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miércoles, 21 de febrero de 2024

“Aquí hay alguien que es más que Jonás”

 


“Aquí hay alguien que es más que Jonás” (Lc 11, 29-32). Jesús trae a la memoria al profeta Jonás, recordado por advertir a los ninivitas sobre un inminente castigo de Dios si no hacían penitencia y se arrepentían de sus pecados, advertencia a la cual los ninivitas hicieron caso, por lo cual Nínive no fue castigada.

El hecho de que Jesús traiga a colación al profeta Jonás y se dirija a Él en tercera persona, como “alguien que es más que Jonás”, se debe a que, como Jesús mismo lo dice, al momento de su prédica, la generación que lo escucha es “malvada”, es decir, repite los pecados, la malicia de Nínive. Y si la generación repite los pecados de Nínive y si Jesús es como Jonás y todavía más que Jonás, entonces es claro que los está llamando al arrepentimiento y a la conversión a aquellos que lo escuchan, ya que, si no lo hacen, recibirán el castigo de Dios merecido por sus pecados: “Esta generación es malvada”, dice Jesús y como es malvada merece castigo si no se arrepiente.

Pero lo que hay que tener en cuenta es que cuando Jesús dice: “Esta generación es malvada”, lo dice no refiriéndose solamente a la generación de hace veinte siglos, a sus contemporáneos, sino a la humanidad en su totalidad: la humanidad, apartada de Dios por el pecado original, ha caído en la malicia del pecado, se ha dejado arrastrar por sus pasiones depravadas y por lo tanto es susceptible de recibir el castigo divino a causa de sus pecados si no se arrepiente y se convierte, tal como hicieron los ninivitas.

Por lo tanto, esta misma llamada al arrepentimiento y a la penitencia que hace Jesús a quienes lo escuchaban en su tiempo, nos la hace también a nosotros, desde el momento en que somos tanto o más pecadores que los ninivitas y también pertenecemos a la “generación malvada”, en cuanto somos descendientes de Adán y Eva. Es aquí en donde la figura de los ninivitas nos ayuda a comprender y a vivir la Cuaresma: los ninivitas son un ejemplo para nosotros acerca de cómo vivir la Cuaresma porque ellos escucharon la voz de Dios, escucharon su advertencia de cambiar de vida, hicieron penitencia y así no solo evitaron el castigo divino, sino que recibieron tantas bendiciones del Cielo, que son y serán recordados hasta el fin de los tiempos por su arrepentimiento y su buen obrar. Aprovechemos el tiempo de Cuaresma para que, al igual que los ninivitas, también nosotros hagamos penitencia, nos arrepintamos de nuestros pecados y recibamos el más grande don que Dios puede hacer a la humanidad, Cristo Jesús en la Eucaristía.

jueves, 1 de febrero de 2024

“Convertíos y creed en el Evangelio”

 


(Domingo III - TO - Ciclo B – 2024)

          “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 14-20). ¿Qué significan estas dos acciones, “convertirse” y “creer en el Evangelio”?

          “Convertirse”, quiere decir llamar a las cosas por su nombre, o también, llamar a las cosas tal como son en su ser, en su esencia y no según como el hombre en pecado las ve. Es decir, las cosas, en su ser, tienen un nombre que las define y las define en el bien o en el mal, sin posibilidad de que exista un intermedio o una posición neutral o indiferente. El hombre que no conoce ni teme a Dios, o peor todavía, el hombre tibio, el hombre que alguna vez conoció a Dios pero decidió darle la espalda en su existencia, para su vida diaria, nombra a las cosas no según el ser de las cosas, no según la esencia de las cosas, sino según cómo él, el hombre, con su corazón perverso y contaminado con el pecado, las ve. Porque sin el auxilio divino, sin el auxilio de la gracia, el hombre se sumerge en la oscuridad de su propia razón y con esa oscuridad, con esa luz oscura que es su razón sin la gracia santificante, ilumina, por así decirlo, con esta luz oscura -paradójicamente- las cosas, la existencia, y así invierte toda su cosmovisión, creándose un mundo invertido, un mundo oscuro y siniestro, un mundo sin luz, que es contrario al mundo luminoso en el que viviría de continuo si, en vez de dar las espaldas a Dios se convirtiera a Dios, es decir, si volviera hacia Dios, de rodillas ante Cristo crucificado, con un corazón contrito y humillado, lleno de piedad, de fe, de humildad y de amor, para así recibir de Él, de su Sagrado Corazón la luz de su gracia y con la luz de la gracia divina sería capaz de llamar a las cosas por su nombre, empezando por él mismo y así su cosmovisión, su mundo, sería no un mundo de tinieblas, sino un mundo iluminado con la luz y el Amor Divinos.

Convertirse entonces significa llamar a las cosas por su nombre y no según las pasiones depravadas del hombre sin Dios: así, la fornicación sería lo que es, el tener relaciones sexuales fuera del matrimonio con cualquier persona y no como el mundo progresista y liberal lo presenta, una forma “normal” de relación entre los seres humanos; la “pareja” sería lo que es, una unión sumamente débil, que jamás puede ser equiparada al matrimonio, porque carece justamente de lo que posee el matrimonio, la santidad, la sacralidad de Cristo y el sello de su Sangre que une a las almas en el Divino Amor y por eso hace de las dos almas una sola, unidas en el Amor de Cristo; el amor esponsal derivado del sacramento del matrimonio jamás sería considerado en igualdad de condiciones con el concubinato, es decir, la relación marital de dos personas sin estar casadas; la conversión permite apreciar la hermosura de la pureza de cuerpo y alma y permite al mismo tiempo aborrecer la impureza del cuerpo, pecado al que incita Asmodeo, Demonio de la lujuria, y también hace aborrecer la impureza del alma, la herejía, el error en la fe, que es la abominación de la desolación y un pecado peor que la brujería y la hechicería. Con estos ejemplos, podríamos seguir hasta el infinito, el amor verdadero al Dios verdadero se demostraría en la adoración a la Santa Cruz y a Jesús Eucaristía y no en la idolatría, en la adoración de ídolos paganos como la Pachamama, la Santa Muerte o el Gauchito Gil; no habría olvido de los progenitores y desamor hacia ellos, para llevar una vida de comodidad y desatención, sino un amor sincero, filial, que brota del corazón agradecido por ser ellos quienes nos dieron la vida, más allá de los errores que en algún momento pudieran haber cometido.

Convertirse quiere decir entonces llamar a las cosas según la ley de Dios y no según las pasiones malsanas y depravadas del corazón humano, corazón infectado por el pecado original y por lo tanto inclinado al mal y a la concupiscencia.

Por último, ¿qué quiere decir “creer en el Evangelio”? “Evangelio” significa en griego “Buena Noticia”, entonces nos preguntamos de qué “Buena Noticia” se trata: es la “Buena Noticia” de la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, el Verbo Eterno del Padre, encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth en el seno santísimo de la Madre de Dios, María Santísima, por obra del Espíritu Santo, para redimirnos, para salvarnos del pecado, de la muerte, del demonio, de la segunda muerte, es decir, del infierno, y para concedernos la participación en su filiación divina por medio de la gracia santificante, para que al final de nuestro transcurrir por nuestro paso en la tierra, seamos llevados al Reino de los cielos. Pero para eso, es necesaria previamente la conversión; de ahí que no se casual el orden de las dos acciones: primero la conversión, preparando así el alma para la acción de la gracia santificante y luego el creer en el Evangelio, para que la gracia santificante nos conduzca, en medio del peregrinar por el desierto, las tentaciones y las tribulaciones de esta vida, por medio de la Santa Cruz, al Reino de Dios.

