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martes, 9 de mayo de 2023

“Cumplan los Mandamientos, vivan en mi Amor y tendrán alegría”

 


“Cumplan los Mandamientos, vivan en mi Amor y tendrán alegría” (Jn 15, 9-11). En estos tiempos en los que abundan los trastornos del ánimo, como la angustia, la depresión, la tristeza, y en los que se acuden al psicólogo y al psiquiatra como si fueran demiurgos capaces de solucionar la crisis existencial del ser humano por medio de sesiones de diván y medicamentos psiquiátricos, Nuestro Señor Jesucristo nos da lo que podríamos llamar la verdadera y única “fórmula” para la felicidad: cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios, vivir en su Amor, el Amor de Dios y así el alma se asegura, no de no tener problemas ni de sufrir tribulaciones, sino de poseer la alegría de Cristo, que no es una alegría más entre tantas, sino que es la Alegría de Dios, porque Cristo es Dios.

Muchos, incluso entre los cristianos, dejan de lado los Mandamientos de la Ley de Dios, porque los consideran como “pasados de moda”; muchos, incluso sacerdotes, critican y tildan de “rígidos” a los que tratan de cumplir los Mandamientos, instando a que vivan según sus propios sentimientos, según su propia voluntad. Sin embargo, esta receta, que aparentemente concede “liberación” al alma, lo único que hace, al dejar de lado la Ley de Dios y sus Mandamientos, es esclavizarlas al pecado y el pecado provoca amargura, dolor, soledad, alejamiento de Dios, oscuridad espiritual y tristeza en lo anímico, además de depresión y angustia. Podemos decir, con toda certeza, que la tristeza, la angustia, la depresión, la sensación de soledad, de abandono, de falta de sentido de la vida, se deriva de no seguir el consejo de Jesús, de cumplir los Mandamientos por amor a Él y la consecuencia de esto es que el alma se priva, voluntariamente, de la alegría de Dios. No significa esto que el cumplir los Mandamientos de Dios es la solución instantánea para todos los problemas y las tribulaciones que implican la existencia del hombre en la tierra, pero sí se puede decir que seguir el consejo de Jesús le concede al alma una serena alegría, aun en medio de los más intensos problemas y tribulaciones.

“Cumplan los Mandamientos, vivan en mi Amor y tendrán alegría”. Si el mundo siguiera estos simples consejos de Jesús, la vida en la tierra sería un anticipo de la vida eterna en el Reino de los cielos.

miércoles, 1 de febrero de 2023

"¿Acaso no es el hijo del carpintero?”

 


“¿Qué son esos milagros y esa sabiduría? ¿Acaso no es uno de los nuestros, el hijo del carpintero?” (cfr. Mc 6, 1-6). Los contemporáneos de Jesús, al comprobar que Jesús posee una sabiduría sobrenatural, es decir, una sabiduría que es superior no solo a la humana sino a la angélica y que por lo tanto solo puede provenir de Dios, y al comprobar que Jesús realiza milagros de todo tipo -curaciones de enfermedades, exorcizar demonios, dar la vista a los ciegos-, se sorprenden, ya que se dan cuenta de que ni la sabiduría de Jesús ni sus milagros, se explican por su condición humana. Sin embargo, tampoco alcanzan todavía a comprender que Jesús posee esta sabiduría divina y realiza milagros que sólo Dios puede hacer, porque Él es Dios Hijo encarnado.

Esto sucede porque los contemporáneos de Jesús ven solo la humanidad de Jesús, y así piensan que es un vecino más entre tantos y por eso exclaman: “¿Acaso no es uno de los nuestros, el hijo del carpintero?”. A pesar de ver milagros y escuchar la Palabra de Dios, los contemporáneos de Jesús solo ven en Jesús al “hijo del carpintero”, al “hijo de María”. Y Jesús sí es el “hijo del carpintero”, pero es el hijo adoptivo, porque San José no es el padre biológico de Jesús y sí es “el hijo de María”, pero de María Virgen y Madre de Dios, porque Jesús fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Solo la luz de la gracia santificante da la capacidad al alma de poder ver, en Jesús, al Hijo de Dios, a la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth.

En nuestros días, parecen repetirse las palabras de asombro e incredulidad, entre muchos cristianos, al ver la Eucaristía, porque dicen: “¿Acaso la Eucaristía no es solo un poco de pan bendecido? ¿Cómo podría la Eucaristía concederme la sabiduría divina y obrar el milagro de la conversión de mi corazón?”. Y esto lo dicen muchos cristianos porque no ven, con los ojos del alma iluminados por la luz de la fe, que la Eucaristía no es un poco de pan bendecido, sino el Sagrado Corazón de Jesús en Persona, que al ingresar por la Comunión, nos comunica la Sabiduría y el Amor de Dios.

domingo, 24 de octubre de 2021

“¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”

 


(Domingo XXXI - TO - Ciclo B – 2021)

         “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” (Mc 12, 28-34). Le preguntan a Jesús cuál es el “primero de todos los mandamientos” y Jesús responde que es “amar a Dios con todas las fuerzas”. También le dice Jesús que el segundo mandamiento es “amar al prójimo  como a uno mismo”. A partir de Jesús, el cristianismo adoptará, igual que el judaísmo, a estos dos mandamientos como a uno solo, quedando formulados en la práctica de la misma manera: “Amarás a Dios y al prójimo como a uno mismo”. Podría entonces alguien decir que el cristianismo y el judaísmo, al tener el mismo mandamiento, son casi la misma religión; sin embargo, el mandamiento cristiano difiere radicalmente del mandamiento judío, al punto de constituir casi dos mandamientos distintos y veremos las razones.

         Ante todo, el mandamiento judío manda “amar a Dios y al prójimo” con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas y es evidente que hace referencia al corazón, al alma, a la mente y a las fuerzas del hombre: “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. Se hace hincapié en que el cumplimiento de este mandamiento se basa sí en el amor, pero en el amor del hombre hacia Dios.

         Por el contrario, en el caso del cristianismo, la diferencia radica en que el amor con el que se manda amar a Dios y al prójimo –y también a uno mismo- es un amor distinto; no se trata del simple amor humano, sino de otro amor, el Amor del Sagrado Corazón de Jesús, un amor que es divino, celestial, sobrenatural, porque es el Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo, y porque se expresa en la donación de sí mismo, no de un modo cualquiera, sino expresamente y exclusivamente a través de la unión con Cristo en el Santo Sacrificio del altar. Es esto lo que Jesús dice: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado” y Cristo nos ha amado con el Amor del Espíritu Santo y hasta la muerte de cruz. Entonces, si bien el cristianismo y el judaísmo tienen como primer y principal mandamiento al primer mandamiento, que manda amar a Dios y al prójimo como a uno mismo, difieren substancialmente en la cualidad del amor con el que se deben cumplir estos mandamientos: para el judaísmo, basta con el simple amor humano –un amor que, además de ser limitado, está contaminado con la mancha del pecado original-, mientras que en el cristianismo, este amor ya no es suficiente, sino que para cumplir el primer mandamiento, es necesario amar a Dios y al prójimo y a uno mismo con el Amor de Dios, el Espíritu Santo.

