de corazón, su frialdad y su indiferencia y les advierte que las ciudades en las que predomina el pecado pero no se realizaron milagros, recibirán un mejor trato por la Justicia Divina en el Día del Juicio Final.

Ahora bien, las ciudades hebreas representan a los cristianos, a los bautizados en la Iglesia Católica, por lo que el reproche quedaría así: “Ay de ti alma cristiana, el Día del Juicio Final será más leve para los paganos que para ti”. La razón del reproche para los cristianos que no llevan una vida cristiana y que serán juzgados mucho más severamente en el Día del Juicio Final que los paganos, es que dichos cristianos recibieron los más grandes milagros que Dios puede hacer por un alma: entre otros muchísimos dones espirituales, Dios les concedió, por el Bautismo, la gracia de quitarles el pecado original y los convirtió en hijos adoptivos de Dios; por la Eucaristía, les dio como alimento de sus almas su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad; por la Confirmación, les dio su Amor, el Amor de Dios, el Espíritu Santo y aun así no se convirtieron, continuaron sus vidas como si Dios no hubiera hecho nada por ellos, continuando sus vidas como si no hubieran recibido nada de parte de Dios y por eso mismo, en el Día del Juicio Final, los paganos serán juzgados con más benevolencia que los cristianos que recibieron todo tipo de dones, gracias y milagros por parte de Dios y aun así no se convirtieron. Debemos vivir y obrar según la Ley de Dios y los consejos evangélicos de Jesús, si no queremos escuchar estas severas pero justas palabras de Jesús: “Ay de ti alma cristiana, el Día del Juicio Final será más leve para los paganos que para ti”.

domingo, 27 de diciembre de 2020

Solemnidad de la Epifanía del Señor

 



(Ciclo B – 2021)

         En esta fiesta, la Iglesia Católica en Occidente celebra la revelación de Jesús a los paganos. En efecto, “epifanía” significa “manifestación” y en el sentido que le da la Iglesia, es en relación a la manifestación de Jesús en cuanto Dios, a los hombres. Es decir, Jesús aparecía ante los ojos de los demás, como un hombre más entre tantos –de hecho, sus contemporáneos lo llamaban “el hijo de José, el carpintero”, o “el hijo de María”-, pero en ciertas ocasiones, Jesús se manifestaba exteriormente como lo que Es interiormente, es decir, como Dios Hijo encarnado. Así, por ejemplo, Jesús manifiesta su gloria divina en el Jordán, en el momento de su Bautismo y también lo hace en las bodas de Caná, al convertir el agua en vino, haciendo un milagro que sólo Dios podía hacer y, al poco tiempo de nacer, se manifiesta como Dios a los Reyes Magos. La Epifanía que celebra la Iglesia es, precisamente, esta manifestación divina de Jesús ante los Reyes Magos y es el símbolo del reconocimiento, por parte de los paganos -representados en los Reyes Magos-, de que Cristo es Dios y es el Salvador de la humanidad[1].

         Para entender un poco más la Epifanía, recordemos qué era lo que festejaban los paganos en este día: ellos festejaban un acontecimiento solar, el solsticio de invierno[2], esto es, el simple hecho de que el sol, comenzaba a dar más luz y por lo tanto, más calor, debido a que el invierno comenzaba a disminuir, haciéndose los días más largos y las noches más cortas y también disminuyendo en consecuencia el frío y la oscuridad. En otras palabras, para los paganos era celebrar el mero acontecer de la posición de la tierra en relación al sol, el cual comenzaba a dar más calor y más luz y así en la tierra al mismo tiempo disminuían las tinieblas.

         Es la Iglesia la que le da un sentido real y sobrenatural a esta celebración, ya que la Epifanía que celebra es un acontecimiento no de orden cosmológico, sino sobrenatural, celestial y divino, en el que el Verdadero Sol de justicia, que es Cristo, el Niño Dios nacido milagrosamente en Belén, más que acercarse a la tierra, como lo hace el sol estrella, ingresa en la historia, el tiempo y en la tierra de los hombres; Dios, que es Sol de justicia y Luz y calor de Amor Divino, ilumina a las almas humanas, inmersas en las tinieblas del pecado y les da el calor del Divino Amor a los corazones de los hombres, oscurecidos por el pecado y envueltos en la dureza de corazón, en el odio y en el desamor. Al nacer, el Divino Sol, Jesucristo –que como Dios, es Luz y calor de Amor divinos-, encarnado en la naturaleza humana y apareciéndose como un Niño recién nacido, deja resplandecer la luz de su gloria divina y se manifiesta al mundo, que yacía envuelto en las tinieblas del paganismo y es ese paganismo, al cual se manifiesta Jesús, Luz del mundo, el que está representado en los Reyes Magos. En este sentido, la adoración de los Reyes Magos representa la conversión del mundo pagano y por lo tanto de la oscuridad y tinieblas que caracterizan al paganismo, a la Luz Eterna de Dios que resplandece a través de la Humanidad Santísima del Niño de Belén.

