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miércoles, 20 de mayo de 2020

“Cuando venga el Paráclito, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena”


Características bíblicas del Espíritu Santo que como cristiano ...

“Cuando venga el Paráclito, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena” (Jn 16, 5-11). Es necesario que Jesús cumpla su misterio pascual de muerte y resurrección para que Él y el Padre envíen a la Iglesia al Espíritu Santo: “Les conviene que Yo me vaya para que les envíe el Espíritu Santo”. Ahora bien, una vez que el Espíritu Santo venga a la Iglesia, hará tres cosas: “Dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena”. Jesús explica de qué se trata: “De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el príncipe de este mundo está condenado”. En otras palabras, el Espíritu Santo, con su santidad, dejará en evidencia tres elementos propios del misterio pascual del Hombre-Dios: que existe el pecado de no creer en Cristo como Dios y como Salvador de la humanidad; que Dios ha obrado un acto de justicia y caridad al enviar a su Hijo Único para salvar al mundo; por último, que con la muerte en Cruz de Jesucristo, el Hombre-Dios ha vencido, de una vez y para siempre, al Príncipe de este mundo, la Serpiente Antigua, Satanás.
“Cuando venga, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena”. Quien niegue las verdades que revela el Espíritu Santo a la Iglesia, niega la Verdad de Dios y de su misterio de salvación para los hombres y se hace reo de la Ira Divina.

lunes, 18 de mayo de 2020

“Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí”





“Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí” (Jn 15, 26–16, 4a). Antes de subir al Padre por medio del Camino Real de la Cruz, Jesús hace una promesa: promete que Él, cuando esté con el Padre, enviará al Espíritu Santo y el Espíritu Santo, una vez en los discípulos, “dará testimonio de Él”. Esto es muy importante porque sin la iluminación del Espíritu Santo, es imposible, para la razón humana, ni siquiera comprender los misterios de Jesús, como también es imposible comprender el misterio de quién es Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad. En otras palabras, sin la iluminación del Espíritu Santo, no se pueden comprender ni las obras de Jesús -multiplicación milagrosa de panes y peces, resurrección de muertos, expulsión de demonios, etc.- ni tampoco se puede comprender que Jesús no es un hombre santo, sino Dios Tres veces Santo, la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en una naturaleza humana.
“Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí”. Si Jesús y el Padre no nos envían al Espíritu Santo para que ilumine nuestras almas, éstas se verán envueltas en las tinieblas de la propia ignorancia de la razón humana acerca de los misterios divinos. Es decir, sin el Espíritu Santo, la mente humana cae en el más profundo racionalismo, porque por sí misma es incapaz de alcanzar los misterios sobrenaturales del Hombre-Dios Jesucristo.

martes, 23 de mayo de 2017

“Les conviene que yo me vaya, para que les envíe el Paráclito”


“Les conviene que yo me vaya, para que les envíe el Paráclito” (cfr. Jn 16, 5-11). Jesús les anuncia a los discípulos su partida “a la Casa del Padre”, lo cual provoca en ellos una profunda tristeza y angustia. Sin embargo, la muerte de Jesús en la cruz es la condición necesaria para el envío y el advenimiento del Espíritu Santo[1], pues por la cruz será consumado su sacrificio pascual de muerte y resurrección. Cuando el Espíritu Santo venga, obrará en los discípulos y en el mundo: en los discípulos, les testimoniará la divinidad de Jesucristo, les concederá abundante efusión de gracias, y les concederá un amor espiritual y sobrenatural: al donarse Él mismo, en Persona, les concederá un amor nuevo con el cual amar a Jesús, el Amor con el cual el Padre ama al Hijo desde la eternidad, la Persona Tercera de la Trinidad, Él mismo, el Espíritu Santo.
En cuanto al mundo, el Espíritu Santo le argüirá de agravio en tres puntos: de pecado, de justicia y de juicio[2]. De pecado, porque les hará ver a los judíos que Jesús era el Mesías-Dios y que ellos cometieron el pecado de incredulidad al rechazar los milagros que atestiguaban sus palabras[3]. De justicia, porque el Espíritu Santo atestiguará que Jesús no era un delincuente, como falsa e inicuamente fue juzgado y condenado, sino que era el Cordero Inmaculado, que luego de sufrir la muerte en cruz, expiando nuestros pecados, subió a los cielos y está a la diestra de Dios[4]. Por último, el Espíritu Santo acusará al mundo y lo juzgará por haber hecho un juicio erróneo, por haberse unido al Príncipe de las tinieblas en su lucha contra el Hombre-Dios y por haberlo crucificado injustamente; el Espíritu Santo hará ver claramente que el verdadero juicio es el que condena al Príncipe de este mundo, Satanás, el “Homicida desde el principio” (Jn 8, 44), el “Príncipe de las tinieblas” (cfr. Jn 12, 31), que ha sucumbido frente a Cristo y su cruz, ha sido vencido de una vez y para siempre, y ha sido arrojado fuera del mundo, y una muestra de este triunfo de Cristo en la cruz, es la destrucción de la idolatría de los paganos y la expulsión de los demonios de los poseídos (cfr. Hch 8, 7; 16; 18; 19; 12)[5].
“Les conviene que yo me vaya, para que les envíe el Paráclito”. Así como para los discípulos y la Iglesia naciente era necesario que Cristo subiera a la cruz, para enviar al Espíritu Santo, que habría de donarse a sus corazones para que Jesús fuera amado con el Amor mismo de Dios, así también, para todo cristiano, es necesaria la participación en la Pasión del Señor y la postración ante Jesús crucificado y el Jesús Eucarístico para recibir su Sangre y, con su Sangre, el Espíritu Santo.



