Mostrando entradas con la etiqueta hijo pródigo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta hijo pródigo. Mostrar todas las entradas

domingo, 30 de marzo de 2025

“El padre se conmovió, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos”

 


(Domingo IV - TC - Ciclo C – 2025)

         “El padre se conmovió, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos” (cfr. Lc 15, 11-32). En la parábola del hijo pródigo se revela el verdadero rostro del catolicismo y es la misericordia infinita del corazón de Dios Padre para con la humanidad. Esto conviene aclararlo porque muchos, no solo fuera de la Iglesia Católica, sino aún desde dentro de la Iglesia Católica, tergiversan y traicionan el mensaje evangélico afirmando erróneamente que el catolicismo es algo así como una ONG piadosa, una organización de orden social dedicada a obras benéficas a las que se le agregan artificialmente oraciones y actos de piedad, como es el caso, por ejemplo, del traidor teólogo salvadoreño Jon Sobrino, a quien el Vaticano[1] llamó la atención por sus escritos y su doctrina, precisamente por destacar solamente la naturaleza humana de Jesús, dejando de lado su divinidad. Si esto fuera así, es decir, si Cristo es sólo un hombre, el cristianismo entonces se reduce a una organización fraterna de asistencia social que tiene por objetivo primero y último la reducción de la pobreza material entre los hombres, lo cual es una falsificación absoluta del mensaje evangélico y una contradicción a veinte siglos de magisterio eclesiástico católico. Cristo es Dios y ha venido a salvarnos del Infierno y conducirnos al Cielo y la Iglesia, su Cuerpo Místico, es una prolongación de Cristo, que tiene su misma misión, en el tiempo y en el espacio, hasta el fin del mundo.

Si bien el cristiano está obligado por el amor de Dios a ayudar a su prójimo más necesitado, el cristianismo no tiene como fin último erradicar villas miserias o terminar con la pobreza en el mundo. El cristianismo no es ni hábito cultural ni acción social ni regla moral: es la Persona viva de Dios Padre que abraza a sus hijos por medio de su Hijo en la cruz, con su amor, el Espíritu Santo. El abrazo del padre de la parábola al hijo pródigo simboliza el abrazo con el que Dios Padre envuelve a toda la humanidad, por medio de los brazos abiertos en cruz de su Hijo Jesús, para donar a la Persona de Dios Espíritu Santo a través de la efusión de Sangre del Corazón traspasado de Dios Hijo en la cruz. Creer otra cosa, o peor aún, predicar conscientemente otro credo, es traicionar al Hombre-Dios Jesucristo, tal como lo traicionó el traidor Judas Iscariote.

“El padre se conmovió, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos”. El padre de la parábola representa a Dios Padre; el hijo pródigo, que malgasta toda su fortuna en un país extranjero y luego regresa arrepentido, es el hombre que, por el pecado original, malgasta la fortuna de la gracia original con la cual Dios lo había dotado en la Creación y que luego, al recibir la gracia de la conversión, se arrepiente y decide regresar al seno del Padre; los brazos abiertos del padre y el abrazo del padre de la parábola, representan a los brazos abiertos de Dios Padre y al abrazo que Dios Padre ofrece al hombre arrepentido de sus pecados y estos brazos abiertos y este abrazo de Dios Padre son los brazos abiertos de Dios Hijo en la Cruz, ya que Jesús en la Cruz abre los brazos pero no solo para ser clavados por gruesos clavos de hierro, sino para abarcar en ese abrazo a toda la humanidad, de modo que los brazos abiertos de Cristo en la cruz son los brazos abiertos de Dios Padre que abraza a toda la humanidad. Y este abrazo de Cristo en la cruz, que es el abrazo del Padre, Dios Padre y Dios Hijo donan el Espíritu de Amor al hombre arrepentido, no sólo perdonando los pecados, sino concediendo la filiación divina, adoptando a toda la humanidad como hija de Dios Padre en el Espíritu del Hijo.

