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martes, 13 de junio de 2023

“Si no sois mejores que los fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”

 


“Si no sois mejores que los fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt 5, 20-26). Jesús les advierte a sus discípulos -y por lo tanto, también a nosotros- que, si no son mejores que los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los cielos. Para profundizar su advertencia, pone un ejemplo tomando al Quinto Mandamiento que dice: “No matarás”. Jesús les recuerda que, según ese mandamiento, si alguien cometía un homicidio, debía ser procesado, enjuiciado y, obviamente, debía ser encarcelado. Sin embargo, les dice también Jesús que, a partir de Él, ahora las han cambiado: ya no basta con “no matar”, para ser enjuiciado y recibir una condena; ahora, a partir de Jesús, ya no es suficiente con solo “no matar” para recibir una condena; ahora, a partir de Jesús, quien albergue pensamientos o sentimientos de enojo, ira, rencor, venganza, contra el prójimo, comete un pecado que lo hace culpable ante el Justo Juez, Dios Trinidad.

Esto se debe a que, por la gracia santificante, el alma se hace partícipe de la vida divina trinitaria, lo cual implica, por una parte, que el alma esté ante la Presencia de Dios Trino, de manera análoga a como lo están los ángeles y santos en el cielo; por otra parte, implica que Dios Uno y Trino, las Tres Divinas Personas de la Trinidad, inhabiten en el alma en gracia y si esto es así, ya no las acciones externas del hombre son notorias a Dios, sino ante todo cualquier mínimo pensamiento, del orden que sea, bueno o malo, es pronunciado ante Dios y esa es la razón por la cual el cristiano debe “ser mejor” que los escribas y fariseos. Si antes bastaba con no decir nada exteriormente a un prójimo con el que se estaba enemistado, ahora, a partir de Jesús, cualquier pensamiento negativo hacia el prójimo -rencor, enojo, venganza, ira- ya es un pecado cometido ante la presencia de Dios y por lo tanto, debe ser confesado; en caso contrario, es decir, si no se confiesa ese pecado, el pecador impenitente debe afrontar el castigo divino.

“Si no sois mejores que los fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”. Lo que nos pide Jesús, el “ser mejores que los escribas y fariseos”, no se limita a un buen comportamiento externo ni a simplemente tener buenos pensamientos acerca de nuestro prójimo: quiere decir que debemos ser “perfectos” –“Sean perfectos, como mi Padre es perfecto, dice Jesús- y esa perfección nos la concede solamente la gracia santificante, recibida en la Confesión y en la Eucaristía. De esto se deduce la importancia de la confesión sacramental frecuente -cada veinte días- y la Comunión Eucarística en estado de gracia. Sólo así seremos lo que Jesús quiere que seamos, “hijos adoptivos del Eterno Padre”.

martes, 28 de marzo de 2023

“Antes que naciera Abraham, Yo Soy”

 


“Antes que naciera Abraham, Yo Soy” (Jn 8, 51-59). La frase de Jesús se comprende mejor cuando se considera que los judíos, que eran el Pueblo Elegido para ser depositarios de la verdad acerca de Dios, eran la única nación monoteísta, rodeada por pueblos politeístas. Los judíos eran los únicos que creían en Dios Uno, porque Dios así se los había revelado, como también les había revelado el Nombre con el que Dios mismo quería ser llamado: “Yo Soy”. Al decirles Jesús “Antes que naciera Abraham, Yo Soy”, les está diciendo que Él es ese Dios a quien ellos llaman “Yo Soy”. Es decir, Jesús se auto-revela a los judíos como el Dios Uno en el que ellos creían y al que ellos llamaban “Yo Soy”, aunque ahora Jesús completa la auto-revelación de Dios, manifestando a los judíos que Dios es Uno en naturaleza y Trino en Personas, porque Él se declara Dios Hijo de Dios Padre y declara además que Él, Dios Hijo, enviará junto a Dios Padre, a Dios Espíritu Santo, una vez que se haya cumplido su misterio salvífico de Muerte y Resurrección. Es decir, los judíos fueron elegidos para conocer la verdad sobre Dios; en un primer momento, recibieron la revelación de que Dios era Uno y por eso eran el único pueblo monoteísta de la antigüedad, pero cuando reciben la revelación, de parte de Dios en Persona, Jesucristo, de que Dios, además de Uno, es Trino en Personas, entonces rechazan esa revelación, negando la condición divina de Jesús, negando que Jesús sea Dios Hijo, el Hijo de Dios encarnado y negando por lo tanto la revelación que Dios les hace en Persona, de que Dios es Uno y Trino, negando la Trinidad de Personas en el Único Dios verdadero. Esta negación tendrá funestas consecuencias, porque al rechazar la revelación de Jesús como Dios Hijo, lo acusarán falsamente de blasfemia, al hacerse pasar por Dios y lo condenarán a muerte, convirtiéndose así en los viñadores homicidas y dando lugar a que surja un Nuevo Pueblo Elegido, los integrantes de la Iglesia Católica, incorporados a Cristo por medio del Bautismo sacramental.

“Antes que naciera Abraham, Yo Soy”. Si los judíos eran los destinatarios de la revelación completa sobre Dios, Uno y Trino, además de ser los elegidos para recibir a Dios Hijo encarnado, ahora es la Iglesia Católica la que forma el Nuevo Pueblo Elegido, porque es la Iglesia Católica la que cree firmemente en las palabras de Cristo acerca de Dios como la Santísima Trinidad y es la Iglesia Católica la que cree que Cristo, Dios Hijo, se ha encarnado para la salvación de la humanidad. Pero además de esto, es la Iglesia Católica la que proclama que Cristo, Dios Hijo encarnado, prolonga su Encarnación en la Eucaristía, porque cree que Cristo Dios está en Persona en la Eucaristía. Por esto mismo, Jesús nos dice a nosotros, desde la Eucaristía, lo mismo que les dice a los judíos: “Antes que naciera Abraham, Yo Soy”. Como Iglesia Católica, como Nuevo Pueblo Elegido, creemos firmemente que Jesús ES, en la Eucaristía, el Dios que era, que es y que vendrá.


lunes, 6 de marzo de 2023

“Dios es espíritu y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad”

 


(Domingo III – TC - Ciclo A – 2023)

          “Dios es espíritu y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad” (Jn 4, 14-15). Si bien los judíos eran el Pueblo Elegido, porque poseían las primicias de la Verdad sobre Dios, esto es, que Dios es Uno y no hay múltiples dioses, como lo creían los paganos, los judíos, no obstante, no poseían la Verdad plena, total y última acerca de Dios, esto es, que Dios es Uno y Trino, Uno en naturaleza y Trino en Personas y es esto lo que Jesús viene a revelar: que Él es la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en el seno de María Santísima por obra del Espíritu Santo, en obediencia al pedido de Dios Padre. De esta manera, Jesús, que es hebreo, de raza hebrea, por su naturaleza humana, completa la Verdad Última acerca de Dios y es por esto que, a partir de Jesús, si bien los judíos siguen siendo “Pueblo Elegido”, se establece un “Nuevo Pueblo Elegido”, constituido por los que se unan por la gracia al Cuerpo Místico del Hijo de Dios y así sean conducidos, por el Espíritu, al Padre, para adorarlo, en el tiempo y en la eternidad.

          Los hebreos y los samaritanos no se hablaban, por cuanto profesaban religiones distintas: los hebreos, la religión de Dios Uno, los samaritanos, una religión politeísta, conformada por numerosos dioses; ambas religiones eran incompatibles entre sí y por esto se produce este distanciamiento, y es lo que explica el asombro de la samaritana cuando Jesús le pide agua, puesto que como hemos dicho, hebreos y samaritanos no se hablaban entre sí. Sin embargo, a partir de Jesús, aquellos que forman parte del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados de la Iglesia Católica, no deben imitar al Pueblo Elegido; por el contrario, deben “ir por el mundo anunciando la Buena Noticia” de Jesús el Salvador, es decir, deben proclamar y anunciar el Evangelio de la salvación de Nuestro Señor Jesucristo y por esto mismo, deben hablar al mundo, no para aprender nada del mundo, que el mundo no tiene nada para enseñar a la Iglesia, sino para enseñar al mundo que Jesús es el Salvador y que todo ser humano debe convertir su corazón a Jesús el Señor, para salvar su alma: “El que crea y se bautice, se salvará; el que no crea y no se bautice, no se salvará”.

