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lunes, 26 de junio de 2023

“Entrad (al Reino de Dios) por la Puerta estrecha”

 


"Anticristo"
(Lucca Signorelli)

“Entrad (al Reino de Dios) por la Puerta estrecha” (Mt 7, 6. 12-14). Jesús utiliza las figuras de dos puertas, una estrecha y otra ancha y espaciosa, para describir lo que nos espera más allá de esta vida terrena, la vida eterna. De las dos puertas, Jesús nos advierte que, para entrar en el Reino de Dios, debemos elegir la puerta estrecha. ¿Qué es la “puerta estrecha”? O mejor, ¿quién es la “puerta estrecha”? La Puerta estrecha es Él, Jesús, el Hombre-Dios, porque Jesús mismo se adjudica, para Sí, el nombre de “puerta”: “Yo Soy la Puerta” (Jn 10, 9). Jesús, su Sagrado Corazón Eucarístico, es la Puerta que nos conduce a algo infinitamente más hermoso que el mismo Reino de los cielos y es el seno del Eterno Padre, que es de donde Él, Jesús, procede. Él es la Puerta que nos conduce desde la temporalidad de nuestra historia, que se desenvuelve en el tiempo, a la feliz eternidad, a la eternidad bienaventurada que es el seno del Eterno Padre. Él, en la Eucaristía, es la Puerta a la eterna felicidad: “Yo, Presente en Persona en la Eucaristía, Soy la Puerta abierta al Padre”. También nos advierte Jesús que esta Puerta, que es Él, es “estrecha”, porque no se puede abrir esta Puerta sino es por medio de la gracia santificante; no se abre la Puerta si no hay obras de misericordia; no se abre la Puerta si no se ama al enemigo, si no se perdona al que nos ofende, si no se lleva consigo la Cruz de cada día.

La otra imagen que utiliza Jesús para referirse a la vida eterna, es la de la senda o puerta ancha, espaciosa: esta senda o puerta ancha, es la senda del mundo, que está en contra de Cristo, es la anti-puerta del Anticristo. Es una senda fácil de recorrer, porque no se necesita vivir según los Mandamientos de Dios: se puede vivir en concubinato, se puede cambiar de pareja cuando se quiera; se puede vivir la impureza del cuerpo y de la mente sin ninguna preocupación, porque para quien vive según la ley del Anticristo, nada es pecado, el pecado es bueno y la virtud es algo anticuado, pasado de moda. La puerta ancha es fácil de recorrer, porque se puede prescindir de Dios y de Cristo, se puede vivir ya no solo como si Dios no existiese, sino como si Cristo nunca hubiera venido a salvarnos por el sacrificio de la Cruz. Es una puerta ancha, fácil de recorrer, pero conduce a un lugar opuesto al Reino de los cielos, conduce al reino de las tinieblas, reino del horror, del espanto y del dolor, reino del cual no se sale más.

“Entrad (al Reino de Dios) por la Puerta estrecha”. Puestos en la encrucijada de elegir entre la Puerta estrecha y la senda ancha, elijamos la Puerta estrecha, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

sábado, 10 de mayo de 2014

“Yo Soy la Puerta de las ovejas”


