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viernes, 10 de abril de 2015

Fiesta de la Divina Misericordia



(Domingo II - TP o in Albis o Domingo de la Divina Misericordia - Ciclo B – 2015)

         En sus apariciones como Jesús Misericordioso, Jesús le pide a Sor Faustina Kowalska, por lo menos 14 veces, que se instituya oficialmente una “Fiesta de la Misericordia” el primer domingo después de Pascua, llamado “Domingo in Albis”: “Esta Fiesta surge de Mi piedad más entrañable... Deseo que se celebre con gran solemnidad el primer domingo después de Pascua de Resurrección.... Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y abrigo para todas las almas y especialmente para los pobres pecadores. Las entrañas más profundas de Mi Misericordia se abren ese día. Derramaré un caudaloso océano de gracias sobre aquellas almas que acudan a la fuente de Mi misericordia” [1].
         La esencia de esta de esta Fiesta divina consiste en el perdón de los pecados por medio del Sacramento de la Penitencia[2], perdón que conlleva la remisión total de la culpa y la pena: “El alma que acuda a la Confesión, y que reciba la Sagrada Comunión, obtendrá la remisión total de sus culpas y del castigo... Que el alma no tema en acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como la grana. Toda Comunión recibida con corazón limpio, tiende a restablecer en aquel que la recibe la inocencia inherente al Bautismo, puesto que el Misterio Eucarístico es “fuente de toda gracia”[3].
La remisión total de las penas y de las culpas, es una gracia extraordinaria, y esto se debe a que en este día, se abren desde el cielo las compuertas mismas de la Divina Misericordia, según lo manifestó Nuestro Señor a Santa Faustina. Jesús le dijo a Sor Faustina que en la “Fiesta de la Misericordia” se abrían todas las compuertas a través de las cuales fluían las gracias divinas, las cuales iban a consistir principalmente en “gracias de conversión y perdón de los pecados”. Ahora bien, esas “compuertas abiertas” por las que “fluyen las gracias divinas”, no son otra cosa que su Sagrado Corazón traspasado en la cruz por la lanza del soldado romano el Viernes Santo, porque al abrirse la herida de su Costado, se derramó sobre el mundo el contenido de su Sagrado Corazón, el Agua y la Sangre: el Agua, que justifica las almas y la Sangre, que las santifica; el Agua, símbolo del Sacramento de la Confesión; la Sangre, símbolo del Sacramento de la Eucaristía. De esta manera Dios Padre responde, con el Amor de su Corazón misericordioso, al odio deicida de los hombres, que han matado a su Hijo en la cruz, porque en vez de descargar sobre los hombres todo el peso de la Ira divina, precisamente, porque los hombres han matado a su Hijo, tal como lo reclama la Justicia Divina, derrama sobre ellos la Divina Misericordia, con el Agua y la Sangre que brotan del Corazón traspasado de su Hijo Jesús. El primer domingo de Pascua es la Fiesta de la Divina Misericordia porque, por designio divino y de una manera misteriosa este Domingo conecta, en el tiempo y en el espacio, al Corazón de Jesús, traspasado el Viernes Santo y derramando su Sangre y Agua, con todos los penitentes que se acercan a la Confesión sacramental en ese día, alcanzándolos con la gracia del perdón y sumergiéndolos así en el océano inagotable de la Divina Misericordia.
         Pero para entender con más precisión y claridad por qué necesitamos de la Divina Misericordia y cuál es la urgencia con la que la necesitamos, tanto en cuanto humanidad, como en cuanto seres humanos individuales, debemos remitirnos a una visión anterior de Santa Faustina, en la que un ángel está pronto a ejecutar el mandato de la Justicia Divina, para aplacar la Ira Divina, encendida por la enorme monstruosidad de los pecados de los hombres. Relata así Santa Faustina su visión del ángel: “Por la tarde, estando yo en mi celda, vi al ángel, ejecutor de la ira de Dios. Tenía una túnica clara, el rostro resplandeciente; una nube debajo de sus pies, de la nube salían rayos y relámpagos e iban a las manos y de su mano salían y alcanzaban la tierra. Al ver esta señal de la ira divina que iba a castigar la tierra y especialmente cierto lugar, por justos motivos que no puedo nombrar, empecé a pedir al ángel que se contuviera por algún tiempo y el mundo haría penitencia. Pero mi súplica era nada comparada con la ira de Dios. En aquel momento vi a la Santísima Trinidad. La grandeza de su Majestad me penetró profundamente y no me atreví a repetir la plegaria. En aquel mismo instante sentí en mi alma la fuerza de la gracia de Jesús que mora en mi alma; al darme cuenta de esta gracia, en el mismo momento fui raptada delante del trono de Dios. Oh, qué grande es el Señor y Dios nuestro e inconcebible es su santidad. No trataré de describir esta grandeza porque dentro de poco la veremos todos, tal como es. Me puse a rogar a Dios por el mundo con las palabras que oí dentro de mí”[4]. Luego continúa Santa Faustina: “Cuando así rezaba, vi la impotencia del ángel que no podía cumplir el justo castigo que correspondía por los pecados.  