sábado, 31 de julio de 2021

Fiesta de la Transfiguración del Señor

 



Jesús se transfigura en el Monte Tabor delante de sus discípulos (cfr. Mr 9, 2-10). Puesto que se trata de un fenómeno sobrenatural, nos lleva a preguntarnos qué es la transfiguración y cuál es la razón por la que Jesús se transfigura. Ante todo, hay que decir que la transfiguración es una manifestación exterior, visible, sensible, de la gloria de Dios; en otras palabras, la transfiguración es una muestra visible de la gloria divina, que se manifiesta por la glorificación de la humanidad de Cristo. La transfiguración revela que en Cristo, Persona divina, la Segunda de la Trinidad, hay dos naturalezas: una naturaleza humana, que es la que ven sus discípulos y contemporáneos al punto de llamarlo “hijo del carpintero” y una naturaleza divina, que es la Gloria Increada en sí misma y que se manifiesta visiblemente como luz celestial en la transfiguración. Entonces, la transfiguración nos confirma que Jesús es Dios Hijo encarnado; es el Hijo Unigénito del Padre que se ha unido a una naturaleza humana, el alma y el cuerpo de Jesús de Nazareth y que ahora se manifiesta visiblemente en el Monte Tabor. En otras palabras, la transfiguración debería ser el estado “normal” de Jesús desde su nacimiento, puesto que su humanidad está unida a su divinidad, desde la Encarnación y la divinidad es luz de gloria divina. Ante esto, surgen otras preguntas: ¿Por qué Jesús no aparece glorificado durante el resto de la vida de Jesús, con excepción de la Epifanía, en Belén? Y también: ¿Por qué se manifiesta la gloria de Dios visiblemente ahora, en el Monte Tabor? La razón por la que no se manifiesta visiblemente la gloria de Jesús durante su vida, es porque Jesús hace un milagro de su omnipotencia divina, por el cual precisamente oculta esta gloria visible, para no aparecer visiblemente como glorificado, sino como un hombre más; además, si hubiera estado glorificado, no podría haber sufrido la Pasión, porque un cuerpo glorificado, como el de Jesús en el Monte Tabor, no puede sufrir de ninguna manera. La respuesta a la segunda pregunta, de porqué se manifiesta en el Monte Tabor, es porque está cerca la Hora de la Pasión, la Hora de la Cruz –que será, al mismo tiempo, la Hora de las tinieblas- y Jesús quiere que sus discípulos lo vean como Dios Hombre glorificado, para que cuando lo vean en la Pasión, cubierto no de luz sino de su Sangre Preciosísima, sus discípulos no desfallezcan y, recordando a Jesús cubierto de luz y de gloria, lo acompañen en la cruz, cubierto de sangre.

Por último, la transfiguración de Jesús es para nosotros una señal de esperanza, porque si vivimos y sobre todo, si morimos en gracia, nuestras almas y cuerpos serán transfigurados por la gloria de Jesucristo. Vivamos entonces en estado de gracia, para morir en gracia y ser transfigurados en Cristo Jesús, nuestro Dios.

 

miércoles, 28 de julio de 2021

“Mujer, ¡qué grande es tu fe!”

 


“Mujer, ¡qué grande es tu fe!”. (Mt 15, 21-28). Una mujer cananea se postra ante Jesús para implorar la liberación de su hija, la cual está poseída por un demonio. Luego de un breve diálogo con Jesús, la mujer cananea obtiene lo que pedía y además es alabada por Nuestro Señor en persona: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”. El hecho de que haya sido alabada por Jesús en persona, nos lleva a desviar nuestra mirada espiritual hacia la mujer cananea, para aprender de ella. En efecto, la mujer cananea nos deja varias enseñanzas: por un lado, sabe diferenciar entre una enfermedad y una posesión demoníaca, porque acude a Jesús para que la libere de un demonio que la “atormenta terriblemente” y este diagnóstico de la mujer cananea queda confirmado implícitamente cuando Jesús –obrando a la distancia con su omnipotencia- realiza el exorcismo y expulsa al demonio que efectivamente había poseído a la hija de la mujer cananea; otra enseñanza es que la mujer cananea tiene fe en Cristo en cuanto Dios y no en cuanto un simple hombre santo y la prueba de que lo reconoce como al Hombre-Dios es que lo nombra llamándolo “Señor”, un título sólo reservado a Dios y, por otro lado, se postra ante Él, lo cual es un signo de adoración externa también reservada solamente a Dios; otra enseñanza que nos deja la mujer cananea es que no tiene respetos humanos: ella es cananea y no hebrea, por lo tanto, no pertenece al Pueblo Elegido, es decir, era pagana y como tal, podría haber experimentado algún escrúpulo en dirigirse a un Dios –Jesús- que no pertenecía al panteón de los dioses paganos de su religión y sin embargo, venciendo los respetos humanos, se dirige a Jesús con mucha fe; otra enseñanza es la gran humildad de la mujer cananea, porque no solo no se ofende cuando Jesús la trata indirectamente de “perra” –obviamente, no como insulto, sino como refiriéndose al animal “perro”-, al dar el ejemplo de los cachorros que no comen de la mesa de los hijos, sino que utiliza la misma imagen de Jesús –la de un perro- para contestar a Jesús con toda humildad, implorando un milagro y utilizando para el pedido la imagen de un perro, de un cachorro de perro: “Los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Esta respuesta es admirable, tanto por su humildad, como por su sabiduría, porque la mujer cananea razona así: si los hebreos son los destinatarios de los milagros principales –ellos son los hijos que comen en la mesa en la imagen de Jesús-, ella, que no es hebrea, también puede beneficiarse de un milagro menor, como es el exorcismo de su hija, de la misma manera a como los cachorros de perritos, sin ser hijos, se alimentan de las migajas que caen de la mesa de sus amos.

Fe en Cristo Dios; adoración a Jesús, Dios Hijo encarnado; fe en la omnipotencia de Cristo; sabiduría para distinguir entre enfermedad y posesión demoníaca; ausencia de respetos humanos, con lo cual demuestra que le importa agradar a Dios y no a los hombres; humildad para no sentirse ofendida por ser comparada con un animal –un perro-; astucia para utilizar la misma figura del animal, para pedir un milagro para su hija. Estas son algunas de las enseñanzas que nos deja la mujer cananea, tan admirables, que provocaron incluso el asombro del mismo Hijo de Dios en persona: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”.

“¡Es un fantasma!”

 


“¡Es un fantasma!” (Mt 14, 22-36). Mientras los discípulos se dirigen en la barca de una orilla a la otra, Jesús, que se había quedado en tierra firme, se acerca a ellos caminando sobre el agua. Los discípulos no solo no lo reconocen, sino que lo confunden con un fantasma, al punto que comienzan a dar “gritos de terror”. Jesús los tranquiliza, diciéndoles que es Él y que por lo tanto nada deben temer: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”. El episodio del Evangelio muestra, por un lado, un milagro de Jesús, puesto que el caminar sobre las aguas es un prodigio que supera las fuerzas de la naturaleza y demuestra que Jesús es Dios, al suspender la ley de la física y de la gravedad que determinan que un cuerpo pesado, como el cuerpo humano, se hunde al ingresar el mar y que por lo tanto es imposible que un ser humano camine sobre las aguas como lo hace Él. El otro aspecto que puede comprobarse en este Evangelio es la falta de fe y de conocimiento en Jesús, que también es falta de amor hacia Él, por parte de los discípulos. En efecto, ellos conocen a Jesús, tratan con Él diariamente, reciben sus enseñanzas, son testigos de sus milagros y sin embargo, al verlo caminar sobre las aguas, sorprendentemente reaccionan como si no lo conocieran y además lo confunden con un fantasma: “¡Es un fantasma!”, exclaman aterrorizados. Es decir, el hecho de que confundan a Jesús con un fantasma, no deja de ser llamativo, porque ellos deberían haberlo reconocido al instante, al ser sus discípulos y, en teoría, ser quienes más conocen y aman a Jesús. Este desconocimiento de Jesús puede explicarse porque, en el fondo, a los discípulos les falta más conocimiento y amor de Jesús.