         Por último, ¿dónde conseguimos este Divino Amor, para así cumplir a la perfección el primer mandamiento? Lo conseguimos allí donde se encuentra como en su Fuente, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Es en el Corazón Eucarístico de Jesús en donde arde este Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo y es por eso que debemos ir a buscar este Divino Amor en la Eucaristía.

jueves, 7 de octubre de 2021

“Teman a Aquel que los puede arrojar al lugar de castigo eterno”

 


“Teman a Aquel que los puede arrojar al lugar de castigo eterno” (cfr. Lc 12, 1-7). Jesús nos enseña cuál es el buen temor y cuál es el mal temor: el buen temor es el temor de Dios, que no es “tenerle miedo” a Dios, sino que con “temor de Dios” se entiende el temor que tiene el alma de ofender a Dios, no tan solo con el pecado mortal, sino tan siquiera con el más pequeño pecado venial. Este temor de Dios es un temor bueno, porque se origina en el amor que el alma tiene a Dios; para entenderlo, tomemos un ejemplo de la vida cotidiana: sería algo equivalente a como cuando un hijo ama tanto a su padre o a su madre, que se moriría literalmente de la angustia si llegara a provocarles el más mínimo disgusto por alguna falta: lo mismo sucede con el alma y el verdadero temor de Dios: el alma ama tanto a Dios como Padre, que se muere literalmente de pena si es que llega a provocarle un disgusto por algún pecado, por pequeño que sea. Algo distinto es tener miedo de Dios y esto lo tienen ante todo quienes sufren la Justa Ira de Dios, Satanás y los ángeles caídos y también los condenados en el Infierno, porque ellos sufren en carne propia todo el peso y el poder de la omnipotencia divina, que se manifiesta en los diferentes tormentos del Infierno. El cristiano no debe tener este temor, aunque sí debe saber, como lo dice Jesús, que Dios tiene el poder para arrojarnos al Infierno, si es que morimos en estado de pecado mortal: “Teman a Aquel que los puede arrojar al lugar de castigo eterno”. Jesús hace la aclaración porque tanto en su tiempo como en el nuestro –y como en todo tiempo, desde la caída de Adán y Eva-, existen hombres malvados y perversos que provocan toda clase de daño a sus prójimos, incluida la muerte: Jesús nos advierte que no debemos tenerles miedo a estos hombres malvados, porque es Él quien nos da la fortaleza divina y además porque al Único al que se le debe temer es a Dios Uno y Trino.

La enseñanza de Jesús es particularmente actual para nuestra Patria, asolada desde hace décadas por generaciones de gobiernos y políticos corruptos, ineptos, inmorales, que han hundido a nuestra Nación en un abismo moral, espiritual y material como jamás antes en la historia; la enseñanza de Jesús es actual para los argentinos porque de entre esos políticos inmorales e ineptos, una de ellos, una mujer arrogante y soberbia, profirió una blasfemia, al decir que había que tenerle miedo a Dios y también a ella. Lo que sucedió fue que una notoria política corrupta, causante de numerosos males en nuestro desgraciado país, política que está acusada por fraude al erario público, dijo públicamente hace unos años que había que temerle a Dios “y a ella también”. A esta señora, caracterizada por la corrupción y el desfalco del dinero de la Nación Argentina, le decimos que está equivocada, que no le tememos, ni a ella, ni a cualquier ser humano. No le tenemos miedo, aun cuando se crea que es una arquitecta egipcia, porque como cristianos católicos, tememos sólo a Dios Uno y Trino, Quien es el que tiene la omnipotencia divina necesaria para salvar a las almas en gracia y para condenar al Infierno a las almas que mueren en pecado mortal. Como católicos, no le tememos ni a ella ni a ningún otro ser humano en el mundo y no nos doblegamos frente a su altanería, que se disipará como el humo se disipa en el viento. Sólo le tememos a Dios Uno y Trino y sólo ante Él doblamos la rodilla.

“¡Ay de ustedes, fariseos y doctores de la ley!”


 

“¡Ay de ustedes, fariseos y doctores de la ley!” (cfr. Lc 11, 47-54). Jesús dirige nuevamente “ayes” y lamentos, a los fariseos, a los escribas y a los doctores de la ley. La gravedad de estos ayes y lamentos aumenta por el hecho de que aquellos a quienes van dirigidos, son hombres, al menos en apariencia, de religión. Entonces, surge la pregunta: si son hombres de religión, si son hombres que están en el Templo, cuidan el Templo y la Palabra de Dios, ¿por qué Jesús les dirige ayes y lamentos? Porque si bien fueron los destinatarios de la Revelación de Dios Uno, por un lado, pervirtieron esa religión y la reemplazaron por mandatos humanos, de manera tal que ese reemplazo los llevó a olvidarse del Amor de Dios, como el mismo Jesús se los dice; por otro lado, se aferraron con tantas fuerzas a sus tradiciones humanas, que impidieron el devenir sucesivo de la Revelación, al perseguir y matar a los profetas que anunciaban que el Mesías habría de llegar pronto, en el seno del mismo Pueblo Elegido. Es esto lo que les dice Jesús: “¡Ay de ustedes, que les construyen sepulcros a los profetas que los padres de ustedes asesinaron! Con eso dan a entender que están de acuerdo con lo que sus padres hicieron, pues ellos los mataron y ustedes les construyen el sepulcro. Por eso dijo la sabiduría de Dios: Yo les mandaré profetas y apóstoles, y los matarán y los perseguirán”.

“¡Ay de ustedes, fariseos y doctores de la ley!”. Los ayes y lamentos también van dirigidos a nosotros porque si tal vez no hemos matado a ningún profeta, sí puede suceder que “ni entremos en el Reino, ni dejemos entrar” a los demás, toda vez que nos mostramos como cristianos, pero ocultamos el Amor de Dios al prójimo. Cuando hacemos esto, nos convertimos en blanco de los ayes de Jesús, igual que los fariseos, escribas y doctores de la ley. Para que Jesús no tenga que lamentarse de nosotros, no cerremos el paso al Reino de Dios a nuestro prójimo; por el contrario, tenemos el deber de caridad de mostrar a nuestro prójimo cuál es el Camino que conduce al Reino, el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis y esto lo haremos no por medio de sermones, sino con obras de misericordia, corporales y espirituales.

 

“¡Ay de ustedes, fariseos, porque pagan diezmos pero se olvidan del Amor de Dios!”