          Entonces, en Jesús, Dios Hijo encarnado, se completa la autorrevelación de Dios, que había sido dada en parte y en forma incompleta a los judíos, encargando a su Iglesia hacer en el mundo lo que Él hace con la samaritana: revelar la Verdad Última de Dios, como Uno y Trino y la Verdad de la Encarnación del Hijo de Dios, por pedido del Padre y por obra del Espíritu Santo, para la salvación de los hombres. Esto es lo que justifica y explica la actividad misionera y apostólica de la Iglesia, actividad que no es otra cosa que cumplir las palabras del Señor Jesús: “Id y anunciad el Evangelio a todas las naciones”.

Otro elemento a destacar en el diálogo de Jesús con la samaritana es el carácter eminentemente espiritual de la religión católica, carácter espiritual que se demuestra en la búsqueda de la mortificación de las pasiones corporales y en la santificación del alma por la gracia santificante; en contraposición a las falsas religiones, que solo buscan la satisfacción más o menos encubierta de las pasiones, trasladando incluso esta visión materialista-corpórea de la religión a la vida eterna, en donde el Paraíso consiste en la satisfacción sin límites de las pasiones depravadas del hombre, tal como lo proclama el Islam, por ejemplo.

La religión católica es entonces espiritual y esto porque “Dios es espíritu” y porque Dios es espíritu, la perfección del hombre será, no la satisfacción impura de las pasiones corporales, como afirma erróneamente el Islam, sino la espiritualización de la materia corpórea y la glorificación del alma en la vida eterna.

“Dios es espíritu”, le dice Jesús a la samaritana, y a nosotros nos dice: “Dios es espíritu y se ha encarnado, en la Persona del Hijo, en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth; “los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad”, le dice a la samaritana y a nosotros nos dice: “los que adoran a Dios en espíritu y en verdad, los que de veras lo aman y creen que el Hijo se ha encarnado por voluntad del Padre y en el Amor del Espíritu Santo, deben adorarlo y amarlo en la Eucaristía, porque Dios Hijo encarnado prolonga su Encarnación en el Santísimo Sacramento del altar”.

martes, 10 de mayo de 2022

“Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”

 


(Domingo V - TP - Ciclo C – 2022)

         “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado” (Jn 13, 31-33a. 34-35). En la Última Cena, antes de partir al Padre, Jesús deja un mandamiento nuevo, el cual será la característica de los cristianos: el amor de unos a otros como Él nos ha amado.

         Este mandamiento nuevo implica varias cosas: primero, amar como Él nos ha amado, hasta la muerte de cruz y con el Amor del Espíritu Santo; otro elemento es que en el prójimo está incluido el enemigo personal: “Amen a sus enemigos”; este mandamiento no se aplica a los enemigos de Dios, de la Patria y de la familia, sino solo a los enemigos personales. A los enemigos de Dios, de la Patria y de la familia se los combate, con la "espada de doble filo de la Palabra de Dios" y con la Fe de los Apóstoles; a los enemigos personales, se los ama como Cristo nos ha amado.

         Otro elemento a tener en cuenta en este mandamiento nuevo de Jesús es que es una ampliación y profundización del Primer Mandamiento: “Amarás a Dios y al prójimo como a ti mismo”. En cuanto a Dios, debemos amarlo porque Dios es Amor, o también, el Amor es Dios y el Amor no merece otra cosa que ser amado. Es imposible no amar al Amor, por eso, es imposible no amar a Dios. Luego, debemos amar al prójimo y esto es así porque, como dice el Evangelista Juan, nadie puede decir que ama a Dios, a quien no ve, si no ama a su prójimo, a quien ve. En otras palabras, no se puede amar, verdadera y espiritualmente a Dios Uno y Trino -a quien no vemos, porque no estamos en la visión beatífica- si no se ama al prójimo, a quien vemos. La razón es que el prójimo es una creación de la Trinidad, creado “a su imagen y semejanza”; es decir, cada prójimo es una imagen viviente, visible, de la Trinidad invisible, por eso es que no podemos decir que amamos a la Trinidad, a quien no vemos, si no amamos a la imagen de la Trinidad, que es nuestro prójimo, a quien sí podemos ver. Tratar mal a nuestro prójimo, imagen de Dios, no demostrarle amor cristiano, no obrar con él la misericordia, sería como si alguien abofeteara al embajador del presidente de un país, pero al encontrarse con ese presidente, del cual el embajador era el representante, se deshiciera en halagos y lo abrazara y palmeara fingiendo calidez y amistad. Es lo mismo en lo que se refiere a nuestro prójimo y Dios: nuestro prójimo es representante, embajador, vicario, de Dios y por eso, actuamos como hipócritas o cínicos cuando destratamos a su embajador, nuestro prójimo, pero luego en la oración nos deshacemos en alabanzas a Dios.

         Ahora bien, para los católicos, hay algo más que se debe tener en cuenta y es que el prójimo es imagen no solo de Dios Uno y Trino, sino de Dios Hijo encarnado, Jesús de Nazareth, porque Él se encarnó, se hizo imagen nuestra, por así decir, sin dejar de ser Dios. Esto quiere decir que el prójimo, para nosotros, los católicos, es imagen de Dios Hijo encarnado, por lo que el mandamiento nuevo de Jesús es todavía más novedoso, porque ya no sólo se trata de amar a Dios, a quien no se ve, sino de amar a su imagen, el prójimo, a quien se ve, y en quien Dios se encuentra, misteriosamente, presente. En otras palabras, si en la Creación, Dios Trinidad nos hizo a imagen y semejanza suyo, en la Encarnación, el Hijo de Dios “se hizo”, por así decir, a imagen y semejanza nuestra, ya que siendo Dios invisible unió a su Persona divina una humanidad visible, la humanidad santísima de Jesús de Nazareth. Por estas razones no hay que olvidar que Jesús, en el Día del Juicio Final, nos juzgará sobre la base de lo que hicimos o dejamos de hacer con nuestro prójimo, en quien Él estaba misteriosamente presente, tal como se desprende de sus palabras: “Toda vez que hicisteis algo (bueno o malo) a cada uno de estos pequeños, A MÍ me lo hicisteis”. Cada vez que interactuamos con nuestro prójimo, no estamos interactuando sólo con él, sino con Jesús, que está misteriosamente presente en él. Por ejemplo, cuando damos un consejo a un prójimo angustiado, cuando visitamos a un prójimo enfermo, damos un consejo a Cristo presente en el prójimo, visitamos a Cristo misteriosamente presente en nuestro prójimo. Pero también sucede con las obras malas: cada vez que alguien calumnia a un prójimo, calumnia a Cristo que está presente en ese prójimo; cada vez que alguien se enciende en ira con su prójimo, se enciende en ira con Cristo, que está misteriosamente presente en ese prójimo. De ahí la importancia de no solo medir las palabras con las cuales tratamos a nuestro prójimo, sino incluso de rechazar todo pensamiento o sentimiento maligno, perverso, negativo, contra nuestro prójimo, porque si consentimos a esos pensamientos malignos y perversos contra el prójimo, lo estamos haciendo con el mismo Cristo. Y con Cristo, que lee nuestros pensamientos y nuestros corazones, no se juega, porque de Dios nadie se burla.

         “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. Sin embargo, no basta con no tener pensamientos ni deseos malvados contra nuestro prójimo; eso es apenas el inicio del mandamiento nuevo: para amar al prójimo como Cristo nos manda, debemos amarlo como Él nos ha amado primero: hasta la muerte de cruz y con el Amor del Espíritu Santo. Puesto que nuestro amor humano es absolutamente incapaz de cumplir con este mandamiento, porque se necesita el Amor de Dios, el Espíritu Santo, debemos implorar el Don de dones, el Espíritu Santo, que se nos dona en cada Eucaristía, para así poder amar al prójimo como Cristo nos amó, hasta la muerte de cruz y con el Amor de Dios, el Espíritu Santo.

 


sábado, 19 de febrero de 2022

“Amen a sus enemigos”

 


(Domingo VII - TO - Ciclo C – 2022)

          “Amen a sus enemigos” (Lc 6, 27-38). El mandato de Jesús de amar al enemigo es una prueba de que el amor en el que se funda la religión que Él crea, la religión católica, es de origen divino y no humano. Es verdad que, entre los humanos, al menos entre aquellos que más humanidad poseen, hay acciones concretas de sensibilidad y de trato justo hacia el enemigo, sobre todo al enemigo vencido, como por ejemplo, curar sus heridas, proporcionarle agua, alimentos, un lugar para reposar, etc. Es decir, entre los hombres, incluso entre aquellos hombres que se encuentran en guerra, existe un mínimo de sentido de humanidad que, en virtud de esta misma humanidad, proporcionan a sus enemigos un trato llamado precisamente “humanitario”, porque concede a su enemigo los auxilios mínimos necesarios que el enemigo vencido necesita.

