Mostrando entradas con la etiqueta Buen Samaritano. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Buen Samaritano. Mostrar todas las entradas

domingo, 3 de julio de 2022

Jesús, el Buen Samaritano

 


(Domingo XV - TO - Ciclo C – 2022)

“¿Quién es mi prójimo?” (Lc 10, 25-37). Para contestar la pregunta acerca de quién es el prójimo, para el cristiano, para el seguidor de Cristo, Jesús narra la parábola del buen samaritano. En esta parábola, un samaritano socorre a un hombre que ha sido golpeado casi hasta morir por unos asaltantes, habiendo sido dejado de lado previamente por un sacerdote primero y por un levita después. Para entender la parábola, tenemos que reemplazar los elementos naturales por elementos sobrenaturales: el hombre que va caminando y es asaltado por unos bandidos y delincuentes, es el ser humano, que en el camino de la vida y de historia humana va como ese hombre, desprotegido, a causa del pecado original; las heridas que recibe, son las heridas del alma, producidas por el pecado habitual; los asaltantes del camino son los demonios, los ángeles caídos, que atacan al hombre de todas las maneras posibles, para hacerle daño y provocar su eterna condenación, de ser posible, aunque también son los hombres malos, los hombres sin Dios en sus corazones, que provocan daño al prójimo, solo por malicia; la posada en la que el hombre herido encuentra protección es la Iglesia Católica, que con sus Sacramentos, sus Preceptos, sus leyes divinas, su Sabiduría divina, nos protege del daño que nos hacen el mundo, el demonio y los hombres malvados unidos al Demonio; las vendas y el aceite con las que el Buen Samaritano cura al hombre herido, son representación de la gracia santificante y de la Sangre que brotan del Corazón traspasado de Jesús y que por medio de los Sacramentos llega a nuestras almas, sanándolas de todo pecado, quitando el rencor, la envidia, el odio, la maledicencia, el apetito carnal desordenado, es decir, quitándonos todo tipo de pecado; los que pasan de largo ante el hombre herido, primero el sacerdote y después el levita, representan a aquellos católicos que, ante la dificultad, necesidad o tribulación en la que se encuentra el prójimo, pasan de largo, es decir, hacen de cuenta que no lo ven y no lo auxilian: son los católicos que no practican su religión, aunque asistan a Misa, se confiesen y comulguen, porque tiene una fe que no se demuestra por obras y la fe se demuestra por obras, por obras de misericordia, corporales y espirituales; son los católicos que se desentienden tanto de las necesidades del prójimo como de las necesidades de la Iglesia; por último, el samaritano, que auxilia a un hombre malherido, que lo lleva a una posada para que sus heridas sean curadas y que paga todos los gastos que esto conlleva, es Jesús, el Buen Samaritano, el Samaritano por excelencia, Aquel que jamás nos abandona y que con su Sangre cura nuestras heridas.

“¿Quién es mi prójimo?”. La respuesta a esta pregunta nos la da Jesucristo, el Buen Samaritano y no solo nos responde quién es –todo ser humano que atraviesa por una tribulación-, sino que nos enseña qué hacer ante este prójimo, y es el obrar la misericordia. Si no somos misericordiosos para con nuestro prójimo, incluido el enemigo, entonces no podemos llamarnos cristianos; sólo si obramos la misericordia, seremos considerados cristianos e hijos adoptivos de Dios Padre.

 

viernes, 8 de julio de 2016

“Se portó como prójimo el buen samaritano”


(Domingo XV - TO - Ciclo C – 2016)