(Domingo IV - TP - Ciclo A – 2014)
         “Yo Soy la Puerta de las ovejas” (Jn 10, 1-10). Jesús utiliza una imagen, la del pastor con sus ovejas en un aprisco, en un refugio, para dar su enseñanza: una tapia o empalizada que protege a las ovejas cuando estas regresan de sus pastos para pasar la noche, la puerta abierta a los pastores, pero no a los ladrones que penetran en el aprisco por algún otro lugar, la escena de la mañana cuando el pastor viene de su casa para sacar a las ovejas para pastar, la llamada del pastor que reconocen sus propias ovejas, el hecho de conocerlas el pastor por su nombre, llamándolas a cada una por su nombre, la docilidad con que la grey le responde, al tiempo que está dispuesta a huir de un extraño[1].
         En esta imagen, cada elemento tiene un significado sobrenatural: el pastor, el buen pastor, que entra por la puerta y conoce a sus ovejas, es Cristo; las ovejas, son los bautizados; el corral o aprisco, donde las ovejas están seguras, es la Iglesia Católica; el exterior del corral y la noche, en donde merodean los lobos, representan los peligros para la salvación de las almas: las tentaciones del mundo y los ángeles caídos, los demonios; los ladrones, que no entran por la puerta, sino por otra parte, son los falsos mesías, los anticristos, los fundadores de sectas, o incluso sacerdotes católicos a los que les importa más de sí mismos que de las almas a ellos confiadas.
         La imagen central del aprisco o corral se aplica entonces a la Iglesia, único lugar seguro de salvación, porque así como las ovejas están seguras en el corral, protegidas por una puerta firme y por un buen pastor, resguardadas del peligro de la noche, en donde merodean los lobos y los asaltantes, así también las almas están seguras dentro de la Iglesia Católica, cuyo Buen Pastor es Cristo, quien es también su Puerta firme y segura.
Solo en la Iglesia Católica, fundada por el Hombre-Dios Jesucristo el Viernes Santo, encuentra el hombre la salvación, por eso es que el Catecismo de la Iglesia Católica[2] y el Concilio Vaticano II[3] enseñan que “fuera de la Iglesia no hay salvación”. La Iglesia nació al ser traspasado el Sagrado Corazón de Jesús por la lanza del soldado romano, y al brotar de su Corazón la Sangre y el Agua, portadores de la gracia santificante que se transmite a través de los sacramentos; de estos sacramentos, el sacramento del bautismo es la puerta[4] por la cual los hombres entran en la Iglesia para recibir la salvación obtenida por Cristo en la cruz.
Con la imagen del corral y del aprisco en el que las ovejas entran y quedan seguras y al resguardo de los lobos y de los ladrones, Jesús nos quiere hacer ver que la Iglesia es necesaria para la salvación y que “no hay salvación fuera de la Iglesia”; quienes no pertenecen a la Iglesia, pueden salvarse, porque Dios, dice también el Concilio Vaticano II, puede llevar a la fe por caminos que sólo Él conoce, aunque esto no exime a la Iglesia de su tarea misionera: “Dios, por caminos conocidos sólo por Él, puede llevar a la fe, ‘sin la que es imposible agradarle’ (Hb 11, 6), a los hombres que ignoran el Evangelio sin culpa propia; corresponde, sin embargo, a la Iglesia la necesidad y, al mismo tiempo, el derecho sagrado de evangelizar’ (AG 7)”[5]. Distinto es el caso de aquellos que, sabiendo que Jesús fundó la Iglesia Católica y sabiendo que es necesaria para la salvación, no quieren entrar o no quieren perseverar en ella, es decir, los que no quieren recibir el bautismo, o los que, habiéndolo recibido, lo rechazan, apostatando de la fe, tal como existe hoy en la actualidad, un movimiento de apóstatas que llaman a borrar los nombres de los libros del Bautismo[6]. Dicen así el Concilio Vaticano II: “No podrían salvarse los que sabiendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia católica como necesaria para la salvación, sin embargo, no hubiesen querido entrar o perseverar en ella”[7].
La otra imagen que utiliza Jesús es la de la puerta, y es para aplicársela a sí mismo: “Yo Soy la Puerta de las ovejas”. Una puerta abierta deja pasar, entrar, salir; permite circular libremente; una puerta cerrada, impide el paso, protege[8]. La puerta se identifica también, con la construcción a la que pertenece: ya sea con la ciudad -sobre todo en la antigüedad, las ciudades poseían puertas monumentales, fortificadas, que protegían de los enemigos o daban paso a los amigos- o, en el caso de la figura del aprisco o corral, se identifica con el corral: Jesús es la Puerta de las ovejas, es la puerta del corral: Él es, con su Corazón traspasado en la Cruz, la Puerta abierta al cielo; Él es la Puerta abierta por la que salen las ovejas al amanecer, para alimentarse con los pastos verdes y abundantes y beber el agua fresca y cristalina de la gracia santificante, los sacramentos de la Iglesia; Él es la Puerta cerrada que protege a las ovejas cuando ya ha oscurecido y todas las ovejas han entrado al redil, y no deja entrar al Lobo infernal, que quiere, con sus dientes y garras afiladas, despedazar las almas para siempre en los abismos del Infierno; Jesús es la Puerta cerrada, segura y firme, que protege a las ovejas de las acechanzas del Lobo infernal, y si alguna, por desventura, queda a merced del Lobo, es solo porque no ha querido, por voluntad propia, entrar y quedar segura, al resguardo del aprisco cerrado y protegido por la Puerta maciza que es Cristo Jesús. Jesús es la Puerta cerrada que protege a las ovejas también de los malos pastores, de los asaltantes, de los que quieren entrar en el aprisco por otro lado; son los falsos cristos, los falsos mesías de la Nueva Era, los anticristos, los que se disfrazan de pastores, pero solo para apuñalar a las ovejas, matarlas, y apoderarse de su lana y asar su carne.
“Yo Soy la Puerta de las ovejas”. Solo Jesús en la Cruz y en la Eucaristía es la Puerta por la cual alcanzamos la eterna salvación; no existe ninguna otra puerta por la que podamos entrar en la vida eterna, porque solo Jesús crucificado y Jesús en la Eucaristía nos conduce, por medio del Espíritu Santo, al seno de Dios Padre. Cualquier otro cristo, es un cristo falso, un Anticristo.




