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viernes, 25 de febrero de 2022

Miércoles de Cenizas

 



(Ciclo B – 2022)

          ¿Qué significado tienen el rito de imposición de cenizas? Por un lado, recordar que esta vida terrena es pasajera, que solo dura un tiempo ya establecido por Dios desde toda la eternidad y que nuestro cuerpo material, creado por Dios, quedará reducido a cenizas cuando se produzca nuestra muerte corporal. Éste es el significado de las palabras: “Recuerda que eres polvo y al polvo regresarás”. Por otro lado, significa que es urgente la conversión del corazón al Hombre-Dios Jesucristo, ya que esto es lo que significan las palabras: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Esto quiere decir que con la muerte terrena no se acaba nada, sino que empieza la vida eterna, pero esa vida eterna puede ser en el dolor y el horror eternos, que es la eterna condenación en el Infierno, o puede ser la dicha y la alegría eterna, que es la eterna salvación en el Reino de los cielos. Ahora bien, para que luego de esta vida terrena seamos capaces de ingresar en el Reino de los cielos, es necesaria la conversión del corazón. ¿Qué significa “conversión del corazón”? Significa que nuestro corazón está, a causa del pecado, inclinado a las cosas bajas de la tierra, así como el girasol por la noche se inclina sobre sí mismo y con su corola se dirige en dirección a la tierra. La conversión, que se da por la acción de la gracia santificante, se produce cuando el alma, guiada por la gracia, se despega de las cosas de la tierra y dirige la mirada espiritual hacia el cielo, hacia el Sol de justicia, Cristo Jesús en la Eucaristía, del mismo modo a como el girasol, cuando aparece en el cielo la Estrella de la mañana, que simboliza a la Virgen María, se deja llevar por la gracia y dirige su corola al cielo, enfocando hacia el sol y siguiendo el recorrido del sol en el cielo. Así el alma, con la gracia de Dios infundida por mediación de la Virgen, debe despegarse de las cosas terrenas, de los falsos atractivos del mundo, para dirigir su mirada y el amor de su corazón al Sol de justicia, Jesús Eucaristía, para contemplarlo y adorarlo. En esto consiste la conversión que la Iglesia pide en el Miércoles de cenizas, en una conversión eucarística, porque la Eucaristía es Dios Hijo en Persona, Jesús de Nazareth, el Salvador, oculto en apariencia de pan. Para esta conversión eucarística, además de la acción de la gracia santificante, son necesarios la oración -sobre todo el Santo Rosario-, el ayuno -a pan y agua, uno o dos días a la semana, según las posibilidades de cada uno- y la práctica de las obras de misericordia, corporales y espirituales. Esto es entonces lo que significa el Miércoles de Cenizas: recordar que estamos destinados a la vida eterna y que debemos convertir nuestros corazones a Jesús Eucaristía, por medio de la oración, el ayuno y las obras de misericordia.

miércoles, 1 de septiembre de 2021

“Pasó la noche orando”

 


“Pasó la noche orando” (Lc 6, 12-19). Siendo nosotros cristianos, nuestro modelo de ser y de vida es Cristo; por lo tanto, debemos imitarlo en lo que nuestra limitada naturaleza pueda imitarlo. Por supuesto que no podremos imitarlo en sus milagros, porque esos milagros, como la multiplicación de panes y peces, las resurrecciones de muertos, las pescas milagrosas, etc., los hacía con su poder de Dios y nosotros no somos Dios, por lo que no tenemos ese poder, pero sí podemos imitarlo en aquello en que lo puede imitar nuestra débil naturaleza humana; en este caso, lo podemos imitar en su oración al Padre, tal como relata el Evangelio: “Jesús subió a la montaña a orar y pasó la noche orando a Dios”.

