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miércoles, 20 de octubre de 2021

“El Reino de Dios es como una semilla de mostaza”

 


“El Reino de Dios es como una semilla de mostaza” (Lc 13, 18-21). Para entender la parábola de Jesús del Reino de Dios como una semilla de mostaza, debemos reemplazar los elementos naturales y sensibles de la imagen, por los elementos sobrenaturales e invisibles. Los elementos son: una semilla de mostaza, en sus inicios, pequeña y luego al final de su desarrollo, grande como un árbol; luego, tenemos los pájaros del cielo, que van a hacer nido en la semilla de mostaza convertida en árbol. ¿Qué representa cada imagen? La semilla de mostaza, tal como es en sí, pequeña, es el alma humana, la cual en sí misma es pequeña, cuando se la compara con las naturalezas angélica o divina y es todavía más pequeña –los santos la llaman “nada más pecado”- cuando el alma tiene en sí el pecado original o cualquier otro pecado; la semilla de mostaza convertida en árbol, es el mismo hombre, que no solo no tiene el pecado, sino que tiene consigo la gracia santificante, la cual actúa como el agua y el sol sobre la semilla: así como el agua y el sol permiten que la semilla se convierta en árbol, así la gracia permite que el alma crezca en santidad y en gracia, hasta llegar a configurarse al Hombre-Dios Jesucristo, porque eso es lo que simboliza el árbol de mostaza, al alma que, por la gracia, se configura con Jesucristo. Por último, están los pájaros del cielo, que van a hacer nido en el árbol. ¿Qué representan estos pájaros? Podemos que estos pájaros son tres, aunque no lo dice el Evangelio y por lo tanto, representan a las Tres Divinas Personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que van a hacer morada en el alma en gracia. Es decir, las Tres Divinas Personas, que habitualmente viven en los cielos eternos, aman tanto al alma en gracia, que dejan el cielo, por así decirlo, para ir a morar, a habitar, en el alma en gracia.

“El Reino de Dios es como una semilla de mostaza”. Apreciemos entonces la gracia santificante, que es la que nos permite configurarnos con Cristo y es la que convierte al alma en morada de la Santísima Trinidad.

 

sábado, 3 de julio de 2021

“Jesús envió a los Doce y les dio poder para curar enfermos y expulsar demonios”

 


(Domingo XV - TO - Ciclo B – 2021)

         “Jesús envió a los Doce y les dio poder para curar enfermos y expulsar demonios” (cfr. Mt 6, 7-13). Jesús envía a los Apóstoles para que “prediquen la conversión” y les concede poder para curar enfermos y expulsar demonios. La actividad apostólica consiste, esencialmente, en el llamado a la conversión del corazón, es decir, que el corazón del hombre, corrompido por el pecado original y por eso apegado a esta vida terrena y a los falsos placeres del mundo, se despegue de la mundanidad y se eleve, llevado por la gracia, a la contemplación del Hombre-Dios Jesucristo, la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en la Humanidad santísima de Jesús de Nazareth. Si el hombre, por el pecado original de Adán y Eva, cayó del Paraíso, quedando incapacitado para elevarse a Dios, ahora es Dios, en Cristo Jesús, quien baja del Cielo, para elevar al hombre a la unión con la Santísima Trinidad. Es en esto en lo que consiste la conversión que van a predicar los Apóstoles por orden de Cristo, siendo la curación de enfermos y la expulsión de demonios sólo signos que testifican que la conversión predicada por los Apóstoles es de origen divino y no humano.

         Esta conversión, que implica esencialmente el desapego de la vida mundana y la elevación del corazón a la unión con la Trinidad, es en lo que consiste el Reino de los cielos y es por lo tanto la novedad absoluta del catolicismo: el hombre no ha sido creado para esta vida terrena, natural, sino para la vida eterna, sobrenatural, en unión eterna con las Tres Divinas Personas. Es el concepto de bienaventuranza eterna celestial, en unión por el amor y la gloria a las Personas de la Trinidad, en lo que consiste la novedad completamente absoluta del catolicismo. El mensaje opuesto de Cristo es el del Anticristo: es la mundanidad, el permanecer apegados al hombre viejo y sus concupiscencias, el llamar “derecho humano” a lo que es pecado, el tratar de convertir, vanamente, a esta tierra en un paraíso terrenal.

         Los Apóstoles son enviados a predicar la conversión, para que así el alma se prepare, por la gracia, ya desde esta vida terrena, a la eternidad en la bienaventuranza de la contemplación de las Tres Divinas Personas es el Reino de los cielos. Ahora bien, esa eternidad gloriosa y bienaventurada comienza ya aquí, en la tierra, en medio de las tribulaciones y las persecuciones, cuando el alma está en gracia, porque por la gracia santificante, las Tres Divinas Personas –Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo-, vienen a inhabitar, a hacer morada, en el alma del justo, en el alma del que está en gracia, según las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica.

         “Jesús envió a los Doce y les dio poder para curar enfermos y expulsar demonios”. Se equivocan quienes hacen consistir el cristianismo en la curación de enfermedades y en la expulsión de demonios: el cristianismo es convertir el corazón a Jesús de Nazareth, por medio de la gracia, para vivir ya aquí en la tierra en la contemplación, por la fe, de las Tres Divinas Personas, como anticipo de la contemplación en la gloria en la eternidad, de la Santísima Trinidad y del Cordero, en el Reino de los cielos. Es en eso en lo que consiste la novedad absoluta del catolicismo y es para eso, para contemplar a la Trinidad en la eternidad, es que hemos sido bautizados en la Iglesia Católica.

“Curad enfermos expulsad demonios y anunciad que el Reino de los cielos está cerca”

 


“Curad enfermos expulsad demonios y anunciad que el Reino de los cielos está cerca” (Mt 10, 7-15). Jesús envía a sus discípulos, a su Iglesia Naciente, a evangelizar, a anunciar la Buena Noticia, que es la Llegada del Reino de los cielos. Les concede poder, participado de su propio poder divino, de curar enfermos y expulsar demonios, como signos o señales de que lo que están anunciando viene de Dios. Es decir, les da el poder de hacer obras milagrosas propias de Dios, como las curaciones de enfermos y las expulsiones de demonios, como hechos que confirman el anuncio esencial del cristianismo: el Reino de los cielos está cerca. Es importante hacer estas consideraciones porque muchos, dentro y fuera de la Iglesia Católica, han invertido las señales y han confundido las cosas: para estos, el Reino de los cielos es la curación de los enfermos y la expulsión de demonios; es decir, en esto consiste, para estos cristianos, la llegada del Reino de los cielos. Por ejemplo, en la inmensa mayoría de las sectas evangélicas, los encuentros se basan en una supuesta curación milagrosa de enfermos, o en el exorcismo demoníaco practicado masivamente; algo similar sucede en algunos movimientos católicos, en donde las misas son de “sanación”, para curar enfermedades del orden que sea y también se realizan con el fin de exorcizar demonios. Para estos movimientos, evangélicos y católicos, el Reino de los cielos es curación de enfermedades y expulsión de demonios, pero esto es invertir los términos, es confundir las señales al lado del camino con el camino mismo y con el fin del camino: la curación de enfermedades y la expulsión de demonios son sólo signos o señales que indican que el Reino de los cielos está cerca; en otras palabras, el Reino de los cielos no consiste en que todos estemos curados de enfermedades corporales y libres de la influencia del Demonio: estas cosas son señales o signos que indican que ha llegado a los hombres el Reino de Dios, pero no son ni consisten en el Reino de Dios. El Reino de Dios comienza aquí en la tierra con la posesión en el alma de la gracia santificante, posesión que hace que las Tres Divinas Personas de la Trinidad inhabiten en el alma, todo lo cual es un anticipo, ya en la tierra, de aquello que sucederá luego de nuestra muerte terrena, si es que morimos en gracia: la gracia se convertirá en gloria y las Tres Divinas Personas de la Trinidad, que inhabitan en el alma en la oscuridad de la fe, podrán ser vistas cara a cara, por el alma glorificada, para toda la eternidad. Es en esto en lo consiste el Reino de Dios, y no en la curación de enfermedades y en la expulsión de demonios.

sábado, 5 de junio de 2021

“El Reino de Dios es como un grano de mostaza”

 


(Domingo X - TO - Ciclo B – 2021)

“El Reino de Dios es como un grano de mostaza” (Mc 4, 26-34). Jesús compara al Reino de Dios con un grano de mostaza: primero es "la semilla más pequeña de todas", pero luego crece, hasta formar un gran arbusto, en el que van a hacer nido los pájaros del cielo. Es decir, Jesús utiliza tres imágenes para darnos una idea de lo que es el Reino de los cielos: una semilla de mostaza, un árbol, unos pájaros -tres- del cielo.