“¡Es un fantasma!”. Así como los discípulos confunden a Jesús con un fantasma, así también hoy, en la Iglesia, muchos creen en Jesús como si fuera un fantasma: para muchos católicos, visto que llevan en la vida un comportamiento alejado de Dios y su Ley, parecieran creer en un Jesús no real, en un Jesús fantasmagórico, en un Jesús que es, precisamente para ellos, un fantasma. Muchos pasan por la vida creyendo en este Jesús fantasma y como creen que es un fantasma, no tienen en cuenta sus mandamientos, no llevan su cruz a cuestas, no se alimentan del Pan de Vida, la Eucaristía, no lavan sus almas con la Sangre del Cordero, es decir, no se confiesan sacramentalmente.

         “¡Es un fantasma!”. Jesús no es un fantasma: es el Hombre-Dios, es Dios Hijo encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía y así como calmó la tempestad que amenazaba con hundir la Barca de Pedro, así calma las tempestades de todo tipo que se desencadenan en nuestros corazones. Acudamos al Dios del sagrario, Jesús Eucaristía, adorémoslo como al Dios que es, no vivamos como si fuera un fantasma y dejemos que Él calme las tempestades de nuestras vidas.


viernes, 23 de julio de 2021

“Es mi Padre quien os da el Verdadero Pan del cielo”

 


(Domingo XVIII - TO - Ciclo B – 2021)

“Es mi Padre quien os da el Verdadero Pan del cielo” (Jn 6, 24-35). Los judíos le cuestionan a Jesús su consejo de creer en Él, que es a quien “Dios ha enviado” y esta resistencia se debe a que están convencidos de que Moisés es más grande que Jesús y por eso le dicen a Jesús que Moisés les dio a comer “el pan del cielo”, el maná del desierto. Es decir, ponen como argumento para no seguirlo a Jesús el hecho de que en su travesía por el desierto, bajo el mando de Moisés, él les dio el maná del desierto. En contraposición a esta creencia, de que Moisés hizo un prodigio dándoles el maná del cielo y que por eso es más grande que Jesús, Jesús les dice que “no fue Moisés quien les dio el verdadero pan del cielo”, sino Dios Padre, porque Dios Padre les da la Carne y la Sangre del Cordero de Dios, la Eucaristía: “Es mi Padre quien os da el Verdadero Pan del cielo”. Con esto, Jesús demuestra que no sólo es más grande que Moisés porque hizo un milagro mayor, sino que Él es el Milagro en sí mismo, porque Él es el “Verdadero Pan del cielo”. Los judíos estaban equivocados al pensar que el maná que ellos recibieron en el desierto era el Verdadero Pan del cielo: el maná del desierto era sólo figura y anticipo del Verdadero Pan del cielo, el Maná Verdadero, el Cuerpo y la Sangre del Cordero de Dios, Jesús Eucaristía.

Para comprender más las palabras de Jesús, debemos considerar que así como los hebreos fueron elegidos como Pueblo –por eso se llama “Pueblo Elegido”- para proclamar la existencia de un Dios Uno ante los pueblos paganos de la antigüedad, así nosotros, a partir de Cristo, somos el “Nuevo Pueblo Elegido”, que hemos sido elegidos para proclamar la existencia de Dios Uno y Trino. Esto nos permite comprender que, al igual que el Pueblo Elegido, que peregrinó en el desierto hasta llegar a la Ciudad Santa, Jerusalén, también nosotros, como Nuevo Pueblo Elegido, peregrinamos en el desierto de la historia y de la vida humana para llegar a la Ciudad Santa, que no es la Jerusalén terrestre, sino la Jerusalén celestial, y al igual que el Pueblo Elegido, que fue alimentado en su peregrinar por el maná bajado del cielo, así también nosotros somos alimentados en el espíritu por el Verdadero Pan bajado del cielo, el Verdadero Maná, la Sagrada Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, que es el alimento espiritual por excelencia. La Eucaristía es alimento super-substancial, porque nos alimenta con la substancia de la Trinidad y por eso es el Verdadero Maná bajado del cielo; ahora bien, también puede la Eucaristía alimentar el cuerpo y la prueba son los santos que, a lo largo de la historia de la Iglesia, se han alimentado solamente de la Eucaristía, sin necesidad de consumir alimento material, terreno y si bien esto es algo extraordinario, porque lo más común es que necesitemos el alimento corporal, la Eucaristía, siendo alimento esencialmente espiritual, puede también saciar el cuerpo, además del alma.

            “Es mi Padre quien os da el Verdadero Pan del cielo”, les dice Jesús a los judíos; nosotros, parafraseando a Jesús, podemos decir: “Es la Iglesia Católica, la Esposa Mística del Cordero de Dios, la que nos da el Verdadero Pan del cielo, el Maná Verdadero, el Pan Vivo bajado del cielo, que contiene la substancia humana divinizada y el Ser divino trinitario del Hijo de Dios, Jesús en la Eucaristía”. Con el alma en estado de gracia, alimentémonos con la Eucaristía en nuestro peregrinar en el tiempo hacia la eternidad de la Patria celestial -la Jerusalén del cielo, cuya Lámpara es el Cordero-, alimentémonos con la Sagrada Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, el Verdadero Maná bajado del cielo.


jueves, 22 de julio de 2021

“¿Acaso no es el hijo del carpintero?”

 


         “¿Acaso no es el hijo del carpintero?” (Mt 13, 54-58). Ante la sabiduría divina y los milagros propios de Dios que hace Jesús, los cuales demuestran que Él es quien dice ser, el Hijo de Dios encarnado, muchos, de entre los contemporáneos de Jesús se muestran incrédulos y en vez de reconocerlo como al Hombre-Dios, lo consideran sólo como a un hombre más, de ahí que se refieran a Jesús como al “hijo del carpintero”. Es decir, hay dos concepciones absolutamente contrapuestas acerca de Jesús: los incrédulos, quienes lo consideran como un hombre más entre tantos y aquellos que lo reconocen como Dios encarnado y se postran en adoración ante Él.

         ¿A qué se debe esta diferente concepción de Jesús? Se debe a una luz, que no proviene del hombre ni del ángel y es la luz de la gracia santificante. Es esta gracia la que ilumina la mente del hombre y del ángel y le permite a estas creaturas racionales saber que Jesús es Dios Hijo encarnado y no un hombre más entre tantos. Dios concede a todos la gracia que ilumina el intelecto, pero no todas las personas la aceptan y es aquí en donde radica la explicación del porqué algunos reconocen a Cristo como Dios encarnado y otros, como un simple hombre.

         “¿Acaso no es el hijo del carpintero?”. Jesús es el Hijo de Dios encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Si lo consideramos sólo como a un hombre más, es decir, como al “hijo del carpintero”, entonces estamos profesando una fe distinta a la Fe de la Santa Iglesia Católica.

“Allí será el llanto y rechinar de dientes”

 


“Allí será el llanto y rechinar de dientes” (Mt 13, 47-53). En la descripción del Reino de los cielos que hace Jesús, incluye siempre una velada alusión, más o menos indirecta e implícita, a otro reino, el reino de las tinieblas, el cual tiene su sede en el Infierno. Es decir, aunque no lo nombre explícitamente, Jesús revela la existencia de un siniestro reino, en un todo opuesto al Reino de los cielos, coincidiendo con este únicamente en que ambos duran por toda la eternidad.