         “Se portó como prójimo el buen samaritano” (Lc 10, 25-37). Para graficar el Nuevo Mandamiento de la caridad, promulgado por Él, Dios en Persona, Jesús relata la parábola del buen samaritano, en la cual se relata en qué consiste, verdaderamente, el Primer Mandamiento, el mandamiento que concentra en sí toda la Ley de Dios: “Amarás a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Para comprender la parábola -que explica el sentido nuevo y sobrenatural del Nuevo Mandamiento de Jesús-, hay que considerar que cada elemento de la parábola representa una realidad espiritual y sobrenatural: el hombre asaltado y herido, que queda tendido en el camino a causa de los golpes recibidos, es la humanidad herida por el pecado, atormentada por el Demonio y acechada por la muerte; los asaltantes que lastiman al hombre, son los demonios, los ángeles caídos, cuyo único objetivo es perder al hombre eternamente, descargando en él su furia deicida, al ser el hombre la creatura predilecta de Dios y la naturaleza a la que deben adorar en Cristo Jesús, Dios Hijo encarnado; la posada a la cual es llevado el hombre herido para ser curado es la Iglesia, que brinda la medicina del alma necesaria para curar las heridas que deja el pecado, esto es, la gracia santificante que se dona a través de los sacramentos; el buen samaritano, que se detiene a auxiliar a su prójimo, representa a Jesús, el Buen Samaritano, que cura a la humanidad con su Sangre y su gracia; el sacerdote y el levita que pasan de largo representan a los religiosos y laicos que, faltos de caridad y de amor sobrenatural al prójimo, no tienen compasión ni misericordia con su prójimo y es así que, en la negación de auxilio, está representada la religión vacía de amor verdadero y sobrenatural, porque tanto el sacerdote como el levita, por el hecho de ser hombres religiosos, estaban obligados por el Primer Mandamiento a prestarle socorro y asistencia, quedando así en evidencia la falsedad del corazón de aquel que, aun perteneciendo a la verdadera iglesia de Dios, tiene sin embargo un corazón frío y duro para con su prójimo; el Buen Samaritano, por el contrario, que representa a Jesucristo que sana nuestras heridas, además de a Jesucristo, representa todo aquel que obra religiosamente, aun sin pertenecer a la verdadera Iglesia -la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica-, porque obrar con amor al prójimo por amor a Dios y con temor de Dios es la esencia de la religión.

La parábola muestra también cómo es vacía la religión –representada en el sacerdote y el levita que pasan de largo ante el samaritano herido- cuando no hay caridad, porque la esencia de la religión es el Amor en la Verdad a Dios y al prójimo: “Quien dice que ama a Dios y no ama a su prójimo, ese tal es un mentiroso” (1 Jn 4, 20). El hombre debe amar a Dios, pero Dios tiene su imagen viviente en la tierra y es el prójimo, por lo tanto, si alguien no ama a  su prójimo, no ama en realidad a Dios, aun cuando rece y reciba los sacramentos y cumpla exteriormente con los preceptos de la religión. El Apóstol Santiago nos dice en qué consiste la verdadera religión: “La verdadera religión consiste en socorrer al prójimo por amor a Dios, manteniéndose apartados del espíritu del mundo: “La religión pura y sin mancha delante de nuestro Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y guardarse sin mancha del mundo” (1, 27).El amor a Dios debe pasar por el amor al prójimo, en el sentido de que debe ser demostrado en el amor al prójimo, porque el prójimo es la imagen viviente de Dios Encarnado, Jesucristo, y en quien Jesucristo inhabita misteriosamente: “Lo que hagáis a uno de estos pequeños, a Mí me lo hacéis”. Otro elemento a considerar es que el amor al prójimo se extiende incluso a aquel prójimo que, por algún motivo circunstancial, es nuestro enemigo, porque así lo manda Jesús: “Amen a sus enemigos” (Mt 5, 44) y así nos lo demuestra en la cruz, dando su vida por nosotros, que éramos enemigos de Dios por el pecado. El amor cristiano al prójimo, demostrado en la parábola del buen samaritano, no es un amor meramente humano, sino sobrenatural, porque se debe amar al prójimo como Cristo nos ha amado: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”, y Jesús nos ha amado hasta el extremo de dar su vida en la cruz por Amor a todos y cada uno de nosotros.
“Se portó como prójimo el buen samaritano”. De Dios hemos recibido este mandamiento: “Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo” (cfr. 1Jn 4, 21; Mt 22, 40). Si no amamos a nuestro prójimo, a imitación de Cristo, el Buen Samaritano, y si no lo amamos con su mismo Amor, el Amor de Dios, el Espíritu Santo, toda nuestra religión es vana. Si amamos a Dios y demostramos ese amor siendo misericordiosos con nuestros hermanos, estamos ya en condiciones de entrar en el Reino de los cielos.