         Así como los Reyes Magos, guiados por la Estrella de Belén, acudieron al Pesebre para adorar a Dios Niño que se manifestaba con la luz de su gloria divina y se postraron ante su Presencia, presentándole en homenaje los dones de oro, incienso y mirra, así nosotros, guiados por la Estrella de Belén viviente, la Virgen María, acudamos al altar eucarístico para adorar a ese mismo Dios hecho Niño, que se manifiesta con la luz de su gloria, a los ojos del alma, en la Eucaristía y nos postremos ante su Presencia Eucarística, presentándole el homenaje de la adoración –representada en el oro-, de la oración –representada en el incienso- y de las obras de misericordia –representadas en la mirra-. Adoremos a Dios en su Epifanía Eucarística, así como los Reyes Magos adoraron a Dios Niño en la Epifanía de Belén.



[2] “Astronómicamente, puede señalar ya sea el comienzo o la mitad del invierno del hemisferio”; cfr. https://es.wikipedia.org/wiki/Solsticio_de_invierno

sábado, 6 de julio de 2019

“Los envió de dos en dos”



(Domingo XIV - TO - Ciclo C – 2019)

         “Los envió de dos en dos” (Lc 10, 1-12. 17-20). Tras el envío de los Doce (un número que recuerda y representa a Israel), ahora Jesús elige a Setenta y dos (un número que hace alusión a los pueblos paganos) y los envía a anunciar el Evangelio; más específicamente, los envía a preparar la Venida del mismo Jesús, los envía a anunciar que “el Reino de Dios está cerca”[1]. En este envío está entonces implícito el alcance universal de la misión de la Iglesia Católica, pues el mismo Jesús envió a la Iglesia primera a misionar, tanto a los judíos (envío de los Doce) como a los gentiles (envío de los Setenta y Dos).
         El discípulo que es enviado a la misión tiene algunos compromisos: primero la oración –explicitado en el “rueguen” de Jesús-, porque los frutos de la misión no dependen del obrar humano –lo cual sería caer en una especie de gnosis prometeica-, sino de la acción de Dios sobre las almas por medio de la gracia y Dios obra cuando las almas piden fervorosa y piadosamente su intervención. El pensamiento del misionero debe ser siempre preparar a las almas para la Venida del Salvador.
El segundo compromiso del misionero es anunciar el Evangelio con paz, serenidad y valentía, incluso ante la amenaza de persecución –los envío como “corderos en medio de lobos”-. No estamos lejos de esta realidad, porque la Iglesia atraviesa, en los inicios del siglo XXI, una persecución sin precedentes, tanto cruenta como incruenta y esta persecución es de tal magnitud, que muchos consideran que la persecución a la Iglesia en el siglo XXI supera a las persecuciones de los primeros siglos. Esta persecución es cruenta, como en los países comunistas –Corea del Norte, China, Cuba- o incruenta, como en los países occidentales.
Por último, el que está en la misión debe llevar una vida sobria y austera –“no lleven monedero, zurrón ni calzado ni se detengan a saludar a nadie”- y la razón es que la misión no es un encuentro fraterno con amigos, ni una ocasión para un intercambio cultural, sino que se trata de ingresar en un territorio espiritual en el que las almas deben ser conquistadas, una a una, con la oración y la gracia, para el Reino de Dios. Por esta razón, el misionero debe “asemejarse a un hombre que emprende un viaje urgentísimo, sin mirar a derecha ni a izquierda, puesto que su mensaje es verdaderamente urgente: el Reino de Dios está cerca”[2].
         Por último, el Evangelio nos dice que si se ven frutos de la misión, lo que debe alegrar al alma no es que se le sometan los demonios, ni que realice grandes curaciones, sino que “su nombre está inscripto en el cielo” y es por eso que está haciendo la misión.
         “Jesús eligió a setenta y dos y los envió de dos en dos”. Del mismo modo a como la Iglesia primitiva tenía la misión de evangelizar a judíos y gentiles, así también la misión de la Iglesia no ha cambiado y se dirige tanto a judíos como a gentiles, es decir, a todos los hombres, con el mismo anuncio: “el Reino de Dios está cerca” y con el mismo sentido de urgencia con el que predicaron los misioneros enviados por Jesús. Puesto que somos hijos de la Iglesia, también nosotros debemos considerarnos misioneros que anuncien que el Reino de Dios está cerca, en nuestros ámbitos de trabajo y estudio y según nuestro estado de vida. No hay nada más importante y más urgente para nosotros y para nuestro prójimo que anunciar que el Reino de Dios y la Segunda Venida de Jesucristo están cerca.
        


[1] B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 608.
[2] Cfr. Orchard, ibidem, 608.

martes, 16 de febrero de 2016

“Cuando ustedes oren, no hagan como los paganos (…) Oren así: ‘Padrenuestro que estás en los cielos…’”


