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jueves, 1 de febrero de 2024

“Convertíos y creed en el Evangelio”

 


(Domingo III - TO - Ciclo B – 2024)

          “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 14-20). ¿Qué significan estas dos acciones, “convertirse” y “creer en el Evangelio”?

          “Convertirse”, quiere decir llamar a las cosas por su nombre, o también, llamar a las cosas tal como son en su ser, en su esencia y no según como el hombre en pecado las ve. Es decir, las cosas, en su ser, tienen un nombre que las define y las define en el bien o en el mal, sin posibilidad de que exista un intermedio o una posición neutral o indiferente. El hombre que no conoce ni teme a Dios, o peor todavía, el hombre tibio, el hombre que alguna vez conoció a Dios pero decidió darle la espalda en su existencia, para su vida diaria, nombra a las cosas no según el ser de las cosas, no según la esencia de las cosas, sino según cómo él, el hombre, con su corazón perverso y contaminado con el pecado, las ve. Porque sin el auxilio divino, sin el auxilio de la gracia, el hombre se sumerge en la oscuridad de su propia razón y con esa oscuridad, con esa luz oscura que es su razón sin la gracia santificante, ilumina, por así decirlo, con esta luz oscura -paradójicamente- las cosas, la existencia, y así invierte toda su cosmovisión, creándose un mundo invertido, un mundo oscuro y siniestro, un mundo sin luz, que es contrario al mundo luminoso en el que viviría de continuo si, en vez de dar las espaldas a Dios se convirtiera a Dios, es decir, si volviera hacia Dios, de rodillas ante Cristo crucificado, con un corazón contrito y humillado, lleno de piedad, de fe, de humildad y de amor, para así recibir de Él, de su Sagrado Corazón la luz de su gracia y con la luz de la gracia divina sería capaz de llamar a las cosas por su nombre, empezando por él mismo y así su cosmovisión, su mundo, sería no un mundo de tinieblas, sino un mundo iluminado con la luz y el Amor Divinos.

Convertirse entonces significa llamar a las cosas por su nombre y no según las pasiones depravadas del hombre sin Dios: así, la fornicación sería lo que es, el tener relaciones sexuales fuera del matrimonio con cualquier persona y no como el mundo progresista y liberal lo presenta, una forma “normal” de relación entre los seres humanos; la “pareja” sería lo que es, una unión sumamente débil, que jamás puede ser equiparada al matrimonio, porque carece justamente de lo que posee el matrimonio, la santidad, la sacralidad de Cristo y el sello de su Sangre que une a las almas en el Divino Amor y por eso hace de las dos almas una sola, unidas en el Amor de Cristo; el amor esponsal derivado del sacramento del matrimonio jamás sería considerado en igualdad de condiciones con el concubinato, es decir, la relación marital de dos personas sin estar casadas; la conversión permite apreciar la hermosura de la pureza de cuerpo y alma y permite al mismo tiempo aborrecer la impureza del cuerpo, pecado al que incita Asmodeo, Demonio de la lujuria, y también hace aborrecer la impureza del alma, la herejía, el error en la fe, que es la abominación de la desolación y un pecado peor que la brujería y la hechicería. Con estos ejemplos, podríamos seguir hasta el infinito, el amor verdadero al Dios verdadero se demostraría en la adoración a la Santa Cruz y a Jesús Eucaristía y no en la idolatría, en la adoración de ídolos paganos como la Pachamama, la Santa Muerte o el Gauchito Gil; no habría olvido de los progenitores y desamor hacia ellos, para llevar una vida de comodidad y desatención, sino un amor sincero, filial, que brota del corazón agradecido por ser ellos quienes nos dieron la vida, más allá de los errores que en algún momento pudieran haber cometido.

Convertirse quiere decir entonces llamar a las cosas según la ley de Dios y no según las pasiones malsanas y depravadas del corazón humano, corazón infectado por el pecado original y por lo tanto inclinado al mal y a la concupiscencia.

Por último, ¿qué quiere decir “creer en el Evangelio”? “Evangelio” significa en griego “Buena Noticia”, entonces nos preguntamos de qué “Buena Noticia” se trata: es la “Buena Noticia” de la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, el Verbo Eterno del Padre, encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth en el seno santísimo de la Madre de Dios, María Santísima, por obra del Espíritu Santo, para redimirnos, para salvarnos del pecado, de la muerte, del demonio, de la segunda muerte, es decir, del infierno, y para concedernos la participación en su filiación divina por medio de la gracia santificante, para que al final de nuestro transcurrir por nuestro paso en la tierra, seamos llevados al Reino de los cielos. Pero para eso, es necesaria previamente la conversión; de ahí que no se casual el orden de las dos acciones: primero la conversión, preparando así el alma para la acción de la gracia santificante y luego el creer en el Evangelio, para que la gracia santificante nos conduzca, en medio del peregrinar por el desierto, las tentaciones y las tribulaciones de esta vida, por medio de la Santa Cruz, al Reino de Dios.

