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miércoles, 13 de septiembre de 2023

"Perdona setenta veces siete, sed perfectos, como mi Padre del cielo es perfecto"

 


(Domingo XXIV TO Ciclo A 2023)

         La parábola (cfr. Mt 18, 21-35) trata acerca de dos cosas: una, es la figura del Sacramento de la Confesión, en donde Dios nos perdona nuestros pecados, sean leves o mortales; la otra, es acerca de nuestra actitud, como cristianos, acerca de cuando nosotros debemos perdonar a nuestros prójimos.

         En la parábola, el rey es Nuestro Señor Jesucristo; el deudor del rey, somos nosotros, o cualquier cristiano que comete un pecado, sobre todo mortal; la deuda que tiene el deudor del rey es muy grande y esto se ve en el hecho de que tiene que “vender incluso a su familia”, esta deuda es, ante todo, un pecado mortal, además de todo lo que tiene, para tratar de compensar a su rey por el perdón; el perdón del rey, que perdona a su deudor la enorme deuda, es la absolución de los pecados que recibimos en el Sacramento de la Confesión, en la que Dios Padre, por medio del Sacrificio de su Hijo, derrama la Sangre del Cordero sobre nuestras almas, dejándonos libre de toda culpa, cancelando el pecado del cual nos habíamos confesado, sin importar la gravedad de este, con la condición de que estemos verdaderamente arrepentidos del mismo. Al salir, el deudor del rey, al que le ha sido perdonada una enorme deuda -el pecado mortal-, se encuentra con un prójimo, el cual le debe solo una cantidad muy pequeña de dinero; el deudor del rey, a pesar de haber sido perdonado, no tiene compasión para con su prójimo y le exige el pago total de la pequeña deuda y como no tiene para pagarle, lo hace encarcelar: es el rencor, el enojo y la falta de perdón que tenemos para con nuestro prójimo, a pesar de haber sido perdonados. El enojo del rey -más que justificado, para con el deudor primero, que no quiso perdonar a su prójimo la escasa deuda que tenía para con él- es lo que Dios percibe en nuestras almas, esto es, falta de caridad para con nuestro prójimo y falta de amor agradecido para con Él, cuando, habiendo sido perdonados por Él al precio altísimo de la Sangre de su Hijo derramada en la cruz, nosotros nos olvidamos del perdón que recibimos en el Sacramento de la confesión y lejos de ser agradecidos para con Dios y compasivos para con nuestro prójimo, nos mostramos desagradecidos y olvidadizos con el perdón de Dios en la Confesión y nos mostramos crueles e impiadosos para con nuestro prójimo, al cual no le perdonamos ni la más mínima ofensa que pueda hacernos.

         De esto se sigue la importancia de obrar compasivamente para con nuestro prójimo que nos hace daño, el “perdonar setenta veces siete”, lo cual quiere decir “siempre”, porque si hacemos de esta manera, estaremos dando gracias a Dios por el perdón de los pecados recibidos en el Sacramento de la Confesión, a la vez que imitaremos a nuestro Padre del cielo en su compasión para con nosotros, siendo compasivos para con nuestro prójimo que ha cometido una falta contra nosotros. Solo así, además, seremos como Jesús quiere que seamos, perfectos, como el Padre del cielo: “Sed perfectos, como mi Padre del cielo es perfecto”.

domingo, 22 de junio de 2014

“No juzguen, para no ser juzgados”


“No juzguen, para no ser juzgados” (Mt 7, 1-5). El consejo de Jesús no se limita al mero orden moral: cuando alguien emite un juicio interior negativo acerca de su prójimo, comete en realidad un acto de malicia, porque se coloca en el lugar de Dios, que es el único en grado de juzgar las conciencias. Si el hombre juzga negativamente a su prójimo en su intencionalidad, se equivocará con toda seguridad, porque no puede, de ninguna manera, acceder a su conciencia, a sus pensamientos, y tampoco lo puede hacer el ángel. Sólo Dios puede juzgar las conciencias; de ahí el grave error de erigirnos en jueces de las intenciones de nuestros prójimos, porque de esta manera, nos colocamos en un lugar que de ninguna manera nos pertenece, el lugar de Dios. Por el contrario, como cristianos, nos compete siempre ser misericordiosos en el juicio acerca de nuestro prójimo, ya que de esa manera nunca nos equivocaremos: por un lado, cumpliremos la ley de la caridad, que manda pensar siempre bien de nuestros hermanos; por otro, aunque nos equivoquemos, no nos pondremos en el lugar de Dios, al juzgar las conciencias de nuestros prójimos; y por último, como dice Jesús, “seremos juzgados con la misma medida que usamos para medir” y si fuimos misericordiosos en el juicio hacia nuestros hermanos, entonces Dios será misericordioso para con nosotros.

Esto no quiere decir que no se deban juzgar los actos externos, que son de dominio público: aunque los actos externos de nuestros prójimos sean objetivamente malos -y sí deben ser juzgados, como también deben ser juzgados nuestros propios actos malos externos, para que reciban su justo castigo-, debemos en cambio ser siempre misericordiosos en el juicio de sus actos internos, para recibir también nosotros misericordia de parte de Jesús, Juez Eterno, en el Día del Juicio Final.