jueves, 31 de agosto de 2023

“Llega el Esposo, salid a recibirlo”

 


“Llega el Esposo, salid a recibirlo” (Mt 25, 1-13). Como en toda parábola, en la parábola de las vírgenes necias y las vírgenes prudentes, debemos reemplazar los elementos naturales por los sobrenaturales; solo así estaremos en grado de aprehender el sentido último, espiritual y sobrenatural, que nos transmite Nuestro Señor Jesucristo.

El Esposo que regresa ya entrada la noche, es Nuestro Señor Jesucristo, en su Segunda Venida gloriosa, en el Día del Juicio Final; la noche, representa el fin de la historia humana, caracterizada por la temporeidad y la espacialidad, y caracterizada por lo tanto por la medición del tiempo en años, meses, días, horas, antes de la convergencia del tiempo y del espacio en el vértice de ambos, convergencia que abre las puertas a la eternidad; la noche también representa el estado espiritual de la humanidad al momento de la Segunda Venida de Nuestro Señor: la oscuridad cósmica es una figura de la oscuridad espiritual, oscuridad causada por la propia alma humana, que en sí misma es oscuridad, pero también por la práctica, por parte de casi toda la humanidad, del paganismo -brujería moderna o Wicca- del ocultismo, del satanismo y la proliferación de toda clase de ideologías anti-cristianas, como el comunismo, el socialismo, el marxismo, el liberalismo, el neo-liberalismo; las vírgenes necias representan a las personas humanas que, habiendo recibido el bautismo sacramental y la Sagrada Eucaristía y la Confirmación, fueron necios o perezosos -la pereza corporal y espiritual es un pecado mortal- en mantener encendida la llama de la fe que se les concedió en el Bautismo, abandonando la práctica cristiana y llevando una vida mundana y neo-pagana: estas personas, al momento del regreso de Nuestro Señor Jesucristo al fin de los tiempos, no estarán preparadas para recibirlo, por lo cual quedarán afuera del Reino de los cielos; las vírgenes prudentes representan a las almas que, conociéndose pecadoras, se esforzaron no obstante por llevar una vida de santidad, con lo cual, al momento de la Segunda Venida de Nuestro Señor, tienen sus lámparas -almas- llenas con el aceite, que representan la gracia santificante, y la mecha de la lámpara encendida, lo cual representa la luz de la fe, una fe activa y operante, una fe que ilumina la vida propia y la vida de los demás; finalmente, el banquete de bodas al que ingresa el Esposo, acompañado por las vírgenes prudentes, representa el Reino de los cielos. Si al final de nuestra vida terrena queremos ingresar en el Reino de los cielos para adorar al Esposo, Nuestro Señor Jesucristo, entonces imitemos a las vírgenes prudentes, manteniendo siempre encendida la luz de la Santa Fe Católica, tal como se encuentra en el Credo de los Apóstoles.

miércoles, 30 de agosto de 2023

“Vade retro, Satanás”

 


(Domingo XXII - TO - Ciclo A – 2023)

         “Vade retro, Satanás” (Mt 16, 21-27). Cuando Jesús les revela proféticamente, por anticipado, a los Apóstoles, que Él tiene que ser acusado injustamente y luego sufrir la muerte de cruz para resucitar al tercer día, Pedro lleva aparte a Jesús y “se puso a increparlo”, dice el Evangelio, rechazando el misterio salvífico de Jesús, que inevitablemente tiene que pasar por la cruz: “¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte!”. Si es sorprendente el hecho de que sea Pedro, el Papa, el primer Vicario de Cristo, que recrimine a Jesús rechazando el misterio de la cruz, es más sorprendente todavía la respuesta que Jesús le da a Pedro: “Vade retro, Satanás! Tus pensamientos son de los hombres y no de Dios”. En esta respuesta, Jesús se dirige a dos personas: a Satanás y a Pedro: a Satanás, cuando dice: “Retrocede Satanás” y a Pedro, cuando dice: “Tus pensamientos son los hombres y no de Dios”. Jesús se dirige a Satanás porque Él, como es Dios, puede verlo claramente, cosa que no pueden hacer sus discípulos y tampoco Pedro; Jesús se dirige a Pedro en la segunda parte de la frase, para hacerle ver que el rechazo de la cruz es un pensamiento humano, es algo que surge del intelecto de Pedro, pero el hecho de que Pedro rechace la cruz, nos hace ver que Pedro no está iluminado por el Espíritu Santo, sino que ese pensamiento, el rechazar la cruz, está inspirado por el Demonio, por eso es que Jesús le dice a Satanás que se aparte: “Vade retro, Satanás!”. Otro elemento que aparece aquí es la no comprensión, por parte de Pedro, del misterio salvífico de Jesús y su incomprensión se debe a que no tiene la luz de la gracia ya que solo la gracia santificante puede iluminar el camino al cielo, la Santa Cruz de Jesús. Todo otro pensamiento que niegue la Santa Cruz como camino al cielo, proviene de dos fuentes: o del intelecto del Demonio, o de la razón humana; de ahí la importancia de la gracia para adherir al misterio salvífico de Jesús.

         La escena nos enseña, por un lado, cuál es el origen de nuestros pensamientos, que concuerdan con lo que enseña San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales: nuestros pensamientos pueden provenir de tres fuentes: de Dios, de Satanás o de nosotros mismos, de nuestro propio intelecto.

         Otra enseñanza del Evangelio es que el rechazo de la cruz -enfermedad, tribulación- no proviene nunca de Dios: puede provenir del propio hombre y con toda seguridad, de Satanás, quien puede hacer creer al alma que es ella la que piensa, cuando en realidad es él, el Demonio, en quien se origina el rechazo de la cruz, porque el Demonio sabe que el hombre se salva a través de la cruz.

