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miércoles, 16 de enero de 2013

Si quieres, puedes purificarme. Lo quiero, queda purificado



“Si quieres, puedes purificarme. Lo quiero, queda purificado” (Mc 1, 40-45). La lepra, enfermedad corpórea que provoca graves lesiones, es figura del pecado, enfermedad espiritual que lesiona al alma en grados diversos, hasta provocarle la muerte. La analogía y comparación con la lepra es necesaria porque el pecado, al no provocar lesiones visibles ni daños sensibles, crea la falsa sensación de que el cometer un pecado –sea venial o mortal- no tiene consecuencia alguna, y por lo tanto, no tiene importancia alguna. Sin embargo, el pecado tiene gravísimas consecuencias en todos los niveles, en el alma, en la Creación, en la sociedad humana, en el Cuerpo Místico de Cristo, y en su Cuerpo físico, y este es el motivo por el que, quien comete un pecado, sobre todo si es mortal, debe advertir sus consecuencias, para precaverse y evitar el pecado con todas sus fuerzas.
Las consecuencias del pecado en el alma, pueden apreciarse con toda claridad en las visiones de Santa Brígida. En el Capítulo 13 del Libro de las Revelaciones celestiales, cuyo título es: “Acerca de cómo un enemigo de Dios tenía tres demonios dentro de él y acerca de la sentencia que Cristo le aplicó”, dice así Santa Brígida: “Mi enemigo tiene tres demonios en su interior. El primero reside en sus genitales, el segundo en su corazón, el tercero en su boca. El primero es como un barquero, que deja que el agua le llegue a las rodillas, y el agua, al aumentar gradualmente, termina llenando el barco. Entonces se produce una inundación y el barco se hunde. Este barco representa a su cuerpo, que es asaltado por las tentaciones de demonios, y por sus propias concupiscencias, como si fueran tormentas. La lujuria entró primero hasta la rodilla, es decir, a través de su deleite en pensamientos impuros. Al no resistir con la penitencia, ni tapar los agujeros mediante los parches de la abstinencia, el agua de la lujuria creció día a día por su consentimiento. Entonces, el barco repleto, o sea, lleno por la concupiscencia del vientre, se inundó y hundió el barco en lujuria, de forma que no pudo llegar al puerto de la salvación.
El segundo demonio, que residía en su corazón, es como un gusano dentro de una manzana, que primero come la  piel de la manzana y después, tras dejar ahí sus excrementos, merodea por el interior de la manzana hasta que todo el fruto se descompone. Esto es lo que hace el demonio. Primero debilita la voluntad de la persona y sus buenos deseos, que son como la cáscara, donde se encuentra toda la fuerza y bondad de la mente y, cuando el corazón se vacía de estos bienes, pone en su lugar, dentro del corazón, los pensamientos mundanos y las afecciones hacia los que la persona se haya inclinado más. Así, impele al cuerpo hacia su propio placer y, por esta razón, el valor y entendimiento del hombre disminuyen y su vida se vuelve aburrida. Es, de hecho, una manzana sin piel, o sea, un hombre sin corazón, pues entra en mi Iglesia sin corazón, porque no tiene caridad.
El tercer demonio es como un arquero que, mirando por la ventana, dispara a los incautos. ¿Cómo no va a estar el demonio dentro de un hombre que siempre lo incluye en su conversación? Aquél que amamos es a quien más mencionamos. Las duras palabras con las que él hiere a otros son como flechas disparadas por tantas ventanas como veces mencione al demonio o sus palabras hieran a personas inocentes y escandalicen a la gente sencilla.
Yo, que soy la verdad, juro por mi verdad que lo condenaré como a una ramera, a fuego y azufre; como a un traidor insidioso, a la mutilación de sus miembros; como a un bufón del Señor, a la vergüenza eterna. Sin embargo, mientras su alma y su cuerpo permanezcan unidos, mi misericordia está aún abierta para él. Lo que exijo de él es que atienda con mayor frecuencia los divinos servicios, que no tenga miedo de ningún reproche ni desee ningún honor y que nunca vuelva a tener ese siniestro nombre en sus labios”[1].
En la Creación, el pecado provoca trastornos de todo tipo, que dependen del tipo de pecado. Por ejemplo, la avaricia y la codicia, llevan a la destrucción de lo creado, como sucede por ejemplo en la depredación que realiza el hombre en las selvas, los mares, las montañas.
En la sociedad, el pecado actúa de modo muy visible, creando estructuras de pecado, a las que las hace ver como “normales”, como por ejemplo, las clínicas abortistas, las clínicas eutanásicas, los lugares de recreación en los que se pervierte la sana y necesaria diversión con música inmoral que exalta la lascivia y la lujuria, como la cumbia y el rock; otras estructuras de pecado la constituyen los medios de comunicación masiva como la televisión, el cine e internet, por medio de los cuales se difunde la inmoralidad, el materialismo, el hedonismo, el ateísmo y la rebelión a Dios y a sus mandamientos. Otras estructuras de pecado son: las pandillas juveniles, el alcoholismo, la pornografía, la drogadicción, la corrupción política, el trabajo esclavo, la prostitución, el robo institucionalizado, etc. En una sociedad, el pecado se manifiesta visiblemente en la fealdad de la ciudad, en su escasa higiene, en el desorden, en el delito imperante, en el caos.
En el Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, el pecado de sus miembros, los bautizados, se hace sentir, por cuanto debilita las fuerzas de la Iglesia en su misión de comunicar el Amor de Cristo a los hombres: la falta de caridad de sus miembros; la frialdad y el desinterés por el prójimo necesitado; la acepción de personas; la búsqueda de bienes materiales en vez de los bienes eternos; la tibieza; la falta de oración; el obrar buscando la aprobación y el honor del mundo y no la gloria de Dios, etc.
En el Cuerpo físico de Cristo, el pecado obra actualizando su Pasión: los golpes, los hematomas, las lesiones de todo tipo, los arañazos, las trompadas, las heridas abiertas y sangrantes, los puñetazos recibidos en el rostro por Cristo, las patadas dadas a su Cuerpo, las heridas provocadas por su pesada Cruz, las heridas de su cuero cabelludo, producidas por las gruesas espinas de su corona, los clavos de hierro que perforaron sus manos y sus pies, la lanzada que abrió su costado, estando ya Jesús muerto, y la muerte física misma de Jesús, todo es consecuencia del pecado, cuyo castigo es sufrido por Cristo, para que no suframos nosotros el castigo merecido por la malicia de nuestro corazón.
“Señor, si quieres, puedes purificarme. Lo quiero, queda purificado”. Si la lepra es figura del pecado, la curación es figura del Sacramento de la penitencia o reconciliación, sacramento por el cual se vierte en el alma la Sangre de Cristo crucificado, dejándola limpia de todo pecado, y resplandeciente por la gracia santificante, además de convertirla en morada de las Tres Divinas Personas.