Nunca antes había rogado con tal potencia interior como entonces.  Las palabras con las cuales suplicaba a Dios son las siguientes: ‘Padre Eterno, Te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, por nuestros pecados y los del mundo entero.  Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero[5]”. Lo que podemos notar aquí, es que, por un lado, Santa Faustina resalta, en muy pocas líneas, tres veces, la expresión “ira de Dios”, con lo cual quiere remarcar, evidentemente, que la Ira de Dios, de no mediar Jesucristo, está presta a destruir el mundo, debido a la inmensidad e impenitencia de la malicia del hombre; no olvidemos que la misma Escritura dice que Dios mismo se arrepintió, en un momento dado, de haber creado al hombre, debido a la maldad de su corazón: “Y Dios se arrepintió de haber creado al hombre” (Gn 6, 6); por otro lado, lo que vemos, es que la Ira de Dios se detiene y da paso a la Divina Misericordia, cuando se interpone, entre Dios y nosotros, Jesucristo, y Jesucristo con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, es decir, con su Sacrificio en Cruz, pero también en la Santa Misa y en la Eucaristía, porque la fórmula que utiliza Santa Faustina, para desarmar a la Justicia Divina, es la misma fórmula que se usa para describir la Eucaristía[6]
Ahora bien, para que no nos confundamos y no abusemos de la Misericordia Divina, y no nos queden dudas de que es el pecado que anida en nuestros corazones -el pecado impenitente, el pecado que se eleva hasta el trono de Dios como oleada nauseabunda, que tiene la osadía de erguirse en rebelión contra la majestad y la santidad de la Santísima Trinidad-, el que enciende la ira de un Dios misericordioso, debemos notar que es el mismo Jesucristo en Persona quien le dice a Santa Faustina que el ofrecimiento de su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, en forma de Coronilla de la Divina Misericordia, es para “aplacar su ira”Estas son las palabras de Jesús, dichas a Santa Faustina: “A la mañana siguiente, cuando entré en nuestra capilla, oí esta voz interior: “Cuantas veces entres en la capilla, reza en seguida esta oración que te enseñé ayer”. Cuando recé esta plegaria, oí en el alma estas palabras: “Esta oración es para aplacar Mi ira[7]. Jesús Misericordioso es muy explícito: le enseña la Coronilla y le pide que la rece, para que “aplaque su ira”; es decir, Jesús Misericordioso, es Misericordioso, pero al mismo tiempo, está iracundo, porque es Dios Misericordioso, pero también es Dios Justo y como Dios Justo, no puede no encenderse su Ira Divina, frente a la monstruosidad de los pecados de los hombres, que no quieren arrepentirse de su malicia.En otras palabras, Jesús de la Divina Misericordia, lejos de ser un Jesús melifluo, dulzón, sensiblero, es un Jesús que es un Dios Misericordioso, sí, pero es también un Dios Justo, infinitamente Justo, ofendido por nuestras faltas y que porque es Justo exige, por el bien de nuestras almas, que reparemos y nos arrepintamos de la malicia de nuestros pecados pidiendo perdón y reparando por ellos y la manera más perfecta –es más, la única perfectísima-, es ofrecer su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad y si eso no hacemos, entonces, somos pecadores impenitentes que debemos pasar por la Justicia Divina y sufrir todo el peso de la Ira de Dios. 
        “Esta oración es para aplacar Mi ira…”. En nuestros días, los crímenes de los hombres llegan hasta el trono mismo de Dios y claman justicia, porque vivimos tiempos neo-paganos, infinitamente peores a los del paganismo pre-cristiano, porque el mundo ha conocido a Jesucristo, Luz del mundo, y lo ha rechazado, y “ha preferido a las tinieblas” (cfr. Jn 1, 11), a las siniestras tinieblas vivientes del Infierno, y celebra las tinieblas, y vive de las tinieblas y para las tinieblas vivientes, y por eso mismo, es imperioso implorar la Misericordia Divina, para que Dios tenga misericordia de nosotros y del mundo entero. El solo deseo de implorar misericordia, implica ya una acción del Espíritu Santo en el alma; quien lo experimenta, debe hacer el propósito de enmienda, es decir, debe convertir su corazón hacia la bondad y santidad de Dios, para vivir, en el tiempo y en la eternidad, inmerso en la Misericordia Divina, protegido bajo los rayos que brotaron del Corazón traspasado de Jesús.




