Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.

viernes, 14 de junio de 2013
“No cometerás adulterio”
domingo, 10 de abril de 2011
Imitemos a Cristo en su compasión, en su misericordia, en su amor para con el pecador

“Yo no te condeno” (cfr. Jn 8, 1-11). Jesús salva a la mujer adúltera de ser lapidada y le perdona, en cuanto Hombre-Dios, sus pecados. El episodio refleja el abismo de misericordia que contiene el Sagrado Corazón de Jesús, que viene a traer una Nueva Ley, la ley del amor, de la compasión, de la caridad, que se contrapone a la ley antigua del "ojo por ojo y diente por diente".
Una y otra ley obran de modo distinto: mientras
Así vemos cómo si en
El cristiano está llamado a ser una prolongación, una encarnación, un reflejo viviente, un espejo sin mancha, de esta caridad de Cristo. El cristiano no puede, de ninguna manera, regresar a la justicia de
Uno de los principales modos que tiene el prójimo de anoticiarse acerca de
Lamentablemente, muchos cristianos parecen no haberse enterado de
“Yo no te condeno”. La actitud de compasión del cristiano no significa condescendencia con el error del prójimo; no significa ser tolerante con su pecado; no significa aprobar su conducta errada, en el caso que la hubiere: significa imitar al Hombre-Dios en lo que lo podemos imitar: no en su justicia, pues sólo somos meras criaturas y no Dios, como Él, sino en su misericordia, en su compasión, en su amor.
martes, 29 de marzo de 2011
He venido a dar la plenitud de la ley, la vida de la gracia
He venido a dar la plenitud de la ley,
la vida de la gracia
“No he venido a abolir. He venido a dar la plenitud de la ley, la gracia” (cfr. Mt 5, 17-19). Frente a quienes lo acusan a Jesús de quebrantar la ley de Moisés Jesús les aclara que “no ha venido a abolir la ley, sino a dar cumplimiento”.
La gracia, donada por Cristo desde la cruz, desde su Corazón traspasado, obra en el interior del hombre, no solamente borrando el pecado y sanando las heridas y las secuelas que el pecado deja en el espíritu, sino también, y principalmente, donando al hombre un principio nuevo de ser y de obrar, la vida divina. A partir de Cristo y de
Antes,
Es como cuando se injerta un ramo prácticamente seco al tronco de la vid, pasando este a recibir toda la linfa vital de la vid, que lo hace revivir con una linfa nueva.
“No he venido a abolir. He venido a dar la plenitud de la ley, la gracia”. Esto explica la heroicidad de las virtudes de los santos, realizadas en la comunión de vida y amor con
La plenitud de
Pero la plenitud es también plenitud en sentido positivo: si en
miércoles, 23 de febrero de 2011
Si tu ojo es ocasión de pecado, arráncatelo

“Si tu ojo (…) tu mano (…) tu pie (…) es ocasión de escándalo arráncatelo” (cfr. Mc 9, 41-50). Una interpretación material y literal del consejo de Jesús, lejana por lo tanto a la intención divina, llevada a su aplicación práctica y concreta, se traduce en la amputación de la mano al ladrón. Es lo que sucede, por ejemplo, en casos extremos de religiones humanas extremas, no dictadas por Dios, sino inventadas por la mente humana.
No es esta la intención de Jesús, ni es el sentido de sus palabras.
Lo que Jesús nos quiere hacer ver con estos consejos, es la extrema delicadeza de
Cuando Jesús entonces habla de “arrancarse uno mismo el ojo”, “cortarse uno mismo la mano”, o “cortarse el pie”, no está hablando de una acción realizada sobre el mero cuerpo físico; es decir, no está diciendo que se debe aplicar el hierro o el bisturí sobre la materia orgánica.
Sin embargo, no disminuye la exigencia, porque sus palabras están dirigidas al nivel más profundo del hombre, su alma, su principio vital: está hablando de la negación de los sentidos a los placeres del mundo. De otro modo, es decir, sin la práctica ascética, sin la mortificación de los sentidos, sin la penitencia, sin el ayuno corporal, de nada valdría la amputación de un miembro, o el vaciamiento de la cuenca de un ojo, porque sería una acción puramente material, sin incidencia en el espíritu.
Por el contrario, apuntando al principio vital del cuerpo y de los sentidos, el alma, y exhortando a la penitencia y a la mortificación, se persigue que sea el alma la que, purificada por la penitencia –este sería el equivalente espiritual a la acción material de arrancar un ojo o cortar una mano-, no sólo se cuide de obrar torpemente por medio de los miembros del cuerpo, sino que toda ella, preparado el campo por la ascesis, y santificada por la gracia, alabe, junto con el cuerpo al que ella anima, a su Dios y Creador.
Es este el sentido de las palabras de Jesús, y es esta la plena y vigente actualidad de la penitencia, de la mortificación, del ayuno corporal: purificar el alma, y con el alma el cuerpo con todos sus sentidos, para recibir el don de la gracia divina.