lunes, 28 de enero de 2019

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres"



(Domingo III - TO - Ciclo C – 2019)

          “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 1, 1-4; 4, 14-21). “(Jesús tomó) El libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”.
Luego de leer un párrafo del Libro del Profeta Isaías en la sinagoga, Jesús se auto-proclama como el Mesías, como el Ungido por el Señor. Ahora bien, Él no es ungido con aceite, como los reyes y profetas terrenos: su unción es la del Espíritu Santo, en el seno de la Virgen, en el momento de la Encarnación, porque Él es el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad. Al encarnarse el Verbo y al asumir en su Persona divina la humanidad de Jesús de Nazareth, esta Humanidad Santísima del Verbo es ungida por el Espíritu Santo, espirado por el Padre y por el Hijo. Es esto lo que Jesús quiere decir cuando, leyendo al profeta Isaías, interpreta para sí lo que lee: “El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque Él me ha ungido”. Jesús de Nazareth ha sido ungido, en la Encarnación, por el Espíritu de Dios y por su Humanidad es Santísima y Purísima, óptima y perfectísima para ser ofrecida como Víctima del Holocausto en honor de Dios y por la salvación de la humanidad. Porque ha sido ungido no con aceite, sino con el Espíritu Santo, es Jesús es el Mesías, el Ungido, el Salvador de los hombres y por eso su misión es una misión mesiánica, la de salvar a toda la humanidad. Su misión, entonces, es la de “salvar a la humanidad”. Pero, ¿salvarla de qué? Porque para muchos –tanto en el tiempo de Jesús, como en nuestros días-, Jesús es sólo un profeta que viene a salvar con una salvación puramente mundana e intraterrena. No es esta la salvación que viene a traer Jesús: Jesús viene a salvarnos de los tres grandes enemigos de la humanidad, el Demonio, el Pecado y la Muerte.
Para saber en qué consiste la misión de Jesús en cuanto Ungido, en cuanto Mesías de Dios, es conveniente meditar en el pasaje del profeta Isaías que Jesús lee en la sinagoga: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”.
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido”. Primero, como dijimos, Jesús no es un ungido más entre tantos: es el Ungido por antonomasia, porque es ungido por el Espíritu Santo, en el momento mismo de la Encarnación y lo es de tal manera, que Él es el Dispensador del Espíritu Santo, junto al Padre.
“Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres”. Jesús viene a salvarnos de la pobreza, sí, pero no de la pobreza económica, material: viene a salvarnos de la pobreza más grande de todas, la pobreza del alma sin Dios, porque viene a darnos la riqueza de su gracia, que nos hace participar de los tesoros de su divinidad.
“Para anunciar a los cautivos la libertad (…) Para dar libertad a los oprimidos”. Jesús no nos viene a liberar de cadenas de metal; Jesús no es un revolucionario; Jesús no es un mesías profano y terreno: Jesús viene a salvarnos de la eterna perdición y por ello viene a liberarnos de las verdaderas cadenas –de las cuales, las cadenas de hierro son una prefiguración-: las cadenas del pecado, del error y de la ignorancia: Él viene a salvarnos, a sacarnos de la cárcel que es el pecado en esta vida y conducirnos hacia la libertad de los hijos de Dios, concediéndonos la gracia en el tiempo y luego la gloria en la eternidad.
“A los ciegos la vista”. Si no tenemos la gracia santificante que nos otorgan Jesús y la Santa Madre Iglesia por los Sacramentos, vivimos en la más completa obscuridad espiritual, rodeados e  inmersos “en tinieblas y en sombras de muerte”. Sólo la gracia de Jesús nos libera de esta oscuridad y nos concede la visión de la fe, la que nos hace ver los misterios de su vida, que son misterios salvíficos de muerte y resurrección. Sin la gracia de Jesús, somos ciegos espirituales, aun cuando con nuestros ojos del cuerpo seamos capaces de ver la luz del día y del sol; sólo su gracia santificante nos quita esta ceguera y nos permite verlo a Él, vivo, glorioso y resucitado, en la Sagrada Eucaristía.
“Para anunciar el año de gracia del Señor”. Jesús es el Mesías que nos anuncia un “año de gracia”, es decir, un jubileo, un motivo de alegría en medio de las tribulaciones, penas y tristezas de este mundo, porque su misterio salvífico de muerte y resurrección es causa de alegría y eterna salvación para nuestras almas.
Éstas son las razones por las cuales el Hombre-Dios Jesucristo es el Mesías, el Único enviado por el Padre para donarnos al Espíritu Santo por medio de su muerte en cruz y resurrección.

