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sábado, 20 de abril de 2019

Sábado Santo: Vigilia Pascual



"¿Por qué buscan entre los muertos, al que está vivo? 
No está aquí, ha resucitado".

(Ciclo C – 2019)

         “Las mujeres no hallaron en el sepulcro el Cuerpo del Señor Jesús” (Lc 24, 1-12). En la madrugada del “primer día de la semana”, esto es, el Domingo de Resurrección, las santas mujeres de Jerusalén acuden al sepulcro con los perfumes y ungüentos aromáticos para ungir al Cuerpo de Jesús, tal como se acostumbraba entre los judíos en ese entonces. Pero el Evangelio dice que, por un lado, encontraron “removida la piedra del sepulcro” que servía a modo de puerta y, por otro lado, cuando entraron, “no hallaron el Cuerpo del Señor Jesús”. Es decir, las mujeres van a buscar a un Jesús muerto, que teóricamente está en un sepulcro ocupado con su Cuerpo frío y sin vida. Esto demuestra, por lo menos, falta de fe en las palabras de Jesús, de que Él habría de resucitar al tercer día, luego de padecer su Pasión. Que sea una falta de fe en las palabras de Jesús, es un hecho corroborado por lo que les dicen los ángeles a las santas mujeres, ya que ellos les recuerdan lo que Jesús les había dicho, al tiempo que les reprochan que lo busquen entre los muertos, cuando Él ya está vivo, ya ha resucitado, como lo había prometido. En efecto, los ángeles les dicen a las mujeres: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?”. Es decir, ¿por qué acudir al cementerio, al sepulcro, a buscar a un Jesús muerto, cuando Él había dicho que habría de resucitar? Luego continúan diciéndoles: “No está aquí, ha resucitado”. Es decir, el lugar en donde hay que buscar a Jesús no es el sepulcro, porque Él lo ha dejado vacío, lo ha abandonado, porque ha vuelto a la vida, no a la vida terrena que tenía antes de morir, sino a la vida gloriosa que tenía antes de la Encarnación, cuando vivía en el seno del Eterno Padre: ha resucitado con su Cuerpo glorioso y por eso no está ahí, en el sepulcro. Luego, los ángeles les recuerdan a las santas mujeres las palabras de Jesús: “Recuerden lo que Él les decía cuando aún estaba en Galilea: “Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día”. Es decir, los ángeles les recuerdan a las mujeres que Jesús les había profetizado su misterio pascual de muerte y resurrección: Él les había dicho que iba a padecer, que sería crucificado y que habría de resucitar al tercer día. Ellas, aunque piadosas, se habían quedado sólo con el dolor del Viernes Santo y con el llanto y el silencio del Sábado Santo, pero su fe no había llegado a creer en el Domingo de Resurrección, por eso es que lo buscan entre los muertos a Aquel que está vivo. Es entonces cuando las mujeres recuerdan las palabras de Jesús: “Y las mujeres recordaron sus palabras”. Es en ese momento en el que las santas mujeres no solo recuerdan las palabras de Jesús, sino que, ante la vista del sepulcro vacío, creen en la totalidad del misterio pascual de Jesús, que no sólo comprende el dolor del Viernes Santo y el silencio y el llanto del Sábado Santo, sino también el gozo y la alegría del Domingo de Resurrección y es entonces cuando las santas mujeres salen corriendo para avisar a los Apóstoles que Jesús ha resucitado como Él lo había prometido y que, en consecuencia, el sepulcro está vacío.
         “Las mujeres no hallaron en el sepulcro el Cuerpo del Señor Jesús”. Hasta un cierto punto, es lógico que las santas mujeres se hayan detenido en la muerte del Viernes Santo y en el llanto y silencio del Sábado Santo, porque es más natural al ser humano la experiencia de la muerte y del llanto y del dolor, en cambio, la experiencia de la resurrección no. Las santas mujeres comienzan a creer cuando la luz de la gracia ilumina sus mentes y corazones a través de las palabras de los ángeles, quienes se convierten en mensajeros de la Resurrección de Jesús. Resucitar, es decir, volver a la vida, con una vida nueva y distinta, una vida no terrena, sino celestial y gloriosa, es algo que excede absolutamente a todo ser humano y de ahí la dificultad de las santas mujeres en creer. Ahora bien, nosotros tampoco tenemos la experiencia de la Resurrección y no se nos aparecen ángeles para decirnos que Jesús está resucitado, pero sí tenemos el testimonio de los santos y el Magisterio de la Iglesia de más de dos siglos, que nos dicen lo mismo que los ángeles: “No busquen a Jesús entre los muertos, porque ha resucitado”. Pero además, hay algo que nosotros sabemos y que no lo sabían las santas mujeres y tampoco se lo habían dicho los ángeles, pero sí nos dice la Iglesia con su Magisterio y Catecismo: Jesús ha resucitado y está vivo y glorioso, con su Cuerpo lleno de la vida y de la gloria de Dios, en la Eucaristía, por lo que tenemos que buscar a Jesús no en el mundo, entre los muertos a la vida de Dios, sino en el lugar en donde está con su Cuerpo glorioso, en la Eucaristía, en el sagrario.
“¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?”. Muchos en la Iglesia buscan a un Jesús muerto, no resucitado; muchos cristianos viven incluso como si Jesús estuviera muerto y no resucitado, tal como lo creían las santas mujeres antes del anuncio de los ángeles. Muchos buscan a un Jesús muerto y lo buscan en donde no está; no vamos a encontrar a Jesús en el mundo; debemos buscar a Jesús no entre los muertos, sino allí donde está Jesús, vivo, en el sagrario, en la Eucaristía. Los cristianos no podemos buscar a Jesús en medio del mundo, debemos acudir al sagrario, allí donde está Jesús con su Cuerpo glorioso, resucitado, lleno de la vida, de la luz, de la gloria y del Amor de Dios. Y, una vez que lo hayamos encontrado, debemos hacer como hicieron las santas mujeres cuando comprendieron que Jesús había resucitado: debemos anunciar al mundo la alegría de que Jesús no solo ha resucitado, dejando vacío y desocupado el sepulcro, sino que está vivo y ocupa, con su Cuerpo glorioso y luminoso, resucitado en la Eucaristía, todos los sagrarios de la tierra.

