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domingo, 14 de julio de 2024

“Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros”

 


(Domingo XV - TO - Ciclo B – 2018)

         “Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros” (cfr. Mc 6, 7-13). Nuestro Señor Jesucristo envía a sus discípulos a una misión, pero no es una misión terrena, sino que se trata de una misión de carácter divina, sobrenatural, celestial, porque los manda para que iluminen, con la Palabra de Dios, las tinieblas preternaturales que cubren la faz de la tierra desde la caída de Adán y Eva, según lo que comenta San Cirilo de Alejandría[1]. Dice así este santo, al comentar este pasaje del Evangelio: “Nuestro Señor Jesucristo instituyó guías e instructores para el mundo entero, y también “administradores de los misterios de Dios” (1 Co 4, 1). Les mandó a brillar y a iluminar como antorchas no solamente en el país de los judíos…, sino también en todo lugar bajo el sol, para los hombres que viven sobre la faz de la tierra (Mt 5, 14)”. Según San Cirilo de Alejandría, Nuestro Señor Jesucristo envió a los Apóstoles tanto a los judíos como sino a los paganos, lo cual quiere decir a todos los hombres de la tierra, para que “brillaran como antorchas” y este “brillar como antorchas” no es en un sentido metafórico, sino real de un modo espiritual, porque tanto en la vida como en la realidad espiritual, allí donde no reina Jesucristo, reinan las triples tinieblas espirituales: las tinieblas vivientes, los demonios -aquí caben recordar las palabras del Padre Pío de Pietralcina, quien decía que si pudiéramos ver con los ojos del cuerpo a los demonios que actualmente andan libres por nuestro mundo, no seríamos capaces de ver la luz del sol, ya que es tanta la cantidad de demonios, que cubrirían por completo los rayos del sol, produciendo un eclipse solar que cubriría toda la faz de la tierra-; las tinieblas del error, las tinieblas del pecado, y las tinieblas de la ignorancia y del paganismo. Por esta razón, para que disipen con la luz de la Sabiduría divina, Nuestro Señor envía a los Apóstoles, para que iluminen, con la luminosa y celestial doctrina del Evangelio, a este mundo que yace “en tinieblas y en sombras de muerte”, las tinieblas del pecado, del error y del Infierno. Porque no es otra cosa que tinieblas y sombras de muerte la locura infernal deicida y suicida del hombre de hoy, el pretender vivir sin Dios y contra Dios. No es otra cosa que tinieblas y sombras de muerte pregonar como derechos humanos a la contra-natura, al genocidio de niños por nacer -como penosamente sucede en nuestro país, desde que se promulgó la ley del aborto decretando como “derecho humano” asesinar al niño en el vientre de la madre, desde el infame gobierno anterior-, a la ideología de género y a la doctrina de la guerra injusta -no a las guerras justas, como la Guerra de Malvinas y la Guerra contra la subversión marxista- como sacrificio ofrecido a Satanás.

También hoy, como ayer, la Iglesia es enviada al mundo, pero no para paganizarse con las ideas paganas del mundo, no para mundanizarse con la mundanidad materialista y atea del mundo, sino para santificar y cristificar el mundo con los Mandamientos de la Ley de Dios, con los Preceptos de la Iglesia santa y con los Mandamientos de Nuestro Señor Jesucristo dados en el Evangelio. Si ayer el mundo yacía en las tinieblas del paganismo y los fueron Apóstoles los encargados de derrotar esas tinieblas con la luz del Evangelio de Cristo, hoy en día las tinieblas del neo-paganismo son más oscuras, más densas, más siniestras que en los primeros tiempos de la Iglesia, porque antes no se conocía a Cristo, Luz del mundo, en cambio hoy se lo conoce, se lo niega -como hizo Europa públicamente, negando sus raíces cristianas-, se lo combate y se pretende expulsarlo de la vida, la mente y los corazones de los hombres. Por eso es que, si los Apóstoles fueron enviados a iluminar las tinieblas paganas, hoy como Iglesia estamos llamados a continuar su tarea y, con la luz del Evangelio de Jesús, luchar, combatir, derrotar y vencer para siempre a las tinieblas vivientes, los ángeles caídos; estamos llamados a disipar a las tinieblas del error, del neo-paganismo de la Nueva Era, del pecado, que todo lo invade, de la ignorancia, del cisma y de la herejía; estamos llamados a dar el buen combate y a dejar la vida terrena en el combate, si fuera necesario.