No es por casualidad que Jesús suba a la montaña, porque la montaña tiene un significado espiritual: al ser algo gigantesco, simboliza la inmensidad de Dios; el hecho de ser la montaña algo elevado, simboliza a Dios, que está en los cielos; también el hecho de subir hasta la cima, simboliza el esfuerzo que debe hacer el hombre para despegarse de la tierra y de los atractivos del mundo, para elevar su alma a Dios. Por todas estas razones, Jesús elige la montaña para orar. Hay otros dos aspectos a considerar: el horario en el que Jesús reza, la noche y el hecho de la oración misma: en cuanto al horario, Jesús reza “toda la noche” y esto también tiene un significado espiritual, porque la noche, caracterizada por las tinieblas, simboliza nuestra vida terrena, que al ser terrena, está por eso mismo envuelta en tinieblas, al no estar en Dios y con Dios y estas tinieblas son las tinieblas del error, del pecado y también son las tinieblas vivientes, los demonios. Al orar toda la noche, Jesús quiere hacernos ver que debemos orar toda la vida, es decir, toda nuestra noche, porque sólo así obtendremos la luz de Dios, que disipa toda clase de tinieblas. En cuanto al hecho de la oración en sí, Jesús es nuestro ejemplo, porque aunque Él era Dios Hijo y estaba por lo tanto en permanente unión con el Padre y el Espíritu Santo, con su humanidad se unía a la Trinidad por medio de la oración y es así como debemos hacer nosotros, unirnos a Dios Uno y Trino por medio de la oración, siendo las principales oraciones para nosotros, los católicos, la Santa Misa, el Rosario, la Adoración Eucarística y luego también la oración que brota del corazón.

“Pasó la noche orando”. Imitemos a Cristo y pasemos nuestra vida terrena, nuestra noche, en oración, para así alcanzar el Día sin fin, la eternidad en el Reino de los cielos.

viernes, 4 de junio de 2021

“Quien cumpla y enseñe los Mandamientos, será grande en el Reino de los cielos”


 

“Quien cumpla y enseñe los Mandamientos, será grande en el Reino de los cielos” (cfr. Mt 5, 17-19). Todo ser humano tiene deseos de grandeza, por el hecho de haber sido creados por un Dios que es infinito y de majestad infinita. El deseo de grandeza del ser humano es un espejo o un reflejo de la grandeza que posee su Creador, Dios Trino, de grandeza y gloria infinita. Ahora bien, Jesús nos da la fórmula para satisfacer ese deseo de grandeza: cumplir y enseñar los Mandamientos de la Ley de Dios: “Quien cumpla y enseñe los Mandamientos, será grande en el Reino de los cielos”. Esta última parte de la frase de Jesús es muy importante considerarla y reflexionar sobre ella, porque la grandeza que promete Jesús se consigue, por un lado, cumpliendo y enseñando los Mandamientos de la Ley de Dios y por otro lado, se la posee, no en esta tierra, sino en el Reino de los cielos, en la otra vida, en la vida eterna. El cumplir la Ley de Dios y el enseñarla a otros, no es garantía de grandeza en esta vida, porque Jesús no promete una gloria que es terrena, sino que promete la gloria eterna, la gloria de los bienaventurados, la gloria de los que contemplan a la Trinidad cara a cara. La grandeza que promete Jesús no es mundana, terrena, temporal, sino celestial, divina, sobrenatural, eterna y por eso no debemos esperarla en esta tierra, sino en la otra vida. Todavía más, para aquellos que cumplan la Ley de Dios y la enseñen a los demás, les puede esperar toda clase de tribulaciones, como les sucedió a los santos de todos los tiempos, incluidas la persecución y la muerte. Es decir, en esta vida, no debemos aspirar a la grandeza y a la gloria terrenas, sino a la grandeza y a la gloria divinas, que nos será concedida si en nuestra vida terrena cumplimos los Mandamientos de la Ley de Dios y enseñamos a los demás a cumplirlos. Sólo así seremos grandes en el Reino de los cielos, aunque en la tierra seamos pequeños, insignificantes e ignorados por el mundo.

 

martes, 16 de febrero de 2021

Miércoles de Cenizas

 



(Ciclo B – 2021)

         La ceremonia de la imposición de cenizas, con la cual la Iglesia Católica da inicio oficialmente al tiempo litúrgico de la Cuaresma, tiene un significado muy preciso: hacer que reflexionemos acerca del sentido de esta vida terrena y preparar el espíritu para la vida eterna, mediante lo propio de la Cuaresma, que son la penitencia, el ayuno, la oración y las obras de misericordia.