domingo, 2 de julio de 2023

“Increpó a los vientos y al lago y vino una gran calma”

 


“Increpó a los vientos y al lago y vino una gran calma” (Mt 8, 23-27). El evangelio relata un episodio que parece extraño, pero que tiene su significado sobrenatural. En el episodio Jesús sube a la barca seguido por sus discípulos y comienzan a navegar. Estando ya en mar abierto, el Evangelio relata que “se levantó un gran temporal, tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas”. El aspecto que puede resultar extraño en este episodio, no es tanto la tormenta que amenaza con hundir a la barca, lo cual no es poco frecuente, es algo que sucede a menudo en el mar; lo extraño es la actitud de Jesús: en medio de la tormenta, está “dormido”, dice el Evangelio, en la barca.

Luego, en un momento determinado, cuando la tormenta se hace más fuerte y el peligro de hundimiento es prácticamente irreversible, los discípulos se acercan a Jesús y lo despiertan, pidiéndole que los salve: “¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!”. Antes de hacer el milagro de calmar la tormenta, Jesús se dirige a los discípulos, también con una frase que llama mucho la atención: “¡Hombres de poca fe!”. Dicho esto, Jesús se pone en pie, increpa a los vientos y al mar y la tormenta desaparece en el acto y sobreviene “una gran calma”.

¿Cuál es el sentido sobrenatural del episodio del Evangelio?

La barca a la cual sube Jesús es la Santa Iglesia Católica; Jesús es su Gran Capitán, quien conduce a la Barca de la Iglesia a la vida eterna; el mar agitado, turbulento, es el mal que embiste a la Iglesia y la persigue, buscando hundirla  y ese mal está personificado en el Demonio y los ángeles apóstatas, además de los hombres impenitentes que odian a la Iglesia Católica; el punto en el que la Barca está a punto de hundirse, es la situación crítica que vivirá la Iglesia, profetizada en el Catecismo de la Iglesia Católica en su numeral seiscientos setenta y cinco, esto es, “una situación calamitosa al interno de la Iglesia, que sacudirá la fe” de los creyentes católicos; el hecho de que Jesús duerme en medio de la tormenta, significa que, en medio de esta situación catastrófica de la Iglesia Católica, antes de la Venida de Cristo, todo parecerá humanamente perdido, parecerá que Jesús no está en su Iglesia o que si está, da la apariencia de que Jesús está dormido, tal como sucede en el Evangelio; el milagro que hace Jesús, el calmar la tormenta solo con su voz, indica que Él es Dios Hijo, indica su divinidad, por lo tanto, que es el Hombre-Dios; por último, las palabras de Jesús a los discípulos antes de hacer el milagro, calificándolos de “hombres de poca fe”, se refieren a nosotros, los fieles católicos, que por nuestra falta de fe en Cristo precisamente como Hombre-Dios, nos asustamos ante los acontecimientos, que por fuertes que puedan ser, no están en absoluto fuera del control de Jesús Eucaristía.

Por medio de la Virgen, dejemos nuestras vidas a los pies de Jesús Eucaristía y que sea Él quien nos conceda su paz, cuando sea su santa voluntad.

jueves, 6 de mayo de 2021

“Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado”


 

“Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado” (Mc 16, 15-20). Jesús resucitado y glorificado se aparece a los Apóstoles y les da la orden que fundamenta la actividad misionera de la Iglesia, que es anunciar el Evangelio a todo el mundo. De las palabras de Jesús, se deduce que no es indiferente el anunciar o no anunciar el Evangelio: quien crea y se bautice, se salvará, quien no crea y no se bautice, no se salvará. A pesar de la luminosa claridad de las palabras de Jesús, hay quienes se oponen a esta verdad, revelada por Jesucristo y se oponen y niegan la actividad misionera de la Iglesia, llamándola despectivamente “proselitismo”, cuando lo que la Iglesia hace es proclamar la verdad del misterio salvífico de Jesucristo. Quienes se oponen a Cristo –y por eso son anticristos- se oponen también al hecho de que sea absolutamente necesaria, para la eterna salvación del alma, la recepción del Bautismo sacramental y la Fe católica en Cristo como Dios Salvador: estos tales afirman que el Espíritu Santo sembró “semillas de verdad” en las religiones paganas y que por lo tanto quienes profesen el paganismo pueden salvarse, sin conocer a Cristo y sin bautizarse, lo cual es una falsedad absoluta, proveniente del “Padre de la mentira”, Satanás. Todo esto –sostener que las religiones paganas sean capaces de salvar el alma- es un pensamiento anticristiano, que proviene del Anticristo y de Satanás y que se opone a Cristo y a la Iglesia Católica en la obra de la salvación de las almas; no en vano, uno de los nombres del Demonio es el de “Adversario”, porque es adversario precisamente de esta Verdad revelada por Jesucristo, esto es, la necesidad absoluta de recibir el Bautismo y creer en Él como Dios, para salvar el alma.

“Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado”. Las palabras de Jesucristo fundamentan el dicho que afirma que “fuera de la Iglesia no hay salvación” y esto es así, porque es absolutamente imposible que un alma se salve sin la gracia santificante del Hombre-Dios Jesucristo. Quien afirme lo contrario, quien afirme que alguien se puede salvar creyendo en ritos paganos, como la Pachamama, ese tal es un anticristo y un discípulo del Demonio.

jueves, 10 de diciembre de 2020

“Vayan a contarle a Juan lo que han visto y oído"

 


“Vayan a contarle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio” (Lc 7, 19-23). Juan el Bautista envío a dos de sus discípulos para que le pregunten a Jesús si Él es el Mesías, o si deben esperar a otro. Jesús no les responde directamente, sino indirectamente, enumerando los milagros que Él hace –curar paralíticos, sanar a leprosos y sordos, resucitar muertos- y finalizando con su actividad evangelizadora: “a los pobres se les anuncia el Evangelio”. Con esta respuesta, es evidente que Jesús responde afirmativamente, es decir, dice que sí es Él el Mesías esperado, porque esas obras que hace Él, no las hace en cuanto hombre santo a quien Dios acompaña con su poder, sino que las hace en cuanto Hombre-Dios, que despliega su poder divino, un poder que está en su Ser divino y que Él dispone de la manera que quiere y cuando quiere. En otras palabras, las obras que hace Jesús sólo las puede hacer Dios; entonces, si Jesús se auto-proclama Dios y hace obras que sólo Dios puede hacer, entonces es Dios en Persona, tal como Él lo dice. De otra manera, si no hiciera estas obras divinas, sería sólo un falso profeta, como los falsos profetas y falsos cristos que han aparecido a lo largo de la historia y que continúan apareciendo en nuestros días.

Ahora bien, si las obras que hace Jesús son una confirmación de que Él es el Mesías y Dios Hijo encarnado, el anuncio que Él hace del Evangelio, es una obra que sólo el Mesías y Dios puede hacer: anunciar a los pobres el Evangelio. “Anunciar a los pobres el Evangelio” no hace referencia sólo a los pobres materiales, sino ante todo a los pobres espirituales, los que están privados de la riqueza de la gracia y anunciar el Evangelio significa revelar a los hombres el plan de salvación puesto en marcha por la Trinidad con la Encarnación del Verbo y sellado luego con el sacrificio del Cordero en la Cruz del Calvario. Ésta sí que es una noticia que sólo el Mesías Dios podía dar, porque es un plan del Padre y “sólo el Hijo conoce al Padre” y “el Hijo habla de lo que el Padre le dice” desde la eternidad.

“Vayan a contarle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio”. Si aplicamos esta respuesta a la Iglesia, tendremos como revelación que así como Cristo es Dios y Mesías, así la Iglesia Católica es la Única Iglesia del Dios verdadero, porque sólo Ella obra, con el poder participado de Cristo, la sanación de los enfermos con la gracia santificante y sólo Ella anuncia a los hombres, a toda la humanidad, que Cristo es el Mesías esperado. Y si nosotros vemos y oímos que sólo la Iglesia Católica es la Iglesia verdadera, entonces eso es lo que debemos comunicar al mundo.


martes, 14 de julio de 2020

“Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”




“Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla” (Mt 11, 25-27). Jesús agradece al Padre el haber “escondido” las enseñanzas divinas a los “sabios del mundo” y en cambio se las ha dado a conocer a los “sencillos”. ¿Cuáles son las enseñanzas divinas? Todo lo que está contenido en las Sagradas Escrituras y principalmente las enseñanzas de Jesús, sus milagros, sus signos, sus prodigios y sobre todo el consejo de Jesús: “Quien quiera seguirme, que tome su cruz de cada día y venga en pos de Mí”. Estas enseñanzas divinas están ocultas a los “sabios del mundo”, es decir, a aquellos para quienes -como el incrédulo Tomás- sólo es realidad lo que se puede percibir por los sentidos, lo que puede ser medido, pesado, tocado, probado. No hace falta ser un científico de una prestigiosa universidad para entrar en la categoría de “sabio del mundo”: se puede ser una persona ignorante incluso de las ciencias terrenas, pero que se muestra también ignorante de las ciencias divinas, al negar todo aquello que no se puede ver, como por ejemplo, la Presencia real, verdadera y substancial de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía.
“Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”. Como católicos, tenemos la dicha de haber recibido las enseñanzas divinas, contenidas en las Sagradas Escrituras. Sin embargo, de nosotros depende comportarnos como necios, es decir, como “sabios del mundo”, si rechazamos estas enseñanzas recibidas en el Catecismo, o si nos comportamos como los pequeños y “sencillos” del Evangelio, que son felices porque “creen sin ver”.