         “Cuando ustedes oren, no hagan como los paganos (…) Oren así: ‘Padrenuestro que estás en los cielos…’” (Mc 6, 7-15). Jesús enseña a sus discípulos a orar y da dos indicaciones acerca de cómo debe orar un cristiano: por un lado, debe ser una oración que se diferencie de la “oración de los paganos”, quienes “creen que oran porque hablan mucho”, con lo cual Jesús quiere dar a entender la vacuidad en el orar a deidades demoníacas, como es propio del paganismo, y una oración así no es escuchada por Dios: “Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados”. Entonces, por exclusión y en el polo opuesto a las oraciones realizadas por los paganos –la oración mecánica, fría, sin amor por el Dios verdadero-, se encuentra la oración del cristiano, la cual, para ser auténtica –y para que sea escuchada por Dios-, debe nacer del corazón, lo que quiere decir que debe ser una oración hecha con amor y la razón de esto es que “Dios es Amor” (1 Jn 4, 8) y, por lo tanto, sólo escucha las oraciones hechas con amor.
La otra indicación para orar es que los cristianos, desde ahora en adelante, pueden llamar a Dios “Padre”: “Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo”. Ahora bien, también los judíos llamaban a Dios “Padre”, pero la diferencia con la paternidad de Dios a partir de Jesucristo, es que ahora Dios es “verdaderamente” –ontológicamente, podríamos decir- Padre, porque la gracia santificante comunicada por Jesucristo hace al alma participar de la filiación divina del Hijo de Dios, de manera tal que el bautizado es hecho “verdaderamente” –ontológicamente- hijo de Dios por el bautismo debido a que precisamente recibe la participación en la filiación divina con la cual el mismo Jesucristo es Hijo de Dios desde la eternidad. En otras palabras, el llamar “Padre” a Dios no es, para el bautizado en la Iglesia Católica, una cuestión de sentimentalismo: a partir del momento en el que recibe el bautismo, el católico se convierte en verdadero hijo de Dios al recibir la participación en la filiación divina del Hijo Unigénito de Dios, Jesucristo. Los otros hombres –los no bautizados- sólo son “hijos de Dios” de modo genérico, en el sentido de que son creación de Dios, pero no son hijos de Dios en el mismo sentido y en el mismo grado que los católicos, que recibieron el bautismo sacramental.
         “Cuando ustedes oren…”. Dos indicaciones, entonces, de Jesús, para la oración verdaderamente cristiana: debe ser hecha con amor y no debe ser una mera repetición mecánica; debe ser dirigida a Dios con un sentimiento realmente filial porque, por Jesucristo, hemos sido adoptados como hijos verdaderamente suyos y por lo tanto es verdaderamente nuestro “Padre”.
Entonces, surge la pregunta: si así debe ser la oración de los cristianos -surgida desde lo más profundo del corazón y con sentimiento de hijos verdaderos-, ¿cuál es, de entre todas las oraciones, la oración más perfecta? La oración más perfecta, es decir, la que se realiza con amor infinito y eterno a Dios y con un sentido verdaderamente filial, es la Santa Misa, porque allí Jesucristo, el Hijo de Dios, ama al Padre con un amor infinito y eterno, el Amor que inhabita en su Sagrado Corazón y le da gracias por haber salvado a los hombres por medio del Santo Sacrificio de la Cruz, renovado en forma incruenta y sacramental sobre el altar, al entregar su Cuerpo en la Eucaristía y derramar su Sangre en el cáliz. Entonces, uniéndonos a Jesucristo en el Santo Sacrificio del Altar, damos a Dios la más perfecta oración cristiana, la oración de acción de gracias del Hijo de Dios, que nace de su Sagrado Corazón y se eleva al Padre por el Amor de Dios, el Espíritu Santo.

         

sábado, 30 de enero de 2016

“Todos estaban admirados por sus palabras de gracia (…) Se enfurecieron y quisieron despeñarlo”



(Domingo IV - TO - Ciclo C – 2016)
         
     “Todos estaban admirados por sus palabras de gracia (…) Se enfurecieron y quisieron despeñarlo” (Lc 4, 21-30).
         Sorprende el cambio radical de sentimientos y de actitud por parte de aquellos a quienes predica Jesús. En un primer momento, todos están “admirados” por su sabiduría; en un segundo momento, “todos se enfurecen” y de tal manera, que quieren matar a Jesús, arrojándolo por el precipicio.
         ¿Cuál es la causa de este cambio radical en sus ánimos e intenciones?
         Para entender el porqué del cambio radical de ánimo –de la admiración por sus palabras al deseo de quitarle la vida- hay que reflexionar en los episodios de los profetas Elías y Eliseo que recuerda Jesús: en ambos casos, los profetas son enviados, no a los miembros del Pueblo Elegido -es decir, a los que creían en un Único Dios-, sino a los paganos, la viuda de Sarepta y el leproso llamado Naamán el sirio. Ambos paganos, a pesar de no pertenecer al Pueblo Elegido, se comportan con caridad –la viuda de Sarepta, porque auxilia al profeta- y con piedad –el leproso, porque cree en la palabra del enviado de Dios-, con lo cual, como dice Jesús, se vuelven merecedores de los favores de Dios.
         Lo que Jesús les quiere decir -si bien indirectamente- a quienes lo escuchan, miembros del Pueblo Elegido, al traer a la memoria ambos episodios, es precisamente este hecho, el de haber recibido, de parte de Dios, un amor de predilección al haberlos elegido para que formen parte del Pueblo de Dios, pero ellos han sido infieles a este Amor de Dios, al endurecer sus corazones, faltos de caridad y de piedad, que es lo que sí demostraron tener los paganos, la viuda de Sarepta y el leproso Naamán el sirio. Esta dureza de corazón es lo que hace que no sean gratos a los ojos de Dios y que por lo tanto, no reciban de Él sus favores, como sí lo recibieron los paganos.
En otras palabras, lo que Jesús les quiere decir es que no es la pertenencia formal al Pueblo Elegido, lo que les vale el favor de Dios, sino esa pertenencia, más la caridad y la piedad, como los paganos, la viuda y el leproso. Dios da sus favores a estos últimos porque demostraron con sus obras ser verdaderamente hombres de religión: la viuda de Sarepta que ayudó a Elías y el leproso curado, demostraron caridad y piedad, respectivamente, que forman parte de la  virtud de la religión y es en lo que constituye la esencia del acto religioso. Sin caridad y sin piedad, la religión y los actos religiosos –y la persona que se dice religiosa- se vuelven vacíos, duros, fríos, y no son agradables a Dios. Todavía más, reaccionar con enojo frente a la corrección de algo que estamos haciendo mal, como lo hacen los que escuchan a Jesús en el pasaje del Evangelio, es índice muy claro de ausencia del Espíritu Santo en un alma, y es señal también de un alto grado de soberbia. La humildad y la mansedumbre del corazón son, por el contrario, señales de un corazón similar al Corazón de Jesús, manso y humilde.