En este Evangelio, al describir al Reino de los cielos, Jesús revela cómo será el Día del Juicio Final, Día en que ambos reinos, el Reino de Dios y el reino de las tinieblas, iniciarán su manifestación visible y para toda la eternidad.

Aunque muchos en la Iglesia niegan la existencia del Infierno, esta negación no es gratuita puesto que conlleva una ofensa y un agravio a la Palabra de Jesús, Quien es el que revela su existencia. En otras palabras, negar la existencia del Infierno implica negar la omnisciencia del Hombre-Dios Jesucristo y a la Revelación dada por Él. Todavía más, es llamativo el hecho de que Jesús habla en tantas oportunidades sobre el Infierno y por lo tanto, implícitamente del reino de las tinieblas. Es decir, Jesús no revela una o dos veces la existencia del Infierno y del reino de las tinieblas, sino en numerosas oportunidades, lo cual es una severa advertencia para nosotros.

“Allí será el llanto y rechinar de dientes”. No es verdad que, cuando morimos, vamos “a la Casa del Padre”: el Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que el alma va directamente a comparecer ante el Juicio Particular, en el que Dios juzga nuestras obras libremente realizadas y de acuerdo con ellas, nos destina para siempre, sea al Reino de los cielos, sea al reino de las tinieblas, el Infierno, que es donde habrá “llanto y rechinar de dientes”. Esto último no es expresión metafórica de Jesús, porque el llanto y el rechinar de dientes serán reales y sin fin: el llanto, por el dolor provocado por la conciencia, al darse cuenta que por un solo pecado mortal el alma se ha condenado para siempre, apartándose de Dios; el rechinar de dientes será causado por el dolor insoportable, tanto espiritual como corporal, causados por el fuego del Infierno el cual, por un prodigio divino, obrará no solo sobre el cuerpo, sino también sobre el espíritu y esto por toda la eternidad.

De nuestra libertad depende a cuál de los dos reinos iremos para siempre, o el Reino de Dios, o el reino de las tinieblas, el Infierno, en donde “será el llanto y rechinar de dientes”.

“El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo”

 


“El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo” (Mt 13, 44-46). Jesús compara al Reino de los con un “tesoro” que alguien “encuentra en un campo”. La reacción de esta persona es, al darse cuenta de que se trata de un tesoro invalorable, la de “vender todo lo que tiene” para “comprar el campo” y así quedarse con el tesoro.

Como en todas las parábolas, para desentrañar sus enseñanzas, es necesario reemplazar los elementos naturales por los sobrenaturales. Así, el tesoro escondido es la Eucaristía y también la gracia santificante: se trata de verdaderos tesoros espirituales, invalorables, porque no hay nada en el universo, visible o invisible, que sea de mayor valor que la gracia y la Eucaristía. El campo es la Santa Iglesia Católica, en la que se encuentra el "tesoro escondido", más valioso que el universo visible e invisible juntos, la Eucaristía y también se encuentran los Sacramentos, que conceden ese otro gran tesoro que es la gracia santificante; el hombre que encuentra el tesoro es el propio hombre antes de su conversión, es decir, con sus pecados y sus concupiscencias y es también el mundo anticristiano, que con sus leyes contrarias a la voluntad divina lo apartan de Dios; el hecho de “vender todo lo que tiene para comprar el campo”, es la renuncia que hace el hombre al pecado, al demonio, al mundo y a la carne, para vivir de la gracia y de la Eucaristía, espiritualmente hablando.

“El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo”. Tenemos un tesoro invalorable en la Iglesia, la Sagrada Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre del Señor; vendamos todo lo que tenemos, espiritualmente hablando, como el hombre de la parábola, para quedarnos con ese tesoro, el Sagrado Corazón Eucarístico, para siempre.

 

“Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo”

 


“Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo” (Mt 13, 36-43). A pedido de sus discípulos, Jesús explica la parábola de la cizaña y para hacerlo, reemplaza sus elementos naturales por los sobrenaturales. Así, por ejemplo, es el mismo Jesús quien dice que: “El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del demonio; el enemigo que la siembra es el demonio; el tiempo de la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles”. De esta manera, con una simple y sencilla imagen, Jesús explica y anticipa el desarrollo y el fin de la historia humana: en la historia humana se lleva a cabo un enfrentamiento entre los “ciudadanos del Reino”, es decir, los católicos que practican su religión –acuden a los Sacramentos, rezan, hacen penitencia, luchan contra sus pecados, luchan para adquirir virtudes- y los “partidarios del demonio”, es decir, todos aquellos que, implícita o explícitamente, no solo no practican la Ley de Dios, sino que cumplen al pie de la letra la ley de Satanás, cuyo primer mandamiento es: “Haz lo que quieras”; los partidarios del Demonio son, entre otros, los que practican explícitamente el ocultismo, el satanismo, la brujería, la wicca, pero también los que pertenecen a la Masonería, al Comunismo, al Socialismo y a cualquier otra entidad sectaria anticristiana.

El enfrentamiento entre estos dos bandos se lleva a cabo y continuará hasta el Día del Juicio Final, Día en el que Jesús, apareciendo ante la humanidad como Justo Juez, finalizará la contienda y enviará a sus ángeles para que separen, para toda la eternidad, a sus verdaderos discípulos, de los seguidores de Satanás, destinando a los primeros al Reino de los cielos y a los segundos al Reino de las tinieblas, el Infierno, para siempre.

“Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo”. Procuremos vivir en gracia, cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios, recibir los Sacramentos, obrar la misericordia según nuestras posibilidades y estados y así no nos encontraremos a la izquierda del Señor Jesús, con los condenados, en el Día del Juicio Final, sino a su derecha, con los bienaventurados.

 

domingo, 18 de julio de 2021

“Jesús multiplica panes y peces”

 


(Domingo XVII - TO - Ciclo B – 2021)

“Jesús multiplica panes y peces” (cfr. Jn 6, 1-15). Al ver los milagros y prodigios que hacía Jesús, una multitud se reúne en torno a Él; esta multitud estaba compuesta de unas diez mil personas o más, incluidos hombres, mujeres y niños. Jesús predica y en un momento determinado es necesario hacer una pausa para que la multitud se alimente y recupere fuerzas, pues ya era cerca del mediodía. Jesús toma dos pescados y cinco panes de cebada, los bendice, los multiplica y les ordena a sus discípulos que los repartan entre la gente que padece hambre. Es decir, Jesús realiza un milagro material, al multiplicar la materia de dos panes y cinco peces y en tal cantidad, que incluso sobra bastante comida luego de que toda la multitud se ha saciado. Este milagro material demuestra la divinidad de Cristo en cuanto Creador, pues la definición de “Dios Creador” es precisamente la de Aquel que tiene la potestad de crear el ser de la nada: donde antes había nada, ahora hay ser, substancia, esencia. En este caso, el ser y la substancia de los panes y peces. Este mismo milagro es el que Jesús ha realizado al inicio de los tiempos, con la creación del Universo, por eso Él es Dios Creador: antes de la creación, estaba el Ser divino de Dios Uno y Trino, con su substancia divina y su esencia divina, pero no estaban ni el universo material ni el inmaterial, el de los ángeles; luego, en un instante determinado, Dios Trino crea, de la nada, el universo material y el inmaterial, dando el acto de ser a lo que antes era sola nada en sí misma. Con este acto creador, que crea el acto de ser de la nada, Dios demuestra que es Dios, es decir, que tiene la omnipotencia necesaria para crear el acto de ser de la nada y traer las cosas y a las personas al ser y a la existencia. Como vemos, entonces, en esencia, el milagro de la multiplicación de panes y peces es substancialmente el mismo que el de la Creación del universo, aunque obviamente a mucha menor escala, pues lo que hace Jesús en este caso, es crear de la nada el acto de ser de los panes y peces, con la creación de los átomos y moléculas materiales que esto implica. Esta capacidad creadora no la tienen las creaturas, ni el hombre, ni el ángel; lo único que pueden hacer las creaturas es modificar la materia ya existente. Por ejemplo, el hombre puede manipular y modificar los genes, tal como lo hicieron los comunistas chinos con el actual virus: “cortaron” los genes del Virus del Sida que sintetizan la proteína espiga, que es la que permite el ingreso en las células humanas y su infección por el virus y la unieron al virus del murciélago, con lo cual el virus adquirió –se llama “ganancia de función”- la capacidad de infectar a los humanos; lo mismo sucede con el ángel, por ejemplo, el demonio, el cual no puede hacer verdaderos milagros, sino que sólo puede modificar lo que ya ha sido creado por Dios, de ahí el grave error de quien acude al demonio para pedirle, por ejemplo, la curación de una enfermedad. Estos son solo dos ejemplos que ilustran la incapacidad de la creatura racional –hombre y ángel- de crear el acto de ser de la nada, como sí lo puede hacer Dios.

