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miércoles, 4 de octubre de 2023

“Los usurpadores mataron al hijo del dueño de la viña”


 

(Domingo XXVII - TO - Ciclo A – 2023)

“Los usurpadores mataron al hijo del dueño de la viña” (Mt 21, 33-43). Jesús relata a sus discípulos lo que se conoce como “parábola de los viñadores asesinos”. A simple vista, con un análisis superficial, podría tratarse de un simple caso de tintes policiales: un grupo de labradores arrenda una viña con el propósito aparente de quedarse con el fruto del trabajo, pero llegado el momento en el que los arrendatarios deben pagar al dueño de la viña lo que le corresponde, no solo no lo hacen, es decir, no pagan nada, sino que su actitud para con los enviados del dueño se va haciendo cada vez más violenta, hasta incluso llegar a matar al mismo hijo del dueño, enviado por este, pensando que por ser su hijo, lo iban a respetar. Jesús finaliza la parábola con una enseñanza: la viña será dada a otros arrendatarios, quienes sí la harán rendir con frutos.

La parábola se entiende cuando los elementos naturales se reemplazan por los sobrenaturales. Así, el dueño de la viña es Dios Padre; la viña es primero la sinagoga y luego la iglesia Católica; los enviados del dueño de la vid, son los diversos profetas, justos y hombres santos, enviados por Dios para preparar al Pueblo Elegido para que se conviertan y así se preparen para la Primera Venida del Mesías, Cristo Jesús, Aquel que habría de nacer “de una Virgen”, según los profetas; los arrendatarios primeros, los que no quieren pagar la renta y golpean a los enviados del dueño, hasta llegar a cometer el homicidio contra el hijo del dueño de la viña, es decir, los arrendatarios homicidas, son el Pueblo Elegido, los judíos, quienes apedrean primero a los profetas de Dios enviados a ellos, cuando los profetas les predican la necesidad de la conversión del corazón y el dejar de cometer maldades y de adorar a ídolos falsos; los arrendatarios segundos, es decir, el segundo grupo de arrendatarios, que respetarán al dueño de la vid y le hará dar los frutos que corresponde, porque trabajarán en la viña, son los integrantes del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, que de hecho vienen a ocupar el puesto de los primeros arrendatarios, los que no quisieron ni devolver la viña, ni tampoco reconocer al hijo del dueño, llegando incluso a asesinarlo; el hijo del dueño de la vid es el Hijo de Dios, engendrado, no creado, por Quien todo fue hecho, es el Verbo del Padre que procede eternamente del seno del Padre, es la Sabiduría del Padre, en Quien el Padre tiene todas sus complacencias, es el Salvador de la Humanidad, el Hombre-Dios, Dios Hijo hecho hombre sin dejar de ser Dios, que se encarna por obra del Espíritu Santo para así cumplir su misterio pascual de Muerte y Resurrección, que continúa y prolonga su Encarnación en la Sagrada Eucaristía; la muerte del hijo del dueño es la Muerte en Cruz del Hijo de Dios encarnado, Cristo Jesús, Quien así cumple su misterio pascual, al resucitar al tercer día, para llevar Consigo al Cielo a todos aquellos que lo sigan por el Camino Real de la Cruz; los frutos de la viña, ya sea la de los primeros arrendatarios, como los de los últimos arrendatarios, que sí harán trabajar a la viña, son frutos de santidad, son los racimos de la vid que, unidos a la Vid Verdadera que es Cristo, recibirán de Él la savia vivificante, la vida de la gracia, que hace vivir al alma con la vida de la Santísima Trinidad.

“Los usurpadores mataron al hijo del dueño de la viña”. No debemos pensar que nosotros, por el hecho de estar bautizados en la Iglesia Católica, nos merecemos por este solo hecho la aprobación del Dueño de la Viña, que es Dios Padre, Dueño de la Iglesia Católica: si no damos frutos de santidad, es decir, de mansedumbre, de humildad, de pobreza evangélica, de caridad al prójimo, de amor sobrenatural a Dios Hijo Presente en Persona en la Eucaristía, recibiremos el mismo trato que recibieron los arrendatarios homicidas: seremos echados fuera del Reino de Dios y nuestro lugar será ocupado por quien sí desee ser santo y perfecto, como Santo y Perfecto es Dios Uno y Trino. Trabajemos en la Viña del Señor, para dar frutos de santidad en esta vida y así ganar el Reino de los cielos en la vida eterna.

 

sábado, 22 de mayo de 2021

“Han convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones”


 

“Han convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones” (Mc 11, 11-26). Al entrar en el templo, Jesús se da con la desagradable situación de la usurpación y ocupación ilegal de los mercaderes, cambistas y vendedores de palomas. Llevado por la Justa Ira Divina, Jesús hace un látigo de cuerdas y se pone a expulsar a los usurpadores, derribando sus mesas y puestos e impidiendo que nadie más realice esas tareas, del todo inapropiadas para un lugar sagrado. Las palabras de Jesús dirigidas a los usurpadores revelan que Él es Dios, puesto que llama al templo “mi casa”: “Mi casa será casa de oración”. De ninguna manera un hombre común y corriente podría decir que el templo es “su casa”, puesto que el templo es “casa de Dios”, por lo que al decir Jesús que el templo es “su casa”, está diciendo que Él es Dios.

Otro elemento a considerar es la simbología presente en este hecho realmente acaecido: el templo, además de ser Casa de Dios, es figura del alma humana que, por la gracia, es convertida en templo del Espíritu Santo; los mercaderes, los vendedores de palomas y los cambistas, representan a las pasiones humanas, sobre todo a la avaricia, el egoísmo y la idolatría del dinero; los animales –bueyes, palomas, ovejas-, con su irracionalidad y también falta de higiene, representan a las pasiones humanas sin el control ni de la razón ni de la gracia, que por lo tanto ensucian al alma humana con el pecado, así como los animales, con su falta de higiene, ensucian el templo; los mercaderes, cambistas y vendedores de palomas, representan a los cristianos que, habiendo recibido el Bautismo y por lo tanto, habiendo sido convertidos sus cuerpos en templos del Espíritu Santo y sus corazones en altares de Jesús Eucaristía, ignorando por completo esta realidad, sea por ignorancia, por negligencia, por amor al dinero, o por todas estas cosas juntas, profanan los templos de sus cuerpos con el pecado, principalmente la avaricia, la idolatría y la lujuria, permitiendo que sus cuerpos y almas, en vez de estar dedicados y consagrados a Dios, como por ejemplo la oración, sean refugio de pasiones y también de demonios.

“Han convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones”. Debemos prestar mucha atención a esta escena evangélica, porque cuando preferimos las actividades mundanas antes que la oración y el silencio, estamos cometiendo el mismo error que los mercaderes del templo, convirtiéndonos así en objeto de la Justa Ira Divina. Al recibir el Bautismo, hemos sido convertidos en templos de Dios y nuestros corazones en altares de Jesús Eucaristía. No nos olvidemos de esta realidad, para no ser destinatarios de la Ira Divina.