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jueves, 9 de marzo de 2017

“Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá”


“Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá” (Mt 7, 7-12). Jesús nos garantiza que, si pedimos, se nos dará; si buscamos, encontraremos; si llamamos, se nos abrirá. Es Palabra de Cristo, lo cual quiere decir “Palabra de Dios”, porque Cristo es Dios. Jesucristo nos anima a pedir, a buscar, a llamar, con la certeza total de que seremos escuchados y nuestras peticiones serán atendidas: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá”. Entonces, como es “Palabra de Dios”, estamos más que seguros de que lo que pidamos, se nos dará; lo que busquemos, encontraremos, y cuando llamemos, se nos abrirá. Pero entonces, se nos presenta un dilema: ¿qué pedir?, ¿qué buscar?, ¿adónde llamar?

Llevados de la mano de María, como un niño pequeño es llevado por su madre, amorosa, pidamos, busquemos y llamemos: pidamos participar de la Pasión de Jesús en cuerpo y alma; busquemos vivir en gracia y postrados ante la cruz, besando con amor y devoción sus pies ensangrentados; toquemos a las puertas del sagrario, llamemos al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, le pidamos entrar en Él a través de su Costado traspasado, y quedémonos ahí, para siempre.

lunes, 9 de junio de 2014

Solemnidad de Pentecostés


(Ciclo A – 2014)
         “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20, 19-23). Jesús resucitado se aparece a los discípulos y sopla sobre ellos el Espíritu Santo. El soplo del Espíritu Santo es el culmen de su misterio pascual de Pasión, Muerte y Resurrección. Jesús, el Verbo del Padre, ha venido a la tierra para esto: para donar el Espíritu Santo, el Don de dones, el Amor de Dios, la Persona-Amor de la Trinidad, el Amor substancial que une a las Personas del Padre y del Hijo en la eternidad, y ha venido para donarlo a los hombres, a todos y a cada uno de ellos, como don gratuito, libre, inmerecido, impensado, imposible de dimensionar en su increíble grandeza y majestad. Jesús es el Hombre-Dios, y en cuanto Hombre y en cuanto Dios, espira el Espíritu Santo, junto al Padre, en el tiempo y en la eternidad, y este soplo de Amor divino es un soplo de Amor, que es al mismo tiempo un soplo de Fuego que enciende las almas en las llamas del Amor trinitario, porque el Espíritu de Dios es un Espíritu que es Fuego y es un Fuego que es Amor Puro, Amor perfectísimo, Amor ardentísimo, Amor de caridad divina que convierte al alma, de carbón negro y tizón humeante, en brasa ardiente e incandescente, que ilumina todo a su alrededor con la luz de la gracia divina y todo lo ama con el Amor de Dios, en Dios, por Dios y para Dios.
         “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen y les serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. El don del Espíritu Santo actúa en el alma de los bautizados, convirtiéndolos en brasas ardientes de caridad divina, en el sacramento de la penitencia, en el momento en el que el penitente se acusa de sus pecados, porque el pecado es ausencia de amor, mientras que el Espíritu Santo es Amor en Acto Puro, que extra-colma de amor divino al alma, llenándola de aquello que le falta, el Amor. Al conferir el poder de perdonar los pecados, Jesús concede a la Iglesia la potestad de no solo borrar de las almas el efecto de la ausencia del amor, que es el pecado, sino que le concede algo que supera con creces esta deficiencia y que es inimaginable e inconcebible para la creatura: Jesús concede, por medio del sacerdocio ministerial, el don de colmar a las almas del Amor divino, porque al recibir el perdón de sus pecados, Dios colma al pecador de su Amor y Misericordia, lo cual excede el mero perdón. El sacramento de la confesión constituye, entonces, la gloriosa manifestación de la Misericordia Divina, que ejerce sobre el alma del pecador su más contundente triunfo, al llenarla de sí misma, es decir, colmando el vacío de amor, consecuencia del pecado, con el Amor divino concedido en el perdón sacramental.