[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentarios al Nuevo Testamento, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1956, 755-756.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.

lunes, 26 de mayo de 2014

“El Paráclito les dirá dónde está el pecado, la justicia y el juicio”


“El Paráclito les dirá dónde está el pecado, la justicia y el juicio” (Jn 16, 5-11). Los discípulos se entristecen al saber que Jesús ha de partir “a la Casa del Padre”, pero Él les dice que “les conviene” que Él parta, porque es la condición necesaria para el envío del Espíritu Santo[1]. Cuando Él envíe el Espíritu Santo junto al Padre –Él es el Hombre-Dios y Él, en cuanto Hombre y en cuanto Dios espira, junto al Padre, el Espíritu Santo-, el Espíritu Santo acusará al mundo de tres puntos: pecado, justicia y juicio. De pecado, porque el Espíritu dará testimonio de que Jesús era el Mesías y así hará ver a los judíos que cometieron un pecado de incredulidad, y es así como luego, en Pentecostés, se convierten tres mil judíos (Hch 2, 37-41); el Espíritu dará testimonio de justicia, porque hará ver que Jesús no era un delincuente, como injustamente lo acusaron, sino que es Dios Hijo encarnado; y por último, en cuanto al juicio, el Espíritu Santo hará ver que, en la batalla entablada entre Cristo y el Príncipe de las tinieblas, ha sido Cristo Jesús el claro vencedor desde la cruz, aun cuando la cruz aparezca, a los ojos humanos y sin fe, como símbolo de derrota, y la prueba de que la cruz es triunfo divino, es la destrucción de la idolatría y la expulsión de los demonios de los poseídos[2] (Hch 8, 7; 16, 18, 19, 12), allí donde se implanta la cruz.
“El Paráclito les dirá dónde está el pecado, la justicia y el juicio”. El Espíritu Santo es el Espíritu de la Verdad; en Él no solo no hay engaño, sino que Él es la Verdad divina y es a Él a quien hay que implorar que nos ilumine, para caminar siempre guiados bajo la luz trinitaria de Dios, porque si no nos ilumina el Espíritu Santo, indefectiblemente, antes o después, somos envueltos por las tinieblas de nuestra razón y por las tinieblas del infierno, y ambas tinieblas nos envuelven en el pecado, en la injusticia, y en el juicio inicuo.