Al realizar el milagro de la multiplicación de panes y peces, Jesús demuestra su omnipotencia divina porque crea de la nada el acto de ser inmaterial que actualiza la esencia de panes y peces y crea además la materia de los panes y peces, es decir, los átomos y las moléculas que los componen, con lo cual repite, en mucho menor grado, aunque sea en sí mismo un milagro prodigioso, el milagro de la Creación del universo visible e invisible.

“Jesús multiplica panes y peces”. Además de la omnipotencia divina, en este episodio del Evangelio podemos reflexionar en dos elementos: por un lado, su significado espiritual y sobrenatural, ya que la multiplicación de panes y peces es anticipo y prefiguración de otra multiplicación, del Cuerpo y la Sangre del Cordero, en las especies eucarísticas; la multiplicación de panes y peces fue para alimentar el cuerpo, la multiplicación del Pan Vivo bajado del cielo es para alimentar el espíritu con la substancia misma del Cordero de Dios, su Humanidad glorificada y su Divinidad, Fuente Increada de la Santidad y la Santidad en Sí misma; por otro lado, podemos considerar la incomprensión del significado espiritual por parte de la gente, ya que lejos de comprender que la multiplicación de panes y peces es prefiguración de la multiplicación de la Carne del Cordero de Dios y del Pan de Vida eterna en el futuro, la muchedumbre pretende hacer rey a Jesús porque les sació el hambre corporal, y no por sus enseñanzas para llegar a la vida eterna.

“Jesús multiplica panes y peces”. En nuestros días, Jesús no multiplica panes y peces para saciar nuestra hambre corporal; sin embargo, ha dejado encargado a la Iglesia la realización de un milagro infinitamente más grandioso que la creación de los átomos materiales de panes y peces y es la conversión, por la transubstanciación, de las substancias del pan y del vino en su Cuerpo y en su Sangre, para alimentar no nuestros cuerpos, sino nuestras almas, con un alimento que es infinitamente más exquisito que la carne de pescado y el pan material, la Eucaristía, que es la Carne del Cordero de Dios y el Pan de Vida eterna. En cada Santa Misa, entonces, asistimos a un milagro inmensamente más grandioso que la simple multiplicación de panes y peces, la multiplicación de la Carne del Cordero de Dios y del Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía, que alimenta nuestras almas con la substancia misma de la Trinidad.


sábado, 17 de julio de 2021

“La siembra en tierra buena es la Palabra entendida y puesta por obra”

 


“La siembra en tierra buena es la Palabra entendida y puesta por obra” (cfr. Mt 13, 18-23). Jesús en persona da la interpretación de la parábola del sembrador: la semilla que cae a lo largo del camino, es el hombre que, sin el auxilio de la gracia, emprende la lectura de la Palabra de Dios pero como la Palabra es de origen sobrenatural, sin el auxilio divino, no puede comprenderla, por lo que el demonio arrebata lo poco que ha podido asimilar de esta Palabra divina. El hombre inconstante es el que escucha la Palabra y primero se entusiasma pero frente a una tribulación o a una persecución a causa de la Palabra, la abandona y por eso tampoco da frutos de santidad. El hombre que escucha la Palabra pero la abandona al elegir los placeres del mundo y las seducciones de la riqueza y del poder, tampoco da frutos de santidad.

Por último, la semilla que da fruto es la que cae en tierra buena: es el hombre que, por la gracia santificante, escucha la Palabra de Dios, la Sagrada Escritura, la recibe sacramentalmente en la Eucaristía, e iluminado por esta misma gracia, comprende la Palabra de Dios y da frutos de santidad, es decir, escucha y obra en consecuencia según lo escuchado. Son los santos, los que dieron fruto al ciento por ciento, luego de escuchar la Palabra de Dios, porque la pusieron por acto, al obrar obras de misericordia, corporales y espirituales, e incluso dieron también sus vidas por la Palabra de Dios. Entonces, que demos fruto o no luego de escuchar la Palabra, depende de la gracia santificante y estar en gracia santificante o vivir en el pecado, depende de nuestra propia libertad.

 

“Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”

 


“Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto” (Jn 20, 1-2. 11-18). María Magdalena va al sepulcro el Domingo de Resurrección, de madrugada y al no encontrar a Jesús, piensa que alguien se ha llevado su cadáver y es eso lo que les dice a Pedro y a Juan: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”. Lo que sucede con María Magdalena es que, si bien cree, conoce y ama a Jesús, en el fondo, no cree en su resurrección, por lo que en su mente y en su corazón Jesús es un hombre santo, pero que ha muerto en cruz, no ha resucitado y alguien se ha llevado su cadáver, cambiándolo de lugar. Ésa es la razón de su tristeza y de su llanto: no cree en la resurrección de Jesús y sí cree, en cambio, en un Jesús muerto. La tristeza de María Magdalena se convierte en alegría incontenible cuando se encuentra con Jesús resucitado y Jesús le concede la gracia de la iluminación sobrenatural de su mente y de su corazón, que le permite creer en la resurrección de Jesús.

         “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”. No debemos pensar que María Magdalena es la única que no cree en la resurrección de Jesús; no debemos pensar que María Magdalena es la única en creer en un Jesús muerto, no resucitado: vista la casi absoluta ausencia de católicos bautizados a la más grande ofrenda sacrificial a la Trinidad que lleva a cabo la Iglesia todos los domingos, la ofrenda del Cordero de Dios, resucitado y glorioso en la Eucaristía, a la Santísima Trinidad, es de suponer que la inmensa mayoría de los católicos se encuentra en una situación análoga a la de María Magdalena antes del encuentro personal con Jesús resucitado. Es decir, pareciera que la inmensa mayoría de los católicos no cree en la resurrección de Jesús y por lo tanto no cree en su Presencia gloriosa y resucitada en la Eucaristía, porque de lo contrario, nadie dejaría de asistir a la Santa Misa.

         “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”. Por la luz de la fe, podemos parafrasear a María Magdalena y decir: “Sí sabemos dónde está el Cuerpo de Jesús: está resucitado, vivo y glorioso, no tendido en el sepulcro, sino de pie, triunfante y victorioso, en la Sagrada Eucaristía. Sí sabemos dónde está el Cuerpo glorioso de Jesús resucitado: en el sagrario, en el Pan Vivo bajado del cielo, la Sagrada Eucaristía”. Es esta noticia la que debemos anunciar al mundo de hoy.

