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miércoles, 16 de agosto de 2023

“Perdona setenta veces siete”

 


“Perdona setenta veces siete” (Mt 18, 21-19, 1). Pedro le pregunta a Jesús cuántas veces debe perdonar a un prójimo que lo ofenda; llevado por la casuística judía o tal vez por la perfección del número siete para los hebreos, Pedro le pregunta a Jesús, de forma concreta, si debe perdonar “hasta siete veces”; esto quiere decir que, pasado este número, el ofendido podría aplicar la ley del Talión que indicaba una respuesta similar a la ofensa recibida: “Diente por diente, ojo por ojo”. En la mentalidad de Pedro y la de muchos judíos, la perfección del justo sería perdonar siete veces, pero a la octava ofensa, podría aplicar con tranquilidad de conciencia la ley del Talión.

Pero Jesús le responde algo que Pedro ni siquiera podía imaginar: “No te digo que perdones siete veces, sino setenta veces siete”. Manteniendo el número de la perfección para los hebreos, Jesús lo utiliza para indicar que el perdón que sus seguidores, es decir, los cristianos, deben dar a su prójimo, es “setenta veces siete”, lo cual quiere decir, en la práctica, “siempre”. El cristiano debe perdonar “siempre”. Esto es conveniente aclarar porque hay ofensas que duran toda una vida y por eso la aclaración de que el perdón debe ser “siempre” y no hasta un determinado número de ofensas o hasta un determinado paso del tiempo. Esta es la diferencia del perdón cristiano, del perdón del judío.

Ahora bien, hay que hacer otras aclaraciones para determinar el alcance del consejo evangélico de Jesús: el perdón es para las ofensas personales, es decir, para las ofensas que alguien recibe en persona propia y este perdón debe ser “siempre”, pero además, para que sea un perdón según Cristo y no según el propio hombre, debe ser hecho “en nombre de Jesús”: esto significa que el cristiano debe perdonar a su prójimo con el mismo perdón con el cual Cristo nos perdona desde la cruz; de otra manera, no es un perdón cristiano y tampoco válido.

Otra aclaración que debe hacerse es que el perdón cristiano, como dijimos, se aplica a las ofensas recibidas en persona, pero no se aplica a quienes ofenden a Dios, a la Patria y a la Familia: a estos tales, se les debe hacer frente, para no permitir que sean ofendidos. Como dice Jordán Bruno Genta: “Ni Dios, ni la Patria, ni la Familia, son bienes que se eligen. Pertenecemos a ellos y debemos servirlos con fidelidad hasta la muerte. Desertar, olvidarlos o volverse en contra es traición, el mayor de los crímenes”. Es por esta razón que el perdón cristiano no se aplica a quienes profanan el nombre de Dios, a quienes agreden injustamente a la Patria, a quienes pretenden destruir la Familia nuclear, formada por el varón-esposo, la mujer-esposa y los hijos, según el designio de Dios. A Dios, a la Patria y a la Familia, se los defiende, con armas materiales -por eso existen los ejércitos y las Fuerzas Armadas de cada Nación- y con las armas espirituales -Santo Rosario, Santa Misa, Adoración Eucarística, etc.-.

“Perdona setenta veces siete”. En lo que nos concierne como cristianos, debemos perdonar entonces siempre según el mandato de Cristo, pero para llegar a ese perdón, debemos nosotros, meditando a los pies de Jesús crucificado, la magnitud del perdón y del Amor Divino que cada uno de nosotros ha recibido desde el Sagrado Corazón de Jesús traspasado en la cruz.

sábado, 8 de agosto de 2020

“Perdona setenta veces siete”


“Perdona setenta veces siete” (Mt 18, 21–19, 1). Pedro se acerca a Jesús con una pregunta que se origina en la casuística judía: según esta, si alguien sufría una ofensa por parte de su prójimo, debía perdonar hasta siete veces, puesto que el número siete era considerado el número perfecto; a la ofensa número ocho, estaba en libertad de aplicar la ley del Talión, es decir, “ojo por ojo y diente por diente”. Llevado por la duda, Pedro pregunta a Jesús si esto sigue siendo válido, es decir, si el cristiano debe perdonar a su prójimo “hasta siete veces”. La respuesta de Jesús sorprende a Pedro y da la medida con la que el cristiano se debe regir de ahora en adelante, en relación al prójimo que lo ofende: no solo debe perdonar hasta siete veces, sino hasta “setenta veces siete”, lo cual quiere decir, siempre. En otras palabras, ya no rige más la ley del Talión, por lo que el cristiano no debe perdonar hasta cierto punto y luego aplicar la justicia por mano propia, sino que debe perdonar “siempre” a su prójimo y esto significa perdonar al prójimo que nos ofende no solo un día, sino todo el día y todos los días. La razón del perdón cristiano la debemos encontrar en Cristo crucificado: es ahí, en la cruz, en donde Cristo nos perdona “setenta veces siete”, es decir, “siempre”, porque en la cruz Cristo no nos juzga, sino que derrama sobre nosotros su Divina Misericordia, siempre que estemos dispuestos a recibirla. Porque Jesús nos perdona en la cruz siempre, todos los días y todo el día, es que nosotros debemos hacer lo mismo con nuestro prójimo, sobre todo con aquel que nos ofenda todo el día, todos los días. De otra forma, no hay verdadero perdón cristiano. Solo si perdonamos en nombre de Cristo y porque Cristo nos ha perdonado primero, es que nosotros debemos, con el perdón con el que hemos sido perdonados, perdonar a nuestro prójimo que nos ofende. Esta es la razón por la cual la venganza o la justicia por mano propia o el perdonar hasta cierto punto y luego dejar de perdonar, no tienen cabida en el cristiano. Si el cristiano obra así, es decir, si perdona solo hasta cierto punto, si busca venganza o si busca justicia por mano propia, es un cristiano que no se comporta como tal, porque desobedece el mandato de Jesús de perdonar “setenta veces siete”, es decir, siempre.