         Una de las frases que el sacerdote pronuncia sobre el fiel al que le impone las cenizas, es: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Para comprender esta frase y saber qué significa la conversión, es necesario remontarnos al inicio de los tiempos, cuando Dios creó a Adán y Eva y estos cometieron el pecado original. Habiendo sido creados en gracia, al cometer el pecado original, los Primeros Padres arrojaron de sí la corona de gracia que Dios les había concedido gratuitamente; perdieron la gracia, empezaron a vivir en pecado y por el pecado entró la enfermedad, el dolor y la muerte, además de ser expulsados del Paraíso. Por el pecado original, a partir de entonces, el corazón del hombre, que había sido creado mirando a Dios, para deleitarse en su amistad y en su amor, giró sobre sí mismo y, apartándose de Dios, se inclinó hacia la tierra, quedando fijo en esta posición. Esto significa que el corazón del hombre se convirtió en algo oscuro, sin vida divina, sin luz divina, además de quedar sometido a la concupiscencia de la carne y de los ojos, apeteciendo desde entonces no ya la amistad y el amor de Dios Trino, sino la satisfacción de sus pasiones más bajas. Otra consecuencia del pecado original fue el quedar el hombre bajo el dominio del Ángel caído, por cuya tentación Adán y Eva cometieron el pecado original. En definitiva, el corazón del hombre, que había sido creado mirando a Dios, por causa del pecado, gira sobre sí mismo y se queda fijo mirando hacia la tierra, deseando las cosas de la tierra y sus bajos placeres.

         La conversión que pide la Iglesia por medio de la imposición de cenizas y a lo largo de todo el tiempo de Cuaresma, consiste entonces en que, por la acción de la gracia, el hombre deje de mirar a la tierra y sus atractivos, aparte de la tierra su corazón y lo gire nuevamente a su posición original, esto es, mirando hacia la Trinidad. La conversión es por lo tanto dejar de apetecer las cosas de la tierra, para empezar a desear y amar los bienes eternos del Reino de Dios en el cielo. Ahora bien, este movimiento de conversión es imposible hacerlo con las solas fuerzas humanas, por lo que son necesarias dos cosas: la gracia santificante y la fe en el Evangelio, fe que es, en definitiva, fe en el Hombre-Dios Jesucristo, que para conseguirnos la gracia santificante que convierte nuestro corazón a Dios, padeció en la cruz y derramó su Sangre Preciosísima.

         En definitiva, con la imposición de las cenizas y con el tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos pide la conversión del corazón a Dios Uno y Trino, conversión que es en realidad una conversión eucarística, porque la Eucaristía es Dios Hijo encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, y Dios Hijo encarnado es el Camino, la Verdad y la Vida para llegar al seno de Dios Padre, en el Amor del Espíritu Santo. Éste es el sentido, no solo del Miércoles de Cenizas y de la Cuaresma, sino de nuestro paso por esta tierra, prepararnos para la vida eterna, según dice la Escritura: “Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente y que todo vuestro ser, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la Parusía de nuestro Señor Jesucristo” (1Ts 5, 23).

         Iniciemos por lo tanto el tiempo litúrgico de la Cuaresma, haciendo el propósito de responder afirmativamente a la gracia que Dios Trino nos concede en este tiempo, gracia que consiste en la conversión eucarística del corazón.

lunes, 24 de febrero de 2020

Miércoles de Cenizas


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(Ciclo A – 2020)