         No debemos pensar que Jesús habla solamente a quienes lo escuchaban en ese momento: también nos hace a nosotros el mismo reproche; no tenemos que pensar que, por pertenecer a la Iglesia Católica, por estar  bautizados y por asistir a Misa, somos gratos a Dios: esto, sí, es sumamente necesario, pero es igualmente necesario poseer la caridad –el amor sobrenatural a Dios y al prójimo- y la piedad. Sólo siguiendo el ejemplo de los paganos citados por Jesús, la viuda de Sarepta y el leproso Naamán, el sirio, sólo así, nos aseguraremos de ser gratos a Dios y de ser merecedores de su favor. 

sábado, 27 de julio de 2013

“Cuando ustedes oren, digan: Padre nuestro que estás en los cielos...”


(Domingo XVII - TO - Ciclo C – 2013)
“Cuando ustedes oren, digan: Padre nuestro que estás en los cielos...” (Lc 11, 1-13). Respondiendo a los discípulos que le piden que les enseñe a orar - “Señor, enséñanos a orar”-, Jesús les -a ellos y a nosotros- cómo tiene que ser la oración del cristiano. Ante todo, la oración del cristiano no debe ser como la de los paganos, que basan su oración en las “muchas palabras”; la oración del cristiano debe ser amorosa y filial, es decir, hecha con el corazón y con el mismo amor con el cual un hijo se dirige a su padre, porque oración enseñada por Jesús, el Padrenuestro, Dios ya no aparece como un ser lejano, distante, bueno, sí, pero distante: Jesús nos enseña que Dios nos ha adoptado como hijos; a partir de Jesús somos hechos hijos adoptivos de Dios por la gracia santificante, y por esto Jesús nos enseña a tratarlo de una nueva manera, como “Padre”, y para tratarlo como Padre, debemos amarlo como hijos.
La oración del cristiano debe ser debe ser perseverante, como el hombre del ejemplo que pone Jesús, que acude a un amigo a deshora a pedirle pan para sus amigos. En este caso, se trata de dos amigos, porque así se tratan entre ellos - “Amigo”, le dice al iniciar el pedido, y Jesús dice que el otro, aunque no le dé el pan por ser su amigo, se lo dará sin embargo a causa de su insistencia. Lo mismo sucede entre nosotros y Dios: nosotros somos ese amigo inoportuno, que acude a su Amigo que vive en su Casa del cielo, Dios, con sus hijos, los hijos de Dios, los santos y también los ángeles, y por la oración le pedimos el alimento del alma para nuestros hermanos, el alimento de la Palabra de Dios y el alimento de la Palabra de Dios encarnada en la Eucaristía, y Dios nos dará lo que le pedimos, porque es nuestro Amigo y no dejará de concedernos lo que sólo Él puede darnos.
Y si en el ejemplo que pone Jesús, el amigo que descansa con sus hijos le dará el pan a su amigo que se lo pide, no por la amistad que los une, sino por su insistencia, y no solo le dará pan, sino “todo lo necesario”, es decir, mucho más de lo que pide, no es así en el caso de Dios, que siempre nos dará lo que le pedimos e infinitamente más, en razón de nuestra amistad con Él, amistad sellada con la Sangre de Cristo en la Cruz. No podemos dudar de que Dios nos concederá lo que le pedimos -siempre que sea conveniente para nuestra salvación y esté dentro de los planes de su Divina Voluntad, que siempre es santa-, porque Él mismo nos llama “amigos”: “Ya no os llamo siervos, sino amigos”.
La oración del cristiano debe ser confiada, esperando recibir; y debe esperar siempre de la Bondad divina, que jamás puede dar nada malo a quien le pida algo, porque Dios es Bondad infinita, y no es capaz, porque su Ser perfectísimo se lo impide, de dar algo malo, así como un padre no da nunca a su hijo una serpiente cuando le pide un pescado, ni un escorpión si le pide un huevo. Jamás de los jamases, puede dar Dios algo malo a quien acude a Él en la oración, porque es imposible para Él, ontolóticamente, hacer el mal. En otras palabras, Dios no puede ni siquiera pensar en hacer mal, debido a la Perfección absoluta de su Ser divino Purísimo. Sí puede suceder que permita que nos suceda algo que a nosotros, humanamente hablando, sea un mal o nos parezca un mal, pero si Dios permite el mal para nosotros, es porque por su infinito poder, puede convertir a ese mal en un bien de dimensiones inimaginables. Jamás puede Dios darnos un mal, y sólo bienes debemos esperar de Él; por el contrario, el demonio, a sus seguidores, les promete cosas buenas, pero solo son el envoltorio de males inenarrables. El demonio sí da “un escorpión cuando se le pide un huevo”, o una “piedra cuando se le pide un pan”; esto sí lo hace el demonio con sus adoradores, porque el demonio es un ser malvado y perverso.

