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lunes, 10 de junio de 2013

Felices los que se unen a la Cruz de Cristo y son crucificados con Él


         Jesús proclama el Sermón de las Bienaventuranzas, es decir, el Sermón en el cual nos da la clave para ser felices, en este mundo y en el otro, en la vida eterna. En este sermón, Jesús llama “felices” a quienes posean determinadas virtudes. Quien posea estas virtudes, será feliz, pero lo que hay que tener en cuenta es que la felicidad que promete Jesús es muy distinta a la felicidad del mundo. ¿Cómo alcanzar la felicidad? ¿Quiénes son felices, según Jesús? Para alcanzar esta felicidad, hay que contemplar a Cristo crucificado, y hay que subir con Él a la Cruz. Son felices, según Jesús, los que lo contemplan y se suben con Él a la Cruz y son crucificados con Él. Veamos.
         “Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los cielos”. Jesús en la Cruz tiene alma de pobre, porque en la Cruz no hay seguridades materiales ni riquezas humanas que puedan socorrer, y así el que está crucificado, es pobre porque no cuenta con el auxilio de nadie, sino solo el auxilio de Dios.
“Felices los que lloran, porque serán consolados”. En la Cruz se llora, porque en la Cruz muere el hombre viejo, y por eso la Cruz duele, pero el dolor de la Cruz no es para siempre, y pronto viene el consuelo de Dios y ese consuelo no finaliza nunca.
“Felices los humildes, porque recibirán la tierra por herencia”. En la Cruz se aprende la humildad, porque se aprende la mansedumbre y la humildad del Sagrado Corazón; es la humildad que conquista al corazón de Dios, quien en recompensa concede a los humildes como herencia “los cielos y la tierra nueva”.
“Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”. En la Cruz se sacia el hambre de Dios y la sed de que su Nombre sea conocido, amado, respetado, bendecido y glorificado por todos los hombres.
“Felices los misericordiosos, porque recibirán misericordia”. El que es crucificado con Jesús, es misericordioso, porque su sacrificio nunca se queda en sí mismo, sino que se dona a los demás, y por eso el que es crucificado con Jesús, recibe aquello mismo que en la Cruz da: misericordia.
“Felices los de corazón puro, porque ellos verán a Dios”. En la Cruz el corazón es purificado por el dolor y por la gracia santificante, y un corazón así purificado adquiere la capacidad de ver a Aquel a quien es imposible ver con un corazón impuro, Dios Uno y Trino.
“Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”. En la Cruz y por la Cruz, Jesús establece la Paz de Dios con los hombres, sellando esta paz con su misma Sangre. Quien trabaja para que la paz de Cristo reine entre los hombres, es llamado “hijo de Dios”, porque hace el mismo trabajo del Hijo de Dios, Jesús.
“Felices los perseguidos por causa de la justicia, porque el Reino de los cielos le pertenece”. Jesús fue perseguido por las fuerzas de las tinieblas, porque Él es el Rey de los cielos, Reino que es de luz y no de tinieblas; los que sean perseguidos a causa de la Buena Noticia, recibirán como herencia el Reino de los cielos, reino cuyo sol no es el astro del firmamento, sino el mismo Cordero de Dios en Persona.

Quien viva las Bienaventuranzas, es decir, quien sea crucificado junto con Cristo Jesús, será feliz, bienaventurado, dichoso, bendito, en esta vida y en la otra.

martes, 11 de septiembre de 2012

Bienaventurados los que cargan la Cruz; desdichados los que se abandonan a los placeres del mundo




“Felices los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son odiados a causa del Hijo del hombre (…) ¡Ay de los ricos, de los satisfechos, de los que ríen, de los que son elogiados por el mundo…!” (Lc 6, 20-26). Las Bienaventuranzas de Jesús –y los “ayes”- de Jesús, parecen una paradoja, o al menos algo contradictorio con lo que el ser humano considera como “felicidad”: visto con ojos humanos, no se entiende de qué manera puede ser feliz alguien que padece la pobreza, el hambre, o que está triste y llora, o quien es perseguido y odiado.
Del mismo modo, tampoco se comprende porqué merece un lamento –los “ayes” de Jesús- aquel que, a los ojos del mundo, lo tiene todo: riqueza y satisfacción, risa y elogio. No se entiende de qué manera lo que se considera “felicidad” en el mundo, pueda ser causa de lamento eterno.
Y verdaderamente, las Bienaventuranzas son incomprensibles, en su paradoja, pero son incomprensibles cuando se las mira desde el lado humano y mundano; por el contrario, adquieren todo su verdadero sentido, sobrenatural, cuando se las mira con los ojos de Dios, es decir, desde la Cruz, ya que es en la Cruz en donde Cristo Dios “hace nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5), y así convierte en la Cruz, por su poder, lo que el mundo llama “desgracia” –pobreza, hambre, llanto, persecución y marginación- en bienaventuranza, y al mismo tiempo, lo que el mundo llama “felicidad”, en causa de lamento eterno, si no se corrige a tiempo.
“Felices los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son odiados a causa del Hijo del hombre (…) ¡Ay de los ricos, de los satisfechos, de los que ríen, de los que son elogiados por el mundo…!”. Las Bienaventuranzas y los “ayes” podrían resumirse así: “¡Bienaventurados, felices, los que cargan la Cruz todos los días, y siguen al Cordero camino del Calvario; desgraciados, desdichados, infelices, los que rechazan la Cruz y se abandonan a los placeres del mundo!”.