[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo Tercero, Editorial Herder, Barcelona 1957, 755.
[2] Cfr. ibidem, 756.

domingo, 25 de mayo de 2014

“Cuando venga el Paráclito, el Espíritu que Yo les enviaré desde el Padre, dará testimonio de Mí”


“Cuando venga el Paráclito, el Espíritu que Yo les enviaré desde el Padre, dará testimonio de Mí” (Jn 15 26- 16, 6. 4). Luego de morir en la cruz y resucitar, Jesús ascenderá al cielo y desde allí enviará, junto al Padre, al Paráclito, al Espíritu Santo, el Espíritu de la Verdad, que “dará testimonio de Jesús”. Esto será de vital importancia para la Iglesia de Jesucristo, sobre todo hacia el final de los tiempos, cuando surja el Anticristo, porque el Anticristo se presentará con toda clase de engaños y de falsos milagros, que confundirán incluso a los elegidos. El Anticristo engañará de tal forma a los hombres, que todos creerán que es Cristo, y cuando se manifieste, modificará la ley de Cristo y los Mandamientos acomodándolos a las necesidades y conveniencias de los hombres y lo hará de tal manera, que todos estarán convencidos que es el mismo Cristo en Persona quien lo está haciendo. Es por esto que la función del Espíritu Santo, enviado por Cristo y el Padre, el Espíritu de la Verdad, será la de iluminar las conciencias del pequeño rebaño remanente, el cual de esta forma será preservado del engañado y será advertido acerca del Falso Profeta, del Anticristo y de la Bestia, quienes tomarán posesión de la Iglesia de Cristo. Solo quienes estén en gracia, estarán inhabitados por el Espíritu Santo y solo quienes estén inhabitados por el Espíritu Santo, serán capaces de advertir el engaño, pero así mismo, serán, como dice Jesús, “echados de las sinagogas”, es decir, de las Iglesias, e incluso, serán perseguidos a muerte, y los que les den muerte, creerán dar “culto a Dios” con sus muertes, porque pensarán que están dando muerte a apóstatas, cuando en realidad, estarán dando muerte a mártires, a los verdaderos seguidores y adoradores del Cordero de Dios.

“Cuando venga el Paráclito, el Espíritu que Yo les enviaré desde el Padre, dará testimonio de Mí”. El mundo contemporáneo vive en las tinieblas, unas tinieblas que amenazan a la Iglesia y que por alguna grieta ha entrado en la Iglesia, según la denuncia del futuro beato Pablo VI: “A través de una grieta, ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios”. A estas densas y siniestras tinieblas vivientes del Infierno, que impiden la visión de Dios a las almas, solo las pueden vencer la Luz Increada del Espíritu Santo, el Paráclito, enviado por el Padre y el Hijo. 

martes, 15 de mayo de 2012

Les conviene que Yo me vaya para que les envíe el Paráclito


“Les conviene que Yo me vaya para que les envíe el Paráclito” (Jn 16, 7).  Jesús anuncia su Pasión y su muerte, su Pascua, su “paso” de este mundo al otro, y a la  tristeza que este anuncio les produce a sus discípulos, le sigue la revelación de algo que quitará esa tristeza para siempre, dando lugar a una alegría sin fin: el don del Espíritu Santo.
Toda la Pasión de Jesús tiene este fin: donar el Espíritu Santo, el Amor divino, a su Iglesia y a sus discípulos.
Esta es la respuesta de Dios a la malicia de los hombres, que crucifican a su Hijo: enviarles el Espíritu Santo, su Amor, como sig,no indudable de su perdón.
Y será el Espíritu Santo el que, iluminando las mentes de los discípulos, les hará ver plenamente cuál es el sentido último de la existencia del hombre en la tierra, y cuáles son las realidades sobrenaturales en las que el hombre está inmerso, y que condicionan su destino eterno: el Demonio, “Príncipe de este mundo”, como lo llama Jesús; su aguijón mortal, que es el pecado, el cual conduce a la muerte eterna.
El Espíritu Santo hará ver a los discípulos que esta vida es solo un anticipo de la otra, la eterna; un breve paso, “una mala noche en una mala posada”, como dice Santa Teresa de Ávila, y que por lo tanto el hombre no debe poner sus esperanzas en esta vida, sino en la otra; el Espíritu Santo hará ver también que el hombre se enfrenta a tres grandes y poderosos enemigos de su vida y de su felicidad eterna, el demonio, el pecado y la carne, pero hará ver y comprender también que es Cristo quien ha derrotado a estos tres formidables enemigos desde la Cruz, dando lugar a la esperanza y a la alegría “que nadie podrá quitar”.
Y es en esta verdad en donde radica la alegría del cristiano, en medio de las tribulaciones y pruebas de esta vida terrena.