Finalmente, la oración del cristiano debe ser desmedida, en el sentido de que debe no debe temer el pedir a Dios muchas cosas, porque Dios es Inmensamente Rico en bienes espirituales de todo tipo, empezando por la Misericordia; Dios es Omnipotente y todo lo puede -lo único que no puede hacer, aún si se lo propusiera, es el mal-; Dios es Amor infinito y todo ese Amor es para nosotros, para todos y para cada uno de nosotros, de modo personal e individual. Esto es lo que Jesús quiere decir cuando dice: “Dios dará el Espíritu Santo a quien se lo pida”. En la oración filial, amorosa, perseverante, confiada, no podemos pedir a Dios pocas cosas, no debemos tener temor de pedir y de pedir mucho, porque por más que pidamos bienes espirituales grandiosos -para nosotros y nuestros seres queridos, como la gracia de la contrición perfecta del corazón, que asegura la entrada al cielo, porque Dios ama a los corazones contritos y humillados-, siempre nos quedaremos cortos ante la inmensidad de la Bondad divina, porque además de todos esos bienes espirituales, Dios Trinidad nos dará algo que ni siquiera podríamos imaginar de recibir, y que no nos alcanza la inteligencia y la imaginación en esta vida para apreciarlo, ni nos alcanzará toda la eternidad en la otra vida para comprenderlo: nos dará ¡el Espíritu Santo! ¡El Amor de Dios, Dios, que es Amor, nos será dado si lo pedimos en la oración! Y Dios nos dará su Amor, el Espíritu Santo, como posesión nuestra, en esta vida en medio de persecuciones y tribulaciones, y en la otra, para toda la eternidad, para hacernos eternamente felices. Todo el mundo busca la felicidad aquí y allá, y no la encuentra, porque la felicidad está en la oración, porque además de cualquier bien espiritual -y material, si es para nuestra salvación- que le pidamos, Dios nos lo concedeerá, pero además nos concederá el Don de dones, el Espíritu Santo. ¿Podemos siquiera imaginar lo que esto significa? En nuestras manos -elevadas en oración, sosteniendo el Santo Rosario- y en nuestro corazón -contrito y humillado, postrado interiormente ante la majestad de Dios Trino, a los pies del altar en la Santa Misa, deseosos de recibir el Amor ardiente de Jesús Eucaristía-, está la felicidad nuestra, la de nuestros seres queridos, y la de todo el mundo. ¿Qué esperamos para ponernos a rezar?

lunes, 18 de febrero de 2013

“Cuando oren no hagan como los paganos”



“Cuando oren no hagan como los paganos” (Mt 6, 7-15). La oración del cristiano es diversa a la de los paganos porque es una oración que brota del corazón y no simplemente de los labios, y se dirige al Corazón, en este caso, de Dios. La novedad absoluta de la Revelación de Jesús es que Dios es Uno en naturaleza y Trino en Personas, de modo que la comunicación con Él, es decir, la oración, no puede ser nunca recitada de modo mecánico, como lo hacen los paganos, sino que debe ser dirigida a las Personas que hay en Dios.
         La oración pagana confía en obtener sus resultados por la mera repetición mecánica de las palabras, sin importar si se hacen o no con el corazón; todavía más, el pagano no pretende rezar con el corazón, desde el momento en que los dioses paganos –que en realidad son demonios- son ídolos mudos, sordos y ciegos, y jamás se establece una relación personal de amor con ellos. Por el contrario, en la oración cristiana lo primordial es el establecimiento de la relación personal del que reza con las Tres divinas Personas de la Trinidad; una relación que se basa en el amor y que por esto mismo espera obtener de Dios lo que se pide, puesto que el Dios al que se reza es “Amor”, tal como lo dice el Evangelista Juan: “Dios es Amor”. Si en la oración cristiana no está este componente esencial del amor, no puede decirse verdaderamente cristiana; si la oración es mecánica, hecha con los labios pero no con el corazón, entonces adquiere las características de la oración pagana, en donde el efecto se obtiene –o se pretende obtener- mágicamente por la repetición vacía de palabras huecas. Esto no quiere decir que la oración cristiana no tenga que tener un componente repetitivo, como por ejemplo sucede en el Rosario, en donde explícitamente se busca la repetición de las Avemarías. Lo que convierte a una oración en pagana, además de su fórmula, no es la repetición, sino la ausencia de amor a un Dios que es Uno y Trino en Personas.
         “Cuando oren no hagan como los paganos”.  Jesús nos enseña que para que la oración llegue a los oídos de Dios Trino, debe brotar del corazón, debe ser impulsada por el movimiento del amor dirigido a la Trinidad, y ese impulso de amor es el que hace mover los labios que pronuncian la oración. Y si esto es válido para toda oración, lo es entonces mucho más para la oración de Acción de gracias por excelencia, la Santa Misa, en donde se hace Presente en pleno la Santísima Trinidad, puesto que Dios Padre envía a su Hijo al altar, para que se quede en la Eucaristía, desde donde Dios Hijo enviará a Dios Espíritu Santo, al alma que comulga con fe y con amor.  