“Los granos que cayeron en tierra buena dieron fruto”


 

         “Los granos que cayeron en tierra buena dieron fruto” (cfr. Mt 13, 1-9). Jesús relata la parábola del sembrador y de las semillas, unas se secan y no dan fruto, mientras que otras dan fruto. Para comprender un poco la parábola, debemos reemplazar los elementos naturales por los sobrenaturales. Así, el terreno en donde caen las semillas, es el corazón del hombre; las semillas, es la Palabra de Dios, revelada en la Sagrada Escritura. Ante esto, surge una pregunta: ¿de qué depende el hecho de que unas semillas den fruto y otras no? Depende de un elemento que no se nombra en la parábola, pero que es lo que hace que el terreno sea fértil y es la gracia santificante. Es decir, en el corazón del hombre que está en estado de gracia santificante, la Palabra de Dios germina, crece y da fruto, en algunos más, en otros menos, pero en todos da fruto. De esto se deduce la imperiosa necesidad de conseguir, conservar y aumentar el estado de gracia santificante –la cual se nos da por los sacramentos, sobre todo la Penitencia y la Eucaristía-, porque es la gracia de Jesucristo la que convierte nuestro corazón, en sí mismo un terreno árido y pedregoso, sin capacidad de dar frutos de santidad, en un terreno fértil, que puede dar abundantes frutos de misericordia, de caridad, de santidad.

 

“Mi hermano y mi madre son los que cumplen la voluntad de mi Padre”


 

“Mi hermano y mi madre son los que cumplen la voluntad de mi Padre” (Mt 12, 46-50). Mientras Jesús imparte sus divinas enseñanzas a la multitud, alguien se acerca para avisarle que la Virgen, su Madre y sus primos, están afuera y quieren hablar con Él: “Oye, ahí fuera están tu madre y tus hermanos, y quieren hablar contigo”. La respuesta de Jesús, en un primer momento, pareciera dejar en un segundo plano a su Madre, la Virgen, porque pareciera que antepone a otras personas a su propia Madre. Y además de a su Madre, parecería menoscabar a su familia natural, sus primos, también en detrimento de extraños. Sin embargo, lejos de menoscabar a su Madre y a sus primos, con su respuesta, Jesús ensalza, ante todo, a su Madre, por el siguiente motivo: Él dice que “su madre y sus hermanos” son los que “cumplen la voluntad del Padre”. Entonces, si el criterio para ser familia de Jesús es el cumplir la voluntad del Padre, la Virgen es la primera en cumplir la voluntad del Padre y en un doble modo, porque aceptó la voluntad del Padre de ser la Madre de Dios Hijo y por eso la Virgen es su Madre biológica en el sentido de que lo llevó en su seno luego de ser engendrado por el Espíritu Santo y también cumplió a la perfección la voluntad del Padre en la entrega de su Hijo Jesús que Ella hace en el Calvario al Padre por nuestra salvación, para que el Padre pueda llevar adelante su voluntad salvífica, expresada en el misterio pascual de muerte y resurrección de Jesús. La Virgen entonces es la que Primera en cumplir a la perfección la voluntad del Padre.

“Mi hermano y mi madre son los que cumplen la voluntad de mi Padre”. Por el Bautismo sacramental, somos injertados en el Cuerpo Místico de Jesús y si cumplimos la voluntad de Dios Padre, expresada en el Sacrificio de Jesús en la Cruz, entonces además somos “hermano, hermana y madre” de Jesús.

 

sábado, 10 de julio de 2021

“Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco”

 


(Domingo XVI - TO - Ciclo B – 2021)

         “Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco” (Mc 6, 30-34). Jesús y sus discípulos se encuentran en una situación que demanda mucha actividad física, mucha atención a la gente, la cual no para de “ir y venir” en gran cantidad: “eran tantos los que iban y venían, que no les daban tiempo ni para comer”. Con toda seguridad, la multitud ya había escuchado, visto, oído, acerca de la sabiduría divina de Jesús y sus milagros, propios de un Dios y puesto que la humanidad, desde la caída de Adán y Eva, se encuentra inmersa en la oscuridad del pecado, en las tinieblas del error y en el dolor de la enfermedad y la muerte, al anoticiarse de que hay un hombre santo, un profeta, un hombre a quien Dios acompaña con sus signos, un hombre que hace milagros asombrosos, que cura todo tipo de enfermedades, que expulsa a los demonios con el solo poder de su voz, que multiplica panes y peces, que resucita muertos, entonces la gente acude adonde se encuentra este hombre, que no es otro que el Hombre-Dios, Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado en la naturaleza humana de Jesús de Nazareth.

         Ahora bien, este ir y venir de la multitud, este incremento incesante de la cantidad de gente que acude a Jesús en busca de su sabiduría, de su palabra, de su poder, de sus milagros, es tal, que no les deja tiempo, ni a Jesús ni a sus discípulos, ni siquiera “para comer”. Es por esta razón que Jesús decide hacer una pausa en medio de tanto ir y venir y llama a sus discípulos para que estén con Él “en un lugar solitario”, a fin de que “puedan descansar”. Esto, que es naturalmente necesario –como también es naturalmente necesaria la sana recreación, llamada “eutrapelia” por Santo Tomás-, es algo además necesario desde el punto de vista espiritual, porque los discípulos no solo necesitan descansar, físicamente hablando, sino que también necesitan estar a solas con Jesús, para descansar de tanto hablar mundano con la gente, para entablar un diálogo íntimo, de amor y de comunión de vida, con Jesucristo, quien calmará sus corazones, quitándoles la agitación que produce el trato continuo y sin pausa con los seres humanos, para concederles la paz del corazón que sólo Dios puede dar, según sus palabras: “Mi paz os dejo, mi paz os doy, no como la da el mundo”.

 

         “Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco”. También a nosotros nos llama Jesús, a nosotros que vivimos inmersos en el mundo, en las ocupaciones cotidianas, a las que se suman las tribulaciones y persecuciones propias de un mundo sin Dios, y nos llama esta vez desde el sagrario, desde la Eucaristía, para que estemos con Él “a solas”, en un lugar solitario, que más que un lugar físico, es el corazón del hombre, en donde Jesús quiere hacernos escuchar su voz y hacernos sentir el calor del Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico. Allí, en el silencio del sagrario, en el silencio interior y exterior propios de la oración, Jesús Eucaristía nos habla a lo más profundo de nuestro ser, no solo para apartarnos del palabrería vano y sin sentido del mundo pagano que nos rodea, sino para colmarnos de su sabiduría divina y para llenar nuestros corazones con la plenitud del Amor de Dios, el Espíritu Santo. De ahí la necesidad imperiosa de hacer un alto en las actividades cotidianas y de hacer un tiempo para hacer oración, para rezar el Rosario, para hacer Adoración Eucarística, para asistir a la Santa Misa, para detenerse un momento en los quehaceres diarios y elevar la mente y el corazón a los pies de Jesús crucificado.

 

viernes, 9 de julio de 2021

“Aquí hay algo más grande que el templo”

 


“Aquí hay algo más grande que el templo” (Mt 12, 1-8). Jesús y sus discípulos atraviesan unos sembrados; en el trayecto, los discípulos experimentan hambre y comienzan a arrancar espigas y a comerse los granos. Al darse cuenta los fariseos, le reprochan a Jesús la acción de sus discípulos, porque era sábado y en sábado estaba prohibido realizar trabajos manuales: “Tus discípulos están haciendo algo que no está permitido hacer en sábado”. Lejos de darles la razón a los fariseos, Jesús justifica el obrar de sus discípulos, trayendo a colación una transgresión realizada por el rey David y sus compañeros, similar a la de sus discípulos, la cual consistió en comer panes consagrados, reservados solo a los sacerdotes: “¿No han leído ustedes lo que hizo David una vez que sintieron hambre él y sus compañeros? ¿No recuerdan cómo entraron en la casa de Dios y comieron los panes consagrados, de los cuales ni él ni sus compañeros podían comer, sino tan sólo los sacerdotes?”. Jesús también trae a colación la violación del sábado que hacen los sacerdotes cuando tienen que realizar el oficio sacerdotal en días sábados. Sin embargo, hay algo mucho más trascendente que dice Jesús y que, además de dejar sin palabras a los fariseos, revela su origen divino: “Yo digo que aquí hay alguien más grande que el templo (…) el Hijo del hombre también es dueño del sábado”. Con esto, Jesús les está diciendo que Él es Dios por una doble vía: porque es “más grande que el templo” y lo único que puede haber más grande que el templo de Dios es el mismo Dios, por lo tanto, se está auto-proclamando y revelando como Dios, y por otro lado, les dice que Él, en cuanto Dios, es “dueño del sábado”, por lo que puede dispensar de las reglas que establecen los hombres en relación a Él: “el Hijo del hombre es también dueño del sábado”.