[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentario al Nuevo Testamento, Tomo III, 732-733.
[2] Número 846.
[3] Lumen Gentium n. 14.
[4] Cfr. Catecismo, 846.
[5] Catecismo 848. Decreto Ad Gentes sobre la Actividad Misionera.
[6] El movimiento existe y se llama: “Apostasía Colectiva”; su página web es: apostasía.com.ar. Llama a los bautizados en la Iglesia Católica a “darse de baja de la Iglesia Católica”, entendiendo la apostasía como “un derecho” (sic), y el modo de hacerlo consistiría en remitir una carta modelo en la que se solicita a la parroquia que se borren los datos del bautismo de los libros parroquiales.
[7] Lumen Gentium n. 14. Esta afirmación no se refiere a los que, sin culpa suya, no conocen a Cristo y a su Iglesia: ‘Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna’ (LG 16; cf DS 3866-3872). Catecismo, 847.
[8] Cfr. X. León-Dufour, Vocabulario de Teología Bíblica, Editorial Herder, Barcelona 1993, 750-751.

jueves, 28 de marzo de 2013

Jueves Santo


(Ciclo C – 2013)
          “Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin” (Jn 13, 1-15). Jesús, en la Última Cena, sabe que está próxima “su hora”, la hora en la que habrá de pasar de este mundo al Padre. Es la Hora de la Pasión y de la muerte en Cruz, y si bien es una hora muy dolorosa, es una hora también de triunfo y de luz, porque por la muerte de Cruz volverá al cielo, regresará a la Casa del Padre, de donde había venido. La Cruz es una Puerta que se abre en dos sentidos: de la tierra al cielo, porque desde la Cruz de Jesús se llega a la luz, y así Jesús, muriendo en la Cruz, regresará al cielo; la Cruz es una puerta abierta del cielo a la tierra, porque Jesús, al abrir la puerta del cielo, hace llegar a los hombres lo que hay en el cielo: el perdón, la gracia santificante, la luz, la paz, la alegría, el Amor de Dios.
          Jesús sube a la Cruz para abrir esa Puerta que da al cielo, puerta que desde Adán y Eva estaba cerrada para los hombres.
          Jesús había dicho: “Yo Soy la Puerta de las ovejas” (Jn 10, 1-10), y ahora sube al cielo para abrir esa puerta, para que los hombres puedan pasar y llegar al cielo, y esa Puerta abierta al cielo es su Sagrado Corazón traspasado.
          Cuando el soldado romano atraviese su Corazón con la lanza, quedará abierta la Puerta del cielo, que es su Corazón traspasado. Quien quiera ir al cielo, deberá entrar en su Sagrado Corazón, y a su vez, desde el Cielo, el Padre hará derramar, a través del Corazón traspasado de Jesús, un diluvio de Amor y de gracia.
          Por esto es que nadie puede ir al Padre si no es por el Sagrado Corazón y nadie puede recibir el Amor del Padre, si no es a  través del Corazón de Jesús herido por la lanza. Como Jesús nos ama tanto y Él sabe que regresa al Padre y que nosotros nos quedamos aquí en la tierra, solos y en la oscuridad -porque como Él es la "luz del mundo" (Jn 8, 12), al irse de este mundo, todo queda a oscuras, y por eso Él dice que es la "hora de las tinieblas" (Lc 22, 53)-, entonces, para que no nos sintamos solos, para que en todo momento tengamos el acceso al Padre desde la tierra desde esa Puerta abierta que es su Sagrado Corazón y para que en todo momento nos llueven desde el cielo las gracias y el Amor del Padre, Jesús decide quedarse entre nosotros y para poder hacerlo, inventa algo jamás visto, algo maravilloso y tan admirable e increíble, que hasta los ángeles del cielo, acostumbrados a las maravillas de Dios, se quedan perplejos y admirados, sin saber qué decir. El Jueves Santo, en la Última Cena, Jesús inventa un prodigio asombroso, algo jamás visto, que supera infinitamente a la Creación toda y a todos los milagros más portentosos que Dios pueda hacer con su infinita Sabiduría, su Amor eterno y su Omnipotencia divina, porque se trata del Milagro de los milagros,  y es la Presencia del mismo Jesús, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía, el Pan de Vida eterna.