sábado, 7 de julio de 2012

Jesús no puede hacer milagros en quienes no tienen fe



(Domingo XIV – TO – Ciclo B – 2012)
         “No pudo hacer ningún milagro (…) por su falta de fe” (Mc 6, 1-6). El evangelista destaca la frustración de Jesús al no poder obrar milagros, debido a la falta de fe de los habitantes del lugar, que son, paradójicamente, sus comprovincianos.
         La causa es que ven a Jesús como a un hombre más: “¿No es acaso el hijo del carpintero?”. Rechazan el testimonio de Juan el Bautista, que lo señala como al Cordero de Dios, y rechazan también el testimonio de los mismos milagros obrados por Jesús, como las curaciones físicas de todo tipo, las resurrecciones, las multiplicaciones de pan y de pescado, y rechazan también la omnipotencia de Jesús demostrada en la expulsión de los demonios y el dominio absoluto de las fuerzas de la naturaleza al solo imperio de su voz.

         Hoy se repite la misma historia, porque muchos cristianos creen que Jesús es un hombre, un fantasma, un personaje de la historia que murió y fundó una religión, un hombre bueno y santo, pero de ninguna manera, piensan que es Dios Tres veces Santo.
         El problema es que, además de falsifica la historia, quien ve a Jesús de esta manera, es decir, con ojos humanos, ve también a la Eucaristía con ojos humanos, y así le parece la Eucaristía un pancito bendecido en una ceremonia religiosa, que tiene valor simbólico, porque congrega en la unidad a quienes creen en ella y además porque para recibirla hay que ser “buenos”, pero de ninguna manera ven a la Eucaristía como a Cristo Dios en Persona oculto en algo que parece ser pan pero que luego de la consagración ya no es más pan.
         Si se piensa entonces que la Eucaristía es nada más que un pancito bendecido, y no Dios Hijo en Persona que viene a nuestro encuentro desde sus cielos eternos, para morar en nuestros corazones, entonces también pierde todo sentido la vida de la gracia y el camino de la santidad, el camino de la Cruz, el único que conduce al cielo.
         Si la Eucaristía es un poco de pan de valor simbólico, entonces también los Mandamientos de la Ley de Dios pierden todo su valor, y es así como se ve que muchísimos cristianos, adaptándose al pensamiento mundano, que es radicalmente anti-cristiano, dejan de lado los Mandamiento de Dios para vivir según los mandatos y dictados del mundo y de la moda. Así, se ven a jóvenes cristianos embriagarse los fines de semana y deleitarse con música indecente e inmoral, indigna de un hijo de Dios, como la cumbia y el rock, y hacerlo de un modo tan despreocupado, como si sus cuerpos no fueran templos del Espíritu Santo; se ven a adolescentes cristianas vestir de modo sensual, incluso cuando asisten al colegio, como si no fueran responsables de hacer caer a otros en el pecado de la lujuria; así, se ven a adultos dejarse arrastrar por la avaricia y por el deseo desmedido de bienes terrenos y de placeres mundanos de todo tipo. Esto es así porque debido a que el hombre es un ser esencialmente religioso, ya que fue creado por Dios y para Dios, al tener en la esencia de su alma el impulso religioso, no puede dejar de creer en algo, y así, si el católico no cree en Cristo Dios y hace sus obras -que son las obras de misericordia, de caridad, de compasión, de perdón, de humildad-, termina por creer en el demonio y por hacer sus obras, que son las obras de las tinieblas y del mal: avaricia, gula, pereza, ira, soberbia, lujuria, etc. Es decir, no hay término medio: o se cree en Cristo y en su Iglesia, o se cree en Satanás y en el mundo.
Lamentablemente, lo que sucede en la sociedad y en el mundo en el que vivimos, es que la mayoría de los cristianos han abandonado la fe en Cristo Dios, han dejado de lado el escarpado camino de la Cruz y, dando las espaldas a Cristo, han comenzado a caminar los anchos y espaciosos caminos que conducen al infierno.
Con otras palabras, pero en el mismo sentido, esto lo decía ya hace años, exactamente en el año 1958, el actual Santo Padre Benedicto XVI: “La Iglesia se ha convertido en una comunidad de paganos. Decía así Joseph Ratzinger: “Según las estadísticas, la vieja Europa sigue siendo un continente casi en su totalidad cristiano. Pero la estadística es engañosa. La nominalmente cristiana Europa asiste, desde hace 400 años, al nacimiento de un nuevo paganismo, que crece incluso en el corazón de la Iglesia y que amenaza con socavarla desde dentro. El rostro de la Iglesia en los tiempos modernos está conformado por el surgimiento de una forma completamente nueva de Iglesia de los paganos, y todavía lo será más en el futuro: no como antes, una Iglesia de paganos convertidos en cristianos, sino una Iglesia de paganos que todavía se llaman a sí mismos cristianos. El paganismo está presente hoy en la Iglesia misma, y éste es el signo tanto de la Iglesia de nuestros días, como del nuevo paganismo. El hombre de hoy, por tanto, puede presuponer como algo normal la incredulidad del vecino”[1].
         Esta “iglesia de paganos”, formada por "cristianos-paganos" en que se ha convertido la Iglesia, según el Papa Ratzinger, es consecuencia de no creer que Cristo es Dios.
        Y si Jesús no es Dios Hijo, sino solo un hombre más, y si la Eucaristía no es Jesús resucitado, entonces toda la fe sobrenatural se viene abajo, para ser reemplazada por una cosmovisión materialista, hedonista, atea, que considera a esta vida como la única para ser vivida, sin necesidad de temer a un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos, sin un cielo para ganar y sin un infierno para evitar y, lo más importante, sin un Hombre-Dios al cual imitar y del cual recibir su gracia para caminar en el camino de la santidad.
         Y sin fe en Jesús como Dios y en la Eucaristía como Jesús en Persona, vivo y resucitado, se repite la historia del Evangelio: Jesús Eucaristía no puede hacer milagros en los corazones porque no tienen fe, y para su pesar, debe retirarse con todos los dones y gracias que tenía pensado comunicar en la comunión eucarística.
         “No pudo hacer ningún milagro (…) por su falta de fe”. Difícilmente podrá Jesús Eucaristía hacer milagros en los corazones de quienes, en vez de hacer oración, en vez de rezar el Rosario, en vez de hacer adoración eucarística, en vez de leer y meditar la Biblia, pasan horas delante de la televisión, de Internet, o se dedican a sus asuntos, sin importarles su relación con Cristo Dios.


