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jueves, 27 de febrero de 2025

“¿Puede un ciego guiar a otro ciego?”

 


(Domingo VIII - TO - Ciclo C - 2025)

“¿Puede un ciego guiar a otro ciego?” (Lc 6, 39-45).  Jesús utiliza la imagen de un ciego que guía a otro ciego para graficar sus enseñanzas: como es evidente, al carecer ambos de visión, terminarán cayendo igualmente en un pozo, puesto que no pueden ver las dificultades del camino. En el ejemplo de Jesús, se trata de verdaderos ciegos, en el sentido de seres humanos que han perdido la capacidad visual, la facultad de la vista, aunque siempre que se trata de las imágenes de Jesús, además del literal, en la imagen hay otro significado, un significado espiritual y sobrenatural; en este caso, la ceguera corporal, representa o significa a otra ceguera, la ceguera de orden espiritual.

Esto nos lleva a preguntarnos quiénes son los “ciegos espirituales” a los cuales va dirigido el reproche de Jesús, porque, como dijimos, Jesús habla de ciegos corporales, pero en realidad es para hacer una crítica implícita a los ciegos espirituales. Por eso nos preguntamos: ¿quiénes son estos ciegos y qué significa la ceguera? ¿Quiénes son los “guías ciegos de otros ciegos”?

Entonces, Jesús se refiere, literalmente, a los ciegos corporales, pero en el sentido espiritual, se refiere a dos clases de ciegos: los fariseos y maestros de la Ley, pero también los cristianos que, en vez de preocuparse por crecer en la propia virtud, en vez de preocuparse por imitar ellos mismos a Cristo y a la Virgen, no solo viven mundanamente, es decir, en un sentido contrario al que pide Cristo, sino que se constituyen en jueces de sus prójimos, criticando en sus prójimos lo que no pueden ni quieren corregir en sus vidas. Jesús trata de “ciegos espirituales” tanto a los fariseos como a estos cristianos mundanos, puesto que ambos se creen mejores que los demás y con derecho a criticar las vidas de los demás, constituyéndose en jueces de las vidas de los demás, colocándose impíamente en el lugar que no les corresponde, en el lugar de Dios, porque solo Dios puede juzgar la conciencia del prójimo. A esto se refiere Jesús cuando dice: “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano”. Tanto los fariseos y maestros de la Ley, como los cristianos mundanos, son ciegos espirituales que pretenden corregir hasta el más mínimo defecto en los demás, pero no se corrigen a sí mismos.

Pero la ceguera espiritual no se limita a la falta de virtud, sino a algo todavía más importante y es la incapacidad de ver, espiritualmente y asistidos por la luz de la fe y de la gracia, a Nuestro Señor Jesucristo, en su Presencia real, verdadera y substancial en la Sagrada Eucaristía. Es decir, de la misma manera a como la ceguera en el ciego consiste en la incapacidad para ver la luz, así en la vida espiritual la ceguera consiste en la falta de fe y de gracia, que impide ver la luz eterna que es Cristo en la Eucaristía. Quien no posee fe en la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, porque no tiene la gracia que le concede esa fe, vive en la más completa oscuridad espiritual, aun cuando esté iluminado con cientos de reflectores. Entonces, los ciegos guías de ciegos son ante todo los fariseos y maestros de la Ley porque a pesar de ser hombres religiosos, han vaciado a la religión de su esencia, la compasión, la justicia y la misericordia y la han reemplazado por mandamientos humanos, perdiendo así la luz de la fe en el verdadero Dios; pero también los cristianos podemos ser ciegos guías de ciegos y lo somos cuando, llamados a ser “luz del mundo” para iluminar a los que viven en las “tinieblas y en las sombras de muerte” del paganismo y de las falsas religiones, en vez de adorar a Cristo Eucaristía, en vez de acudir el Día del Señor, el Domingo, al Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa, despreciamos la Misa, o por los placeres del mundo, o por nuestra pereza, o por nuestra indiferencia, o por nuestro desamor a Jesús Eucaristía.