          ¿Qué significado tiene la ceremonia del Miércoles de Cenizas, en la que el sacerdote impone las cenizas en las frentes de los fieles, en forma de cruz mientras dice: “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”? Tiene un significado sobrenatural, de origen celestial y es el siguiente: en el Miércoles de Cenizas, la Iglesia nos recuerda qué es lo que somos y en qué nos convertiremos, aunque también, implícitamente, nos recuerda lo que todavía no somos y en qué nos convertiremos. Nos recuerda que somos “polvo”, con lo cual quiere decir que nos recuerda que vivimos en la vida terrena, una vida que es pasajera, que termina pronto y que esto que somos y que con frecuencia creemos que es definitivo, se convertirá en “polvo” y que por eso “volveremos al polvo”. La Iglesia nos recuerda que esta vida no es definitiva; nos recuerda que esta vida es pasajera; nos recuerda que debemos vivirla como quien está de viaje o, como dice Santa Teresa, “en una mala noche, en una mala posada”. Así es exactamente esta vida: una mala noche en una mala posada; como tal, así como la noche es breve y da lugar al amanecer, así sucede con esta vida: es breve, es corta, termina en un soplo -no en vano el Salmo dice: “Nuestra vida, Señor, pasa como un soplo”- y nada de lo material que tengamos en esta vida terrena, nos llevaremos a la otra vida. Por esta razón, no tiene sentido acumular bienes materiales ni poner en ellos el corazón, porque nada, absolutamente nada material, nos habremos de llevar al otro mundo.
          Es esto entonces lo que la Iglesia nos recuerda: que estamos destinados a la muerte, que cada día que pasa, nuestros pasos nos encaminan a la tumba, porque somos polvo y en polvo -por la muerte- nos convertiremos. Pero no todo termina en la muerte terrena: ésta es sólo un umbral que nos permite atravesar lo que nos separa de la otra vida, la vida eterna, en donde nos esperan dos fuegos: el fuego del Infierno y el fuego del Amor de Dios, el Espíritu Santo. Lo que debemos tener en cuenta, al recordar los fuegos que nos esperan en la otra vida, es que no estamos pre-destinados a uno u otro, sino que nosotros elegimos, con nuestras obras, a qué fuego queremos ir, libre y voluntariamente. Para que no elijamos el fuego del Infierno, es que la Iglesia nos anima, al colocarnos las Cenizas, que nos convirtamos, es decir, que dejemos de mirar las cosas terrenales y bajas de esta vida, para elevar la mirada del corazón y elevarla a Cristo Crucificado, único camino hacia el Cielo, en donde nos espera el Fuego del Amor Divino, el Espíritu Santo.
          “Conviérte (…) recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”. Éste es el sentido del Miércoles de Cenizas: por un lado, recordar que somos polvo, que estamos destinados a la muerte eterna, pero también recordarnos que estamos destinados a la vida eterna y que para alcanzar esta vida eterna, debemos convertirnos, para así poder llegar al Reino de los cielos. El tiempo de Cuaresma es tiempo de oración, ayuno y penitencia, para lograr, por la misericordia de Dios, la gracia de la conversión.

domingo, 16 de febrero de 2020

“Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”



(Domingo VI - TO - Ciclo A – 2020)

          “Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt 5, 17-37). Jesús advierte a sus discípulos que si sus vidas como cristianos no son mejores que las vidas de los escribas y fariseos, “no entrarán en el Reino de los cielos”. No se trata de una especie de "competencia de virtudes": la razón es que la exigencia de vivir como cristianos es mucho más alta que la exigencia de vivir como no cristianos. A partir de Jesús, el alma del cristiano tiene la posibilidad de acceder a la vida de la gracia, principalmente a través de los sacramentos y esto es una novedad absoluta y sobrenatural para la vida espiritual del hombre. A partir de Jesús, y con la posibilidad de poseer su gracia en el alma, el hombre tiene la posibilidad de vivir una espiritualidad que es substancialmente distinta a la de cualquier otra religión, judaísmo incluido: por la gracia, el alma vive ya, desde esta tierra, con la inhabitación de la Trinidad en el alma, lo cual implica el hecho de que el alma vive ante la Presencia de Dios Uno y Trino, tal como lo hacen los bienaventurados ángeles y santos en el cielo. En otras palabras, vivir en gracia, es vivir anticipadamente la vida de los cielos, porque es vivir delante de la Presencia de Dios Uno y Trino. Esto explica el hecho de que el ser cristiano sea mucho más exigente que ser, por ejemplo, un judío del Antiguo Testamento, como lo eran los fariseos y los escribas y explica el hecho de que los actos de bondad y maldad no se midan ya extrínsecamente, es decir, por lo que aparece en el exterior, sino intrínsecamente. Esto se aclara con el ejemplo que pone Jesús: antes de Él, bastaba con no matar al prójimo, para cumplir la Ley; ahora, quien habla mal del prójimo o aún quien simplemente piense mal de él, comete un pecado delante de la Presencia de la Trinidad, que inhabita en el alma y por eso el juicio es más severo que si el alma no tuviera la gracia en ella.
          “Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”. Vivamos en presencia de Dios, vivamos en gracia en esta vida terrenal y así esta vida terrenal se convertirá en un anticipo del Reino de los cielos.