[1] http://forosdelavirgen.org/47072/la-iglesia-se-ha-convertido-en-una-comunidad-de-paganos-decia-joseph-ratzinger-en-1958-2012-07-07/

jueves, 21 de junio de 2012

Cuando oren no hagan como los paganos; oren con el corazón


          
“Cuando oren no hagan como los paganos” (cfr. Mt 6, 7-15). Jesús no se opone a la oración vocal y pública, la que se realiza, por ejemplo, en una procesión, o delante de una imagen que se encuentra en un lugar público.
         Lo que Jesús quiere es que, al rezar, aún en público, la oración salga, más que de los labios, del corazón, porque esa es la oración verdadera.
         Mientras los paganos rezan a sus ídolos inertes con una oración vacía, mecánica, superficial, el cristiano, por el contrario, le reza a su Dios que es persona, y aún más, es Trinidad de Personas, por lo que necesariamente tiene que ser una oración que nazca del corazón y no simplemente de los labios.
         Esto es lo que Jesús quiere decir cuando da las indicaciones para la oración: “Cuando ores, ve a tu habitación, cierra la puerta y ora, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 6). La habitación no necesariamente es un lugar físico, sino también y ante todo, el propio corazón.

jueves, 9 de febrero de 2012

Un maravilloso ejemplo de fe, humildad y caridad



“Los cachorros comen las migajas que dejan caer los hijos” (cfr. Mc 7, 24-30). La respuesta de la mujer, pagana y sirofenicia, le vale el conseguir de Jesús lo que pide, la expulsión del demonio que había tomado posesión del cuerpo de su hija.
         La respuesta de la mujer es triplemente admirable: primero, por tratarse de una mujer pagana y sirofenicia, es decir, no perteneciente al Pueblo Elegido, a pesar de lo cual, muestra una fe que supera con creces a la de muchos hebreos, porque cree en Jesús como Dios, ya que le pide que expulse al demonio que ha tomado posesión del cuerpo de su hija, algo que solo lo puede hacer Dios con su omnipotencia; muestra una gran humildad, porque Jesús usa una comparación que, para un alma susceptible, podría ser ocasión de una respuesta soberbia, ya que son pocos quienes soportarían ser comparados con un cachorro de perro, tal como Jesús sugiere con el ejemplo: los hijos son el Pueblo Elegido, los cachorros son los paganos, como la mujer sirofenicia; por último, da una gran muestra de caridad, es decir, un amor sobrenatural, hacia su hija, porque por ella, por verla libre del demonio, no duda en humillarse ante un rabbí hebreo y postrarse ante Él, y demuestra también un amor sobrenatural hacia Jesús, porque se dirige a Él como a un Dios no sólo omnisciente, sino también infinitamente amoroso y misericordioso, que tendrá piedad de su hija y la librará del demonio.
         Fe, caridad, humildad, esos son los ejemplos de una mujer pagana, ejemplos no solo ante los hebreos del Pueblo Elegido, sino ante los miembros del Pueblo Elegido, los cristianos, porque muchos de estos, ante la tribulación, ante las pruebas, ante las cruces, vacilan, dudan, no creen, en la Presencia de Jesús en la Eucaristía.
         Si muchos cristianos tuvieran la fe, la caridad y la humildad de esta mujer pagana, y acudieran a Jesús en el sagrario como acude la mujer sirofenicia a Jesús en el episodio del Evangelio, las cruces, las tribulaciones, y toda la vida en general, serían un anticipo en la tierra de la vida feliz en la eternidad.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Si en los paganos hubiera hecho los milagros que hice en ti, hace tiempo se habrían convertido



“Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida!” (cfr. Lc 10, 13-16). “Si en Tiro y Sidón hubiera hecho los milagros que hice en ustedes, hace rato se habrían convertido”. Jesús se lamenta de las ciudades hebreas, mientras que, indirectamente, alaba a las ciudades paganas de Tiro y Sidón. El motivo del lamento es la dureza del corazón de estas ciudades, que no quieren convertirse, a pesar de haber recibido la visita de Dios Hijo en Persona, y a pesar de haber sido destinataria de milagros asombrosos.