“Salieron a predicar la conversión, a expulsar demonios y curar enfermos”

 


“Salieron a predicar la conversión, a expulsar demonios y curar enfermos” (Mc 6, 7-13). Jesús reúne a los Doce Apóstoles y los envía a misionar con un triple encargo: predicar la conversión, a expulsar demonios y curar enfermos. Los encargos que da Jesús no son al azar ni por casualidad: se trata de las tres grandes heridas que posee la humanidad luego de la caída de Adán y Eva en el pecado original. Por la pérdida de la gracia, han vuelto la espalda a Dios y no siguen su Ley, sino la ley depravada de sus pasiones sin el control ni de la razón y mucho menos de la gracia, de ahí la necesidad de la conversión del corazón a Dios, con la ayuda de la gracia, para que el hombre regrese a la unión primigenia con su Creador. Les concede el poder de expulsar demonios, porque antes de Adán y Eva, quienes perdieron la gracia y fueron expulsados de la Presencia de Dios fueron el Demonio y sus ángeles apóstatas, quienes desde entonces vagan por la tierra acechando a los hombres, ocultándose detrás de ídolos paganos, detrás de ideologías materialistas y ateas como el liberalismo, el comunismo, el marxismo, el ateísmo, para poder así apresarlos bajo sus garras y precipitarlos al infierno al final de la vida terrena; de ahí también la necesidad de que los Apóstoles posean el poder de exorcizar demonios, el poder de expulsar demonios de los cuerpos de los hombres, para que el hombre no caiga en el engaño de Satanás de hacerle creer que no existe, para que el hombre se dé cuenta de que Satanás existe, que es un Ángel que odia a Dios y a los hombres y cuyo mayor deseo es que se pierdan en el Infierno la mayor cantidad posible de almas. Por último, Jesús les concede el poder de curar enfermos, porque la enfermedad, el dolor y la muerte, son la consecuencia de la pérdida de la gracia santificante por el pecado original y la curación de las enfermedades constituyen una figura de la curación del alma por medio de la gracia y el inicio de una vida nueva, así como el enfermo que al curarse inicia una vida nueva, así el cristiano que recibe la curación corporal inicia una vida nueva, esto es figura de la vida nueva de la gracia que confieren los sacramentos, sobre todo la Eucaristía y la Penitencia.

“Salieron a predicar la conversión, a expulsar demonios y curar enfermos”. Desde los tiempos en que Jesús envió a sus Apóstoles a predicar la conversión, a expulsar demonios y a curar enfermedades, nada ha cambiado; por el contrario, todo ha ido a peor: el mundo rechaza cada vez más la conversión al Dios verdadero, Jesucristo; el demonio y sus ángeles apóstatas se muestran cada vez más explícitamente a través de medios de comunicación masiva y a través de iglesias dedicadas a su adoración y así innumerables almas se pierden para siempre y las pestes, paradójicamente, creadas muchas de ellas por la ciencia, provocan estragos entre la humanidad. Hoy más que nunca es necesario entonces elevar los ojos a Cristo crucificado para implorar nuestra conversión, la protección contra las acechanzas del Príncipe de las tinieblas y la sanación de todo tipo de enfermedades provocadas por seres humanos sin escrúpulos.

miércoles, 1 de febrero de 2023

"¿Acaso no es el hijo del carpintero?”

 


“¿Qué son esos milagros y esa sabiduría? ¿Acaso no es uno de los nuestros, el hijo del carpintero?” (cfr. Mc 6, 1-6). Los contemporáneos de Jesús, al comprobar que Jesús posee una sabiduría sobrenatural, es decir, una sabiduría que es superior no solo a la humana sino a la angélica y que por lo tanto solo puede provenir de Dios, y al comprobar que Jesús realiza milagros de todo tipo -curaciones de enfermedades, exorcizar demonios, dar la vista a los ciegos-, se sorprenden, ya que se dan cuenta de que ni la sabiduría de Jesús ni sus milagros, se explican por su condición humana. Sin embargo, tampoco alcanzan todavía a comprender que Jesús posee esta sabiduría divina y realiza milagros que sólo Dios puede hacer, porque Él es Dios Hijo encarnado.

Esto sucede porque los contemporáneos de Jesús ven solo la humanidad de Jesús, y así piensan que es un vecino más entre tantos y por eso exclaman: “¿Acaso no es uno de los nuestros, el hijo del carpintero?”. A pesar de ver milagros y escuchar la Palabra de Dios, los contemporáneos de Jesús solo ven en Jesús al “hijo del carpintero”, al “hijo de María”. Y Jesús sí es el “hijo del carpintero”, pero es el hijo adoptivo, porque San José no es el padre biológico de Jesús y sí es “el hijo de María”, pero de María Virgen y Madre de Dios, porque Jesús fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Solo la luz de la gracia santificante da la capacidad al alma de poder ver, en Jesús, al Hijo de Dios, a la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth.

En nuestros días, parecen repetirse las palabras de asombro e incredulidad, entre muchos cristianos, al ver la Eucaristía, porque dicen: “¿Acaso la Eucaristía no es solo un poco de pan bendecido? ¿Cómo podría la Eucaristía concederme la sabiduría divina y obrar el milagro de la conversión de mi corazón?”. Y esto lo dicen muchos cristianos porque no ven, con los ojos del alma iluminados por la luz de la fe, que la Eucaristía no es un poco de pan bendecido, sino el Sagrado Corazón de Jesús en Persona, que al ingresar por la Comunión, nos comunica la Sabiduría y el Amor de Dios.

sábado, 19 de marzo de 2022

“Si no se convierten, todos ustedes perecerán”

 


(Domingo III - TC - Ciclo B – 2022)

         “Si no se convierten, todos ustedes perecerán” (Lc 13, 1-9). Jesús advierte a sus discípulos y a todo aquel que lo escucha, que es necesaria la conversión; de lo contrario, quien no se convierta, perecerá, es decir, morirá. Entre otros, utiliza un hecho que había sucedido hacía poco, el  desplome de una torre, en la que habían fallecido dieciocho personas. Utiliza este ejemplo, porque era creencia general –como lo es también ahora- que si alguien sufría una desgracia –en este caso, la muerte por aplastamiento, aunque podría ser también una enfermedad o algo por el estilo-, era porque esa persona era muy pecadora y por eso le sucedía algo malo. Para dejar de lado esa creencia errónea, que conlleva a decir: “Si a mí no me pasa nada malo, es porque no soy malo, no tengo necesidad de conversión”, es que Jesús advierte que todos necesitamos de conversión: “Si no se convierten, todos ustedes perecerán”. Entonces, con su advertencia, Jesús deja claro que no es que si a alguien le sucede algo malo, era porque era pecador o malo y necesitaba conversión: Jesús advierte que todos, independientemente de si nos pasa o no algo mal, necesitamos convertirnos; en caso contrario, si no nos convertimos, pereceremos.

         Entonces, aquí viene la necesaria pregunta: en qué consiste la conversión que quiere Jesús, y de qué muerte está hablando Jesús, porque la conversión nos librará de la muerte, porque pasada al positivo, la frase sería: “Si se convierten, no perecerán”.

         Ante todo, la conversión que quiere Jesús es la conversión del corazón, porque nuestro corazón humano está contaminado por el pecado original y ha quedado inclinado al mal y eso es lo que se llama “concupiscencia”. A esto se refiere la Escritura cuando dice: “Hago el mal que no quiero y no hago el bien que quiero”. Y también: “El espíritu es fuerte pero la carne es débil”. En otras palabras, por la concupiscencia, por la inclinación al mal consecuencia del pecado original, es más fácil para nosotros hacer el mal que el bien; creer en el error antes que la verdad, porque hacer el bien y creer en la verdad conllevan esfuerzo y sacrificio. Pensemos en las atrocidades de la guerra que está llevando a cabo el comunismo en Ucrania: ¿cuánto tiempo les llevó a los ucranianos levantar veinte hospitales? Con toda seguridad, años y años de esfuerzos y de dinero. ¿Cuánto tiempo les llevó a los comunistas rusos destruir por completo esos veinte hospitales? Unos cuantos minutos. Y así con todo: es más fácil hacer el mal que el bien, por eso muchos se inclinan por el mal obrar. Por esta razón, Jesús nos dice que es necesaria la conversión del corazón, es decir, dejar de obrar el mal, para obrar la misericordia, la caridad, la compasión, el perdón, la paciencia, la humildad, la generosidad. Esta conversión no se logra de un día para otro: es necesaria la gracia santificante, la oración, el ayuno y las obras de misericordia.