martes, 4 de junio de 2019

“La vida eterna es que te conozcan a ti eterno Dios y tu enviado Jesucristo”



“La vida eterna es que te conozcan a ti eterno Dios y tu enviado Jesucristo” (Jn 17, 1-11a). Todos tenemos experiencia de lo que es la vida terrena, porque todos tenemos experiencia de lo que es el tiempo -medido en segundos, días, horas, etc.- y el espacio -mediante el cual ocupamos un lugar-, características propias de esta vida terrena. Sin embargo, ninguno de nosotros tiene experiencia de vida eterna, porque la vida eterna es substancialmente distinta a la vida terrena. Si no sabemos en qué consiste la vida eterna, nos lo dice Jesús: consiste en conocer al Padre, origen Increado de la Trinidad, y al Hijo Unigénito encarnado, Jesús de Nazareth, su enviado. El conocimiento de ambos conduce a la vida eterna, porque conocer el Ser de Dios Trino implica que Dios hace partícipes de su Vida eterna, absolutamente eterna, a quien lo conozca. Quien se esfuerce por conocer al Padre y al Hijo, en el Amor del Espíritu Santo, ese tal vive la vida eterna, porque al conocer, o al menos intentar conocer a Dios Trino, en este proceso de acercamiento cognoscitivo y afectivo, Dios se da a Sí mismo, porque se deja encontrar por quien lo busca. Y como Dios es un Dios Viviente, un Dios de vivos y no de muertos, quien se acerca a Él, recibe su Vida eterna, aun viviendo en esta tierra. Así lo proclama Pedro: “Sólo Tú tienes palabras de vida eterna”.
“La vida eterna es que te conozcan a ti eterno Dios y tu enviado Jesucristo”. El conocimiento del Padre y del Hijo, en el Amor del Espíritu Santo, no es un conocimiento abstracto, sino concreto y real y se da en la oración, en los actos de fe y, sobre todo, en la adoración eucarística y en la Sagrada Comunión Eucarística, porque ahí es donde Dios se brinda con todo su Ser divino y con su Ser divino nos comunica su vida eterna. Quien hace oración, quien comulga en estado de gracia, aunque no se dé cuenta ni se percate de ello, tiene la vida eterna en sí, en su corazón y en su alma, en germen, transmitido por la gracia, la fe, la oración y la comunión eucarística.

sábado, 16 de febrero de 2019

“Bienaventurados vosotros… ¡Ay de vosotros…!”



(Domingo VI - TO - Ciclo C – 2019)