Ahora bien, puesto que es obvio que el Reino de Dios no consiste en estas imágenes, sino que está representado visiblemente por estas imágnes sensibles -porque la realidad visible nos lleva a la realidad invisible, dice Santo Tomás-, podemos preguntarnos qué es lo que Jesús quiere decirnos con esta parábola?

Ante todo, hay que recordar que Jesús también dice que “el Reino de Dios está entre ustedes” y puesto que es un reino invisible, ese “estar entre ustedes” es “estar en ustedes”, con lo que el Reino de Dios, aquí en la tierra, es la gracia santificante, ya que es la gracia lo que tenemos del Reino en esta vida terrena. A partir de esto, podemos analizar, de manera sobrenatural, los elementos de la imagen. La semilla de mostaza, al inicio, pequeña, frágil, que todavía no se ha convertido en un gran arbusto, es el alma humana, tal como es creada por Dios: pequeña, frágil; esa misma semilla, ya convertida en arbusto grande o incluso hasta en un árbol, es esa misma alma humana, que era pequeña, pero que por la gracia, ha crecido espiritualmente de una manera que supera miles de veces su tamaño original. Esto significa que el alma sin la gracia divina es pequeña –además de tener el pecado original-, pero con la gracia santificante, se convierte en un enorme arbusto, es decir, la gracia santificante, al hacer al alma partícipe de la vida divina, la hace partícipe de la vida de Cristo y Cristo, que es Dios, posee en Sí mismo todas las virtudes, todas las perfecciones, todos los dones, en grado infinito, máximo, y hace participar al alma de todas estas perfecciones suyas –caridad, bondad, misericordia, justicia, fortaleza, etc.- y así el alma que está en gracia, al ser partícipe de la vida del Hombre-Dios Jesucristo, es partícipe también de sus virtudes, quien más, quien menos, pero todos son hechos partícipes de las virtudes y dones de Cristo y es así como el alma crece en santidad, participando de la vida de Cristo, imitándolo a Él y convirtiéndose en un alma santa, que participa de la santidad de Cristo. Esta alma, así convertida en santa por la gracia de Jesucristo, es la semilla que se convierte en arbusto grande o en árbol.

Por último, debemos considerar los otros integrantes de la parábola, que aparecen al fin de la misma y son los pájaros del cielo. ¿Qué representan los pájaros del cielo, que van a hacer nido en lo que era una semilla de mostaza y se ha convertido, por la gracia de Cristo, en un árbol frondoso, en un alma santa? Los pájaros del cielo, que son tres, representan a las Tres Personas de la Santísima Trinidad, que hacen del alma, del corazón y del cuerpo de quien está en estado de gracia, su morada, pues es una verdad de fe, que nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, que las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad inhabitan en el alma del justo, es decir, del que está en gracia, como un anticipo de la inhabitación en la gloria en el Reino de los cielos.

“El Reino de Dios es como un grano de mostaza”. Nuestra alma, por sí sola, es pequeña, débil y frágil como un grano de mostaza. Que sea la gracia santificante de Nuestro Señor Jesucristo, que se nos comunica por los Sacramentos, la que la convierta en un árbol de gran tamaño, en un alma santa, en cuyo corazón vengan a inhabitar, en el tiempo de nuestra vida terrena, las Tres Divinas Personas de la Trinidad, como un anticipo de la visión beatífica en el Reino de los cielos.

sábado, 24 de octubre de 2020

“El Reino de Dios se parece a una semilla de mostaza”

 


“El Reino de Dios se parece a una semilla de mostaza” (Lc 13, 18-21). Jesús compara al Reino de Dios con una semilla de mostaza: ésta es primero una semilla pequeña, pero luego, al crecer, se convierte en un arbusto de gran tamaño, en el que van a hacer su nido las aves del cielo. Para entender un poco mejor la parábola, es necesario reemplazar sus elementos naturales por los sobrenaturales. Así, la semilla de mostaza, pequeña, es el alma sin la gracia de Dios; esa misma semilla de mostaza, plantada y crecida, que alcanza el tamaño de un gran arbusto, es la misma alma del hombre, pero que, con la gracia de Dios, alcanza una estatura enorme, pues se configura y participa de la vida del Hombre-Dios Jesucristo, es decir, la semilla de mostaza convertida en arbusto enorme, es el alma que por la gracia es partícipe de la vida de Jesucristo. El alma, sin la gracia, es pequeña como una semilla de mostaza; con la gracia de Dios, se agiganta espiritualmente, porque se convierte en imagen de Jesucristo. Un último elemento en esta parábola son “los pájaros del cielo” que van a hacer sus nidos en las ramas de la semilla de mostaza devenida en gran arbusto: esos pájaros –que son tres- representan a las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad, que por la gracia, van a inhabitar en el alma del que está en gracia. En efecto, es doctrina de la Iglesia que Dios Uno y Trino inhabita en el alma del justo, en el alma del que está en gracia de Dios.

“El Reino de Dios se parece a una semilla de mostaza”. Que nuestros corazones, pequeños como un grano de mostaza, se conviertan en imagen del Sagrado Corazón de Jesús, en donde habita “la plenitud de la divinidad”; que por la gracia, nuestros corazones se conviertan en imagen y semejanza del Corazón de Jesús, en donde hagan su nido los pájaros del cielo, las Tres Divinas Personas.

 

lunes, 28 de octubre de 2019

“El Reino de Dios se parece a un grano de mostaza”




“El Reino de Dios se parece a un grano de mostaza” (Lc 13, 18-21). Jesús compara al Reino de Dios con un grano de mostaza: primero es pequeño, muy pequeño y luego de sembrado, empieza a crecer hasta convertirse en un frondoso y alto arbusto, al que van a hacer su nido los pájaros del cielo. Para entender la parábola, es necesario hacer una transposición analógica entre los elementos naturales y los sobrenaturales, ya que a cada elemento de la naturaleza le corresponde uno sobrenatural. Así, el grano de mostaza, en su estado natural, pequeño, es el alma humana, sin la gracia de Dios: así como el grano es pequeño, así lo es el alma en comparación con Dios; el grano de mostaza ya crecido y convertido en enorme arbusto, es el alma que, por la gracia de Dios, adquiere, por participación, una nueva vida que antes no tenía, la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios. Por último, en el arbusto frondoso van a hacer su nido las “aves del cielo”. ¿Qué representan estas aves? Representan a las Tres Divinas Personas que, por la gracia de Dios, van a inhabitar en el alma del justo.

jueves, 6 de abril de 2017

“Desde antes que naciera Abraham, Yo Soy el Dios de la Eucaristía”


“Desde antes que naciera Abraham, Yo Soy” (Jn 8, 51-59). Jesús manifiesta su divinidad, aplicándose para sí el nombre de Dios –Yo Soy-, con el cual los judíos conocían al Único Dios verdadero. Es decir, los judíos conocían a Dios y lo conocían por su nombre, revelado por Él mismo: “Yo Soy”, pero ahora, cuando ese mismo Dios se les auto-revela en Jesucristo, encarnado, y les manifiesta que en Dios hay una Trinidad de Personas, en vez de darle gracias por haberlos elegido para ser destinatarios privilegiados de esta revelación divina, que no tiene otro motor que el Amor y la Misericordia de Dios, pretenden matarlo, acusándolo falsamente de blasfemia: “Entonces tomaron piedras para apedrearlo”.  
Es decir, los judíos quieren matar a Jesús por el solo hecho de revelar la Verdad última acerca de la divinidad, que es la Trinidad de Personas en Dios, y que Él es la Segunda de esas Tres Divinas Personas, encarnada. Con esta actitud, demuestran que el espíritu que los guía no es el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, sino el espíritu del Príncipe de las tinieblas, el Demonio, porque el Demonio es “homicida desde el principio”. Ésa es la razón por la que Jesús les dice que ellos no tienen por padre a Abraham, sino al Demonio: “Vuestro padre es el Demonio” (Jn 8, 44).