         A propósito de la misión de los Doce, Continúa San Cirilo de Alejandría: “(Los Apóstoles enviados por Jesús) deben llamar a los pecadores a convertirse, sanar a los enfermos corporalmente y espiritualmente, en sus funciones de administradores no buscar de ninguna manera a hacer su voluntad, sino la voluntad de aquél que los había enviado, y finalmente, salvar al mundo en la medida en que éste reciba las enseñanzas del Señor”. Aquí está entonces la función para todo católico del siglo XXI: llamar a los pecadores a la conversión –sin olvidar que nosotros mismos somos pecadores y que nosotros mismos, en primer lugar, estamos llamados a la penitencia y a la conversión-; sanar corporal y espiritualmente –obviamente, esto sucede cuando alguna persona tiene el don, dado por Dios, de la sanación corporal y/o espiritual- y no hacer de ninguna manera la propia voluntad, sino la voluntad de Dios en todo y ante todo, voluntad que está expresada en los Diez Mandamientos, en los Preceptos de la Iglesia y en los Mandamientos de Jesús en el Evangelio. Sólo así –llamando a la conversión a los pecadores, comenzando por nosotros mismos; sanando de cuerpo y alma a los prójimos si ése es el carisma dado y cumpliendo la santa voluntad de Dios, podrá el mundo salvarse de la Ira de Dios. De otra manera, si el mundo continúa como hasta hoy, haciendo oídos sordos y combatiendo a Dios y a su Ley, el mundo no solo no se salvará, sino que perecerá en un holocausto de fuego y azufre, preludios del lago de fuego que espera en la eternidad a quienes no quieren cumplir en la tierra y en el tiempo la amorosa voluntad de Dios Uno y Trino expresada en el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.



[1] Cfr. Comentario del Evangelio de San Juan 12,1.


domingo, 20 de septiembre de 2020

“Les dio poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y para curar enfermedades”

 


“Les dio poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y para curar enfermedades” (Lc 9, 1-6). Al enviar a su Iglesia a misionar, Jesús les concede a los Apóstoles dos tipos de poderes: el poder de exorcizar, es decir, de expulsar demonios, y el poder de curar enfermedades. Ambos poderes son poderes concedidos por Jesús, es decir, son poderes suyos, propios de Él, que le pertenecen en cuanto Él es Dios Hijo en Persona y de los cuales los hace partícipes a los Doce. Esto tiene varios significados: uno de ellos, es que la Iglesia Católica, y solo la Iglesia Católica, en virtud del poder conferido por el mismo Cristo a los Apóstoles, tiene la facultad de expulsar demonios -lo cual lo hace por medio del Ritual de Exorcismos- y tiene además la facultad de curar enfermedades, del orden que sean, ya sean físicas, morales, espirituales o incluso diabólicas. Otro significado de este Evangelio es que la presencia y actuación dañina de los demonios en la tierra, que obran en perjuicio de la humanidad, es un hecho y es de tal magnitud e importancia, que el poder de exorcizar está antes que el poder de curar enfermedades. La presencia maligna de los demonios, que desde los Infiernos salen para infectar la tierra y provocar todo tipo de daño a los hombres, es una realidad evangélica, ya que en el mismo Evangelio se afirma que Jesús vino para “deshacer las obras del demonio”. Otro elemento que se desprende de este Evangelio es la presencia de la enfermedad en la humanidad, como consecuencia, junto con el dolor y la muerte, del pecado original de Adán y Eva: Jesús hace partícipes de su poder a los Doce para expulsar demonios y para curar enfermedades, del orden que sea y estas enfermedades son sanadas por el poder participado de Cristo, que con justa razón es llamado Médico Divino, Médico de las almas.

“Les dio poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y para curar enfermedades”. El Reino de Dios no se instaura por la mera expulsión de demonios y por la simple curación de las enfermedades, pero el hecho de que haya una institución, como la Iglesia, que expulse demonios y cure enfermedades, es un indicio de que el Reino de Dios está ya actuando en la tierra.

sábado, 6 de julio de 2019

“Los envió de dos en dos”



(Domingo XIV - TO - Ciclo C – 2019)

