Mostrando entradas con la etiqueta divorcio. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta divorcio. Mostrar todas las entradas

miércoles, 16 de agosto de 2023

“No separe el hombre lo que Dios ha unido”

 


“No separe el hombre lo que Dios ha unido” (Mt 19, 3-12). Los fariseos, pretendiendo poner a prueba a Jesús, le preguntan si es lícito “separarse de la mujer por cualquier motivo”, lo hacen basados en la ley de Moisés que permitía redactar un acta de repudio y divorciarse.

Pero Jesús, por un lado, les recuerda que este libelo de repudio, la autorización para el divorcio, fue dada “por la dureza de los corazones” del Pueblo Elegido, pero también les recuerda que, “al principio no fue así”, puesto que Dios creó al varón para que se uniera a la mujer y “fueran los dos una sola carne”, es decir, Dios no creó al varón y a la mujer para que se separaran, sino para que fueran “uno solo”, uno con una para siempre, formando un matrimonio sólido y estable del cual se deriva la familia diseñada por Dios.

Puesto que Jesús es Dios, Él tiene la facultad de no solo derogar el divorcio, es decir, prohibirlo para siempre, sino también establecer que el matrimonio sea una prolongación y una imagen de la unión de Él, Cristo, con su Esposa, la Iglesia. En otras palabras, si Dios creó al varón y a la mujer para que formaran un matrimonio que durase para siempre, es porque el matrimonio refleja y prolonga la unión nupcial, mística, anterior a todo matrimonio humano, de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa. Por esta razón, las características del matrimonio cristiano -unidad, indisolubilidad, fecundidad-, se derivan de las características de la unión nupcial entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa.

Si Jesús permitió temporariamente el divorcio, en tiempos de Moisés, fue, como Él lo dice, por la dureza de corazón de los integrantes del Pueblo Elegido, pero ahora, a partir de Él, no solo se restaura la unión indivisible entre el varón y la mujer, según era el designio divino “desde el principio”, sino que ahora, a través del sacramento del matrimonio, lo injerta en la unión nupcial de Él con la Iglesia y por eso el matrimonio católico y la familia católica tiene las características que tiene y no pueden ser modificadas de ninguna manera por el hombre, puesto que sería oponerse a la Voluntad y a la Sabiduría de Dios.

“No separe el hombre lo que Dios ha unido”. De entre todos los sacramentos que hoy en día son despreciados y dejados de lado, el sacramento del matrimonio es uno de los más afectados, puesto que no solo los jóvenes prefieren vivir en el pecado de concubinato, sino que además la sociedad sin Dios ha inventado múltiples “matrimonios” que son del todo ajenos a la voluntad divina y contrarios a su Sabiduría y Amor. El cristiano debe contemplar la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, para así poder apreciar el don invaluable que significa el sacramento del matrimonio.

viernes, 25 de febrero de 2022

“Que no separe el hombre lo que Dios ha unido”

 


“Que no separe el hombre lo que Dios ha unido” (Mc 10, 1-12). Los fariseos, citando a Moisés, que permitía el divorcio, le preguntan a Él qué es lo que piensa acerca de la separación o divorcio entre quienes se han unido en matrimonio. Jesús no les responde directamente, sino que se remonta al origen de la creación de la raza humana por parte de Dios, para hacerles ver que, por un lado, Dios los creó “varón y mujer” -con lo cual da por sentado que no hay ningún otro modelo o forma de unión marital posible-; por otro lado, les recuerda que esta unión es indisoluble, ya al unirse en matrimonio, ambos “forman una sola carne”; por último, les dice que si Moisés permitió el divorcio, eso era solo por la dureza de corazón de los hombres, pero ahora, a partir, de Él, eso ya no será posible, es decir, ya no será posible el divorcio. La razón de la unidad e indisolubilidad del matrimonio es que, a partir de Jesús, el matrimonio será elevado a sacramento, lo cual quiere decir que los contrayentes son unidos a Cristo y su misterio salvífico por medio de la gracia y así se hacen partícipes del misterio de la unión esponsal, mística, celestial y sobrenatural, que existe en el Matrimonio Primordial, que es el de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa. A partir de Cristo, los esposos ya no se unen con el solo amor humano, sino que este amor humano es hecho partícipe, por la gracia del sacramento del matrimonio, del Amor Divino y así como el Amor Divino une inseparablemente, en el Amor, a Cristo con la Iglesia, así los esposos cristianos, unidos sacramentalmente en matrimonio, reciben también este Amor Divino que los une y los une de tal manera, que solo la muerte los puede separar.