“Desde antes que naciera Abraham, Yo Soy”. También a nosotros, los católicos, Jesús, el Hombre-Dios, se nos revela desde la Eucaristía, en donde está Presente en Persona, y nos dice: “Desde antes que naciera Abraham, Yo Soy el Dios de la Eucaristía”. Si negamos la divinidad de Cristo en la Eucaristía, cometemos el mismo error de los judíos.

miércoles, 29 de marzo de 2017

“Los judíos querían matarlo porque se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre”


“Los judíos querían matarlo porque se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre” (Jn 5, 17-30). Jesús revela de sí mismo su condición de Dios Hijo, procedente del Padre, consubstancial al Padre –y por lo tanto al Espíritu Santo- y, por lo tanto, revela la armonía que existe en las Tres Divinas Personas, en el querer ad intra y en el obrar ad extra: “Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo”. Esta unidad en la acción, que se deriva de la participación de la misma naturaleza divina y del mismo Acto de Ser divino trinitario por parte de las Tres Divinas Personas, refleja la perfección infinita de Dios Trinidad: si hubiera disenso entre las Divinas Personas, Dios no sería tal, porque no sería perfecto. Afirmar lo contrario, es decir, afirmar división y disensión al interno de la Trinidad, es una falsedad y una herejía.
“Lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo”: lo que es una Verdad revelada, y por lo tanto, fuente de alegría y gozo para los hombres, que descansan de sus tribulaciones con la seguridad de que Dios Trino crea y conduce el universo hacia la final santificación, constituye para los judíos por el contrario una blasfemia, porque rechazan la Trinidad en Dios, permaneciendo en la revelación de Dios como meramente Uno y no Trino y por ese motivo buscan matar a Jesús: “Los judíos querían matarlo porque se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre”.
“Lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo”. La Creación –en el Génesis-, la Redención –en el Calvario-, la santificación y purificación –en Pentecostés- es obra de un mismo Dios, que es Trinidad de Personas, que crea, redime y santifica, y gobierna el mundo, desde la Creación, hasta el Apocalipsis, hasta la renovación total del mundo en el Espíritu Santo, cuando creará el “cielo nuevo y tierra nueva”. No hay ni un segundo de la historia, de la humanidad y del hombre, en que Dios Trino no esté Presente con su Querer, su Amor y su Obrar conjunto y armónico en sus Tres Divinas Personas. Y si esto es válido para el universo creado, visible e invisible, lo es aún más para la obra maestra de la Trinidad, la Santa Misa, renovación incruenta y sacramental del Sacrificio de Jesús en la Cruz:
“Mi Padre trabaja y Yo también trabajo”. La Trinidad de Personas trabaja en la obra de nuestra redención y santificación, todos los días, haciendo que el sacrificio de la Cruz nos sea accesible a todos los hombres de todos los tiempos y lugares, por la Santa Misa. No hagamos vano el trabajo de la Trinidad, no desperdiciemos ni despreciemos su obra maestra, el santo sacrificio del altar y aprovechémoslo cada vez que nos sea posible, no sea que lo lamentemos cuando ya sea demasiado tarde.


sábado, 30 de abril de 2016

“El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos morada en él”


(Domingo VI - TP - Ciclo C – 2016)

“El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos morada en él” (cfr. Jn 14, 29-39). Antes de su Pasión, en la Última Cena, Jesús hace diversas revelaciones: que en Dios hay Tres Personas y que la Tercera Persona es el Espíritu Santo, con lo cual Dios es Uno en naturaleza y Trino en Personas; que la Tercera Persona, el Amor del Padre y del Hijo, será enviado por el Padre luego de que Él muera en la cruz y que el Espíritu Santo “les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho”; revela también cuál es la causa última por la que Él ha venido de este mundo para sufrir su Pasión y Muerte en cruz, y es el don del Amor de Dios, el Espíritu Santo, que hará que el Padre y el Hijo moren en el corazón de quien ame a Jesús y cumpla sus mandamientos: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él”.
Son todas revelaciones de carácter sobrenatural, todas las cuales no serían nunca posibles de conocer por la sola razón humana, puesto que son verdades que sólo las conoce Dios y sólo Dios puede darlas a conocer, aunque también es cierto que sólo Dios puede hacer que no solo sean conocidas, sino amadas en cuanto tales, en cuanto verdades sobrenaturales, es decir, verdades que se encuentran en Dios y que se refieren a Dios.
El pasaje es uno de los pasajes centrales de la fe católica desde el momento en que la constituye como fe propia de la Iglesia Católica, enseñadas y creídas sólo por la Iglesia Católica y que determinan profundamente nuestra vida de fe, por lo que también guiar –o al menos, deberían hacerlo- nuestra vida de oración y nuestra vida cotidiana hacia una vida de santidad cada vez mayor.
¿De qué manera estas verdades divinas reveladas por Jesús, determinan nuestra vida de oración, de fe y la vida de todos los días?
Ante todo, Jesús revela que Dios es Uno y Trino al señalar que hay Tres Personas en Dios: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Esto significa que el católico no cree en un Dios meramente Uno y que la semejanza en la fe en Dios Uno con otras religiones monoteístas comienza y termina ahí, en que Dios es Uno: el católico cree que Dios es Uno y Trino, es decir, Uno en naturaleza y Trino en Personas y que, al haber Personas Divinas en Dios, esas Divinas Personas conocen y aman, es decir, se pueden establecer relaciones de tipo interpersonal con estas Divinas Personas, de un modo análogo a como se establecen las relaciones interpersonales entre las personas humanas. Esto quiere decir también que el católico cree en un Dios a cuyas Divinas Personas se las puede hablar y se puede con ellas dialogar; significa que a esas Divinas Personas se las puede amar, así como se ama a las personas humanas y los ejemplos de santos que han establecido relaciones personales con las Tres Divinas Personas, abundan a lo largo de la historia de la Iglesia; sólo por mencionar, Santa Isabel de la Trinidad y la Sierva de Dios Francisca Javiera del Valle. Esta verdad de Dios como Trinidad de Personas, con las cuales se puede establecer un vínculo de fe y de amor, es incompatible con las creencias de la Nueva Era, que niegan la existencia de una Trinidad de Personas en Dios y que afirman que si hay algo a lo que se puede llamar “divinidad”, esta divinidad es una especie de energía cósmica impersonal, de la cual el hombre es sólo una parte de la misma. La incompatibilidad de estas creencias neo-paganas es evidente, desde el momento en que, como se puede ver, con una energía impersonal es imposible establecer relaciones interpresonales. Es aquí entonces en donde radica la incompatibilidad de las creencias orientales –yoga, reiki, Lilah, budismo, hinduismo, sincretismo, panteísmo, etc.- con la fe católica y que practicar estas creencias, propias de la Nueva Era, supone necesariamente abandonar la fe católica, en la teoría y en la práctica.
La otra verdad que revela Jesús, propia de la fe católica, es la de la inhabitación trinitaria en el alma: es decir, Jesús revela no solo que Dios es Uno y Trino, sino que las Tres Divinas Personas “hacen morada” en el alma en gracia, es decir, en el alma que, iluminada por la gracia, ame al Padre y al Hijo: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos morada en él”: esto quiere decir que, el que ama a Jesús y cumple sus mandamientos –por ejemplo, amar al enemigo, cargar la cruz todos los días y seguirlo-, es porque ya está en él el Espíritu Santo, y es el Espíritu Santo el que convierte el cuerpo del alma fiel en su templo más preciado (cfr. 1 Cor 6, 19) y el alma en morada celestial, y tan hermosa, que el Padre y el Hijo deciden dejar los cielos en donde habitan –por así decirlo- para ir a “hacer morada” en el alma de aquel que los ama: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos morada en él”.
Otra verdad que Jesús revela es que la Tercera Persona de la Trinidad, el Amor Divino, será enviado por el Padre y por Él para que “les enseñe y recuerde todo lo que Él ha dicho”, es decir, Jesús revela las funciones del Espíritu Santo en el alma y en la Iglesia: enseñar y hacer recordar lo que Jesús hizo y dijo, que son estas verdades de carácter sobrenatural, porque son verdades que ninguna creatura –ni ángel ni hombre alguno- es capaz de alcanzar por sí mismas, por lo que necesitan ser reveladas, como lo hace Jesús, pero además necesitan ser “enseñadas y recordadas”, que es lo que hace el Espíritu Santo. Precisamente, cuando no es el Espíritu Santo el que enseña estas verdades, la razón humana, sin la luz del Espíritu de Dios, reduce todas estas verdades a su estrecha capacidad y convierte el Evangelio en un método de auto-ayuda, o lo contamina con ideologías totalmente extrañas al Evangelio, y es así como surgen los cismas y las herejías dentro de la Iglesia.