        Ahora bien, esta parábola relatada por Nuestro Señor Jesucristo, reveladora de realidades celestiales y sobrenaturales, se actualiza en cada Santa Misa porque es una prefiguración del Santo Sacrificio del Altar, sacrificio del Cordero ofrecido por Dios Padre para derramar a Dios Espíritu Santo en las almas de los hijos pródigos, los bautizados en la Iglesia Católica. Por esto, podemos decir que en cada Santa Misa la parábola del hijo pródigo se hace realidad, cobra vida: Dios Padre recibe en su Casa, la Iglesia, a sus hijos pródigos, los bautizados, y para expresar su alegría y su gran contento por la presencia de sus hijos y su amor misericordioso por ellos, prepara un banquete celestial, una comida sobrenatural y la sirve en la mesa celestial: para expresar su alegría por nuestra presencia, Dios Padre nos convida con lo mejor que tiene, con un banquete preparado en el Reino de los cielos y servido en el Altar Eucarístico, en la tierra: el Cordero asado en el fuego del Espíritu, el Pan de Vida divina, y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna.

         Como muestra de su misericordia infinita para con sus hijos adoptivos, de su perdón misericordioso, de su alegría y de su amor misericordioso, Dios Padre dona a su Hijo resucitado en la Eucaristía para acudir al encuentro de sus hijos pródigos en cada comunión eucarística, para abrazarlos y cubrirlos con el amor de su corazón divino, el Espíritu Santo.



[1] Cfr. Diario Corriere della sera, edición digital www.corriere.it, artículo “Altolá al teologo Sobrino”, del 14 de marzo de 2007.

martes, 15 de marzo de 2022

“Mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida”

 


(Domingo IV - TC - Ciclo B - 2022)

         “Mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida” (Lc 15, 1-3. 11-32).  En la parábola del hijo pródigo, cada elemento de la parábola hace referencia a un misterio sobrenatural. Así, el padre de la parábola es Dios Padre; el hijo pródigo es el cristiano que, habiendo sido creado por Dios, fue adoptado como hijo por Dios Padre al recibir la gracia de la filiación divina en el Bautismo; la herencia o riqueza malgastada del hijo pródigo es la gracia santificante, que se pierde por causa del pecado; la situación de carestía en la que se encuentra el hijo pródigo luego de malgastar su fortuna, la gracia, es el estado en el que queda el alma luego de cometido el pecado, puesto que queda desolada en la profundidad de su ser, al perder la unión vital con Dios que le concedía la gracia; el deseo que el hijo pródigo experimenta, en ese estado de desolación, de regresar a la casa del padre, es la gracia de la conversión perfecta del corazón, la contrición, es decir, es cuando el alma experimenta un profundo dolor interior, de orden espiritual, al tomar conciencia de su malicia al obrar contra su Padre, Dios; el regreso a la casa del padre y el abrazo y beso con que éste lo recibe, representan al Amor de Dios, que se derrama por medio de la Sangre de Cristo en cada Confesión sacramental, concediendo el perdón de los pecados y el don de la Divina Misericordia trinitaria, que no quiere que ninguno de sus hijos se pierda, sino que se convierta y salve su alma; la fiesta que organiza el padre, con comida exquisita y buena música, representan la alegría del Cielo y sus habitantes -participación de la Alegría de Dios, que es Alegría Infinita- cuando se produce la conversión de un pecador en la tierra, porque ese pecador arrepentido ha dejado de lado el camino que lo llevaba a la eterna perdición y ha elegido el camino de la eterna salvación, el seguimiento de Cristo por el Camino Real de la Cruz; los elementos con los cuales el padre de la parábola adorna a su hijo, revelan que el padre trata a su hijo pródigo, no como a un siervo, sino como a un verdadero hijo, porque son todos signos que revelan filiación: el anillo, la vestimenta, las sandalias, porque nada de esto usan los siervos, sino solo aquel que es hijo verdaderamente. Finalmente, todo esto demuestra, por un lado, la insensatez del pecado –sobre todo, el pecado mortal-, que hace perder al cristiano la unión vital con la Trinidad; por otro lado, demuestra el inmenso Amor que el Padre tiene por sus hijos adoptivos, nosotros, los bautizados católicos, porque en el hijo pródigo estamos representados aquellos que hemos sido adoptados como hijos por Dios, hemos pecado y luego hemos recibido el Sacramento de la Penitencia.