domingo, 5 de octubre de 2014

“¿Qué tengo que hacer para ganar la vida eterna?” “Sé misericordioso, como el samaritano de la parábola”




“¿Qué tengo que hacer para ganar la vida eterna?” “Sé misericordioso, como el samaritano de la parábola” (cfr. Lc 10, 25-37). Un joven le pregunta a Jesús acerca de qué es lo que debe hacer para “ganar la vida eterna”, y Jesús le responde con la parábola del buen samaritano, que socorre a un hombre que es dejado malherido, luego de ser golpeado por los asaltantes del camino, y al cual un sacerdote y un levita, respectivamente, lo habían dejado abandonado, sin socorrerlo.
         Con la parábola, además de enseñarnos de que las obras de misericordia –en este caso, corporales, pero también se encuentran las espirituales- son absolutamente necesarias para entrar en la vida eterna –de hecho, es la enseñanza central de la parábola-, Jesús nos enseña otra cosa que, si bien es secundaria en relación a la enseñanza central, no deja de ser menos importante. Esta otra enseñanza es la siguiente: que la práctica de la religión no es lo que hace bueno y, mucho menos, santa, a una persona, y que Dios no premia con la vida eterna a una persona, por la práctica externa de la religión, porque Dios ve en lo profundo del corazón, y no las apariencias externas.

“¿Qué tengo que hacer para ganar la vida eterna?” “Sé misericordioso, como el samaritano de la parábola”. La parábola contiene, por lo tanto, una doble enseñanza: la vida eterna se consigue a fuerza de obras de misericordia, corporales –como las obradas por el buen samaritano, para con el prójimo, que estaba malherido por los asaltantes-, y que no por aparentar piedad, bondad y santidad por fuera, usando hábitos religiosos y frecuentado el templo, nos salvaremos, porque Dios no se deja engañar por nadie, ya que Él escudriña lo más profundo de los corazones, y sabe si en ellos hay bondad o malicia, y si hay malicia, ese corazón no entrará en el Reino de los cielos, aún cuando esté adornado por fuera con vistosos y costosos hábitos religiosos. Sólo los corazones humildes y contritos, y llenos de amor a Dios y al prójimo, entrarán al Reino de los cielos, aún cuando por fuera, estén revestidos de harapos o de pobres vestidos, como el samaritano.

sábado, 13 de julio de 2013

“Si quieres ganar la vida eterna, si quieres salvar tu alma, ve y procede de la misma manera que el buen samaritano (…) ten compasión de tu hermano más necesitado”