“El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos morada en él”. Por último, la fe trinitaria del católico debe, necesariamente, manifestarse en su fe y en su oración -debe creer en las Tres Divinas Personas y rezar a las Tres Divinas Personas- y, para ser verdaderamente fe, debe manifestarse en obras (cfr. 2 Sant 18), porque las obras son la señal de que se cree en Jesucristo, Dios Hijo, que es igual al Padre –“El que me ve, ve al Padre” (cfr. Jn 14, 9)- y que es Quien, con el Padre, envía el Espíritu Santo, el Amor de Dios, al corazón del fiel, para que sea este Amor Divino el que, a su vez, atraiga al Padre y al Hijo para que “hagan morada” en él. Es decir, el que es fiel a las palabras de Jesús, el que cumple sus Mandamientos, es amado por el Espíritu Santo y el Espíritu Santo, viviendo en él, convierte su cuerpo en su templo y el corazón en una morada tan agradable a Dios, que el Padre y el Hijo deciden dejar los cielos para ir a morar en el alma del que vive en gracia. Es por esto que decimos que la fe en Dios Trino debe guiarnos a una vida de santidad cada vez mayor.

miércoles, 6 de enero de 2016

Infraoctava de Navidad 3 - El Padre adoptivo



         San José es el varón santo y justo que destaca por sobre todos los varones santos y justos por su pureza, su castidad y su santidad. Pero también destaca porque es el elegido por la Trinidad beatísima para ser el reemplazante de cada una de las Tres Divinas Personas en la tierra: es elegido por Dios Padre, para que continúe y prolongue en la tierra la paternidad celestial que Él ejerce por haber engendrado al Verbo Unigénito desde la eternidad: Dios Padre quiere que San José, ejerciendo la paternidad adoptiva con su Hijo Unigénito, sea para Dios Hijo su imagen viviente y su recuerdo permanente, de manera que Dios Hijo, al ver a San José, vea reflejado al Padre Eterno; Dios Hijo lo elige para que sea su padre adoptivo, de manera de ver reflejado en San José, en tanto lo permiten los límites de la naturaleza humana, a su Padre Dios, para amarlo con el mismo Amor con el que ama a su Padre celestial, el Espíritu Santo: en otras palabras, Dios Hijo, engendrado por el Padre desde la eternidad, quiere que San José sea su padre adoptivo en el tiempo, para ser criado y educado por él en su naturaleza humana y así poder amarlo con el Amor de Dios, el Espíritu Santo; Dios Espíritu Santo, Esposo de María Santísima, elige a su vez a San José, para que sea una prolongación de su divina esponsalidad, siendo para María Santísima un esposo casto, puro, amable y respetuoso, que la ame en su condición de esposo meramente legal, con el Amor Santo de Dios. Por último, la Trinidad en su conjunto elige a San José para que sea el Jefe de la Sagrada Familia de Nazareth, de manera que,  con su trabajo terreno, sea instrumento de la Divina Providencia, que asiste en toda necesidad a la Madre y al Hijo. Por todo esto, la santidad de San José, varón casto, puro y santo, excede, con mucho, la santidad de los más santos entre los santos.

martes, 14 de julio de 2015

“Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación”


“Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16, 15-20). Jesús resucitado se aparece a sus discípulos y los envía a la misión: el terreno a misionar es “toda la creación” (todo el mundo) y el objetivo de la misión es “anunciar la Buena Noticia”. ¿Cuál es la Buena Noticia? La Buena Noticia de que Él, el Hijo de Dios encarnado, ha muerto en cruz y ha resucitado, para no solo perdonar los pecados, destruir la muerte y derrotar al demonio, sino ante todo, para conceder la filiación divina a todos y cada uno de los que crean en Él, para convertirlos hijos adoptivos de Dios y en herederos del Reino. La Buena Noticia es también que Él se ha quedado en medio de nosotros, en la Eucaristía, en el sagrario, para acompañarnos “todos los días, hasta el fin del mundo”, para consolarnos en nuestras penas, para fortalecernos en nuestras debilidades, y para donársenos como Pan Vivo bajado del cielo, que concede a quien lo consume con fe y con amor, todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, que es el Amor trinitario de Dios Uno y Trino.

Es esta la Buena Noticia que todo cristiano debe anunciar: que Jesús no solo ha resucitado y ha dejado libre y vacío el sepulcro, sino que, a partir de Domingo de Resurrección, está en cada sagrario, en la Eucaristía, en acto de donación de su Ser divino trinitario y de todo el Amor infinito y eterno de su Sagrado Corazón. El cristiano debe anunciar esta Buena Noticia, que permite que todas las buenas noticias humanas sean verdaderas y buenas y tengan sentido, y sin la cual, ninguna noticia es buena en realidad. Pero a su vez, la Buena Noticia del Evangelio de Jesús, de su muerte y resurrección y de su Presencia gloriosa y resucitada en la Eucaristía, es a la vez el preludio de otra Buena Noticia: esta vida terrena es corta, muy corta, y da lugar a la feliz eternidad en la contemplación cara de las Tres Divinas Personas, en el Reino de los cielos. Por esta Buena Noticia, el cristiano considera a las cosas de este mundo como pasajeras, y por eso no se asusta, si son malas, porque no durarán mucho tiempo, y tampoco se alegra en demasía, sin son buenas, porque lo que la alegría que le espera en el Reino de los cielos es infinitamente superior a toda alegría terrena. Porque la Buena Noticia de Jesucristo, con su promesa de amor infinito, de alegría eterna y de dicha inimaginable, en la comunión de vida y amor con las Tres Divinas Personas, trasciende los límites espacio-temporales de esta vida terrena para proyectarse hacia la eternidad, es que el cristiano considera caducas a todas las cosas de la tierra y repite, junto con Santa Teresa: “Tan alta vida espero, que muero porque no muero”.

sábado, 13 de junio de 2015

“El Reino de Dios es como un grano de mostaza…”


"El Reino de Dios es como un grano de mostaza..."