Nosotros los católicos, no los evangelistas, no los protestantes, estamos llamados a ser luz del mundo, pero si no vivimos en gracia y si nos construimos unos mandamientos y una religión a nuestra medida, que es venir a Misa cuando se nos dé la gana y confesarnos cuando se nos dé la gana, entonces nos comportamos y somos como ciegos que guían a otros ciegos y entonces en vez de ser luz del mundo somos tinieblas y sombras de muerte y en vez de bendición de Dios para los hombres nos convertimos en maldición divina para el mundo. Si no vivimos los mandamientos y sobre todo el Primer Mandamiento, que es honrar el “Dominus”, el Día del Señor Jesús, el Domingo, el Día Nuevo, el Día de la Eternidad, el Día de la Resurrección del Señor Jesús, si vaciamos a la religión católica de su contenido sobrenatural, contenido que se deriva del misterio central del cristianismo que es la fe en la Presencia real de la Segunda Persona de la Trinidad en la Eucaristía, entonces vivimos un cristianismo pagano, nos engañamos a nosotros mismos, engañamos a los demás y nos comportamos como ciegos de otros ciegos que, pretendiendo guiar a otros, caen todos en un mismo pozo. Así como un médico le advierte a su paciente que se está quedando ciego, así el sacerdote le advierte al católico que desprecia la Misa que, o está quedando ciego, o ya está ciego totalmente.

Lo grave entonces es el ciego espiritual, porque el ciego espiritual lo es por voluntad propia, no porque Dios lo deje en su ceguera, puesto que Dios nos da la luz de la gracia y de la fe para remediar nuestra ceguera, pero al rechazar tanto la gracia como la fe, entonces nos volvemos ciegos espirituales, que caemos en el pozo si pretendemos guiar a otros ciegos.

Si esto es así, debemos recalcar qué es un ciego espiritual: es quien, por rechazar la luz de la gracia y de la fe católica, ve en la Eucaristía solo pan de trigo y agua, sin levadura y no el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo; es quien ve a la Santa Misa como un aburrido recuerdo de un banquete ritual religioso de Medio Oriente y no como lo que es en realidad, la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz; el ciego espiritual es quien, por culpa propia, considera a los Sacramentos –bautismo, eucaristía, confirmación, matrimonio- solo como simples hábitos sociales, rituales religiosos vacíos de contenido real, únicamente necesarios para ser aceptados socialmente, pero no como lo que son, misterios sobrenaturales del Hombre-Dios Jesucristo que comunican la gracia santificante que nos hace vivir la vida de la Santísima Trinidad y que nos conceden en anticipo la gloria de la vida eterna; el ciego espiritual es el que ve a la Iglesia como un mero instrumento para satisfacer sus ambiciones personales y no como lo que es, la Esposa Mística del Cordero, puesta en el mundo por la Trinidad para salvar almas y no para ser una Organización No Gubernamental que secunde las agendas políticamente correctas de ideologías anticristianas; el ciego espiritual es el cristiano pagano, soberbio y mundano, al que no se le puede llamar la atención porque se ofende y se va, en vez de aceptar con humildad la corrección fraterna; el ciego espiritual es el que comulga y confiesa con rutina, de forma mecánica, fría, indiferente, sin tener en cuenta que en la Confesión es la Sangre de Cristo la que limpia sus pecados para que no los vuelva a cometer más y que en la Eucaristía es alimentado con el Cuerpo de Cristo, para que no vuelva a tener más hambre de Dios, porque Dios se le entrega como alimento celestial. Ahora bien, esta ceguera espiritual puede ser curada y para ello se necesita, ante todo, humildad y querer ser sanado de la ceguera espiritual y pedir la curación que sólo la gracia y la luz de la fe en Cristo Jesús como Hombre-Dios puede realizar.