miércoles, 9 de julio de 2014

“Si no los quieren recibir, sacudan hasta el polvo de los pies y en el Día del Juicio hasta Sodoma y Gomorra serán mejor tratadas que esas ciudades”


“Si no los quieren recibir, sacudan hasta el polvo de los pies y en el Día del Juicio hasta Sodoma y Gomorra serán mejor tratadas que esas ciudades” (Mt 10, 7-15). Jesús envía a sus discípulos a predicar el Evangelio, que es un Evangelio de paz y por eso mismo sorprende la dureza del castigo que recibirán, en el Día del Juicio Final, todos aquellos que se nieguen a recibir a los enviados por Jesucristo: “las ciudades de Sodoma y Gomorra”, dice Jesús, “serán tratadas menos rigurosamente” que aquellos que cerraron sus oídos a los enviados por Él: “si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras”.
La razón es que quien se niega a escuchar a Dios Uno y Trino, de quien emana la verdadera y única paz, elige, libremente, la ausencia de paz, y esto es lo que sucede en el Infierno, en donde los condenados no tienen ni un solo segundo de paz, por toda la eternidad.

“Si no los quieren recibir, ni escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de los pies y en el Día del Juicio hasta Sodoma y Gomorra serán mejor tratadas que esa ciudad”. Debemos estar muy atentos a no despreciar a nuestro prójimo, cuando nuestro prójimo nos habla en nombre de Dios, o cuando nuestro prójimo requiere de nosotros una obra de misericordia; si no recibimos a nuestro prójimo, si no queremos escucharlo, si no queremos obrar la misericordia para con él, con toda probabilidad, estaremos sellando nuestra condenación, y en el Día del Juicio Final sabremos cuál fue la palabra que no quisimos escuchar y la obra de misericordia que no quisimos obrar, y que nos hubieran salvado, pero entonces será tarde. Es por eso que hay que aprovechar el tiempo, obrando la misericordia siempre y en todo momento, mientras hay tiempo.

martes, 1 de julio de 2014

“Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio”


“Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio” (cfr. Mt 8, 28-34). En el episodio de los endemoniados gadarenos, Jesús realiza un exorcismo en el cual los demonios, una vez expulsados de los seres humanos a los cuales atormentaban, van a poseer los cuerpos de unos cerdos, que terminan por precipitarse en un acantilado, muriendo todos ahogados. Sin embargo, lo que llama la atención en el episodio, es la reacción de los pobladores de la ciudad al enterarse del hecho: en vez de agradecerle la liberación, le piden a Jesús que se vaya del lugar.
Es decir, Jesús acaba de liberar a dos de sus conciudadanos del poder de los demonios y los pobladores, en vez de agradecérselo, le piden que se vaya de su ciudad. Es una reacción del todo incomprensible, a no ser que los pobladores, en su mayoría, pertenezcan ellos mismos también a las tinieblas y sean servidores del demonio y, por lo tanto, la presencia de Jesús les sea insoportable. Pareciera que los gadarenos prefieren la compañía de los demonios, a la compañía y Presencia de Jesús y esa es la razón por la cual le piden que se vaya.[1]
La reacción de estos lugareños se parece a la de muchos bautizados de hoy: Jesús solo los ha beneficiado de múltiples formas, concediéndoles la gracia del bautismo, de la Eucaristía, de la Confirmación, del Sacramento de la Penitencia y, sin embargo, estos bautizados, convertidos en neo-paganos, le piden que se retire de sus vidas, de sus existencias, porque su Presencia les resulta insoportable; muchos cristianos le piden a Jesús que salga de sus vidas, porque prefieren las tinieblas a la luz, y lo manifiestan de muchas maneras, una de las más extremas, es la de apostatar no solo formalmente, sino “materialmente”, borrando incluso sus nombres de los libros de bautismos parroquiales, sin darse cuenta que, haciendo así, borran sus nombres del Libro de la Vida que está en el cielo. Al igual que los gadarenos del Evangelio, muchos cristianos, en el siglo XXI, convertidos en neo-paganos, parecen preferir la compañía del demonio a la de Jesús en la Eucaristía.