          Por la Eucaristía, que es su mismo Corazón, palpitante, herido y traspasado en la Cruz, Jesús se queda entre nosotros, para que desde la tierra, todavía sin ir al cielo, nos unamos, por el Amor de su Corazón herido, al Padre, y recibamos del Padre todo su Amor, el Espíritu Santo.
          La Eucaristía es algo más grande que los cielos, porque es el Corazón de Jesús, Puerta abierta al cielo: el que se une a este Corazón, recibe el Amor de Jesús que lo lleva al Padre y a su vez recibe, del Padre, su Amor, que es el Espíritu Santo.
          "Esto es mi Cuerpo (...) Esta es mi Sangre (...) Haced esto en memoria mía". Jesús nos deja el regalo más hermoso de todos los regalos de Dios, la Eucaristía, su Sagrado Corazón traspasado, a través del cual nos unimos, en el Amor del Espíritu Santo, al Padre, y por medio del cual recibimos el Amor del Padre. No hay nada más valioso, más hermoso, más maravilloso, que la Eucaristía, porque la Eucaristía es algo más grande que el mismo cielo, porque es Jesús en Persona, y este regalo nos lo deja Jesús en el Jueves Santo.
          Pero además de dejar la Eucaristía, Jesús nos deja otro regalo más en la Última Cena, un regalo que surge de lo más profundo de su Corazón, y es el sacerdocio ministerial, para que se pueda celebrar la Misa y confeccionar la Eucaristía, para que Él pueda quedarse en medio de los hombres.
          Por esto Jesús le dice a la Iglesia: "Haced esto en memoria mía" (Lc 22, 19), y lo que la Iglesia tiene que hacer en memoria de Jesús, es la renovación del Sacrificio de la Cruz, la Santa Misa, lo mismo que hizo Jesús en la Última Cena, el Jueves Santo. Lo que tiene que hacer la Iglesia es la Eucaristía, pero la Eucaristía no se puede hacer si no hay Misa, y la Misa no se puede hacer si no hay sacerdote. Jesús nombra sacerdotes a sus discípulos y amigos, y deja instituido el sacerdocio, para que ellos celebren la Misa y confeccionen la Eucaristía, y a partir de sus discípulos, todos los sacerdotes del mundo harán lo mismo, hasta el fin de los tiempos, hasta el Día del Juicio Final.
          Como solo la Eucaristía es la Puerta abierta al cielo, si no hay Eucaristía, la Puerta está cerrada y no podemos unirnos a Dios y no podemos recibir de Dios lo que Dios nos da: luz, Amor, paz, alegría, misericordia.
          Sin Eucaristía, el mundo queda envuelto en tinieblas, como un día sin luz de sol, en el que hace mucho frío y está todo oscuro y muerto. Nadie puede hacer lo que hace el sacerdote: ni la Virgen, ni San Miguel Arcángel, ningún ángel del cielo.
          Para que haya Eucaristía, para que haya una puerta abierta al Padre, para que los hombres tengan luz, paz, amor, alegría, Jesús deja el sacerdocio para su Iglesia.
          Por la Eucaristía, confeccionada por el sacerdocio ministerial, los dos grandes dones Jesús en la Última Cena, los hombres pueden cumplir el Mandamiento nuevo, el mandamiento de la caridad, que manda amar al prójimo como Cristo nos ha amado, con el Amor de la Cruz: "Amaos los unos a los otros, como Yo os he amado".
          