[1] Cfr. http://aparicionesdejesusymaria.files.wordpress.com/2011/06/santa-brc3adgida-el-libro-de-las-revelaciones-celestiales.pdf

domingo, 6 de enero de 2013

Conviértanse porque el Reino de los cielos está cerca


El Reino de los cielos
“Conviértanse porque el Reino de los cielos está cerca” (Mt 4, 12-17). No es casualidad que el llamado a la conversión, por parte de Jesús, se vea precedido por la cita del profeta Isaías: “El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz”.
El llamado de Jesús a la conversión, se comprende mejor cuando se interpretan, en la fe de la Iglesia, las palabras del profeta Isaías: cuando Isaías habla de un “pueblo que se halla en tinieblas”, que “vive en las oscuras regiones de la muerte”, y sobre el cual “se levanta una gran luz”, está refiriéndose no sólo al Pueblo Elegido, sino a toda la humanidad, porque toda la humanidad, desde Adán y Eva en adelante, ha caído a causa del pecado original, pecado que significa “oscuridad” y “muerte”. El mundo entero, y sobre todo nuestro mundo actual, se encuentra envuelto en una enorme oscuridad, en una densa tiniebla, aun cuando se ilumine con la luz del sol y con las luces artificiales creadas por el hombre. La oscuridad y la tiniebla reinantes, son tan densas, que el mundo se ha acostumbrado a ellas, tomando todo como “normal”, como “derecho humano”, e incluso como benéfico y necesario. Así, el mundo justifica todo tipo de crímenes y aberraciones contra-natura: justifica el aborto, la eutanasia, la fecundación in vitro, la aparición de modelos alternativos de familias, la propagación del ocultismo, de la magia y del satanismo, bajo el disfraz de películas “familiares” de “magos adolescentes buenos”, la moda indecente, que cuanto más desviste, más éxito tiene, el consumo de drogas, el consumo desenfrenado de bebidas alcohólicas, la profanación de los cuerpos, principalmente entre los jóvenes, por la aceptación masiva del erotismo, la lujuria y la pornografía, el pago de sumas exorbitantes a futbolistas, artistas, deportistas, mientras una multitud de seres humanos viven en la indigencia, etc., etc. La lista de “estructuras de pecado” es tan grande, que sería interminable enumerarlas a todas, y sorprendería ver que la inmensa mayoría son cosas consideradas “normales”, ante todo y principalmente, por los cristianos.
El mundo –y por lo tanto nosotros, que estamos en el mundo, aunque sin ser de él- vive en sombras de muerte, en las más oscuras y espesas tinieblas que jamás haya conocido la humanidad, y esto se ve agravado porque quienes debían convertir sus corazones, es decir, quienes debían dejar las regiones de muerte para ser iluminados por la Luz eterna, Cristo, le han dado la espalda, prefiriendo las tinieblas a la luz, tal como lo dice el Evangelista Juan: “La luz (Cristo) vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron” (cfr. Jn 1ss). Los hombres, o más bien, los cristianos, la gran mayoría de ellos, prefieren las tinieblas antes que la Luz eterna, que es Cristo, y por eso no convierten sus corazones, aumentando así cada vez más la potencia y densidad de las tinieblas. Es triste comprobar que muchos cristianos, en vez de preferir ser alumbrados por la luz que emana del Ser eterno de Cristo Eucaristía, elijan sumergirse en las más completas tinieblas y oscuridades del mundo, y encima sostengan que así se encuentran mejor y más a gusto.
“Conviértanse porque el Reino de los cielos está cerca”. El llamado de Cristo a la conversión es urgente, porque quien no quiera despegar su corazón de las tinieblas, se verá absorbido y engullido por estas para siempre, sin nunca jamás ser alumbrados por la luz que es el Cordero.