          Ahora bien, el mandato de Jesús no se refiere a estas acciones humanitarias, puesto que es algo que supera infinitamente a una mera obra de humanidad, desde el momento en que el Amor con el cual Jesús pide “amar al enemigo”, no surge del corazón humano sino, podemos decir así, del mismo Corazón de Dios Trinidad. El Amor con el que se debe cumplir el mandato de Jesús de amar al enemigo no surge de nuestra humanidad, de nuestros corazones humanos, sino que proviene del mismo Dios Uno y Trino, porque es el Amor que es la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo. En otras palabras, el cristiano debe amar a su prójimo con el mismo Amor trinitario, con el mismo Amor con el cual el Padre ama al Hijo desde la eternidad y el Hijo al Padre, también desde la eternidad y ese Amor se llama “Espíritu Santo”.

          El amor a los enemigos se aplica plenamente al prójimo que, por algún motivo circunstancial, se considera como “enemigo personal”; por ejemplo, es nuestro enemigo quien nos calumnia, quien nos difama, quien nos insulta, maldice, persigue, hace el mal de cualquier forma, nos desea el mal, etc. A todos estos prójimos, considerados enemigos, el cristiano no debe responder jamás con el mal, sino devolviendo bien por mal; no debe jamás dejar crecer en sí mismo el sentimiento de enojo, rencor, venganza y mucho menos odio: el cristiano debe recordar y llevar siempre grabada a fuego, en su mente y en su corazón, la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, por la cual Él nos perdonó a nosotros, que éramos sus enemigos a causa del pecado, al precio de su Preciosísima Sangre derramada en la cruz y, teniendo en la mente y en el corazón el Santo Sacrificio de Nuestro Señor, que pidió perdón al Padre por nosotros –“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”-, así el cristiano debe imitar a Jesucristo y, en nombre de Cristo, jamás en nombre propio, perdonar al prójimo que es su enemigo y lo ofende de alguna manera. Sólo así el cristiano cumplirá el mandato de Jesús de perdonar al enemigo, porque no solo imitará a Jesús que nos perdonó desde la cruz, sino que participará de su propio perdón, que es el perdón del Padre a la humanidad. El cristiano que no perdona, no solo no es buen cristiano, sino que puede decirse que es un soberbio y un orgulloso y que con su pecado de rencor y venganza, de soberbia y orgullo, se hace partícipe del pecado de Satanás en el cielo, cuyo pecado capital, que le valió la expulsión del cielo, fue la soberbia y el orgullo.

          Ahora bien, hay que aclarar el hecho de que como cristianos debamos amar al enemigo, no significa que debamos permitir, a nuestros enemigos, en nombre del amor cristiano, que el enemigo profane el nombre de Dios o que agreda a la Patria o a la Familia: en estos casos, el mandato del amor al enemigo se mantiene, pero de modo personal, es decir, al enemigo considerado como prójimo y como ser humano, pero el mandato no exime, al cristiano, al católico, de defender el honor de Dios cuando es mancillado, o de defender a la Patria y a la Familia cuando estas son atacadas.

          “Amen a sus enemigos”. Si queremos cumplir el mandato de Cristo, de amar al enemigo, al prójimo que nos ha injuriado, insultado, agredido, difamado, no podemos nunca encontrar ese amor en nosotros mismos, porque no lo vamos a encontrar. Para poder cumplir el mandato de Jesús y amar a nuestros enemigos como Cristo nos amó, hasta la muerte de cruz, es necesario ir a buscar ese Amor, el Amor del Espíritu Santo, que se encuentra en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

jueves, 8 de julio de 2021

“Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla”

 


“Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla” (Mt 11,25-27). Jesús agradece al Padre por haber revelado los secretos y misterios del Reino a los “sencillos y humildes” y por haberlas ocultado a los “sabios y entendidos”. ¿Qué quiere significar Jesús con estas frases? Por un lado, quiere decir que Dios Padre ha revelado, por medio del Espíritu Santo, Espíritu de Sabiduría y de Ciencia Divina, los misterios sobrenaturales de la vida de Jesús a los “humildes y sencillos”, lo cual no quiere decir, de ninguna manera, faltos de estudios: los “humildes y sencillos” pueden ser, desde grandes teólogos, hasta campesinos que apenas saben leer y escribir. A esos es a quienes el Padre del cielo revela los secretos de su corazón, porque ellos no solo no lo rechazarán, sino que los atesorarán, como si fueran monedas de oro y plata. Por otra parte, significa que lo que Dios revela son los “misterios sobrenaturales absolutos” de Dios y su Mesías, como por ejemplo, que Dios es Uno y Trino y que la Segunda Persona de la Trinidad se ha encarnado en la humanidad santísima de Jesús de Nazareth, además de que esta Segunda Persona encarnada prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Estos son misterios que, si no fuesen dados a conocer por el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, de ninguna manera pueden ser conocidos por el hombre y tampoco por el ángel. En otras palabras, saber que Dios es Uno en el Ser y en la Naturaleza y Trino en Personas y que Jesús es Dios encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, son conocimientos dados por el Espíritu Santo y no por los razonamientos humanos. A esto se refiere Jesús cuando dice: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’’.

         “Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla”. Por medio del Catecismo, por medio del Magisterio de la Iglesia, por medio de las Escrituras interpretadas según la Iglesia Católica, se nos han dado a conocer los misterios eternos de Dios Trinidad, ocultos desde la eternidad y dados a conocer por Jesucristo. Atesoremos estos conocimientos, más valiosos que el oro y la plata y hagamos que den frutos de santidad, meritorios para la vida eterna.

miércoles, 26 de mayo de 2021

Solemnidad de la Santísima Trinidad


 

(Ciclo B – 2021)

         En el Antiguo Testamento, el Pueblo Elegido era el único que poseía la verdad acerca de Dios, puesto que era el único que creía en un Dios Uno, en tanto que la totalidad de los demás pueblos y naciones eran paganos o politeístas. Es decir, los judíos, antes de la llegada Cristo, eran los poseedores acerca de la realidad y de la verdad sobre Dios: era Uno y no muchos dioses, había creado el mundo y había prometido el envío de un Mesías, de un Redentor de la humanidad.

         En la plenitud de los tiempos, cuando se produce la Encarnación del Verbo de Dios en el seno de María Virgen, Jesús revela la Verdad última, plena y total acerca de Dios: no sólo es Dios Uno, sino que además es Trino, puesto que en Él hay Tres Personas distintas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; revela que la Segunda Persona de la Trinidad es Él, que se ha encarnado en una humanidad, la humanidad santísima de Jesús de Nazareth y que por lo tanto Él es el Mesías que Dios Uno había prometido enviar para rescatar a Israel. Jesús revela lo que se consideran “misterios absolutos” de Dios, esto es, que precisamente Dios es Uno y Trino: esto es una verdad que la creatura humana, ni la angélica, puede deducir por sí misma, porque se trata de la constitución última e íntima de Dios, del Ser divino de Dios, que es trinitario, de su naturaleza divina, que es trinitaria. Ni el hombre, ni el ángel, pueden saber, por la sola deducción de sus intelectos, que en Dios Uno hay Tres Personas distintas, iguales en majestad, honor y poder y que no por eso son tres dioses, sino un solo Dios en Tres Personas distintas.

         Es esto lo que Jesús revela, que Dios es Uno y Trino y que Él es la Segunda Persona de la Trinidad, el Hijo de Dios, que se ha encarnado en la naturaleza humana de Jesús de Nazareth y que ha venido para salvar, no solo a Israel, sino a toda la humanidad, de la triple esclavitud en la que está inmersa: el Demonio, el Pecado y la Muerte. Pero como los judíos no tienen la luz del Espíritu Santo, porque rechazan obstinadamente las obras, las enseñanzas y la Persona de Jesús, rechazan también la Divina Revelación que hace Jesús acerca de Dios Trinidad y rechazan también que Jesús sea el Hijo de Dios encarnado y es por eso que lo tratan de mentiroso, de blasfemo, de alguien que ha perdido la razón y es por eso que lo llevan a juicio, un juicio inicuo, porque no encontraron nada malo en Él, ni lo podían encontrar, y lo condenaron a muerte. En otras palabras, el hecho de que nosotros, católicos, sepamos que Dios es Uno y Trino y que la Segunda Persona se ha encarnado en Jesús de Nazareth y que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, esas verdades absolutas acerca de Dios y los misterios de su salvación, le costaron la vida y muerte en Cruz a Nuestro Señor Jesucristo.