(Domingo XI - TO - Ciclo B – 2015)
         “El Reino de Dios es como un grano de mostaza…” (Mc 4, 26-34). Jesús compara al Reino de Dios con “un grano de mostaza”: así como este grano comienza siendo una pequeñísima semilla, y luego termina convirtiéndose en un árbol o en arbusto de gran tamaño, al cual las aves del cielo eligen para hacer sus nidos, así el Reino de Dios entre los hombres, comienza siendo pequeñísimo, porque en sus inicios nadie lo conoce y porque su manifestación pasa desapercibida; sin embargo, a medida que pasa el tiempo y la historia de la humanidad, la potencialidad divina encerrada en las primeras manifestaciones del Reino, llegan a su plenitud, hasta llegar a su máxima plenitud en el Último Día de la humanidad, en el Día del Juicio Final, en el que el Reino de Dios se manifestará en todo su esplendor, convirtiéndose en ese momento, en el que el tiempo dejará paso a la eternidad, en un reino de “gran tamaño”, pues será observado por toda la humanidad, sin excepción.
         En sus inicios, el Reino de Dios es “pequeño, como un grano de mostaza”, porque contrasta su santidad y bondad, que derivan de la santidad y bondad del Ser divino trinitario, que viene a establecerla y propagarla por Jesucristo, el Hombre-Dios en el mundo, con la inmensidad de la oscuridad y de las tinieblas que envuelven al mundo, que yace “bajo el poder del maligno” (1 Jn 5, 19) y bajo las tinieblas que brotan de los más profundo del corazón del hombre, según lo declara el mismo Jesús: “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de males: las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino” (cfr. Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23). Es decir, el Reino de Dios, que es Reino de justicia, de santidad, de paz, de alegría, de bondad, de amor, de caridad, de amistad, de perdón, y que viene a ser establecido por Jesucristo, es pequeño en sus inicios, cuando llega Jesús –tan pequeño como un grano de mostaza-, porque lo que predomina en el mundo, en los tiempos de la Primera Venida de Jesucristo al mundo, son las tinieblas del error, de la ignorancia, del pecado y de la muerte, difundidos por doquier, tanto por el demonio, bajo cuyo poder yace el mundo, como por los hombres, seducidos y sometidos a él a causa del pecado original de los primeros padres, Adán y Eva.
         Sin embargo, el Reino de Dios, pequeño al inicio como un grano de mostaza, puesto que posee en sí mismo la fuerza de la santidad divina, que vence a las tinieblas, que vence por sí misma al pecado, al error y a la ignorancia, va creciendo paulatinamente, a medida que ese Reino, por medio de la gracia, se expande no tanto exteriormente, en las estructuras e instituciones de los hombres, sino ante todo en el interior, en lo más profundo y en la raíz del ser de los hombres, y es así como este Reino, pequeño en un inicio como un grano de mostaza, va creciendo paulatinamente, hasta que llega a ser un robusto árbol, que es la imagen utilizada por Jesucristo, cuando la gracia se apodera de las almas y las sustrae del poder de las tinieblas.
         Por este motivo es que podemos decir también que con la parábola del grano de mostaza, se preanuncia además la gracia santificante, propia del Reino de los cielos: la gracia, como el Reino, al inicio es pequeña, pero cuando crece, es un arbusto tan grande, que “los pájaros del cielo van  a hacer nido en sus ramas”. Y quien concede la gracia santificante es Jesús, en cuanto Hombre-Dios, el Dador de la gracia y la Gracia Increada en sí misma y concede la gracia, propia de la Nueva Alianza, a través de su sacrificio en cruz y el derramamiento de su Sangre.
“El Reino de Dios es como un grano de mostaza…”. La parábola se aplica al Reino y se aplica a la gracia, y se puede aplicar, por extensión, al alma, que es el sujeto en el que inhiere, en el que asienta la gracia, y en quien se manifiesta el Reino de Dios. Es por este motivo que la parábola puede también aplicarse al alma, ya que sin la gracia divina, el alma es pequeña –como la semilla de mostaza-, mientras que con la gracia de Dios, alcanza un tamaño insospechado, que supera miles de veces su pequeñez original. Esto se ve en los santos, que llegaron a las más altas cumbres de la santidad, no por ellos mismos, sino por la gracia divina. De todos los santos que están en el cielo, absolutamente todos, deben su gloria y su grandeza a la gracia divina; dicho de otra manera, sin la gracia divina, ninguno de los santos –el Padre Pío, Santa Margarita, San José, San Antonio, o cualquier santo que se nos ocurra-, no solo jamás habrían alcanzado la gloria de la vida eterna, sino que habrían permanecido pequeños e insignificantes, como pequeño e insignificante es un grano de mostaza, y como pequeña e insignificante es un alma sin la gracia de Dios.
Ahora bien, si el alma es el grano de mostaza que por la gracia alcanza un tamaño miles de veces superior al original, y se vuelve tan grande como un árbol, en el que las aves del cielo van a hacer sus nidos; ¿qué representan estas aves del cielo? Representan a las Tres Personas de la Santísima Trinidad, que inhabitan en el alma en gracia y hacen de ese corazón su morada más preciada.
“El Reino de Dios es como un grano de mostaza…”. Entonces, la enseñanza de esta parábola es que, además de hacernos ver que el Reino de Dios, inicialmente pequeño, crecerá hasta convertir en sus súbditos por el Amor a toda la humanidad en el Día del Juicio Final, la otra enseñanza es que nos permite apreciar además el valor inestimable de la gracia, que convierte nuestra pequeña alma, que inicialmente es pequeña como el grano de mostaza, en el árbol gigante o en el arbusto gigante –nuestra alma es la semilla de mostaza pequeña al inicio que creció hasta transformarse en árbol-, y esto significa el alma que recibió la gracia: al inicio, era pequeña e insignificante, porque la naturaleza humana es pequeña e insignificante; sin embargo, cuando recibe la gracia, se transforma en un gran árbol o arbusto, en el que “van a hacer su nido los pájaros”, los cuales representan a las Tres Divinas Personas, que inhabitan en el alma en gracia, y que por lo mismo, vive ya, en anticipo, en la tierra, el Reino de los cielos.

Que la Virgen, Divina Agricultora, cultive nuestra alma, pequeña como el grano de mostaza, para que crezca robusta como el más grande de los árboles, en cuyas ramas, el corazón, vayan a cobijarse las aves del cielo, las Tres Divinas Personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

jueves, 29 de enero de 2015

“El Reino de Dios es como un grano de mostaza”


“El Reino de Dios es como un grano de mostaza” (Mc 4, 26-34). Jesús compara al Reino de los cielos con un grano de mostaza: así como el grano de mostaza, que al inicio es una semilla de muy pequeño tamaño y al final adquiere enormes proporciones, alcanzando el tamaño de un árbol, en el que las aves del cielo van a hacer sus nidos, así es el Reino de Dios en el alma: comienza siendo pequeño, cuando se siembra en el alma la semilla de la gracia, y finaliza siendo algo infinitamente más grande que esa semilla inicial, cuando el alma crece en santidad por la participación a la vida divina, a causa de la gracia, convirtiéndose en una imagen viva del Sagrado Corazón de Jesús. 
La parábola se comprende más, entonces, cuando le asignamos a cada elemento, un significado espiritual: el grano de mostaza es la gracia; aquello donde se la siembra, es el alma; el arbusto del tamaño de un árbol, es el alma que, por la gracia, ha crecido en la imitación de Jesucristo y se convertido en otro cristo. ¿Y las aves del cielo, que van a hacer sus nidos en el árbol? Son las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad, que van a hacer morada en el corazón del alma en gracia.

miércoles, 30 de julio de 2014

“El Reino de los cielos es como un grano de mostaza


“El Reino de los cielos es como un grano de mostaza, pequeño, que cuando, se convierte en un arbusto tan grande, que hasta los pájaros del cielo, van a hacer sus nidos en sus ramas” (Mt 13, 31-35). Jesús compara al Reino de los cielos con un grano de mostaza que, siendo primero pequeño, crece luego hasta ser un arbusto de tan grande tamaño, que “hasta los pájaros del cielo”, van a hacer sus nidos en sus ramas. Lo curioso es que Jesús dice que es un grano de mostaza que “un hombre plantó en su campo”, entonces, interviene en la parábola del Reino, también el hombre. ¿Cómo interpretarla?
La semilla de mostaza, plantada en “el campo del hombre”, es la gracia santificante, sembrada en el corazón del hombre en el bautismo; “el campo del hombre”, es el alma o el corazón del hombre; en un primer momento, es pequeña, porque la santidad, o la gracia santificante, es pequeña en el alma del hombre, pero a medida que la gracia santificante se va abriendo paso en el corazón del hombre y va echando raíces, y va creciendo, se va agigantando cada vez más, de manera tal que, con el paso del tiempo, ese pequeñísimo grano de mostaza, que era al inicio, se convierte luego, en un frondoso árbol, cuando el hombre se convierte, por obra de la gracia, del hombre viejo que era, dominado por las pasiones, en el hombre nuevo, en imagen viva de Jesucristo. Esto es lo que Jesús quiere decir cuando dice que el Reino de los cielos es “como un grano de mostaza, pequeño, que cuando, se convierte en un arbusto tan grande, que hasta los pájaros del cielo, van a hacer sus nidos en sus ramas”: la gracia santificante crece, desde que es injertada, en el momento del bautismo –siempre y cuando cuente con la libertad del hombre-, y así el hombre se convierte, de pecador, en santo.

Pero nos falta un elemento en la parábola, y son “los pájaros del cielo, que hacen nido en las ramas del arbusto”, es decir, en la semilla de mostaza convertida en árbol. ¿Qué significan estos misteriosos “pájaros del cielo”? Si el campo es el corazón del hombre; si la semilla de mostaza es la gracia santificante sembrada en su corazón, que luego se convierte en frondoso árbol, cuando el hombre se convierte, de pecador en santo, entonces, los pájaros del cielo, que son -Un Dios en Tres Personas-, son las Tres Divinas Personas de la Santísima y Augustísima Trinidad, que van a hacer su morada en el corazón del hombre en gracia, según las palabras del Hombre-Dios Jesucristo: “Si alguien me ama y cumple mis mandamientos, mi Padre y Yo lo amaremos y haremos morada en él” (cfr. Jn 14, 23).

viernes, 13 de junio de 2014

Solemnidad de la Santísima Trinidad


(Ciclo A - 2014)
Jesús revela el misterio absoluto acerca de Dios, inalcanzable tanto para la mente angélica como para la mente humana, sino es revelado por el mismo Dios: que Dios es Uno y Trino: Uno en naturaleza y Trino en Personas; una misma naturaleza divina, un mismo Acto de Ser divino, y Tres Personas realmente distintas, pero iguales en poder, en majestad, en honor, en divinidad. Solo la Iglesia Católica posee la Verdad absoluta acerca de la constitución íntima de Dios, como Uno y Trino. Pero Jesús no quiere que simplemente nos quedemos con el conocimiento teórico de quién es Dios en su esencia última; Jesús no se conforma con que sepamos que Dios es Uno y Trino; Jesús no quiere que simplemente sepamos y repitamos de memoria, para el examen de Catecismo de Primera Comunión y de Confirmación, que Dios es la Santísima Trinidad.
Jesús nos revela que Dios es Uno y Trino, porque quiere hacernos saber que es la Santísima Trinidad en pleno quien, por amor a cada uno de nosotros, obra la obra de nuestra salvación, la cruz de Jesús, porque es Dios Padre quien envía a Dios Hijo para que entregue su Cuerpo en la cruz y derrame su Sangre y con su Sangre derramada a través de sus heridas y a través del costado traspasado por la lanza, infunda a Dios Espíritu Santo, de modo que todo aquel que sea bañado con la Sangre del Cordero, la Sangre que mana de sus heridas y de su Corazón abierto por la lanza, sea lavado de sus pecados y reciba la vida eterna. Jesús quiere que sepamos esto en primer lugar: que Dios es Uno y Trino, y que este Dios Uno y Trino se ha empeñado, en sus Tres Divinas Personas, por puro amor a todos y cada uno de nosotros, en obrar la obra de nuestra salvación.
Pero Jesús también quiere que sepamos que la obra de la Santísima Trinidad no finaliza en la cruz, sino que continúa en el altar eucarístico, porque el altar eucarístico es la prolongación, continuación y actualización del sacrificio de la cruz.
Entonces, tanto el Calvario, como la Santa Misa -prolongación y continuación del Calvario-, son obra de la Trinidad, aunque tampoco aquí finaliza la obra de amor de la Trinidad para con nosotros: es tanto el amor de la Trinidad para con nosotros, que las Tres Divinas Personas no se conforman con el sacrificio redentor de Jesús en la cruz; no se conforman con el don de la Eucaristía; no se conforman con el don del Espíritu Santo; las Tres Personas de la Santísima Trinidad quieren venir a inhabitar, las Tres, en nuestros corazones, y es para esto que el Padre envió a su Hijo a morir en la cruz: para que nos donara su gracia santificante, para que por la gracia santificante nuestro corazón, nuestra alma y nuestro cuerpo, se convirtieran en templo y sagrario del Espíritu Santo y en morada de la Santísima Trinidad. Es esto lo que Jesús quiere decir cuando en el Evangelio dice: “Si alguien me ama, cumplirá mis mandamientos y mi Padre y Yo lo amaremos y haremos morada en él” (Jn 14, 23). 
Todo lo que la Santísima Trinidad hace por nosotros, a través de Jesús: darse a conocer en su estructura íntima –Dios Uno y Trino-; obrar la obra de la salvación enviando Dios Padre a Dios Hijo a morir en la cruz para donar a Dios Espíritu Santo; prolongar y actualizar el sacrificio redentor del Calvario en el altar eucarístico –porque es Dios Hijo quien entrega su Cuerpo en el Pan eucarístico y derrama su Sangre en el cáliz, así como entregó su Cuerpo en la cruz y derramó su Sangre a través de su Corazón traspasado-, es para que nosotros, por medio de la gracia santificante, convirtamos nuestro corazón, nuestra alma y nuestro cuerpo, en templos vivos del Espíritu Santo y amemos a Jesús de tal manera que la Llama de Amor Vivo arda siempre en nuestros corazones, y con una intensidad tan grande, que atraiga la atención del Padre y del Hijo, de manera tal que las Tres Personas de la Santísima Trinidad vengan a habitar en nuestros corazones, convirtiéndolos en su morada. 
Éste es el objetivo último de la Santísima Trinidad y el designio para cada uno de nosotros: no solo que nos salvemos, sino que nos convirtamos, cada uno de nosotros, en algo más grande y más hermoso que los mismos cielos, de manera tal que las Tres Divinas Personas “abandonen”, por así decirlo, a los cielos, y vengan a habitar en nuestros corazones: “Si alguien me ama, cumplirá mis mandamientos y mi Padre y Yo lo amaremos y haremos morada en él”.
Jesús no quiere que nos quedemos con el simple conocimiento de que Dios es Uno y Trino: quiere que lo amemos y que por amor, evitemos el pecado mortal, el pecado venial, y que por amor vivamos a la perfección sus mandamientos, para que Él, el Padre y la Persona-Amor de la Trinidad, el Espíritu Santo, hagan morada en nuestros corazones, en el tiempo y por toda la eternidad. Para esto es que Jesús nos revela que Dios es Uno y Trino, que Dios es la Santísima Trinidad.

domingo, 18 de mayo de 2014

“El que me ama cumplirá mis mandamientos y mi Padre y Yo haremos morada en él”


“El que me ama cumplirá mis mandamientos y mi Padre y Yo haremos morada en él” (Jn 14, 21-26). En esta frase está la esencia de la vida cristiana. Si los cristianos verdaderamente comprendiéramos lo que esto significa, la civilización entera estaría construida sobre la base del Amor de Cristo y no sobre lo que está construida hoy, el ateísmo, el agnosticismo, el materialismo.
Jesús dice que “si alguien lo ama”, ese tal, “cumplirá sus mandamientos” y “el Padre y Él harán morada” en él, en el que cumpla los mandamientos por amor. El amor es la clave para el cumplimiento de los mandatos de Dios, porque “Dios es Amor”, no es un Dios de temor, ni de ira, ni de venganza -aunque en su Justa Ira puede condenar en el Infierno al impenitente que no se arrepiente de sus pecados-, por lo tanto, quien cumple sus mandamientos por amor, los cumple siguiendo su esencia. Quien cumple un mandato por amor, demuestra que ama a Aquel que dispuso el mandato, y como el Amor es lo más perfecto que existe, el que ama se coloca a sí mismo en la cima de la perfección, imitando a Dios que es perfecto y cumpliendo lo que Jesús pide: “Sed perfectos, como Dios es perfecto”. Por otra parte, quien cumple los mandamientos por amor, y no por temor al castigo, o a la venganza, o por deseos de verse recompensado, demuestra desinterés, porque el que ama no obra por mezquinos intereses, sino solo por amor, por el solo hecho de amar.

“El que me ama cumplirá mis mandamientos y mi Padre y Yo haremos morada en él”. El que cumple los mandamientos por amor, obra desinteresadamente, sin interés alguno por recibir un premio, pero recibe un premio impensado, inimaginable: el Amor que lo llevó a obrar, atrae a sí al Padre y al Hijo a su corazón, y su corazón se convierte en morada de las Tres Divinas Personas y así, paradójicamente, el que obró por amor, desinteresadamente, recibe un premio de valor incalculable, la inhabitación trinitaria por la gracia.