martes, 10 de marzo de 2015

“Perdona hasta setenta veces siete”


“Perdona hasta setenta veces siete” (Mt 18, 21-35). Pedro le pregunta a Jesús si debe perdonar a su hermano “hasta siete veces” las ofensas que le haga. La razón del número siete es que, para los hebreos, el siete significa plenitud y perfección; de esta manera, perdonando “siete veces”, Pedro suponía que alcanzaba la cima de la perfección espiritual en la nueva religión de su maestro, y una vez llegada a esta, se veía liberado del nuevo precepto, con lo que podía aplicar el precepto de la Ley Antigua: “ojo por ojo y diente por diente”. Es decir, Pedro podía pensar que podía perdonar literalmente siete veces, y en la ofensa número ocho, aplicar la ley del Talión. Sin embargo, la respuesta de Jesús le abre un horizonte absolutamente nuevo e impensado, que deja atrás, definitivamente, a la Ley del Talión. Jesús le dice: “No te digo que perdones siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Si el número siete significaba plenitud y perfección, es evidente que, con esta respuesta, Jesús le está señalando que la Ley del Nuevo Testamento, la Ley Nueva de la caridad, es la máxima plenitud y perfección, que supera infinitamente a la Ley del Antiguo Testamento, la Ley del Talión. Ahora, a partir de Jesús, quien quiera ser perfecto, no sólo deberá perdonar “siete veces”, sino “setenta veces siete”, lo que en la práctica significa: “siempre”. Pero hay algo más agregado: si alguien ofende a otro al punto de obligarlo a perdonarlo setenta veces siete, es porque ese tal es su enemigo; ahora bien, en la Ley Nueva de Jesús, al enemigo, hay que amarlo: “amen a sus enemigos”, es el mandato de Jesús, lo que significa que el perdón con el que se perdonan las ofensas, está basado en el amor, pero no en un amor afectivo, sentimentalista, pasajero, sino en el Amor de Jesús, que es el fundamento del amor cristiano a Dios y al prójimo. Por lo tanto, el mandato de perdonar “siempre”, es decir “setenta veces siete”, es un mandato de amor, de caridad sobrenatural, que tiene su raíz y su origen en el Corazón traspasado de Jesús, que desde la cruz, nos ama y nos perdona a nosotros, sus enemigos, que lo ofendamos una y mil veces, con nuestros pecados, hasta el punto de quitarle la vida, y a pesar de que le quitamos la vida, Jesús nos ama y nos perdona, y el signo de su amor y de su perdón, es su Sangre derramada a través de sus heridas y su Cuerpo entregado en la cruz.

“Perdona hasta setenta veces siete”. Cuando nos asalte la terrible tentación de no perdonar y por lo tanto, de no amar a nuestros enemigos, recordemos que en la Santa Misa se renueva y se actualiza, de modo incruento y sacramental, el signo del perdón divino, pues Jesús realiza en el altar eucarístico el mismo sacrificio del Calvario: derrama su Sangre en el cáliz y entrega su Cuerpo en la Eucaristía. Por este motivo, no podemos comulgar, es decir, no podemos unirnos a Jesús Eucaristía, si no perdonamos a nuestros enemigos con el mismo perdón con el que Jesús nos perdona desde la cruz.

domingo, 16 de marzo de 2014

“Perdonen y serán perdonados”


“Perdonen y serán perdonados” (Lc 6, 36-38). Jesús pone como requisito para poder ser perdonados –y por lo tanto, para poder entrar en el Reino de los cielos-, el perdonar a nuestros enemigos. En realidad, se trata de imitarlo a Él, que desde la cruz nos perdonó a nosotros, que con furia deicida, le quitamos la vida con nuestros pecados. Pero yendo aun más lejos, se trata de imitar a Dios Padre, porque en última instancia, a quien ofendimos con el decidio de la cruz, fue a Dios Padre, porque al matar a Jesús en la cruz, matamos al Hijo de Dios, al Hijo de Dios Padre, pero Dios Padre, en vez de aniquilarnos, como lo exigía la Divina Justicia, abrió de par en par las puertas de la Divina Misericordia, el Corazón traspasado de su Hijo en la cruz, dejando que fluyeran los torrentes inagotables de la Divina Misericordia, la Sangre y el Agua que contienen el Espíritu Santo, que no solo perdona todos los pecados, sino que concede la filiación divina y enciende con el Fuego del Amor Divino el corazón de todo aquel que se postra en adoración ante Cristo crucificado, pidiendo perdón por sus pecados con un corazón contrito y humillado.