Por supuesto que esto, en vez de abrir los corazones de los fariseos, solo los endurecerá más en su obstinada negación voluntaria de la condición divina de Jesús de Nazareth y serán estas palabras suyas las que serán usadas en forma distorsionada en el juicio inicuo que realizarán contra Jesús.

         “Aquí hay algo más grande que el templo”. Nosotros, discípulos de Jesús, no caminamos por un campo de trigo, pero sí experimentamos hambre de Dios y para saciar esta hambre de Dios, Dios nos da, no espigas de trigo, como a los discípulos del Evangelio, sino el trigo cocido en el Fuego del Espíritu Santo, la Sagrada Eucaristía, el Pan Vivo bajado del cielo. Y la Sagrada Eucaristía, que es Jesús, el Hijo de Dios encarnado, es más grande, no solo que el templo, sino que todo el universo visible e invisible e incluso es más grande que el mismo Reino de Dios, porque es el mismo Hijo de Dios encarnado, que prolonga su Encarnación en el Pan Vivo bajado del cielo.

jueves, 8 de julio de 2021

“Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados y Yo los aliviaré”

 


“Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados y Yo los aliviaré” (Mt 11,28-30). Nuestro tiempo se caracteriza por un fuerte y marcado materialismo existencialista, que ha desplazado a Dios por completo no solo de las leyes y del gobierno de las naciones, sino de la vida cotidiana de miles de millones de seres humanos. Esto no hace más que agravar la angustia existencial que el hombre posee por el solo hecho de nacer en este mundo, agobiado por el peso del pecado original. Puesto que Dios es la Fuente de la felicidad del hombre, al haber sido creado el hombre para ser feliz en la unión en el Amor con Dios Trino, al no tener a Dios por culpa del pecado original, por un lado, y al desplazar a Dios y a su Mesías, Jesucristo, de manera intencional, por otro lado, el hombre se ve envuelto en la más oscura tiniebla espiritual, que inunda su existencia de angustia, de dolor, de sufrimiento, sin encontrar sentido ni a la vida ni a la muerte ni a su paso por esta vida terrena.

Entonces, en nuestros días, el agobio del hombre se produce por dos caminos: por causa del pecado original, porque por éste se encuentra sin la Fuente de su felicidad que es Dios y, por otro lado, porque el hombre mismo, llevado por su propia ceguera espiritual, se aleja de Dios y de su Ley. De esta manera, la angustia existencial se multiplica y el hombre se agobia espiritualmente, sin ser capaz de encontrar, por sí mismo, una salida a esta situación.

Es aquí cuando interviene el Hombre-Dios Jesucristo quien, desde la Eucaristía, promete alivio a todo aquel que se encuentre “afligido y agobiado”, porque Él se encargará de quitar lo que ensombrece la vida del hombre, que es el pecado y al mismo tiempo le dará aquello que ilumina la vida del hombre en la tierra, que es el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico.

“Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla”

 


“Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla” (Mt 11,25-27). Jesús agradece al Padre por haber revelado los secretos y misterios del Reino a los “sencillos y humildes” y por haberlas ocultado a los “sabios y entendidos”. ¿Qué quiere significar Jesús con estas frases? Por un lado, quiere decir que Dios Padre ha revelado, por medio del Espíritu Santo, Espíritu de Sabiduría y de Ciencia Divina, los misterios sobrenaturales de la vida de Jesús a los “humildes y sencillos”, lo cual no quiere decir, de ninguna manera, faltos de estudios: los “humildes y sencillos” pueden ser, desde grandes teólogos, hasta campesinos que apenas saben leer y escribir. A esos es a quienes el Padre del cielo revela los secretos de su corazón, porque ellos no solo no lo rechazarán, sino que los atesorarán, como si fueran monedas de oro y plata. Por otra parte, significa que lo que Dios revela son los “misterios sobrenaturales absolutos” de Dios y su Mesías, como por ejemplo, que Dios es Uno y Trino y que la Segunda Persona de la Trinidad se ha encarnado en la humanidad santísima de Jesús de Nazareth, además de que esta Segunda Persona encarnada prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Estos son misterios que, si no fuesen dados a conocer por el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, de ninguna manera pueden ser conocidos por el hombre y tampoco por el ángel. En otras palabras, saber que Dios es Uno en el Ser y en la Naturaleza y Trino en Personas y que Jesús es Dios encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, son conocimientos dados por el Espíritu Santo y no por los razonamientos humanos. A esto se refiere Jesús cuando dice: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’’.

         “Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla”. Por medio del Catecismo, por medio del Magisterio de la Iglesia, por medio de las Escrituras interpretadas según la Iglesia Católica, se nos han dado a conocer los misterios eternos de Dios Trinidad, ocultos desde la eternidad y dados a conocer por Jesucristo. Atesoremos estos conocimientos, más valiosos que el oro y la plata y hagamos que den frutos de santidad, meritorios para la vida eterna.

miércoles, 7 de julio de 2021

“Jesús se puso a reprender a las ciudades que habían visto sus numerosos milagros, por no haberse arrepentido”


 

“Jesús se puso a reprender a las ciudades que habían visto sus numerosos milagros, por no haberse arrepentido” (Mt 11, 20-24). Jesús reprende a las ciudades que vieron sus milagros y no se convirtieron y las compara con ciudades paganas –Tiro y Sidón-, afirmando que si en estas ciudades se hubieran producido los milagros que Él realizó en Corozaín, en Betsaida y Cafarnaúm, se habrían convertido desde “hace tiempo” y habrían hecho “penitencia”. Las ciudades que Jesús nombra fueron testigos de milagros y prodigios portentosos –curaciones milagrosas, expulsiones de demonios, multiplicación de panes y peces, etc.-, pero ni siquiera así, viendo al Hombre-Dios en Persona, hacer milagros, ni siquiera así, se han convertido, de ahí el enojo de Jesús hacia esas ciudades y el duro reproche y advertencia de lo que les espera –un Día del Juicio rigurosísimo y la precipitación en el abismo de fuego- por no haberse convertido.

Ahora bien, no debemos creer que estas advertencias de Jesús son solo para esas ciudades, sino que también son para nosotros, porque en las ciudades en las que Jesús hizo milagros debemos vernos reflejados todos y cada uno de nosotros, porque todos, desde el momento en que somos bautizados, ya hemos recibido el milagro de la filiación divina, cosa que no recibieron los paganos, los que no se bautizaron; hemos recibido también en innumerables oportunidades al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, en cada Comunión Eucarística; hemos recibido al Espíritu Santo en Persona, la Tercera Persona de la Trinidad, en la Confirmación y como estos, numerosísimos e incontables milagros del Amor y de la Misericordia Divina y aun así, no podemos decir que nos hemos convertido. Y si alguien dice “estoy convertido”, está pecando de soberbia. Por otra parte, en las ciudades paganas de Tiro y Sidón, debemos ver a los paganos e infieles, a los que no pertenecen a la Iglesia Católica, a los que no recibieron el don de ser hijos adoptivos de Dios, a los que no recibieron el Corazón Eucarístico de Jesús, a los que no recibieron el Amor de Dios, el Espíritu Santo y aun así, son mejores personas que nosotros, porque obran más y mejor el bien y porque aman sinceramente a Dios, con todo su corazón.