sábado, 19 de enero de 2019

"Hagan lo que Él les diga"



"Las Bodas de Caná"
(Veronese)

(Domingo II - TO - Ciclo C – 2019)

         Jesús y la Virgen acuden como invitados a unas bodas en Caná de Galilea (cfr. Jn 2, 1-12). En un determinado momento, la Virgen se da cuenta de que los novios se han quedado sin vino. Le advierte a Jesús, dándole a entender que Él puede hacer un milagro para solucionar la situación. Sin embargo, por la respuesta que da Jesús, es notorio que Jesús no tiene la menor intención de hacer ningún milagro. La razón principal que aduce Jesús que “no ha llegado la Hora indicada por el Padre” para que Él haga milagros públicos. La negativa de Jesús está respaldada por tanto en un hecho sumamente importante: no ha llegado la Hora establecida por Dios para que Él se manifiesta públicamente como Hombre-Dios, realizando milagros a través de su Humanidad, que sólo Dios puede hacer. Pero la Virgen no es que no entienda razones, sino que movida por su amor maternal hacia los esposos, que verían arruinada su fiesta de bodas, insiste en su petición a Jesús y aunque esto último no está consignado en los Evangelios, la petición e insistencia de la Virgen explica lo que sucede a continuación: Jesús cambia totalmente su disposición para hacer el milagro que la Virgen le pide, de manera tal que la Virgen le dice a los ayudantes del encargado: “Hagan lo que Él les diga”. Los ayudantes entonces hacen lo que Jesús les indica, trayendo las tinajas vacías y luego llenándolas con agua cristalina, la cual es convertida en vino exquisito por Jesús.
         En este maravilloso Evangelio vemos entonces cómo Jesús lleva a cabo su primer milagro público, pero vemos también cómo la Virgen se muestra también, públicamente, como la Omnipotencia Suplicante y como la Mediadora de todas las gracias. En efecto, es gracias al pedido y a la insistencia de la Virgen que Jesús realiza un milagro que, en un primer momento, estaba totalmente decidido a no hacer. Además del milagro, podemos ver en este Evangelio que la Virgen ejerce su poder intercesor no sólo ante Dios Hijo, sino ante Dios Padre y Dios Espíritu Santo, porque Jesús no quería hacer el milagro porque no había llegado la Hora establecida por la Trinidad para que Jesús se manifestara públicamente. El hecho de que Jesús haga el milagro, más allá de su significado sobrenatural –anticipa y prefigura el milagro de la conversión del vino en su Sangre en la Santa Misa-, hay otro significado no menos importante para considerar y es el hecho de que el poder intercesor de María Santísima a favor de los hombres y ante la Trinidad, hace que las Tres Divinas Personas decidan adelantar la Hora de la manifestación pública de Jesús como Hombre-Dios, autorizando el Padre a Dios Hijo que haga el milagro de la conversión del agua en vino, como forma de manifestar públicamente el Amor de Dios, el Espíritu Santo.
         Entonces, en este milagro de las bodas de Caná, además de manifestarse Jesús públicamente como Hombre-Dios, se manifiesta la Virgen como Omnipotencia Suplicante y como Mediadora de todas las gracias, porque es gracias a Ella que la Trinidad decide no sólo la realización del milagro, sino que se adelante la Hora bendita de la manifestación del Hombre-Dios sobre la tierra. Nuestros corazones son como las vasijas de Caná: duros como la piedra y vacíos de agua, es decir, vacíos de gracia y amor a Dios y al prójimo, incapaces de dar nada bueno, ni a Dios ni al prójimo. Pero contamos con la amorosa presencia e intervención de María Santísima que, viendo el estado de nuestros corazones, intercede ante Jesús y le suplica que colme nuestros corazones con el agua de su gracia de manera tal que luego, en la Santa Misa, se vean colmados con el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del Cordero. Bendita sea la hora en que los invitados se quedaron sin vino, porque fue la ocasión para que no solo Jesús se manifestara como el Hombre-Dios, que viene a traer al mundo el Amor de Dios, el Espíritu Santo, por orden de Dios Padre, sino que fue también ocasión para que la Virgen Santísima se manifestara públicamente como Omnipotencia Suplicante y como Mediadora de todas las gracias, de manera tal que podemos estar tranquilos, confiados en que, si de nuestra parte somos débiles y pecadores, de parte del Cielo estamos asistidos por nuestra Madre celestial, la Virgen Santísima, que no dudará en implorar a su Hijo las gracias que necesitemos para nuestra eterna salvación.