“Perdonen y serán perdonados”. Quien se niega a perdonar, no solo niega a su prójimo el perdón: se niega a sí mismo la posibilidad de recibir el perdón divino, porque es el requisito indispensable para recibir el perdón de Dios concedido con la efusión de Sangre de su Corazón traspasado. Por el contrario, el que perdona, abre para sí y para su prójimo los torrentes inagotables de la Divina Misericordia, que fluyen ininterrumpidamente del Sagrado Corazón de Jesús.

martes, 29 de marzo de 2011

Perdona siempre, para siempre

El hijo pródigo
(Rembrandt)
El padre abrazando al hijo pródigo
es la imagen del Amor misericordioso
de Dios
que por la muerte en cruz de Jesús
perdona al alma en la confesión sacramental.
Éste es el fundamento del perdón del cristiano
a su enemigo

“Perdona siempre para siempre”. Tal vez así podríamos resumir el mandato de Jesús de perdonar “setenta veces siete” (cfr. Mt 18, 21-35). Es quizás en este mandato, más que en el primero –amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo-, en donde el cristianismo se revela como religión de origen divino y por lo tanto la verdadera y única religión. Por que en el mandato de amar a Dios y al prójimo se especifica lo que es una tendencia natural en el ser humano: en todo ser humano está inscripta la tendencia a amar, tanto a Dios como al prójimo.

Es verdad que Jesús le agrega el hecho de amar como Él lo hizo, hasta la muerte de cruz, pero es la sobrenaturalización de una tendencia natural. En cambio, en el mandato de perdonar a quienes nos ofenden y aún más, amar a quienes son, por algún motivo, nuestros enemigos, el cristianismo se presenta como una religión que va más allá –jamás en contra, sino más allá- de las tendencias naturales. Perdonar a quien nos ofende, siempre y para siempre –setenta veces siete- es un mandato de origen divino, porque va más allá de nuestras fuerzas naturales.

Por naturaleza, tendemos a perdonar –si es que perdonamos-, una o dos o un poco más de veces, pero nunca siempre. Tenemos la tendencia más bien a la ley del Talión: ojo por ojo y diente por diente, antes que a perdonar a nuestros enemigos la ofensa permanente.

Cumplir este mandato es imposible humanamente, porque excede nuestras fuerzas. Pero Jesús no manda lo imposible: si manda, da la fuerza necesaria para cumplir lo que manda.

Nos sirve de modelo y ejemplo desde la cruz, ya que Él mismo perdona la ofensa e injuria más grande que puede hacerse a un hombre, como es el de quitarle la vida: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34), es una de las palabras pronunciadas desde la cruz. Y si Jesús lo dice y lo hace, eso mismo debe decir y hacer el cristiano, si es que quiere llevar ese nombre en verdad y no solo nominalmente.

Es decir que cuando Jesús nos manda perdonar a nuestros enemigos, nos está diciendo en realidad que lo imitemos a Él, que desde la cruz perdonó a quienes le quitaban la vida. Pero quienes le quitaban la vida no eran solo aquellos que materialmente ejecutaban la crucifixión, sino que, en realidad, quienes le quitaron la vida en la cruz fuimos todos los seres humanos, con nuestros pecados. Fueron nuestros pecados los que le provocaron la angustia mortal en el Huerto y fueron nuestros pecados los que llevaron a la justicia divina a considerarlo culpable, siendo Él inocente, el Cordero sin mancha. Entonces, desde la cruz, Jesús nos perdona a cada uno de nosotros, con un perdón y una misericordia infinitas, de ahí que el cristiano, que recibe misericordia y perdón infinitos desde la cruz por parte del Hombre-Dios, no tenga excusas para no perdonar siempre y para siempre al prójimo que lo ofende. Jesús, perdonándonos desde la cruz, es nuestro modelo de perdón para nuestros enemigos. Pero no es solo modelo, sino fuente y manantial de misericordia divina, la única que nos permite perdonar no con nuestras fuerzas, sino con la fuerza del Amor divino.

No nuestras fuerzas, sino solo el Amor de Dios que late en el Sagrado Corazón puede darnos fuerzas para perdonar a nuestros enemigos –ya sean personales, o a los enemigos de la Patria o a los enemigos de Dios- como el mismo Sagrado Corazón nos perdonó. Y a ese Sagrado Corazón lo recibimos, vivo y resucitado, latiendo con toda la fuerza del Amor divino, en cada comunión eucarística y es en la unión espiritual con el Sagrado Corazón, es en la fusión del alma con el fuego del Amor de Dios que late en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, con el cual podemos perdonar a nuestros enemigos siempre y para siempre.