Mostrando entradas con la etiqueta ama a tu enemigo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ama a tu enemigo. Mostrar todas las entradas

martes, 1 de marzo de 2016

“Perdona setenta veces siete”


“Perdona setenta veces siete” (Mt 18, 21-35). Llevado por la casuística farisea, Pedro pregunta a Nuestro Señor “cuántas veces” debe perdonar al prójimo que lo ofende. Pensaba que “hasta siete veces” era un número suficiente, puesto que los hebreos consideraban al número siete como sinónimo de perfección; según este modo de pensar, a la ofensa número ocho ya se tenía la libertad  para responder al ofensor y de acuerdo a la ley del Talión, es decir, “ojo por ojo y diente por diente”. Pero Jesús, que en cuanto Dios ha venido a “hacer nuevas todas las cosas” (cfr. Ap 21, 5), sorprende a Pedro al decirle que debe perdonar “setenta veces siete”, con lo cual quiere decir “siempre”. La razón es que el anterior perdón –el de la Antigua Alianza- estaba más bien basado en la buena voluntad de la persona, con lo cual el perdón surgía de las propias fuerzas del hombre que quería ser justo; en cambio el perdón cristiano no se origina en el hombre, sino en el Hombre-Dios Jesucristo y su gracia santificante: el cristiano debe perdonar “siempre” y sin considerar la magnitud de la ofensa porque el perdón con el que perdona, no es el mero perdón humano, sino el perdón con el cual Jesucristo lo perdonó desde la cruz y este perdón es un perdón divino –y por eso, infinito- por originarse en el Hombre-Dios. Esta es la razón por la cual el cristiano no tiene excusas para no perdonar a su prójimo, como tampoco tiene límites en el perdón, porque Jesús nos perdonó desde la cruz sin ningún mérito por parte nuestra y sin poner límites a su perdón. Además, asociado al perdón cristiano, está el nuevo mandamiento de la caridad, que ordena “amar al enemigo” (Mt 5, 44), con lo cual queda abolida y superada por la caridad cristiana la Ley del Talión. En otras palabras, el cristiano no solo debe perdonar “setenta veces siete” –siempre-, sino que no puede permanecer en el solo hecho de perdonar, sino que debe amar a quien lo ofende, a quien es, por alguna circunstancia, su enemigo. El perdón sin medida está asociado al amor sin medida, independientemente de la magnitud de la ofensa e independientemente de si el ofensor es o no enemigo; aún más, si es enemigo, el cristiano está obligado, por la fuerza del Divino Amor que brota del Corazón traspasado de Jesús, a amar a su enemigo y no simplemente limitarse a perdonarlo.

“Perdona setenta veces siete”. Puesto que la fuerza del Amor celestial necesario para poder perdonar a nuestro prójimo y amar a nuestro enemigo proviene de Cristo crucificado es necesario, por lo tanto, que acudamos a la Fuente inagotable de perdón y Amor divino, Jesús en el Calvario y que, arrodillados ante Jesús crucificado, meditemos acerca del infinito perdón que Él nos ha concedido siendo nosotros sus enemigos y que le pidamos la gracia de poder perdonar con el mismo perdón que nosotros mismos recibimos de su Sagrado Corazón. Sólo así el cristiano se vuelve capaza de “perdonar setenta veces siete” y de “amar a su enemigo”, tal como nos lo pide Jesús.

jueves, 20 de febrero de 2014

“Ama a tus enemigos”