         Y aquí hay otra enseñanza: es imposible llegar al cielo, si no es por la cruz, o también, el único que camino para llegar al cielo, es la unión del alma, por la gracia y el Amor del Espíritu Santo, a Jesús crucificado. No hay cielo sin la cruz y con la cruz se llega al cielo y al Rey de los cielos, Cristo Jesús.

         Luego Jesús nos recuerda cuál es el destino de eternidad que nos espera a los humanos, según sea que hayamos elegido la cruz o la hayamos rechazado: para quienes eligieron la cruz, el cielo; para quienes eligieron rechazar la cruz, el Infierno: “El Hijo del hombre dará a cada uno según sus obras”, dice Jesús.

         “Vade retro, Satanás! Tus pensamientos son de los hombres y no de Dios”. La experiencia de Pedro, es decir, el consentir intelectualmente el oscuro pensamiento del Ángel caído, que lleva a Pedro, en cuanto hombre, a negar la Santa Cruz de Jesús, debe hacernos reflexionar para que estemos atentos a nuestros pensamientos, para discernir su procedencia: si se niega la cruz, esos son pensamientos oscuros que vienen de nosotros mismos o del Ángel caído; si se acepta la Santa Cruz con fe y con amor sobrenatural, ese pensamiento luminoso solo puede provenir de Dios Uno y Trino, quien quiere que todos nos salvemos, a través del “camino estrecho”, que es frecuentado por “pocos” (cfr. Mt 7,14), la Santa Cruz de Jesús.

martes, 29 de agosto de 2023

“Estén preparados, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”

 


“Estén preparados, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor” (cfr. Mt 24, 42-51). Jesús nos advierte acerca de la necesidad de “estar preparados” para el “regreso del Señor”, porque no sabemos “qué día” vendrá. De acuerdo a la advertencia de Jesús, debemos preguntarnos, ante todo, en qué consiste el “estar preparados” y lo podemos hacer reflexionando sobre los ejemplos que da Jesús: por un lado, un servidor fiel a su amo, que cumple con el mandato de misericordia de su señor, “dándoles de comer a tiempo a la servidumbre”; aquí, el servidor fiel es el alma que se esfuerza por vivir en gracia, obrando la misericordia a pesar de sus propias miserias, confiando en la Divina Misericordia.

El otro ejemplo que da Jesús es el del servidor malvado, orgulloso y sobre todo desobediente que, pensando que su señor va a tardar en regresar, obra el mal: es violento, se embriaga y se entrega a los vicios carnales. Para esta clase de almas, que eligen el pecado y el servir a Satanás y no a Dios, la llegada de Nuestro Señor Jesucristo no será suave; para quienes eligieron obrar el mal y no la misericordia, obtendrán por la eternidad aquello que eligieron en el tiempo; si en el tiempo eligieron servir a Satanás, en el Día del Juicio Final serán arrojados al Infierno, en donde tendrán para siempre aquello que eligieron en la vida terrena, el mal en persona, Satanás, y el mal como lugar en el que sufrirán en cuerpo y alma por la eternidad y es a esto a lo que Jesús se refiere cuando dice que allí será “el llanto y rechinar de dientes”.

“Estén preparados, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”. Cada día que pasa, cada hora que pasa, cada minuto, cada segundo del tiempo que transcurre en la vida terrena, es un día, una hora, un minuto, un segundo menos, que nos separan del Día del Juicio Final. Puesto que, como dice Jesús, no sabemos qué día vendrá Él, para juzgar a vivos y muertos, debemos estar preparados para su Segunda Venida.

“¡Ay de vosotros, fariseos hipócritas!”

 


“¡Ay de vosotros, fariseos hipócritas!” (Mt 23, 27-32). Jesús trata muy duramente a los fariseos, quienes eran un movimiento político-religioso judío, creían en la Ley de Moisés y ejercían las funciones sacerdotales judías, haciendo hincapié en la pureza sacerdotal, tanto para ellos, los fariseos, como para el resto del Pueblo Elegido[1]. Luego formarían la base para el judaísmo rabínico, surgido en el siglo II d. C. A pesar de esto, es decir, a pesar de formar una parte importante para el Pueblo Elegido, puesto que eran los sacerdotes en el tiempo de Jesús, Él, Jesús, los trata muy duramente, calificándolos de “hipócritas”.

Ahora bien, siendo Jesús el Hombre-Dios y el Sumo y Eterno Sacerdote, no hace esta acusación en vano y acto seguido, da las razones del porqué les dice esto: los fariseos, según el dictamen de Jesús, habían invertido la Ley de Moisés y habían reemplazado el amor a Dios y al prójimo, por el amor egoísta a sí mismos, porque buscaban ser reconocidos por los hombres, buscaban el halago de sí mismos y además se apropiaban indebidamente de los tesoros del templo; además, exigían a los demás el cumplimiento de normas absurdas, que eran normas inventadas por ellos, colocando el cumplimiento de estas normas humanas, por encima del primer y más importante mandamiento de la Ley, el amor a Dios y al prójimo.

Esta inversión de la Ley, dejar de lado el mandamiento de amar a Dios y al prójimo, por normas humanas inventadas por los fariseos mismos y el deseo de vanagloria y de bienes materiales, es lo que lleva a Jesús a calificarlos de “hipócritas”, porque hacia afuera, hacia los demás, aparentaban piedad, devoción y amor a Dios, mientras que por dentro, estaban “llenos de rapiña”, como les dice Jesús, comparándolos con las tumbas de los cementerios: por fuera parecen hermosos, pero por dentro están llenos de cadáveres en proceso de putrefacción, porque se aman a sí mismos y no a Dios en primer lugar, cometiendo el mismo pecado de soberbia del Ángel caído, Satanás.