“Bienaventurados vosotros… ¡Ay de vosotros…!” (cfr. Lc 6, 17. 20-26). Jesús pronuncia lo que podríamos denominar el “Sermón de las Bienaventuranzas y los Ayes”: bienaventuranzas para algunos, ayes o lamentaciones para otros. ¿Cuáles bienaventuranzas y cuáles ayes? ¿Quiénes son bienaventurados, según Jesús, y quienes habrán de lamentar su conducta? Antes de responder a estas preguntas, notemos que Jesús habla de dos tiempos o momentos distintos, tanto para los bienaventurados, como para los que no lo son; además, otra particularidad es que tanto las bienaventuranzas como para los ayes, ya se empiezan a vivir, en cierta manera, en esta vida. En un primer momento, se refiere a una condición propia de esta tierra y luego, en la segunda frase o parte de la oración, se refiere a una condición propia de la otra vida. Así, por ejemplo, en la primera bienaventuranza, dice: “Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios”: la pobreza es una condición de esta vida, es decir, terrena; la riqueza del Reino de los cielos es una condición futura, es algo que se vivirá en la eternidad, aunque en cierto modo el bienaventurado ya comienza a serlo desde esta vida. Esto vale tanto para las bienaventuranzas, como para los ayes: también al referirse a estos, da primero una condición terrena y luego la condición eterna, que se vivirá en el Infierno. Así , por ejemplo, cuando dice: “¡Ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo (y) ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. También el desdichado vive una condición propia de esta vida –el estar saciado- y luego vivirá para siempre el hambre, en la eternidad, en el Infierno. Entonces, tanto para las bienaventuranzas, como para los ayes, hay dos momentos: uno terreno y otro eterno, aunque el eterno ya se lo empieza a vivir en esta vida, en cierto sentido.
Ahora sí respondamos a estas preguntas, ¿cuáles son estas bienaventuranzas y cuáles son los ayes y quiénes son sus destinatarios? Con respecto a las bienaventuranzas, Jesús dice así: “Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados”. Se refiere al hambre corporal, sí, pero ante todo, al “hambre y sed de justicia”: tiene “hambre y sed de justicia” el que ve cómo el Nombre Tres veces Santo de Dios es pisoteado en nuestros días por el hombre que ha construido un mundo sin Dios y en donde Dios es ofendido continuamente. Se habla mucho de “derechos humanos”, pero poco y nada de los “derechos de Dios” y Dios tiene muchos derechos sobre nosotros: tiene derecho a ser amado y adorado; tiene derecho a que se respeten las vidas de los niños por nacer, porque son su creación, son obras de sus manos. Y así como estos, tiene muchísimos derechos, pero esos derechos son pisoteados cada día por esta civilización atea y materialista. El que tiene “hambre y sed de justicia” es aquel que quiere que los derechos de Dios se respeten. En esta vida tiene este hambre, pero será saciado en la otra.
“Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis”. Se refiere al llanto de aquel que se siente triste por alguna razón humana, pero sobre todo, es el que llora –aun cuando no lo haga sensiblemente- al ver tanta malicia esparcida sobre la faz de la tierra: tanta violencia, tanta droga, tanta juventud perdida en el hedonismo, en las perversiones de la ideología de género, en el materialismo, en una vida sin sentido porque no tienen a Dios y quien no tiene a Dios tiene una vida sin sentido. Quienes ahora lloran, reirán, es decir, se alegrarán, en el Reino de los cielos, porque allí no hay malicia alguna, sino que todo es justicia, paz y alegría de Dios.
“Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas”. Es bienaventurado o dichoso el que es perseguido por los hombres, pero no por haber cometido un delito, sino que es perseguido por perseverar en la fe en Cristo; por vivir las verdades del Credo, en un mundo ateo, agnóstico, relativista; es perseguido por querer vivir la santidad en un mundo inmerso en el pecado. Quien sufre persecución por causa de Cristo, debe “alegrarse y saltar de alegría” porque será recompensado con el cielo.
Con relación a los “ayes”, son los siguientes:
“Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo”. Se refiere a la riqueza material, pero a la riqueza material vivida egoístamente, porque el rico puede salvarse siendo rico, con la condición de que comparta su riqueza con los demás. El egoísta se verá sin nada en la otra vida y por eso no tendrá consuelo. Pero también habla de otra riqueza, la de la gracia: ¡cuántos católicos reciben gracia tras gracia y las dejan pasar, una a una! La gracia es la mayor riqueza y quien deja pasar la gracia, deja pasar la riqueza de Dios y si así persiste hasta la muerte, vivirá eternamente en el desconsuelo, por haber dilapidado el tesoro de la gracia.
“¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre”. Se refiere a quien está saciado en su hambre y sed, corporalmente, pero también a los que se sienten saciados por la vanidad y henchidos por el orgullo. Estos ahora se regodean en su propio ego y, en su orgullo, declaran no tener necesidad de Dios, porque su propio yo los satisface: ahora están saciados, pero en la vida futura tendrán hambre y sed de Dios y no podrán satisfacerla nunca jamás.
“¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis”. Son los que ríen no con la risa inocente que da la gracia, sino que son los que ríen con la malicia del pecado, gozándose en ello. Quien esto hace, en la vida eterna llorará y para siempre.
“¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas”. Se refiere a aquellos que están en el mundo por libre decisión, porque prefirieron la gloria mundana antes que la gloria de Dios. De estos, el mundo siempre habla bien –por ejemplo, el mundo habla bien de los comunistas, de los abortistas, de los feministas, de los que están a favor de que “cada uno haga lo que quiera”-: pues bien, estos mismos serán luego borrados del Libro de la Vida y no quedará memoria de ellos en la tierra ni en la eternidad.
Entonces, con las Bienaventuranzas y los Ayes, Jesús habla de unas condiciones terrenas, pero que luego serán vividas por toda la eternidad, en el Cielo, para las Bienaventuranzas, o en el Infierno, para los Ayes.
Obremos de manera tal que merezcamos recibir, en vez de los ayes, las bienaventuranzas.

miércoles, 5 de marzo de 2014

“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde el alma?”