         La otra pregunta es relativa a qué clase de muerte se refiere Jesús: “Si no se convierten, todos ustedes perecerán”. Está claro que no se está refiriendo a la muerte terrena, es decir, Jesús no nos dice que si nos convertimos, no vamos a sufrir la muerte terrena, porque es experiencia de todos los días que alguien que es bueno, aun siendo bueno, muere. La conversión no nos libra de la muerte terrena, sino de otra muerte, la llamada “segunda muerte” y es la muerte eterna o eterna condenación en el Infierno. En el Infierno, los condenados, luego de morir a la vida terrena en estado de pecado mortal, sufren una segunda muerte, aun cuando estén vivos y condenados en el Infierno, porque están privados de la gracia, que es la vida de Dios, para siempre. A esta muerte es a la que se refiere Jesús, la eterna condenación en el Infierno y es de esta muerte de la que sí nos libra la conversión, porque la conversión nos lleva a evitar el pecado y a desear vivir y morir en gracia.

         “Si no se convierten, todos ustedes perecerán”. Hagamos el propósito, en esta Cuaresma, de alejarnos del pecado y todavía más, de las ocasiones del pecado, para que así la gracia, la oración y las obras de misericordia, conviertan nuestro corazón a Jesús Eucaristía; de esta manera, no solo no pereceremos, sino que viviremos eternamente en la feliz eternidad del Reino de Dios.

viernes, 25 de febrero de 2022

Miércoles de Cenizas

 



(Ciclo B – 2022)

          ¿Qué significado tienen el rito de imposición de cenizas? Por un lado, recordar que esta vida terrena es pasajera, que solo dura un tiempo ya establecido por Dios desde toda la eternidad y que nuestro cuerpo material, creado por Dios, quedará reducido a cenizas cuando se produzca nuestra muerte corporal. Éste es el significado de las palabras: “Recuerda que eres polvo y al polvo regresarás”. Por otro lado, significa que es urgente la conversión del corazón al Hombre-Dios Jesucristo, ya que esto es lo que significan las palabras: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Esto quiere decir que con la muerte terrena no se acaba nada, sino que empieza la vida eterna, pero esa vida eterna puede ser en el dolor y el horror eternos, que es la eterna condenación en el Infierno, o puede ser la dicha y la alegría eterna, que es la eterna salvación en el Reino de los cielos. Ahora bien, para que luego de esta vida terrena seamos capaces de ingresar en el Reino de los cielos, es necesaria la conversión del corazón. ¿Qué significa “conversión del corazón”? Significa que nuestro corazón está, a causa del pecado, inclinado a las cosas bajas de la tierra, así como el girasol por la noche se inclina sobre sí mismo y con su corola se dirige en dirección a la tierra. La conversión, que se da por la acción de la gracia santificante, se produce cuando el alma, guiada por la gracia, se despega de las cosas de la tierra y dirige la mirada espiritual hacia el cielo, hacia el Sol de justicia, Cristo Jesús en la Eucaristía, del mismo modo a como el girasol, cuando aparece en el cielo la Estrella de la mañana, que simboliza a la Virgen María, se deja llevar por la gracia y dirige su corola al cielo, enfocando hacia el sol y siguiendo el recorrido del sol en el cielo. Así el alma, con la gracia de Dios infundida por mediación de la Virgen, debe despegarse de las cosas terrenas, de los falsos atractivos del mundo, para dirigir su mirada y el amor de su corazón al Sol de justicia, Jesús Eucaristía, para contemplarlo y adorarlo. En esto consiste la conversión que la Iglesia pide en el Miércoles de cenizas, en una conversión eucarística, porque la Eucaristía es Dios Hijo en Persona, Jesús de Nazareth, el Salvador, oculto en apariencia de pan. Para esta conversión eucarística, además de la acción de la gracia santificante, son necesarios la oración -sobre todo el Santo Rosario-, el ayuno -a pan y agua, uno o dos días a la semana, según las posibilidades de cada uno- y la práctica de las obras de misericordia, corporales y espirituales. Esto es entonces lo que significa el Miércoles de Cenizas: recordar que estamos destinados a la vida eterna y que debemos convertir nuestros corazones a Jesús Eucaristía, por medio de la oración, el ayuno y las obras de misericordia.

sábado, 4 de diciembre de 2021

“No escuchan ni a Juan ni al Hijo del hombre”

 


“No escuchan ni a Juan ni al Hijo del hombre” (cfr. Mt 11, 16-19). Al ver a un grupo de jóvenes en la plaza, Jesús hace referencia implícita a su absoluto desinterés por la religión: si el Bautista los llama al ayuno y a la penitencia, se niegan; si Jesús va a casa de algunos fariseos y publicanos para comer con ellos, dicen que es un glotón y un borracho. En otras palabras, nada les viene bien, cuando de religión se trata: ni el ayuno y la penitencia, por un lado, ni el comer y beber sanamente, por otro. Lo único que les interesa es estar en la plaza y pasar el momento, sin preocuparse ni por la vida moral, ni mucho menos por la relación con Dios Uno y Trino. Por eso es que dice Jesús, en relación a estos jóvenes, en los que engloba a toda la generación y en realidad a toda la humanidad: “No escuchan ni a Juan ni al Hijo del hombre”. Podemos decir que esta frase se aplica a toda la humanidad, porque en realidad el hombre, herido por el pecado original, se interesa sólo por lo inmediato, por el presente y no precisamente por lo presente bueno, sino por todo aquello que lo lleva a inclinarse a la concupiscencia: le atrae todo lo que es oscuro, desviado, malo, perverso, contrario a la Ley de Dios. Esto tiene una explicación espiritual y es que es más fácil, por así decir, para el hombre, inclinarse al mal, al cual ya está de por sí inclinado como consecuencia del pecado original, que luchar contra esta tendencia al mal para obrar según la voluntad de Dios, ya que esto implica ir contra sí mismo e ir contra sus malas inclinaciones. Por otra parte, esta herida del pecado original hace que el hombre esté mucho más dispuesto a obrar el mal que a obrar el bien; que esté más dispuesto a la inmediatez del placer pecaminoso terreno, que al deseo de la santidad que lo conduce a la vida eterna.

“No escuchan ni a Juan ni al Hijo del hombre”. Tanto el ayuno como la penitencia, así como el beber y comer con moderación y sanamente, en su justa medida, dispone al alma para recibir la gracia santificante. El no querer hacer ni una ni otra cosa, solo demuestra que esa alma está dominada por la concupiscencia. Es también el argumento perfecto de quien no quiere saber nada con Dios: se quejan si la Iglesia pide ayuno; se quejan si la Iglesia permite cierta libertad con relación a algunas fiestas litúrgicas: la razón de fondo es que, el hombre de hoy, como así los jóvenes contemporáneos a Jesús de los que relata el Evangelio, no quieren convertir sus almas a Dios Uno y Trino y a su Mesías, Jesús, el Hijo de Dios encarnado.

miércoles, 7 de julio de 2021

“Jesús se puso a reprender a las ciudades que habían visto sus numerosos milagros, por no haberse arrepentido”


 

“Jesús se puso a reprender a las ciudades que habían visto sus numerosos milagros, por no haberse arrepentido” (Mt 11, 20-24). Jesús reprende a las ciudades que vieron sus milagros y no se convirtieron y las compara con ciudades paganas –Tiro y Sidón-, afirmando que si en estas ciudades se hubieran producido los milagros que Él realizó en Corozaín, en Betsaida y Cafarnaúm, se habrían convertido desde “hace tiempo” y habrían hecho “penitencia”. Las ciudades que Jesús nombra fueron testigos de milagros y prodigios portentosos –curaciones milagrosas, expulsiones de demonios, multiplicación de panes y peces, etc.-, pero ni siquiera así, viendo al Hombre-Dios en Persona, hacer milagros, ni siquiera así, se han convertido, de ahí el enojo de Jesús hacia esas ciudades y el duro reproche y advertencia de lo que les espera –un Día del Juicio rigurosísimo y la precipitación en el abismo de fuego- por no haberse convertido.