 “¡Ay de vosotros, fariseos hipócritas!”. No debemos creer que la dura acusación de Jesús a los fariseos se limita a ellos: también nosotros, que formamos el Nuevo Pueblo Elegido, podemos cometer los mismos pecados de los fariseos, la soberbia, la avaricia, la auto-idolatría y, por lo tanto, podemos ser objetos de la misma acusación de Jesús. Para que esto no suceda, debemos esforzarnos por hacer lo que Jesús nos dice en el Evangelio: “Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón”.

sábado, 26 de agosto de 2023

“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del Infierno no prevalecerá”



 (Domingo XXI - TO - Ciclo A – 2023)

“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del Infierno no prevalecerá” (Mt 16, 13-20). En este Evangelio podemos ver, por un lado, cómo la constitución de la Iglesia es jerárquica, no por disposición humana, sino por disposición divina, de manera tal que es vertical y jerárquica y si quisiéramos graficarla, deberíamos hacerlo con el trazo de un pirámide: comienza con el extremo superior, en donde está la Santísima Trinidad, esto es, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo; puesto que Dios Padre pide a Dios Hijo que, por el Amor Divino, el Espíritu Santo, se encarne en el seno purísimo de María en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth, luego de la Trinidad viene Dios Hijo encarnado en Jesús de Nazareth, por lo cual, Jesús es Dios Hijo encarnado, el Verbo de Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios, que asume y une a su Persona Divina una naturaleza humana, la naturaleza de Jesús de Nazareth, siendo por lo tanto Jesús de Nazareth no un hombre santo, sino Dios Tres veces Santo, encarnado en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth; por debajo de Jesús, el Hombre-Dios, se encuentra su Vicario, el Papa, designado por voluntad del mismo Jesucristo, quien es el depositario de la Fe de la Iglesia y es partícipe de la totalidad del poder sacerdotal de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, de ahí que el poder del Vicario de Cristo se derive de su unión, por la fe y por la gracia, al Hombre-Dios Jesucristo; luego viene el Colegio Apostólico, formado por los Cardenales; luego vienen los obispos, sucesores de los Apóstoles al igual que los Cardenales y esto es algo muy importante, porque tanto el Papa, como los Cardenales y los Obispos, deben estar unidos al Hombre-Dios Jesucristo en comunión de fe, de amor y de gracia, lo cual quiere decir que si alguno se aparta de la Verdad revelada por Jesucristo, emprende un peligroso camino que lo puede conducir, si no se rectifica, a la apostasía, es decir, a abandonar la Iglesia. Luego vienen los sacerdotes ministeriales, ordenados por los obispos, quienes deben realizar el Juramento Antimodernista, de manera de mantenerse fieles a la Santa Fe de la Iglesia Católica, fe que se deriva, como vimos, del Papa, del Colegio Apostólico y de los sucesores de los Apóstoles, los obispos. Por último, formando la base de la pirámide, se encuentran los fieles laicos, aquellos que han recibido el Bautismo sacramental y que por eso mismo forman parte viva del Cuerpo Místico de Jesucristo, siendo animados por el Espíritu Santo, aunque esto también es siempre y cuando los fieles laicos se mantengan firmes en la profesión de fe inscripta en el Credo de los Apóstoles. Entonces, como dijimos al principio, la Iglesia Católica, la Iglesia del Hombre-Dios Jesucristo, es jerárquica y vertical; no es democrática y su fe no se deriva de la “consulta” o del “escrutinio”, ni del Pueblo de Dios -los bautizados-, ni mucho menos de quienes no están bautizados y pertenecen a otras religiones o sectas. Intentar modificar la estructura verticalista y jerárquica de la Iglesia, para modificar sus dogmas y su fe, es una temeridad equiparable a la soberbia y orgullosa vanidad del Demonio en los cielos, soberbia y vanidad que le valió perder para siempre la amistad con Dios.

El otro aspecto que podemos ver es que la fe del Vicario de Cristo, que es la fe de la Iglesia, está dada no por razonamientos humanos, sino por el Espíritu Santo y esta consiste en creer en los misterios sobrenaturales absolutos: Dios Uno y Trino, la Encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo, la prolongación de la Encarnación en la Eucaristía. Como dijimos, la fe del Vicario de Cristo, es decir, el Papa, no es el resultado de elucubraciones teológicas de Concilios, Sínodos o reuniones de teólogos, sino que es inspiración del Espíritu Santo; en otras palabras, es Dios Uno y Trino quien determina cuál es la Santa Fe de la Iglesia Católica y no los hombres. A esto es a lo que se refiere Jesucristo y es esto lo que Él quiere decir cuando le dice a Pedro: “Esto -el reconocer a Jesucristo como Dios Hijo y como Mesías- no te lo ha revelado la carne y la sangre -el razonamiento del ser humano- sino el Espíritu de Dios, el Espíritu del Padre y del Hijo”. Por esta razón, porque la fe del Vicario de Cristo es un don divino, un don de la Santísima Trinidad, que se basa a su vez en la realidad de la naturaleza celestial de la Trinidad y en la veracidad de la Encarnación del Verbo, sería una temeridad demoníaca, sin precedentes, el intentar cambiar la Santa Fe Católica por otra fe “racional” o “racionalista”, elaborada por el ser humano y adecuada a los estrechos límites de la razón humana.