jueves, 28 de abril de 2011

"Es el Señor", clama el fiel bautizado, antes de arrojarse en ese océano infinito de Amor eterno que es el Corazón Eucarístico de Jesús

Al contemplar a Cristo resucitado
en la Eucaristía,
el bautizado debe exclamar, como Juan:
"Es el Señor",
y como Pedro,
debe arrojarse, intrépido,
no al mar,
sino a ese océano infinito de Amor eterno
que es el Corazón Eucarístico de Jesús.


“Es el Señor” (cfr. Jn 21, 1-14). Jesús resucitado se aparece en la orilla de la playa, mientras los discípulos, entre ellos Pedro y Juan, están pescando. Como les sucede a todos los demás discípulos, que se encuentran con Cristo resucitado, no lo reconocen: “no sabían que era Jesús”. Se suma a este hecho del desconocimiento de Cristo, el no haber podido pescar nada "en toda la noche".

La ignorancia acerca de Cristo, esto es, el trabajar sin Cristo, se asocia a la ausencia de frutos.

Más aún que otras escenas evangélicas de la resurrección, esta escena simboliza a la Iglesia, en su misión evangelizadora: Pedro en la Barca, junto a los discípulos, que arrojan las redes al mar para atrapar peces, son una figura de la Iglesia que navega, en el mar de los tiempos, al mando del Papa, el Vicario de Cristo, arrojando las redes, es decir, la Palabra de Dios, en el mar, es decir, la historia humana, para atrapar peces, las almas de los hombres de todos los tiempos. A estos elementos se les suma el hecho de arrojar las redes por iniciativa propia, cuya consecuencia es la ausencia de peces, y luego bajo el mandato y la guía de Cristo, lo que da como resultado una pesca tan abundante, que "no tenían fuerza para sacarla", debido a la gran cantidad de peces.

De este episodio se ve que sin Jesucristo, el esfuerzo de la Iglesia es inútil, mientras que, con su ayuda y su gracia, la pesca de almas es sobreabundante.

Por otra parte, es significativo el hecho de que los discípulos no reconocen a Cristo –al igual que María Magdalena, los discípulos de Emaús, y el resto de los discípulos a los que se les aparece en una habitación, mientras cenan pescado-, y es significativo también que sea Juan, y no Pedro, quien lo reconoce por primera vez, gritando: “Es el Señor”.

Juan es el discípulo predilecto (cfr. Jn 20, 1-10); es el discípulo que está más cerca del Corazón de Jesús, en la Última Cena (cfr. Jn 13, 23), y si bien está entre los que huyen y abandonan a Jesús en el Huerto de los Olivos (Mc 14, 51-52), es el único que se encuentra, junto a la Virgen, al pie de la cruz, en las últimas agonías de Jesús (cfr. Jn 19, 26).