         Entonces, con la Primera Venida de Nuestro Señor Jesucristo, el Dios Uno de los judíos se auto-revela como Uno y Trino, como Uno en Ser y Naturaleza, pero en Trinidad de Personas, sin ser por ello tres dioses, sino Tres Personas distintas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, todas poseedoras del mismo Ser divino trinitario y la misma naturaleza divina trinitaria. La revelación de Jesús, que es la auto-revelación de Dios en la Persona del Hijo, no solo modifica el conocimiento acerca de Dios, sino que también modifica al Pueblo de Dios, porque a partir de Jesús hay un Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, que peregrinan por el desierto de la historia humana hacia la Jerusalén celestial. A partir de la revelación de que Dios es Uno y Trino, también el destino del ser humano ha cambiado para siempre: ya no es más la muerte, la desolación y la tristeza, sino que nuestro destino es llegar al seno del Padre, unidos al Hijo, por el Amor del Espíritu Santo.

jueves, 4 de marzo de 2021

“El que cumpla los Mandamientos será grande en el Reino de los cielos”


 

“El que cumpla los Mandamientos será grande en el Reino de los cielos” (Mt 5, 17-19). De esta frase de Jesús se desprenden dos enseñanzas: por un lado, quien cumpla los Mandamientos de la Ley de Dios, recibirá una gran recompensa, pero no en esta vida terrena, sino en la vida eterna: “será grande en el Reino de los cielos”. Por otra parte, nos enseña que los Mandamientos están para ser cumplidos y que, trascendiendo esta vida terrena y el tiempo humano, son el medio para conquistar el Reino de Dios. 

Ahora bien, lo que debemos comprender es que si Dios da los Mandamientos, no es para que los aprendamos de memoria para aprobar el examen de Primera Comunión y luego archivarlos en la memoria por tiempo indeterminado: si Dios da los Mandamientos, es para que estos se graben a fuego en nuestras mentes y corazones y así constituyan la guía o el faro que nos iluminen el camino que conduce al Reino celestial. Lamentablemente, para muchos católicos, los Mandamientos son sólo una lección a la que hay que aprender de memoria para recibir la Primera Comunión, pero luego los olvidan ahí, en la memoria, por tiempo indeterminado, sin permitir que los Mandamientos sean la luz y la guía de sus vidas. No es indiferente seguir o no seguir los Mandamientos: sin los Mandamientos, el hombre es como un ciego, que no puede encontrar el camino que no solo lo salva de la perdición, sino que le abre las puertas del Reino de Dios; sin los Mandamientos, el hombre es como un enfermo que agoniza y muere, porque muere una doble muerte, la muerte terrena y la muerte eterna. Sin los Mandamientos, el ser humano está irremediablemente perdido, porque por su razón y por su voluntad, heridas por el pecado original, aunque vea el bien y lo desee, no puede llevarlo a cabo y así su alma se pierde irremediablemente.

“El que cumpla los Mandamientos será grande en el Reino de los cielos”. Muchos, tanto dentro como fuera de la Iglesia, culpan de legalistas a quienes sostienen que los Mandamientos deben ser cumplidos –se entiende que “vividos”- si se quiere ganar el Reino de Dios. Sin embargo, al hacer esto, al calificar de legalistas a quienes, a pesar de sus pecados y debilidades, desean vivir los Mandamientos, están acusando, en el fondo, al mismo Dios Uno y Trino de legalista, puesto que en definitiva es Dios Trinidad quien nos dio los Mandamientos de su Ley. 

Por último, si en el orden humano y natural las leyes deben ser cumplidas –a nadie se le ocurriría quebrantar la ley de vialidad que impide circular en contramano por una ruta de alta velocidad, por ejemplo-, mucho más debe ser cumplida la Ley de Dios, puesto que en su cumplimiento está en juego nada menos que la eterna salvación del alma.

jueves, 17 de diciembre de 2020

“Mi alma glorifica al Señor”

 


“Mi alma glorifica al Señor” (Lc 1, 46-56). La Virgen entona el “Magnificat”, el poema con el cual glorifica a Dios y la razón es la inmensidad de prodigios que Dios ha obrado en su alma. En el Magníficat, además de una acción de gracias por los dones con los que Dios la ha colmado, hay una descripción de la infinidad de perfecciones que hay en Dios, con lo cual nos permite conocer un poco más a ese Dios a quien la Virgen glorifica.

Ante todo, es la virtud de la humildad –a la que se opone el pecado de soberbia, el pecado luciferino por antonomasia- lo que atrae la mirada de Dios Trinidad sobre el alma de María Santísima, quien se llama a sí misma “esclava”, siendo como es, la Madre Virgen de Dios Hijo encarnado: “Mi alma glorifica al Señor/y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador,/porque puso sus ojos en la humildad de su esclava”.

Las magníficas obras de gracia y de toda virtud con las que Dios ha adornado a María Santísima, serán motivo de gozo y de admiración por parte de todas las generaciones, que la llamarán “dichosa” por ser la Elegida del Señor: “Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,/porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede”.

El Nombre de Dios es Santo –en realidad, Tres veces Santo, porque Santo es el Padre, Santo es el Hijo y Santo es el Espíritu Santo- y porque es Santo, es Misericordioso, una misericordia que se derrama incontenible sobre generaciones de generaciones de hombres que lo aman: “Santo es su nombre,/y su misericordia llega de generación en generación/a los que lo temen”.

Dios Uno y Trino, al tiempo que enaltece a los humildes –porque los humildes lo imitan a Él, que es la Humildad Increada y participan de esta humildad-, “derriba a los poderosos” de sus tronos, estén estos en el Cielo, como hizo con el Ángel caído, a quien hizo precipitar desde lo alto del Cielo a lo más profundo del Infierno, o estén en la tierra, porque humilló a favor de Israel a los reyes poderosos terrenos que se oponían al Pueblo Elegido: “Ha hecho sentir el poder de su brazo:/dispersó a los de corazón altanero,/destronó a los potentados/y exaltó a los humildes”.

A los que tienen “hambre y sed de justicia, los sacia y los colma de bienes, mientras que a los soberbios y engreídos, pagados de sí mismos, son despedidos “con las manos vacías”: “A los hambrientos los colmó de bienes/y a los ricos los despidió sin nada”.

Dios es Justicia Infinita, pero también es Misericordia Infinita y es en virtud de esta misericordia que no olvida de su pueblo Israel, aun cuando éste sí lo olvide y vaya en pos de ídolos y esta misericordia permanece para siempre, es eterna, porque es eterno su Amor: “Acordándose de su misericordia,/vino en ayuda de Israel, su siervo,/como lo había prometido a nuestros padres,/a Abraham y a su descendencia,/para siempre’’.

Así como la Virgen entona el Magnificat glorificando a Dios Uno y Trino por todos los dones y gracias con que ha colmado su alma, así el alma en gracia debe entonar también el Magníficat, porque estando en gracia, tiene el Sumo Bien, que es Dios, en esta vida y en la eternidad.

lunes, 1 de junio de 2020

Solemnidad de la Santísima Trinidad


SOLEMNITAT DE LA SANTÍSSIMA TRINITAT, cicle C

(Ciclo A – 2020)