[1] Cfr., por ejemplo, http://www.drgen.com.ar/2009/03/apostasia-colectiva-argentina/

miércoles, 30 de abril de 2014

“El que cree en el Hijo tiene Vida eterna”


“El que cree en el Hijo tiene Vida eterna” (Jn 3, 31-36). Jesús contrapone, en este Evangelio, a Él, que viene “de arriba”, es decir, del cielo, con quienes están “abajo”, es decir, en la tierra. Él, que viene del cielo, “está por encima de todos”, porque lo celestial “está sobre todo”, mientras que lo terreno tiene las limitaciones de la tierra. Él es testigo de las cosas de Dios; ha visto y oído, desde la eternidad, lo que su Padre Dios le ha comunicado, su Ser divino, porque es Dios como Él, y ése es el fundamento de su autoridad. Las palabras de Jesús son, por lo tanto, las palabras del mismo Dios; recibir las palabras de Jesús es recibir las palabras del mismo Dios, y como Dios es Vida y Vida eterna en sí mismo, quien recibe la Palabra de Dios recibe la Vida de Dios que es Vida eterna. Es decir, quien recibe a Jesús y a su Evangelio, recibe la Vida eterna de Dios y se salva; por el contrario, quien rechaza a Jesús, Palabra eterna de Dios, rechaza la única fuente de Vida eterna y se auto-condena a sí mismo a la muerte eterna, porque no hay otra fuente de vida posible.
Ahora bien, puesto que esta Palabra de Dios, se ha encarnado en Jesús de Nazareth y Jesús de Nazareth, cumpliendo el designio divino ha realizado su misterio pascual de muerte y resurrección y prolonga su encarnación en la Eucaristía, quien rechaza la fe de la Iglesia en la Eucaristía, rechaza la única fuente de Vida eterna que Dios Uno y Trino ofrece a la humanidad para su salvación. Es a esto a lo que Jesús se refiere cuando dice: “El que se niega a creer en el Hijo en la Eucaristía no verá la Vida, sino que la ira de Dios pesará sobre él”. Por el contrario, “el que cree en el Hijo en la Eucaristía, tiene Vida eterna”.

         

lunes, 3 de marzo de 2014

“El que haya dejado todo por el Evangelio recibirá el ciento por uno en medio de las persecuciones y luego la vida eterna”


“El que haya dejado todo por el Evangelio recibirá el ciento por uno en medio de las persecuciones y luego la vida eterna” (Mc 10, 28-31). Pedro le dice a Jesús que ellos “lo han dejado todo y lo han seguido”, y Jesús le responde asegurándole que todo aquel que deje “casa, hermanos, madre, campos”, por Él y por el Evangelio, recibirá, en esta vida, “el ciento por uno” y en la otra, “la vida eterna”, pero “en medio de persecuciones”.
Se podría pensar que Jesús es generoso porque devuelve de modo acrecentado –exageradamente, por otra parte- lo que Pedro y sus discípulos le han dado, sus vidas; es decir: ante el don de Pedro y sus discípulos de dar a Jesús la totalidad de sus vidas, Jesús les devuelve el ciento por uno en esta vida, con persecuciones, y la vida eterna en la otra. Estaríamos, por lo tanto, ante la presencia de un acto de generosidad de Pedro y de sus discípulos; un acto de generosidad que sorprende a Jesús, y ante el cual Jesús se vería obligado a responder con un don acorde a la medida de la generosidad de los corazones de Pedro y de sus compañeros.
Pero no es esto. Se trata de otra cosa. En realidad, lo que hacen Pedro y sus compañeros es responder al don del Amor de Jesús, que primero los ha amado –“No sois vosotros los que me habéis elegido, sino Yo quien os he elegido” (Jn 15, 9-17)- y es en respuesta a este don del Amor de Jesús que Pedro y los demás lo dejan todo y se deciden a seguirlo y es en virtud de esta respuesta a su llamado de Amor, que Jesús les promete el ciento por uno en esta vida, con persecuciones y tribulaciones, más la vida eterna en el cielo.
“El que haya dejado todo por el Evangelio recibirá el ciento por uno en medio de las persecuciones y luego la vida eterna”. También nosotros, como Pedro y los discípulos, debemos estar dispuestos a “dejarlo todo” para seguir a Jesús y su Evangelio, pero ese “dejarlo todo”, significa en nuestro caso estar dispuestos a perder la vida terrena antes de cometer un pecado mortal o venial deliberado y seguir hasta la más mínima moción de gracia del Santo Espíritu de Dios, por el solo hecho de provenir de Él; "dejarlo todo" significa también aferrarnos a la Cruz y al Manto de la Virgen para sobrellevar las tribulaciones que inevitablemente sobrevendrán por el hecho de seguir a Jesús por el camino de la cruz, y así hasta llegar a la vida eterna, en donde comenzará la feliz bienaventuranza, bienaventuranza que no finalizará jamás, por los siglos de los siglos.

martes, 25 de febrero de 2014

“El que no está contra nosotros, está con nosotros”