[1] Cfr. Diario de Santa Faustina.
[2] El que no pueda hacerlo en este día, puede hacerlo hasta siete días más tarde.
[3] Cfr. ibidem.
[4] 474  (...)  viernes 13 de abril de 1935.
[5] 475.
[6] Esto quiere decir que, cuando el sacerdote eleva la Eucaristía, cada uno puede repetir al Padre, en silencio, esta oración, ofreciendo a Jesús Eucaristía y pidiendo misericordia por todos los pecadores.
[7] Luego continúa, enseñándole el resto de la Coronilla: “la rezarás durante nueve días con un rosario común, de modo siguiente: primero rezarás una vez el Padre Nuestro y el Ave María y el Credo, después, en las cuentas correspondientes al Padre Nuestro, dirás las siguientes palabras: Padre Eterno, Te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero; en las cuentas del Ave María, dirás las siguientes palabras: Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Para terminar, dirás tres veces estas palabras: Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero”. Cfr. n. 476.

sábado, 30 de abril de 2011

Esta imagen es la señal de los Últimos Tiempos

Jesús promete que quien venere esta imagen, no perecerá jamás. Veneremos entonces, esta imagen, colocándola en el mejor lugar de nuestros hogares, pero sobre todo, la veneremos y la entronicemos en nuestro corazón, obrando la misericordia para con el más necesitado, para que quede allí, grabada a fuego, por el fuego del Espíritu Santo, por el tiempo y por toda la eternidad.

“(Esta imagen) Es una señal de los últimos tiempos, después de ella vendrá el día de la justicia. Todavía queda tiempo, que recurran, pues, a la Fuente de Mi misericordia, (y) se beneficien de la Sangre y del Agua que brotó para ellos” (Diario, 848).

La imagen de Jesús Misericordioso no es una imagen más: es la “última devoción para el hombre de los últimos tiempos”; es la “señal de los últimos tiempos”, es “la última tabla de salvación” (Diario 998), a la cual el hombre debe acudir para beneficiarse del “Agua y de la Sangre” que brotaron del Corazón traspasado de Jesús.

Ya no habrán más devociones, hasta el fin de los tiempos, ni habrá tampoco más misericordia, una vez finalizados los días terrenos, antes del Día del Juicio Final. Dios tiene toda la eternidad para castigar, pero mientras hay tiempo, hay misericordia. Cada día que transcurre en esta tierra, es un don de la Misericordia Divina, que nos lo concede para retornemos a Dios Trino, para que nos arrepintamos de las maldades de nuestros corazones, para que dejemos de obrar el mal, e iniciemos el camino que conduce a la feliz eternidad, el camino de la cruz. El tiempo, los segundos que pasan, los minutos, las horas, los días, los años, son dones de la Misericordia Divina, que espera con paciencia nuestro regreso al Padre, por medio del arrepentimiento, la contrición, el dolor de los pecados, y el amor a Dios y al prójimo.