martes, 26 de junio de 2012

Es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida



“Es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida” (Mt 7, 6. 12-14). Para quien quiera salvarse, para quien quiera llegar a la Vida eterna, hay una sola puerta que atravesar y un solo camino, angosto, que recorrer: la Cruz de Cristo. No hay otro modo de llegar al cielo que no sea la Cruz de Jesús, por medio de la cual se crucifica y se da muerte al propio yo, que es egoísta, orgulloso, vanidoso, irascible, carnal, soberbio, auto-suficiente, mundano, avaro, y lleno de sí mismo.
Sólo la Cruz de Cristo es capaz de destruir, con la fuerza del Amor divino, al hombre viejo, para dar lugar al hombre nuevo; sólo cuando se crucifica al hombre carnal y egoísta, por medio de la mortificación de los sentidos, la penitencia, el ayuno, la oración fervorosa y continua, y el don de sí mismo para la salvación del prójimo, sólo entonces, muere el hombre viejo, para dar nacimiento al hombre nuevo, al hombre que vive la vida de la gracia, la vida misma de Dios Uno y Trino.
Quien no quiera ingresar al cielo por la puerta estrecha y angosta de la Cruz de Jesús, será dejado en libertad por Dios para hacer su propia voluntad, y así comenzará a recorrer los anchos y espaciosos caminos que llevan a la perdición eterna del alma, dando rienda suelta a las pasiones más bajas: glotonería, embriaguez, lascivia, codicia, ira, pereza, las cuales son como lamentos anticipados del infierno que el condenado escuchará por la eternidad.
“Es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida”. Sólo la Cruz de Jesús conduce a la eterna felicidad; todas las seducciones que presenta el mundo, con los cuales atrae al hombre de hoy, aún desde la niñez, son anchos y espaciosos caminos al infierno.

lunes, 20 de junio de 2011

Entrad por la puerta estrecha

Para pasar por la Puerta estrecha
y seguir por el Camino angosto,
se necesita un corazón pequeño,
humilde,
que rece, ayune, y obre la misericordia,
no para ser alabado,
sino para ser visto
por el Padre de los cielos.


“Entrad por la puerta estrecha. Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos van por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos” (cfr. Mt 7, 6.12-14).

Jesús nos dice que para ir al cielo, hay que encontrar una puerta estrecha, hay que entrar por ella, y luego seguir el camino, muy angosto, que se encuentra atravesando la puerta. Puerta estrecha y camino angosto.

Es una puerta estrecha, hay muy poco espacio, y es muy difícil atravesar por ella. Al ser la puerta tan estrecha, y al ser el camino tan angosto, no se pueden llevar grandes objetos materiales, ni cosas superfluas; sólo se puede llevar lo indispensable para andar el camino: oración, mortificación, penitencia, ayuno, buenas obras, sacramentos.