 


“¡Ay de ustedes, fariseos, porque pagan diezmos pero se olvidan del Amor de Dios!” (cfr. Lc 11, 42-46). Los “ayes” o lamentos de Jesús, dirigidos a los fariseos, no se deben a que estos paguen el diezmo, puesto que el sostenimiento del templo es algo que todo fiel tiene la obligación de hacer, sino que se debe a que los fariseos han desvirtuado tanto la religión del Dios Uno, que han llegado a pensar que el pago del diezmo constituye la esencia de la religión, olvidando lo que es verdaderamente la esencia de la religión, que es el Amor de Dios y el amor al prójimo por amor a Dios. Algo similar sucede con los doctores de la ley, a quien también van dirigidos los “ayes” o lamentos: en este caso, la perversión de la religión consiste en hacer cumplir a los demás reglas humanas, innecesarias, inútiles para la salvación, surgidas de sus mentes entenebrecidas y de sus corazones corruptos, con el agravante de que hacen cumplir a los demás estas reglas inútiles y puramente humanas, mientras que ellos, los doctores de la ley, no las cumplen.

En los dos casos los ayes o lamentos están plenamente justificados porque en ambos, en los fariseos y en los doctores de la ley, el amor dinero en los primeros y el apego al formalismo de reglas puramente humanas en los segundos, tiene una consecuencia devastadora para la vida del alma, porque apaga en el alma el Amor de Dios; hace que la inteligencia pierda de vista la Verdad Divina y que el corazón, olvidado de la ternura y de la dulzura del Amor Divino, se apegue con dureza a las pasiones humanas y a las riquezas terrenas. En ambos casos, se desvirtúa y pervierte la religión verdadera porque se deja de lado la esencia de la religión, el Amor a Dios por sobre todas las cosas y el amor al prójimo por amor a Dios.

“¡Ay de ustedes, fariseos (…) ay de ustedes, doctores de la ley, porque se olvidan del Amor de Dios!”. No debemos creer que los ayes y lamentos de Jesús se dirigen solo hacia ellos. Cada vez que nos apegamos a las pasiones y a esta vida terrena, indefectiblemente nos olvidamos del Amor de Dios, porque deseamos esas cosas y no a Dios Uno y Trino, Quien merece ser amado en todo tiempo y lugar por el sólo hecho de Ser Quien Es, Dios de infinita bondad, justicia y misericordia. Por eso, Jesús nos dice desde la Eucaristía: “¡Ay de ustedes, cristianos, porque se apegan a los placeres del mundo y se olvidan del Amor Eterno que arde en mi Corazón Eucarístico y así me dejan solo y abandonado en el Sagrario! ¡Ay de ustedes, porque si no vuelven a Mí en la Eucaristía, permaneceréis sin Mi Presencia por toda la eternidad”.

 

viernes, 13 de agosto de 2021

“¿Cuál es el Mandamiento más grande de la Ley?”

 


“¿Cuál es el Mandamiento más grande de la Ley?” (Mt 22, 34-40). Un doctor de la Ley le pregunta a Jesús cuál es el mandamiento más grande de todos y Jesús le responde que es “amar a Dios y al prójimo como a uno mismo”. Ahora bien, hay que entender que este mandamiento es válido hasta antes de Cristo, porque después de Cristo, el mandamiento, si bien seguirá siendo el más importante, poseerá un elemento que no lo posee antes de Cristo. ¿Cuál es ese elemento? El Amor de Dios, que no estaba presente en el Antiguo Testamento. En efecto, hasta antes de Cristo, el mandamiento más importante mandaba amar a Dios y al prójimo como a uno mismo “con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente”, es decir, se enfatiza que el amor con el que se debe cumplir el Primer Mandamiento, el más importante, es un amor humano, con todas las características que esto tiene. El amor humano, por definición, es limitado, porque el ser humano es limitado; además, está “contaminado”, por así decirlo, con el pecado original, de ahí su debilidad y su tendencia a hacer acepción de personas.

Entonces, hasta Cristo, el Primer Mandamiento, el más importante, se cumplía mediante el amor humano; después de Cristo, el amor con el que se debe cumplir el Primer Mandamiento es el Amor de Dios, el Espíritu Santo, porque así lo dice Jesús: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. Jesús introduce esta salvedad en el Primer Mandamiento y es el amar al prójimo –y también a uno mismo y por lo tanto a Dios- “como Él nos ha amado”, por lo que surge la pregunta: ¿con qué amor nos ha amado Jesús? Y la respuesta es: Jesús nos ha amado con el Amor de su Sagrado Corazón, que es el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Entonces, a partir de Jesús, el Primer Mandamiento sigue siendo el más importante, pero ahora se cumple no con el amor humano, sino con el Amor del Sagrado Corazón, el Amor de Dios, el Espíritu Santo, quien es el que lleva al alma a dar la vida en la cruz por amor a Dios y al prójimo. Ésta es entonces la diferencia en el Primer Mandamiento, antes de Jesús y después de Jesús.

jueves, 10 de junio de 2021

“Amen a sus enemigos”

 


“Amen a sus enemigos” (Mt 5, 43-48). El amor a los enemigos es una de las novedades del mandamiento nuevo del amor que deja Jesucristo a su Iglesia. Antes de Cristo, regía la ley del Talión, “ojo por ojo, diente por diente”, o también, “ama a quien te ama, odia a quien es tu enemigo”. Pero Jesucristo viene a cambiar radicalmente esta norma, por lo que a partir de Él, todo prójimo, incluido el enemigo, debe recibir, del cristiano, el amor cristiano, el perdón, la reconciliación, frente al deseo de venganza, de rencor, de hacer justicia por mano propia. Jesús manda –no es un mero consejo- un cambio radical de conducta con respecto al prójimo que, por algún motivo, es considerado mi enemigo personal –hay que aclarar que este mandamiento no se extiende a los enemigos de Dios y la Patria, como el Comunismo y la Masonería o, como en el caso particular de la Argentina, a los usurpadores ingleses de Malvinas, en su calidad de nación usurpadora, pues se refiere a enemigos personales-: ya no se trata de devolver odio por odio, sino de amor por odio: mi enemigo me odia, yo le devuelvo amor. Ahora bien, se debe hacer otra consideración más y es que ese amor con el que debo tratar a mi enemigo personal –volvemos a remarcar que no se aplica a los enemigos de Dios y de la Patria- es el amor con el que Jesús me amó desde la cruz y es el Amor de Dios, el Espíritu Santo y esta es la razón por la cual no se trata de un mero cambio de conducta. Esto quiere decir que el fundamento por el cual yo, como cristiano, debo amar –que incluye el perdón y la ausencia absoluta de rencor, enojo o deseo de venganza- a mi enemigo personal, radica en que he sido amado por Cristo, con el Amor del Espíritu Santo y por haber sido amado primero por Él, siendo yo su enemigo, es que debo, en acción de gracias, responder con el mismo Amor con el que fui amado. En otras palabras, si yo, siendo enemigo de Cristo por mi pecado, fui perdonado y amado por Él desde la cruz, con el Amor del Espíritu Santo, entonces no puedo hacer otra cosa que imitarlo a Él y amar a mi enemigo con el mismo Amor con el que fui amado y perdonado, el Divino Amor.