Un último aspecto que podemos considerar en este Evangelio es que, por promesa de Nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia Católica nunca será derrotada por el Infierno: “el poder del Infierno no prevalecerá”. Esto no quiere decir que la Iglesia no sufra ataques del Infierno, que los ha sufrido y los sufre, sino que no perecerá, porque será asistida siempre por el Espíritu Santo, concediéndole siempre el triunfo sobre sus enemigos, aun cuando todo parezca humanamente perdido.

“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del Infierno no prevalecerá”. Debemos mantenernos fieles a la Santa Fe de la Iglesia, la fe que está inscripta en el Credo y de tal manera, que debemos estar dispuestos a dar la vida antes que cambiar una coma o una “i” de la santa fe católica, que se origina en el misterio salvífico de Nuestro Señor Jesucristo.


martes, 22 de agosto de 2023

“Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”

 

“Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos” (Mt 20, 1-16ª). En esta parábola Jesús retrata cómo será la recompensa dada por Él mismo a las almas en el Día del Juicio Final y veamos la razón: se trata del propietario de una viña que sale a contratar jornaleros en distintas horas del día y a todos les promete una misma paga: un denario por jornada. Así, contrata a unos por la mañana, a media mañana, al mediodía y a otros por la tarde. Llegado el fin del día, el dueño llama a sus jornaleros para que reciban el pago convenido con todos, un denario. Le dice a su capataz que llame a los jornaleros pero con una aclaración: que empiece por los últimos y el capataz así lo hace. Cuando llegan los últimos, se enfadan con el dueño de la viña, porque pensaban que, siendo los primeros y habiendo aguantado el peso de la jornada trabajando todo el día, habrían de recibir más. Sin embargo, el dueño de la viña le dice que no ha cometido ninguna injusticia, puesto que el trato convenido con ellos y con todos, independientemente de la hora en la que fueron contratados, era el mismo, un denario.

¿Cómo podríamos entender esta parábola? Reemplazando los elementos naturales por los sobrenaturales: el dueño de la viña es Nuestro Señor Jesucristo; la viña es la Iglesia; el denario prometido por trabajar en la viña, es la vida eterna en el Reino de los cielos; los capataces son los ángeles, encabezados por San Miguel Arcángel; los jornaleros contratados al comenzar el día son los bautizados que recibieron la gracia de la conversión muy temprano en sus vidas y así con el resto de los jornaleros, finalizando con los últimos, los hombres que recibieron la conversión al final de sus vidas, al final de sus días: para todos, la paga es la misma, el Reino de los cielos.

Es por esto que el dueño de la viña, es decir, Jesús, no comete ninguna falta, puesto que el premio prometido para todos en la Iglesia, independientemente de la hora o del momento de la vida en que el alma se convierta a Él, el premio es siempre el mismo, la vida eterna en el Reino de los cielos.

miércoles, 16 de agosto de 2023

“Mujer, qué grande es tu fe”

 


(Domingo XX - TO - Ciclo A – 2023)

         “Mujer, qué grande es tu fe” (Mt 15, 21-28). En este episodio del Evangelio, acaparan la atención dos protagonistas principales: Nuestro Señor Jesucristo y la mujer cananea o sirofenicia. La actitud de Jesús sorprende en un primer momento, porque se muestra reticente ante el pedido de la mujer; se muestra como si sus sentimientos fueran, como se suele decir, “fríos”, ante el pedido de socorro de la mujer, porque no responde de buenas a primera; pero además sorprende el trato que da a la mujer, a quien, si bien indirectamente, la trata como “cachorro de animal”, como “cachorro de perro”. Por supuesto que Nuestro Señor está lejos de ser frío de corazón y duro de sentimientos, lo único que quiere hacer es -aunque Él ya lo sabe-, poner de manifiesto la fe de la mujer que, siendo pagana, muestra una fe en Él como Dios, que no la muestran ni siquiera sus discípulos más cercanos; lo que quiere Jesús, aparentando frialdad y distancia, es en realidad poner de ejemplo a la fe de la mujer cananea o sirofenicia y así darles una lección a sus propios discípulos.

         El tema central del episodio es el pedido de auxilio de la mujer a Jesús. Este pedido de auxilio es muy particular y nos enseña muchas cosas: por un lado, trata a Jesús como “Señor, Hijo de David”, título reservado al Mesías, con lo cual ya desde un primer momento, la mujer demuestra que está iluminada por el Espíritu Santo, porque no acude a Jesús como a un taumaturgo, a un santón, a un hombre que dice profecías, sino como al mismo Mesías.

         Otra característica del pedido de la mujer es que ella sabe diferenciar entre la enfermedad epiléptica y la posesión demoníaca y esto es muy importante, porque las interpretaciones progresistas católicas o evangélicas luteranas, niegan las posesiones demoníacas, calificándolas como enfermedades, generalmente del tipo epiléptico, por el movimiento que hacen los posesos. La mujer sabe distinguir bien entre la enfermedad y la posesión, ya que la posesión se caracteriza por elementos muy distintos a la enfermedad, como por ejemplo, el poseso posee una fuerza extrema, habla con voz gutural, entra en trance, lo cual significa que la personalidad de la persona del poseso desaparece para dar lugar a la personalidad del demonio o ángel caído que posee el cuerpo del poseso. Todo esto es muy bien distinguido por la mujer, ya que no le dice a Jesús que su hija está “enferma” -como por ejemplo, el hijo del centurión-, sino que le dice clara y específicamente que su hija está “poseída”: “Mi hija tiene un demonio muy malo”.

         Otro elemento es que la mujer cree en Jesús como Dios, porque sabe que Él, Jesús, siendo Dios, es el Único que tiene poder de expulsar demonios. Si la mujer no hubiera estado iluminada por el Espíritu Santo, nunca habría tenido fe en Jesús como Dios y por lo tanto con su poder omnipotente, con capacidad infinita para expulsar demonios.

