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viernes, 2 de abril de 2021

Miércoles de la Octava de Pascua

 



(Ciclo B – 2021)

         “Lo reconocieron al partir el pan” (Lc 24, 13-35). Los discípulos de Emaús, que se alejan de Jerusalén, se encuentran con Jesús resucitado, quien les sale al paso, pero a pesar de ser discípulos de Jesús, a pesar de haber contemplado sus milagros, a pesar de haber recibido sus enseñanzas divinas, no lo reconocen y lo confunden con un forastero. Solo después que Jesús fraccione el pan –muchos afirman que esta fracción del pan se da en el transcurso de una misa que Jesús estaba celebrando-, solo entonces los discípulos dejarán de tratar a Jesús como a un forastero y lo reconocerán como quien es, Dios Hijo encarnado.

Una pregunta que surge es: ¿por qué razón los discípulos de Emaús no reconocen a Jesús resucitado, siendo que ellos eran, precisamente, discípulos de Jesús y por eso tenían un conocimiento mucho más cercano de Jesús? La respuesta es que no lo reconocen porque la fe de los discípulos de Emaús es una fe puramente humana, una fe que se basa en el testimonio de los sentidos, de la inteligencia y de la memoria. No es, de modo absoluta, una fe sobrenatural, una fe que los haga partícipes de la gracia, la cual comunica al alma la luz de la sabiduría divina y permite contemplar los misterios de la vida de Jesús y a Jesús mismo ya no desde una perspectiva simplemente humana, sino al modo divino. En otras palabras, es la gracia la que convierte a la fe humana en una fe sobrenatural, una fe que es capaz de contemplar a Jesús y conocerlo tal como lo conoce Dios; una fe que permite ver a la divinidad de Jesús oculta en su naturaleza humana; una fe que capacita al alma para contemplar en Jesús no a un hombre santo, sino a Dios Tres veces Santo; una fe que permite ver a Jesús como lo que es, la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en una naturaleza humana, la naturaleza humana de Jesús de Nazareth.

         “Lo reconocieron al partir el pan”. Como a los discípulos de Emaús, les sucede a muchos católicos que miran la Eucaristía con una mirada exclusivamente humana, es decir, creen que la Eucaristía es lo que aparenta ser a los ojos corporales: un poco de pan que ha sido bendecido en una ceremonia religiosa. Como a los discípulos de Emaús, les pasa a muchos católicos, que no tienen fe sobrenatural en la Eucaristía y por eso no reconocen a Jesucristo, el Hombre-Dios, oculto en la apariencia de pan y piensan que la Eucaristía no es más que un poco de pan. La fe de estos católicos es la fe de un protestante, o de un musulmán, o de un judío, pero en modo alguno es la verdadera fe católica en la Eucaristía. Solo si Jesucristo nos concede la gracia de la verdadera fe católica, solo entonces, podremos reconocerlo en la fracción del pan, es decir, solo entonces podremos reconocer, en la Eucaristía, no a un pan bendecido, sino al Hijo de Dios encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía.

sábado, 27 de junio de 2020

“Tus pecados están perdonados”


Ilustración de Jesús Sana Al Paralítico Grabar En Madera Publicado ...