          Jesús revela no sólo que Él es el Hijo de Dios, con lo cual introduce dos personas divinas en Dios -Él y el Padre-, sino que revela cuál es la constitución íntima de Dios, al revelar que en Dios hay Tres Personas Divinas: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. La revelación de Jesús es importantísima para la Iglesia y también para la humanidad, porque revela cómo es Dios en Sí mismo: una naturaleza, un único Acto de Ser divino trinitario y una Trinidad de Personas Divinas. Un solo Dios en Tres Personas Divinas; no tres dioses, sino un solo Dios y Tres Personas Divinas. Podemos decir que la revelación de Jesús hace que el Dios de la Iglesia Católica sea, por un lado, católico, porque ninguna otra religión en el mundo tiene esta fe; por otro, hace que sea el Único Dios Verdadero y que la Iglesia sea la depositaria y custodia, con su Magisterio, de esta verdad acerca de Dios, revelada por la Persona Segunda de la Trinidad, Cristo Jesús. Esta revelación, por lo tanto, además de decirnos cómo es Dios en Verdad, hace del Dios de la Iglesia Católica un Dios Único, ya que es el Único Dios Verdadero. Implica también una gran responsabilidad para la Iglesia, puesto que, a Ella, como Esposa Mística del Cordero, le ha sido confiada esta Verdad, para que la mantenga tal como ha sido revelada, para que profundice en esta Verdad y, sobre todo, para que la revele al mundo. De aquí se desprende el fundamento para el verdadero ecumenismo y para el verdadero diálogo interreligioso: la Iglesia no dialoga con las iglesias cristianas -ecumenismo- y con las no-cristianas, para encontrar la Verdad acerca de Dios, sino que dialoga con estas iglesias para revelarles la Verdad acerca de Dios, puesto que Ella posee esta Verdad. Ninguna iglesia tiene nada para decirle a la Iglesia Católica acerca de Dios, puesto que Ella sabe que es Uno en naturaleza y Trino en Personas; por el contrario, las iglesias acuden a la Iglesia Católica para aprender de Ella la Verdad Absoluta acerca de Dios. Y estas iglesias se acercarán a la Verdad, en la medida en que no deformen ni desvirtúen lo que la Iglesia Católica les revela; se acercarán a la Verdad de Dios en tanto y en cuanto sean fieles a lo que la Iglesia Católica les revela sobre Dios. Estas iglesias -sean cristianas o no cristianas-, que abandonen sus errores acerca de la naturaleza y constitución de Dios y se conformen a la Verdad que la Iglesia Católica les revele, son las “ovejas que pertenecen a Cristo, pero que por el momento están fuera del redil”.
          Parte de la alegría de ser católicos es que poseemos la Verdad Absoluta, plena, sobrenatural, divina, celestial, de saber que Dios es Uno y Trino, que se nos ha revelado en Cristo Jesús y que Él ha venido para morir en cruz y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad, incoada en este mundo y en su plenitud en la otra, en el Reino de los cielos.

sábado, 30 de mayo de 2020

“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”




“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mc 12, 18-27). Se acercan a Jesús unos saduceos, que no creen en la resurrección de los muertos y le presentan un caso a Jesús, para tenderle una trampa y corroborar su postura, es decir, que los muertos no resucitan. Le presentan un caso hipotético de una mujer que se casa siete veces, pues todos sus esposos, luego de casados, mueren; la pregunta de los saduceos es “de quién será esposa” esa mujer en el Cielo. Con esto, pretenden, según su pensar, demostrar que es algo absurdo porque una mujer no puede tener siete maridos y por lo tanto, la realidad es como ellos dicen, esto es, que no hay resurrección.
En la respuesta de Jesús se ponen de evidencia los errores de los saduceos: por un lado, un error de ellos es hacer una transposición de este mundo al mundo venidero, como si el mundo venidero fuera una mera continuación de este: así, si la mujer tuvo siete maridos en este mundo, también los tendrá en el otro mundo. Jesús les hace ver que la realidad del Reino celestial y de la vida eterna es distinta a esta: los hombres y las mujeres ya no se casarán, como sí lo hacen en la tierra, porque en el Cielo “serán como ángeles”. Es decir, tendrán un cuerpo glorioso y resucitado y por esto mismo, no habrá necesidad de matrimonio alguno. Por otro lado, Jesús les hace ver que sí existe la resurrección y para ello cita el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, cuando Dios dice a Moisés que Él es el Dios de Abrahán, de Isaac, de Jacob, queriendo significar con esto que ellos están vivos en el Cielo y que por lo tanto Él “no es Dios de muertos, sino de vivos”.
“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”. No puede ser de otra manera, porque Dios es la Vida Increada en sí misma; Dios es Vida y Vida eterna, sobrenatural, celestial; la Vida de Dios brota de su Acto de Ser divino y perfectísimo, como de una Fuente inagotable y es el Autor y Creador de toda vida participada. Todo lo que tiene vida, la tiene porque es participación en la Vida de Dios; es participación de Dios, que es Vida en sí mismo. Por último, la resurrección existe -aunque puede ser para la eterna condenación o para la eterna salvación- y quienes continúan viviendo en el Reino de los cielos luego de morir a esta vida, lo hacen gracias a los méritos de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz. Cada vez que comulgamos, recibimos incoada la Vida eterna de Dios Uno y Trino, la misma vida gloriosa y resucitada que se desplegará en todo su esplendor si, por la Misericordia de Dios, nos hacemos dignos de ingresar, resucitados y gloriosos en el Reino de los cielos, al terminar nuestro peregrinar por la tierra.

jueves, 14 de mayo de 2020

“Yo oraré al Padre, Quien os dará el Espíritu que morará con vosotros”


Yo Influyo News - Abramos nuestro corazón al Espíritu Santo

(Domingo VI - TP - Ciclo A – 2020)


          “Yo oraré al Padre, Quien os dará el Espíritu que morará con vosotros” (Jn 14, 15-21). Jesús no sólo revela la naturaleza e identidad de Dios como Uno y Trino -lo cual es una profundización en la auto-revelación de Dios que había comenzado con los hebreos, manifestándose como Dios Uno, por encima de los dioses paganos-, sino que va más allá: en el diálogo con los discípulos, que es el diálogo con su Iglesia y por lo tanto con todos y cada uno de nosotros, Jesús nos invita a una comunión con la Trinidad. Es decir, Jesús no sólo revela que Dios es Uno y Trino, que Él está en el Padre y el Padre en Él y que ambos espiran al Espíritu Santo, sino que además nos invita a entablar una verdadera comunión de vida y amor con la Trinidad. Esto lo dice Jesús cuando afirma que Él irá al Padre y con el Padre enviará al “Espíritu de la Verdad”, Aquel al que el mundo no lo conoce -no lo conoce porque el mundo se rige y está gobernado por el Príncipe de la mentira, el Ángel caído- y que cuando venga, “hará morada” en los corazones de los discípulos, completando así la Tríada de las Divinas Personas en los corazones de los discípulos que amen a Jesús.
          En el diálogo de Jesús con los discípulos, entonces, no sólo Jesús revela la identidad y la naturaleza de Dios como Uno y Trino, sino que además nos invita a una comunión real de vida y amor con ese Dios Trino y esto por medio del envío de la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo.
          Ahora bien, ¿dónde se concreta este encuentro de vida y amor con la Trinidad? ¿En dónde y de qué manera el encuentro con Dios Trino al que nos invita Jesús deja de ser un anuncio para ser una realidad? Se da en dos momentos: por un lado, esta comunión con la Trinidad se da cuando el alma cumple los mandamientos de Jesús, porque es entonces cuando Jesús está en el alma y como Él está en el Padre y el Padre en Él, están las dos Personas de la Trinidad y la Tercera, el Espíritu Santo, viene al alma cuando el alma, por Amor y guiada por el Amor, cumple los mandamientos de Jesús: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él”.
          Por otro lado, la Comunión con la Trinidad se da en la Comunión Eucarística, porque por la Comunión nos unimos al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, en donde inhabita el Espíritu Santo, el cual nos lleva al seno del Padre, estando aun todavía nosotros en esta vida terrena y temporal.
          “Yo oraré al Padre, Quien os dará el Espíritu que morará con vosotros”. Obremos la misericordia y comulguemos en gracia y así el Padre estará en nosotros, junto con Jesús y el Espíritu Santo; así viviremos una vida de comunión y amor con la Trinidad en esta vida terrena, como anticipo de la comunión en el Amor con las Personas de la Trinidad en la Vida eterna.

jueves, 7 de mayo de 2020

“Creed que estoy en el Padre, al menos por las obras”




(Domingo V - TP - Ciclo A – 2020)