(Domingo XV - TO - Ciclo C – 2013)
         “Ve y procede de la misma manera (…) ten compasión de tu hermano más necesitado” (Lc 10, 27-35). En la parábola del Buen Samaritano, Jesús no nos da un mero ejemplo de cómo ser solidarios con los demás: en la parábola está contenida toda la historia de la salvación: está contenido el misterio de iniquidad, la caída del hombre y su destierro del Paraíso a causa del pecado original; la tenebrosa y siniestra realidad de los ángeles caídos, que precedieron al hombre en su separación de Dios y, finalmente, el perdón, el rescate y la redención del Hombre-Dios Jesucristo. Además, en la parábola, dada por Jesucristo como respuesta a la pregunta de “qué hay que hacer para ganar la vida eterna”, está el programa de vida que conduce a la salvación eterna.
         Cada uno de los integrantes de la parábola, por lo tanto, representa una realidad sobrenatural:
         -La caída del hombre a causa del pecado está representada en el asalto y ataque de los ladrones del camino, que dejan al hombre de la parábola malherido y tendido en el suelo: es la imagen del hombre caído por el pecado, expulsado del Paraíso, privado de la visión de Dios porque ya no posee la gracia santificante.
         -Los asaltantes del camino representan a los demonios, que hacen presa fácil del caminante, son los demonios que, expulsados del Paraíso, dominan con facilidad al hombre, que por haber sido expulsado de la Presencia de Dios, está solo e indefenso. Los que pasan de largo representan a los hombres que, sin Dios, que es Amor, no tienen compasión ni amor por sus prójimos.
         -El hombre golpeado es la humanidad sin Dios, fácil presa de los demonios, del pecado y de las pasiones sin control.
         -El Buen Samaritano es figura de Cristo, quien con su misterio pascual de Muerte y Resurrección, rescata al hombre, le concede el perdón divino, lo sana con su gracia santificante y le concede una nueva vida, la vida de los hijos de Dios.
-La posada, a la cual acude el Buen Samaritano con el hombre herido a a cuestas, y en donde reposa para terminar de curar sus heridas, es figura de la Iglesia con sus sacramentos, que recibe en nombre de Cristo al hombre herido por el pecado original, atormentado por los demonios, y acosado por sus pasiones, para que sane de sus heridas y se sienta a salvo y en paz.
-El último elemento que se encuentra en la parábola, es la representación de lo que todo católico debe hacer si quiere salvar su alma: imitar a Jesús, el Buen Samaritano. Recordemos que la parábola es dada por Jesús como respuesta a la pregunta de un doctor de la ley acerca de qué es lo que debe hacerse para ganar la vida eterna: Jesús le dice que hay que cumplir el Primer Mandamiento, el que manda amar a Dios y al prójimo, y cuando el doctor de la ley pregunta quién es el prójimo, Jesús narra la parábola del Buen Samaritano.
Al responder con esta parábola, y al ser Jesús el Buen Samaritano, Jesús nos está diciendo que esta es la vía de la salvación, y que el que quiera salvarse, debe hacer lo que Él hizo: auxiliar a su prójimo más necesitado, incluido, y en primer lugar, aquel prójimo que es nuestro enemigo, porque los samaritanos eran enemigos con los judíos. Por este motivo, la Iglesia pide a sus hijos que practiquen las obras de misericordia espirituales y corporales, y esto sin reparar si el prójimo es amigo o enemigo: el Amor de Dios no hace acepción de personas. 
De esta manera, la respuesta a la pregunta, por parte de Jesús, se articula entonces en dos partes: en la primera parte, Jesús le dice al doctor de la ley que para entrar en la vida eterna, hay que cumplir el Primer Mandamiento, que manda amar a Dios y al prójimo; en la segunda parte de la respuesta, Jesús nos hace ver que el amor a Dios se materializa en el amor al prójimo, y que ese prójimo no es solo quien nos simpatiza, sino ante todo, el que por alguna circunstancia, es nuestro enemigo. 
Además, por medio de la parábola, Jesús nos hace ver que el verdadero prójimo es aquel que tiene compasión del que sufre, y luego le dice: “Ve tú y haz lo mismo”, y como lo que le dice al doctor de la ley nos lo dice a todos nosotros, también nosotros, si queremos salvar nuestras almas, si queremos ingresar en el Reino de los cielos, si queremos disfrutar de toda una eternidad de paz, alegría, amor y felicidad inimaginables, entonces “hagamos lo mismo”, es decir, imitemos a Jesús en su compasión por los más necesitados y auxiliemos, según nuestro estado de vida, a nuestros hermanos que sufren.
Ahora bien, si en esta parábola está contenido el programa de la salvación eterna, también está contenida la perdición de quienes no obren según Jesús: si alguien cierra su corazón a la compasión y a la misericordia –como lo hacen el levita y el sacerdote de la antigua alianza de la parábola-, entonces ese tal se cierra a sí mismo las posibilidades de su propia salvación.
¿Cómo obtenemos la salvación? Jesús nos responde, tal como le respondió al doctor de la ley: “Si quieres salvar tu alma, si quieres entrar en el Reino de los cielos, si quieres entrar en comunión de vida y amor con las Tres Divinas Personas, si quieres vivir en el Amor, en la paz, en la felicidad y la alegría para siempre, ve y procede de la misma manera, obra la misericordia y ten compasión de tu hermano más necesitado”. Lo que nos enseña la parábola, entonces, es que quien se compadece de su hermano que sufre, tiene el cielo asegurado, puesto que es el mismo Jesús quien lo dice: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7).