(Domingo VII  - TO - Ciclo A – 2014)
         “Ama a tus enemigos” (Mt 5, 38-48). Este mandamiento es la prueba de que el cristianismo es una religión de origen divino, porque es un mandamiento que es imposible de cumplir con las solas fuerzas humanas. Además, es un mandamiento imposible de mandar por un líder de una religión meramente humana. Por otra parte, este mandamiento es la prueba de que la inmensa mayoría de los cristianos desconocen a Jesucristo, porque no cumplen ni siquiera mínimamente este mandamiento, ya que ante cuando se enfrentan, en la vida real, a la posibilidad real de tener que perdonar a su enemigo –ya sea por una injuria leve o grave-, los cristianos –la inmensa mayoría, aunque hay excepciones- reaccionan de modo natural, es decir, vengándose de sus enemigos, tal como lo dictaba el Antiguo Testamento: “ojo por ojo, diente por diente”. Y si puede ser “dos ojos por un ojo, y dos dientes por un diente”, mejor. Es decir, a la hora de arreglar cuentas con quien le ha hecho algún daño, el cristiano no se acuerda de las palabras de Jesús: “Ama a tu enemigo”; las palabras de Jesús, para el cristiano, no tienen ningún peso en la vida cotidiana, y esto vale tanto para el niño que está aprendiendo el Catecismo de Primera Comunión –y por lo tanto sabe el Mandamiento del Amor-, como para el que ya ha recibido la Primera Comunión, como para el adolescente, el joven, el adulto, el anciano, es decir, esto es válido para todos los católicos de todas las edades, de todas las clases sociales, de todas las razas y de todas las latitudes y de todas las naciones. A la hora de arreglar cuentas con quien lo ha ofendido, el católico deja de lado el mandato de Jesús, el mandato del Nuevo Testamento: “Ama a tus enemigos”, el mandato para el cual incluso Él le ha dado ejemplo entregando su vida en la cruz, para que sepa cómo tiene que hacer, para que no tenga excusas y no diga que “no sabía cómo tenía que obrar”, ya que Jesús entregó su vida por nosotros en la cruz para perdonarnos, siendo nosotros sus enemigos. Y sin embargo, a pesar de haber dado Jesús su vida en la cruz como ejemplo de cómo dar la vida en rescate por la humanidad, los católicos hacemos caso omiso cuando de perdonar a los enemigos se trata, y olvidándonos y no teniendo en cuenta sus palabras, echamos mano al Antiguo Testamento, a la ley maldita del Talión “ojo por ojo y diente por diente”, y hasta que no hemos satisfecho nuestra sed de venganza, no nos quedamos contentos.
“Ama a tus enemigos”. Arrodillados al pie de la cruz, debemos alzar los ojos y contemplar a Cristo crucificado, que agonizando desde la cruz nos dice: “Ama a tus enemigos; si te falta amor para amarlos, ven y tómalo de mi Corazón; ven, acércate y bébelo de mi Costado traspasado; ven, embriágate con la Sangre que brota de  mis entrañas de misericordia, mi Sagrado Corazón; apoya tus labios secos y sedientos en mi Costado abierto, es la Fuente y el Manantial de Amor que te ofrece tu Dios, bebe todo lo que quieras, sáciate de mi Amor, bebe mi Espíritu Santo, bebe el Amor de tu Dios, que te lo ofrece todo, sin reservas; embriágate, emborráchate de Amor Divino, hay de sobra, bebe hasta el fondo del Cáliz, porque no tiene fondo, es Amor Infinito y Eterno, y tu corazón, que es estrecho y pequeño, se saciará con este Amor, que es dulce y exquisito, y tendrás de sobra para amar a tu enemigo, a tus enemigos a todos tus enemigos, para perdonarle su injuria, sus injurias, todas ellas, desde las más pequeñas, hasta las más grandes e infames, porque Yo las ahogué a todas y las hice desaparecer a todas en este Vino, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, que es mi Sangre, la Sangre de mi Corazón traspasado. Ven, bebe de mi Corazón traspasado, bebe del Amor Divino para que puedas amar a tus enemigos con el mismo Amor con el que Yo te amé y te amo desde la cruz y con el que te amaré por toda la eternidad, y no temas. Ama a tus enemigos con el Amor con el que te amo desde la cruz”.

martes, 19 de junio de 2012

Ama a tu enemigo



“Ama a tu enemigo” (Mc 5, 43-48). El mandato del amor a los enemigos indica que la religión cristiana, lejos de ser un invento humano, tiene su origen en el Ser divino, puesto que supera ampliamente las posibilidades de la naturaleza humana.
El mandamiento prueba que el cristianismo es de origen divino porque desde el punto de vista humano, y con las solas fuerzas humanas, es imposible lograr su cumplimiento, ya que precisamente, a quien se considera “enemigo”, no solo no se lo ama, sino que se encienden contra él sentimientos radicalmente opuestos al amor, como al ira y el odio.
Sin embargo, Cristo no manda nada imposible, y es así como si bien es cierto lo anterior, de que el mandato no puede ser cumplido según las exigencias divinas, con las solas fuerzas humanas, Cristo da la gracia suficiente y más que necesaria para vivir el amor al enemigo. Cristo Dios acude en ayuda de la debilidad humana y dona su gracia a quien la necesita y a quien se la pida. Ahora bien, como esta gracia se la concedió a los hombres muriendo en la cruz y derramando su sangre en ella, y como la continúa ofreciendo gratuitamente en la comunión eucarística, quien quiera solicitarla, deberá pedirla rezando de rodillas, con el corazón contrito y humillado, a los pies de Cristo crucificado, y con un corazón misericordioso, en el que se ha desterrado toda clase de enojo y de rencor, deberá recibir al Sagrado Corazón que late en la Eucaristía.
De esta forma, y solo de esta forma, el alma recibirá el caudal de gracias y de Amor divino, suficientes para perdonar a los enemigos.