Por último, si caigo en la cuenta que no tengo ese amor en mi corazón, porque en mi corazón sólo hay amor humano, que es limitado, débil y está contaminado con el pecado original, entonces debo pedir en la oración, postrado ante Jesús crucificado, ante Jesús Sacramentado, el Amor de Dios, para así amar y perdonar a mi enemigo y “ser perfecto, como mi Padre del cielo es perfecto”.

domingo, 16 de mayo de 2021

“Que el amor con que me amas esté en ellos y yo también en ellos”

 


“Que el amor con que me amas esté en ellos y yo también en ellos” (Jn 17, 20-26). Jesús quiere, para sus discípulos, para su Iglesia, la unidad, pero también quiere algo más: quiere que los discípulos, los que forman su Iglesia, estén inhabitados por el Amor con el que el Padre lo amó y lo ama a Él desde la eternidad, el Espíritu Santo, el Divino Amor. Será el Espíritu Santo, enviado por Él y el Padre desde el Cielo, una vez que Él resucita y ascienda al Cielo, quien unirá a sus discípulos en una sola fe, en una sola Iglesia, en un solo Bautismo, en la fe en un  solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero el Espíritu Santo no sólo dará la unidad de la Iglesia, sino que dará también el Amor con el cual los integrantes de la Iglesia de Cristo se amarán entre sí y ese Amor es Él mismo, el Espíritu Santo en Persona. Es decir, el Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, unirá a los fieles de la Iglesia de Cristo en una sola Iglesia, en la que todos estarán inhabitados por el mismo Amor de Dios, el Espíritu Santo, el Divino Amor. Y esto hará que los miembros de la Iglesia, los bautizados en la Iglesia Católica, tengan a Cristo con ellos, porque el Espíritu Santo los hará formar un solo Cuerpo con Cristo, los hará integrantes del Cuerpo Místico de Cristo. Es el Espíritu Santo el que llevará a cabo el doble deseo de Jesús para su Iglesia, la de que sus integrantes tengan el mismo Amor con el que Él es amado por el Padre desde la eternidad y que Él esté en ellos, para que ellos estén con Él: “Que el amor con que me amas esté en ellos y yo también en ellos”.

Esto da una pista para saber quién pertenece, en espíritu y en verdad, a la Iglesia Católica, la Iglesia de Cristo y quién no: quien posea el Amor del Espíritu Santo en su corazón –y por lo tanto posea a Cristo con él-, ése tal será quien forme parte del Cuerpo Místico de Jesús. Esto se demuestra por muchas cosas, entre otras, el amar al enemigo, el cargar la cruz de cada día, el cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios, etc. Es decir, no basta sólo con ser bautizados para pertenecer a Cristo, en espíritu y en verdad, es necesario también poseer su Espíritu, que es el Espíritu Santo, el Amor Divino, donado en Pentecostés y en cada Eucaristía.

 

jueves, 6 de mayo de 2021

“Como el Padre me ama, así los amo Yo. Permanezcan en mi Amor”

 


“Como el Padre me ama, así los amo Yo. Permanezcan en mi Amor” (Jn 15, 9-17). Antes de sufrir su Pasión y Muerte en cruz, Jesús se despide de sus discípulos en la Última Cena y les da una recomendación, que surge desde lo más profundo de su Sagrado Corazón: que permanezcan en el Amor con el que Él los ha amado, que es el Amor, a su vez, con el que el Padre lo ama desde la eternidad, el Espíritu Santo. Ahora bien, para que esto sea posible, es decir, para que ellos permanezcan en su Amor, es necesario que los discípulos lo demuestren con obras, porque la fe, sin obras, es una fe muerta; en este caso, la obra que Jesús les pide que hagan, con la cual demostrarán el amor hacia Él, es que cumplan los mandamientos de la Ley Divina, los Mandamientos de Dios, sus Mandamientos: “Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi Amor”. En otras palabras, cumplir la Ley de Dios, lejos de ser un rigorismo farisaico, asegura al alma la permanencia en el Amor de Cristo, es decir, en su Sagrado Corazón. Muchos integrantes de sectas anti-cristianas acusan a los católicos que desean cumplir los Mandamientos de la Ley Divina de ser “rigoristas”, “duros de corazón”, “fariseos”, cuando en realidad se trata de todo lo contrario, porque quien desea cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios y pone todo su empeño en esta tarea, obtiene de Dios el Amor Divino, el Espíritu Santo, que es todo lo opuesto a la rigidez y dureza de corazón y al fariseísmo religioso. Por otra parte, quien desea cumplir la Ley de Dios, debe amar a su prójimo, incluido el enemigo, hasta la muerte de cruz, porque así es como nos ha amado Jesús, hasta la muerte de cruz, y eso es lo más opuesto y lejano a la dureza de corazón que pueda haber, de ahí que sea injusto y falso calificar al católico practicante de la Ley de Dios de “fariseo” o “rígido” de corazón.

         “Como el Padre me ama, así los amo Yo. Permanezcan en mi Amor”. Si amamos a Jesús, cumpliremos, o mejor dicho, haremos todo el esfuerzo de cumplir, los Mandamientos de la Ley de Dios: así demostraremos que amamos a Jesús y Jesús, a cambio, nos dará en recompensa lo más preciado de su Sagrado Corazón Eucarístico, el Amor de Dios, el Espíritu Santo.

jueves, 29 de abril de 2021

“Éste es mi mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como Yo los he amado”

 

(Domingo V - TP - Ciclo B – 2021)

         “Éste es mi mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como Yo los he amado” (Jn 15, 9-17). Moisés había dado a los israelitas las tablas de la Ley, en las que estaban contenidos los Diez Mandamientos. Esos mismos mandamientos son los que los hereda el cristianismo y la razón es que el Dios que los promulga por medio de Moisés, es Jesucristo, el mismo Dios que ahora, encarnado, habita en medio de los hombres, en la tierra, en el tiempo y en el espacio. Es decir, Dios había dado sus mandamientos  por medio de Moisés al Pueblo Elegido y ahora, los da al Nuevo Pueblo Elegido, pero no por medio de un profeta o un hombre santo, sino Él, personalmente: Dios promulga sus mandamientos en persona, por medio de la naturaleza humana de Jesús de Nazareth.

         Ahora bien, en la Ley que Dios dio a través de Moisés, figuran el amor a Dios y al prójimo, ya que el primer mandamiento dice: “Amarás a Dios y al prójimo como a ti mismo”. Si esto es así, ¿por qué razón Jesús dice que da un “mandamiento nuevo”? Es decir, si ya existía en la Ley de Moisés, que el mismo Dios había promulgado, el amar a Dios y al prójimo, ¿por qué Jesús dice que su mandamiento es “nuevo”? Alguien podría objetar la novedad del mandamiento de Jesús, diciendo que incluso hasta su formulación es la misma: “Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo”. Volvemos entonces a preguntarnos: ¿hay alguna “novedad” en el mandamiento de Jesús? Y si hay alguna novedad, ¿en qué consiste?