         “Mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida”. El amor y la misericordia del padre de la parábola para con su hijo pródigo se hacen realidad ontológica, celestial y sobrenatural en el Sacramento de la Penitencia y en la Eucaristía: por el Sacramento de la Penitencia, Dios Padre derrama sobre nosotros la Sangre de su Hijo amado, Jesucristo y limpia nuestros pecados y nos devuelve la gracia santificante, colmándonos con su Amor; por el Sacramento de la Eucaristía, Dios Padre nos alimenta con un alimento exquisito, la Carne del Cordero, asada en el Fuego del Espíritu Santo, de manera que cada vez que nos alimentamos con el Pan del Altar, nuestras almas y corazones se ven inundados con el Amor Misericordioso del Padre, Cristo Jesús.     

sábado, 5 de marzo de 2016

“Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida”


(Domingo IV - TC - Ciclo C – 2016)

         “Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida” (Lc 15, 1-3. 11-32). En la parábola del hijo pródigo se representa el itinerario espiritual del alma que cae en pecado y que luego, recibiendo el don de la conversión, acude al Sacramento de la Penitencia para volver al estado de gracia. Cada personaje y cada elemento de la parábola, remite a una realidad espiritual: así, Dios Padre es el dueño de la estancia; la casa del Padre –la estancia- y todos los bienes que posee, son el estado de gracia en el alma, por la cual le vienen al alma toda clase de bienes, además de ser constituida como hija adoptiva de Dios; el hijo pródigo es el alma que, cediendo a la tentación y a las seducciones del mundo, olvida a Dios, que es su Padre por el bautismo, sin importarle su filiación divina adoptiva; la fortuna dilapidada es la gracia; el país extranjero, en el que el hijo pródigo gasta su fortuna, es la vida mundana, atea, agnóstica, alejada de Dios, de la oración, de la fe, de los sacramentos y del Amor de Dios, que es reemplazado por el amor del mundo y sus atractivos; los banquetes a los que asiste luego de abandonar la casa paterna, representan la satisfacción de las pasiones por medio del hedonismo y el materialismo; el hambre que experimenta luego de consumidos los banquetes, representa el efecto del pecado en el alma: aunque en un primer momento el alma, que sucumbió a la tentación y cometió el pecado, pareciera quedar satisfecha al complacer la concupiscencia, muy pronto comienza a experimentar  el vacío del Amor de Dios, que ya no está más con ella, además del sabor amargo de la concupiscencia satisfecha, sumada a la ausencia de paz, porque cuando el alma pierde la gracia, pierde la paz que sólo da Jesucristo: “Mi paz os dejo, mi paz os doy” (Jn 14, 27); la estadía en el país extranjero y la posterior decisión de regresar a la casa del Padre, representa la reflexión que –producto de la gracia- sobreviene