Por la puerta estrecha no se puede pasar una valija de dinero, pero tampoco sirve una billetera abultada, porque no sirve de nada el dinero para el camino angosto que hay que recorrer; para pasar la puerta y seguir por el camino, hay que ser pobres, de cosas materiales y de espíritu; no se puede atravesar la puerta estrecha con escritorios de roble, ni con pisos de mármol, ni con grifos de oro; no se puede atravesar la puerta estrecha y tampoco se puede recorrer el camino con un auto cero kilómetro, porque la puerta es tan estrecha, y el camino es tan angosto, que solo se puede ir a pie, con el calzado mínimo, y si se va descalzo, mejor; no se puede atravesar la puerta estrecha, ni andar el camino, con computadoras, cámaras de video, cámaras de foto, ni se puede andar el camino angosto con recuerdos de playa, de montaña, de vacaciones despreocupadas, de cruceros interminables por apacibles mares: solo lo pasan quienes llevan en sus recuerdos, en sus pensamientos y en sus corazones, la Pasión de Jesucristo y su infinito Amor; no se puede atravesar la puerta estrecha, ni se puede andar el camino, con cantos de jolgorio y de festines: solo se pueden entonar cantos de alabanzas a Dios y de amistad al prójimo; no se puede atravesar la puerta estrecha con el corazón henchido de soberbia, porque es tan estrecha, y el corazón soberbio es tan voluminoso, que no puede pasar, y un corazón así, no puede andar por el camino angosto, porque no puede dar ni un solo paso, y ya se fatiga: sólo puede atravesar esa puerta el corazón pequeño y humilde, que reza, hace ayuno, y obra la caridad, no para que lo alaben los demás, sino para que lo vea en lo más profundo su Padre, Dios.

No se puede atravesar la puerta estrecha y andar por el camino angosto con enormes bolsas de alimentos y víveres, ni con apetito de manjares suculentos y de carnes asadas: sólo se puede atravesar esta puerta con una pequeña vianda, la cual se comerá con unción y con hambre de Dios durante el camino: Pan Vivo bajado del cielo, Vino de la Alianza Nueva y Eterna, y carne de Cordero, asada en el fuego del Espíritu Santo.

¿Dónde encontrar la puerta estrecha y el camino angosto? Porque la puerta ancha, y el camino ancho, se encuentran en el mundo, por todas partes, y es muy fácil acceder y transitar por ellos.

La Puerta es la Virgen y el Camino es Jesús, y los dos se encuentran en la única Iglesia de Dios. La Madre de Dios se llama “La Puerta”, porque es Portal de eternidad: por Ella, vino el Dios Eterno a este mundo, y por Ella, a través de su Corazón Inmaculado, los pobres mortales ingresan en la eternidad, ya que Ella los presenta en sus brazos, como hijos suyos, ante su Hijo Dios.

Y su Hijo es el Camino, por el cual los hombres llegan a su destino final en la eternidad, el seno de Dios Padre, en el Espíritu.

sábado, 14 de mayo de 2011

Yo Soy la Puerta de las ovejas

"Cristo, Buen Pastor, Pastor Sumo y Eterno,
apacienta nuestras almas,
condúcenos a las praderas eternas,
en donde nunca más tendremos sed ni hambre;
llámanos por nuestro nombre,
y responderemos presurosos
al dulce sonido de tu silbo amable;
llámanos, condúcenos, guíanos hacia Ti, oh Pastor Eterno,
Dios de toda bondad,
y entraremos
en tu calma y en tu amor para siempre,
y Te adoraremos,
exultantes y rebosantes de alegría,
por la eternidad sin fin".

(Domingo IV – TP – Ciclo A – 2011)

“Yo Soy la Puerta de las ovejas” (Jn 10, 1-10). Jesús se da a sí mismo el nombre de “puerta” y el motivo es que a través de Él, el Padre se comunica con los hombres, y los hombres tienen acceso al Padre. Así como en una puerta se pasa de un lado a otro, en ambas direcciones, así por Cristo Puerta el alma, en un movimiento ascendente, uniéndose a su Cuerpo resucitado en la Eucaristía, pasa de este mundo al otro, para entrar en comunión, por el Espíritu Santo, con Dios Padre; en el movimiento descendente, es Dios Padre quien, por medio del Cuerpo resucitado de Cristo, comunica su Espíritu Santo, que santifica y diviniza a los hombres.