Pero para apreciar la magnitud inconmensurable del don de la Divina Misericordia, es necesario remontarse al Viernes Santo, a los instantes antes de la muerte de Jesús, a su atroz agonía, y a su muerte misma, porque el estado de Jesús en la cruz y su muerte, son consecuencias del contenido del corazón humano, y la Divina Misericordia es la respuesta de Dios Uno y Trino al deicidio cometido por el hombre.

En la cruz, ya cerca de las tres de la tarde, Jesús se encuentra al límite de sus fuerzas físicas; está agonizando, luego de haber pasado tres horas suspendido por tres clavos de hierro, y luego de haber sufrido, en su Cuerpo, el tormento más duro que jamás los hombres hayan aplicado a alguien. Pero no solo ha sufrido en el Cuerpo: también moralmente, comenzando desde su condena, ya que recibió una condena a muerte, por blasfemo, siendo Él Dios y autor de la vida, y la Vida misma Increada, y siendo Él el Inocente. Además de los golpes, fue insultado, blasfemado, agredido verbalmente, acusado injusta y falsamente, vilipendiado, humillado. Fue brutal e inhumanamente flagelado, coronado de espinas, golpeado con puños en la cara, con bastones en la cabeza, con patadas en el cuerpo; le fue puesta una cruz en sus hombros, y luego se dejó subir a la cruz y ser crucificado con tres gruesos clavos de hierro. Ya en la cruz, se le negó agua para su sed, y a cambio se le dio vinagre, y finalmente, derramó toda su sangre, quedándose sin sangre en su cuerpo. Al morir, en el colmo de los ultrajes a su cuerpo, su Corazón fue atravesado por una lanza.

Frente a todo este ultraje, y frente al odio deicida que los hombres descargaron en Jesús, Dios Uno y Trino reacciona de una manera muy distinta a como lo haría el hombre: Dios Padre, al contemplar la muerte tan atroz y cruel de su Hijo en la cruz, a manos de los hombres, no reacciona con furor, con ira, con venganza, cuando por su justicia, podría haberlo hecho; reacciona enviando al Espíritu Santo, que brota del Corazón traspasado de Jesús, junto con la Sangre y el Agua, que significan .

Es en esto en lo que consiste la Misericordia Divina: en vez del castigo que los hombres merecemos por nuestros pecados, Dios nos abre las entrañas de su Ser divino, su Misericordia y su bondad infinita, a través del Corazón abierto de su Hijo. Su Misericordia, su Amor, su Bondad sin límites, se derraman, como un océano incontenible, sobre la humanidad, a pesar de que la humanidad ha demostrado sólo odio deicida hacia Él.

Es esto lo que dice Jesús a Sor Faustina: “Abrí mi Corazón como fuente de misericordia, para que todos, para que todas las almas tengan vida. Que se acerquen, por lo tanto, con fe ilimitada a este océano de pura bondad. Los pecadores obtendrán la justificación, y los justos serán confirmados en el bien. En la hora de la muerte, colmaré con mi divina paz el alma que habrá puesto su fe en mi bondad infinita”.

A nosotros, que atravesamos su corazón con una lanza de hierro, nos abre el abismo insondable de su Amor misericordioso; a nosotros, que le dimos muerte y no le dimos paz hasta que lo vimos muerto, nos colmará de su vida y de su paz en la hora de nuestra muerte, si acudimos a Él con confianza.

La devoción a la Divina Misericordia no es una devoción más: es la última oportunidad para el hombre de los últimos tiempos. Si la humanidad no acude a la Misericordia Divina, morirá sin remedio en el abismo eterno. Dice Jesús: “Di a la Humanidad que esta imagen es la última tabla de salvación para el hombre de los Últimos Tiempos” (Diario 299). (…) “Las almas mueren a pesar de Mi amarga Pasión. Les ofrezco la última tabla de salvación, es decir, la Fiesta de Mi misericordia [288a]”.