Ahora bien, no debemos creer que estas advertencias de Jesús son solo para esas ciudades, sino que también son para nosotros, porque en las ciudades en las que Jesús hizo milagros debemos vernos reflejados todos y cada uno de nosotros, porque todos, desde el momento en que somos bautizados, ya hemos recibido el milagro de la filiación divina, cosa que no recibieron los paganos, los que no se bautizaron; hemos recibido también en innumerables oportunidades al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, en cada Comunión Eucarística; hemos recibido al Espíritu Santo en Persona, la Tercera Persona de la Trinidad, en la Confirmación y como estos, numerosísimos e incontables milagros del Amor y de la Misericordia Divina y aun así, no podemos decir que nos hemos convertido. Y si alguien dice “estoy convertido”, está pecando de soberbia. Por otra parte, en las ciudades paganas de Tiro y Sidón, debemos ver a los paganos e infieles, a los que no pertenecen a la Iglesia Católica, a los que no recibieron el don de ser hijos adoptivos de Dios, a los que no recibieron el Corazón Eucarístico de Jesús, a los que no recibieron el Amor de Dios, el Espíritu Santo y aun así, son mejores personas que nosotros, porque obran más y mejor el bien y porque aman sinceramente a Dios, con todo su corazón.

         “Jesús se puso a reprender a las ciudades que habían visto sus numerosos milagros, por no haberse arrepentido”. Hemos recibido numerosos y grandiosos milagros y prodigios del Amor de Dios, pidamos en consecuencia la gracia de arrepentirnos, de convertirnos y de hacer penitencia, para no recibir un duro castigo el Día del Juicio y para no ser precipitados al lago de fuego.

sábado, 3 de julio de 2021

“Jesús envió a los Doce y les dio poder para curar enfermos y expulsar demonios”

 


(Domingo XV - TO - Ciclo B – 2021)

         “Jesús envió a los Doce y les dio poder para curar enfermos y expulsar demonios” (cfr. Mt 6, 7-13). Jesús envía a los Apóstoles para que “prediquen la conversión” y les concede poder para curar enfermos y expulsar demonios. La actividad apostólica consiste, esencialmente, en el llamado a la conversión del corazón, es decir, que el corazón del hombre, corrompido por el pecado original y por eso apegado a esta vida terrena y a los falsos placeres del mundo, se despegue de la mundanidad y se eleve, llevado por la gracia, a la contemplación del Hombre-Dios Jesucristo, la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en la Humanidad santísima de Jesús de Nazareth. Si el hombre, por el pecado original de Adán y Eva, cayó del Paraíso, quedando incapacitado para elevarse a Dios, ahora es Dios, en Cristo Jesús, quien baja del Cielo, para elevar al hombre a la unión con la Santísima Trinidad. Es en esto en lo que consiste la conversión que van a predicar los Apóstoles por orden de Cristo, siendo la curación de enfermos y la expulsión de demonios sólo signos que testifican que la conversión predicada por los Apóstoles es de origen divino y no humano.

         Esta conversión, que implica esencialmente el desapego de la vida mundana y la elevación del corazón a la unión con la Trinidad, es en lo que consiste el Reino de los cielos y es por lo tanto la novedad absoluta del catolicismo: el hombre no ha sido creado para esta vida terrena, natural, sino para la vida eterna, sobrenatural, en unión eterna con las Tres Divinas Personas. Es el concepto de bienaventuranza eterna celestial, en unión por el amor y la gloria a las Personas de la Trinidad, en lo que consiste la novedad completamente absoluta del catolicismo. El mensaje opuesto de Cristo es el del Anticristo: es la mundanidad, el permanecer apegados al hombre viejo y sus concupiscencias, el llamar “derecho humano” a lo que es pecado, el tratar de convertir, vanamente, a esta tierra en un paraíso terrenal.

         Los Apóstoles son enviados a predicar la conversión, para que así el alma se prepare, por la gracia, ya desde esta vida terrena, a la eternidad en la bienaventuranza de la contemplación de las Tres Divinas Personas es el Reino de los cielos. Ahora bien, esa eternidad gloriosa y bienaventurada comienza ya aquí, en la tierra, en medio de las tribulaciones y las persecuciones, cuando el alma está en gracia, porque por la gracia santificante, las Tres Divinas Personas –Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo-, vienen a inhabitar, a hacer morada, en el alma del justo, en el alma del que está en gracia, según las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica.

         “Jesús envió a los Doce y les dio poder para curar enfermos y expulsar demonios”. Se equivocan quienes hacen consistir el cristianismo en la curación de enfermedades y en la expulsión de demonios: el cristianismo es convertir el corazón a Jesús de Nazareth, por medio de la gracia, para vivir ya aquí en la tierra en la contemplación, por la fe, de las Tres Divinas Personas, como anticipo de la contemplación en la gloria en la eternidad, de la Santísima Trinidad y del Cordero, en el Reino de los cielos. Es en eso en lo que consiste la novedad absoluta del catolicismo y es para eso, para contemplar a la Trinidad en la eternidad, es que hemos sido bautizados en la Iglesia Católica.

lunes, 15 de febrero de 2021

“Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”

 


(Domingo I - TC - Ciclo B – 2021)

“Arrepiéntanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 12-15). En solo un renglón y con muy pocas palabras, Jesús nos revela dos cosas: cuál es el sentido de nuestra vida en la tierra y qué debemos hacer para conseguir el objetivo final de nuestras vidas. Es decir, nos dice para qué estamos aquí, y nos dice qué es lo que debemos hacer, pero no para superarnos como personas, sino para alcanzar el sentido y objetivo final de nuestra existencia terrena.

Jesús nos dice para qué estamos en esta vida cuando nos dice: “Arrepiéntanse”. ¿Por qué debemos arrepentirnos? Para saberlo, debemos reflexionar acerca del significado bíblico de la palabra “arrepentimiento”. En sentido bíblico, “arrepentimiento” significa: “Arrepentimiento (heb. nâjam, sentir pesar [disgusto]”, “estar triste”; nôjam, “arrepentirse”, y shûb, “volver[se]”, “retornar”; gr. metanoia, “cambiar de opinión [mente, dirección]”, “sentir remordimiento”, “arrepentirse”, “convertirse”; y metánoia, “cambio de opinión [mente, dirección]”, “arrepentimiento”, “conversión”)”[1]. Según su etimología, debemos entonces "sentir remordimiento", "cambiar de dirección", "cambiar de mente", "regresar", "convertirnos". ¿Por qué? Porque el arrepentimiento implica, por una parte, el reconocimiento del pecado personal y, por otra, el alejamiento que el pecado provoca en relación a Dios y su Amor misericordioso. En el arrepentimiento -que es ya una acción del Espíritu Santo en el alma- se tiene noción de algo que no se tenía antes, y es la noción de haber pecado y en consecuencia de haber tomado distancia de Dios, por causa del pecado. Implica también el deseo de “cambiar de dirección”, en el sentido de que, si por el pecado, el alma estaba dirigida a las cosas bajas de la tierra, ahora tiene deseos de elevarse hacia Dios, despegándose de los atractivos de la vida terrena. Es por esto que al verdadero arrepentimiento le sigue de la contrición del corazón, es decir, el dolor del corazón por haber ofendido a Dios con el pecado y le sigue también la conversión, esto es, el deseo de perseverar en la dirección del alma hacia Dios, volviendo la espalda a las cosas de la tierra. Entonces, el arrepentimiento implica los siguientes pasos: primero, se recibe la gracia del Espíritu Santo, que hace ver lo que antes no se veía, el pecado; luego, sigue el arrepentimiento propiamente dicho, que el deseo de desprenderse de las cosas de la tierra y de elevar el alma a Cristo Dios; luego, sigue la contrición del corazón, que es el dolor perfecto del corazón que sobreviene cuando se es consciente tanto del infinito Amor de Dios, como de la despreciable malicia del pecado; por último, sigue la conversión, que es el propósito de permanecer en la dirección que mira hacia lo alto y no volver al estado anterior del pecado (cfr. Hch 3, 19).