viernes, 18 de enero de 2013

Hijo, no tienen vino



(Domingo II  - TO - Ciclo C – 2013)
         “Hijo, no tienen vino” (Jn 2, 1-11). Durante el transcurso de unas bodas en Caná de Galilea, en la cual la Virgen y Jesús son invitados, sucede un percance: los novios se han quedado sin vino. El hecho amenaza con entristecer la boda, puesto que el vino –si es de buena cepa, y siempre en su justa medida-, como dice la Escritura, “alegra el corazón del hombre” (Sal 104, 15), desde el momento en que sus características lo hacen digno de acompañar eventos trascendentes -como por ejemplo una boda-, si llega a faltar, le quita al evento trascendente una parte importante de su carácter festivo: no es lo mismo brindar con agua que hacerlo con vino, y de ahí la gravedad del percance, detectado por la Virgen y notificado por Ella a Jesús: “Hijo, no tienen vino”.
El episodio de las Bodas de Caná es conocido por tratarse del primer milagro público de Jesús; es decir, es el primer signo público con el cual Jesús demuestra su condición de Hombre-Dios y su omnipotencia divina, al convertir el agua de las tinajas en vino, y vino del mejor.
         Pero si este episodio es el primero en el que Jesús muestra públicamente su omnipotencia divina, tiene que ser conocido también por ser el primero en el que la Virgen María, la Madre de Dios, demuestra su condición de Omnipotencia Suplicante, puesto que es gracias a Ella y a su pedido maternal, que Jesús accede a realizar un milagro, el cual, según se desprende de sus palabras, no tenía intención de hacerlo. En efecto, cuando la Virgen se da cuenta de que los esposos se han quedado sin vino, le dice a Jesús: “Hijo, no tienen más vino”; la respuesta de Jesús deja entrever, claramente, que no tiene la más mínima intención de obrar a favor de los esposos, y esto se ve por el dejo de ligera impaciencia -aunque no lo sea, porque Jesús era perfecto- ante el pedido de su Madre: “Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros?”. En otras palabras, es como si le dijera a la Virgen: “Si se les terminó el vino, es problema suyo y no el nuestro; nosotros somos simples invitados; que se arreglen como puedan, porque Yo no voy a intervenir”. Incluso aumenta más todavía el tono aparentemente intempestivo y ligeramente impaciente de Jesús, el hecho de que nombre a la Virgen como “Mujer”, y no como “Mamá”, o "Madre", ya que podría haberle dicho de otra manera: “Mamá, ya sé que se les terminó el vino, pero mi Hora no ha llegado, y además somos solamente invitados”; por el contrario, le dice “Mujer”: “Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros?”. Ahora bien, la negativa de Jesús está justificada, desde el momento que el motivo por el cual Jesús se niega a intervenir, demostrando con su respuesta que no tiene la menor intención de hacer nada por los esposos, es que “su Hora” “no ha llegado todavía”. Esto es muy importante, porque hará todavía más grande la intervención de la Virgen, desde el momento en que la “Hora” de Jesús, la Hora de su manifestación pública como Hombre-Dios, como Mesías Salvador de los hombres, “no ha llegado todavía”, y como su obrar depende según el plan estrictamente planificado y pensado por la Santísima Trinidad desde la eternidad, Jesús se excusa sosteniendo que no es cuestión de modificar los planes por un asunto que no es tan importante y que ni siquiera es competencia suya, puesto que Él y la Virgen son meros invitados en las bodas y no los dueños del banquete.
Pero según el relato del Evangelio, la resistencia de Jesús no dura demasiado porque a renglón seguido, habiendo apenas  terminado de pronunciar su reticencia a intervenir, se relata lo siguiente: “Pero su Madre dijo a los sirvientes: ‘Hagan lo que Él les diga’”. Es decir, la resistencia de Jesús ante el pedido de su Madre parece ser sólo simbólica, sólo para salvar las apariencias, porque Jesús nada puede negarle a su Madre. Como si la Virgen le dijera: “Hijo, conozco tus razones, pero no tienen vino, y me apena mucho su situación, te ruego que atiendas al pedido de mi Corazón, y obra a favor de ellos un milagro, que como Dios que eres, no te cuesta nada”. Basta entonces una mirada maternal, basta la ternura del sonido de su voz, para que el Corazón de Jesús se estremezca y ceda a lo que la Madre le pide, y este es el motivo por el que, apenas habiendo terminado de negarse a intervenir, Jesús ya le haya concedido a su Madre lo que Ella le pedía.
Y Jesús hace el milagro a pedido de su Madre, aun cuando pareciera no ser asunto de su incumbencia –“No es asunto nuestro”, le dice claramente Jesús-, y aun cuando la situación parece imposible absolutamente de modificar, porque se trata de una disposición que no depende de Jesús en cuanto Hombre, sino que son disposiciones que vienen de muy arriba, de la Santísima Trinidad. Esto engrandece todavía más la condición de la Virgen como Omnipotencia Suplicante y como Medianera de todas las gracias, porque es por sus maternales ruegos que Jesús otorga la gracia del milagro de la conversión del agua en vino, pero la Virgen no solo tiene acceso al Corazón de su Hijo, sino al Amor de las Tres Divinas Personas, porque su amorosa intercesión logra lo que parecía absolutamente imposible, y es el modificar la Hora de Jesús, la Hora de su intervención pública como Mesías y Salvador de la Humanidad. La Virgen logra que la Santísima Trinidad en pleno modifique sus planes eternos y acceda a autorizar el milagro a Jesús, adelantando la Hora de su manifestación pública, que es la Hora de la Salvación. Este es el motivo por el cual la Virgen se manifiesta en Caná no sólo como la Omnipotencia Suplicante y la Medianera de todas las gracias, sino como la Corredentora de los hombres, puesto que gracias a Ella el Redentor de la humanidad, Cristo Jesús, comienza su Pasión salvadora antes de la Hora prefijada desde la eternidad.
Este Evangelio entonces, debe aumentar en nosotros la fe y el amor hacia María Santísima, por cuanto Ella es, como lo hemos visto, la Omnipotencia Suplicante, lo cual quiere decir que si queremos conseguir una gracia de Jesucristo, lo que tenemos que hacer es pedírselo a la Virgen, porque nada le niega Jesús a su Madre; debe aumentar también nuestra fe en María Virgen como Medianera de todas las gracias, aun aquellas que parecen imposibles, porque todas las gracias de salvación vienen por Ella y solo por Ella; por último, debe aumentar en nosotros el amor y la fe en María como Corredentora, porque Ella está íntimamente asociada a la obra Redentora de su Hijo Jesús, y por lo tanto debemos depositar, con toda confianza, nuestra esperanza de salvación eterna en sus manos y en las manos de Jesús.
El otro elemento significativo en el episodio son las tinajas de piedra, que representan el corazón humano: al igual que las tinajas -hechas de piedra dura y fría-, se encuentran vacías, así el corazón del hombre, duro y frío como la piedra, se encuentra vacío del amor de Dios, y lleno de la nada del mundo materialista y hedonista y sus falsos atractivos; pero así como por intercesión de la Virgen las tinajas se llenan de agua y luego de vino, así también por la intercesión de la Virgen, Medianera de todas las gracias, llega a los corazones humanos el agua pura y cristalina de la gracia santificante, gracia por la cual esa tinaja que es el corazón del hombre, se llena con la Sangre del Cordero, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna.
         Hoy no se ha terminado el vino de una boda, sino la fe en Cristo Jesús, que es a la vida lo que el vino a la fiesta de bodas. Hoy, como en Caná, la humanidad, representada en los esposos, se encuentra vacía y triste, porque las tinajas de piedra que son los corazones humanos, no tienen fe en Jesús Salvador, y al no tener fe, están vacíos de caridad, de amor, de esperanza.
         “Hijo, no tienen vino. Hoy, como ayer en Caná, la Virgen suplica a Jesús y le dice: “Hijo, mira los corazones de los hombres; están vacíos de la verdadera fe; no tienen Fe en Ti, y por eso se han llenado con la nada del mundo; te suplico que llenes sus corazones con el agua cristalina de la gracia santificante, para que por la gracia se vean colmados con tu Sangre, que es el Vino de la Alianza Nueva y Eterna. Te suplico, Hijo, mira a los corazones de los hombres, que como otras tantas tinajas en Caná, no tienen el vino de la fe; haz el milagro de colmarlos con el Vino de la Vid verdadera, tu Sangre, para que sus corazones se alegren en Ti, y así puedan amarte y adorarte, en el tiempo y en la eternidad”.
         Si le pedimos a la Virgen la gracia más grande que puede recibir un alma en esta vida, la gracia de la conversión del corazón –para nosotros, para el mundo entero, para los pecadores más empedernidos, para nuestros seres queridos-, la Virgen a su vez le pedirá a Jesús, y Jesús, como en Caná, no podrá resistirse a sus amorosos ruegos.

lunes, 10 de septiembre de 2012

“Jesús pasó toda la noche en oración con Dios”



“Jesús pasó toda la noche en oración con Dios” (Lc 6, 12-19). Si bien Jesús es Dios Hijo en Persona, y en cuanto tal no necesita de la oración, sí lo necesita en cuanto hombre, ya que es Hombre-Dios.
El evangelista destaca que Jesús “pasa toda la noche” en oración, lo cual es en sí mismo un indicativo de cuán necesaria es la oración: si el descanso nocturno es, más que necesario, vital para la supervivencia –nadie puede sobrevivir sin reponer fuerzas-, la oración es todavía mucho más importante y esencial para la sobrevida, no solo de la vida física, sino de la vida espiritual.
En otras palabras, lo que Jesús nos hace ver con su ejemplo de pasar toda la noche orando, es que si bien el descanso es necesario para vivir, lo es mucho más la oración. Y lo que se dice del descanso en relación a la oración, se dice también de las otras funciones vitales del hombre, como la alimentación, la hidratación, la respiración, y la comunión de vida y amor con el prójimo.
La razón por la cual la oración es más importante que cualquier otra función vital, es que mientras estas funciones vitales del hombre lo mantienen y lo conservan en la vida natural, puramente humana, que no se prolonga más allá del tiempo y que no sobrepasa los límites de la naturaleza humana, la oración, por el contrario, concede al hombre una vida nueva, sobrenatural, que sobrepasa absolutamente su capacidad. La oración alimenta y nutre al hombre con la Palabra de Dios, le da de beber de la fuente del Amor divino, le hace respirar la suave brisa del Espíritu Santo, lo hace entrar en comunión de vida y amor con las Tres Divinas Personas.
“Jesús pasó toda la noche en oración con Dios”. Si los cristianos comprendieran y apreciaran los tesoros inimaginables que se encuentran en la oración, pasarían más tiempo en oración y menos en el mundo y en la televisión.