Mientras hay tiempo, hay misericordia, y por eso, cada día que Dios nos concede, es un regalo de la Misericordia Divina, que busca nuestro arrepentimiento y nuestro amor a Dios y al prójimo. Pero resulta que el tiempo se está terminando, y que el Día de la ira divina, en donde ya no habrá más misericordia, se está terminando, ya que está cercano el retorno de Jesús, según sus mismas palabras: “Si no adoran Mi misericordia, morirán para siempre. Secretaria de Mi misericordia, escribe, habla a las almas de esta gran misericordia Mía, porque está cercano el día terrible, el día de Mi justicia” (Diario 965) (…) “Deseo que Mi misericordia sea venerada en el mundo entero; le doy a la humanidad la última tabla de salvación, es decir, el refugio en Mi misericordia” (Diario, 998) (...) “Antes del día de la justicia envío el día de la misericordia (Diario, 965). Estoy prolongándoles el tiempo de la misericordia, pero ¡ay de ellos si no reconocen este tiempo de Mi visita! (Diario, 965).

La Devoción a la Divina Misericordia es la última devoción concedida a la Humanidad, antes del Día del Juicio Final, y prepara a los corazones para la Segunda Venida de Jesucristo, que está próxima: “Prepararás al mundo para Mi última venida” (Diario 429).

La imagen de Jesús misericordioso es una señal de los últimos tiempos, que avisa a los hombres que está cercano el Día de la justicia: “Habla al mundo de mi Misericordia….Es señal de los últimos tiempos después de ella vendrá el día de la justicia. Todavía queda tiempo para que recurran, pues, a la Fuente de Mi Misericordia” (Diario 848).

No hay opciones intermedias: o el alma se refugia en la Misericordia de Dios, o se somete a su justicia y a su ira divina: “Quien no quiera pasar por la puerta de Mi misericordia, tiene que pasar por la puerta de Mi justicia” (Diario 1146).

Es la misma Virgen quien nos advierte de que la Segunda Venida de Jesucristo está a las puertas, y de que su imagen es una señal de esta inminente llegada: “Tú debes hablar al mundo de Su gran misericordia y preparar al mundo para Su segunda venida. Él vendrá, no como un Salvador Misericordioso, sino como un Juez Justo. Oh qué terrible es ese día. Establecido está ya el día de la justicia, el día de la ira divina. Los ángeles tiemblan ante este día. Habla a las almas de esa gran misericordia, mientras sea aún el tiempo para conceder la misericordia” (Diario 635).

Hay dos elementos para practicar esta devoción: la oración a las tres de la tarde, que es la hora en la que Jesús muere en la cruz, y el rezo de la Coronilla de la Divina Misericordia por los moribundos. A las tres de la tarde se implora misericordia a Dios Hijo, que por nosotros muere en la cruz, y con la Coronilla, se implora misericordia por los moribundos. Jesús promete conceder todo lo que se pida, si es conforme a su Voluntad, a quien rece a las tres de la tarde recordando su Pasión, y promete la salvación del moribundo por quien se rece la Coronilla. Dice así Jesús: “Suplica a mi Divina Misericordia (a las tres de la tarde, N. del R.), pues es la hora en que mi alma estuvo solitaria en su agonía, a esa hora todo lo que me pidas se te concederá”. Esta es la hora en la que Jesús derrama sus gracias como un torrente incontenible; el alma fiel debe sumergirse en la Pasión del Señor, aunque sea por un breve instante, rezar el Via Crucis de la Divina Misericordia y la Coronilla, y Jesús le concederá “gracias inimaginables”.

Sobre la Coronilla, dice Jesús: “Quienquiera que la rece recibirá gran misericordia a la hora de la muerte” (Diario, 687) (…) “Cuando recen esta coronilla junto a los moribundos, Me pondré ante el Padre y el alma agonizante no como Juez justo sino como el Salvador Misericordioso” (Diario, 1541) (…) “Hasta el pecador más empedernido, si reza esta coronilla una sola vez, recibirá la gracia de Mi misericordia infinita” (Diario, 687) (…) “A través de ella obtendrás todo, si lo que pides está de acuerdo con Mi voluntad” (Diario, 1731) (…) “Deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en Mi misericordia” (Diario 687).

Jesús promete que quien venere esta imagen, no perecerá jamás. Veneremos entonces, esta imagen, colocándola en el mejor lugar de nuestros hogares, pero sobre todo, la veneremos y la entronicemos en nuestro corazón, obrando la misericordia para con el más necesitado, para que quede allí, grabada a fuego, por el fuego del Espíritu Santo, por el tiempo y por toda la eternidad.