         Para responder las preguntas, hay que comenzar diciendo que existen no una, sino varias razones por las cuales se puede decir que el mandamiento de Jesús, aun cuando la formulación sea la misma o parecida, es radicalmente nuevo, tan nuevo, que se puede decir que es substancialmente distinto al mandamiento que ya conocían los hebreos y veamos las razones.

         Por un lado, analicemos el concepto de “prójimo”: para los hebreos, el “prójimo” era aquel que compartía la raza y la religión y si había alguien que no era hebreo pero se convertía al judaísmo, entonces recién se podía llamar a ese tal “prójimo”. Mientras tanto, para el que no era considerado prójimo, porque no compartía ni la raza, ni la religión, se aplicaba la ley del Talión: “Ojo por ojo, diente por diente”. Esto cambia radicalmente con Jesús, porque a partir de Él, el prójimo al que hay que amar es todo ser humano, independientemente de su raza, de su religión, de su nacionalidad, de su condición social. Para el cristiano, todo ser humano, por el hecho de ser ser humano, es decir, creatura de Dios, es un prójimo al que hay que amar y aquí hay otra diferencia con el judaísmo: no solo se anula la ley del Talión, sino que al primer prójimo al que hay que amar, es al enemigo: “Amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen”.

         Otra diferencia es el amor con el que hay que cumplir el mandamiento: antes de Jesús, se explicitaba que el amor con el que había que amar a Dios y al prójimo era el amor humano –“Amarás a Dios y a tu prójimo con todas tus fuerzas, con todo tu ser”-, con las limitaciones que esto implica, porque el amor humano, por naturaleza, es limitado y además, está contaminado, por así decirlo, por el pecado original: esto cambia con Jesús, porque el amor con el que se debe amar a Dios y al prójimo es el Amor de Dios, el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad. Es decir, ya no basta con amar con el simple amor humano: ahora hay que amar a Dios y al prójimo con el mismo Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo, el Amor Divino.

         Otra diferencia, que no existía en los mandamientos del Antiguo Testamento, es que el cristiano debe amar “como Cristo nos ha amado”: “como Yo os he amado”, dice Jesús y es por eso que debemos preguntarnos: ¿cómo nos ha amado Jesús? Porque según sea el amor con el que nos ha amado Jesús, así debe ser el amor con el que amemos a Dios y al prójimo. La respuesta es que Jesús nos ha amado doblemente: con el Amor de su Sagrado Corazón, que es el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo, y “hasta la muerte de cruz”. Estas dos características del amor de Jesucristo hacen que su mandamiento sea verdaderamente nuevo, al punto de ser un mandamiento radicalmente distinto al mandamiento que tenían los hebreos, aun cuando su formulación sea, sino idéntica, al menos parecida: nos amó con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad y nos amó hasta la muerte de cruz. Así es como debemos amar a nuestro prójimo –incluido el enemigo-: hasta la muerte cruz y con el Amor del Espíritu Santo.

         Por último, surge una pregunta: si yo, como cristiano, estoy dispuesto a cumplir el mandamiento nuevo de Jesús, me encuentro con una doble dificultad: por un lado, no estoy crucificado, como lo está Jesús; por otro lado, no tengo el Amor de Dios, el Espíritu Santo, en mi corazón, porque en mi corazón hay solo amor humano. Entonces, ¿es imposible cumplir el mandamiento de Jesucristo? No es imposible, porque Jesús no manda nada imposible, pero para poder cumplirlo, debemos pedir dos cosas: postrados ante Jesús crucificado o ante Jesús Sacramentado, debemos pedir la gracia de ser crucificados junto a Jesús –se entiende que la crucifixión, al no ser en sentido material, es en sentido espiritual-; por otro lado, debemos pedir al Padre el Espíritu Santo, como nos enseña Jesús: “Pidan al Padre el Espíritu Santo y el Padre se los dará” y así, crucificados con Cristo en el Calvario y con el Amor del Espíritu Santo en el corazón –comunicado este Amor por la Comunión Eucarística-, entonces sí podremos vivir el mandamiento verdaderamente nuevo de Jesús: amarnos los unos a los otros como Jesús nos ha amado, hasta la muerte de cruz y con el Divino Amor, el Amor del Espíritu Santo.

        

“Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”

 

“Ámense los unos a los otros como Yo los he amado” (Jn 15, 12-17). Jesús da un nuevo mandamiento: sus discípulos deben “amarse los unos a los otros”. Visto así, no parecería un mandamiento verdaderamente “nuevo”, porque ya existía un mandamiento que ordenaba el amor al prójimo; si lo vemos así, entonces el mandamiento nuevo de Jesús no sería tan nuevo como lo dice Jesús. Sin embargo, el mandamiento de Jesús es verdaderamente nuevo, por las siguientes razones: por un lado, el concepto de prójimo es distinto: antes, para los hebreos, se consideraba como “prójimo” sólo al que compartía la raza y la religión, el resto estaba excluido de este concepto: a partir de Jesucristo, el prójimo a amar es todo ser humano, independientemente de su raza, de su religión, de su condición social, de su edad, etc.; por otra parte, el amor con el que se mandaba amar al prójimo y también a Dios era puramente humano, ya que así lo especificaba el mandamiento: “Amarás a Dios con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, es decir, se enfatizaba el carácter meramente humano del amor con el que se debía amar a Dios y al prójimo y esto es importante, porque el amor humano es limitado por naturaleza, además de estar contaminado por el pecado original: en el mandamiento de Jesús, el amor con el que hay que amar a Dios y al prójimo es el Amor de Dios, donado por el Sagrado Corazón de Jesús, traspasado por la lanza en el Calvario; por último, Jesús manda amar “como Él nos ha amado” y Él nos ha amado hasta la muerte de cruz, siendo nosotros sus enemigos, porque fuimos nosotros quienes lo crucificamos con nuestros pecados y esta condición de amar hasta la muerte de cruz, no estaba en el Antiguo Testamento.

Entonces, las novedades que hacen verdaderamente nuevo al mandamiento de Jesús, son: el concepto de prójimo, que se hace universal y trasciende los límites de la raza y de la religión; el amor con el que se debe amar a Dios y al prójimo, ya no es un amor puramente humano, sino que se debe amar con el Amor de Dios, con la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo; por último, se debe amar incluso hasta a los enemigos y ese amor debe ser “hasta la muerte de cruz”, es decir, el amor cristiano implica la decisión de dar la vida por la salvación eterna de nuestro prójimo, incluso si este es nuestro enemigo. Por todas estas razones, el mandamiento nuevo de Jesús de “amarnos los unos a los otros”, es verdadera y realmente nuevo, inexistente hasta Jesús.

“Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor”

 

“Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor” (Jn 15, 9-11). Los mandamientos de la Ley de Dios son mandamientos de amor, destinados a que el alma viva en la paz y en el amor de Dios; quien cumple los mandamientos, vive en la paz y en el amor de Dios; quien no los cumple, no tiene ni paz ni amor y por eso mismo, no da paz a los demás y tampoco da amor. Hay muchos movimientos laicistas –como por ejemplo, el feminismo, el movimiento de apostasía- que están cargados de odio y de resentimiento hacia Dios y hacia su Ley, cometiendo la más grande de las injusticias, porque Dios es Amor Infinito –y por eso debe ser objeto de nuestro amor- y porque su Ley es una Ley de amor –y por eso debemos observarla, si queremos vivir en el amor de Dios-. Quien se opone a Dios y a su Ley de amor, además de cometer una gran injusticia, entra en un círculo vicioso en el que el odio y el resentimiento, hacia Dios y hacia el prójimo-, se vuelven cada vez más profundos e intensos, hasta llegar a un punto de no retorno, que es el odio y el resentimiento demoníacos. Los movimientos laicistas que rechazan la Ley de Dios y a Dios que es su Autor, al rechazar al Amor de Dios, entran en una espiral de odio que se vuelve cada vez más fuerte, porque al expulsar de sí mismos al Amor de Dios, con el objetivo explícito de no cumplir su Ley, se llenan en sus corazones con lo opuesto al Amor, que ellos rechazaron libremente y es el odio. Este odio, que comienza siendo humano, crece cada vez más, hasta el punto en que no se puede volver atrás y es cuando el hombre, odiando a Dios, se hace cómplice y partícipe del odio satánico hacia Dios: en otras palabras, si alguien odia a Dios, llegará un momento en que se acercará tanto al Demonio, que éste le hará participar, indefectiblemente, de su odio angélico y demoníaco hacia Dios. Es por esta razón que no da lo mismo, absolutamente hablando, de que la Ley de Dios sea cumplida o no: quien la cumple, vive en el Amor de Dios; quien no la cumple, no tiene paz, no da paz a los demás y en algún momento comenzará a ser partícipe del odio demoníaco a Dios.

Cumplamos la Ley de Dios, que es una Ley de Amor, y así nos aseguraremos de tener, en nuestros corazones, al Dios del Amor, Jesús Eucaristía.

 

sábado, 6 de marzo de 2021

“Amarás a Dios, a tu prójimo y a ti mismo”

 


“Amarás a Dios, a tu prójimo y a ti mismo” (cfr. Mc 12, 28-34). Cuando le preguntan a Jesús cuál es el Mandamiento más importante de todos, Jesús contesta que es el que manda “amar a Dios, al prójimo y a uno mismo”. Con esta respuesta, pareciera que el mandamiento cristiano no es distinto del mandamiento del Antiguo Testamento y sin embargo, sí hay una diferencia y es substancial. Ante todo, en el Antiguo Testamento se manda amar a Dios “con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas”; es decir, se explicita que este amor a Dios es específicamente humano, porque se trata del amor que surge del corazón humano. En el Nuevo Testamento, por el contrario, Jesús nos dice que debemos amar –a Dios y al prójimo- “como Él nos ha amado” y Él nos ha amado hasta la muerte de cruz y con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, con lo cual se especifica que el amor con el que se debe amar, tanto a Dios y al prójimo –y también a uno mismo- no es el amor meramente humano, como en el Antiguo Testamento, sino con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, porque ése es el Amor con el que nos amó Jesús desde la cruz. Otra diferencia es el concepto de prójimo, que no se limita a quien pertenece a la misma raza y practica la misma religión, como en los hebreos, sino que se extiende a todo ser humano, independientemente de su raza y credo. Por último, otra diferencia con el mandamiento del Antiguo Testamento es el concepto de “amarse a sí mismos”, cuando dice que se debe amar al prójimo “como a sí mismo”: en el cristianismo, esto implica ante todo el amor a la propia alma, la cual está destinada por Dios al cielo, pero si no vive y si no muere en gracia, se condenará irremediablemente, por lo cual el amor a sí mismo que se pide en el cristianismo es ante todo un amor espiritual, sobrenatural, que implica el amor al Reino de Dios y el deseo de obtener lo mejor para uno mismo, que es la eterna salvación del alma; esto es lo que quiere decir: “amarse a sí mismo”. Quien se ame a sí mismo, deseará evitar, a toda costa, el pecado, para conservar y acrecentar la vida de la gracia y esto es lo que hará con su prójimo.

Como vemos, el mandamiento del Nuevo Testamento es radicalmente distinto al mandamiento de la Antigua Alianza, aun cuando la formulación sea prácticamente la misma..

miércoles, 3 de marzo de 2021

“Perdona setenta veces siete”

 


“Perdona setenta veces siete” (Mt 18, 21-35). En el Antiguo Testamento ya existía un mandamiento que establecía el perdón hacia el prójimo que podía cometer una ofensa, por eso la pregunta es qué diferencia hay con el mandamiento de Jesús, es decir, si es realmente un “mandamiento nuevo” o bien se trata de una continuación con el mandamiento anterior. La respuesta es que se trata de un mandamiento absolutamente nuevo y de tal manera, que lo hace radicalmente distinto al anterior y veremos las razones.

Por un lado, la diferencia está en el concepto de “prójimo”; por otro lado, la diferencia está en el amor con el que se debe perdonar. En cuanto al concepto de “prójimo”, para los hebreos, era prójimo sólo quien compartía la misma raza y la misma religión, por lo que no se incluía en este mandamiento al resto de los humanos, para los cuales valía la ley del Talión, ojo por ojo y diente por diente. Para el cristiano, el “prójimo” es todo ser humano, independientemente de su raza o religión. En cuanto al concepto de “amor”, en el Antiguo Testamento se mandaba perdonar, pero por medio de un amor puramente humano: en el Nuevo Testamento, en el mandamiento de Jesús, el amor con el que se debe perdonar es el Amor de Dios, el Espíritu Santo y no el simple amor humano y esto porque es el mismo Dios Hijo en Persona quien nos perdona con este Divino Amor desde la Cruz. Entonces, si Jesús nos perdona con el Amor de Dios, entonces nosotros debemos perdonar con ese mismo Amor con el cual somos amados y perdonados por Dios, el Espíritu Santo. Por último, llama la atención la cantidad de veces que estamos llamados a perdonar: Pedro creía que se podía perdonar hasta siete veces, con lo cual, a la octava ofensa, se podía aplicar la ley del Talión, pero para Jesús no solo la ley del Talión queda anulada, sino que la cantidad de veces que debo perdonar a mi prójimo es ilimitada, porque “setenta veces siete” significa “siempre”. Es decir, si mi prójimo me ofende todos los días, todos los días debo perdonarlo, porque es la forma en que participamos del perdón que Dios nos ha concedido en la Cruz, en Cristo Jesús: en la Cruz, Jesús nos perdona sin medida, sin límites y así debe ser nuestro perdón hacia nuestro prójimo.