         “Reciban el Espíritu Santo”. Sin embargo, existe aún otra manifestación del Don del Espíritu Santo, en donde se despliega también con plenitud el Amor trinitario obtenido por el sacrificio de Jesús en la cruz, y es en el altar eucarístico, porque allí el Espíritu es soplado por Jesús a través del sacerdote ministerial, para obrar el milagro de la transubstanciación y convertir, de esa manera, la substancia del pan y del vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Jesús sopla el Espíritu Santo sobre el pan y el vino en el altar eucarístico, para vaciarlos de sus substancias inertes y para llenarlos de sí mismo y del Espíritu Santo, de modo que los que se alimenten del Pan del Altar, sean alimentados con la substancia del Cordero, y beban, del Costado traspasado del Cordero, el Espíritu que mana a borbotones con la Sangre, Espíritu que es Sangre y que es Fuego de Amor divino a la vez, Espíritu que embriaga de Amor divino al que lo bebe con fe, con piedad, con temor sagrado y con amor. 

martes, 20 de mayo de 2014

“Yo Soy la Vid y ustedes los sarmientos”


“Yo Soy la Vid y ustedes los sarmientos” (Jn 15, 1-8). Jesús utiliza la imagen de la vid para graficar la vida de la gracia en el cristiano. El Padre es el viñador, es decir, es Él quien corta de la Vid, que es Cristo, a todo aquel sarmiento, a todo aquel cristiano, que no da fruto, a todo aquel cristiano que no persevera en la gracia, que no desea arrepentirse, que no quiere vivir el mandato de la caridad, que prefiere vivir los mandamientos de Satanás. Así como el sarmiento seco está privado de la savia y no da fruto, es apartado de la vid por el viñador en el momento de la vendimia, es cortado para ser tirado y quemado porque no ha dado fruto, así Dios Padre, en el Día del Juicio Final, al cristiano que no dio frutos de arrepentimiento, de conversión, de bondad, de misericordia para con su prójimo, lo apartará para siempre de la Vid verdadera que es Cristo, y su alma quedará seca, es decir, quedará privada para siempre de la vida de la gracia, quedará privada para siempre de la gloria divina y será arrojada al fuego del Infierno. Por el contrario, el cristiano que permanece unido a Cristo, Vid verdadera, y que se alimenta de su gracia, da fruto y fruto abundante, fruto de conversión, de misericordia, de bondad, de paz, de alegría y en el Día del Juicio es introducido en el Reino de los cielos para gozar del Banquete celestial por toda la eternidad.
“Yo Soy la Vid y ustedes los sarmientos, sin Mí nada podéis hacer”. Jesús es la Vid también en la cruz, y la savia es su Sangre y los sarmientos que dan fruto son los cristianos que beben de su Costado traspasado por la lanza. Los que beben la Sangre del Cordero traspasado, son los que dan fruto de bondad, de paciencia, de misericordia, para con sus hermanos; son los sarmientos que fructifican en frutos de verdadera caridad cristiana, son los sarmientos que permanecen unidos a la Vid verdadera, que es Cristo, porque reciben de Él la savia vital que es su Sangre, porque Cristo es la Vid que es molida en la Vendimia de la Pasión. En cambio, los sarmientos que no permanecen unidos a Cristo, son los que no se acercan a beber de su Costado traspasado, son los que desprecian la Santa Misa por compromisos mundanos, son los que consideran a la Misa como un evento religioso prescindible, son los que piensan que la Eucaristía es cosa de gente atrasada y aburrida, que bien puede ser reemplazada por la tecnología y por eventos deportivos; estos cristianos son los sarmientos secos que no dan fruto, porque voluntariamente se han apartado de la Vid verdadera y voluntariamente han dejado de recibir la savia vital que la Vid les aportaba, la Sangre fresca del Cordero, que manaba de sus heridas abiertas como un torrente impetuoso de ardiente Fuego vital, que concedía la vida divina a todo aquel que entraba en contacto con Él. Pero los sarmientos secos, por propia voluntad, se apartaron de la Vid y sin la savia vital, sin la Sangre del Cordero que mana de sus heridas, de su Corazón traspasado, Sangre que sirve generosa Dios Padre en el Banquete Eucarístico en la Santa Misa, nada pueden hacer por sí mismos y se agotan, se secan, y se apartan, mustios y sin frutos, y así, secos y sin frutos de bondad y misericordia, son arrojados al fuego que nunca se apaga, en donde arden en el lugar en donde no hay misericordia ni descanso, para siempre.

“Yo Soy la Vid y ustedes los sarmientos, sin Mí nada podéis hacer”. Jesús en la Eucaristía es la Vid verdadera, quien quiera puede acercarse y beber de balde la gracia santificante que brota sin medida de su Sagrado Corazón Eucarístico, para después dar frutos de vida eterna; Jesús en la Cruz en la Vid verdadera; quien quiera puede acercarse y beber de su Costado traspasado su Sangre, que concede Vida eterna a las almas, y quien beba de la Sangre que se sirve en el cáliz, puede y debe luego dar frutos de vida eterna. Quien se rehúse a hacerlo, por propia voluntad, será luego arrojado como sarmiento seco y sin fruto.