          “Creed que estoy en el Padre, al menos por las obras” (Jn 14, 1-12). Jesús hace una revelación que deja atónitos a sus discípulos: Él es Dios y en cuanto tal, está en el seno del Padre y a la vez, el Padre está en Él. De esta manera, Jesús amplía la revelación que de Dios Uno tenían los judíos, para revelar que Dios es Uno y Trino, pero no sólo eso, sino que Él es la Segunda Persona de la Trinidad, que está en el Padre y el Padre en Él. La auto-revelación de Jesús como Dios y como Dios Hijo, como Hijo del Eterno Padre, es asombrosa y no puede ser aceptada sino media la gracia santificante, que ilumina al alma y la hace partícipe de la divinidad y por lo tanto del conocimiento divino. Sólo por medio de la gracia se puede aceptar esta revelación asombrosa de Jesús: Dios es Uno y Trino y Él es el Hijo del Padre Eterno, que posee su misma naturaleza y su mismo Ser divino y es por esta razón que Él está en el Padre y el Padre en Él y es la razón también por la cual “nadie va al Padre sino es por el Hijo”, es decir Él, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo.
          Ahora bien, esta auto-revelación de Jesús es lo que hace que su promesa de “ir al Padre para prepararles un lugar” en el Reino de los cielos, sea algo verdadero, real, substancial y no un mero deseo. Si Jesús fuera solo un hombre, santo, pero solo hombre y no Dios hecho hombre, de ninguna manera ni conocería al Padre, ni estaría en el Padre ni tampoco sería el Único Camino para ir al Padre. Pero como Jesús es el Hombre-Dios, es el Hijo del Eterno Padre y está en el seno del Padre desde la eternidad, es que Él, cuando consume su misterio pascual de muerte y resurrección, retornará al Padre, preparará las moradas para los que lo amen y reciban su gracia santificante y volverá para llevar a esas moradas eternas a todos aquellos que lo reconozcan como a su Dios y su Salvador. Esto último es muy importante, pues diferencia la Redención de la Justificación: con su muerte en Cruz, Jesús redimió a la humanidad, pagando con su Sangre la deuda contraída por el pecado original, pero sólo serán justificados, es decir, santificados, quienes voluntariamente reciban su gracia santificante. Y esto por fuerza es así, puesto que nadie entrará en el Reino de los cielos sin quererlo u obligado: quien quiera ir al Padre, debe primero reconocer al Hijo como Dios y como Mesías Salvador.
          “Creed que estoy en el Padre, al menos por las obras”. Puesto que Jesús está en el Padre y el Padre está en Jesús, cada vez que comulgamos, es decir, cada vez que nos unimos sacramentalmente al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, somos llevados por el Amor de Dios, el Espíritu Santo, al seno del Eterno Padre. Cada vez que comulgamos, tenemos de modo anticipado e incoado algo más grande que el Reino de los cielos y es el Sagrado Corazón de Jesús, en donde late el Amor del Padre, el Espíritu Santo.

domingo, 26 de mayo de 2019

“El Espíritu Santo os enseñará todo y os recordará todo”



(Domingo VI - TP - Ciclo C – 2019)

           “El Espíritu Santo os enseñará todo y os recordará todo” (Jn 14, 23-29). Antes de sufrir su Pasión, Jesús les revela a sus discípulos que Él enviará al Espíritu Santo, junto al Padre, sobre la Iglesia -esto es lo que sucederá en Pentecostés- y revela además cuáles serán las funciones que hará el Espíritu Santo, las cuales serán dos funciones principalmente: mnemónicas o de recuerdo y funciones de conocimiento, de recuerdo de lo dicho por Jesús y de enseñanza de los misterios de la vida de Cristo. Esta doble función del Espíritu Santo sobre la Iglesia y las almas de los bautizados –memoria y conocimiento- es clave para que un cristiano pueda ser llamado cristiano y viva como cristiano. De lo contrario, sin las funciones de enseñanza y de recuerdo del Espíritu Santo, la religión católica se convierte en una religión sin misterios sobrenaturales; sin la función del Espíritu Santo, la religión católica se racionaliza y pierde su carácter esencial de religión de misterios y de misterios sobrenaturales absolutos; sin la función del Espíritu Santo, la religión católica se racionaliza y se rebaja a la mera capacidad humana, la cual no puede trascender más allá del horizonte racional y le es imposible -como también al ángel- ni descubrir los misterios del cristianismo, ni alcanzarlos, ni comprenderlos, ni aceptarlos.
          Pero, ¿en qué consiste, en concreto, esta función del Espíritu Santo, la de enseñanza y recuerdo, como lo dice Jesús? En cuanto a la enseñanza, el  Espíritu Santo enseña misterios sobrenaturales absolutos, que no pueden ser ni siquiera imaginados por la mente creatural, ni humana ni angélica. ¿Cuáles son estos misterios sobrenaturales absolutos enseñados por el Espíritu Santo?
         Estos misterios sobrenaturales absolutos que el Espíritu Santo enseña son, ante todo, que Dios es Uno en naturaleza y Trino en Personas, lo cual quiere decir que no son tres dioses, sino uno solo, en el que hay Tres Personas Divinas, iguales en majestad, poder y honor, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; el Espíritu Santo es el que enseña que Jesús no es un simple hombre, ni un hombre santo, ni un revolucionario, ni un profeta, sino el Hombre-Dios, esto es, Dios Hijo hecho hombre por la asunción hipostática, en su Persona divina, de la naturaleza humana de Jesús de Nazareth; el Espíritu Santo enseña que Cristo es Dios, el Verbo del Padre, co-substancial al Padre, expirador del Espíritu Santo junto al Padre, Dios de igual majestad y honor que el Padre y el Espíritu Santo. El Espíritu Santo enseña que el Verbo, invisible a los hombres e inaccesible a ellos, por amor a Dios y a los hombres, se hizo visible y accesible por los sentidos, porque se encarnó en el seno de María Virgen no por obra humana sino por obra de Dios, por el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Es decir, el Espíritu Santo enseña los misterios sobrenaturales absolutos de la religión católica, misterios que la convierten en religión de origen celestial y no humano, como lo son el resto de las religiones; misterios que consisten en la constitución íntima de Dios como Uno en naturaleza y Trino en Personas y en la Encarnación del Verbo en el seno de María Virgen, por obra de la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, por pedido de Dios Padre.
El Espíritu Santo enseña también  los misterios sobre la Iglesia: la Iglesia no es una ONG cuya función es acabar con el hambre y la pobreza del mundo: es la Esposa Mística del Cordero, creada por Dios del costado abierto del Segundo Adán, Cristo crucificado y traspasado y cuya función primordial es salvar a las almas de la eterna condenación y conducirlas al Reino de los cielos. El Espíritu Santo enseña no sólo que el Verbo se hizo carne en las entrañas purísimas de la Virgen, su seno virginal, sino que enseña también que el Verbo continúa y prolonga esta encarnación en el seno virgen y en las entrañas purísimas de la Iglesia, el altar eucarístico, para donarse a las almas como Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía. El Espíritu Santo enseña que los sacramentos no son hábitos culturales, sino actualizaciones de los misterios de la vida de Cristo por medio de los cuales se produce la gracia santificante, gracia que quita el pecado del alma al tiempo que le concede la filiación divina. Estas son algunas de las enseñanzas del Espíritu Santo, que versan ante todo como hemos visto sobre la constitución íntima de Dios como Uno y Trino y, en la Encarnación de la Segunda Persona en el seno de María Virgen y en la prolongación y actualización de esa Encarnación cada vez, en el seno virgen de la Iglesia, el altar eucarístico.
          Con respecto a la segunda función del Espíritu Santo, la función mnemónica, de memoria, de recuerdo de lo que Jesús dijo, se trata no solo de literalmente de esto, de recordar a los discípulos las palabras de Jesús, muchas de las cuales no eran entendidas en su momento por los discípulos, sino de su recuerdo y comprensión sobrenatural y no meramente racional, lógica o humana. Los discípulos ahora, con la iluminación del Espíritu Santo, no solo recuerdan las palabras de Jesús, sino que las creen en su sentido sobrenatural. Es lo que les sucede, por ejemplo, a los discípulos de Emaús: antes de que Jesús efunda sobre ellos el Espíritu Santo al partir el pan, los discípulos de Emaús son cristianos racionalistas, que creen en un Cristo, sí, pero en un Cristo humano, incapaz de resucitar; es decir, recuerdan las palabras de Jesús, pero no las creen, porque les falta la luz del Espíritu Santo y por lo tanto su religión es una religión sin misterios. Luego de la efusión de Cristo sobre ellos al partir del pan, entonces se convierten en verdaderos cristianos, al recordar en su sentido sobrenatural las palabras de Cristo y es entonces cuando comienzan a creer en las palabras de Cristo, dándoles su correcto, verdadero y único sentido sobrenatural: Cristo es Dios y ha muerto en Cruz, pero ha resucitado, venciendo en la Cruz al demonio, al pecado y a la muerte. No solo conocen esto, sino que lo creen y lo viven con sentido sobrenatural, por eso su religión católica no es racionalista, sino una religión de misterios divinos, sobrenaturales, absolutos.
“El Espíritu Santo os enseñará todo y os recordará todo”. El Espíritu Santo viene en Pentecostés para enseñarnos los misterios sobrenaturales absolutos de Dios -Dios es Uno y Trino y la Segunda Persona se encarnó en María Virgen y prolonga su Encarnación en la Eucaristía- para que no racionalicemos la religión y para que no la reduzcamos a una religión de sentimientos de falsa misericordia. Ahora bien, para nosotros, que vivimos en este “valle de lágrimas” que es esta vida, el Espíritu Santo, además de estas funciones, nos recuerda de modo particular unas palabras de Jesús: “Yo estaré todos los días con vosotros, hasta el fin del mundo” y estas palabras hacen referencia a la Eucaristía, porque es en la Eucaristía en donde Cristo está Presente, en Persona, todos los días, hasta el fin del mundo. Solo el Espíritu Santo puede enseñarnos, recordarnos y hacernos vivir estas palabras de Jesús, de que estará Él con nosotros en la Eucaristía, hasta el fin del mundo.