Estas diferencias hacen entonces que el mandamiento del perdón de Jesús sea radicalmente nuevo y distinto al mandamiento del perdón que existía en el Antiguo Testamento.

sábado, 20 de febrero de 2021

“Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; toquen y se les abrirá”


 

“Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; toquen y se les abrirá” (Mt 7, 7-12). Jesús no solo nos enseña a llamar a Dios “Padre” –puesto que somos verdaderamente sus hijos adoptivos por la gracia santificante del Bautismo-, sino que nos invita a que tengamos con él una relación verdaderamente filial, en la que pidamos lo que necesitemos para nuestra eterna salvación; en la que busquemos el Camino para llegar a Él y en el que toquemos la Puerta que nos conduce a su seno paterno: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; toquen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que toca, se le abre”.

Para hacernos ver que nuestra relación con Él, con Dios Padre, debe ser como la de un hijo con su padre, nos da un ejemplo de relación paterna y filial, tal como se da entre humanos: “¿Hay acaso entre ustedes alguno que le dé una piedra a su hijo, si éste le pide pan? Y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente?”. Con esto nos da a entender dos cosas: por un lado, que debemos tratar a Dios como verdadero Padre amoroso, como lo es, puesto que somos sus hijos por la gracia; por otro lado, nos enseña que, si entre los hombres, un padre –aun teniendo el pecado original en él y por lo tanto estando inclinado al mal- no dará a su hijo nada malo, mucho más el Padre de los cielos, que es la Bondad Increada y el Amor Misericordioso en Sí mismos, no dejará de darnos todo lo bueno que necesitemos para nuestra eterna salvación: “Si ustedes, a pesar de ser malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, con cuánta mayor razón el Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quienes se las pidan”.

Pero todavía hay algo más: en otro pasaje del Evangelio, Jesús nos dice que el Padre no sólo dará “cosas buenas” a quienes se lo pidan, sino que dará su mismo Amor, el Amor de Dios, el Espíritu Santo: “Dios Padre dará el Espíritu Santo a quien se lo pida”. Entonces, Jesús nos enseña a pedir cosas buenas, a pedir con amor filial y nos enseña a pedir al mismo Espíritu de Dios, el Espíritu Santo. Pedimos muchas cosas a Dios, pero nunca pedimos al Espíritu Santo, el Espíritu de Amor Divino que el Padre nos da, aun antes de que se lo pidamos, en cada Eucaristía.

jueves, 4 de febrero de 2021

“¡Hipócritas! Dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres”


 

“¡Hipócritas! Dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres” (Mc 7, 1-13). Jesús critica duramente a los fariseos y a los escribas y la razón es que han pervertido la religión del Dios Único y Uno y sus Mandamientos, cambiándola por mandamientos puramente humanos, como la ablución de manos y el lavado de la vajilla. Es decir, para los fariseos y escribas, eran más importantes las costumbres puramente humanas, que los Mandamientos de la Ley de Dios y es por eso que Jesús los critica tan duramente. No es que esté mal hacer abluciones y lavar la vajilla: lo que está mal es hacer consistir, a estas costumbres humanas, la verdadera religión. Esto nos lleva a considerar qué es la religión y como respuesta podemos decir que la esencia de la religión -específicamente, de la religión católica- es la unión del alma con Dios por medio del Amor y de la gracia –la palabra “religión” significa, precisamente, “re-ligar”, re-unir al alma con Dios- y si no se cumple esta condición, toda costumbre humana, aun cuando sea cumplida a la perfección, no conduce a la unión con Dios, quedando simplemente en eso, en el cumplimiento de un acto humano, pero sin unir al alma con Dios. Jesús los critica a los fariseos y escribas porque siendo, al menos en apariencia, hombres religiosos, han falsificado a tal punto la religión, que la han convertido en un acto, paradójicamente, anti-religioso, porque se centraban en el cumplimiento de ritos externos humanos y no en la unión espiritual del alma con Dios por medio del Amor.

“¡Hipócritas! Dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres”. No debemos pensar que los reproches de Jesús a los fariseos y escribas son sólo para ellos: también nosotros podemos caer en el mismo error de ellos y en verdad lo hacemos, toda vez que nos olvidamos que la religión católica consiste en la unión de nuestras almas por el Amor de Dios, el Espíritu Santo y por la gracia, a Dios Uno y Trino, por medio de Nuestro Señor Jesucristo. Si nos olvidamos de esto, de la esencia de la religión, que incluye, además de la unión con Dios Trino, el amor misericordioso –no el simple amor humano, sino el amor misericordioso, que es el Amor de Cristo- hacia el prójimo, estaremos vaciando a nuestra religión católica de toda su esencia y la estaremos convirtiendo en un mero cumplimiento de ritos externos. Por lo tanto, debemos estar atentos para no caer en el error de racionalizar y humanizar –en el sentido de desacralizar- a nuestra religión católica, la Única Religión Verdadera.

lunes, 19 de octubre de 2020

“Amarás al Señor (…) amarás a tu prójimo como a ti mismo”

 


(Domingo XXX - TO - Ciclo A – 2020)

“Amarás al Señor (…) amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 34-40). Un doctor de la ley le pregunta a Jesús cuál es el mandamiento más importante y Jesús le dice: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el más grande y el primero de los mandamientos. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se fundan toda la ley y los profetas”. En síntesis, en la respuesta de Jesús, no hay nada nuevo para agregar a lo que los judíos ya sabían: el mandamiento más importante, tanto para Cristo como para los judíos, es amar a Dios y al prójimo como a sí mismos. Si esto es así, podemos preguntarnos lo siguiente: si no hay diferencias en el mandamiento más importante entre la Iglesia de Cristo y la de los judíos, entonces debemos concluir que Jesús no viene a aportar nada de nuevo, en lo substancial, en cuanto a Mandamientos de Dios se refiere y que por lo tanto, los judíos y los cristianos tienen el mismo mandamiento y la misma ley, con lo cual, en lo esencial, serían una misma cosa.

Sin embargo, Jesús hará algunas profundizaciones acerca del mandamiento de la caridad, que lo harán distanciar substancialmente del mandamiento del amor de los judíos, al punto tal que, aunque se formulen de igual manera, serán substancialmente distintos. ¿Cuáles son esas diferencias que agrega Jesús al Primer Mandamiento y que lo hacen distanciar del mandamiento de la ley judía?

Ante todo, en la ley judía se especifica que se debe amar a Dios y al prójimo, sí, pero con un amor meramente humano, ya que se enfatiza el origen del amor, que es el corazón humano: “Amarás al Señor y a tu prójimo con todas tus fuerzas, con todo tu ser”. Es decir, se manda amar a Dios y al prójimo, pero este amor es solamente humano, con todas las limitaciones que tiene el amor humano; además, el concepto de “prójimo” es distinto en el judaísmo y en el catolicismo: en el judaísmo, es sólo el que comparte la raza y la religión; en el catolicismo, es todo ser humano, sin importar su raza y religión.

Otras diferencias son las siguientes: en un pasaje, Jesús dice: “Ámense como Yo los he amado” (Jn 13, 34-35), con lo cual nos podemos preguntar cómo nos ha amado Jesús y la respuesta es que nos ha amado con amor de Cruz, hasta la muerte de Cruz y así tiene que ser el amor cristiano y esto es algo que no está contemplado en la ley judía.