Por esta cercanía con Jesús agonizante en la cruz, y con la Madre de Dios, al pie de la cruz, es premiado por el Hombre-Dios con el premio más grandioso que hombre alguno puede siquiera soñar en esta tierra, y es el tener a la Virgen por Madre, y el ser adoptado por Ella como hijo (cfr. Mt 12, 47).

Juan aparece, en todo momento, como el predilecto, ya que, además de reconocer ahora a Jesús, a la orilla del mar, fue el primero, de entre todos los sacerdotes de la Última Cena, en acudir al sepulcro, y contemplar con sus propios ojos la resurrección de Jesús.

“Es el Señor”. La exclamación admirativa, envuelta en el asombro, en el estupor, en la admiración y en la adoración, es el fruto de la Presencia del Espíritu Santo en su alma, espirado por Jesús resucitado desde la orilla del mar.

La expresión de Juan actúa a su vez en el alma de Pedro, despertándolo de su sopor espiritual e iluminándolo, permitiéndole reconocer a Jesús. Al reconocer a Jesús, el amor de Pedro por Jesús le urge para alcanzar a Aquél a quien ama, y es por eso que se arroja al mar, para alcanzar la orilla a nado.

“Es el Señor”, debe exclamar, como Juan, el discípulo que asiste a la Santa Misa, y como Pedro, debe arrojarse intrépidamente, con la fuerza de la fe y del amor en Cristo resucitado en la Eucaristía, no en el mar material, como hizo Juan, sino en ese Océano infinito de Amor eterno que es el Corazón Eucarístico de Jesús.

domingo, 31 de enero de 2010

“¿A quién buscas?”



Jesús resucitado se le aparece a María Magdalena y le hace una pregunta cuya respuesta, obviamente, Él la sabe(cfr. Jn 20, 1-2. 11-18). María Magdalena, como todavía no ha reconocido a Jesús, lo sigue confundiendo con el cuidador de la huerta, y le pregunta dónde ha llevado el cuerpo de quien ella busca, Jesús. La situación en este evangelio entonces es la siguiente: María Magdalena no reconoce a Jesús resucitado, pese a que Jesús está en Persona, delante de ella.
Sin embargo, habrá un cambio radical en María Magdalena: cuando Jesús pronuncia su nombre personalmente –la llama “María”-, es en ese momento en el que María Magdalena reconoce a Jesús, llamándolo “Rabonní” o “Maestro”.
En este episodio del evangelio hay un significado oculto y misterioso, que involucra a toda la Iglesia. ¿Por qué María primero no lo reconoce y después sí? ¿Dónde hay que buscar la explicación a este cambio? ¿Podría ser que, psicológicamente, María se encontrara en un estado de tensión emocional y psíquica, al no encontrar el cadáver que buscaba, que le hace perder la noción de la realidad, y es ése el motivo por el cual, pese a tener a Jesús delante suyo, no lo reconoce? Esta bien podría ser una explicación desde un punto de vista racional, natural: un estado emocional intenso puede, y está comprobado, hacer perder la noción de la realidad. Esto explicaría el porqué del no-reconocimiento de María hacia Jesús.
Podría ser una explicación plausible, pero no es por esto por lo cual María reconoce a Jesús.
María reconoce a Jesús resucitado por la acción del Espíritu Santo en su interior, quien la ilumina acerca de la verdadera identidad de quien ella considera es el cuidador de la huerta: es el Señor resucitado; es Jesús, el mismo que la salvó de morir apedreada; es Jesús, el mismo que murió en la cruz y fue sepultado, y ahora está vivo y vive para siempre, y no muere más. Es Jesús, con su cuerpo cubierto de la gloria eterna de Dios Trino, de cuyas heridas no manan ya sangre, sino la luz eterna del ser divino que es Él mismo en Persona.
El cambio entonces en la actitud de María –primero no lo reconoce y después sí- no se debe a una razón natural –el estado emocional intenso que le impide captar la realidad tal como es- sino una razón sobrenatural: la acción del Espíritu Santo en su interior.
La actitud de María Magdalena en el evangelio es representativa y simbólica de lo que sucede en la Iglesia: muchos en la Iglesia se comportan –o nos comportamos- como María Magdalena: parecemos buscar un cadáver y no a Cristo resucitado, con lo cual se vuelve imperiosa la Presencia del Espíritu Santo para que nos ilumine interiormente, para que veamos al altar no como a una piedra más, sino como al sepulcro vacío, y a la Eucaristía no como a un pan bendecido, sino como a Jesús resucitado.