Al decirnos que nos arrepintamos, Jesús nos revela el propósito y el sentido de nuestra existencia terrena: luchar contra el pecado, luchar contra nuestra concupiscencia, no ceder a la tentación, rechazar los vanos atractivos y placeres del mundo terreno, porque no hemos sido creados para esta vida -vida terrena que ha sido definida por Santa Teresa de Ávila como "una mala noche en una mala posada"-, sino para la Vida Eterna y es a esta vida a la que debemos aspirar, por medio del arrepentimiento.

Lo segundo que nos dice Jesús y que completa nuestra tarea en la tierra es cómo conseguir el objetivo de conseguir la Vida Eterna: “creer en el Evangelio”. ¿Qué es “creer en el Evangelio”? Es creer, ante todo, que Cristo es Dios Hijo encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, que nos da su gracia a través de los sacramentos, que nos da el don de esta vida para que vivamos en su gracia y que al final de nuestra vida terrena nos espera una eternidad de alegría y felicidad en el Cielo si es que perseveramos en la fe y en las buenas obras hasta el último día de nuestras vidas. “Creer en el Evangelio” es creer que el Reino de Dios ya está en la tierra y está obrando en las almas por medio de la gracia, como preparación para la gloria definitiva en el Reino de los cielos; es creer que no sólo el Reino de Dios está en la tierra, sino que el Rey de ese Reino, Cristo Jesús, está Presente, vivo, glorioso y resucitado, en la Eucaristía y que se nos dona en la Eucaristía como Pan de Vida eterna, para donársenos definitivamente en la Vida Eterna.

Para esto estamos en esta vida terrena: para arrepentirnos y creer en el Evangelio y así alcanzar la Vida Eterna en el Reino de los cielos.

 

sábado, 30 de enero de 2021

“Los discípulos se fueron a predicar el arrepentimiento”

 


“Los discípulos se fueron a predicar el arrepentimiento” (Mc 6, 7-13). Jesús envía a sus discípulos a misionar y como parte de la misión, les concede el poder de expulsar demonios y de curar enfermos. Sin embargo, la expulsión de demonios y la curación de enfermos no es lo más importante en la misión: estos son solo signos de que “el Reino de Dios está entre los hombres”. El núcleo central de la misión de los discípulos es la predicación del arrepentimiento, es decir, la misión busca que el hombre tome conciencia de sus pecados, de su mal obrar, de su alejamiento de Dios, de su deseo y apego desordenado por las cosas de esta vida, porque este arrepentimiento es condición indispensable para que la gracia de Dios pueda actuar en el alma, colmándola de la santidad de Dios. Si no hay arrepentimiento, no hay acción de la gracia, porque la gracia necesita de un corazón “contrito y humillado” para poder actuar. Ahora bien, hay que tener en cuenta que el mismo llamado y el mismo deseo de cambiar de vida, es ya una acción de la gracia; lo que sucede es que, luego de conceder Dios el deseo de la conversión es necesario que el hombre ponga de su parte el acto de libre aceptación de Cristo Dios como su Salvador y de su gracia santificante como medio de santificación de su alma. Es decir, si surge en el alma un deseo sincero de conversión, esto es, de cambiar la vida de pecado por la vida de santidad, esto es ya una obra de la gracia; es ya una acción del Espíritu Santo que está invitando al alma a la conversión, pero para que ésta pueda suceder, es necesario que se responda afirmativamente a la gracia anterior, la gracia del deseo de conversión, que es en lo que consiste el arrepentimiento.

Por último, ¿cómo vamos a arrepentirnos si no sabemos qué es lo que está bien y qué es lo que está mal? Para saberlo, viene en nuestra ayuda la Ley de Dios, los Diez Mandamientos: si se cumplen los Mandamientos, es señal de que la gracia está actuando en el alma; si no se cumplen los Mandamientos, es señal de que es necesario el arrepentimiento y luego la conversión. Y como tanto el arrepentimiento, como la conversión, son dones de Dios, es necesario pedirlos en la oración, cada día, todos los días.

sábado, 23 de enero de 2021

“El Reino de Dios está cerca (…) conviértanse y crean en el Evangelio”

 


(Domingo III - TO - Ciclo B – 2021)

          “El Reino de Dios está cerca (…) conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 14-20). Jesús predica y revela dos cosas: por un lado, que “el Reino de Dios está cerca”; por otro lado, que para ingresar en ese Reino de Dios, es necesaria la conversión del corazón. ¿Qué es la conversión del corazón y porqué es necesaria para ingresar en el Reino de Dios? Para saberlo, debemos remontarnos al inicio de la historia humana, a la creación de Adán y Eva y al pecado original cometido por estos en el Paraíso, con su consiguiente expulsión del mismo. Debido a este pecado original, a la especie humana le fue quitada la gracia que se le había concedido en Adán y Eva y que a través de ellos debía transmitirse a todos los hombres; al cometer el pecado original, no sólo quedaron privados de la gracia Adán y Eva, sino que todos sus descendientes, es decir, toda la humanidad, quedó sin la gracia y sometida a la esclavitud del pecado. Si no tenemos en cuenta este hecho histórico acaecido en el inicio de la humanidad, el hecho del pecado original, el cual se transmite por generación a todos los hombres, no podremos entender qué es lo que Jesús quiere decir cuando anuncia la necesidad de la conversión para poder entrar en el Reino de los cielos. Como consecuencia del pecado original, todo hombre nace con este pecado y por este pecado, todo hombre es esclavo del pecado, cuyo fruto es la muerte. Por el pecado, el hombre se encuentra esclavizado por sus pasiones, además de estar condenado a una doble muerte, la muerte terrena y la muerte eterna. Ahora bien, la liberación de este estado de esclavitud sólo es posible por una acción divina, porque sólo Dios Trino tiene el poder necesario para romper las cadenas espirituales que encadenan al hombre a sus pasiones y a las cosas bajas de la tierra. Otro elemento a tener en cuenta es que, para que la gracia actúe, es necesario que el hombre desee ser liberado del estado de esclavitud que le proporciona el pecado, porque el hombre es libre y libremente debe desear ser liberado de esta esclavitud. Es a este deseo de ser libres del pecado por la recepción de la gracia santificante que proviene de Dios, es a lo que Jesús se refiere cuando habla de “conversión”. El hombre debe desear ser liberado del pecado por medio de la recepción de la gracia santificante, gracia que nos obtiene Jesucristo con su Santo Sacrificio en la Cruz, para poder así ingresar en el Reino de los cielos. Notemos que Jesús no obliga a nadie a la conversión; sólo advierte de la necesidad ineludible e imperiosa de la misma para poder entrar en el Reino de Dios, puesto que, al ser un reino de gracia, no puede ingresar nadie que esté en pecado, ni mortal ni venial. Jesús llama a la libre conversión, la cual debe provenir libremente, como acto libre personal de cada uno; por eso es que dice: “conviértanse”, como llamando a la decisión libre de cada uno a la conversión. Si Dios quisiera, nos convertiría a todos los hombres de todos los tiempos, en menos de un segundo, infundiéndonos su gracia, pero no lo hace porque esto sería violentar la libre decisión de cada uno. De hecho -y esto lo podemos comprobar a diario-, no todos desean amar a Dios y vivir en su Reino y es por eso que obran el pecado, cometiéndolo libremente. La decisión de desear ser liberado del pecado debe ser personal, libre, voluntaria, decidida en lo más profundo del ser de cada persona; en otras palabras, cada persona, libremente, debe desear ser liberada por Jesucristo y debe libremente aceptarlo como su Salvador. De otro modo, la gracia no puede actuar, porque si la persona no desea ser liberada, Dios no la liberará, porque Dios respeta nuestras libres decisiones. Esto explica dos cosas: por un lado, que al Reino de Dios nadie entra obligado, a la fuerza: o se entra libremente, porque libremente se eligió a Cristo Dios como el Salvador personal, o no se entra en el Reino de Dios: nadie entra en el Reino de Dios si no lo desea y esto Dios lo respeta; por otro lado, explica la existencia del Infierno, porque quien libremente elija el pecado y rechace ser salvado por Cristo, al fin de su vida terrena no ingresará al Reino de Dios, por lo que dijimos, esto es, que al Reino de Dios no se ingresa a la fuerza, sino libre y voluntariamente: esto explica la existencia del Infierno eterno porque quien no ingresa en el Reino de Dios, no tiene otro lugar adónde ir, luego de la muerte terrena, que no sea el Infierno; por eso, los condenados en el Infierno están allí por libre decisión, por elección autónoma, propia, personal y es esto lo que nos enseña el Catecismo, que quien se condena, lo hace por decisión propia, porque precisamente no quiso convertirse, no quiso recibir la gracia santificante, no quiso aceptar a Cristo Dios como al Salvador y en su lugar eligió el pecado y como el fruto del pecado es la muerte, la muerte en pecado mortal -libremente elegida y deseada- es la eterna condenación, es decir, la segunda y definitiva muerte.

          “El Reino de Dios está cerca (…) conviértanse y crean en el Evangelio”. Jesús no nos obliga a convertirnos, nos llama a la conversión, para que así, recibiendo la gracia santificante, estemos en grado de ingresar en el Reino de Dios. En nuestra libre decisión está, por lo tanto, salvar nuestras almas, recibiendo la gracia santificante que proviene del Corazón traspasado de Cristo en la Cruz y se nos concede por los sacramentos, o elegir, también libremente, la eterna condenación en el Infierno.  

 

domingo, 27 de diciembre de 2020

Solemnidad de la Epifanía del Señor

 



(Ciclo B – 2021)

         En esta fiesta, la Iglesia Católica en Occidente celebra la revelación de Jesús a los paganos. En efecto, “epifanía” significa “manifestación” y en el sentido que le da la Iglesia, es en relación a la manifestación de Jesús en cuanto Dios, a los hombres. Es decir, Jesús aparecía ante los ojos de los demás, como un hombre más entre tantos –de hecho, sus contemporáneos lo llamaban “el hijo de José, el carpintero”, o “el hijo de María”-, pero en ciertas ocasiones, Jesús se manifestaba exteriormente como lo que Es interiormente, es decir, como Dios Hijo encarnado. Así, por ejemplo, Jesús manifiesta su gloria divina en el Jordán, en el momento de su Bautismo y también lo hace en las bodas de Caná, al convertir el agua en vino, haciendo un milagro que sólo Dios podía hacer y, al poco tiempo de nacer, se manifiesta como Dios a los Reyes Magos. La Epifanía que celebra la Iglesia es, precisamente, esta manifestación divina de Jesús ante los Reyes Magos y es el símbolo del reconocimiento, por parte de los paganos -representados en los Reyes Magos-, de que Cristo es Dios y es el Salvador de la humanidad[1].

         Para entender un poco más la Epifanía, recordemos qué era lo que festejaban los paganos en este día: ellos festejaban un acontecimiento solar, el solsticio de invierno[2], esto es, el simple hecho de que el sol, comenzaba a dar más luz y por lo tanto, más calor, debido a que el invierno comenzaba a disminuir, haciéndose los días más largos y las noches más cortas y también disminuyendo en consecuencia el frío y la oscuridad. En otras palabras, para los paganos era celebrar el mero acontecer de la posición de la tierra en relación al sol, el cual comenzaba a dar más calor y más luz y así en la tierra al mismo tiempo disminuían las tinieblas.

         Es la Iglesia la que le da un sentido real y sobrenatural a esta celebración, ya que la Epifanía que celebra es un acontecimiento no de orden cosmológico, sino sobrenatural, celestial y divino, en el que el Verdadero Sol de justicia, que es Cristo, el Niño Dios nacido milagrosamente en Belén, más que acercarse a la tierra, como lo hace el sol estrella, ingresa en la historia, el tiempo y en la tierra de los hombres; Dios, que es Sol de justicia y Luz y calor de Amor Divino, ilumina a las almas humanas, inmersas en las tinieblas del pecado y les da el calor del Divino Amor a los corazones de los hombres, oscurecidos por el pecado y envueltos en la dureza de corazón, en el odio y en el desamor. Al nacer, el Divino Sol, Jesucristo –que como Dios, es Luz y calor de Amor divinos-, encarnado en la naturaleza humana y apareciéndose como un Niño recién nacido, deja resplandecer la luz de su gloria divina y se manifiesta al mundo, que yacía envuelto en las tinieblas del paganismo y es ese paganismo, al cual se manifiesta Jesús, Luz del mundo, el que está representado en los Reyes Magos. En este sentido, la adoración de los Reyes Magos representa la conversión del mundo pagano y por lo tanto de la oscuridad y tinieblas que caracterizan al paganismo, a la Luz Eterna de Dios que resplandece a través de la Humanidad Santísima del Niño de Belén.

         Así como los Reyes Magos, guiados por la Estrella de Belén, acudieron al Pesebre para adorar a Dios Niño que se manifestaba con la luz de su gloria divina y se postraron ante su Presencia, presentándole en homenaje los dones de oro, incienso y mirra, así nosotros, guiados por la Estrella de Belén viviente, la Virgen María, acudamos al altar eucarístico para adorar a ese mismo Dios hecho Niño, que se manifiesta con la luz de su gloria, a los ojos del alma, en la Eucaristía y nos postremos ante su Presencia Eucarística, presentándole el homenaje de la adoración –representada en el oro-, de la oración –representada en el incienso- y de las obras de misericordia –representadas en la mirra-. Adoremos a Dios en su Epifanía Eucarística, así como los Reyes Magos adoraron a Dios Niño en la Epifanía de Belén.



[2] “Astronómicamente, puede señalar ya sea el comienzo o la mitad del invierno del hemisferio”; cfr. https://es.wikipedia.org/wiki/Solsticio_de_invierno

jueves, 10 de diciembre de 2020

“Ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él”


 

“Ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él” (Mt 21, 28-32). Jesús les reprocha a los sacerdotes y a los ancianos del pueblo, hombres en apariencia religiosos y dedicados a las cosas de Dios, que “no han creído a Juan”, el cual, además de predicar la necesidad de la conversión para la remisión de los pecados, anunciaba la próxima llegada del Mesías. Todavía más, el Bautista predica la necesidad de la conversión moral, para recibir el bautismo “en el fuego y en el Espíritu” del Mesías, Jesús de Nazareth. Pero los sacerdotes y los ancianos del pueblo han escuchado a Juan y no se han convertido, porque han endurecido sus corazones en el pecado; pretendiendo ocuparse de las cosas de Dios, han olvidado la esencia de la religión, de la unión de Dios, que son la misericordia y la justicia y así se han encerrado en sí mismos, sin dar cabida a la gracia que viene a traer el Mesías.

Por el contrario, quienes públicamente obran el mal, sí han escuchado al Bautista, han hecho penitencia y han dispuesto sus corazones para recibir la gracia de Jesús y por eso ellos “entrarán antes” en el Reino de los cielos.

“Ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él”. Debemos prestar atención a las palabras de Jesús, porque también a nosotros la Iglesia nos pide la conversión del corazón, el desapego de las cosas de la tierra y del mundo, para dirigir el corazón al Mesías, Cristo Jesús en la Eucaristía. Si no nos convertimos de corazón, si no desapegamos el corazón de las cosas bajas del mundo, aun cuando estemos bautizados, o no entraremos en el Reino de los cielos, o habrán otros que entrarán antes que nosotros.

jueves, 12 de noviembre de 2020

“Zaqueo, hoy tengo que hospedarme en tu casa”

 


“Zaqueo, hoy tengo que hospedarme en tu casa” (Lc 19, 1-10). Al entrar en Jericó, Jesús ve a Zaqueo, que se ha subido a un sicómoro para poder verlo, y le dice que quiere “hospedarse en su casa”. Zaqueo, que era un pecador, se baja del sicómoro y hace ingresar a Jesús en su casa, “recibiéndolo muy contento”, según el Evangelio. Luego de que Jesús ingresara en su casa, Zaqueo, poniéndose de pie, afirma que “dará  a los pobres la mitad de sus bienes” y que “devolverá cuatro veces más” a alguien que hubiera podido defraudar. Como consecuencia de sus palabras, Jesús se alegra y dice: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abraham, y el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido”.

El episodio de Jesús y Zaqueo, un episodio real, es al mismo tiempo, una prefiguración de lo que sucede entre Jesús y el alma cuando ésta recibe la gracia de la conversión: cuando esto sucede, el alma es iluminada acerca de la Persona Divina de Jesús y de la necesidad que tiene de Jesús para ser salvada de la eterna condenación, del pecado y de la muerte; en consecuencia, el alma, vuelta ya a Jesús por la gracia de la conversión, abre las puertas de su corazón a Jesús, para que Él ingrese en el alma; como consecuencia del ingreso de Jesús en el corazón del hombre, éste se convierte y decide dejar de lado el hombre viejo, figurado en el don de la mitad de sus bienes a los pobres y en el propósito de devolver cuatro veces más a quien hubiera defraudado. Entonces, en el episodio de Zaqueo, está prefigurada la conversión del alma que, por la gracia, recibe a Jesús y se convierte, abandonando al hombre viejo y comenzando a vivir la vida de la gracia.

“Zaqueo, hoy tengo que hospedarme en tu casa”. Cada vez que comulgamos, hacemos ingresar a Jesús en nuestra casa, es decir, en nuestra alma: le pidamos a Jesús que nos conceda la gracia de la conversión, igual que sucedió con Zaqueo.

domingo, 1 de noviembre de 2020

“Los ángeles de Dios se alegran por un solo pecador que se arrepiente”

 


“Los ángeles de Dios se alegran por un solo pecador que se arrepiente” (Lc 15, 1-10). Los fariseos y los escribas, al ver que Jesús era escuchado por publicanos y pecadores, murmuran entre sí y dicen: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”. Esta murmuración, percibida por Jesús, da ocasión para que el Señor relate dos parábolas, la del pastor que encuentra a la oveja perdida y la de la mujer que encuentra la dracma perdida. En ambas parábolas, hay coincidencias: algo de valor se pierde, el dueño lo busca, lo encuentra y se alegra por haberlo encontrado. El significado es el siguiente: lo que se pierde es el hombre que, creado por Dios a su imagen y semejanza para amarlo, servirlo y adorarlo, se pierde por el pecado y en vez de buscar su felicidad en Dios, la busca en el mundo y en el pecado; el que busca, en las parábolas, es el Hijo de Dios, quien baja desde el Cielo y se encarna en el seno de María Santísima, para ofrendarse como Víctima Inmolada en la Cruz y así rescatar al hombre perdido. La alegría que experimentan los ángeles es también la alegría que experimenta Dios Hijo al ver que el fruto de su Sangre derramada en la Cruz es la conversión del alma, que deja de buscar su consuelo y felicidad en las cosas de la tierra, para buscarla en el Reino de los cielos. A esto se refiere Jesús cuando dice: “Así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente”.

El pecado no es nunca causa de alegría, pero un pecador que se convierte, es decir, que deja el pecado para buscar su alegría y consuelo en Cristo Dios y su Reino, sí es causa de alegría. Hagamos el propósito de dejar el pecado  y las cosas de la tierra y de convertir nuestro corazón, es decir, de alegrarnos por Dios y buscar su gracia, que es el anticipo del Cielo en la tierra y así se alegrarán los ángeles del Cielo por nuestra conversión.

 

martes, 14 de julio de 2020

“Se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho casi todos sus milagros”




“Se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho casi todos sus milagros” (Mt 11, 20-24). La razón por la cual Jesús tiene esta actitud de recriminar a las ciudades en donde había hecho gran cantidad de milagros, nos la dice el mismo Evangelio: porque “no se habían convertido”. Así lo da a entender explícitamente Nuestro Señor cuando da la razón de sus reproches: si en las ciudades paganas se habrían hecho los milagros que se hicieron en Corozaín y en Betsaida, ya se habrían convertido “hace tiempo”. Es decir, Jesús muestra su desencanto con estas ciudades porque habiendo sido estas no solo testigos sino destinatarias directas de los milagros del Hombre-Dios, han demostrado dureza de corazón y no se han convertido, aun viendo por sí mismas los milagros de Dios. Jesús les hace ver, en su reproche, que las ciudades paganas en las que no se hicieron estos milagros, serán tratadas con menos rigor en el Juicio Final, precisamente porque allí no se hicieron milagros y, si se hubieran hecho, se habrían convertido.
“Se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho casi todos sus milagros”. No debemos creer que los reproches de Jesús son solo para las ciudades de Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm: debemos estar atentos y darnos cuenta de que en esas ciudades estamos representados los cristianos, quienes hemos recibido, ya desde el designio divino de recibir el Bautismo y continuando luego con las gracias incomparables de la Primera Comunión y de la Confirmación, milagros asombrosos, por los cuales debemos dar cuenta de nuestra conversión. Muy probablemente, en la actualidad existen paganos que no conocen el cristianismo, que no han recibido ni siquiera el don del Bautismo y mucho menos la Comunión y la Confirmación, pero si los hubieran recibido, con toda probabilidad nos superarían indeciblemente en frutos de santidad. Es por esta razón que debemos tomar los reproches de Jesús dirigidos a esas ciudades, como dirigidos a nosotros mismos, a todos y cada uno de los cristianos. En consecuencia, debemos procurar comenzar a dar frutos de santidad, antes de que sea demasiado tarde.

martes, 7 de abril de 2020

Viernes Santo de la Pasión del Señor


Crucifixión – SabanaSanta.org

(Ciclo A – 2020)