También dice Jesús: “Amen a sus enemigos” (Mt 5, 443-48) y aquí también está la noción de la Cruz, porque debemos amar a nuestros enemigos no solo porque Jesús lo dice, sino porque Jesús nos amó a nosotros siendo nosotros sus enemigos, porque fuimos nosotros, con nuestros pecados, quienes lo crucificamos y esto también está ausente en el judaísmo.

Por último, en el mandamiento de Jesús está incluido el dar la vida por el prójimo, lo cual no está presente en la ley judía; en efecto, Jesús dice: “Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13) y el primero en dar la vida por sus amigos es Él, quien nos llama “amigos” en la Última Cena y muere por nosotros en el Calvario, para salvarnos, todo lo cual no está en la ley judía.

Entonces, el mandamiento de la caridad según Jesús y no según la ley judía, queda así: “Amen a Dios y al prójimo con el Amor de Dios, el Espíritu Santo y no con el simple amor humano; ámense unos a otros como Yo los he amado, hasta la muerte de Cruz, hasta dar la vida por sus hermanos y sólo así serán verdaderamente hijos de Dios y hermanos entre ustedes”.

Como vemos, aunque la formulación del Primer Mandamiento sea similar en el catolicismo y en el judaísmo, su realidad y su aplicación son substancialmente distintos, lo cual hace que sean mandamientos distintos y que el mandamiento de Jesús sea verdaderamente nuevo: “Os doy un mandamiento nuevo” (Jn 13, 34-35).

Por último, si queremos cumplir con el mandamiento de Jesús de amar a Dios y al prójimo como a nosotros mismos, hasta la muerte de Cruz y con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, como no tenemos ese amor, lo debemos adquirir y a este Amor de Dios lo adquirimos en la Comunión Eucarística, puesto que en cada Comunión Eucarística, Jesús Eucaristía nos comunica el Espíritu Santo, Amor Divino con el cual podemos amar a Dios y al prójimo como Dios quiere que lo amemos.

 

viernes, 14 de agosto de 2020

“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”

 

“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22, 34-40). Un doctor de la ley le pregunta a Jesús, no para satisfacer su sed de saber, sino para ponerlo a prueba, “cuál es el mandamiento más grande de la ley”. Jesús le responde que amar a Dios con todas las fuerzas y además amar al prójimo como a uno mismo. Ante esta respuesta de Jesús, nos podemos preguntar en qué consiste la novedad del cristianismo, puesto que el mandamiento más importante también es el primero y está formulado de manera prácticamente idéntica al mandamiento de la ley judía: “Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo”. Visto de esta manera, pareciera no haber diferencias entre el mandamiento de la ley judía y el mandamiento proclamado por Cristo, por lo cual, podría decirse, que el cristianismo está subordinado al judaísmo, ya que no aporta nada nuevo en substancia.

Sin embargo, el mandamiento de Jesús es substancialmente distinto al de la ley judía, pese a estar formulado de la misma manera y la razón está en dos cosas: en el tipo de amor con el que se debe amar a Dios y al prójimo y en la intensidad con la que este amor debe ser aplicado para cumplir con la ley. En cuanto al tipo o clase de amor con el que el cristiano debe amar a Dios y al prójimo, no es el amor meramente humano, como es en el caso de la ley judía, sino el Amor de Dios, el Espíritu Santo, porque Jesús dice: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado” y Jesús nos ha amado, no con el amor humano -que en cuanto tal está contaminado por el pecado original-, sino con el Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo. En cuanto a la intensidad con la que debe ser aplicado este Amor, está también en la frase de Jesús: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado” y Jesús no solo nos ha amado con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, sino que lo ha hecho “hasta la muerte de cruz”. Por esta razón, la intensidad con la que se debe vivir el mandamiento del amor a Dios y al prójimo, es “hasta la muerte de cruz”, como lo hizo Jesús con cada uno de nosotros.

“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Dos son entonces las grandes diferencias que separan al mandamiento de la Antigua y de la Nueva Ley: que en la Nueva Ley el Amor con el que se debe amar a Dios y al prójimo es el Amor de Dios, el Espíritu Santo, y que este Amor debe ser vivido hasta la muerte de cruz. Ésta es la novedad radical, que hace que el mandamiento de la caridad de Cristo sea substancialmente diferente al mandamiento de la ley judía, aun cuando en su formulación sean iguales.

miércoles, 27 de mayo de 2020

“El amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos”




“El amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos” (Jn 17, 20-26). Jesús ora al Padre en la Última Cena, pidiendo el don del Espíritu Santo para su Iglesia naciente. Una de las funciones del Espíritu Santo, será unir a los discípulos de Jesús, que forman su Iglesia, en un solo Cuerpo Místico. En este Cuerpo Místico la característica será la de estar unidos en el Amor de Dios, porque el Espíritu Santo será el aglutinante, el que los una en el Amor de Dios, a los hombres con Jesús y con el Padre, así como el Espíritu Santo es el que une en la eternidad al Padre con el Hijo. Esto es lo que explica las palabras de Jesús: “Oraré para que el amor que me tenías esté con ellos”, esto es, el Amor de Dios, el Espíritu Santo, porque ése el “amor que el Padre tenía a Jesús” desde la eternidad, antes de la Encarnación. Desde toda la eternidad, lo que une al Padre y al Hijo, en un único Ser divino trinitario, es el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad, que es el Amor espirado del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. Ahora Jesús quiere que ese Amor Divino sea el que una a los hombres en Él y, en Él, al Padre, por eso es que dice que “orará para que el amor que el Padre le tenía” desde la eternidad, esté con ellos. Ése Amor, el Espíritu Santo, es el que une a su vez a los hombres con Jesús: “Como también yo estoy con ellos”. Jesús está con sus discípulos, con su Iglesia, por el Amor de Dios, por el Amor Misericordioso de Dios; no hay ninguna otra explicación para el misterio pascual de Jesús de muerte y resurrección que no sea el don del Espíritu Santo para los hombres redimidos por su Sacrificio en Cruz en el Calvario.
“El amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos”. Luego de que Jesús muera y ascienda a los cielos, enviará con el Padre al Espíritu Santo, el cual unirá a los hombres a Cristo y, en Cristo, al Padre. Así, el distintivo de la Nueva Iglesia fundada por Jesús, la Iglesia Católica, será el amor, pero no un amor humano, sino el Amor de Dios, que hará que se amen entre ellos como Jesús los ha amado, hasta la muerte de Cruz: “En esto sabrán que son mis discípulos, si os amáis los unos a los otros como Yo los he amado”. Se puede saber si un alma tiene el Espíritu Santo si ama a sus hermanos –incluidos sus enemigos-, como Jesús nos amó, hasta la muerte de Cruz. Quien no ama a su prójimo, no tiene consigo al Amor de Dios, el Espíritu Santo, donado por Cristo luego de su gloriosa Ascensión.