martes, 2 de abril de 2019

“El Padre resucita a los muertos y el Hijo da vida a los que quiere"



“El Padre resucita a los muertos y el Hijo da vida a los que quiere (…) Los judíos tenían ganas de matarlo, porque llamaba a Dios Padre, haciéndose igual a Dios” (Jn 5, 17-30). Entre otras cosas, en este Evangelio se destaca lo siguiente: por un lado, Jesús se auto-revela como Dios Hijo, es decir, como la Segunda Persona de la Trinidad, igual en poder y majestad que el Padre. La forma de demostrar que Él es Dios como el Padre, es haciendo una analogía con las obras del Padre y las suyas: así como el Padre resucita a los muertos –los numerosos muertos resucitados por Jesús a lo largo del Evangelio-, así Él “da vida a los que quiere”: esto último lo hace por medio de la entrega de su Cuerpo y su Sangre en la Sagrada Eucaristía, porque la vida que da Jesús es la Vida divina, la Vida eterna de Dios, que es la Vida Increada que es Él mismo.
Lo otro que se destaca es la malicia de los judíos, porque quieren literalmente “matar” a Jesús, aun cuando lo único que hace Jesús es revelar la Verdad acerca de Dios: Dios es Uno y Trino, el Padre es el Origen Increado y Eterno de la Trinidad y Él procede del Padre, no por creación, sino por generación, expirando ambos, desde toda la eternidad, a Dios Espíritu Santo, el Divino Amor. Es incomprensible que quieran matar a Jesús por el solo hecho de revelar la Verdad acerca de Dios, que es Uno y Trino.
“El Padre resucita a los muertos y el Hijo da vida a los que quiere”. Cada vez que recibimos la Sagrada Eucaristía en estado de gracia, recibimos un milagro infinitamente más grande que la resurrección de un muerto, porque recibimos la Vida absolutamente divina, celestial, eterna, del Hijo de Dios, oculto en la Eucaristía y esto es un don que debemos agradecer en todo tiempo, porque demuestra cuánto nos ama Jesús, con un Amor personal, tal como lo dicen sus palabras: “El Hijo da vida a los que quiere, a los que ama”.


miércoles, 29 de marzo de 2017

“Los judíos querían matarlo porque se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre”


“Los judíos querían matarlo porque se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre” (Jn 5, 17-30). Jesús revela de sí mismo su condición de Dios Hijo, procedente del Padre, consubstancial al Padre –y por lo tanto al Espíritu Santo- y, por lo tanto, revela la armonía que existe en las Tres Divinas Personas, en el querer ad intra y en el obrar ad extra: “Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo”. Esta unidad en la acción, que se deriva de la participación de la misma naturaleza divina y del mismo Acto de Ser divino trinitario por parte de las Tres Divinas Personas, refleja la perfección infinita de Dios Trinidad: si hubiera disenso entre las Divinas Personas, Dios no sería tal, porque no sería perfecto. Afirmar lo contrario, es decir, afirmar división y disensión al interno de la Trinidad, es una falsedad y una herejía.
“Lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo”: lo que es una Verdad revelada, y por lo tanto, fuente de alegría y gozo para los hombres, que descansan de sus tribulaciones con la seguridad de que Dios Trino crea y conduce el universo hacia la final santificación, constituye para los judíos por el contrario una blasfemia, porque rechazan la Trinidad en Dios, permaneciendo en la revelación de Dios como meramente Uno y no Trino y por ese motivo buscan matar a Jesús: “Los judíos querían matarlo porque se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre”.
“Lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo”. La Creación –en el Génesis-, la Redención –en el Calvario-, la santificación y purificación –en Pentecostés- es obra de un mismo Dios, que es Trinidad de Personas, que crea, redime y santifica, y gobierna el mundo, desde la Creación, hasta el Apocalipsis, hasta la renovación total del mundo en el Espíritu Santo, cuando creará el “cielo nuevo y tierra nueva”. No hay ni un segundo de la historia, de la humanidad y del hombre, en que Dios Trino no esté Presente con su Querer, su Amor y su Obrar conjunto y armónico en sus Tres Divinas Personas. Y si esto es válido para el universo creado, visible e invisible, lo es aún más para la obra maestra de la Trinidad, la Santa Misa, renovación incruenta y sacramental del Sacrificio de Jesús en la Cruz:
“Mi Padre trabaja y Yo también trabajo”. La Trinidad de Personas trabaja en la obra de nuestra redención y santificación, todos los días, haciendo que el sacrificio de la Cruz nos sea accesible a todos los hombres de todos los tiempos y lugares, por la Santa Misa. No hagamos vano el trabajo de la Trinidad, no desperdiciemos ni despreciemos su obra maestra, el santo sacrificio del altar y aprovechémoslo cada vez que nos sea posible, no sea que lo lamentemos cuando ya sea demasiado tarde.


martes, 15 de noviembre de 2016

“Hoy tengo que alojarme en tu casa”



“Hoy tengo que alojarme en tu casa” (Lc 19, 1-10). Al comentar el pasaje del Evangelio en el que Jesús encuentra a Zaqueo, Santa Isabel de la Trinidad establece una analogía según la cual la casa material de Zaqueo y Zaqueo mismo es ella, de manera que el diálogo que se entabla entre Jesús y Zaqueo es el diálogo entre Jesús y ella[1]. Dice así: “Como a Zaqueo, mi Maestro me ha dicho: “Apresúrate, desciende, que quiero alojarme en tu casa”. Apresúrate a descender, pero ¿dónde? En lo más profundo de mí misma”. Santa Isabel de la Trinidad hace una analogía entre ella y Zaqueo y entre la casa de Zaqueo y su propia alma, mientras que el descenso de Zaqueo del árbol, es el descenso que ella misma hace “hasta lo más profundo de ella misma”, con lo cual, el encuentro que se verifica entre Jesús y Zaqueo, en la casa material de este último, se verifica en el alma de –la casa espiritual- de Santa Isabel de la Trinidad. Ahora bien, puesto que Zaqueo ya ha recibido la gracia de la conversión, parte de la cual es desprenderse de los bienes materiales a los que estaba aferrado antes de conocer a Jesús, esto mismo se verifica también en Santa Isabel, aunque en relación a los bienes espirituales, que comienzan por el apego que el alma tiene a sí misma. Dice así la santa: “(entrar en la casa-alma) después de haberme negado a mí misma (Mt 16, 24), separado de mí misma, despojado de mí misma, en una palabra, sin yo misma”. Es decir, así como Zaqueo demuestra su conversión, fruto del encuentro con Jesús, la santa demuestra esta conversión en el deseo de despojarse de sí misma, para que Jesús sea todo en ella.
         Luego, al analizar la frase de Jesús “Hoy tengo que alojarme en tu casa”, Santa Isabel interpreta el pedido de Jesús –el Hombre-Dios- como el deseo de Dios Uno y Trino de inhabitar, por la gracia y el amor, en el alma de todo ser humano: “Es necesario que me aloje en tu casa”. ¡Es mi Maestro quien me expresa este deseo! Mi Maestro que quiere habitar en mí, con el Padre y el Espíritu de Amor, para que, según la expresión del discípulo amado, yo viva “en sociedad” con ellos, que esté en comunión con ellos (1Jn 1, 3)”. De estas palabras se deduce que hay una profundización en el amor hacia Santa Isabel en relación a Zaqueo, porque si en el caso de Zaqueo entró sólo el Hombre-Dios Jesús y lo hizo sólo en su casa material, ahora, en Santa Isabel, junto con Jesús, Persona Segunda de la Trinidad, vienen a la casa de Santa Isabel, su alma, junto con Jesús, el Padre y el Espíritu Santo. Son las Tres Divinas Personas las que quieren entrar en el alma de Santa Isabel y hacer morada en ella. La santa confirma este pensamiento, citando a San Pablo, en donde el  Apóstol se refiere a los bautizados como “miembros de la casa de Dios”: “Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois miembros de la casa de Dios”, dice san Pablo (Ef 2, 19). He aquí como yo entiendo ser “de la casa de Dios”: viviendo en el seno de la apacible Trinidad, en mi abismo interior, en esta “fortaleza inexpugnable del santo recogimiento” de la que habla san Juan de la Cruz...”. “Ser de la casa de Dios” es, para Santa Isabel, ser el alma en gracia “la casa de Dios Uno y Trino”, de las Tres Divinas Personas.
         El alma en la que inhabite la Santísima Trinidad, será “bella”, con una belleza sobrenatural y descansará en Dios Trino, viviendo no ya en el tiempo y en el espacio humanos, sino en la eternidad de Dios, aun si continúa viviendo en el tiempo terrestre, y en la inhabitación de la Trinidad en lo más profundo de su ser, el alma se transformará en el “resplandor de su gloria”: “¡Oh qué bella es esta criatura  así despojada, liberada de ella misma!... Sube, se levanta por encima de los sentidos, de la naturaleza; se supera a ella misma; sobrepasa tanto todo gozo como todo dolor y pasa a través de las nubes, para no descansar hasta que habrá penetrado «en el interior» de Aquel que ama y que él mismo le dará el descanso... El Maestro le dice: “Apresúrate a descender”. Es así como ella vivirá, a imitación de la Trinidad inmutable, en un eterno presente..., y por una mirada cada vez más simple, más unitiva, llegar a ser “el resplandor de su gloria” (Heb 1,3) o dicho de otra manera, la incesante “alabanza de gloria”» (Ef 1, 6) de sus adorables perfecciones”. Para Santa Isabel, entonces, el episodio evangélico del encuentro entre Jesús y Zaqueo no solo se actualiza en su alma, sino que se profundiza hasta un nivel insospechado, el de la transformación del alma en el “resplandor de la gloria” de Dios Trino.