         Después de ser crucificado y elevado en alto, Jesús permanece en ese estado durante tres largas horas, en una penosísima agonía. Finalmente, luego de cumplir la Redención y de entregar su espíritu a su Padre, Jesús muere en la cruz. La muerte de Jesús no es la muerte de un hombre santo, ni siquiera del más santo entre los santos: es la muerte de Dios encarnado, es la muerte del Hombre-Dios, que se encarnó en el seno de la Virgen Madre, por obra del Espíritu Santo y por el querer del Padre. El hecho de que el que muere en la cruz es Dios Tres veces Santo, es lo que explica los eventos de orden cósmico y cosmológico que se suceden en el instante mismo en que Jesús muere –el terremoto, el eclipse solar- y es lo que explica también los eventos sobrenaturales que se verifican según el relato del Evangelio, como la resurrección de una multitud de santos que se les aparecen a los habitantes de Jerusalén, la conversión del soldado Longinos luego de traspasar el Corazón de Jesús con una lanza, derramándose sobre él la Sangre y el Agua del Corazón de Jesús. La conversión de Longinos es el anticipo y la prefiguración de las incontables conversiones que habrían de darse en el tiempo, al caer esta misma Sangre y Agua, de modo misterioso, sobre las almas.
         A su vez el eclipse del sol, si bien fue un hecho cósmico -verdaderamente hubo un eclipse solar-, es una prefiguración de lo que sucede en el mundo espiritual: quien muere en la cruz es el Sol de justicia, Cristo Jesús, que es el Dios que es la Vida Increada y que da la vida a todo ser viviente: si muere el Sol, no sólo la tierra queda envuelta en las más densas tinieblas, sino que las almas mismas quedan inmersas en las más profundas tinieblas espirituales: de la misma manera a como el solo queda oculto en el eclipse, así el Sol de justicia, Cristo Jesús, queda oculta a las almas que han cometido el pecado más grave de todos, el pecado de deicidio, el pecado por el cual han matado a Dios. Pero no solo estas tinieblas envuelven a las almas: cuando el alma comete un pecado mortal -renueva el deicidio de la cruz-, el alma queda rodeada y dominada por las tinieblas vivientes, los ángeles caídos, los demonios, quienes parecen alcanzar su máximo triunfo con la muerte de Jesús.
Precisamente, el ocultamiento del sol ocurrido en el momento de la muerte de Jesús tiene un significado sobrenatural, ya que es un símbolo de la aparente victoria de las tinieblas vivientes del Infierno sobre la Luz Eterna, Jesucristo: mientras la Luz Eterna muere en la cruz, es el momento en el que aprovechan los ángeles caídos, las tinieblas vivientes, para apoderarse de las almas de los hombres, principalmente de aquellos que se unieron al Príncipe de las tinieblas para dar muerte al Hijo de Dios.
         Pero el triunfo de las tinieblas vivientes es sólo aparente: como ya dijimos, el derramamiento del Agua y la Sangre del Costado traspasado de Jesús y la consecuente conversión del soldado Longinos, es sólo el anticipo y la prefiguración de las innumerables conversiones que habrían de darse a lo largo de los siglos, al derramarse de modo misterioso esta Sangre y esta agua sobre las almas de los fieles a quienes Dios acerca a la cruz.
Otro signo sobrenatural que se da con la muerte de Jesús es la resurrección de numerosos santos; es el fruto incipiente de la muerte de Jesús, Él muere para que los que han muerto en Dios resuciten a la vida eterna. Es un anticipo también de lo que sucederá al fin de los tiempos, en el Día Final, cuando por los méritos de la muerte de Jesús en la cruz, las almas se unan a los cuerpos y así se produzca la resurrección, aunque algunos resucitarán para la vida eterna, mientras que otros, para la segunda y definitiva muerte, la eterna condenación.
Para la Iglesia Católica, el Viernes Santo representa el día más triste y oscuro espiritualmente hablando; es el día en el que en apariencia las tinieblas del Infierno cantan triunfo sobre el Dios Viviente, porque han logrado, con la ayuda cómplice de los hombres entenebrecidos, dar muerte al Dios de la Vida. Para la Iglesia, se trata de un día de duelo, en el que parecieran haber triunfado sobre ella las puertas del Infierno. El hecho de que los sacerdotes se postren en la ceremonia de la cruz refleja el estado espiritual de la Iglesia: la postración del sacerdote ministerial es una señal de duelo, porque ha muerto en el Calvario el Sumo y Eterno sacerdote, Cristo Jesús y puesto que participan de su poder sacerdotal, carece de toda razón su ministerio sacerdotal, al haber muerto Cristo Jesús. Por esta razón es que en no se celebran misas – es el único día del año en el que no se celebran misas- el Viernes Santo, porque la Iglesia está de luto al haber muerto en el Calvario el Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo.
          Ahora bien, tanto la derrota de Jesús como de la Iglesia, son solo aparentes y no reales, porque en el caso de Jesús, su Divinidad permanece unida a su Cuerpo y a su Alma y es la que llevará a cabo la Resurrección al tercer día, es decir, el Domingo; en el caso de la Iglesia, se cumplen las palabras de Jesús de que “las puertas del Infierno no triunfarán” sobre ella.
Por esta razón, de modo opuesto a lo que parece, la muerte de Jesús, lejos de ser un fracaso, representa el triunfo más rotundo de Dios Trino sobre los tres enemigos del hombre, el demonio, la muerte y el pecado, ya que con su muerte en cruz los derrota de una vez y para siempre.
No obstante, en el misterio de la redención, el Viernes Santo es un día de luto y de tristeza para la Iglesia Católica, porque ha muerto en Cruz el Hombre-Dios, Jesucristo.


miércoles, 26 de febrero de 2020

La Cuaresma es tiempo de conversión



(Domingo I - TC - Ciclo A - 2020)

          Con el Miércoles de Cenizas, la Iglesia inicia un nuevo tiempo de Cuaresma. Este tiempo de Cuaresma es un tiempo de gracia y su objetivo es lograr la conversión del alma. ¿Qué significa conversión? Para darnos una idea, traigamos a la memoria el ciclo del girasol: cuando es de noche, el girasol se encuentra doblado hacia el suelo y con su corola cerrada; a medida que se acerca el amanecer, cuando la estrella de la mañana indica que está por finalizar la noche y por comenzar el día, el girasol inicia un movimiento en el cual se yergue y, cuando el sol aparece en el cielo, su corola se abre y se orienta hacia el sol y a medida que el sol se desplaza por el cielo, el girasol, con su corola completamente desplegada, sigue el desplazamiento del sol por el cielo. Para comprender la alegoría, debemos reemplazar los elementos del ciclo del girasol por elementos espirituales y sobrenaturales. Así, el girasol es el alma; la noche es el tiempo que vive el alma alejada de Dios, en el pecado, lo cual es opuesto a la conversión y a la vida de la gracia; el girasol orientado en la noche hacia el suelo, significa el alma sin gracia y sin conversión, que está toda inclinada hacia las cosas de la tierra, dominada por las bajas pasiones; la estrella de la mañana, que indica el fin de la noche y el comienzo del día, representa a la Virgen, Lucero de la mañana, que indica el fin de la oscuridad para el alma y el comienzo de una nueva vida, la vida de la gracia en Cristo Jesús; el sol que aparece en el cielo, en el amanecer, indicando el inicio de un nuevo día, representa a Cristo Dios, llamado también “Sol de justicia”, que ilumina al alma con su luz y le concede la vida de la gracia; por último, el girasol, con su corola desplegada y mirando al sol y siguiéndolo en su recorrido por el cielo, significa el alma en gracia, que “sigue a Cristo dondequiera que vaya” y que ya tiene puesto su corazón en el cielo y ya no en la tierra.
          La Cuaresma es entonces este tiempo de conversión, en la que el alma, si no está convertida, debe buscar la conversión, esto es, mirar con los ojos del alma a Cristo Dios y tener su corazón en el Reino de los cielos y no en esta tierra. Para lograr este objetivo, es que la Iglesia dispone este tiempo de gracia que es la Cuaresma, para que el alma, por medio de la oración, el ayuno, la penitencia y las buenas obras, sea como el girasol en pleno día: que siga a Cristo Dios “dondequiera que vaya” y desee habitar en el cielo y ya no más en la tierra.