domingo, 29 de julio de 2012

Las aves del cielo en el árbol de mostaza son las Tres Divinas Personas en el alma en gracia



“El Reino de Dios es como un grano de mostaza” (Mt 13, 31-35). Jesús compara al Reino de Dios como un grano de mostaza: así como este es inicialmente muy pequeño, pero luego se convierte en un arbusto de gran tamaño en donde se cobijan las aves del cielo, así el Reino de Dios.
Pero la parábola bien puede aplicarse al alma, ya que sin la gracia divina, es pequeña –como la semilla de mostaza-, mientras que con la gracia de Dios, alcanza un tamaño insospechado, que supera miles de veces su pequeñez original. Esto se ve en los santos, y de entre ellos, a los más grandes de todos, puesto que llegaron a las altas cumbres de la santidad, no por ellos mismos, sino por la gracia divina. Todos los santos que están en el cielo, absolutamente todos, deben su gloria y su grandeza a la gracia divina; dicho de otra manera, sin la gracia divina, ninguno de los santos –el Padre Pío, Santa Margarita, San José, San Antonio, o cualquier santo que se nos ocurra-, jamás habrían podido alcanzar la gloria de la vida eterna y habrían permanecido pequeños e insignificantes, como pequeño e insignificante es un grano de mostaza.
Ahora bien, si el alma es el grano de mostaza que por la gracia alcanza un tamaño miles de veces superior al original, y se vuelve tan grande como un árbol, en el que las aves del cielo van a hacer sus nidos; ¿qué representan estas aves del cielo? Representan a las Tres Personas de la Santísima Trinidad, que inhabitan en el alma en gracia y hacen de ese corazón su morada más preciada.

sábado, 2 de junio de 2012

Solemnidad de la Santísima Trinidad



Luego de sufrir la Pasión, morir en Cruz, resucitar y ascender a los cielos, Jesús envía sobre su Iglesia el Espíritu Santo, el cual obra la santificación de los cristianos. Pero además el Espíritu Santo tiene una función, que ya había sido anticipada por Jesús: “Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa” (Jn 16, 13); “Cuando venga el Paráclito, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14, 26).
         El Espíritu Santo, entonces, además de santificar, ejerce en la Iglesia una función docente y una función de anamnesis, de recuerdo de lo que Jesús enseñó en el Evangelio, y el hecho principal que el Espíritu Santo enseña, haciendo recordar las palabras de Jesús, es que Dios es Uno y Trino, uno en naturaleza y trino en Personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y que la Segunda Persona de la Trinidad, Dios Hijo, es quien se encarnó en Jesús de Nazareth.
         La revelación y recuerdo de esta doble verdad –Dios es  Uno y Trino, y Dios Hijo se ha encarnado-, que es la “verdad completa” hacia la cual conduce el Espíritu Santo, según lo prometido por Jesús, condiciona absolutamente la vida del cristiano católico, tanto, que no puede permanecer indiferente a la Verdad revelada: Dios no es un ser que está allá arriba, perdido en las nubes, sin interesarse por la suerte de sus criaturas; Dios es Trinidad de Personas, y como Trinidad de Personas, no solo se interesa por la suerte de sus criaturas, sino que Él mismo, en sus Tres Personas, se ha empeñado en rescatar al hombre.
Las Tres Divinas Personas del único y verdadero Dios, se han involucrado en la salvación del hombre: Dios Padre ha donado al mundo el tesoro más grande de su Corazón divino, su Hijo muy amado Jesucristo, enviándolo para que por el sacrificio de la Cruz rescatara a los hombres, extraviados en la densa oscuridad del error, del pecado y de la ignorancia, por haber escuchado y obedecido, en el Paraíso, al demonio, en vez de escucharlo a Él; Dios Hijo, a su vez, ha respondido de inmediato, con amor infinito y eterno, al pedido de su Padre, y ha descendido, desde el seno eterno del Padre, en el que vivía desde siempre, al seno virgen de María Santísima, para encarnarse y  vivir en el tiempo, ofreciendo su Cuerpo en holocausto purísimo, en la Cruz, por el hombre, derrotando a la muerte, librándolo de las garras del demonio, evitando que caiga en el fuego eterno del infierno, borrando la mancha del pecado original y, en una muestra de amor que excede toda capacidad de comprensión hasta de los ángeles más poderosos, concediéndole la filiación divina, adoptándolo como hijo en el bautismo sacramental, al donarle su misma filiación divina, la misma con la cual Él es Hijo de Dios desde la eternidad; Dios Espíritu Santo, por su parte, también contribuye a la obra de la salvación del hombre, obrando la santificación en las almas, concediendo la gracia divina por los sacramentos, y obrando también el Milagro de los milagros, la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, al sobrevolar sobre el altar cuando el sacerdote ministerial pronuncia las palabras: “Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”.
Por lo tanto, el hecho no solo de saber que Dios es Uno y Trino, y que las Tres Divinas Personas están implicadas directamente en la salvación personal de cada católico, condiciona radicalmente la vida de cada bautizado, porque no se puede permanecer indiferentes ante tamaña muestra de amor misericordioso por parte de las Tres Divinas Personas, ya que no hay ningún otro motivo que el Amor divino, eterno e infinito, el que las lleva a buscar la salvación de los hombres.
Lamentablemente, muchísimos cristianos, muchísimos católicos, a pesar de haber conocido estas verdades en el Catecismo de Primera Comunión y de Confirmación, apenas terminado el período de instrucción catequética, abandonan la Iglesia, sin volver a pisarla nunca más o, como máximo, una vez cada tanto, cuando hay algún casamiento o algún bautismo, lo cual es igual a nada.
Millones y millones de católicos, en nuestro país y en el mundo entero, viven sus vidas en el más completo olvido de la Santísima Trinidad y de su obra santificadora y salvadora, y la prueba está en que Domingo a Domingo, las iglesias están vacías, mientras los shoppings, los paseos comerciales, los estadios de fútbol, los cines, los conciertos, y todo género de diversiones, están atiborrados de católicos apóstatas, desmemoriados por no haber rezado para estar atento a las lecciones del Espíritu Santo acerca de la Trinidad.
Pero tampoco los así llamados “católicos practicantes” son conscientes del gran misterio y del grandísimo honor que significa que las Tres Divinas Personas estén implicadas en su salvación personal, y es así como muchos, apenas salen de Misa, luego de comulgar, no tienen dificultades en mezclarse con el mundo y en aceptar el pensamiento del mundo, contrario a Dios. Muchos, muchísimos, obran en sus vidas como si nunca hubieran recibido la Eucaristía, al negarse a perdonar a su prójimo; al preferir la televisión y sus programas inmorales a la oración; al escuchar la música grosera y vulgar –la cumbia, el rock, y todo género de música profana- que incita a la blasfemia y al pecado, en vez de deleitarse en la música sacra o en la música profana decente; al usar vestimenta indecente, en vez de la modestia en el vestir que pide la Iglesia; al dejarse arrastrar por la impaciencia, el enojo y la violencia para con el prójimo, en vez de esforzarse por imitar al Sagrado Corazón de Jesús: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”.
“El Espíritu Santo les recordará todo”, dice Jesús, y una de las cosas que nos recuerda el Espíritu Santo es que las Tres Divinas Personas se han empeñado a fondo para salvarnos, pero que si no nos esforzamos por imitar la mansedumbre, la humildad y la caridad del Sagrado Corazón de Jesús, y si no obramos la misericordia para con los más necesitados, el esfuerzo de las Tres Divinas Personas por salvarnos habrá sido en vano.