“Que no separe el hombre lo que Dios ha unido”. Al unirse por el sacramento del matrimonio, los esposos son hechos partícipes de la unión esponsal mística entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa y es de esta unión –“admirable misterio”, dice la Escritura-, de donde reciben todas las características de su matrimonio, como la fecundidad, la fidelidad y sobre todo, la unidad y la indisolubilidad. El gran problema de los esposos cristianos que se divorcian, es que no han entendido que esta separación no es posible, porque están unidos en el Amor de Cristo, que los hace ser, con la fuerza divina y no ya con la fuerza humana, “una sola carne” y que por lo tanto están unidos por la fuerza del Divino Amor, el Espíritu Santo. Esto es lo que quiere decir Jesús cuando dice: “Que no separe el hombre lo que Dios ha unido”.

 

domingo, 26 de septiembre de 2021

“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”


 

(Domingo XXVII - TO - Ciclo B – 2021)

         “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mt 19, 6). Ante la pregunta de si es lícito el divorcio que permitía la ley de Moisés, en caso de adulterio, Jesús responde negativamente y para fundamentar su respuesta, se remonta al inicio de la historia del ser humano sobre la tierra: cuando Dios Uno y Trino creó al ser humano, lo creó varón y mujer, para que se unieran en matrimonio y ya no fueran dos, sino una sola carne. Entonces, lo que caracteriza al matrimonio, la unidad –el matrimonio es uno- y la indisolubilidad –el matrimonio es indisoluble, aun cuando las leyes positivas humanas lo permitan; aunque se divorcian, el varón y la mujer unidos por el matrimonio sacramental continúan siendo esposo y esposa ante los ojos de Dios- y el hecho de que sea entre el varón y la mujer, no depende de una ley positiva, inventada por la mente humana o angélica, sino que es una disposición divina, porque Dios quiso crearnos, como especie, en dos sexos diversos, distintos, que se complementan entre sí. Y Dios quiso, además, que esta unión fuese indisoluble, porque naturalmente el varón está hecho para una sola mujer y la mujer está hecha para un solo hombre y nada más. De ahí la absoluta prohibición de la poligamia y por supuesto que del adulterio y de cualquier unión que no sea la del varón y la mujer, como lo prentenden la ideología de género y los grupos de presión homosexualistas.

         Ahora bien, hay una razón última, sobrenatural, que explica el matrimonio entre el varón y la mujer y es la unión esponsal, celestial, sobrenatural, entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Esta unión esponsal, que es eminentemente espiritual, es la que fundamenta las características del matrimonio entre el varón y la mujer: así como no se puede concebir a Cristo Eucaristía sin la Iglesia Católica, así también no se puede concebir a la Iglesia Católica sin Cristo Eucaristía. Sería un cristo falso, un cristo adulterado, un cristo adúltero, si además de la Iglesia Católica, estuviera en otras iglesias que no fueran la Católica y la Iglesia Católica sería una iglesia falsa, sin el Cristo Eucarístico, o si adorara a un ídolo como la Pachamama, en vez de Cristo Eucarístico, una Iglesia así, sería una iglesia adúltera.

         Otra pregunta que debemos hacernos es: ¿Por qué Jesús se pronuncia sobre el matrimonio? ¿Qué autoridad tiene Él para abolir el divorcio permitido por Moisés y restablecer la unidad y la indisolubilidad del matrimonio y establecer que el matrimonio sólo puede ser entre el varón y la mujer? Por el simple y maravilloso hecho de que Jesús es Dios; Cristo es Dios y es Él quien ha creado al ser humano como varón y mujer “en el principio”; es Él quien ha establecido que la unión matrimonial sea entre un varón y una mujer, como reflejo y prolongación, entre la sociedad humana, de su propia unión esponsal, entre su Persona divina y su humanidad, en la Encarnación y después entre Él, el Esposo celestial, y la Iglesia, nacida de su Costado traspasado en el Calvario, la Jerusalén celestial, la Iglesia Católica. Así como el Verbo de Dios no puede separarse de su humanidad, una vez asumida hipostáticamente en la Encarnación –ni la humanidad de Jesús de Nazareth no puede separarse del Verbo de Dios-, así tampoco puede el Cristo Eucarístico separarse de la Iglesia Católica, ni la Iglesia Católica del Cristo Eucarístico, y es de estos dos grandes misterios, la Encarnación esponsalicia del Verbo con la humanidad y el Nacimiento virginal de la Iglesia del Costado de Cristo en el Calvario, de donde se derivan la unidad y la indisolubilidad del matrimonio entre el varón y la mujer. Esto explica también que ninguna ley humana puede separar lo que Dios ha unido, al varón y a la mujer: “No separe el hombre lo que Dios ha unido”.

         “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Así como el varón ha sido creado para la mujer y la mujer para el varón, así Cristo Eucarístico es para la Iglesia Católica y la Iglesia Católica para el Cristo Eucarístico: no puede el hombre separar lo que Dios Uno y Trino ha unido.

viernes, 6 de agosto de 2021

“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”

 


“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mt 19, 3-12). Los fariseos, pretendiendo tenderle una trampa a Jesús, le preguntan acerca de la posibilidad del divorcio: “¿Le está permitido al hombre divorciarse de su esposa por cualquier motivo?”. Jesús les responde con una cita del Génesis, en la que se revela, por un lado, la creación del hombre como varón y mujer y, por otro, la indisolubilidad de la unión entre ambos, lo cual es la razón de la imposibilidad del divorcio: “¿No han leído que el Creador, desde un principio los hizo hombre y mujer, y dijo: ‘Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, para unirse a su mujer, y serán los dos una sola cosa?’ De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Así pues, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. En otras palabras, Jesús les hace ver que el hecho de que el hombre sea varón y mujer y que al unirse en matrimonio se conviertan “en una sola carne” es obra de la voluntad creadora de Dios y que por lo tanto el hombre no puede modificar esa realidad. Es decir, el hombre no puede modificar la realidad de que Dios ha creado sólo dos sexos –varón y mujer- y que ha establecido que ambos se unan, para su felicidad en la complementación mutua- en matrimonio, convirtiéndose en una nueva realidad, en “una sola carne”, la cual es imposible de dividir. En otras palabras, tanto el hecho de que en la especie humana existan sólo dos sexos, como que estos dos sexos se unan en matrimonio indisoluble, no es invención del hombre, sino creación de la infinita sabiduría y del infinito amor de Dios. No puede el hombre, por más que quiera, modificar esta realidad, esto es, que la especie humana tiene sólo dos sexos y que ambos están destinados a conformar un matrimonio indisoluble.

Ahora bien, como fruto del pecado original, se enciende en el hombre la concupiscencia y la rebeldía, que lo llevan a querer modificar la realidad inmutable creada por Dios, para establecer una realidad según el gusto de la concupiscencia humana: así, surgen movimientos originados en el pecado, como la ideología de género, que afirma que el varón puede ser mujer y la mujer puede ser varón, o también movimientos laicistas que establecen leyes inicuas y anti-cristianas que permiten la disolución del matrimonio, esto es, el divorcio.

“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”, les dice Jesús a los fariseos, haciendo referencia a la prohibición del divorcio. Nosotros, parafraseando a Jesús, podríamos agregar: “Y lo que Dios ha creado, varón y mujer, no pretenda el hombre invertirlo”, haciendo referencia a la prohibición de la ideología de género y sus postulados. Todo lo que pretenda cambiar la realidad creada por Dios, sea la única condición sexual de la especie humana, como varón y mujer, sea la indisolubilidad y santidad del matrimonio, no proviene del Espíritu Santo, sino del Ángel caído y por eso no puede nunca ser aceptado por el cristiano.

sábado, 8 de agosto de 2020

“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”


“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mt 19, 3-12). La indisolubilidad del matrimonio entre el hombre y la mujer -única unión matrimonial posible- es doble, tanto por vía natural como por vía sobrenatural. Por vía natural, porque Dios creó el hombre como varón y como mujer, es decir, la especie humana tiene solo dos sexos y se perpetúa por medio de la unión de ambos, ya que la generación de hijos está inscripta y garantizada en esta unión entre varón y mujer. Por vía sobrenatural, la unión esponsal entre el varón y la mujer también es indisoluble y la razón es que a través del Sacramento del matrimonio es Dios, con su Amor y en su Amor, quien une a los esposos, convirtiéndolos en una sola carne.

En otras palabras, tanto por vía natural como por vía sobrenatural, la unión matrimonial entre el varón y la mujer es indisoluble, por lo que no puede el hombre, con sus leyes positivistas, anular la unión que Dios mismo ha establecido, tanto en la creación de la raza humana con dos sexos, como con la unión entre el varón y la mujer en su Amor Divino. Aun cuando el hombre intente, por medio de leyes positivistas, anular esta unión indisoluble, no lo puede conseguir, puesto que las fuerzas naturales y sobrenaturales que unen al matrimonio entre el varón y la mujer son indeciblemente más poderosas que las leyes positivas que pueda legislar el hombre.

“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Dios une al varón y a la mujer en su Amor, el Amor de Dios; por eso mismo, el divorcio es una afrenta al Amor de Dios, desde el momento en que pretende desunir, por el desamor, lo que Dios unió por el Amor, por su Amor. Un caso análogo, pero contrapuesto, es la unión que el hombre establece al margen de Dios, como el concubinato o la convivencia entre el varón y la mujer sin el sacramento del matrimonio. En este caso, se puede decir, parafraseando al Evangelio: “No una el hombre lo que Dios no unió”. Por estas razones, tanto el divorcio, como el concubinato o unión meramente civil, son afrentas al Amor de Dios.


miércoles, 14 de agosto de 2019

“No separe el hombre lo que Dios ha unido”



“No separe el hombre lo que Dios ha unido” (Mt 19, 3-12). Unos fariseos le preguntan a Jesús si para Él es lícito a un hombre repudiar a su mujer, es decir, si es lícito el divorcio. Esto lo dicen porque Moisés había permitido el divorcio en caso de adulterio. Pero Jesús responde citando las Escrituras, en el pasaje en donde se dice que el hombre y la mujer se unirán y serán “una sola carne”. Luego, ante la citación del acta de divorcio permitida por Moisés, Jesús declara implícitamente que, en el nuevo orden de cosas que Él ha venido a traer, este divorcio queda anulado: “si un hombre se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio”. La razón es doble: por un lado, Dios creo así el matrimonio natural “desde el principio”, uno con una para toda la vida; por otra parte, Él es el Legislador divino que no solo restituye el matrimonio a su diseño original, sino que ahora lo eleva al rango de sacramento, con lo cual los cónyuges quedan unidos por un doble lazo indisoluble, el natural y el sobrenatural. Estas son las razones por las cuales la Iglesia nunca aceptará el divorcio y por las que los divorciados vueltos a casar no pueden comulgar, porque están unidos por un doble lazo indisoluble, el natural y el sacramental o sobrenatural, además de ser el esposo terreno una prolongación de Cristo Esposo y la esposa, de la Iglesia Esposa.
“No separe el hombre lo que Dios ha unido”. Por la naturaleza del matrimonio, uno –varón- con una –mujer- y para siempre, y por ser el matrimonio una prolongación, a través del sacramento, de la unión esponsal de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa, el matrimonio, a partir de Cristo, es indisoluble, y lo será hasta el fin de los tiempos, sin que la legislación humana ni eclesiástica lo pueda cambiar de ninguna forma.


lunes, 8 de octubre de 2012

“Al principio los creó Dios varón y mujer”



(Domingo XXVII – TO – Ciclo C – 2006 – Mc 10, 2-16)
            “Al principio los creó Dios varón y mujer”. Jesús se enfrenta a los fariseos por la cuestión del matrimonio –en la antigua ley estaba permitido el divorcio en algunos casos, y ahora Jesús presenta una visión distinta, la indisolubilidad matrimonial-, y en esta confrontación, citando al Génesis, les hace notar que, si bien en la ley de Moisés estaba permitido el divorcio en ciertos casos, eso, que era permitido por la dureza de los corazones de los hebreos, ahora iba a ser abolido, y el motivo es el diseño original de Dios sobre la especie humana, creada con una estructura bipolar, varón y mujer: “Al principio los creó Dios varón y mujer”.
Es decir, Jesús les dice a los fariseos que la especie humana fue creada con una corporeidad bipolar, varón y mujer, y que en esta bipolaridad radica la imagen y semejanza del hombre con Dios y la indisolubilidad del matrimonio.
         De buenas a primera, parecería que el eje de la discusión se centra en la indisolubilidad o no del matrimonio, y en cuestiones derivadas de esta indisolubilidad: la castidad conyugal, la monogamia, la fidelidad conyugal. Parecería que, en la confrontación de Jesús con los fariseos, el centro de la discusión gira en torno a la fidelidad conyugal. Sería una cuestión de moral: la antigua ley dispensaba más, por la dureza de los corazones, y por eso permitía el divorcio, pero ahora Jesús viene a establecer una nueva Ley moral, en la cual el divorcio está prohibido: no separe el hombre lo que Dios ha unido. Y en efecto, este pasaje se usa como argumento central para sostener, de la parte católica, la indisolubilidad del matrimonio, la castidad conyugal, la fidelidad matrimonial. En el fondo, no se trataría de otra novedad que un cambio decisivo en la moral, aboliendo el permiso de divorcio. Debido a que la Iglesia es una firme defensora de la monogamia, del matrimonio insoluble, de la fidelidad conyugal, suelen terminar confundiéndose las ideas acerca de sobre cuál sea la substancia de la discusión entre Jesús y los fariseos, y se termina por pensar que la novedad de las palabras de Jesús radican en esta nueva moral que viene a traer.
         De hecho, por muy largo tiempo, este pasaje y esta afirmación de Jesús han sido utilizados para defender la monogamia. Es verdad que Jesús trae una nueva moral, pero la nueva moral –la prohibición del divorcio, la castidad conyugal, la monogamia-, constituyen sólo una parte, la más accesible, si así puede decirse, del mensaje absolutamente nuevo de Jesús, que trasciende absolutamente el plano moral. Lo moral, en el mensaje de Jesús, es solo lo que aparece exteriormente, lo que se deriva de principios y verdades inmensamente más profundas, inalcanzables para la mente humana; de ninguna manera el mensaje moral es lo central en el mensaje de Jesús. Lo moral es solo lo que aparece, lo que se ve, la manifestación exterior de una realidad infinitamente profunda, que trasciende toda capacidad de la criatura, sea el hombre o el ángel. En la discusión con los fariseos, Jesús no solo afirma una verdad natural, como es la monogamia, sino que está revelando algo acerca de la constitución íntima de Dios. Ese Dios que los judíos conocen como Uno, es Trino, según la revelación de Jesús, y ese ser Trino aparece veladamente en las palabras: “Creó Dios al varón y a la mujer a su imagen y semejanza”. La imagen y semejanza no es solo la espiritualidad, como enseña muy bien Santo Tomás, sino también y ante todo, la comunión interpersonal: así como las Personas de la Trinidad establecen una comunión de Personas entre ellas, así el varón y la mujer; así como el Espíritu Santo es el fruto del Amor del Padre hacia el Hijo y del Hijo hacia el Padre; así como el Padre y el Hijo establecen la comunión de Personas en la donación mutua del Amor divino, el Espíritu Santo, que aparece como el fruto del amor entre el Padre y el Hijo, así el hijo, en el matrimonio, reafirma esta imagen trinitaria de la especie humana, al aparecer como el fruto del amor de los esposos.
“Al principio los creó Dios varón y mujer, a su imagen y semejanza los creó Dios”, dice Jesús, citando al Génesis, y revelando, con estas palabras, la imagen trinitaria de la familia humana. La familia es el análogon hipostático de la Trinidad[1], la familia, compuesta por el varón, la mujer, y el fruto del amor de los esposos, el hijo, es una imagen terrena de Dios Trinidad.
Es decir, a pesar de parecer una cuestión moral, en la discusión de Jesús con los fariseos se juega de fondo una cuestión infinitamente más sublime y misteriosa que la castidad conyugal, la indisolubilidad del matrimonio, o, por lo que se trata más recientemente, mucho más que la identidad del género.
Cuando Jesús discute con los fariseos sobre el matrimonio y cita al Génesis, diciendo que al principio Dios los creó a imagen suya, a imagen y semejanza, como varón y como mujer, está dando a conocer el misterio absoluto de Dios como Trinidad de Personas.                        
         “Al principio los creó Dios varón y mujer, a su imagen y semejanza los creó Dios”. La unión de los esposos en el amor espiritual conyugal es una imagen de la unión de las Personas de la Trinidad en el Amor del Espíritu Santo, y esta misma unión en el Amor de Dios se da en el alma cuando, al comulgar, se une al cuerpo de Cristo, a su naturaleza humana, y por su naturaleza humana, se une a la Persona divina del Hijo de Dios que inhabita en ella.


[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, 195.