         La mujer da también ejemplo de extrema humildad, porque Jesús no le contesta nada en un primer momento, a pesar de que la mujer grita pidiendo auxilio, es decir, pareciera que Jesús la ignora a propósito, pero la mujer, a pesar de eso, continúa recurriendo a Jesús. Y luego, cuando Jesús le dirige la palabra, le deja en claro que Él ha sido enviado para recoger “a las ovejas descarriadas de Israel”, con lo cual ella queda, de manera obvia, automáticamente excluida de cualquier ayuda que pudiera prestarle Jesús, ya que ella no es hebrea, sino sirofenicia. Pero esto tampoco la desanima a la mujer, todavía más, le da más fuerzas para insistir en su pedido a Jesús y si en un primer momento había reconocido a Jesús como al Mesías y como Dios con la palabra, ahora reconoce igualmente a Jesús como al Mesías y como a Dios, pero con el cuerpo, ya que se postra ante Él, siendo la postración un claro signo de adoración a Dios y así lo dice el Evangelio: “Ella (…) se postró ante Él y le pidió de rodillas”. La postración y la genuflexión son gestos corpóreos externos que indican adoración y solo se deben al verdadero Dios, Cristo Jesús y es esto lo que hace la mujer.

Pero, aun así, Jesús parece no tener intención alguna de cumplir con la petición que le hace la mujer, ya que ahora, aunque le responde, al hacerlo, la compara indirecta e implícitamente con un animal, con un perro o con un cachorro de perro: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”. Con esta respuesta, Jesús deja bien en claro que los hijos son los judíos, los miembros del Pueblo Elegido, los israelitas, a los que compara con los hijos que se sientan a la mesa a comer la comida principal y que los paganos, como ella, se comparan a perros y así como no está bien que un padre dé el alimento, en este caso, el pan, que le corresponde a los hijos, a un perro, así tampoco corresponde que Él, el Mesías, que ha venido en primer lugar para recoger a los hijos, los israelitas, no puede hacer milagros para quienes no pertenecen al Pueblo Elegido.

Ni siquiera esto último, la equiparación de la mujer cananea a un perro, la detiene y aquí la mujer cananea nos da un ejemplo extremo de fe y de humildad, porque si hubiera sido soberbia, se habría retirado al instante, pero no lo hace; por el contrario, da una respuesta llena de humildad y de fe que sorprende al mismo Jesús: “Tienes razón, Señor, pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. Con esto, la mujer cananea le quiere decir a Jesús que sí, es verdad que Él, como Mesías, debe hacer milagros -como los hace a lo largo de todo el Evangelio- en primer lugar para los hijos, es decir, el Pueblo Elegido, pero de la misma manera a como los perros se alimentan de las migajas que caen de la mesa de los hijos, así los que no pertenecen al Pueblo Elegido, como ella, pueden recibir una “migaja” de su poder divino, que sería en este caso, el exorcismo de su hija poseída por un demonio.

Una vez llegados a este punto, Jesús, que demuestra sorpresa y admiración por la fe de la mujer –“Mujer, qué grande es tu fe”- y considerando que ha dado ya ejemplos suficientes a sus discípulos de fe, de mansedumbre, de humildad, de amor a su hija y a Él, decide entonces expulsar, con su poder divino, al demonio que atormentaba a la hija de la mujer cananea, tal como lo atestigua el Evangelio: “Mujer, qué grande es tu fe, que se cumpla lo que deseas”. En aquel momento quedó liberada su hija”.

“Mujer, qué grande es tu fe”. La mujer cananea es un modelo y ejemplo de fe en Jesús como Dios, como Salvador; es un ejemplo de mansedumbre, de humildad, de amor y de perseverancia en la fe. Por esto mismo, debe servirnos a los cristianos, que muchas veces tratamos a Jesús como si Él fuera un sirviente que tiene la obligación de darnos lo que le pedimos y si no nos lo da, nos ofendemos y nos retiramos de su Iglesia. Esto, que es un comportamiento temerario e irrespetuoso ante Cristo Dios, se contrasta con la fe, la humildad, la mansedumbre, la perseverancia y el amor de la mujer cananea, de la cual tenemos mucho, pero mucho por aprender.

“No separe el hombre lo que Dios ha unido”

 


“No separe el hombre lo que Dios ha unido” (Mt 19, 3-12). Los fariseos, pretendiendo poner a prueba a Jesús, le preguntan si es lícito “separarse de la mujer por cualquier motivo”, lo hacen basados en la ley de Moisés que permitía redactar un acta de repudio y divorciarse.

Pero Jesús, por un lado, les recuerda que este libelo de repudio, la autorización para el divorcio, fue dada “por la dureza de los corazones” del Pueblo Elegido, pero también les recuerda que, “al principio no fue así”, puesto que Dios creó al varón para que se uniera a la mujer y “fueran los dos una sola carne”, es decir, Dios no creó al varón y a la mujer para que se separaran, sino para que fueran “uno solo”, uno con una para siempre, formando un matrimonio sólido y estable del cual se deriva la familia diseñada por Dios.

Puesto que Jesús es Dios, Él tiene la facultad de no solo derogar el divorcio, es decir, prohibirlo para siempre, sino también establecer que el matrimonio sea una prolongación y una imagen de la unión de Él, Cristo, con su Esposa, la Iglesia. En otras palabras, si Dios creó al varón y a la mujer para que formaran un matrimonio que durase para siempre, es porque el matrimonio refleja y prolonga la unión nupcial, mística, anterior a todo matrimonio humano, de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa. Por esta razón, las características del matrimonio cristiano -unidad, indisolubilidad, fecundidad-, se derivan de las características de la unión nupcial entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa.