domingo, 13 de enero de 2019

Fiesta del Bautismo del Señor



(Ciclo A – 2019)

          Hoy Cristo es bautizado por Juan en el Jordán, produciéndose la teofanía trinitaria, es decir, la manifestación de la Trinidad: Dios Hijo se bautiza, Dios Padre proclama que es su Hijo amado; Dios Espíritu Santo sobrevuela sobre Cristo.
          El Bautismo de Jesús tiene un significado místico, sobrenatural, además del moral: es decir, Cristo se bautiza, siendo que no necesita ser bautizado, para darnos ejemplo de cómo nosotros, que sí necesitamos el bautismo, debemos bautizarnos. Con el bautismo viene implícito el deseo de conversión, es decir, el propósito de cambiar de vida, pero no por un simple deseo, sino porque por el bautismo somos convertidos en hijos adoptivos de Dios, al recibir la gracia de la filiación divina, cosa que no sucedía con el bautismo de Juan, que era solo bautismo moral y de agua; en cambio, Cristo bautiza “con el agua y el Espíritu Santo”.
          Hay otro significado, además del moral: al ingresar Cristo en las aguas del Jordán, es decir, al sumergirse en el Jordán el Hijo de Dios con su Humanidad Santísima a Él unida en su Persona divina, con este sumergirse en las aguas del Jordán está significando, por un lado, su muerte –el sumergirse es como morir en el agua- y en este sumergirse-morir, lleva con Él, en su Humanidad Santísima, a toda la humanidad. Es decir, al sumergirse Cristo Dios, con Él sumerge a toda la humanidad, la hace partícipe de su muerte redentora en la Cruz, lavando los pecados de los hombres con el agua de la gracia santificante y con su Sangre Preciosísima. Luego, al emerger Cristo del agua, significa con eso su resurrección, su regreso a la vida por su propio poder y, como con Él murió toda la humanidad, ahora con Él, al resurgir del agua y volver a la vida, hace regresar con Él a toda la humanidad, volviéndola a la vida, pero no a la misma vida que tenía antes de ser sumergida, sino a la vida nueva de la gracia, la vida nueva de los hijos de Dios.
Es éste entonces el significado místico del bautismo de Cristo en el Jordán: cuando Cristo se sumerge, entonces, está significando místicamente su muerte en cruz y, como con Él lleva a toda la humanidad, es toda la humanidad la que es sumergida y, con Él, muere en su muerte; cuando Cristo emerge de las aguas del Jordán, está significando místicamente su resurrección, su vuelta a la vida, pero como no es una vida terrena, como la que tenía antes de sumergirse, sino la Vida divina y concede de esta Vida divina a los hombres por la gracia sacramental, entonces está significando que toda la humanidad, que murió con Él, ahora nace con Él, con su resurrección, a una nueva vida, la vida de los hijos de Dios, la vida nueva de la gracia, la participación en la vida divina de Dios Uno y Trino.
Juan sólo bautizaba con agua y para un bautismo de conversión puramente moral, sin quitar los pecados; Cristo nos bautiza con el agua y el Espíritu Santo, quitándonos para siempre el pecado original y concediéndonos la vida nueva de la gracia de Dios, haciendo brillar nuestras almas con la luz de su gloria. Hagamos honor a esta dignidad divina concedida para nosotros por Cristo en el Jordán, viviendo no ya como hijos de las tinieblas, como éramos antes del bautismo, sino como hijos de la luz, nacidos por la gracia del bautismo a la vida nueva de los hijos de Dios.

domingo, 6 de enero de 2019

Epifanía del Señor



(Ciclo C – 2019)