Por el contrario, si en las ciudades paganas de Tiro y Sidón hubiera hecho esos milagros, ya se habrían convertido y habrían hecho penitencia.

Análogamente a las ciudades hebreas, Jesús puede decir lo mismo a cada uno de los bautizados, pues estos han recibido grandes dones, prodigios, signos y milagros: la filiación divina con el bautismo; el Ser divino auto-donado en cada comunión; el Espíritu Santo en Persona en la Confirmación; el Amor de Dios en cada Confesión sacramental, pero a pesar de esto, muchos cristianos viven como si nada hubieran recibido, con lo cual demuestran ser peores que los paganos.

Por esto mismo, Jesús puede decir a los miembros de su Iglesia, representados en las ciudades hebreas: “Si en los paganos hubiera hecho los milagros que hice en ti, hace rato se habrían convertido, habrían hecho penitencia, ayunos, mortificación; habrían buscado vivir el único mandamiento que es necesario cumplir para llegar al cielo, el amor a Dios y al prójimo, y por eso habrían perdonado a sus enemigos, auxiliado al prójimo, y vivido en la caridad, en la paciencia, en el amor y en la compasión. Pero estos paganos recibirán mejor suerte que tú, que a pesar de la comunión diaria, no quieres convertirte”.

jueves, 10 de febrero de 2011

No nos alimentamos de migajas, sino con lo más exquisito del banquete del Padre: la carne del Cordero, el Pan de Vida eterna, y el Vino de la Alianza


“Los perros comen las migajas que tiran los hijos” (cfr. Mc 7, 24-30). La respuesta de la mujer fenicia le vale, como recompensa a su fe en Jesucristo, la curación de su hija, afectada no por una enfermedad, sino por una posesión demoníaca. Inmediatamente después de su respuesta, Jesús le concede lo que pide, la expulsión del demonio del cuerpo de su hija, de tal manera que, cuando llega a su casa, la encuentra reposando en la cama, como signo de que ya está en paz, sin la agitación diabólica sobre su cuerpo.

El episodio es sumamente ilustrativo acerca del valor de la fe y de la humildad, representados en grado heroico en la mujer fenicia: la mujer que hace el acto de fe que le vale arrancar un milagro de Jesús, es fenicia, y procedente de Siria, es decir, es pagana, tal como Jesús mismo se lo hace ver: “Deja que coman primero los hijos, y luego comerán los cachorros”.

Es decir: “No pidas un milagro tú, que no eres hebrea, no perteneces al Pueblo Elegido, los hijos; luego será el tiempo de los milagros para los cachorros, es decir, para los paganos”. Contrariamente a lo que podría parecer, la mujer no se ensoberbece, ni se siente ofendida, al ser comparado con un cachorro de perro, como hace Jesús a propósito; en vez de enojarse y ofenderse, da una muestra de humildad heroica, al no solo aceptar pasivamente la comparación, sino al aplicársela a ella misma: ella se coloca en el lugar de los cachorros que comen de la mesa de los amos: “Hasta los cachorros comen de las migajas que caen de la mesa de los hijos”.

La mujer fenicia, en su humildad, reconoce que Jesús, el Mesías, ha venido para los hijos, es decir, para los hebreos, los que constituyen el Pueblo Elegido, pero a la vez, movida por su también enorme fe en la condición de Jesús como Dios, implora, como lo hace un cachorro al pie de la mesa, que espera que caiga un resto de comida, un milagro, la expulsión del demonio que atormenta a su hija.

La mujer fenicia reconoce que los hijos merecen “la comida principal”, es decir, el hecho de que Jesús ha venido, en primer lugar, para los hebreos, y que ellos por lo tanto son destinatarios de sus milagros, pero al mismo tiempo confía en la misericordia de Jesús, que no dejará de atender el reclamo por su hija, concediéndole la curación, así como los hijos del dueño de casa, luego de haber satisfecho su apetito con los manjares principales, dejan que los animales se alimenten con las sobras.

La mujer da una muestra de humildad y de fe heroicas: de humildad, porque no solo acepta ser comparada con un perro, sino que asume la comparación activamente, aplicándola para sí; de fe, porque cree en Jesús como Mesías y como Dios, con poder capaz de arrojar los demonios.

Da muestras también de un gran amor por su hija, porque es el amor de madre el que la lleva a humillarse, para obtener la curación.

Desde que los judíos negaron a Cristo, los bautizados hemos pasado a constituir el Nuevo Pueblo Elegido, el destinatario principal y central del amor del Padre, que alimenta a sus hijos con un manjar exquisito: carne de Cordero, asada en el fuego del Espíritu, el Cuerpo de Cristo resucitado; Pan de Vida eterna, la Eucaristía, y Vino de la Alianza Nueva y eterna, la Sangre del Cordero de Dios.

No nos alimentamos con las sobras, sino con lo más selecto y exquisito del banquete celestial.

¿Somos capaces de la misma fe, del mismo amor, y de la misma humildad, de la mujer fenicia?