Si Jesús permitió temporariamente el divorcio, en tiempos de Moisés, fue, como Él lo dice, por la dureza de corazón de los integrantes del Pueblo Elegido, pero ahora, a partir de Él, no solo se restaura la unión indivisible entre el varón y la mujer, según era el designio divino “desde el principio”, sino que ahora, a través del sacramento del matrimonio, lo injerta en la unión nupcial de Él con la Iglesia y por eso el matrimonio católico y la familia católica tiene las características que tiene y no pueden ser modificadas de ninguna manera por el hombre, puesto que sería oponerse a la Voluntad y a la Sabiduría de Dios.

“No separe el hombre lo que Dios ha unido”. De entre todos los sacramentos que hoy en día son despreciados y dejados de lado, el sacramento del matrimonio es uno de los más afectados, puesto que no solo los jóvenes prefieren vivir en el pecado de concubinato, sino que además la sociedad sin Dios ha inventado múltiples “matrimonios” que son del todo ajenos a la voluntad divina y contrarios a su Sabiduría y Amor. El cristiano debe contemplar la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, para así poder apreciar el don invaluable que significa el sacramento del matrimonio.

“Perdona setenta veces siete”

 


“Perdona setenta veces siete” (Mt 18, 21-19, 1). Pedro le pregunta a Jesús cuántas veces debe perdonar a un prójimo que lo ofenda; llevado por la casuística judía o tal vez por la perfección del número siete para los hebreos, Pedro le pregunta a Jesús, de forma concreta, si debe perdonar “hasta siete veces”; esto quiere decir que, pasado este número, el ofendido podría aplicar la ley del Talión que indicaba una respuesta similar a la ofensa recibida: “Diente por diente, ojo por ojo”. En la mentalidad de Pedro y la de muchos judíos, la perfección del justo sería perdonar siete veces, pero a la octava ofensa, podría aplicar con tranquilidad de conciencia la ley del Talión.

Pero Jesús le responde algo que Pedro ni siquiera podía imaginar: “No te digo que perdones siete veces, sino setenta veces siete”. Manteniendo el número de la perfección para los hebreos, Jesús lo utiliza para indicar que el perdón que sus seguidores, es decir, los cristianos, deben dar a su prójimo, es “setenta veces siete”, lo cual quiere decir, en la práctica, “siempre”. El cristiano debe perdonar “siempre”. Esto es conveniente aclarar porque hay ofensas que duran toda una vida y por eso la aclaración de que el perdón debe ser “siempre” y no hasta un determinado número de ofensas o hasta un determinado paso del tiempo. Esta es la diferencia del perdón cristiano, del perdón del judío.

Ahora bien, hay que hacer otras aclaraciones para determinar el alcance del consejo evangélico de Jesús: el perdón es para las ofensas personales, es decir, para las ofensas que alguien recibe en persona propia y este perdón debe ser “siempre”, pero además, para que sea un perdón según Cristo y no según el propio hombre, debe ser hecho “en nombre de Jesús”: esto significa que el cristiano debe perdonar a su prójimo con el mismo perdón con el cual Cristo nos perdona desde la cruz; de otra manera, no es un perdón cristiano y tampoco válido.

Otra aclaración que debe hacerse es que el perdón cristiano, como dijimos, se aplica a las ofensas recibidas en persona, pero no se aplica a quienes ofenden a Dios, a la Patria y a la Familia: a estos tales, se les debe hacer frente, para no permitir que sean ofendidos. Como dice Jordán Bruno Genta: “Ni Dios, ni la Patria, ni la Familia, son bienes que se eligen. Pertenecemos a ellos y debemos servirlos con fidelidad hasta la muerte. Desertar, olvidarlos o volverse en contra es traición, el mayor de los crímenes”. Es por esta razón que el perdón cristiano no se aplica a quienes profanan el nombre de Dios, a quienes agreden injustamente a la Patria, a quienes pretenden destruir la Familia nuclear, formada por el varón-esposo, la mujer-esposa y los hijos, según el designio de Dios. A Dios, a la Patria y a la Familia, se los defiende, con armas materiales -por eso existen los ejércitos y las Fuerzas Armadas de cada Nación- y con las armas espirituales -Santo Rosario, Santa Misa, Adoración Eucarística, etc.-.

“Perdona setenta veces siete”. En lo que nos concierne como cristianos, debemos perdonar entonces siempre según el mandato de Cristo, pero para llegar a ese perdón, debemos nosotros, meditando a los pies de Jesús crucificado, la magnitud del perdón y del Amor Divino que cada uno de nosotros ha recibido desde el Sagrado Corazón de Jesús traspasado en la cruz.

miércoles, 9 de agosto de 2023

“Los discípulos gritaron de miedo, pensando que era un fantasma”


 

(Domingo XIX - TO - Ciclo A – 2023)