          Para celebrar el Nacimiento y la Epifanía del Señor, la Iglesia, citando al Profeta Isaías; canta así: “Levántate y resplandece, Jerusalén, pues llega tu luz y la gloria del Señor alborea sobre ti. Mira: la oscuridad cubre la tierra y los pueblos están en tinieblas. Mas sobre ti amanece el Señor y su gloria sobre ti se manifiesta. Caminarán las naciones a tu luz y los reyes al esplendor de tu alborada” (60, 1-22). Es decir, el Profeta se dirige a la Iglesia –Jerusalén- en Epifanía y habla de una “luz” que resplandece sobre ella; al mismo tiempo, habla de “tinieblas” que cubren la tierra y los pueblos. Alguno podría pensar que el Profeta está hablando del amanecer y del día que siguen al Nacimiento del Niño, Nacimiento que fue a medianoche y por lo tanto, las tinieblas que envuelven la tierra y los hombres, serían las tinieblas cósmicas y naturales, las que se abaten sobre la tierra cuando el astro sol se esconde.
Sin embargo, no es así. Es por esto que, para entender qué es lo que dice el Profeta y cuál es la razón de su alegría por la luz, debemos considerar dos cosas previas a la Epifanía: por un lado, la oscuridad en la que vivían los hombres; por otro lado, la luz que brota del Niño de Belén y que es la que ilumina a la Iglesia y la colma de la gloria y la alegría de Dios. Es decir, no se tratan ni de la luz ni de la oscuridad que conocemos, sino de una luz que viene del cielo y de una oscuridad que brota del corazón humano y del Infierno.
El primer elemento que debemos tener en cuenta son las tinieblas a las que hace referencia el Profeta, tinieblas que por efecto de la luz que hoy brilla sobre la Iglesia, son derrotadas y vencidas para siempre, así como se disipan las tinieblas de la noche cuando alborea el día y la estrella de la mañana anuncia la pronta llegada del sol. Las tinieblas que cubren la tierra antes de la Epifanía, esto es, antes de la manifestación de la divinidad del Niño Dios, no son las tinieblas de la noche, que sobrevienen cuando el sol ya no está: son las tinieblas del error, de la ignorancia, del pecado, que se abatieron sobre la humanidad a causa del Pecado Original de Adán y Eva, pero son además las tinieblas vivientes, los demonios, que acechan al hombre por todas partes y no le dan descanso, porque las tinieblas vivientes buscan la eterna perdición del hombre expulsado del Paraíso. Estas tinieblas espirituales –las del error, la ignorancia, el pecado y también las tinieblas vivientes, los demonios-, son vencidos para siempre por el Niño Dios, que desde el Portal de Belén se manifiesta en todo el esplendor de su gloria, iluminando el mundo y las almas, disipando y derrotando para siempre las tinieblas que envuelven y acechan al hombre.
El otro elemento que debemos considerar es la luz que hoy, en Epifanía, deslumbra sobre la Iglesia, puesto que no se trata de la luz del astro sol ni de cualquier luz artificial, sino de una luz que viene de lo alto, del Ser trinitario divino del Niño de Belén. Cuando el Profeta dice: “llega tu luz y la gloria del Señor alborea sobre ti”, se refiere a que sobre la Iglesia resplandece hoy la luz divina, celestial, sobrenatural, que brota del Ser trinitario divino del Niño que yace en el Portal de Belén. El Profeta no dice: “Amanece el sol sobre ti y los rayos del sol te iluminan”; el Profeta dice: “Amanece el Señor y su gloria sobre ti se manifiesta”. Esto quiere decir que el Niño que yace acostado en el Pesebre de Belén es el Sol de justicia y que su luz, en forma de rayos de gracia y gloria, iluminan la Iglesia. El Niño que nace en Belén, hoy deja translucir la luz de su gloria y es esta gloria divina, que brota de Él como de su fuente inagotable -ya que no la recibe de nadie, sino que brota de su mismo Ser divino trinitario, que comparte con el Padre y el Espíritu Santo-, es esta luz la que ilumina toda la Iglesia, no solo disipando las tinieblas, sino haciéndola resplandecer con una luz más intensa que cientos de miles de millones de soles juntos, porque es la luz de la gloria de Dios.
Es esta luz divina, que brota del Niño de Belén, luz que es la gloria de Dios Uno y Trino, la que los Reyes Magos vieron en el Niño y por esa razón se postraron ante Él, ofreciéndole oro, incienso y mirra. Postrémonos también nosotros ante el Niño de Belén, que continúa y prolonga su Encarnación y Nacimiento en la Eucaristía y ofrezcámosle nuestros dones espirituales: el reconocimiento de su Divinidad, que está representado en el oro; el reconocimiento de su Humanidad Santísima, santificada por el contacto con la Divinidad desde la Encarnación, representado en la mirra; la adoración, por la cual nos postramos ante el Niño de Belén, que es el Dios que ilumina nuestras tinieblas con su luz divina, representado en el incienso.