“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde el alma?” (Lc 9, 22-25). Existe en el hombre la tendencia a creer que esta vida terrena es para siempre, o que luego de la muerte no existe nada más y que por lo tanto todo lo que existe se da en esta vida, de manera tal que esta vida terrena debe ser vivida con la máxima intensidad de placer, al tiempo que se debe evitar todo dolor. Esta filosofía hedonista conduce a múltiples errores, puesto que el hombre que se fija estos principios, no duda en cometer toda clase de atrocidades, con tal de adquirir dinero y poder, única manera de gozar y disfrutar de los placeres que el mundo le proporciona. Pero estos placeres mundanos finalizan indefectiblemente cuando finaliza el tiempo de vida decretado por Dios para el hombre, y a su vez el hombre no puede agregarse a sí mismo ni un solo segundo más de vida de los que le ha asignado desde toda la eternidad, de manera que una vez cumplido el tiempo decretado debe presentarse ante Dios, para recibir el juicio particular, dar cuenta de los talentos recibidos, y recibir la paga por ellos, la salvación o la condenación.
“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde el alma?”. La pregunta de Jesús nos lleva a reflexionar acerca de lo inútil que es el preocuparse por las vanidades del mundo, acerca de lo efímero de esta vida terrena y de cuán poco valen los bienes materiales, que no salvarán nuestras almas, y en cambio cuánto valora Dios los bienes espirituales, tales como la oración, la vida de la gracia, la Eucaristía, la Santa Misa, el Rosario, los cuales sí salvarán nuestras almas.

viernes, 24 de febrero de 2012

Viernes después de cenizas: las cenizas de Cuaresma, símbolo de esta vida caduca



         Las cenizas que se imponen en Cuaresma simbolizan la vida terrena del hombre: caduca, efímera, desaparece tan pronto como la ceniza cuando sopla el viento.
         Al imponer las cenizas en el inicio de la Cuaresma, la Iglesia quiere que sus hijos mediten acerca de la caducidad de la vida terrena, y en la cercanía de la muerte, que a todo ser humano le espera. Pero el objetivo de la Iglesia no es simplemente pretender que sus hijos mediten solo en la muerte, sino que, al mismo tiempo, mediten acerca de la vida eterna, la vida que comienza precisamente en el mismo momento en el que esta vida se termina.
         Sucede que el hombre, si no piensa en la vida eterna, cree que esta vida es para siempre, que no termina nunca, que no hay ni premio ni castigo, y así no se preocupa por obrar el bien, de “atesorar tesoros en el cielo”, como pide Jesús.
         Si el hombre no piensa en la muerte, y en lo que viene luego de ella –juicio particular, purgatorio, cielo o infierno-, vive despreocupadamente la vida temporal y terrena, sin preocuparse por obrar el bien, por amar a Dios y al prójimo. Según Santa Teresa de Ávila, aquí interviene el demonio, quien hace creer al hombre “que sus placeres son eternos”. Esta influencia demoníaca se da sobre todo en el hombre que vive en el mal, despreocupado de la existencia de un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos, con lo cual piensa que tiene el camino libre para obrar sin límites en el mal.
         No es indiferente meditar o no en la caducidad de esta vida, y en la muerte que nos espera, ya que la Escritura dice: “Piensa en las postrimerías y no pecarás jamás” (Ecl 7, 40).
         Por esto mismo la Iglesia, al imponernos las cenizas, se comporta como una madre amorosa que recuerda a su hijo, que está a punto de emprender un peligroso viaje, que tome todas las precauciones necesarias para llegar a buen destino.
         Cuando la Iglesia, al comenzar la Cuaresma e imponernos las cenizas, nos dice: “Recuerda que eres polvo, y en polvo te convertirás”, nos está diciendo al mismo tiempo: “Piensa en las postrimerías y no pecarás jamás”, y “recuerda que al final de tus días, serás juzgado en el amor”.