en el alma luego del pecado; a esta reflexión le sigue luego la contrición, es decir, el verdadero arrepentimiento y dolor de los pecados, que consiste en tomar conciencia de la malicia del pecado, que se contrapone a la bondad y misericordia infinita de Dios. La contrición o verdadero arrepentimiento está representada en la parábola en la reflexión que hace el hijo pródigo, la que lo lleva luego a “levantarse para ir a la casa del padre” para pedirle perdón. Se trata de una verdadera contrición, del dolor profundo del corazón del hijo que se duele por haber ofendido, con su malicia, la bondad de su padre y esto está representado en la parábola, porque si bien el hijo pródigo se recuerda de los bienes que poseía en la casa de su padre, sin embargo no se lamenta por la pérdida de los bienes materiales, sino que su dolor se origina por haber abandonado a su padre y este dolor está representado en la frase: “Padre, pequé contra el cielo y contra ti”. Se trata de un dolor profundo, espiritual, por cuanto el hijo pródigo se arrepiente por haber abandonado a su padre, pecando al mismo tiempo contra el cielo, al faltar al Cuarto Mandamiento. Es un indicativo de la contrición del corazón, porque significa el alma a la que le duele el haber ofendido a Dios, que es Padre amoroso, y no tanto por haber perdido el cielo. A su vez, la actitud del padre de la parábola, que consiste en abrazarlo, en no reprocharle ni el abandono de la casa paterna, ni la dilapidación de su fortuna, organizando para él una fiesta para celebrar su regreso, representan el perdón y el Amor misericordioso de Dios que se nos ofrece por la Sangre de Jesús vertida en su sacrificio en cruz y se nos derrama en el Sacramento de la Penitencia. El ternero cebado, que es lo más preciado que tiene el padre y que sacrifica para celebrar el regreso del hijo pródigo, representa a Jesús, el Cordero de Dios "como degollado" (cfr. Ap 5, 1-14), que es lo que el Padre más ama desde la eternidad y que Él ofrece a las almas en el banquete escatológico, la Santa Misa, como manjar exquisito, super-substancial, para celebrar el regreso de sus hijos pródigos -nosotros, los bautizados en la Iglesia Católica-. Las vestimentas de fiesta, el anillo y las sandalias, indican que el alma recobra su condición y su dignidad de hija de Dios por la gracia recibida en la Confesión sacramental. La frase que el padre pronuncia: “Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida”, representan a los dos estados del alma: con pecado mortal –“estaba muerto” y se dice así porque el alma muere a la vida de la gracia, aun cuando la persona se desplace, respire, hable; está muerta a la vida de Dios y por eso se llama “pecado mortal”- y en estado de gracia –“ha vuelto a la vida”-, porque la gracia concede una vida nueva al alma, que es la vida misma de Dios Uno y Trino.

“Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida”. La misma alegría y la misma dicha que experimenta el padre de la parábola al ver regresar a su hijo, que estaba perdido, la experimenta Dios Padre cada vez que un alma, respondiendo a la gracia de la conversión, se duele en su corazón por haber ofendido a Dios y se confiesa sus pecados con una contrición perfecta, es decir, con el dolor que se produce no por el temor al castigo, sino por haberse comportado como un hijo malo que ha ofendido a su Padre Dios, infinitamente bueno y misericordioso. Como pecadores que somos, la Iglesia nos pone esta parábola en el tiempo de Cuaresma –además estamos en el Año de la Misericordia- para que nos reconozcamos en el hijo pródigo y para que, meditando acerca del Amor misericordioso de Dios materializado en Cristo Jesús, nos acerquemos al Sacramento de la Penitencia para así experimentar el abrazo y la ternura de Dios Padre. La confesión sacramental es el acto propio del hijo pródigo que regresa a su Padre Dios, siendo bienvenido por Él y recibiendo de Él el beso de la paz, y la garantía de su perdón y de su Amor es la Sangre de Cristo derramada en la cruz.

viernes, 8 de marzo de 2013

“El padre lo abrazó y lo cubrió de besos”



(Domingo IV - TC - Ciclo C - 2013)
         “El padre lo abrazó y lo cubrió de besos” (Lc 15, 1-3. 11-32). En la parábola del hijo pródigo, el padre “abraza” y “cubre de besos” al hijo que, después de haberlo abandonado y haber malgastado la herencia recibida, regresa arrepentido a la casa paterna. En señal de alegría por el regreso de su hijo, a quien creía perdido, el padre de la parábola manda a sus criados a hacer una gran fiesta, y para ello, ordena que maten al cordero cebado, además de hacer vestir al hijo con “la mejor ropa, anillos y sandalias” que indican su condición de hijo y no de siervo.
En esta parábola del hijo pródigo estamos representados todos los bautizados, porque todos hemos nacido con el pecado original, y luego también hemos pecado, lo cual está figurado en la herencia malgastada del hijo pródigo. Todos somos el hijo pródigo, cada vez que faltamos a los Mandamientos de la Ley de Dios, porque el pecado es dilapidar la gracia santificante. Esta condición nuestra de pecadores es lo que está representado en este Evangelio, pero también está representado el Amor de Dios Padre, en la actitud del padre de la parábola de “cubrir de besos y abrazar” a su hijo pródigo, y en el organizar luego un banquete para celebrar su llegada.
El abrazo de Dios Padre y su Amor hacia nosotros, se da en el Sacramento de la Confesión: en cada confesión sacramental, Dios Padre, mucho más que abrazarnos y cubrirnos de besos, como el padre de la parábola, nos dona su Amor y nos cubre con la Sangre de su Hijo Jesucristo, que nos perdona los pecados y nos regresa al estado de gracia. También la alegría del padre de la parábola, que manda vestir “con la mejor ropa” al hijo, y manda ponerle un anillo y sandalias, signos distintivos de que su hijo es hijo y no sirviente, se da en el sacramento de la confesión, porque allí Dios Padre nos viste no con ropa nueva, anillo y sandalias, sino con la gracia santificante, que nos restablece plenamente en nuestra condición de hijos adoptivos de Dios y nos quita la servidumbre del pecado.
Pero también el Sacramento de la Eucaristía está representado en la parábola: cuando el hijo regresa arrepentido, el padre de la parábola manda, en señal de alegría por el retorno de su hijo, que se mate el ternero cebado y que se prepare una gran fiesta, en donde no falten la música y la alegría. Luego de la confesión sacramental, que señala el regreso del hijo pródigo a Dios por el arrepentimiento, Dios Padre organiza un banquete celestial, en señal de la alegría que lo embarga porque sus hijos pródigos se han confesado, y manda sacrificar, no un ternero cebado, sino a su propio Hijo, el Cordero de Dios, para que los comensales de tan sagrado banquete se deleiten con manjares exquisitos: carne de Cordero, asada en el fuego del Espíritu Santo, el Cuerpo de Jesús resucitado; Pan Vivo bajado del cielo, Jesús en la Eucaristía, y Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre de Jesús derramada en la Cruz y recogida en el cáliz del altar, para luego ser derramada en los corazones que aman a Jesús.
En la parábola, estamos representados los católicos en el hijo pródigo, porque cada vez que acudimos al sacramento de la confesión y a la Eucaristía, Dios Padre nos abraza con su Amor y nos cubre con la Sangre de su Hijo Jesús, y organiza luego el banquete celestial, la Santa Misa, para que nos alegremos con los manjares del cielo: la Carne del Cordero de Dios, el Pan de Vida Eterna y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna.
“El padre lo abrazó y lo cubrió de besos”. Si el padre de la parábola asombra porque en vez de castigar a su hijo pródigo “lo abraza y cubre de besos”, mucho más debe asombrarnos y maravillarnos el Amor de Dios Padre, que a pesar de comportarnos como el hijo pródigo, dilapidando el bien de la gracia con la mundanidad y el pecado, y a pesar de haber crucificado a su Hijo, nos perdona en cada Confesión sacramental y nos concede todo lo que Es y lo que tiene, su Hijo Jesús en la Eucaristía.
Recibir los sacramentos de la confesión y de la Eucaristía es para los católicos vivir en carne propia la parábola del hijo pródigo.