Mostrando entradas con la etiqueta fuerza. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta fuerza. Mostrar todas las entradas

viernes, 22 de octubre de 2021

“Salía de Él una fuerza que sanaba a todos”

 


“Salía de Él una fuerza que sanaba a todos” (Lc 6, 12-19). Toda la multitud quiere acercarse a Jesús porque se dan cuenta de que de Él sale “una fuerza que sana a todos”. Es decir, la multitud se da cuenta que, todo aquel que se acerca a Jesús, se cura inmediatamente de sus dolencias y por eso todos quieren estar cerca de Él. ¿De qué fuerza se trata? Se trata de algo más que una simple “fuerza” o “energía”: es la potencia infinita de su poder divino; es su omnipotencia divina la que cura inmediatamente, en el acto, toda enfermedad, toda tristeza, todo llanto, todo dolor. Pero hay aún más: Jesús no solo cura las enfermedades del cuerpo y de la mente, sino ante todo, Jesús cura la enfermedad más grave de todas, la enfermedad del alma, el pecado y lo hace por medio de su Sangre, derramada en el Santo Sacrificio del Calvario y del Altar. Jesús no solo cura las enfermedades del cuerpo, sino que cura la enfermedad más grave del alma, el pecado y si esto todavía no fuera suficiente para demostrarnos su amor, además de curarnos en el cuerpo y el alma, Jesús nos concede la gracia santificante, que nos hace participar de la vida misma del Ser divino trinitario, nos hace participar de la vida eterna de la Trinidad, aun viviendo en la tierra, antes de ingresar en la otra vida.

“Salía de Él una fuerza que sanaba a todos”. Jesús sólo quiere hacernos bien; Jesús sólo quiere darnos la sanación completa y total del cuerpo y del alma; Jesús sólo quiere darnos su Amor, el Amor infinito y eterno que arde en su Sagrado Corazón y nos quiere dar su Amor ya desde esta vida, como un anticipo del gozo eterno del Reino de los cielos. Jesús sólo quiere darnos su Amor, pero extrañamente, y al revés de lo que hacía la multitud del Evangelio, que buscaba acercarse a Jesús para ser curada por Él, los hombres de hoy se alejan de Jesús, como si Jesús fuera a hacerles daño o como si Jesús no hubiera nunca demostrado su Amor por la humanidad. Desde los más pequeños, hasta los más grandes, enormes multitudes de cristianos, en vez de acercarse a Jesús, se alejan de Él, lo rechazan, a Él y a su Santa Cruz; manifiestan no querer saber nada de Él y prefieren las diversiones y los placeres mundanos, antes que recibir la gracia y el Amor de Jesús. ¡Cuánto dolor experimentarán en la otra vida, aquellos que aquí no quisieron recibir el Amor de Jesús! ¡Cuánto dolor y cuántas lágrimas derramarán, pero para muchos, será muy tarde!

 

sábado, 24 de octubre de 2020

“Salía de Él una fuerza que sanaba a todos”

 


“Salía de Él una fuerza que sanaba a todos” (Lc 6, 12-19). Luego de pasar la noche en oración en el monte, Jesús baja al llano, en donde se encuentra una gran cantidad de gente, que había acudido a Él para ser sanada de sus enfermedades y para ser exorcizados, pues muchos de ellos estaban poseídos, según el Evangelio: “los que eran atormentados por espíritus inmundos quedaban curados”.

El mismo Evangelio resalta una situación particular que la gente que acude a Jesús para ser sanada y exorcizada percibe: “Salía de Él una fuerza que sanaba a todos”. Nos podemos preguntar qué es esta “fuerza” que emana del Cuerpo de Jesús y que produce sanación y expulsión de demonios. Muchos, erróneamente, pueden creer que se trata de una especie de “energía cósmica”, la cual sería canalizada a través de Jesús y sería esta energía universal, impersonal, la causa de la curación de las gentes. Sin embargo, la “fuerza” que emana del Cuerpo de Jesús no es una energía cósmica, impersonal: puesto que Jesús es Dios –es la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en la humanidad de Jesús de Nazareth-, la fuerza que emana de Él es la Fuerza de Dios, es decir, es su propia fuerza divina, es la fuerza de la divinidad, que brota de su Ser divino trinitario como de su fuente increada. Es una fuerza divina que brota de su Ser trinitario y por lo tanto es una fuerza personal, una fuerza que pertenece a las Tres Divinas Personas pero que se “concentra”, por así decirlo, en el Cuerpo y la humanidad de Jesús de Nazareth y a través de Él se dirige a quienes se acercan a Jesús. Es esta divina fuerza la que produce tanto la sanación de todo tipo de enfermedad, como así también la expulsión de demonios, es decir, el exorcismo.

“Salía de Él una fuerza que sanaba a todos”. Si Jesús es Dios y de Él brota la fuerza divina trinitaria como de su fuente, entonces la Eucaristía, que es Cristo Dios oculto en apariencia de pan y vino, es también la Fuente Increada de la fuerza divina trinitaria, que produce la sanación del alma a quien la consume en gracia, con fe y con amor. Y todavía más: la Eucaristía no sólo produce sanación espiritual, sino que hace partícipe, al alma, de esa misma fuerza divina trinitaria, que inhabita en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y que de Él se comunica a quien comulga.

viernes, 28 de octubre de 2011

De Él salía una fuerza que curaba a todos



“De Él salía una fuerza que curaba a todos” (cfr. Lc 6, 12-19). La gente trata de tocar a Jesús, porque quien lo toca, queda curado de sus enfermedades, o bien queda libre de la posesión demoníaca.