[1] Último retiro, 42-44.

sábado, 30 de abril de 2016

“El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos morada en él”


(Domingo VI - TP - Ciclo C – 2016)

“El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos morada en él” (cfr. Jn 14, 29-39). Antes de su Pasión, en la Última Cena, Jesús hace diversas revelaciones: que en Dios hay Tres Personas y que la Tercera Persona es el Espíritu Santo, con lo cual Dios es Uno en naturaleza y Trino en Personas; que la Tercera Persona, el Amor del Padre y del Hijo, será enviado por el Padre luego de que Él muera en la cruz y que el Espíritu Santo “les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho”; revela también cuál es la causa última por la que Él ha venido de este mundo para sufrir su Pasión y Muerte en cruz, y es el don del Amor de Dios, el Espíritu Santo, que hará que el Padre y el Hijo moren en el corazón de quien ame a Jesús y cumpla sus mandamientos: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él”.
Son todas revelaciones de carácter sobrenatural, todas las cuales no serían nunca posibles de conocer por la sola razón humana, puesto que son verdades que sólo las conoce Dios y sólo Dios puede darlas a conocer, aunque también es cierto que sólo Dios puede hacer que no solo sean conocidas, sino amadas en cuanto tales, en cuanto verdades sobrenaturales, es decir, verdades que se encuentran en Dios y que se refieren a Dios.
El pasaje es uno de los pasajes centrales de la fe católica desde el momento en que la constituye como fe propia de la Iglesia Católica, enseñadas y creídas sólo por la Iglesia Católica y que determinan profundamente nuestra vida de fe, por lo que también guiar –o al menos, deberían hacerlo- nuestra vida de oración y nuestra vida cotidiana hacia una vida de santidad cada vez mayor.
¿De qué manera estas verdades divinas reveladas por Jesús, determinan nuestra vida de oración, de fe y la vida de todos los días?
Ante todo, Jesús revela que Dios es Uno y Trino al señalar que hay Tres Personas en Dios: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Esto significa que el católico no cree en un Dios meramente Uno y que la semejanza en la fe en Dios Uno con otras religiones monoteístas comienza y termina ahí, en que Dios es Uno: el católico cree que Dios es Uno y Trino, es decir, Uno en naturaleza y Trino en Personas y que, al haber Personas Divinas en Dios, esas Divinas Personas conocen y aman, es decir, se pueden establecer relaciones de tipo interpersonal con estas Divinas Personas, de un modo análogo a como se establecen las relaciones interpersonales entre las personas humanas. Esto quiere decir también que el católico cree en un Dios a cuyas Divinas Personas se las puede hablar y se puede con ellas dialogar; significa que a esas Divinas Personas se las puede amar, así como se ama a las personas humanas y los ejemplos de santos que han establecido relaciones personales con las Tres Divinas Personas, abundan a lo largo de la historia de la Iglesia; sólo por mencionar, Santa Isabel de la Trinidad y la Sierva de Dios Francisca Javiera del Valle. Esta verdad de Dios como Trinidad de Personas, con las cuales se puede establecer un vínculo de fe y de amor, es incompatible con las creencias de la Nueva Era, que niegan la existencia de una Trinidad de Personas en Dios y que afirman que si hay algo a lo que se puede llamar “divinidad”, esta divinidad es una especie de energía cósmica impersonal, de la cual el hombre es sólo una parte de la misma. La incompatibilidad de estas creencias neo-paganas es evidente, desde el momento en que, como se puede ver, con una energía impersonal es imposible establecer relaciones interpresonales. Es aquí entonces en donde radica la incompatibilidad de las creencias orientales –yoga, reiki, Lilah, budismo, hinduismo, sincretismo, panteísmo, etc.- con la fe católica y que practicar estas creencias, propias de la Nueva Era, supone necesariamente abandonar la fe católica, en la teoría y en la práctica.
La otra verdad que revela Jesús, propia de la fe católica, es la de la inhabitación trinitaria en el alma: es decir, Jesús revela no solo que Dios es Uno y Trino, sino que las Tres Divinas Personas “hacen morada” en el alma en gracia, es decir, en el alma que, iluminada por la gracia, ame al Padre y al Hijo: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos morada en él”: esto quiere decir que, el que ama a Jesús y cumple sus mandamientos –por ejemplo, amar al enemigo, cargar la cruz todos los días y seguirlo-, es porque ya está en él el Espíritu Santo, y es el Espíritu Santo el que convierte el cuerpo del alma fiel en su templo más preciado (cfr. 1 Cor 6, 19) y el alma en morada celestial, y tan hermosa, que el Padre y el Hijo deciden dejar los cielos en donde habitan –por así decirlo- para ir a “hacer morada” en el alma de aquel que los ama: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos morada en él”.
Otra verdad que Jesús revela es que la Tercera Persona de la Trinidad, el Amor Divino, será enviado por el Padre y por Él para que “les enseñe y recuerde todo lo que Él ha dicho”, es decir, Jesús revela las funciones del Espíritu Santo en el alma y en la Iglesia: enseñar y hacer recordar lo que Jesús hizo y dijo, que son estas verdades de carácter sobrenatural, porque son verdades que ninguna creatura –ni ángel ni hombre alguno- es capaz de alcanzar por sí mismas, por lo que necesitan ser reveladas, como lo hace Jesús, pero además necesitan ser “enseñadas y recordadas”, que es lo que hace el Espíritu Santo. Precisamente, cuando no es el Espíritu Santo el que enseña estas verdades, la razón humana, sin la luz del Espíritu de Dios, reduce todas estas verdades a su estrecha capacidad y convierte el Evangelio en un método de auto-ayuda, o lo contamina con ideologías totalmente extrañas al Evangelio, y es así como surgen los cismas y las herejías dentro de la Iglesia.

“El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos morada en él”. Por último, la fe trinitaria del católico debe, necesariamente, manifestarse en su fe y en su oración -debe creer en las Tres Divinas Personas y rezar a las Tres Divinas Personas- y, para ser verdaderamente fe, debe manifestarse en obras (cfr. 2 Sant 18), porque las obras son la señal de que se cree en Jesucristo, Dios Hijo, que es igual al Padre –“El que me ve, ve al Padre” (cfr. Jn 14, 9)- y que es Quien, con el Padre, envía el Espíritu Santo, el Amor de Dios, al corazón del fiel, para que sea este Amor Divino el que, a su vez, atraiga al Padre y al Hijo para que “hagan morada” en él. Es decir, el que es fiel a las palabras de Jesús, el que cumple sus Mandamientos, es amado por el Espíritu Santo y el Espíritu Santo, viviendo en él, convierte su cuerpo en su templo y el corazón en una morada tan agradable a Dios, que el Padre y el Hijo deciden dejar los cielos para ir a morar en el alma del que vive en gracia. Es por esto que decimos que la fe en Dios Trino debe guiarnos a una vida de santidad cada vez mayor.