“El que no está contra nosotros, está con nosotros” (Mc 9, 38-40). Los discípulos quieren impedir a uno que expulsa demonios en nombre de Jesús, pero que no pertenece a ellos, que lo siga haciendo, pero Jesús no se los permite. La razón que da Jesús es que “nadie puede hacer milagros en su Nombre y luego hablar mal de Él” y que “el que no está contra ellos”, “está con ellos”.
Es decir, al contrario que sus propios discípulos, Jesús no se opone a que alguien que no es discípulo suyo, en su Nombre, expulse demonios, porque en este caso se aplica el de modo positivo el principio “el que no recoge, desparrama”. Aquí, sería: “el que recoge, no desparrama”, o sea, “el que exorciza, evangeliza”. Un experto demonólogo, como el Padre Antonio Fortea, sostiene que en muchas culturas no cristianas, en donde no existe el sacerdocio católico, Dios concede, a algunas personas, el poder de exorcizar, es decir, de expulsar a los demonios, para aliviar a los hombres del poder del maligno, como en el caso del Evangelio, y esto ocurriría no solo en regiones en donde no ha llegado la civilización, sino incluso en vastas zonas descristianizadas de la tecnologizada Europa[1].
Paradójicamente, hay muchos cristianos que, a diferencia de este pagano del Evangelio, sólo llevan el nombre de Cristo, porque actúan en contra de Cristo, a las órdenes del demonio, actuando como verdaderos posesos y cometiendo todo tipo de delitos: narcotráfico, robo, usura, violencias, lujuria, calumnias, asesinatos, blasfemias, traiciones, perversiones, toda clase de malidades. Estos falsos cristianos, a diferencia del pagano del Evangelio, que sin ser cristiano, combatía al demonio en nombre de Cristo, por el contrario, ayudan a que el enemigo de los hombres conquiste cada vez más almas para su reino de tinieblas, ayudándolo en su siniestra tarea de perversión y corrupción.
A ellos, Cristo les dice: “El que no está con nosotros, está contra nosotros, trabajando junto con el enemigo de las almas, el Demonio, aun cuando lleven el nombre de cristianos. Y si no se arrepienten a tiempo y cambian, estarán contra nosotros, bajo el peso de la Justicia Divina, por toda la eternidad”.




[1] Cfr. J. A. Fortea, Exorcística, Complemento del Tratado Summa Daemoniaca, Instituto Tomás Moro, Asunción, Paraguay, 80.

lunes, 24 de febrero de 2014

“Habían estado discutiendo sobre quién era el más grande”




“Habían estado discutiendo sobre quién era el más grande” (Mc 9, 30-37). Jesús atraviesa la Galilea con sus discípulos y en el camino les profetiza acerca de su Pasión: les explica que “será entregado en manos de los hombres, que lo matarán y que tres días después de su muerte, resucitará”. Los discípulos, dice el Evangelio, “no entienden lo que Jesús les está enseñando, y por eso no le hacen preguntas; no le dirigen la palabra y se ponen a discutir entre ellos “sobre quién era el más grande”, demostrando así que no solo son incapaces de elevar la mirada hacia el horizonte de eternidad al que los está llamando Jesús, sino que sus corazones están orientados hacia las vanidades de esta vida, sus pompas, sus honras y sus honores, y que lo que buscan, en realidad, no es la gloria de Dios, sino la gloria de los hombres, porque no les interesa alabar a Dios, sino ser alabados por los hombres: “habían estado discutiendo sobre quién era el más grande”.
Pero con esta discusión acerca de quién es el más grande demuestran también algo mucho más grave: demuestran que Satanás los tiene atrapados en su red, una red fina y sutil, como la red de la araña, con la cual esta atrapa a sus víctimas. Dice San Ignacio de Loyola que la soberbia es el primer escalón que usa Satanás para atraer al hombre para hacerlo caer en pecado mortal.
“Habían estado discutiendo sobre quién era el más grande”. El antídoto contra la soberbia es la humildad y es por esto que el cristiano, ante la tentación de grandeza humana, debe pedir ser humillado por Dios, considerando como una gracia inmerecida, el recibir la corona de espinas de Nuestro Señor Jesucristo.

lunes, 17 de febrero de 2014

“Ustedes tienen la mente enceguecida”


“Ustedes tienen la mente enceguecida” (Mc 8, 14-21). Todo en este Evangelio gira alrededor del pan: Jesús usa una figura, la levadura, utilizada en la elaboración del pan, para advertirles a sus discípulos que se cuiden de la envidia y de la soberbia, que hincha e infla el corazón humano, así como la levadura hincha e infla la masa que luego de cocida proporcionará el pan: “Cuídense de la levadura de los fariseos y de la de Herodes”.
El Evangelio gira alrededor del pan también porque mientras Jesús les está dando consejos de orden espiritual, los discípulos están preocupados por el pan, pero el pan material, ya que es esto lo que destaca el evangelista: “Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan”. Precisamente, esta excesiva preocupación por lo material es lo que enoja a Jesús y motiva su durísimo reproche: “¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen”. Es decir, Jesús pretende darles una enseñanza espiritual, pero ellos no son capaces de levantar sus ojos más allá de la materia.