“Tus pecados están perdonados” (Mt 9, 1-8). El paralítico a quien Jesús le perdona sus pecados y le sana su parálisis, es un ejemplo para todo cristiano en todo tiempo. Una primera razón es que el paralítico va en busca de Jesús, pero no para que le cure su enfermedad corporal, su parálisis, sino que va en busca de Jesús para que Jesús le perdone sus pecados. Es decir, al paralítico le importa más su salud espiritual que corporal, por eso es que Jesús le dice: “Tus pecados te son perdonados”; sólo en un segundo momento, luego de que los escribas lo calumniaran de blasfemo, es que Jesús le cura su enfermedad corporal. De esta manera, el paralítico nos hace ver cómo es más importante la salud espiritual que la corporal: lo que él quiere de Jesús es el perdón de los pecados, no la curación de su enfermedad corporal, la cual le viene sobreañadida por la Misericordia de Jesús. La segunda razón por la cual el paralítico es ejemplo para los cristianos, es porque tiene fe sobrenatural en Jesús: él sabe que puede curar el cuerpo, pero sabe también que Jesús es Dios y que en cuanto tal, tiene la fuerza espiritual divina necesaria para realizar prodigios asombrosos, como resucitar muertos, expulsar demonios, o quitar los pecados del alma.
Por último, el episodio evangélico es una prefiguración del Sacramento de la Confesión: en el paralítico están representadas las almas que han sido heridas espiritualmente por el pecado y van en busca de la salud espiritual, pidiendo el perdón de los pecados por medio del Sacramento de la Penitencia.
“Tus pecados están perdonados”. En todo momento tengamos presente tanto el ejemplo del paralítico, que busca en Jesús no la curación física, sino la curación del alma, el perdón de los pecados, y tengamos también siempre presente a la Divina Misericordia, que por medio del Sacramento de la Penitencia nos quita aquello que paraliza nuestras almas, el pecado, y nos devuelve la salud espiritual, nuestra condición de hijos de Dios por la gracia.


domingo, 3 de marzo de 2013

“Ningún profeta es bien recibido en su tierra”



“Ningún profeta es bien recibido en su tierra” (Lc 4, 24-30). Con los ejemplos de la viuda de Sarepta y de Naamán el sirio, que siendo paganos sin embargo son elegidos por Dios para recibir sus milagros, Jesús les hace ver a los judíos que no les basta pertenecer al Pueblo Elegido para obtener el favor divino[1].
En el mismo sentido, pero ya dirigido al Pueblo cristiano, San Pablo dirá luego que “ni la circunsición ni la incircunsición” valen ya nada, sino la fe en Cristo Jesús, y esta fe debe ser operante, según el Apóstol Santiago: “Muéstrame tu fe sin obras que yo por mis obras te mostraré mi fe” (2, 18).
Por lo tanto, el mensaje de Jesús a los judíos, dirigido también a nosotros, Nuevo Pueblo Elegido, es claro: si la fe no se acompaña de obras de misericordia, es una fe vacía, muerta, incapaz de conducir al Reino de los cielos.
La razón de porqué la fe se tiene que acompañar de obras, radica en la constitución ontológica misma del hombre: el hombre es alma y cuerpo, y para que un acto suyo sea la expresión de la totalidad de su ser, deben estar presentes, en la realización del acto, los dos componentes integrantes de su ser, el alma y el cuerpo, el espiritual y el material.
El componente espiritual está dado por la fe sobrenatural en Cristo Jesús: se trata de la comprensión de la proposición de fe por parte de la inteligencia, iluminada por la fe. Por ejemplo: “Cristo es Dios y como Dios manda ser misericordiosos”. Luego, el otro componente espiritual es la aceptación de esa proposición por medio de la voluntad, la cual adhiere a la Verdad que le propuso la inteligencia iluminada por la fe: “Quiero obrar la misericordia porque Dios me lo manda”.
Sin embargo, con la intervención de estos dos componentes, el acto de fe aún está incompleto, porque si no se obra de modo efectivo la misericordia, y el acto de fe sigue quedando inconcluso, porque todavía no se ha expresado la otra parte del ser del hombre, que es la parte corporal o material.
Sólo cuando el hombre efectivamente actúa con su cuerpo, movido por al fe –“Porque Cristo es Dios y me manda obrar la misericordia, voy a ir a tal lugar para auxiliar a mi prójimo”-, entonces ahí es cuando el acto de fe sobrenatural en Cristo es válido y meritorio para el Reino de los cielos.
En otras palabras, no se puede decir “Tengo fe”, y al mismo tiempo permanecer de brazos cruzados, sin hacer nada por el prójimo que sufre. Esa fe es insuficiente para abrir las puertas del Reino de los cielos.


[1] Cfr. Orchard B. et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1954, 589.