Acudamos a la Eucaristía, al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, para obtener el Amor Misericordioso de Dios, el Amor que saciará nuestra sed de Amor y con el cual podremos nosotros saciar la sed de Dios que tiene el prójimo. Sólo con la luz de la fe –contenida en el Credo- y con la luz de la gracia –que se nos brinda en los sacramentos- dejaremos de ser ciegos guías de ciegos y nos convertiremos en luz del mundo. Sólo así seremos los árboles buenos que den los frutos buenos de la santidad de vida, ya que podremos sacar del Corazón de Cristo lo que es bueno y santo y darlo a los demás. 


domingo, 29 de noviembre de 2020

“¡Hijo de David, compadécete de nosotros!”

 


“¡Hijo de David, compadécete de nosotros!” (Mt 9, 27-31). Dos ciegos, al escuchar que Jesús pasa cerca de ellos, le piden que les cure su ceguera. Antes de hacerlo, Jesús les pregunta si creen que Él puede hacerlo, es decir, les pregunta si tienen fe en Él, como Dios omnipotente. Los ciegos le dicen que sí creen, Jesús toca sus ojos y éstos recuperan milagrosamente la vista. Además del milagro de curación corporal en sí, que demuestra su condición de ser el Hijo de Dios encarnado, la curación de los ciegos tiene una connotación espiritual: la ceguera representa al alma que no posee la gracia santificante y que por lo tanto no ve a Jesús como Redentor; el hecho de que los ciegos se dirijan a Jesús y le den un título mesiánico, “Hijo de David”, indica que han recibido ya la gracia que los acerca a Jesús; pero Jesús no les concede de inmediato la curación, sino que los pone a prueba, les pregunta si “creen en Él” y ellos le dicen que sí: esto significa que también el alma, que primero no cree en Jesús, pero luego recibe la gracia de creer en Él, debe hacer, de su parte, un acto de libertad, aceptando esa gracia y aceptando a Jesús como a Redentor. En otras palabras, el alma debe, libremente, reconocer que Jesús es el Salvador y que Él, Presente en la Eucaristía, es el mismo Jesús del Evangelio, el mismo Jesús que está glorioso y resucitado en los cielos y el mismo Jesús que ha de venir al fin de los tiempos, a juzgar el mundo.

“¡Hijo de David, compadécete de nosotros!”. También nosotros somos ciegos espirituales, desde el nacimiento, pero hemos recibido la gracia en el Bautismo sacramental, de creer en Jesús como Salvador y como Dios encarnado y también como los ciegos, tenemos necesidad de aceptar libremente a Jesús como a nuestro Salvador y Redentor personal. Por eso, también nosotros, como los ciegos del Evangelio, debemos acercarnos a Jesús Eucaristía, debemos postrarnos ante su Presencia y decirle: “¡Jesús Eucaristía, Dios Hijo encarnado, creo en Ti como Dios oculto en el Sacramento del altar, cura mi ceguera espiritual!”.

viernes, 2 de diciembre de 2016

“¿Creen que yo puedo hacer lo que me piden?”


“¿Creen que yo puedo hacer lo que me piden?” (Mt 9, 27-31). Jesús se retira de un lugar y dos ciegos le comienzan a gritar, diciendo: “Ten piedad de nosotros, Hijo de David”. Los ciegos se le acercan y Jesús les pregunta: “¿Creen que yo puedo hacer lo que me piden?”. Ellos le responden: “Sí, Señor”. Entonces “Jesús les tocó los ojos, diciendo: “Que suceda como ustedes han creído””. E inmediatamente, según el relato del Evangelio, “Se les abrieron sus ojos”. En este episodio evangélico debemos considerar, por un lado, la fe de los ciegos y, por otro, el poder de Jesús. En cuanto a la fe de los ciegos, creen en Jesús en cuanto Mesías prometido, porque le dan un título mesiánico, que es “Hijo de David”, y cuando Jesús les pregunta si por esta fe en Él –en cuanto Dios Hijo encarnado- puede hacer lo que ellos le están pidiendo –volver a ver-, le contestan que sí, y reciben el milagro. Que la fe en Jesús sea la fe en un Jesús que es Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios, queda demostrado en el hecho de que creen en su poder divino, hecho por Él en Primera Persona, porque Jesús les dice: “¿Creen que Yo, que Soy Dios hecho hombre, puedo devolverles la vista?”, y ellos le contestan que sí, y esto demuestra que la fe que los ciegos tienen en Jesús no es una fe cualquiera, ni es una fe en Jesús en cuanto hombre, sino que es una fe en la Persona divina de Jesús: creen en Jesús en cuanto Persona divina, en cuanto Dios Hijo hecho hombre, que tiene el poder de Dios, necesario para devolverles a ellos la vista. De parte de Jesús, lo que hay que considerar es, precisamente, esto: en que Él es Dios Hijo encarnado, la Segunda Persona de la Trinidad, Dios, que es Luz Eterna que proviene de la Luz Eterna que es el Padre, y que en cuanto Dios que Es, tiene efectivamente el poder divino, que brota de Él como de su Fuente, para devolverles la vista. Son estos dos elementos los que se unen para que Jesús obre el milagro: Él, que es la Luz Increada, les devuelva la vista a quienes viven en la más completa oscuridad.
 “¿Creen que yo puedo hacer lo que me piden?”. La misma pregunta que Jesús les hace a los ciegos, nos las hace a nosotros, desde la Eucaristía. Entre Jesús Eucaristía y nosotros, se da la misma situación que entre Jesús y los ciegos, porque corporalmente, aunque veamos, somos ciegos, en el sentido de que no lo vemos, en la Eucaristía, con los ojos del cuerpo. Es decir, desde la Eucaristía, Jesús nos pregunta: “¿Creen que Yo Soy Dios, y que puedo hacer lo que me piden?”. Porque la inmensa mayoría de los católicos de hoy –incluidos muchos sacerdotes-, parecieran no creer que Jesús Eucaristía es Dios Hijo Encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía; la inmensa mayoría de los católicos, a juzgar por su inasistencia injustificada al precepto dominical, a juzgar por el hecho de que acuden a servidores del Demonio, como brujos, hechiceros, chamanes, mano-santas, no creen que Jesús en la Eucaristía sea Dios Hijo, porque si creyeran que la Eucaristía es Dios Hijo en Persona, oculto a los ojos del cuerpo, pero visible a los ojos de la fe, no caerían en la desesperación frente a las tribulaciones, no se dejarían llevar por sus pasiones, no dejarían de asistir a la Misa dominical, no dejarían de adorar a Jesús en la Eucaristía, no acudirían a los servidores del diablo, los brujos y magos, sino que se postrarían delante de Jesús Eucaristía y lo adorarían día y noche, sin desesperarse frente a las tribulaciones de la vida, por fuertes que estas sean, y no se comportarían como protestantes, es decir, como quien no cree que la Eucaristía sea Dios Hijo en Persona.
“¿Creen que Yo Soy Dios, y que puedo hacer lo que me piden?”, nos pregunta Jesús desde la Eucaristía. Y nosotros, ¿tenemos fe católica en la Eucaristía, o tenemos fe protestante?


lunes, 17 de febrero de 2014

“Ustedes tienen la mente enceguecida”


“Ustedes tienen la mente enceguecida” (Mc 8, 14-21). Todo en este Evangelio gira alrededor del pan: Jesús usa una figura, la levadura, utilizada en la elaboración del pan, para advertirles a sus discípulos que se cuiden de la envidia y de la soberbia, que hincha e infla el corazón humano, así como la levadura hincha e infla la masa que luego de cocida proporcionará el pan: “Cuídense de la levadura de los fariseos y de la de Herodes”.
El Evangelio gira alrededor del pan también porque mientras Jesús les está dando consejos de orden espiritual, los discípulos están preocupados por el pan, pero el pan material, ya que es esto lo que destaca el evangelista: “Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan”. Precisamente, esta excesiva preocupación por lo material es lo que enoja a Jesús y motiva su durísimo reproche: “¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen”. Es decir, Jesús pretende darles una enseñanza espiritual, pero ellos no son capaces de levantar sus ojos más allá de la materia.