         “Los envió de dos en dos” (Lc 10, 1-12. 17-20). Tras el envío de los Doce (un número que recuerda y representa a Israel), ahora Jesús elige a Setenta y dos (un número que hace alusión a los pueblos paganos) y los envía a anunciar el Evangelio; más específicamente, los envía a preparar la Venida del mismo Jesús, los envía a anunciar que “el Reino de Dios está cerca”[1]. En este envío está entonces implícito el alcance universal de la misión de la Iglesia Católica, pues el mismo Jesús envió a la Iglesia primera a misionar, tanto a los judíos (envío de los Doce) como a los gentiles (envío de los Setenta y Dos).
         El discípulo que es enviado a la misión tiene algunos compromisos: primero la oración –explicitado en el “rueguen” de Jesús-, porque los frutos de la misión no dependen del obrar humano –lo cual sería caer en una especie de gnosis prometeica-, sino de la acción de Dios sobre las almas por medio de la gracia y Dios obra cuando las almas piden fervorosa y piadosamente su intervención. El pensamiento del misionero debe ser siempre preparar a las almas para la Venida del Salvador.
El segundo compromiso del misionero es anunciar el Evangelio con paz, serenidad y valentía, incluso ante la amenaza de persecución –los envío como “corderos en medio de lobos”-. No estamos lejos de esta realidad, porque la Iglesia atraviesa, en los inicios del siglo XXI, una persecución sin precedentes, tanto cruenta como incruenta y esta persecución es de tal magnitud, que muchos consideran que la persecución a la Iglesia en el siglo XXI supera a las persecuciones de los primeros siglos. Esta persecución es cruenta, como en los países comunistas –Corea del Norte, China, Cuba- o incruenta, como en los países occidentales.
Por último, el que está en la misión debe llevar una vida sobria y austera –“no lleven monedero, zurrón ni calzado ni se detengan a saludar a nadie”- y la razón es que la misión no es un encuentro fraterno con amigos, ni una ocasión para un intercambio cultural, sino que se trata de ingresar en un territorio espiritual en el que las almas deben ser conquistadas, una a una, con la oración y la gracia, para el Reino de Dios. Por esta razón, el misionero debe “asemejarse a un hombre que emprende un viaje urgentísimo, sin mirar a derecha ni a izquierda, puesto que su mensaje es verdaderamente urgente: el Reino de Dios está cerca”[2].
         Por último, el Evangelio nos dice que si se ven frutos de la misión, lo que debe alegrar al alma no es que se le sometan los demonios, ni que realice grandes curaciones, sino que “su nombre está inscripto en el cielo” y es por eso que está haciendo la misión.
         “Jesús eligió a setenta y dos y los envió de dos en dos”. Del mismo modo a como la Iglesia primitiva tenía la misión de evangelizar a judíos y gentiles, así también la misión de la Iglesia no ha cambiado y se dirige tanto a judíos como a gentiles, es decir, a todos los hombres, con el mismo anuncio: “el Reino de Dios está cerca” y con el mismo sentido de urgencia con el que predicaron los misioneros enviados por Jesús. Puesto que somos hijos de la Iglesia, también nosotros debemos considerarnos misioneros que anuncien que el Reino de Dios está cerca, en nuestros ámbitos de trabajo y estudio y según nuestro estado de vida. No hay nada más importante y más urgente para nosotros y para nuestro prójimo que anunciar que el Reino de Dios y la Segunda Venida de Jesucristo están cerca.
        


[1] B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 608.
[2] Cfr. Orchard, ibidem, 608.

jueves, 4 de febrero de 2016

“Jesús envió a los Doce de dos en dos (…) fueron a predicar, exhortando a la conversión”


“Jesús envió a los Doce de dos en dos (…) fueron a predicar, exhortando a la conversión” (cfr. Mc 6, 7-13). Jesús envía a sus Apóstoles a misionar y, si bien les concede al mismo tiempo poder para expulsar demonios y curar enfermos, la tarea principal de los Apóstoles es la de “exhortar a la conversión”. Puesto que esa misión es la misión de la Iglesia Universal –sean sacerdotes o laicos- en todos los tiempos, tenemos que considerar que también nosotros somos enviados para llamar a la conversión a nuestros hermanos. Esto nos lleva a plantearnos las siguientes preguntas: ¿qué significa “conversión”? La conversión es un giro del corazón, que se encuentra volcado hacia las cosas terrenas y bajas, hacia lo alto, hacia Dios; por la conversión, el corazón se despega de lo mundano, para dirigir su mirada hacia el Sol de justicia, Jesucristo, de manera tal que, a partir de este encuentro con Cristo, lo que guíe su vida sean sus mandatos y no las seducciones del mundo. Ésta es la tarea de los Doce, y es también la tarea de toda la Iglesia de todos los tiempos y, por lo tanto, es también nuestra tarea: llamar a la conversión a nuestros hermanos.
La otra pregunta es: ¿cómo “exhortar a la conversión”? Lograremos la conversión de nuestros hermanos mediante la oración, en primer lugar; luego, por la acción. Sin oración previa, ninguna empresa apostólica puede seguir adelante; con la oración, la empresa apostólica se desenvuelve según los designios de Dios. Una manera concreta de actuar apostólicamente, en vistas a la conversión de nuestros hermanos, es por medio de obras de misericordia espirituales, como por ejemplo, las tres primeras: dar un consejo a quien lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que peca. Y una vez que hemos dado consejo, enseñado y corregido, nuestra tarea continúa enseñando a nuestros hermanos que todos los remedios espirituales que necesitan están en la Iglesia, y estos son, principalmente, el Bautismo, la Confesión Sacramental y la Eucaristía, esto es, la Presencia real, verdadera y substancial de Nuestro Señor Jesucristo.
“Jesús envió a los Doce de dos en dos (…) fueron a predicar, exhortando a la conversión”. La misión de los Apóstoles es nuestra misión, que es eminentemente espiritual y sobrenatural: que le mundo tome conciencia de la necesidad de la conversión y de que fuera de la Iglesia Católica, la Iglesia del Hombre-Dios Jesucristo, no hay salvación.