         “Jesús se puso a reprender a las ciudades que habían visto sus numerosos milagros, por no haberse arrepentido”. Hemos recibido numerosos y grandiosos milagros y prodigios del Amor de Dios, pidamos en consecuencia la gracia de arrepentirnos, de convertirnos y de hacer penitencia, para no recibir un duro castigo el Día del Juicio y para no ser precipitados al lago de fuego.

sábado, 3 de julio de 2021

“Jesús envió a los Doce y les dio poder para curar enfermos y expulsar demonios”

 


(Domingo XV - TO - Ciclo B – 2021)

         “Jesús envió a los Doce y les dio poder para curar enfermos y expulsar demonios” (cfr. Mt 6, 7-13). Jesús envía a los Apóstoles para que “prediquen la conversión” y les concede poder para curar enfermos y expulsar demonios. La actividad apostólica consiste, esencialmente, en el llamado a la conversión del corazón, es decir, que el corazón del hombre, corrompido por el pecado original y por eso apegado a esta vida terrena y a los falsos placeres del mundo, se despegue de la mundanidad y se eleve, llevado por la gracia, a la contemplación del Hombre-Dios Jesucristo, la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en la Humanidad santísima de Jesús de Nazareth. Si el hombre, por el pecado original de Adán y Eva, cayó del Paraíso, quedando incapacitado para elevarse a Dios, ahora es Dios, en Cristo Jesús, quien baja del Cielo, para elevar al hombre a la unión con la Santísima Trinidad. Es en esto en lo que consiste la conversión que van a predicar los Apóstoles por orden de Cristo, siendo la curación de enfermos y la expulsión de demonios sólo signos que testifican que la conversión predicada por los Apóstoles es de origen divino y no humano.

         Esta conversión, que implica esencialmente el desapego de la vida mundana y la elevación del corazón a la unión con la Trinidad, es en lo que consiste el Reino de los cielos y es por lo tanto la novedad absoluta del catolicismo: el hombre no ha sido creado para esta vida terrena, natural, sino para la vida eterna, sobrenatural, en unión eterna con las Tres Divinas Personas. Es el concepto de bienaventuranza eterna celestial, en unión por el amor y la gloria a las Personas de la Trinidad, en lo que consiste la novedad completamente absoluta del catolicismo. El mensaje opuesto de Cristo es el del Anticristo: es la mundanidad, el permanecer apegados al hombre viejo y sus concupiscencias, el llamar “derecho humano” a lo que es pecado, el tratar de convertir, vanamente, a esta tierra en un paraíso terrenal.

         Los Apóstoles son enviados a predicar la conversión, para que así el alma se prepare, por la gracia, ya desde esta vida terrena, a la eternidad en la bienaventuranza de la contemplación de las Tres Divinas Personas es el Reino de los cielos. Ahora bien, esa eternidad gloriosa y bienaventurada comienza ya aquí, en la tierra, en medio de las tribulaciones y las persecuciones, cuando el alma está en gracia, porque por la gracia santificante, las Tres Divinas Personas –Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo-, vienen a inhabitar, a hacer morada, en el alma del justo, en el alma del que está en gracia, según las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica.

         “Jesús envió a los Doce y les dio poder para curar enfermos y expulsar demonios”. Se equivocan quienes hacen consistir el cristianismo en la curación de enfermedades y en la expulsión de demonios: el cristianismo es convertir el corazón a Jesús de Nazareth, por medio de la gracia, para vivir ya aquí en la tierra en la contemplación, por la fe, de las Tres Divinas Personas, como anticipo de la contemplación en la gloria en la eternidad, de la Santísima Trinidad y del Cordero, en el Reino de los cielos. Es en eso en lo que consiste la novedad absoluta del catolicismo y es para eso, para contemplar a la Trinidad en la eternidad, es que hemos sido bautizados en la Iglesia Católica.

“Os envío como ovejas entre lobos; por eso, sed astutos como serpientes y mansos como palomas”


 

         “Os envío como ovejas entre lobos; por eso, sed astutos como serpientes y mansos como palomas” (Mt 10, 16-23). Para esta enseñanza evangélica Jesús, que es el Divino Maestro, utiliza cuatro especies de animales: ovejas, lobos, serpientes, palomas. De estas imágenes, tres corresponden a los discípulos de Jesús –ovejas, serpientes, palomas- y una a los hijos de las tinieblas, es decir, a los servidores del anticristo: los lobos.

         Entonces, con su Sabiduría divina, Jesús nos hace ver que debemos tener las características –desde el punto de vista espiritual, obviamente-, de estos tres animales: ovejas, serpientes, palomas. De las ovejas, se puede decir que tomamos, como cristianos, la indefensión y también la necesidad de ser guiados por un pastor; la indefensión, porque la oveja es un animal pacífico, no agresivo, manso y, como decíamos, necesita de la guía de un pastor que, en nuestro caso, es el Buen Pastor, el Pastor Sumo y Eterno, Jesucristo, de cuya autoridad y poder participan los pastores de la Iglesia, los sacerdotes ministeriales; de las serpientes, Jesús nos pide que aprendamos de la astucia de estos animalitos, los cuales, tanto para conseguir alimento, como para defenderse de sus enemigos, debe utilizar la astucia, lo cual comprende acciones como, por ejemplo, esconderse para no ser visto por su presa o por su cazador, y luego salir del escondite para escapar velozmente cuando su depredador se descuida; de las palomas, Jesús nos pide que seamos mansos y pacíficos, como son estas aves –características que por otra parte comparten con las ovejas-, para así comportarnos con nuestro prójimo, sea en la familia, sea en la sociedad.

         Por último, falta la caracterización del lobo, el animal que representa al enemigo de Cristo y el cristiano, es decir, el Anticristo, puesto que así lo dice Jesús: “Os envío como ovejas en medio de lobos”. La imagen no puede ser más elocuente: una oveja, por naturaleza –pacífica, mansa, carente en absoluto de medios tanto de defensa como de ataque-, si es colocada en medio de una manada de lobos, no tiene en absoluto ninguna posibilidad de salir viva, puesto que los lobos tardarían solo unos instantes en clavar sus dientes afilados en la tierna carne de las ovejas. El lobo supera con creces a la oveja y puede dar fácil cuenta de ella, por cuanto posee, por naturaleza, colmillos largos y afilados, garras filosas y gruesas, actitud agresiva, sed de sangre. El lobo es la figura, entonces, que representa tanto al Anticristo como a sus seguidores, los seguidores del Anticristo.

         Ahora bien, nos podemos preguntar dos cosas: por un lado, porqué Jesús nos envía tan indefensos; segundo, porqué nos envía a, literalmente, un lugar que es el centro de la manada de lobos, que es el mundo. La respuesta a las dos preguntas es una sola razón: porque Él es Dios y por lo tanto, no permite que los lobos nos destrocen, como querrían hacerlo, porque Él nos protege con su fuerza divina; por otra parte, Jesús quiere la conversión de los seguidores el Anticristo, los lobos, quienes en definitiva son seres humanos que también están destinados al Reino de los cielos, pero que deben convertirse y es para ayudar a su conversión –que adviene por la gracia santificante- que Jesús quiere que seamos indefensos como ovejas, astutos como serpientes y mansos como palomas. Antes de que Él venga por Segunda Vez.