¿De qué se trata esta misteriosa fuerza que cura los males del hombre y ahuyenta al enemigo de las almas, del demonio?

La fuerza que sale de Él, de su interior, de su Persona divina, es la gracia divina, que pasa a través de su Humanidad como una corriente eléctrica. Su Humanidad, su Cuerpo, es como el canal conductor que orienta y canaliza esta energía divina, y es la razón por la que todos quieren tocarlo: con sólo tocarlo, esta energía divina se descarga sobre los hombres, curándolos de sus males.

Pero quien vive a siglos de distancia, también puede alcanzar la Humanidad de Cristo, a través de los sacramentos, porque los sacramentos son la Humanidad de Cristo extendida en el tiempo y en el espacio, dice Santo Tomás. No quiere decir que el fiel tenga que manipular los sacramentos, ni recibir la comunión en la mano, sino simplemente, tomar contacto con los sacramentos, para recibir interiormente esa descarga de Amor divino que fluye de la Persona de Jesús, y que es la gracia santificante, para quedar curados.

En otras palabras, para nosotros, que vivimos en el siglo XXI, la recepción de los sacramentos es el equivalente a tocar la Humanidad de Jesús, tal como lo hacían los discípulos en el Evangelio.

Da pena constatar que muchísimos cristianos, muchísimos católicos, teniendo a su disposición toda la energía y todo el poder divino que fluye de los sacramentos de la Iglesia Católica, abandonen a estos y acudan en masa a los vendedores de ilusiones y a los falsos profetas. Si los católicos recurrieran a su propia Iglesia, y no la abandonaran en masa, como sucede hoy en día, se verían libres de muchísimos de los males que hoy los afectan. Pero en vez de eso, en vez de recurrir a Jesús presente misteriosamente en los sacramentos de la Iglesia Católica, prefieren inclinarse a los ídolos del mundo.

martes, 6 de septiembre de 2011

Salía de Él una fuerza que sanaba a todos



“Salía de Él una fuerza que sanaba a todos” (cfr. Lc 6, 12-19). El evangelista relata con esta palabra, “fuerza”, a la virtud que emanaba del Hombre-Dios y que curaba a quienes se le acercaban.

Esta “fuerza sanadora” no se debe a que Jesús es un hombre santo, a quien el poder de Dios acompaña de manera especial; si así fuera, no se diferenciaría en nada ni de los ángeles ni de los santos, en quienes se sucede así.

Esta “fuerza” se deriva de la constitución íntima de Jesucristo: Jesucristo es la Persona del Verbo de Dios que asume una naturaleza humana, y su naturaleza humana sirve de envoltorio visible para su Persona divina invisible. La fuerza que salía de Él y que curaba a todos, es esta fuerza divina de su ser divino, que se comunica y transmite a través de su humanidad.

Reuniendo en sí las condiciones de un sacramento para ser sacramento –unión indivisible y constitutiva entre lo sobrenatural y divino y lo natural y humano, es decir, algo visible contiene en sí un misterio sobrenatural absoluto, un misterio referido a Cristo[1]- Jesús es el sacramento del Padre, el sacramentum pietatis[2], que el Padre ofrece a la humanidad para comunicar a la humanidad mucho más que remedios a sus males: Jesús es el sacramento del Padre[3] que da a la humanidad el Espíritu Santo.

Para su Iglesia, Cristo continúa estando presente con esta misma fuerza que, además de curar, dona el Espíritu Santo, y esta forma de estar presente Jesucristo en la Iglesia es por medio de los sacramentos.

Los sacramentos son como una continuación y una prolongación de la humanidad de Cristo, por medio de los cuales la Persona divina del Verbo continúa actuando en el tiempo y en la historia humana, porque Cristo quiere comunicarnos su influencia –la gracia, la “fuerza sanadora” del evangelio- mediante unos órganos visibles, los sacramentos, de manera que para el católico del siglo XXI, ubicado a siglos de distancia de la Presencia histórica del Salvador en la tierra, y siéndole imposible el contacto físico con su humanidad como lo hacían los contemporáneos de Jesús, pueda tener un contacto también físico con la humanidad de Jesús, unida hipostáticamente al Verbo, y reciba de Él la “fuerza sanadora”, es decir, la gracia -y, en el principal de los sacramentos, la Eucaristía, Cristo en Persona-, al Espíritu Santo en Persona.

“Salía de Él una fuerza que sanaba a todos”, podía decir el evangelista, viendo las curaciones milagrosas realizadas por Jesús. “Salía de la Eucaristía una fuerza que atraía a todos hacia sí: era la Presencia del Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo”, deberían decir los miembros de la Iglesia.


[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, 589.

[2] Cfr. Scheeben, ibidem, 612.

[3] Cfr. J. Alfaro, Jesucristo, Sacramento del Padre, en Gregoriana, …