viernes, 24 de enero de 2014

“Jesús instituyó a los Doce”


“Jesús instituyó a los Doce” (Mc 3, 13-19). El Evangelio de la institución de los Apóstoles destaca que Jesús “llamó a los que quiso”, los llamó “para que estuvieran con Él”, y luego “los envió a predicar”, además de “darles el poder de expulsar demonios”. Por último, el Evangelio destaca el hecho de que de entre los Doce surge el traidor, Judas Iscariote.
Es importante la consideración y reflexión de este Evangelio porque, salvando las distancias, el llamado de los Doce es el llamado de Jesús a todo bautizado y también a todo grupo parroquial, a toda institución de la Iglesia, a todo movimiento, a toda orden religiosa, a toda congregación, y por lo tanto, a todos en la Iglesia nos caben las características del llamado de Jesús a los Doce. Es obvio que no todos somos Apóstoles y Columnas de la Iglesia como los Doce, pero sí somos Apóstoles y Columnas de la Iglesia en sentido traslaticio y en sentido lato, desde el momento en que todos, según nuestro deber de estado, estamos llamados a hacer apostolado para dar a conocer a nuestros prójimos a Jesucristo y para apuntalar las columnas de la Iglesia con nuestra labor apostólica frente a la tarea de demolición que los enemigos externos e internos de la Iglesia llevan a cabo sin detenimiento.

Como a los Apóstoles, también a nosotros Jesús nos llamó “porque quiso”, es decir, por una libre elección de su Amor misericordioso, y no por ningún mérito ni merecimiento nuestro, que no lo teníamos ni lo tenemos de ninguna manera; como a los Apóstoles, también a nosotros Jesús nos llama “para que estemos con Él”, y junto a Él estemos también con su Madre, que está al pie de la Cruz, en el Calvario y en la Santa Misa; Jesús nos llama, como a los Apóstoles, para que estemos con Él por medio de la Adoración Eucarística, para que apoyemos nuestra cabeza en su pecho, para escuchar los latidos de su Sagrado Corazón, como Juan en la Última Cena; también a nosotros nos llama para que nos unamos a Él por la oración, a través del rezo del Santo Rosario, porque en el Rosario es la Virgen la que nos estrecha a su Inmaculado Corazón y allí nos hace escuchar los latidos del Corazón de su Hijo; como a los Apóstoles, Jesús nos llama “a predicar y a expulsar demonios”, pero no por medio de sermones y de exorcismos, sino por medio del ejemplo de vida, porque una vida de santidad, de pureza y de castidad, de obras de misericordia y de compasión, como la que llevaron los santos, buscando imitar con sus vidas y con sus obras a Cristo, es la mejor prédica y el mejor exorcismo, sin palabras y sin fórmulas exorcísticas. Por último, el Evangelio nos advierte acerca del peligro que significa recibir las más grandes gracias por parte de Jesucristo con un corazón miserable y mal dispuesto: Judas Iscariote recibió gracias no concedidas a otros mortales: fue elegido Apóstol, fue consagrado Sacerdote de Cristo, fue llamado “Amigo” por Cristo, recibió de Cristo muestras inauditas de amor, como el haberle sido lavados los pies por el mismo Hombre-Dios en Persona, y ni aún así, cedió en su intención de traicionar y vender la amistad de Jesús por treinta monedas de plata. También a nosotros nos puede pasar que amemos más al dinero –o a las pasiones, que se alimentan con el dinero- que a Jesús. No en vano Jesús nos advierte: “No se puede amar a Dios y al dinero”. Ser elegidos por Cristo, esto es, ser sacerdotes, ser laicos, tener puestos de responsabilidad en la Iglesia, no es garantía de nada, no es garantía de salvación; por el contrario, implica un serio riesgo, el riesgo de traicionar a Cristo por el brillo del poder, por el atractivo del dinero, por el placer de la posición y el prestigio. Es por esto que Jesús nos advierte: “Estad atentos y vigilantes”.