jueves, 3 de enero de 2019

Memoria del Santísimo Nombre de Jesús



(Ciclo C – 2019)

          Hoy la Iglesia conmemora el Santísimo Nombre de Jesús. ¿Qué es Jesús, para ser así conmemorado?
          Jesús es Rey Victorioso, porque con su santo sacrificio de la Cruz, venció de una vez y para siempre a los tres grandes y temibles enemigos de la Humanidad, la Muerte, el Demonio y el Pecado, de manera tal que vencida la Muerte, nos dio su Vida Eterna; derrotado el Demonio, nos convirtió en hijos adoptivos de Dios y nos dio acceso al seno del eterno Padre; lavado el Pecado y quitada su mancha para siempre con su Sangre Preciosísima, nos concedió su gracia santificante que nos hace partícipes de su vida divina, nos libra de la eterna condenación y nos hace herederos del Cielo.
          Jesús es el Rey pacífico, manso y humilde de corazón, que, con su mansedumbre y su humildad, doblegó nuestro orgullo y nuestra soberbia y nos donó su paz, la paz verdadera, la paz del corazón, la paz que sólo Dios puede dar, porque es la paz que sobreviene al alma cuando a esta le es quitado aquello que la enemistaba con Dios y le quitaba la paz, esto es, el pecado.
          Jesús es el Hombre-Dios: es Dios Hijo hecho hombre, sin dejar de ser Dios, para que los hombres, unidos a Él por la gracia y participando por esta de su naturaleza divina, seamos convertidos en hijos de Dios y en Dios por participación.
          Jesús es el Verbo Eterno del Padre, la Segunda Persona de la Trinidad, que, encarnándose en el seno virgen de María, nació milagrosa y virginalmente como Niño en Belén, Casa de Pan, para ofrecer su Cuerpo y su Sangre en el Nuevo Belén, el Altar Eucarístico, por medio de la Eucaristía.
          Jesús es “el Hijo de Dios vivo, el Esplendor del Padre, la Luz Increada, el Rey de la gloria, el Sol de justicia y el Hijo de la Virgen María”[1], que ha venido a nuestro mundo de tinieblas para irradiarnos su luz, la luz que brota de su Ser divino trinitario.
          Jesús es el “Consejero Admirable, Dios Poderoso, Padre sempiterno, Príncipe de la Paz”[2], que ha venido a nuestro mundo para donarnos su Vida y con su Vida, su Amor, su Alegría, su Paz divina.
          Jesús es “Dios Todopoderoso, Hombre-Dios paciente y humilde de corazón, obediente al Padre”[3] y a su designio de salvación, que con su ejemplo y su gracia abate nuestro orgullo y nos hace partícipes de su humildad de Cordero.
          Jesús es el “Padre de los pobres, la Gloria de los fieles, el Pastor Bueno, la Luz Indeficiente, la Sabiduría infinita y la Bondad Divina”[4], que ha venido para darnos ejemplo de la verdadera pobreza, que es la pobreza de la Cruz, para que siendo pobres con Él en la Cruz, seamos enriquecidos con los tesoros de su divinidad.
          Jesús es el Nombre Bendito dado a todo hombre para salvar su alma; es el Nombre que toda alma debe pronunciar, desde lo más profundo del corazón, para que Dios la inunde con su Misericordia y así evita la eterna condenación; Jesús es el “Único Nombre dado para nuestra salvación” (cfr. Hch 4, 10-12), Nombre ante el cual se postran los ángeles, tiemblan de terror los demonios y los hombres exaltan de júbilo.
          Todo esto, e infinitamente más, es Jesús para nosotros, los católicos, y por eso la Iglesia recuerda, exalta y ensalza su Nombre, el Bendito Nombre de Jesús.


[1] Cfr. Liturgia de las Horas, Laudes del 3 de Enero.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.