“Curad enfermos expulsad demonios y anunciad que el Reino de los cielos está cerca”

 


“Curad enfermos expulsad demonios y anunciad que el Reino de los cielos está cerca” (Mt 10, 7-15). Jesús envía a sus discípulos, a su Iglesia Naciente, a evangelizar, a anunciar la Buena Noticia, que es la Llegada del Reino de los cielos. Les concede poder, participado de su propio poder divino, de curar enfermos y expulsar demonios, como signos o señales de que lo que están anunciando viene de Dios. Es decir, les da el poder de hacer obras milagrosas propias de Dios, como las curaciones de enfermos y las expulsiones de demonios, como hechos que confirman el anuncio esencial del cristianismo: el Reino de los cielos está cerca. Es importante hacer estas consideraciones porque muchos, dentro y fuera de la Iglesia Católica, han invertido las señales y han confundido las cosas: para estos, el Reino de los cielos es la curación de los enfermos y la expulsión de demonios; es decir, en esto consiste, para estos cristianos, la llegada del Reino de los cielos. Por ejemplo, en la inmensa mayoría de las sectas evangélicas, los encuentros se basan en una supuesta curación milagrosa de enfermos, o en el exorcismo demoníaco practicado masivamente; algo similar sucede en algunos movimientos católicos, en donde las misas son de “sanación”, para curar enfermedades del orden que sea y también se realizan con el fin de exorcizar demonios. Para estos movimientos, evangélicos y católicos, el Reino de los cielos es curación de enfermedades y expulsión de demonios, pero esto es invertir los términos, es confundir las señales al lado del camino con el camino mismo y con el fin del camino: la curación de enfermedades y la expulsión de demonios son sólo signos o señales que indican que el Reino de los cielos está cerca; en otras palabras, el Reino de los cielos no consiste en que todos estemos curados de enfermedades corporales y libres de la influencia del Demonio: estas cosas son señales o signos que indican que ha llegado a los hombres el Reino de Dios, pero no son ni consisten en el Reino de Dios. El Reino de Dios comienza aquí en la tierra con la posesión en el alma de la gracia santificante, posesión que hace que las Tres Divinas Personas de la Trinidad inhabiten en el alma, todo lo cual es un anticipo, ya en la tierra, de aquello que sucederá luego de nuestra muerte terrena, si es que morimos en gracia: la gracia se convertirá en gloria y las Tres Divinas Personas de la Trinidad, que inhabitan en el alma en la oscuridad de la fe, podrán ser vistas cara a cara, por el alma glorificada, para toda la eternidad. Es en esto en lo consiste el Reino de Dios, y no en la curación de enfermedades y en la expulsión de demonios.

viernes, 2 de julio de 2021

“Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca”


 

“Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca” (Mt 10, 1-7). Jesús envía a sus discípulos para que hagan una proclama bien precisa: que el “Reino de los cielos está cerca”. Esto supone dos novedades: por un lado, el concepto de Reino de los cielos; por otro lado, el hecho de que ese Reino está “cerca”. En cuanto al concepto de “Reino de los cielos”, es algo absolutamente nuevo para los judíos, puesto que los reinos que ellos conocen, incluidos los discípulos de Jesús, son todos reinos humanos, terrenos, que tienen una ubicación, una extensión precisas, geográficas y una duración que se mide en términos de tiempos humanos –años, décadas, etc.-. Los mismos judíos han vivido desde siempre como una monarquía y por eso saben qué es un reino. Pero en este caso, se trata de un concepto nuevo, porque el Reino de Dios, que viene a traer Jesús, es de Dios y no humano y por eso mismo no tiene extensión ni ubicación geográfica y tampoco es visible, por lo que no se puede decir “está aquí” o “está allí”. En este sentido, el anuncio del Reino de Dios, un Reino celestial, es absolutamente nuevo y desconcierta a la gran mayoría de los judíos, quienes habían pervertido la figura del Mesías ya que esperaban un Mesías terreno que los liberara temporal y materialmente del yugo del Imperio Romano, de modo que el Reino de Israel volviera a ser libre. El Mesías, en cambio, liberará espiritualmente a los hombres, para conducirlos a la vida eterna en el Reino de los cielos.

La otra novedad es que el Reino de Dios está “cerca”: si bien no puede ser observado visiblemente, el hecho de que esté “cerca” significa, en las palabras de Jesús, que este Reino celestial ha de venir a la tierra muy pronto y quienes deseen ingresar en ese Reino, deben preparar sus almas, precisamente porque su llegada es inminente.

Ahora bien, ¿en qué consiste el Reino de Dios en la tierra? Consiste en la presencia de la gracia santificante en el alma, porque por la gracia, inhabita en el alma, más que el Reino de Dios, el Rey del cielo, Cristo Jesús, el Hombre-Dios. Es decir, por la gracia santificante, el alma se hace partícipe de la vida, no solo del Reino de Dios, sino del Rey del Cielo, Cristo Jesús y por eso se puede decir que el Reino de Dios consiste, en esta vida terrena, la gracia santificante.

“Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca”. Como discípulos de Cristo Jesús, también nosotros somos llamados a anunciar al mundo que “el Reino de Dios está cerca”; debemos anunciar que este mundo terreno es caduco, pasajero, y que ya está a las puertas el Reino de Dios. Pero para hacerlo, debemos nosotros mismos vivir, desde ya, desde ahora, en el Reino de Dios y lo hacemos en tanto y en cuanto estamos en gracia de Dios.

jueves, 1 de julio de 2021

“Nunca se ha visto en Israel una cosa igual”

 


“Nunca se ha visto en Israel una cosa igual” (Mt 9, 32-28). Jesús realiza un exorcismo, expulsando un demonio mudo –al respecto, hay que destacar que existen demonios mudos, como el del Evangelio, los cuales se caracterizan por poseer el cuerpo del ser humano, pero no se manifiestan por medio del habla, mientras que hay otros demonios “hablantes”, por así decirlo, que se manifiestan mediante las cuerdas vocales del poseso-. Esta acción de Jesús, la de expulsar al demonio con el solo poder de su voz, nos muestra su divinidad, porque el demonio, que es un ángel caído, creado por Dios y caído por su propia voluntad, reconoce en la voz humana de Jesús de Nazareth la omnipotente voz del Dios que lo creó y que luego lo envió, junto a todos los ángeles apóstatas, del Cielo a lo más profundo del Infierno.

Además del poder exorcista de Jesús, hay otros dos elementos a destacar: por un lado, la sorpresa y admiración de los contemporáneos de Jesús, quienes se dan cuenta de que en Jesús hay algo más que un simple hombre santo, o un profeta y aunque no lleguen a expresarlo abiertamente, comienza a tomar forma la idea de que Jesús es algo extraordinario, en el sentido de que supera absolutamente todo lo conocido hasta el momento y es por eso que exclaman: “Nunca se ha visto en Israel una cosa igual”.

El otro elemento a destacar es la mala fe, originada en la envidia y en la incredulidad voluntaria de escribas y fariseos, quienes en vez de reconocer en Jesucristo a Dios Hijo encarnado, que con el poder de su voz expulsa a los demonios, lo califican a Jesús mismo de endemoniado, o de brujo, que expulsa a los demonios no con el poder de Dios, como es en la realidad, sino con el poder de Belcebú, uno de los demonios más poderosos del Infierno: “Éste echa a los demonios con el poder del jefe de los demonios”.

“Nunca se ha visto en Israel una cosa igual”. La misma expresión de asombro de los contemporáneos de Jesús, al comprobar el poder divino de su voz, que expulsa a los demonios, debemos expresarla nosotros, en relación a la Iglesia, puesto que la Iglesia demuestra un poder infinitamente más grande que el de expulsar un demonio, cuando por la débil voz humana del sacerdote habla Jesús de Nazareth en la consagración, produciendo el milagro de la transubstanciación, esto es, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús.