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lunes, 4 de mayo de 2020

“Yo Soy el Buen Pastor”




“Yo Soy el Buen Pastor” (Jn 10, 11-18). Jesús se proclama a Sí mismo como “el Buen Pastor”. Éste se caracteriza por “dar la vida por las ovejas” y es así en realidad. Jesús, Buen Pastor, da literalmente su vida por las ovejas de su rebaño. De la misma manera a como un pastor terreno, cuando una oveja de su redil se extravía, deja a las restantes al seguro en el redil y sale en busca de la oveja perdida. La oveja se pierde porque sin el pastor pierde la orientación; camina por senderos que no conoce y, en un momento determinado, tropieza y cae por el barranco, quedando herida de muerte, sangrando, con fracturas y, sobre todo, a merced del lobo, quien es atraído por el olor de la sangre. Sin la protección del pastor, el lobo dará cuenta fácil de la oveja, destrozando sus tiernas carnes con sus filosos dientes y sus duras garras. Pero de la misma manera a como el buen pastor no duda en salir a buscar a la oveja perdida y cuando la encuentra, no duda en descender con su cayado por el barranco, para sanar sus heridas con aceite y cargarla sobre sus hombros para llevarla segura al redil, del mismo modo Jesús, Buen Pastor, Pastor Sumo y Eterno, obedeciendo a la voluntad del Padre, desciende no a un barranco, sino desde el seno del Padre al seno de la Virgen Madre, en la tierra, para encarnarse y así salir en busca de la oveja perdida, la humanidad y cuando ya está en la tierra, baja con su cayado, la Santa Cruz, para recoger a la humanidad herida por el pecado y acechada por el Lobo infernal, el Demonio, ahuyentándolo y curando a la oveja, la humanidad, con el aceite de su gracia, sanando así las heridas que el pecado provoca en el alma. Y cuando el alma está sanada por la gracia, la carga sobre sus hombros, es decir, sobre su Cruz y asciende, no por un barranco, sino hasta el Cielo, hasta el seno del mismo Padre, portando consigo a la humanidad que ha sido rescatada y sanada por su gracia santificante. Por esta razón, Jesús es el Buen Pastor, el Pastor Sumo y Eterno de nuestras almas heridas.

domingo, 29 de abril de 2012

Yo Soy el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas



(Domingo IV - TP – Ciclo B – 2012)
“Yo Soy el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas” (cfr. Jn 10, 11-18). Para graficar la inmensidad del Amor divino por el hombre caído en el pecado, Jesús usa una imagen, la del pastor con sus ovejas, figura que es familiar no solo para la gente de su época, los habitantes de Palestina del año 30 d. C., sino también para la totalidad de las culturas de todos los tiempos.
Con la imagen de un pastor de ovejas, que no solo va en busca de la oveja extraviada, sino que arriesga su vida para rescatarla, Jesús quiere darnos a conocer el misterio del Amor divino por el hombre, y sobre todo el hombre caído en el pecado: así como un pastor, al percatarse que una de sus ovejas ha extraviado el camino, deja al redil en lugar seguro y va a buscarla, así Dios, viendo que el hombre se ha desviado del camino que lo conduce a Él, va en su búsqueda.
Y al igual que un pastor, que decide bajar al barranco porque ve que su oveja no solo se ha perdido, sino que se ha desbarrancado y ha caído en lo hondo del precipicio, así Dios decide auxiliar al hombre que ha caído, desde las alturas de la vida de la gracia en que fue creado, al abismo del pecado.
En la imagen que usa Jesús, la oveja perdida y desbarrancada corre peligro de muerte, porque si no es auxiliada terminará por morir, ya sea de hambre y sed, o por las heridas recibidas, o por la voracidad de los animales salvajes como el lobo, que harán presa fácil de ella. Del mismo modo el hombre, que yace a causa del pecado original en el barranco de la ausencia de Dios, es también fácil presa de los lobos del mundo espiritual, los ángeles caídos, que se arrojan sobre el alma sin Dios con más furia que un lobo sobre su presa.
A su vez, la oveja cae en el barranco porque, desatendiendo los silbidos del pastor, que guía al rebaño a un lugar seguro, se aparta para buscar, por sí misma, pastos que le parecen más apetitosos que aquellos de los que se alimenta el resto de las ovejas. De esta manera, se interna en un sendero cada vez más angosto, que no la lleva a ninguna parte, puesto que finaliza en un peligroso escarpado, al tiempo que no le permite retornar, y cuando lo intenta, cae por el barranco, golpeándose con las piedras de la ladera, fracturándose los huesos y desgarrándose la piel. Es así como queda, tendida en el barranco, sin posibilidad alguna de salir de esta situación que la conduce a la muerte.
Esta actitud temeraria de la oveja que se separa del redil, representa a los cristianos católicos, bautizados, que por un motivo u otro, se alejan de la Iglesia y de su Pastor, Jesucristo, representado en Persona en el Santo Padre. Quien se aleja del Magisterio de la Iglesia, rechazando la comunión con la sede de Pedro, se expone al gravísimo peligro de caer en el abismo de la ignorancia, del error y de la herejía.
El otro aspecto que debemos considerar en esta parábola es la actitud del buen pastor, que da la vida por las ovejas, opuesta a la del mal pastor, aquel que obra solo por el salario, sin importarle ninguna otra cosa.
El buen pastor, al ver a su oveja perdida yaciendo en el fondo del barranco, dejando a seguro las demás ovejas, arriesga su vida, porque decide ir en su rescate, sin importarle si es demasiado joven, o vieja, o si está muy herida; baja por la ladera del precipicio apoyándose en su bastón, con mucho cuidado, porque un paso en falso puede hacerlo caer y golpear su cabeza con las piedras y así perder la vida. El mal pastor, por el contrario, prefiere no arriesgar su vida, y dejar a la oveja herida que agonice en el fondo del precipicio, puesto que en su razonamiento, no vale la pena preocuparse por una oveja herida, y la deja abandonada a su suerte, para que sea devorada por los lobos, quienes se sienten atraídos por la sangre fresca que mana de sus heridas.
El Buen Pastor, el Pastor Sumo y Eterno, es Jesucristo, que baja no a la ladera de un barranco, sino a esta tierra, desde el seno del Padre, encarnándose en el seno de la Virgen, y el bastón con el cual desciende a nuestro abismo es la Cruz; y al llegar, cura al alma con el aceite de su gracia y la alimenta con su Cuerpo y su Sangre, y luego la carga sobre sus hombros, para ascender al Cielo, ya resucitado, y dejarla a salvo en los pastos eternos, el seno de Dios Padre en la eternidad.
Con la parábola del Buen Pastor, Jesús nos quiere hacer ver, entre otras cosas, que sólo la Iglesia, bajo la guía del Vicario de Cristo, es el único lugar seguro que alimenta al alma, la oveja del redil divino, con el pasto verde y el agua fresca de la Verdad eterna del Ser trinitario, revelada en Cristo Jesús.

sábado, 14 de mayo de 2011

Yo Soy la Puerta de las ovejas

"Cristo, Buen Pastor, Pastor Sumo y Eterno,
apacienta nuestras almas,
condúcenos a las praderas eternas,
en donde nunca más tendremos sed ni hambre;
llámanos por nuestro nombre,
y responderemos presurosos
al dulce sonido de tu silbo amable;
llámanos, condúcenos, guíanos hacia Ti, oh Pastor Eterno,
Dios de toda bondad,
y entraremos
en tu calma y en tu amor para siempre,
y Te adoraremos,
exultantes y rebosantes de alegría,
por la eternidad sin fin".

(Domingo IV – TP – Ciclo A – 2011)

“Yo Soy la Puerta de las ovejas” (Jn 10, 1-10). Jesús se da a sí mismo el nombre de “puerta” y el motivo es que a través de Él, el Padre se comunica con los hombres, y los hombres tienen acceso al Padre. Así como en una puerta se pasa de un lado a otro, en ambas direcciones, así por Cristo Puerta el alma, en un movimiento ascendente, uniéndose a su Cuerpo resucitado en la Eucaristía, pasa de este mundo al otro, para entrar en comunión, por el Espíritu Santo, con Dios Padre; en el movimiento descendente, es Dios Padre quien, por medio del Cuerpo resucitado de Cristo, comunica su Espíritu Santo, que santifica y diviniza a los hombres.

Es a través de su Cuerpo resucitado, que Cristo oficia de “puerta”, porque el hombre se une a su Cuerpo, en la Eucaristía, y de Él recibe el Espíritu Santo que, uniéndolo a Él, lo conduce ante la Presencia del Padre, y es por su Cuerpo resucitado, que Dios Padre envía a su Espíritu Santo, como sucedió en el Viernes Santo, en el día de la crucifixión, cuando el soldado romano atravesó el Corazón de Jesús, derramando a través de la herida abierta, Sangre y Agua, y con la sangre y el agua, símbolos de los sacramentos, el Espíritu Santo; es lo que sucede en Pentecostés, cuando Cristo, utilizando su Cuerpo resucitado, espira con su boca el Espíritu Santo sobre la Iglesia reunida en oración; es lo que sucede en la Santa Misa, cuando Cristo, actuando in Persona Christi a través del sacerdote ministerial, utiliza la voz del sacerdote para espirar el Espíritu Santo sobre las ofrendas, para convertirlas en su Cuerpo y en su Sangre.

Así como una puerta comunica en ambos sentidos, así el Cuerpo de Cristo, inhabitado por el Espíritu Santo, comunica el Espíritu a los hombres, y conduce a los hombres, unidos en Cristo, al encuentro con el Padre: “nadie va al Padre sino es por Mí” (cfr. Jn 14, 6).

“Yo Soy la Puerta de las ovejas (…) el pastor entra por la puerta, y ellas conocen su voz (…) las ovejas entran y salen por la puerta y encuentran reposo y alimento”. La Puerta es Jesús, y el Pastor que entra y sale por esa Puerta Santa es Dios Padre, y las ovejas, que son los bautizados en la Iglesia Católica, conocen su voz, porque han recibido su gracia en el bautismo, y han sido convertidos en hijos adoptivos de Dios, y como hijos, conocen la voz del Padre; al entrar en la Puerta que es Jesús, las ovejas encuentran reposo, y son protegidas de las oscuridades de la noche y de las bestias salvajes que acechan, es decir, los bautizados entran y se refugian en el Sagrado Corazón de Jesús, y allí, en ese Cenáculo de amor, se encuentran al abrigo y al reparo de la oscuridad de los infiernos, y de las bestias suprahumanas, los demonios; pero también las ovejas encuentran su alimento, gracias a la Puerta, porque salen por ella para ser conducidas por el pastor a las verdes praderas y a las aguas cristalinas: los bautizados encuentran en Cristo, Sumo Pastor y Pastor Eterno, el alimento de la gracia celestial, la Eucaristía, que los nutre con la substancia misma de Dios. Así como las ovejas, al ser acompañadas por el buen pastor, son conducidas a los prados verdes, en donde pueden satisfacer su hambre, y a las aguas cristalinas, donde sacian su sed, así los bautizados que comulgan la Eucaristía, sacian su sed y su hambre de Dios, porque la Eucaristía los extra-colma con la sobreabundancia del Ser divino que se dona en su totalidad, sin reservas, en cada comunión eucarística.

“Yo Soy la Puerta de las ovejas”. Cristo en la Eucaristía es Puerta que nos conduce al seno de Dios Padre; es Pastor, que pastorea nuestras almas conduciéndonos a los pastos tiernos y al agua cristalina que es la gracia divina; su Sagrado Corazón es la Puerta por donde ingresamos para reposar y descansar de toda fatiga, de todo dolor, de toda tribulación, para hallar la paz del alma y la alegría del corazón que solo Dios puede dar.

Cristo, Buen Pastor, Pastor Sumo y Eterno, apacienta nuestras almas, condúcenos a las praderas eternas, en donde nunca más tendremos sed ni hambre; llámanos por nuestro nombre, y responderemos presurosos al dulce sonido de tu silbo amable; llámanos, condúcenos, guíanos hacia Ti, oh Pastor Eterno, Dios de toda bondad, y entraremos en tu calma y en tu amor para siempre, y te adoraremos, exultantes y rebosantes de alegría, por la eternidad sin fin.