Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.

sábado, 20 de abril de 2019
Sábado Santo: Vigilia Pascual
jueves, 28 de abril de 2011
"Es el Señor", clama el fiel bautizado, antes de arrojarse en ese océano infinito de Amor eterno que es el Corazón Eucarístico de Jesús

“Es el Señor” (cfr. Jn 21, 1-14). Jesús resucitado se aparece en la orilla de la playa, mientras los discípulos, entre ellos Pedro y Juan, están pescando. Como les sucede a todos los demás discípulos, que se encuentran con Cristo resucitado, no lo reconocen: “no sabían que era Jesús”. Se suma a este hecho del desconocimiento de Cristo, el no haber podido pescar nada "en toda la noche".
La ignorancia acerca de Cristo, esto es, el trabajar sin Cristo, se asocia a la ausencia de frutos.
Más aún que otras escenas evangélicas de la resurrección, esta escena simboliza a
De este episodio se ve que sin Jesucristo, el esfuerzo de la Iglesia es inútil, mientras que, con su ayuda y su gracia, la pesca de almas es sobreabundante.
Por otra parte, es significativo el hecho de que los discípulos no reconocen a Cristo –al igual que María Magdalena, los discípulos de Emaús, y el resto de los discípulos a los que se les aparece en una habitación, mientras cenan pescado-, y es significativo también que sea Juan, y no Pedro, quien lo reconoce por primera vez, gritando: “Es el Señor”.
Juan es el discípulo predilecto (cfr. Jn 20, 1-10); es el discípulo que está más cerca del Corazón de Jesús, en la Última Cena (cfr. Jn 13, 23), y si bien está entre los que huyen y abandonan a Jesús en el Huerto de los Olivos (Mc 14, 51-52), es el único que se encuentra, junto a
Por esta cercanía con Jesús agonizante en la cruz, y con
Juan aparece, en todo momento, como el predilecto, ya que, además de reconocer ahora a Jesús, a la orilla del mar, fue el primero, de entre todos los sacerdotes de la Última Cena, en acudir al sepulcro, y contemplar con sus propios ojos la resurrección de Jesús.
“Es el Señor”. La exclamación admirativa, envuelta en el asombro, en el estupor, en la admiración y en la adoración, es el fruto de
La expresión de Juan actúa a su vez en el alma de Pedro, despertándolo de su sopor espiritual e iluminándolo, permitiéndole reconocer a Jesús. Al reconocer a Jesús, el amor de Pedro por Jesús le urge para alcanzar a Aquél a quien ama, y es por eso que se arroja al mar, para alcanzar la orilla a nado.
“Es el Señor”, debe exclamar, como Juan, el discípulo que asiste a
domingo, 31 de enero de 2010
“¿A quién buscas?”

Sin embargo, habrá un cambio radical en María Magdalena: cuando Jesús pronuncia su nombre personalmente –la llama “María”-, es en ese momento en el que María Magdalena reconoce a Jesús, llamándolo “Rabonní” o “Maestro”.
En este episodio del evangelio hay un significado oculto y misterioso, que involucra a toda la Iglesia. ¿Por qué María primero no lo reconoce y después sí? ¿Dónde hay que buscar la explicación a este cambio? ¿Podría ser que, psicológicamente, María se encontrara en un estado de tensión emocional y psíquica, al no encontrar el cadáver que buscaba, que le hace perder la noción de la realidad, y es ése el motivo por el cual, pese a tener a Jesús delante suyo, no lo reconoce? Esta bien podría ser una explicación desde un punto de vista racional, natural: un estado emocional intenso puede, y está comprobado, hacer perder la noción de la realidad. Esto explicaría el porqué del no-reconocimiento de María hacia Jesús.
Podría ser una explicación plausible, pero no es por esto por lo cual María reconoce a Jesús.
María reconoce a Jesús resucitado por la acción del Espíritu Santo en su interior, quien la ilumina acerca de la verdadera identidad de quien ella considera es el cuidador de la huerta: es el Señor resucitado; es Jesús, el mismo que la salvó de morir apedreada; es Jesús, el mismo que murió en la cruz y fue sepultado, y ahora está vivo y vive para siempre, y no muere más. Es Jesús, con su cuerpo cubierto de la gloria eterna de Dios Trino, de cuyas heridas no manan ya sangre, sino la luz eterna del ser divino que es Él mismo en Persona.
El cambio entonces en la actitud de María –primero no lo reconoce y después sí- no se debe a una razón natural –el estado emocional intenso que le impide captar la realidad tal como es- sino una razón sobrenatural: la acción del Espíritu Santo en su interior.
La actitud de María Magdalena en el evangelio es representativa y simbólica de lo que sucede en la Iglesia: muchos en la Iglesia se comportan –o nos comportamos- como María Magdalena: parecemos buscar un cadáver y no a Cristo resucitado, con lo cual se vuelve imperiosa la Presencia del Espíritu Santo para que nos ilumine interiormente, para que veamos al altar no como a una piedra más, sino como al sepulcro vacío, y a la Eucaristía no como a un pan bendecido, sino como a Jesús resucitado.