martes, 5 de marzo de 2013

“El que cumpla y enseñe los Mandamientos será considerado grande en el Reino de los cielos”



“El que cumpla y enseñe los Mandamientos será considerado grande en el Reino de los cielos” (Mt 5, 17-19). Los criterios de Jesús están en contraposición con los criterios del mundo: mientras el mundo considera insignificantes a quienes enseñan los Mandamientos de Dios y castiga relegando a quienes lo hacen, el Cielo, por el contrario, los considera “grandes”, elogiándolos y premiándolos, aunque no en esta vida, sino en la otra.
El motivo es que el mundo se rige por una escala de valores -o, más bien, de anti-valores- que se contraponen radicalmente a los valores evangélicos: para el mundo, los Mandamientos de la ley de Dios no cuentan para nada, porque el mundo se rige con los criterios del materialismo y del culto al poder, a la sensualidad, al éxito, a la apariencia, al egoísmo, al dinero y a la violencia.
Esto quiere decir que en el mundo triunfa quien muestra más ambición por el dinero, o quien muestra más astucia mundana para alcanzar puestos de poder, o quien se muestra más despiadado para con su prójimo, ya que para subir en la escala del mundo se necesita dejar de lado la compasión y la misericordia. El mundo premia a los que se muestran inmisericordiosos, avaros, hedonistas, materialistas, inescrupulosos, ávidos de riquezas ajenas.
Contrariamente ocurre en la Iglesia: quien más se acerca al ideal del Buen Samaritano que es Cristo, quien más viva la santa pobreza de la Cruz, quien más se esfuerce por imitar a Cristo casto, puro, inocente, misericordioso, y de esa manera enseñe, con el ejemplo de su vida, los Mandamientos de Dios, ese tal será considerado “grande” en el Reino de los cielos.
Sin embargo, lo malo se da cuando la Iglesia –o mejor, los hombres de la Iglesia-, en vez de iluminar al mundo y hacerlo participar de los valores evangélicos, abandona a estos para adoptar, mimética y acríticamente, los valores mundanos. Esto sucede cuando se piensa en la Iglesia como una Organización No Gubernamental –religiosa, solidaria, sí, pero ONG- y no como Cuerpo Místico de Cristo; esto sucede cuando en la Iglesia se adoptan los criterios mercantilistas mundanos que la convierten en una empresa, mientras se dejan de lado los criterios evangélicos. Así, la Iglesia se guía por parámetros que nada tienen que ver con Dios, como por ejemplo, la “eficacia” o “no eficacia”, la “conveniencia” o “no conveniencia”, la “rentabilidad” o “no rentabilidad”, en vez de aplicar los criterios evangélicos en la resolución de los problemas concretos que a diario se presentan, como por ejemplo, la caridad o amor sobrenatural a Dios y al prójimo expresados en la parábola del Buen Samaritano.
El problema no es que el mundo se rija por criterios no evangélicos, porque precisamente el mundo es el mundo y no es el cielo; el problema se da cuando la Iglesia –sus integrantes, los bautizados-, llamada a convertir el mundo en un anticipo del cielo a través del amor misericordioso de sus integrantes, se olvida de esta misión y adopta criterios mundanos y anti-evangélicos que se alejan en un sentido diametralmente opuesto a las enseñanzas de Jesús.
“El que cumpla y enseñe los Mandamientos será considerado grande en el Reino de los cielos”. El filósofo ateo Nietzsche decía erróneamente que el cristianismo era una “religión de esclavos”; sin embargo, Jesús no suprime nuestro deseo de grandeza, como tendría que hacerlo si fuera una religión de esclavos: todo lo contrario, nos anima a ser grandes, pero en el cielo, para lo cual debemos desechar los criterios mundanos y vivir los criterios evangélicos ser humildes en la tierra y predicar y enseñar, con el ejemplo de vida, sus Mandamientos, lo cual se consigue únicamente en la imitación de Cristo crucificado, pobre, casto, puro, misericordioso.