“Ustedes tienen la mente enceguecida”. Muchas veces nuestro corazón se hincha por la levadura de los fariseos y la de Herodes, la envidia y la soberbia, y nos volvemos necios, vanos, soberbios y envidiosos, materialistas y orgullosos, y así no comprendemos el Evangelio del Pan, la Santa Misa, en donde está el secreto de la felicidad, la raíz de la vida, la fuente del amor, el Origen Único y Absoluto de nuestra dicha total y definitiva, nuestra Pascua Eterna, la Vida Feliz para siempre. Todavía no comprendemos que la Eucaristía es el Principio y el Fin de nuestra dicha eterna, y mientras no lo comprendamos somos, al igual que los discípulos del Evangelio, como ciegos y sordos y tenemos la mente enceguecida.

domingo, 26 de agosto de 2012

¡Ay de ustedes fariseos, hipócritas, ciegos, insensatos!



“Ay de ustedes fariseos, hipócritas, ciegos, insensatos” (cfr. Mt 23, 13-22). En este pasaje del Evangelio, Jesús se muestra particularmente molesto e irritado contra los fariseos, y da muestra de este enojo e irritación la sucesión de adjetivos con los que los califica: hipócritas, ciegos, insensatos. La dureza de su reproche se acentúa todavía más, cuando se considera que los fariseos eran individuos religiosos, que se jactaban precisamente del cumplimiento escrupuloso de las prescripciones legales, de su dedicación al Templo, y de su conocimiento de las Escrituras. Pero Jesús no les reprocha esta dedicación y este cumplimiento de normas, ni el conocimiento de las Escrituras: les reprocha la doblez de corazón –eso es lo que significa “hipócrita”-, pues mientras dicen orar a Dios, menosprecian a su prójimo; les reprocha su ceguera espiritual, porque aprecian más el oro y la ofrenda del altar, antes que a Dios, por quien el oro y la ofrenda tienen sentido; les reprocha su insensatez, porque cuando hacen algún prosélito, en vez de acercarlo al Dios verdadero, lo alejan de Él al enseñarle a ser hipócrita como ellos.
Como cristianos, no debemos pensar que el reproche de Jesús se limita a los fariseos y que a nosotros no nos llega, ya que también podemos caer en el mismo error farisaico: de hecho, somos fariseos cuando usamos la religión para aparecer ante los demás como buenos, mientras que en nuestro interior murmuramos contra el prójimo; somos fariseos cuando rezamos y cumplimos el precepto dominical, pero somos al mismo tiempo indiferentes a las necesidades materiales y espirituales de quienes sufren; somos fariseos cuando decimos amar a Dios pero atribuimos maldad a las intenciones de nuestro prójimo; somos fariseos cuando juzgamos a nuestros hermanos en Cristo por su apariencia y por lo que tienen, en vez de considerarlos “superiores a nosotros mismos” (cfr. Fil 2, 3), como lo pide San Pablo.
“Ay de ustedes fariseos, hipócritas, ciegos, insensatos”. Sólo la gracia santificante de los sacramentos previene y cura de ese cáncer espiritual que es el fariseísmo, ya que destruye a la hipocresía, al conceder al corazón el Amor mismo de Dios; cura la ceguera espiritual, iluminando los ojos del alma con la luz de la fe, y sana la insensatez, dando a la razón humana la Sabiduría divina.