Es a través de su Cuerpo resucitado, que Cristo oficia de “puerta”, porque el hombre se une a su Cuerpo, en la Eucaristía, y de Él recibe el Espíritu Santo que, uniéndolo a Él, lo conduce ante la Presencia del Padre, y es por su Cuerpo resucitado, que Dios Padre envía a su Espíritu Santo, como sucedió en el Viernes Santo, en el día de la crucifixión, cuando el soldado romano atravesó el Corazón de Jesús, derramando a través de la herida abierta, Sangre y Agua, y con la sangre y el agua, símbolos de los sacramentos, el Espíritu Santo; es lo que sucede en Pentecostés, cuando Cristo, utilizando su Cuerpo resucitado, espira con su boca el Espíritu Santo sobre la Iglesia reunida en oración; es lo que sucede en la Santa Misa, cuando Cristo, actuando in Persona Christi a través del sacerdote ministerial, utiliza la voz del sacerdote para espirar el Espíritu Santo sobre las ofrendas, para convertirlas en su Cuerpo y en su Sangre.

Así como una puerta comunica en ambos sentidos, así el Cuerpo de Cristo, inhabitado por el Espíritu Santo, comunica el Espíritu a los hombres, y conduce a los hombres, unidos en Cristo, al encuentro con el Padre: “nadie va al Padre sino es por Mí” (cfr. Jn 14, 6).

“Yo Soy la Puerta de las ovejas (…) el pastor entra por la puerta, y ellas conocen su voz (…) las ovejas entran y salen por la puerta y encuentran reposo y alimento”. La Puerta es Jesús, y el Pastor que entra y sale por esa Puerta Santa es Dios Padre, y las ovejas, que son los bautizados en la Iglesia Católica, conocen su voz, porque han recibido su gracia en el bautismo, y han sido convertidos en hijos adoptivos de Dios, y como hijos, conocen la voz del Padre; al entrar en la Puerta que es Jesús, las ovejas encuentran reposo, y son protegidas de las oscuridades de la noche y de las bestias salvajes que acechan, es decir, los bautizados entran y se refugian en el Sagrado Corazón de Jesús, y allí, en ese Cenáculo de amor, se encuentran al abrigo y al reparo de la oscuridad de los infiernos, y de las bestias suprahumanas, los demonios; pero también las ovejas encuentran su alimento, gracias a la Puerta, porque salen por ella para ser conducidas por el pastor a las verdes praderas y a las aguas cristalinas: los bautizados encuentran en Cristo, Sumo Pastor y Pastor Eterno, el alimento de la gracia celestial, la Eucaristía, que los nutre con la substancia misma de Dios. Así como las ovejas, al ser acompañadas por el buen pastor, son conducidas a los prados verdes, en donde pueden satisfacer su hambre, y a las aguas cristalinas, donde sacian su sed, así los bautizados que comulgan la Eucaristía, sacian su sed y su hambre de Dios, porque la Eucaristía los extra-colma con la sobreabundancia del Ser divino que se dona en su totalidad, sin reservas, en cada comunión eucarística.

“Yo Soy la Puerta de las ovejas”. Cristo en la Eucaristía es Puerta que nos conduce al seno de Dios Padre; es Pastor, que pastorea nuestras almas conduciéndonos a los pastos tiernos y al agua cristalina que es la gracia divina; su Sagrado Corazón es la Puerta por donde ingresamos para reposar y descansar de toda fatiga, de todo dolor, de toda tribulación, para hallar la paz del alma y la alegría del corazón que solo Dios puede dar.

Cristo, Buen Pastor, Pastor Sumo y Eterno, apacienta nuestras almas, condúcenos a las praderas eternas, en donde nunca más tendremos sed ni hambre; llámanos por nuestro nombre, y responderemos presurosos al dulce sonido de tu silbo amable; llámanos, condúcenos, guíanos hacia Ti, oh Pastor Eterno, Dios de toda bondad, y entraremos en tu calma y en tu amor para siempre, y te adoraremos, exultantes y rebosantes de alegría, por la eternidad sin fin.