“Los discípulos gritaron de miedo, pensando que era un fantasma” (Mt 14, 22-23). El episodio del Evangelio nos relata que, por orden de Jesús, los discípulos suben a la barca y comienzan a navegar para alcanzar la otra orilla, mientras Él se queda despidiendo a la gente. Después de despedir a la gente, Jesús sube al monte a orar y se queda en el monte orando hasta que se hace de noche. Mientras tanto, los discípulos continúan navegando en la barca dirigiéndose a la otra orilla, como les ha ordenado Jesús. Mientras navegan, al poco tiempo, empieza a soplar un viento fuerte, que levanta olas y hace moverse a la barca de un lado a otro; el Evangelio dice que “el viento era contario” y por eso la barca era “sacudida por las olas”. Por otra parte, a raíz del viento, la navegación se les hace muy difícil -tenían el viento en contra- y así el tiempo pasa y la tarde-noche se convierte en madrugada, mientras los discípulos continúan lidiando con la nave, tratando de llegar a la otra orilla. Es en ese momento cuando Jesús, que se había quedado orando en el monte, se les acerca, pero no en otra barca, sino caminando sobre las aguas. La reacción de los discípulos, al ver a Jesús caminar sobre las aguas, es del todo inesperada: en vez de alegrarse por ver a su Maestro que acude en su auxilio, dice el Evangelio que “se asustan y comienzan a gritar llenos de miedo” al confundir a Jesús con un “fantasma”. Jesús les dice que se tranquilicen, que es Él y es ahí cuando Pedro le pide que lo envíe a ir a Él, también caminando sobre las aguas. Jesús le concede el pedido y Pedro comienza a caminar sobre las aguas, pero al sentir la fuerza del viento, comienza él también a hundirse, al punto que le pide a Jesús que lo auxilie: “Jesús, sálvame”. Jesús extiende su mano, lo pone a salvo en la barca, no sin antes reprocharle la falta de fe: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?”. Inmediatamente después de subir Jesús a la barca, el viento cesa de soplar; entonces, todos los discípulos se postran ante Jesús para adorarlo, mientras confiesan, junto con Pedro, la divinidad de Jesús: “Tú eres el Hijo de Dios”.

Para aprehender el sentido sobrenatural del episodio, debemos reemplazar los elementos naturales por los sobrenaturales. Así, la barca de Pedro es la Iglesia; Pedro y los discípulos dentro de la barca son todos los bautizados a lo largo de la historia; el mar es el mundo, entendido como el devenir, en el tiempo y en el espacio, de la historia humana, tanto a nivel de especie o raza humana, como a nivel personal; el viento que “sacude la barca de Pedro” y que es “contrario a la barca”, impidiéndole o dificultándole su avance, es el Demonio y sus ángeles caídos, pero además los hombres malvados que rechazan la salvación de Jesús y se unen a los demonios en su intento de hundir a la Iglesia; el caminar de Jesús sobre las aguas, es un milagro más que demuestra su divinidad, demuestra que Él es quien dice ser, el Hijo de Dios; Pedro, caminando sobre las aguas, pero luego hundiéndose al sentir la fuerza del viento, representa la fe de los bautizados en la Iglesia: creen en Jesús, en su Presencia real en la Eucaristía, pero ante la menor tribulación, dejan de creer en Jesús Eucaristía y comienzan a hundirse en la maraña de tribulaciones y adversidades que presenta la vida humana.

¿Qué otra enseñanza nos deja este episodio? Por parte de los discípulos, queda en evidencia su cobardía, su falta de fe en Jesús o su falta de conocimiento de Jesús a pesar de ser sus discípulos, porque no lo reconocen; se da también entre los discípulos un estado de confusión de lo sagrado con lo diabólico ya que un fantasma es un espectro, un demonio que viene del inframundo y se manifiesta en forma humana y Jesús jamás puede ser un fantasma y esta confusión hace ver que el Anticristo será capaz de engañar a muchos dentro de la Iglesia; luego, en Pedro, se observa también falta de fe en Jesús y al igual que en los otros discípulos, se observa cobardía, porque su fe empieza a hundirse, a medida que él se hunde, al soplar el viento. Al final, hay un hecho a favor de Pedro y los discípulos y es que, si al principio lo confundieron con un fantasma, al final del episodio lo reconocen como Dios Hijo encarnado y se postran en adoración ante Jesús.

“Los discípulos gritaron de miedo, pensando que era un fantasma”. Muchos en la Iglesia viven sus vidas como si Jesús fuera un fantasma, un espectro, o un ser sin identidad real y esto es comprobable al notar cómo la inmensa mayoría de los católicos no vive según los Mandamientos de la Ley de Dios, no vive según los Consejos Evangélicos de Jesús, no vive con la gracia santificante, que hace participar de la vida divina trinitaria de Jesús. Pidamos la gracia de no confundir a Jesús con un fantasma; Jesús es Dios y está vivo, glorioso y resucitado, en la Sagrada Eucaristía. Y como Pedro y los discípulos, postrémonos en adoración ante su Presencia Eucarística y Jesús nos dará, al debido tiempo, la paz, la fortaleza, la alegría divina que necesitamos en el dirigirnos a la Jerusalén celestial.

miércoles, 2 de agosto de 2023

Fiesta de la Transfiguración del Señor

 



(Ciclo A – 2023)

El Evangelio relata la Transfiguración del Señor de la siguiente manera: “(los vestidos de Jesús) se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero[1] en el mundo”. Esto nos lleva preguntarnos qué es un “batanero” y la Real Academia Española nos dice que es la persona que trabaja con un “Batán”[2], siendo el batán una especie de máquina hidráulica que se usaba ya sea para cambiar la textura de la prenda -dejándola más compacta-, ya sea para desengrasarla, es decir, limpiarla. A falta de una palabra adecuada que pueda revelar la naturaleza de la Transfiguración del Señor, el Evangelista utiliza una palabra conocida en la época y es la de “batanero”. De esta manera, describe la Transfiguración, la cual es, en realidad, una epifanía, es decir, una manifestación visible de la gloria divina, una manifestación visible de la gloria de Dios Uno y Trino. En el Monte Tabor, Jesús se transfigura delante de Pedro, Santiago y Juan, es decir, revela visiblemente la gloria divina que brota de Acto de Ser divino trinitario, con lo cual sus Apóstoles tienen, además de los milagros que hace Jesús, una prueba irrefutable de que Cristo es Dios y no simplemente un hombre santo o un profeta santo. La primera epifanía se dio en Belén, cuando Jesús Niño se transfigura y deja manifestarse visiblemente su gloria divina; la otra epifanía es su Bautismo en el río Jordán y ahora con esta, completa las tres epifanías con las cuales Jesús demuestra que es Dios Hijo encarnado, la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth.