“Ustedes tienen la mente enceguecida”. Muchas veces nuestro corazón se hincha por la levadura de los fariseos y la de Herodes, la envidia y la soberbia, y nos volvemos necios, vanos, soberbios y envidiosos, materialistas y orgullosos, y así no comprendemos el Evangelio del Pan, la Santa Misa, en donde está el secreto de la felicidad, la raíz de la vida, la fuente del amor, el Origen Único y Absoluto de nuestra dicha total y definitiva, nuestra Pascua Eterna, la Vida Feliz para siempre. Todavía no comprendemos que la Eucaristía es el Principio y el Fin de nuestra dicha eterna, y mientras no lo comprendamos somos, al igual que los discípulos del Evangelio, como ciegos y sordos y tenemos la mente enceguecida.

jueves, 13 de febrero de 2014

“Jesús cura a un sordomudo”


“Jesús cura a un sordomudo” (Mc 7, 31-37). Le presentan un sordomudo a Jesús para que lo cure. Jesús toca las orejas del sordo con sus dedos y con su saliva toca su lengua e inmediatamente el sordomudo recupera la audición y el habla. Como todos los milagros de curación física, este milagro este milagro es también un milagro que prefigura o preanuncia otro milagro de orden espiritual y sobrenatural, mucho más grande, y es el milagro obrado por la gracia, en el espíritu, al quitar el pecado. Así como la enfermedad daña al cuerpo y lo incapacita de diversas maneras, según sea el órgano afectado –en este caso, las lesiones afectan los órganos de la escucha y el habla-, así también el pecado original afecta misteriosamente a cada alma de modo distinto y así es como, teniendo todos el pecado original, hay algunos a quienes sin embargo les afecta más la avaricia, a otros la gula, a otros la pereza, a otros la ira, etc.
Ahora bien, que la curación física de la sordomudez por parte de Jesús sea simbólica y pre-figurativa de la acción de la gracia santificante en el alma -que va más allá de la mera acción curativa, porque no se limita a simplemente a una acción de sanación espiritual-, se ve en el hecho de que la Iglesia ha adoptado el gesto y las palabras de Jesús –“Éfata”- para el Bautismo sacramental, en el que por la acción del sacerdote ministerial el alma recibe la facultad sobrenatural, superior a su naturaleza y superior incluso a la capacidad de los ángeles mismos, de escuchar la Palabra de Dios y de proclamar esta Palabra, facultad que es acorde a su condición de hijo adoptivo de Dios. Esto sucede cuando el sacerdote traza la señal de la cruz en los oídos y los labios del niño que acaba de ser bautizado, es decir, que acaba de ser adoptado como hijo de Dios, pidiendo en la oración que pronuncia que “se abran los oídos al Evangelio y los labios para proclamarlo”[1].
“Jesús cura a un sordomudo”. Todos nosotros, en el bautismo sacramental, hemos nacido como sordos y mudos para escuchar la voz de Dios Uno y Trino y para proclamar el Evangelio del Cordero de Dios degollado en el Altar de la Cruz, pero a todos nosotros nos han trazado la Sacrosanta señal de la Cruz en los oídos y en los labios, de modo que no podemos hacernos los sordos a la Voz de Cristo que nos habla desde la Eucaristía y no podemos callar nuestra voz a la proclamación del Evangelio, que cuya Verdad exige ser proclamada desde las terrazas de los edificios. Si nos hacemos los sordos y si actuamos como perros mudos, durísimo será nuestro juicio particular.




[1] Cfr. Ritual de los Sacramentos.

jueves, 23 de enero de 2014

“Los demonios se tiraban a los pies de Jesús gritando: ‘¡Tú eres el Hijo de Dios!’”

“Los demonios se tiraban a los pies de Jesús gritando: ‘¡Tú eres el Hijo de Dios!’” (Mc 3, 7-12). Mientras Jesús se encuentra en Galilea, en la orilla del mar, curando a mucha gente, los demonios se arrojan a sus pies gritando: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”. Uno de los problemas que plantea este Evangelio es esta expresión, es decir, qué querían decir los demonios cuando decían a Jesús: “Hijo de Dios”. Según lo que nos enseña la Teología, los demonios no tienen conocimiento intuitivo, directo, de Dios; es decir, no podían saber, de ninguna manera, por visión directa, que Jesús era la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, pero sí podían, por conjeturas externas, y ayudados por su inteligencia angélica, suponer que es Hombre, Jesús de Nazareth, que obraba grandes prodigios y que tenía sobre ellos un enorme poder, era realmente Dios como decía ser. Muy probablemente, los demonios, al ser expulsados por Jesús, experimentarían la fuerza divina del mismo Dios que los había creado y entonces, recordando a su Creador, reconocerían en Jesús de Nazareth la fuerza de Dios omnipotente, y por eso le decían: “Tú eres el Hijo de Dios”.
Aunque por otro lado Santo Tomás dice que si los demonios “hubieran sabido perfectamente y con seguridad que Jesús era el Hijo de Dios y cuáles serían los frutos de su Pasión, jamás habrían buscado la crucifixión del Señor de la Gloria”. Sea como sea, el caso es que, en este Evangelio, como a lo largo de todo el Evangelio, los demonios se arrojan a los pies de Jesús, reconociéndolo como al “Hijo de Dios”.