En relación a los judíos, la Transfiguración es en realidad una continuación de la revelación recibida por los judíos a través de los profetas, entre ellos, el Profeta Daniel. Si hubieran prestado atención a esta revelación de los profetas, no habrían crucificado al Señor de la gloria, Cristo Jesús. Es decir, los judíos, en cierto sentido, siendo el Pueblo Elegido, habían recibido ya en anticipo, a través del Profeta Daniel, el momento de la Transfiguración de Jesús, aunque no supieron que se trataba de Jesús de Nazareth sino hasta después la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. La Transfiguración de Jesús está anticipada en Daniel, cuando el Profeta describe la divinidad de Jesús, al ver a un “anciano sentado en unos tronos” -Dios Padre-, con una cabellera como lana limpísima -es la divinidad lo que señala como “limpísimo”-; el profeta describe el trono del anciano como “llamas de fuego”, con llamaradas que brotaban de las ruedas -anticipo del Espíritu Santo, quien se manifiesta como “fuego” en Pentecostés-; el “río impetuoso de fuego” es el Espíritu Santo, y los “millones de millones que le servían” al anciano, representan a las almas de los santos y también a los ángeles que perseveraron fieles a la Trinidad y no se rebelaron.

Luego Daniel relata que se “abren los libros” -es la Palabra de Dios escrita, la Sagrada Escritura-, al mismo tiempo que aparece “una especie de hombre venir entre las nubes del cielo” y ese hombre es Jesús de Nazareth, a quien Dios Padre le da “el poder, el honor y el reino” y este poder será “eterno” y su “reino no acabará”, porque Jesús será ensalzado en la gloria, a la diestra de Dios Padre, luego de su Pasión, Muerte y gloriosa Resurrección. Entonces, como ya lo dijimos anteriormente, el pueblo judío había recibido, aunque en figuras que no podían comprender, la revelación de Dios como Uno y Trino y la revelación de Jesús de Nazareth como el Hombre-Dios, como Dios Hijo que se encarna sin dejar de ser Dios -y que prolonga su Encarnación en la Eucaristía-. La Transfiguración de Jesús en el Monte Tabor estaba contenida, en figura, en la revelación recibida por el Pueblo Elegido.

Otro aspecto a tener en cuenta en la Transfiguración es que, del mismo modo a como la Transfiguración del Señor en el Monte Tabor no se entiende si no es a la luz del Monte Calvario, así también los judíos, habiendo recibido en anticipo la divinidad de Jesús, “el hijo de hombre”, a través del Profeta Daniel, así también (los judíos) habían recibido, en anticipo, la sangrienta Pasión del Hombre-Dios Jesucristo, en las visiones del “Cordero inmolado por nuestros pecados”, según el Profeta Isaías.

La Transfiguración en el Monte Tabor no se entiende si no es a la luz de otro monte, el Monte Calvario: entre estos dos montes, se desarrolla el drama del misterio salvífico de Jesús: en el Monte Tabor, lugar de la Transfiguración, Jesús se reviste de su gloria divina, la gloria divina y eterna que Él poseía desde toda la eternidad como Hijo de Dios; en el Monte Calvario, Jesús se reviste de su propia Sangre, la Sangre gloriosa del Cordero de Dios, que se derrama para obtener el perdón divino para la humanidad. Por esto mismo, si el Monte Tabor es obra de Dios Padre -porque la gloria que Jesús manifiesta es la gloria que Él como Hijo recibe del Padre desde la eternidad-, del mismo modo podemos decir que el Monte Calvario, en donde Jesús se cubre no de luz divina sino de su propia Sangra, que brota de sus heridas abiertas, es obra de nuestras manos, porque somos nosotros los que, con nuestros pecados, golpeamos la Humanidad Santísima de Jesús hasta hacerla sangrar y esto es así porque el pecado, una vez cometido, no se disuelve en el aire, sino que impacta, con mayor o menor violencia, en la Humanidad Santísima de Jesús. Es por esto que, si en el Tabor lo vemos resplandeciente de luz y de gloria divina, concedida por el Padre, en el Monte Calvario lo vemos cubierto de sangre y de heridas abiertas, provocadas por nuestros pecados.

Por esto mismo, porque la Transfiguración está íntimamente ligada a la Pasión del Señor, hagamos el propósito de no lastimar más a Jesús con nuestros pecados; hagamos el propósito de no abrir más heridas en su Humanidad Santísima, evitando el pecado; hagamos el propósito de vivir en estado de gracia, para recibirlo con su Humanidad gloriosa y con toda la gloria de su Ser divino trinitario, en la Sagrada Eucaristía. Pidamos la conversión eucarística, para nosotros y para nuestros seres queridos, para adorar en la Santa Misa al Cordero de Dios que sangra en la Pasión y derrama su Sangre en el Cáliz y que revela su gloria divina en la Sagrada Eucaristía.



[1]
1. 
m. Hombre que cuida de los batanes o trabaja en ellos; https://dle.rae.es/batanero

[2] 1. m. Máquina generalmente hidráulica, compuesta de gruesos mazos de madera, movidos por un eje, para golpear, desengrasar y enfurtir los paños; https://dle.rae.es/bat%C3%A1nA1n