Y aquí viene otro problema que nos plantea este Evangelio. Si los demonios reconocen a Jesús como Hijo de Dios, y se arrojan a sus pies, ¿por qué los cristianos, por quienes Jesús dio su vida en la Cruz, no reconocen a Jesús en la Eucaristía y se postran a sus pies en adoración? Si los demonios, que ya no pueden amar más a Jesús, ni lo quieren amar más, reconocen a Jesús como Hijo de Dios y se arrojan a sus pies, ¿por qué los cristianos, por quienes Jesús se entrega día a día en el altar no acuden a recibir su Amor en la Eucaristía? Si los demonios, a pesar suyo, obligados por la Divina Justicia, dan testimonio de Jesús y lo reconocen como Hijo de Dios, ¿por qué los cristianos no acuden al sagrario a adorarlo en la Eucaristía, día y noche, reconociéndolo en la Eucaristía como al Hijo de Dios? 

jueves, 9 de enero de 2014

“El Espíritu del Señor está sobre Mí y me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres”




“El Espíritu del Señor está sobre Mí y me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres” (Lc 4, 14-22a). La intervención de Jesús en la sinagoga está signada por el Espíritu Santo, porque es Él quien lo conduce hasta allí y le indica qué pasaje de la Escritura debe leer. En ese pasaje, se habla de Él mismo, de Jesús, en cuanto Mesías e Hijo de Dios enviado a dar la “Buena Noticia a los pobres”. Jesús mismo dice que ese pasaje se refiere a Él. Ahora bien, ni la curación de enfermedades y la expulsión de demonios no son la Buena Noticia en sí, sino un prolegómeno de esta: la Buena Noticia es que Cristo ha venido para derramar su Sangre y dar su Vida en la Cruz y a prolongar este sacrificio y este don de su vida en la Eucaristía, para la salvación de toda la humanidad.
Esto que Cristo dice de sí mismo, también lo debe decir el cristiano al mundo, en cuanto que el cristiano forma parte del Cuerpo Místico de Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres”. Y así como para Cristo el curar enfermos y expulsar demonios son signos que no constituyen en por ellos mismos la Buena Noticia, así también para el cristiano, el tener dones de curación, de profecía, de sanación, no son la Buena Noticia que debe anunciar a sus hermanos. Lo que el cristiano debe anunciar a su prójimo es la salvación de Cristo en la Cruz, como también los “pobres” a los que debe llevar el anuncio no son ni pura ni  exclusivamente los pobres materiales, sino ante todo los pobres de espíritu, los que no conocen a Dios y a su Cristo.
En todo caso, si el cristiano quiere dones –que sean útiles en orden a su tarea específica, el anuncio del Evangelio-, debe pedir configurarse a Cristo, que fue tenido como maldito al ser crucificado, según lo dice la Escritura: “maldito el que cuelga del madero” (Gál 3, 13), y por ese debe pedir el ser “tenido como maldito a favor de sus hermanos”; y también, así como Cristo recibió todos los pecados de todos los hombres para expiar por ellos, así el cristiano debe pedir lo mismo y llevar una vida de penitencia y oración, como los santos que imitaron a Cristo, como la Beata Ángela de Foligno, cuyo proceso de conversión debería hacer suyo todo cristiano. Dice así la Beata, describiendo este proceso: “Tuve que atravesar muchas etapas en el camino de la penitencia o conversión. La primera fue convencerme de lo grave y dañoso que es el pecado. La segunda el sentir arrepentimiento y vergüenza de haber ofendido al buen Dios. La tercera hacer confesión de todos mis pecados. La cuarta convencerme de la gran misericordia que Dios tiene para con el pecador que quiere ser perdonado. La quinta el ir adquiriendo un gran amor y estimación por todo lo que Cristo sufrió por nosotros. La sexta adquirir un amor por Jesús Eucaristía. La séptima aprender a orar, especialmente recitar con amor y atención el Padrenuestro. La octava tratar de vivir en continua y afectuosa comunicación con Dios".
Sólo así, el cristiano podrá decir: “El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres”.